Partida Rol por web

La patrulla se detuvo en la puerta y nada más salir Gutierrez les mandó a uno a buscar cámaras de la zona mientras que el otro acordonaba la zona de la casa. Su radio policial emitió un pitido indicando que le llamaban de la central¹.

Por su parte Montalbano revisaba las huellas. Las muletas le resultaban conocidas de múltiples fracturas a lo largo de su carrera pero aquellas marcas eran más pequeñas. Un bastón. Y por la intensidad que dejaban en la sangre apoyado con fuerza. ¿Un asesino con una seria cojera? A Montalbano le resultaba difícil pensar que alguien tullido pudiera reducir a Robledo. El comisario ya tenía sus años pero se mantenía en forma. ¿Lo pilló por sorpresa? Se levantó y miró alrededor. Era improbable. Alguien con un bastón o cojera grave tendría una seria dificultad para moverse en silencio. Recordó el video del asesinato anterior, en el que se veía al sospechoso. No llevaba bastón pero cojeaba ostensiblemente. Era su hombre. ¿Cómo se las arreglaba? Y ese sobre. Recordó otro hecho del anterior asesinato: el tipo miraba directamente a la cámara. Había entrado en la fase de comunicación. Estaba tan seguro de su impunidad que quería jugar con ellos. Miró nuevamente las huellas: ¡había una pequeña marca! No era más que una muesca con la forma de un león. El bastón tenía una marca de fábrica en su base y había quedado señalada allí. No es que fuera a resolver el caso pero al menos podrían localizar el modelo y tener una idea de dónde se vendían si eran fabricados en serie².

- Aquí el Detective Gutierrez, Central. - contestó sin demasiada atención, más preocupado de organizar a la patrulla que había llegado, tratando de no perder un segundo y, a la vez, prevenir que entrataran al  interior o hicieran demasiadas preguntas.

Cortés salió y volvió a entrar casi a la carrera. Aquel sobre era una pista... probablemente sería algo vago y poco concreto pero si el asesino se comunicaba con la Policía implicaba muchas cosas.

Gutiérrez a su vez estaba gestionando los efectivos que acababan de llegar. Motivo por el cual Gustavo no entendió muy bien por qué le mandaba a él a revisar el patio trasero:

- Manda un patrulla... - voceó con prisas mientras caminaba de nuevo al interior de la vivienda. Con la caja de guantes bajo el brazo y ya ajustándose un par en sus propias manos. Las pinzas de las que Patricia le había hablado llegaron ávidas al lugar dónde le esperaba Montalbano con el sobre.

- Ven tu también, Patricia... - comentó. - No quiero cagarla manipulando más de la cuenta.

Con suma cautela... algo torpe por no estar del todo familiarizado con la recogida de pruebas abrió el sobre para poder ver qué contenía.

-Ya voy... un minuto nomás... -Patricia estaba haciendo acopio de todo el valor que podía reunir para abstraerse de los lazos que la unían a la última víctima, intentando analizar el cuadro completo, sin que se le pasara nada. Fue así que, al ver la escabechina por enésima vez, se preguntó como era que no detectaba el "negativo". Es decir, si el asesino no se había molestado en limpiar la escena y la sangre había llegado tan lejos... como es que no quedaban zonas con huellas, o vacías de aquel fluido? Cómo es que no lograba ver el accionar del asesino por los blancos en el salón?

Y la sangre... Pobre Robledo, él sí que estaba vivo cuando le había practicado la disección. Sin poder imaginar el suplicio que debería haber sido aquello para su jefe, la detective intentó recordar sobre sus conocimientos en sedantes o venenos paralizadores.

-Tendremos que hacer urgente un análisis de sangre, antes que cualquier rastro de lo que sea que le hayan dado al jefe para que se quedara quieto mientras... mientras... -la voz se le quebró. Tuvo que respirar hondo antes de continuar.

-Ya saben... Porque estaba vivo mientras... ya saben...

Bajando la mirada y con cuidado de no alterar pruebas, se acercó hasta sus compañeros y tomó un par de guantes a su vez. Tal vez el sobre les diera más información sobre el demente que estaba detrás de todas esas muertes.

Mientras Gustavo entraba en la casa Gutierrez hablaba con la central:

—Aquí Central. Han solicitado a las patrullas de la zona que busquen un coche y acudan a Estrecho de Corea. ¿Qué sucede? Cambio.

El viejo policía lanzó un suspiro mientras se preparaba para contestar¹.

