Partida Rol por web

La biblioteca se encontraba en total silencio, los dos guardias de las puertas hicieron una reverencia apenas ver a la reina acercarse y abrieron las puertas para dejarla pasar sin mediar palabra con ella. Marie se había quedado muy apenada por la noticia que le había dado a Helena pero sabía que no había sido su culpa y la reina no la acusaba de ave de mal agüero. 

Las llamas de la chimenea crepitaban casi alegremente, como si no hubiera otros problemas más graves allá afuera, como si todo estuviera en su sitio y lo estaría, si a Francis no le hubiera dado por ponerse en contra de ella antes de que su muerte llegara e iba a llegar. Apenas entrar, Helena podía ver uno de los libros del estando de la izquierda, aquel donde estaban los libros de religión, que casi estaba cayendo y dentro de él parecía haber un folio.

 Por fin a solas, era todo cuanto quería, esperaba y deseaba ... amaba a Guillaume, pero tanta información de golpe, la traición, la muerte de Terence, mi "no-embarazo" estaba derrotada.

 No quería llorar mas, no quería lamentarme así que haría algo para distraerme, cuando un libro llamó mi atención.

 Como si algo extraño, un magnetismo especial me dijera que debía buscar entre sus páginas, me encaminé hacia el, como si supiera que allí había respuestas.

Guillaume avanzaba a grandes trancos hacia la puerta principal del castillo, pero de camino a allí, se topó con un soldado alto y joven por lo que podía verse pero al que no podía verle el rostro. El hombre se detuvo al ver al nuevo consejero de la reina y lo saludó amablemente primero con un gesto de la cabeza y luego dirigiéndose a él.

-Lord Du Balzac, ¿necesitáis ayuda? Vengo de la capilla, casi está todo listo aunque no tenemos un sacerdote...

Se rascó la cabeza tras quitarse la cota de malla que iba bajo el casco, era joven aunque no tanto como lo parecía en un principio.

La situación distaba mucho de ser la que había soñado, Helena no parecía estar muy centrada y a mi mismo me costaba estarlo, habían algunos interrogantes, sobre todo el papel que había desempeñado mi aún esposa en todo esto y en que había ocurrido con ella, yo estaba haciendo un sacrificio muy grande por apartarla de mis pensamientos y Helena sólo pensaba en venganzas y en el daño que le habían echo, si yo actuara igual ya no estaría aquí, no sé, sentía que me estaba decepcionando, quizás las situaciones se habían prestado a ello.

De camino a la entrada uno de los soldados se dirigió a mi, lo saludé con un gesto y le pregunté - ¿Cómo os llamáis? – al menos saber con quien hablaba

- Gracias, estoy informado de lo del sacerdote, me gustaría saber quien está ahora mismo al mando de la guardia a falta de la llegada de Franciose Du Garbac – luego tendría que pensar en algo por lo del tema del sacerdote, aunque eso había quedado en manos de Helena

 -¡Oh, lo siento, milord, no me di cuenta de mi estupidez! Soldado, Bradford...

Ciertamente el acento del joven no era de por allí y su manera de cuadrarse daban toda la impresión de que sabía perfectamente quién era Guillaume. Lo sabía todo pues su padre había venido a Francia siendo muy joven y se había casado con su madre que ya entonces servía a la familia de la reina. El joven era hijo de Marie.

-Du Garbac vendrá, nunca se perdería esta oportunidad, aunque es un poco raro... Bueno, espero que no haya problemas.

Era amable y sincero, al menos en apariencia.

 Helena sacó el polvoso pliego y de inmediato pudo reconocer en ello la letra de Terence, sabía perfectamente cómo era porque durante mucho tiempo él mismo había escrito los discursos de Helena o algunos otros documentos que ella tenía que firmar. Descubrió allí una receta y en el medio del libro que era de medicina, la misma receta pero al final tenía una nota.

"Nota: Resfriado común. No se administre si no hay seguridad de esto. Mata al menos en quince días."

No era muy difícil entender que Terence había conseguido realizar aquella receta y la estaba administrando a alguien. Muy posiblemente a Francis y seguramente habría logrado llevar al cabo su misión, pues sólo faltaban dos o tres días para cumplir la quincena desde que Francis enfermó. Pero no fue todo lo que encontró, bajo la tapa del libro, hojeándolo, había otro pergamino, era una carta personal y sólo ella podía decidir si leerla o no.

