La elfa hizo una reverencia a la pitonisa del débil. -No ha sido nada, creo los ha espantado en su totalidad Rhylen...- -O su peste a vinagre... o lo que el llama vino...- decía la elfa con una sonrisita ante sus sagaces pensamientos, segundos después se sintió mal por pensar aquello del senil guerrero que tan cerca había estado de la muerte en pos de proteger al grupo de jóvenes. La misión se había vuelto un peligro, pero parecía que esto había hecho sacar las mejores habilidades de la elfa, antes de entrar tenía dudas de sus capacidades, ahora había demostrado ser un portento con el arco. Ni ella misma se había imaginado ser tan buena.

Sea como fuere la elfa se puso a mirar por si veía algo fuera de lo común, resultaba extraño encontrar una sala vacía y libre de enemigos. Casi parecía demasiado fácil y hasta ahora nada había sido fácil. -Quizás deberías rezar a tu dios... Quizás sepa si esta sala entraña peligros...- dijo a la pitonisa. Bien sabido era que Alétheia poseía el don de la adivinación, cuando entraba en comunión con su dios podía ver el futuro y preveer peligros. Quizás no los viese tan nítidos como desearían, pero incluso aquellos vagos recuerdos borrosos eran una gran ventaja sobre cualquier enemigo.

Buena idea Hostawen... - Contestó Sigmund en referencia a que Alétheia rezase a su Dios. Como el joven no miró a la elfa a la cara quedó en el aire si lo decía con sarcasmo o era realmente lo que el muchacho sentía.

Avanzaremos el señor Carsson y yo...y si todo está bien al otro lado, podréis pasar vosotras. - Dijo mirando al guerrero cuando éste se colocó a su lado. No me da buena espina todo ésto, pero si allí adelante está el fin a este calvario... - Dejó las palabras en el aire.

Una señal con la cabeza fue suficiente como para que ambos guerreros comenzasen a andar a través del estrecho puente con la mirada puesta en las dos estatuas sonrientes del fondo. No me gusta...no me gusta...

En efecto, Hostawen tenía razón, todo el trayecto hasta llegar a esa sala había sido una sucesión de desafios a cada cual más peligroso. No tenía mucho sentido que la sala más importante, donde debía hallarse la Llama Eterna, se encontrase desprotegida. La confirmación de que algo no funcionaba bien llegó cuando las losas que estaban en mitad del puente se hundieron levemente bajo el paso de los dos compañeros. Fue tan sólo una pulgada pero era algo más que suficiente como para que Sigmund mirase a Rhylen buscando en él una respuesta.

La respuesta llegó desde el frente: las dos estatuas se movieron hacia el frente mediante unas ruedas ocultas que tenían bajo su pedestal. Su velocidad unida a su peso las convertían en una peligrosa trampa en caso de que embistiesen a cualquiera en el puente, ya que un traspié podría hacer que cualquiera diese con sus huesos en el fondo de la sima.

Colocados todos frente al puente de la nueva sala, Sigmund parecía querer tomar la iniciativa a la hora de cruzar. Quizá el joven guerrero quisiera borrar el bochornoso espectáculo de antes mostrando algo de valor ahora, espectáculo que ninguno de sus compañeros le echó en cara conocedores de que simplemente se trataba de un desafortunado conjuro.

No obstante el tono de voz de Sigmund mostraba cierta inseguridad. Al instante Rhylen se dio cuenta de ello y se colocó junto al joven muchacho para mostrarle su apoyo. – Cruzaremos juntos, chico…, comentó mostrando confianza.

Fueron escasos pasos los que ambos guerreros dieron cuando de pronto un mecanismo se activó. – Maldita sea…

De pronto las dos estatuas de final del puente comenzaron a avanzar a gran velocidad hacia ellos. Todo sucedió tan rápido que Rhylen no tuvo tiempo de reaccionar, recibiendo un duro golpe de la estatua de piedra que le hizo saltar varios metros hacia atrás cayendo de espaldas al suelo de nuevo en el punto de partida.