Patricia revisaba con calma el escenario. Los negativos. La parte que falta. Lo que delata al asesino. Había una zona con menos sangre. Sólo una. Había sido una persona la que había cometido aquella atrocidad, pero Robledo no estaba atado. Revisó las paredes de nuevo. Una persona no demasiado corpulenta. ¿Cómo había salido de allí empapada de sangre? Habría llamado la atención sin duda. Tenía que llevar algo para cubrirse. ¿Un chubasquero? ¿Una bata? ¿Un mono? Algo así. Efectivamente. Una marca en el suelo le llamó la atención. Había una manta manchada de sangre en uno de los sofás pero la sangre no había llegado hasta allí de forma tan marcada. La manta tampoco podría haber cubierto a una persona completamente mientras hacía su labor. ¡Una mochila! ¡Había estado cubriendo probablemente la mochila en la el asesino se habría llevado la ropa con la que se hubiera cubierto con su trabajo! No era gran cosa pero tenían algo más: alguien con una mochila había salido en algún momento de aquella casa. Una mochila que probablemente se humedecería rápido. O se deshizo de ella pronto o tuvo que ir en algún vehículo, pero llevarla muy lejos habría llamado la atención².

Intentaba pensar en venenos o drogas para inmovilizar totalmente a Robledo. ¿Morfina? No, habría algún tipo de lucha. No era su especialidad y habría que esperar a ver que decía el forense³.

En el interior de la casa los detectives se preparaban para examinar el sobre. Cualquiera que lo viera desde fuera pensaría que se trataba de un explosivo. ¿Y acaso esa pregunta no pasó por la cabeza de alguno mientras Gustavo lo abría con máximo cuidado, con los guantes, mientras Patricia monitorizaba todo el proceso para que ninguna prueba existente en el mismo se perdiese?

En el interior había una carta escrita en papel verjurado. La elección de aquel tipo de papel era, cuanto menos, curiosa. Era un papel de una marca común pero extrañamente elegante, como si se tratase de una carta de otros tiempos, que buscase la validación en su presentación. Estaba escrita a mano con una letra elegante, casi anticuada, a tinta, de grandes y ampulosos trazos.

Nada de lo que les pueda contar en estos momentos les resultará comprensible. No busco ninguna expiación ni esto es el absurdo juego de un psicópata con las fuerzas de la ley.

Sus víctimas no son sino sus carceleros, pero ustedes todavía no pueden ver más allá de la Mentira. Yo he elegido mi destino y mi carga, pero ustedes ahora son libres. Su comisario era uno de ellos.

Si no consigo completar mi objetivo, si llegan a mí antes de que pueda terminar lo comenzado, deben saberlo. Busquen información sobre la Orden de Babel. Busquen la información sobre los Cancerberos. Unan los puntos. Abran los ojos. Dejen caer la venda. Sólo espero que lean esta nota antes de que ellos la hagan desaparecer.

No les culpo por creerme loco. Ellos han disfrazado de locura la Verdad.

Gutierrez se quedó mirando la pequeña radio, pensando qué cojones decirles para evitar que terminasen presentándose allí hasta que subinspector jefe y las cámaras de todos los telediarios del país.

Mentalmente se cagó en Montalbano por no hacerle caso y lanzar un aviso por radio, llamando a todos los refuerzos posibles.

- Central, tememos que el sospechoso pueda escuchar la frecuencia policial, solicito que el agente al mando se ponga en contacto en mi número privado.

Sabía que alguna vez se había realizado algún procedimiento similar aunque dependía de las ganas de seguir el procedimiento al pie de la letra que tuviera el operador al otro lado de la frecuencia.

Tampoco reforzó la petición de buscar el Laguna, no creía que aquel puto salvaje estuviera ya por los alrededores y al final solo conseguiría llamar más la atención y malgastar recursos.

—La Orden de Babel— susurró Guillermo al escuchar las palabras de Cortés quién les leyó las palabras de la carta.

—Definitivamente hemos dado con un perturbado. ¿Psicópata? ¿Sociopata? Esta claro que se cree de alguna forma el "elegido" para "liberarnos", quizá a toda la sociedad, de lo que él ve como "demonios"... bueno, ¿cual es la palabra que utilizó? "carceleros"— paseó lejos de las manchas de sangre mientras intentaba evocar algo en su mente. El choque de ver a su compañero, jefe y amigo en ese estado le había dejado atolondrado, pero Montalbano seguía intentando recuperar la serenidad y centrarse en el caso.