- Tranquilo, soldado Bradford – le dije apretando ligeramente su hombro

- ¿Qué es un poco raro?  - Le pregunté por la frase que se había dejado a mitad

- Y… Dime quien está al mando ahora mismo de la guardia, necesito de alguien que me ponga al corriente de la situación – Tampoco me había respondido a eso, pero esta vez no se lo dije que forma tan directa para que no se sintiese como que había fallado de nuevo, pero era realmente lo que me interesaba.

 Bradford se rascó la cabeza pensativo un instante y apartó al lord del pasillo para poder decir lo que iba a decir sobre Du Garbac.

-En este momento los soldados tomamos las órdenes de Alastair, es un viejo gruñón, el antiguo capitán pero demasiado viejo para seguir al frente...

Un soldado pasó cerca de ambos, los miró, hizo una seña a modo de saludo y siguió su camino.

-Du Garbac, es una excelente hombre de armas. Fue adiestrado por los mejores en esas artes pero... Él, bueno... Gusta de otros muchachos y no se detiene para conseguirlos, milord...

Bradford sabía que aquello podía ser un problema si se le metía entre ceja y ceja un soldado que no quisiera nada con él, pues de buena mano sabía que había soldados a los que aquellas cosas les venían más que bien y mucho mejor si eran no sólo con un hombre rico y de la nobleza, sino capitán de los soldados del reino. 

- Aja – dije tomando nota mental de “Alastair”, luego iría a hablar con él

Pero si me había apartado era para contarme alguna especie de confidencia y es lo que hizo, siendo el Du Garbac el causante de sus inquietudes, y realmente maldije en pensamiento que no hubiese nada fácil, pero bueno, tenía claras las prioridades.

- Está bien, tendré en cuenta lo que dices, pero lamentablemente lo que más me preocupa ahora mismo es la seguridad del reino y fue el mismo Terence el que me lo recomendó

Esperé por si tenía algo más que añadir antes de ir a ver a Alastair

 Me quedé mirando el pergamino y releí una y otra vez la nota con la letra de Terence, no sabía si por el aturdimiento o que, mi cabeza funcionaba a muchísima velocidad, a tanta, que apenas podía entender nada.

 Sentía que las manos me temblaban, ¿que estaba sucediendo? intenté leer el otro pergamino para ver si encontraba solucion a todo lo que pasaba.

 -Me parece que será imposible que vea al viejo Alastair ahora mismo, milord. Fue hasta el pueblo porque uno de sus hijos está enfermo. Pero si queréis puedo acompañarle al lugar donde nos reunimos los soldados, están casi todos pues esperan por la ceremonia que se le hará a lord Terence.

- Oh… vaya – estaba por ponerme reír, nada de lo que quería hacer salía bien, estaba por desear algún mal a ver si así tampoco se cumplía.

Suspiré de forma sonora – Bien, acompañadme a ese lugar, a ser si me puedo informar – asentí con la cabeza al muchacho animándolo llevarme

 Bradford condujo a Guillaume por una puerta que lo llevó a angostos pasillos que parecían más bien un laberinto, seguramente si tuviera que volver solo por allí, no encontraría el camino de vuelta pero era para asegurar a los soldados y para que sólo los más cercanos supieran de aquel pasaje, la reina también lo conocía.

-Le agradarán los soldados, son muy leales... Los que no murieron, incluso heridos, están todos aquí.

La caminata se alargaba, no era de extrañarse y algunos pasillos después, se escuchaban murmullos.

-Algunos soldados, han recibidos noticias, milord. Yo también las recibí pero no puedo asegurar que sean verdad y tienen que ver con el rey, bueno, con ese hombre, Heinze y los árabes.

Buf, menuda de pasillos, traté de quedarme con la forma de volver aquí aunque me iba a costar, quizás no podría.

- Eso no lo pongo en duda, sólo por lo que han hecho se merecen mis felicitaciones – le aseguré

Parecía que llegábamos al lugar indicado cuando le dirigí de nuevo al muchacho – Está bien, a ver si sacamos algo en claro de esto y nos preparamos al menos hasta mañana cuando venga Du Garbac – seguí al soldado hasta el final del trayecto

 Finalmente Helena decidió leer aquel pliego que tenía ante ella y que rezaba así:

"A los trece días del año de nuestro señor número quince

-Hace tiempo que lo que siento es imposible de ocultar, si alguna vez esta carta cae en manos de alguien, por favor entradla al amor de mi vida: La reina Helena III de Francia- 