-¡JODER, QUE GOLPE! ME CAGO EN LA PUTA…, exclamó enfurecido. – Vereís ahora…, dijo incorporándose de nuevo y con serias intenciones de hacer un nuevo intento… 

El encontronazo con la estatua dejó a Sigmund un tanto conmocionado pero con el suficiente resuello como para ser consciente de que había estado cerca de caer al pozo sin fondo. La estatua se detuvo frente a él y tras un par de segundos volvió hacia atrás con la misma rapidez con la que había llegado. 

¡Bien! ¡Vamos señor Cars...! - Exclamó buscando al veterano guerrero que le acompañaba, sin embargo hubo de detenerse cuando vio cómo este salía despedido hacia atrás acompañado por la estatua. El joven no podía perder la oportunidad de cruzar al otro lado por lo que decidió seguir a la estatua que le había golpeado tan pronto ésta inició su repliegue. Sigmund sacudió la cabeza con fuerza para obligarse a recuperar el norte y tras ello corrió todo lo rápido que pudo hacia el otro lado en donde se hizo a un lado para evitar que la estatua volviese a llevárselo por delante.

- Sí, será lo mejor...- No pudo terminar la frase cuando los gallitos tomaron la iniciativa en vez de dejar a la Pitonisa leer la palma de la mano, lanzar las tabas o al menos echarse una siestecita reveladora.

Alé se asustó al ver cómo las estatuas se lanzaban contra los impetuosos guerreros y cerró los ojos ante el inminente choque. El ruido de armadura estampándose contra el suelo fue ensordecedor. Cuando abrió los ojos, como si ya se lo hubiera imaginado o visionado, pudo ver al Sr. Carsson en el suelo.

- ¿Esta usted bien Sr. Carsson?- Le dijo tendiéndole el brazo mientras veía cómo el joven y atlético Sigmund, al que ya había visto correr raudo como un conejo, llegaba al otro lado. Lanzó una suspicaz mirada a Hostawen  mientras musitaba - Hombres...- Ahora que ya sabían la trampa no sería demasiado difícil superarla aunque la acólita del Débil no tenía todas consigo. El Viejo tenía un peculiar humor y quizá quisiera divertirse viendo cómo Alé se precipitaba al vacío.- Voy a activarla de nuevo a ver si puedo subirme a ella.- La Pitonisa se ausentó de la habitación como si nada y pronto se escucharon gemidos de esfuerzo mientras traía en brazos una pesada losa de piedra. Rauda llegó Hostawen, más lista que los compañeros del género masculino, a ayudarla.- Gracias guapa.

- Mmmpppfff, uuurrrgggaaa,rrrrmmmpppfff, uuuuaaaaaaaa.

¡PUM!

La estatua del carril por donde había ido el Sr Carsson se puso en movimiento arrasando la tapa del nicho, momento que aprovechó la oronda Pitonisa para agarrarse a la estatua con todas sus fuerzas y subirse a ella.

- ¡Ahora!

La estrategia de Alethéia dio el resultado esperado: al volver la estatua a su posición original con la pitonisa agarrada a ella, Hostawen y Rhylen la siguieron con paso raudo. Sigmund, que había visto toda aquella escena desde la relativa seguridad del otro lado, los aguardaba cruzado de brazos y mostrando una sonrisa en su cara que poco tenía que envidiar a la de las estatuas. Si el joven se reía fue únicamente porque sus compañeros no habían sufrido daño físico alguno, tan sólo puede que un poco de daño moral Rhylen al comprobar que las nuevas generaciones llegaban pisando fuerte y podían ser más resistentes que sus antecesores.

Bien, amigos… pues parece que aquí estamos. Quiero que sepan que, pase lo que pase al otro lado, ha sido un placer hacer este camino con ustedes. – Dijo sincerándose y tendiendo la mano a cada uno de ellos. Hecho esto, sujetó la gran puerta de latón por uno de los grandes y relucientes pomos y tiró hacia atrás con fuerza.