—Pero bueno, Cortés, usted sabe mejor que yo analizar el comportamiento de estos tipos. Yo... tengo algo en la punta de la lengua. La Orden de Babel. ¡Ah coño! ¡Claro! La Orden de Babel aparecía citada en España Hereje, el libro este de Bernabé Albaneda. Donde encontré la descripción de este tipo de asesinato[1]— rebuscó rápidamente entre sus notas hasta que dió con la referencia que buscaba —Aquí está, en el libro afirmaban que el ritual se llamaba "la rotura del cordón" y que se encontró en un viejo libro que pertenecía a La Orden de Babel. Pero no encontré más referencias a esa orden, al menos no aquel día, tampoco le dí mayor importancia.

—De acuerdo. Procedemos por otra vía.

Mientras Gutierrez entraba en la casa se preguntaba cuanto tardarían en llamarlo por teléfono. Probablemente nada. Pero había ganado unos minutos.

Desde que se habían topado con el asesinato de la astróloga, Patricia sabía que el autor de aquellos crímenes estaba loco. Tenía que estarlo para comenter semejantes atrocidades y seguir por la vida como si tal cosa. Pero leer la declaración del asesino, tener una prueba tangible de que el tipo era un psicópata, la llenó de una inmensa frustración. En el fondo, muy en el fondo, la detective tenía la esperanza de que el móvil fuera algo más mundano: dinero, despecho, poder. Algo tangible, predecible, capaz de ser seguido una vez descifrado el patrón. Pero la locura...

-Estamos fregados. ¿Como carajos vamos a atrapar a un loco de mierda? -estaba muy, muy frustrada para dejar salir todo aquello, ella que, por lo general, solía ver el vaso medio lleno.

-Maldita orden de Babel, sea la mierda que sea eso... ¿Por qué se tuvo que meter con Robledo? -resopló con fuerza, apretó los puños, miró al cielorraso. Tres segundos más tarde, su cabeza volvía a estar en su lugar.

-Voy a dar una vuelta por el vecindario, antes de que se ponga el sol. Seguramente el asesino haya puesto bastante distancia entre él y nosotros, pero no hace tanto que acabo con la vida del jefe. La pista aún está caliente y si dejó algo por el camino, tal vez logre encontrarlo. Si se les ocurre algo más, avisen por whatsapp.

Monteros abandonó la sala por donde había entrado. Al salir a la calle, le contó su idea a Gutiérrez.

-Te apuntas? o te quedas a esperar a la científica?

Guillermo arqueo las cejas y movió la cabeza. Esto estaba tomando un cariz cada vez más oscuro. Empezó a pensar seriamente si la integridad de su equipo y de él mismo estaría en juego. Pero como un buen policía pensó que solo la solución del caso podría traerle tranquilidad. 

—Empezaré a comprobar la casa para ver si nos ha dejado algo más de lo que tirar. 

Y con esto se dirigió a la parte superior para peinar con tranquilidad habitación por habitación. 

- Muchacho, avisa a uno de los inspectores si llegan los de la científica. - dijo al miembro de la patrulla que estaba acordonando la zona cuando Monteros le sugirió peinar la zona. - Que no entre nadie sin que lo aprueben uno de los que estamos aquí.

Le gustaría quedarse allí, revisar uno por uno quién entraba o salía, qué posibles pruebas se llevaban... y acompañar el cuerpo de Robledo hasta el depósito, como le gustaría que hicieran con él en esa situación.

Pero, dejandose de mariconadas, lo mejor que podía hacer por su viejo amigo era encontrar al hijoputa que estaba haciendo todo eso.

- He mandado a uno de los uniformados a buscar cámaras. - respondió a su compañera, dándose cuenta de lo bien que estaban trabajando esos últimos días. - Pero cuantos más ojos mejor.

Echó un último vistazo a la casa del comisario y comenzó a andar.

- Cortés o Seoane son capaces de tratar mejor con los de blanco y central me tiene que llamar al móvil así que tampoco hago nada útil aquí.

Los investigaores se repartieron las tareas.

Ángel y Patricia salían a buscar cualquier rastro en los alrededores mientras Guillermo subía al segundo piso. Quería realizar unas comprobaciones siguiendo una corazonada.

Por su parte Gustavo y Aldara seguían revisando la escena principal y, sobre todo, controlando la posible llegada de más agentes.