Mi corazón te pertenece y también mi cuerpo, porque encontré en vos el refugio que no encontré en nadie. No, nadie puede señalaros por mis faltas, reina mía y del intento de asesinato para con el rey pero es que a tiempo me he enterado de las pretensiones de Francis, por desgracia no sabía quiénes eran sus aliados o habría empezado antes con el veneno y claro, terminado antes. No podía deciros nada porque seguro habrías creído que era un ser ruin y perverso pero es que él planeaba matarte. No confiéis en la iglesia, el obispo está de su lado, así que buscad al cardenal en Italia y pedid una audiencia en Roma. Casaros con el amor de vuestra vida y cuidad bien del pequeño. Ya no importa si esta carta cayera en manos enemigas pues estaré muerto si la estáis leyendo y sólo yo podía pagar por los pecados cometidos.

No os fiéis de la mujer árabe, es mucho más peligrosa de lo que su esposo podría aceptar nunca. Sé de buena fuente que aunque no vino aquí con la intención de lastimaros, al final, fue obligada a actuar aquella noche por celos. Leila sabe de esa mujer, Zafira, le compró algo con dinero de Francis. Andaros con cuidado si vuelve, puede que me equivoque pero por las dudas, no permitáis que se os acerque mucho. Ni a vos, ni a mi hijo.

Os amo, mi señora y lo haré por toda la eternidad.

Terence De Bergerd"

 Finalmente llegaron a donde estaban los soldados, debían ser unos cincuenta, los leales de Helena y casi todos llevaban las caras cubiertas pero se pusieron de pie apenas había entrado el nuevo consejero de la reina. A modo de saludo se deshicieron de sus cotas y le brindaron un espacio a Guillaume, Bradford se sentó cerca de él mientras le tendía un tarro con aguamiel.

-Él es Fran, él Gaules, él Henry y el de más atrás Craig. No os los presentaré a todos o no terminaré hoy.

El joven sonrió y bebió del aguamiel, había rostros de preocupación y nadie se atrevía a preguntar pero pronto, uno de los más jóvenes se olvidó de todo protocolo y directamente sin dejar de mirar a Guillaume, le preguntó:

-¿Qué le trae por aquí, lord Guillaume?
-Ah, él es Guine-dijo Bradford sin amedrentarse por la cara de Guine.

Entré en la sala y eché un vistazo a los soldados, con el semblante serio ejerciendo un poco de líder, los conté un poco por encima, no eran muchos, realmente eran muy pocos, pero estos pensamientos los oculté perfectamente.

- Está bien – le dije a Bradford con una apenas imperceptible sonrisa por lo de presentarme a todos.

Tomé la jarra de hidromiel y le di un buen trago, no me senté me quedé allí en medio, miré curioso al joven que se acercó a hablarme de forma algo impetuosa y también le sonreí de forma casi imperceptible, pero no le respondí, quería hacer una entrada para hacerme un poco más de respetar.

- Caballeros, primero agradeceros vuestra valentía en nombre de la reina y mío por la defensa que han hecho de este castillo, está muy orgullosa de cada uno de vosotros – me atreví a decir eso en su nombre, yo había sido soldado y sabía que unas palabra así levantaban al ánimo.

- No va a ser fácil y hasta que Francis y Heinze hayan sido apresados habrá cierta incertidumbre, la reina me ha expresado su deseo de que Francis sea apresado con vida y como es lógico ella misma dictará sentencia

Di unos cuantos pasos más por la sala con las manos en la espalda – Ahora quiero reunirme con los tres más veteranos y… - di media vuelta para mirar a Bradford – Bradford tu vendrás también a la reunión y… Guine “el atrevido” tú también – esperaba escuchar algunas risas de los hombres por el apodo que le acababa de poner, pero pensé que podía aportar un punto de vista distinto al de los veteranos, al igual que Bradford

- ¿Hay un lugar cercano en el que podamos hablar con tranquilidad? – Tampoco consideré apropiado hablar con todos a la vez, se podía convertir en una discusión sin fin y no me apetecía terminar como en un mercado.

 Todos se miraron los unos a otros, al menos el consejero tenía valor y era lo que se decían sin palabras mirándose los unos a los otros y no estaba mal. Tendrían a quién recurrir si Garbac se quería pasar de listo. Tres hombres dieron un paso hacia adelante y el mayor de ellos le indicó una puerta al final, justo pasando por entre el resto de soldados.