La elfa hablaba con la pitonisa algo distraída, cuando los bravucones del grupo decidieron avanzar sin contenerse más. Rhylen salió despedido ante el rápido embite de una de las estatuas. -Tenías que haber esperado...- dijo ayudándolo a levantarse, por su parte Sigmund parecía haberse salido con la suya. Alétheia parecía haber visto la solución y taz unos segundos volvió con un cadáver para cruzar la sala. -Buena idea.- dijo con una sonrisa la elfa, tras lo cual ayudó a la pitonisa a llevar el cuerpo, una vez cruzó la elfa imitó esta forma de cruzar. Cogió un cadáver, lo arrastró , lo depositó en la trampa y se subió a la estatua como si nada. Con una sonrisa llegó hasta Sigmund y Aletheia.

Sonrió ante las palabras de Sigmund y, entonces sí, Alé elevó una pequeña plegaria al Débil, sólo para darle un último impulso  a su misión. Así, bajo la poderosa protección del Débil, La Pitonisa estaba preparada para enfrentarse a lo que fuera.

Las amplias puertas de latón se abrieron con mayor facilidad de la esperada. Las bisagras, pese a no haber sido engrasadas desde su instalación doscientos años atrás, no hicieron el menor ruido de protesta. Frente a los compañeros se reveló una amplia cámara, mayor que todas las que habían visto con anterioridad. Al contrario que en el resto de la cripta la sala estaba iluminada con una luz mortecina de un color pálido dorado proveniente de una antorcha adosada a la pared del fondo.

La cámara contaba con numerosos pilares tan altos como lo eran los lejanos techos abovedados que había sobre sus cabezas. Estos flanqueaban un espacio amplio que conducía hacia un gran sarcófago de piedra. Justo al lado de éste sarcófago yacía un cuerpo femenino con la ropa hecha jirones. Desde la lejanía daba la sensación de estar dormida o inconsciente ya que si uno se fijaba con detenimiento se distinguía el subir y bajar de su pecho debido a la respiración.

Cuando Sigmund dio el primer paso en el interior de la habitación una risa seca y carente de alegría resonó por toda la sala. A continuación, su voz malvada, tan callada durante siglos, volvió a resonar.

Entonces, los héroes de Kassen han venido a luchar contra mí de nuevo ¿verdad? Sois sólo cuatro pero seréis perfectamente válidos para uniros a mi ejército de muertos vivientes con el que conquistaré todas las tierras que me pertenecen. Venid… venid a conocer vuestro destino ingenuos.  Os mostraré que YO, ¡ASSAR! Soy el verdadero señor de estas tierras. – Dicho esto, un esqueleto vestido con una cota de mallas pulida apareció desde uno de los laterales de la sala. Blandía un espadón de grandes esqueléticas manos haciendo que oscilase de un lado a otro. En el interior de sus cuencas vacías latían llamas azuladas que iluminaban el camino que tenía frente a él.

Ahí estaba. Por fín su enemigo se revelaba. La Pitonisa dejó escapar el aire de sus pulmones aliviada porque no hubiera sido su padre el que profería aquella risa que se le metía en lo más profundo de su mente.

- Hosta, toma las piedras que hay en el bolsillo derecho de mi mochila. El poder del Débil está en todos nosotros.¡Usalas!

Tras susurrarle esas palabras a la exploradora elfa, Alé bramó de ira, dirigiéndose al tal ASSAR.

- ¡Ven por nosotros Assar ,si te atreves! ¡El Débil nos protege y con su poder te devolveremos al lugar del que nunca debiste haber salido!

TURNO 1

No hizo falta orden alguna para que los no-muertos que se habían levantado de los sarcófagos más pequeños iniciasen la carrera hacia los cuatro compañeros que los esperaban en la parte superior de las escaleras. Los cadávares portaban en sus manos las mismas espadas oxidadas que llevasen los que habían encontrado en los niveles superiores. Sus movimientos rápidos les valieron para situarse frente a Rhylen y Sigmund antes de que éstos tuviesen la menor opción para reaccionar. 