No tenía sentido atacar al comisario en jefe que llevaba la investigación. No al menos por ser el comisario. ¿Qué ganaba con eso el asesino? Librarse de los investigadores no podía ser el objetivo. Esto sólo azuzaría muchísimo más a las fuerzas del orden. Además: si lo que quería era resolver el problema ¿para qué aplicar el mismo ritual? Incluso el más demente de los asesinos se tenía que guiar por una visión distorsionada de la realidad. Robledo no había sido asesinado por ser el comisario. Robledo tenía que ser necesariamente otra víctima de la lista.

Mientras abría cajones y rebuscaba por los armarios de Robledo el agente no dejaba de darle vueltas a todas esas ideas. ¿Qué tenía en común Robledo con los anteriores? ¿Por qué él? Si era parte de una venganza, una conjura, algún tipo de sistema: ¿por qué Robledo no había visto la conexión entre las víctimas? ¿Por qué no había sospechado nada? Demasiadas preguntas, nada encajaba.

Y entonces Guillermo se paró en medio de la habitación de Robledo.

¿Qué tenía Robledo en común con Adelaida o Marina?

Fotos o recuerdos. ¿Qué sabían de Robledo? Había estado casado, se había divorciado. Lo típico en el cuerpo policial. Pero ¿cuales eran sus amigos? ¿y sus hobbies? Guillermo recorrió de nuevo las estancias. No había nada que hiciera referencia a ningún hobby, ningún recuerdo de un viaje, ninguna foto de amigos o parientes. Nada. Esa misma sensación de decorado impostado que ya había tenido en la casa de Adelaida caía ahora sobre Guillermo con toda su fuerza. Siguiendo esa misma intuición fue hasta la cocina. Nevera vacía, nada en las despensas. Todo limpio. No había basura.

El viejo policía se apoyó en la mesa. Algo no iba bien en la vida de esa gente. No era normal. ¿Qué estaba pasando? Él conocía a Robledo. Había trabajado para él los últimos tres años. Pero realmente ¿lo conocía? ¿habían tomado algo alguna vez? ¿sabía de quién era amigo? ¿a qué dedicaba su tiempo libre? ¿Qué sabía la gente de Adelaida? Nada más allá de su trabajo.

Es como si aquella gente sólo existiese cuando los demás los estaban mirando.

Patricia y Ángel recorrían el camino cercano a la casa. Buscaban algo: cualquier pista que hubiera podido quedar por el camino. Era una oportunidad de encontrar un punto caliente. Patricia iba especialmente atenta a la acera. Buscaba algo muy concreto: salpicaduras de sangre. Las que podrían haberse producido por la filtración de la misma dentro de una mochila. Y de pronto se detuvo junto a una de las casas. ¡Una mancha! Pequeña, imperceptible si no fuera porque ella sabía lo que buscaba y donde lo buscaba¹. Y la había encontrado antes de que el propio tiempo contaminase aquella escena. Se detuvo y la marcó.

Siguió avanzando mientras a Ángel le sonaba el móvil. Era de la Central:

- ¿Qué puñetas está pasando Gutierrez? - era la voz de la coordinadora central - ¿Me puede decir por qué han movilizado a los agentes de esa zona y ahora me dicen que las líneas están comprometidas? ¿Qué ha pasado en casa de Robledo?

Mientras pensaba en que contestar vio como Patricia dejaba otro marcador. Una nueva pauta de sangre. Y un contenedor cercano. Lo abrió. No esperaba tener tanta suerte pero allí estaba. Una mochila nike negra grande, como las que se usaban para la ropa de los gimnasios, llena y evidentemente empapada de sangre. El asesino había tenido prisa por deshacerse de ella, lo cual evidenciaba que ese recorrido lo había hecho andando. ¿Y luego? ¿Qué habría hecho luego?

Un sudor frío recorrió la espalda del viejo sabueso. La idea que empezaba a formarse en la cabeza no le gustaba nada. Si Robledo tenía alguna relación directa con las otras víctimas, si esas víctimas estaban de alguna forma conchabadas en una conjura que involucraba pasaportes, identidades falsas... ¿espionaje?

Los huesos dolieron en todas partes. El gasto de todas las junturas pesó horrores. Pero necesitaba recuperarse y enfrentar el caso sin importar las consecuencias. Necesitaba un cigarrillo. 

Fue hacia el salón, necesitaba que alguno de sus compañeros confirmaran esto. Asaltó al primero que encontró y trato de que le acompañase. 

En el salón estaban Gustavo y Aldara revisando la escena. Vieron como Guillermo salía casi pálido de la cocina. Lo habían visto bajar con gesto preocupado, atravesar el salón sumido en sus pensamientos y revisar los muebles de la cocina y la nevera, pero no podían entender que había visto que lo hubiera perturbado de tal manera después de la atrocidad que tenían encima de la alfombra.

Gustavo respiraba con dificultad. Todo se le amontonaba y la acumulación de cansancio parecía que iban a provocar un colapso en la mente del agente. La Orden de Babel... los Carceleros... Can Cerberos... Toda aquella perorata que le había estado martilleando la cabeza a lo largo de los seiscientos kilómetros que separaban Galicia de Madrid ahora se hacía presente con el cuerpo del Comisario abierto en canal en el salón de su propia casa. La Mentira... la Realidad... la venda...

¿Cómo podían coincidir aquellas claves con la conversación que había tenido con Isolino? ¿Acaso sabía este realmente de lo que hablaba? Según parece no eran bravatas o simples locuras de la mente enferma de aquel pobre diablo... eran REALES. Así, con mayúsculas. 

- Aldara... - masculló con la voz que apenas le llegaba al cuello de la camisa. - ¿Estás viendo lo mismo que yo?

Gustavo aún sostenía la nota entre sus dedos enfundados en guantes de latex. La movía con sumo cuidado... como si el hecho de tocarla fuera constitutivo de que pudiera desintegrarse en el aire. La propia nota lo decía... "ellos" la harían desaparecer. ¿Quienes...? El agente la depositó en la palma de su mano y extrajo el movil. Si realmente había una conspiración... Si en verdad aquello no era la obra de un psicópata, efectivamente la nota "se perdería" de camino a los laboratorios de la científica. Extrajo el movil y tomó varias fotos... Al instante la volvió a dejar en la mesilla en la que la había encontrado y se envió las imágenes tomadas por correo electrónico a sí mismo. 

Pasó el dorso de la mano por su frente y la encontró húmeda y febril. Estaba paranóico... ¿lo estaba? Aún con el móvil en la mano se levantó de un salto y se dirigió a la parte trasera de la casa. Al lugar por el que había entrado. Necesitaba salir de aquella estancia que abotargaba los sentidos con el olor a sangre. Tembloroso comenzó a marcar. Tenía que contactar con el sanatorio... tenía que volver a hablar con Isolino.

Gutierrez alzó un dedo tras descolgar el móvil para que Monteros no hiciese ruido al ver que eran de la Central.

- Robledo está muerto. - dijo sin más miramientos, no tenía el ánimo para eufemismos y Consuelo, la coordinadora, había pasado su tiempo en las calles y seguramente agradecería la rapidez en la situación. - Tiene que ver con el caso que llevamos y eso quiere decir que alguien ha filtrado algo o esos malnacidos pueden escuchar las comunicaciones.

Optó por callarse sus sopechas sobre un policía involucrado ya que eso solo conllevaría que les quitasen el caso y no pensaba dejar que un cualquiera diera con el puto asesino de Robledo. Pensaba cargárselo él mismo.

- Cortés, Montalbano y Seoane están ahora en la escena y Monteros y yo revisando los alrededores. - chasqueó los dedos para llamar la atención de Monteros cuando localizó la mochila y movió los dedos en el aire para asegurarse de que llevaba los guantes puestos. - He puesto a los de la patrulla a acordonar y revisar la zona pero les he dicho que no entre nadie más. Sería adecuado que fuese Santos en persona quien viniese...

Mientras hablaba con Consuelo y Monteros se centraba en la mochila, él se colocó a su lado y repasó visualmente la zona, tratando de ver cuál sería la mejor ruta de salida desde allí o si veía alguna cámara cercana.

Repasaba cada paso que daba, había mirado las mismas rayas del suelo una y cien veces sin saber casi donde estaba, buscaba pistas si hacía falta inexistentes, y eso me tenía la cabeza mareada, tras unos minutos veía a Gustavo alterado, cruzar y caer rendido, relativamente claro.

- ¿Cómo dices?... tras eso me acerco para ver que es lo que lleva, a qué le echaba fotos, y por qué eso lo había puesto en un estado de alteración tal, tras estar segura de llegar a una conclusión como la de mi compañero salgo fuera junto con él.

—Está bien. Mandaremos a Santos pero... ¿Robledo? Joder... ¿qué ha pasado exactamente? Tengo que...

La linea quedo en silencio momentaneamente.

—Joder... Robledo... Está bien. Van las unidades para ahí. Estás al mando mientras tanto Gutierrez.