Sigmund volvió a mostrar que se encontraba en forma y que no estaba dispuesto a sufrir la misma deshonra que había mostrado en la habitación de la fuente tenebrosa. El joven levantó la pierna y la roñosa espada pasó por debajo sin rozar siquiera sus pantalones.

Rhylen no tuvo la misma suerte. El esqueleto que se dirigió hacia él optó por lanzar una estocada en profundidad dirigida al vientre del guerrero. Aunque la armadura impidió que la hoja oxidada penetrase más, ésta entró casi un palmo entre las entrañas del anciano haciendo que se encogiese de dolor. Sólo gracias al brebaje que se había tomado momentos atrás pudo resistir en pie el penetrante y agudo pinchazo que le recorrió la espina dorsal.

La elfa cogió las dos piedras del bolsillo de Alétheia. Las había visto su brillo, las había visto guardarlas en su vestido e incluso las veía brillar ahora. Rápidamente las cogió. -Las tomo prestadas.- le susurró a la pitonisa. Coger aquellas piedrecitas era agradable, eran cálidas, tenían unas extrañas marcas que le cogerían un brillo azul. La elfa se quedó mirando la sala, notaba una presencia maligna, casi no veía a los esqueletos que había en la sala, sólo tenía ojos para aquella maldad. Esperó a verla para lanzarle un guijarro. Y allí lo escuchó parloteando, su voz y risa resonaban por toda la sala antes de verle pisar el suelo, con su cota de mallas y un espadón en la mano. El guijarro voló hasta impactar en la frente de aquella criatura, desplazó su corona y pareció dolerle. -¡La tierra no os pertenece!- dijo la elfa en un tono autoritario.

¿ES DÉBIL? ¿ESA ESTÚPIDA Y DECRÉPITA DEIDAD A LA QUE TANTO ADORÁIS? - Preguntó con sorna, levantando la voz hasta hacer que un ligero polvo blanco se desprendiese del techo. ¡SI TANTO LO QUERÉIS...OS MOSTRARÉ EL CAMINO PARA UNÍOS A ÉL! – El campeón no-muerto inició su pesada carrera en dirección a un lateral de las escaleras mientras las anillas de su armadura avisaban de su cercanía tanto con su sonido como con los destellos que emitían al incidir la débil luz sobre ésta. De pronto, surgida de la nada, una piedra golpeó contra la cabeza del esqueleto haciendo que ésta se echase hacia atrás hasta adoptar por unos instantes una posición totalmente antinatural. Sin embargo aquello no fue suficiente como para detenerlo. Su risa maléfica continuaba creciendo con cada paso que daba hasta que por fin se detuvo para levantar sin esfuerzo alguno el enorme espadón buscando sentenciar a Sigmund, que era el más cercano a su posición.

Los tenían encima a pesar de que no eran más que un saco de huesos. Sintió las ágiles manos de Hosta rebuscando en los bolsillos de su mochila. Sonrió pues sabía que su puntería unido al poder de su deidad podrían causar estragos. Maza y escudo en mano Alé tiró de la cadena que portaba al cuello, apareciendo de entre sus generosos pechos el símbolo del Débil. Lo levantó en el aire e invocó el poder de aquel al que Assar conocería como el dios Flojeras. Le daba igual sus burlas pues su fe era inquebrantable y se lo iba a demostrar.

- ¡PROBARÉIS EN VUESTRAS PUTRIDAS CARNES EL PODER DEL DÉBIL!¡ALEJAOS O CONVERTIOS EN POLVO!- La voz de Alétheia se agravó al instante y una potente aura surgió tomando como centro la rama de madera con forma de mano artrítica que simbolizaba al patrón de Kassen. Cuando la onda expansiva alcanzó a los ajados esqueletos y éstos se convirtieron en polvo, como bien había profetizado la Pitonisa. Si hubieran tenido ojos en las cuencas vacías podrían haber visto la expresión de la más grande de las sorpresas en su mirada.

- ¿Ahora qué?- Señaló con un dedo acusador a Assar que había resistido el envite del Débil.

El joven Sigmund sopló hacia la nube de polvo blanquecino que se había materializado frente a ellos. La aparición de los esqueletos y su completa destrucción a manos del poder de la decrépita deidad fue todo uno. El muchacho, que ahora podía centrarse únicamente en su adversario más cercano sonrió con renovada confianza. Con aquellos compañeros no podía fallar.

Dejó caer las cadenas que tenía enrolladas alrededor de sus antebrazos hasta que ambos extremos tocaron el suelo. Tras ello y sin casi detenerse elevó el arma sobre su cabeza para hacerla girar y que ganase velocidad. Sabía que tenía una posición ventajosa con respecto a Assar por estar varios pies por encima de él, por lo que se aseguró de que la cadena alcanzaba la suficiente inercia como para descargar un golpe que hiciera historia. ¡Ahora muere! - Gritó el joven cuando se hubo convencido de que era el momento. Sin embargo, Assar, que no era un simple esqueleto como los que habían destruido con anterioridad, fue más rápido que él y de un mandoble desvió ambos extremos de la cadena haciendo que estos golpeasen el marco de bronce de la puerta, justo al lado de la cabeza de Hostawen. ¡Nooo!

Tras salvar el paso del puente con más sentido común que el que estaba dispuesto a aportar Rhylen, el grupo se dispuso a entrar en los aposentos donde presumiblemente se encontrarían los restos de Kassen, así como la llama eterna.

Rhylen sabía que tras esas enormes puertas encontrarían al culpable de todo el mal que les había estando acechando…¿cuantos días llevaban allí?¿Dos?¿Tres?...poco importaba lo vivido cuando tan cerca tenían la posibilidad de castigar y erradicar al ser que estuviese tras ello.

Consciente de la amenaza, el viejo guerrero ingirió un brebaje que al instante comenzó a hacer efecto. No tenía ni idea de que se trataba pero notaba como el líquido, según bajaba por su garganta, le otorgaba cierta vitalidad. ..incluso se sentía más joven.

Una vez dentro de la sala, la más grande de todas las visitadas hasta ahora, una voz siniestra tomó el protagonismo, señalándose como el gran culpable del mal que asolaba la cripta, y por tanto captando toda la atención del veterano guerrero. – Por fin te tengo delante, maldito…

Rhylen iba a lanzarse a la carrera contra él cuando varios esqueletos, salidos de la nada, comenzaron a rodear al grupo de aventureros. El viejo sufrió una fea herida dejándole presente que antes de llegar hasta ese tal Assar debía acabar con todas aquellas criaturas. Alzó su espada y cuando estaba preparado para replicar los ataques, las criaturas se convirtieron inexplicablemente en polvo. –¿ Magia Divina?¿Alé…?, pensaba, quitándole importancia pues en su mente solo había una única idea.

Dio unos pasos y por fin pudo ver al enemigo que tanto ansiaba aniquilar. – Otro montón de huesos…, pensaba aunque sin perder en detalle que se diferenciaba claramente del resto dándole un aspecto más perverso….y no sólo eso, pues este ser se comunicaba con ellos.

-¡BASTA YA! Me importa una mierda tus tierras y tu maldito ejercito de huesos. Hemos llegado hasta aquí convirtiéndolos a todos en polvo…y hoy…. ¡¡¡HOY SERÁ TU FINAL!!!!....¡¡¡¡MUEREEEEEE!!!, gritó mientras estrellaban ambos sus espadones. – NO HAY ESPERANZA PARA TI, MALDITO SER…, gruñía empujando el espadón contra él desde su posición elevada.