Partida Rol por web

Tras aceptar las veinticinco coronas, el grupo se marchó de nuevo hacia la lujosa posada donde habían sido hospedados por el magistrado de la ciudad. Una vez que el goblin de tres patas había sido "neutralizado", posiblemente sus días en aquel lujoso lugar darían a su fin y al menos Chester, deseaba aprovechar la última noche que le quedaba en una posada como aquella.

"Al Final del Viaje", seguía allí donde la habían dejado. Aquel sitio limpio, luminoso y cálido les esperaba con los brazos abiertos, unos brazos figurados, claro está, no es que el caos hubiera hecho que aquel edificio hubiera cobrado vida y le hubieran crecido extremidades, que poder podría, pero no era el caso. 

Sucios como ratas, de nuevo atravesaron la sala, llena de mesas bien plantadas y de color blanco como las paredes de madera.  Los comensales les miraron con prepotencia y para que negarlo, con cierto asco también, pues aquella gente a excepción quizás de la sacerdotisa, no pertenecían a su mundo de lujo y derroche. 

- Sean bienvenidos, agentes del magistrado Ritcher. - Les dijo casi empujándoles a las escaleras. - Pasen conmigo, pasen... - Sonrió de forma nerviosa. - Les prepararemos un baño, ¿si? Uno calentito. ¡Bien se lo merece!

Era evidente que los quería sacar del medio. Quizás estuvieran causando una mala imagen entre sus estirados clientes, acostumbrados a otro tipo de gente más pudiente económicamente y que no se dedicaba a explorar la zona más hedionda y sucia de toda la ciudad, las cloacas.

- ¿Les llevo a sus aposentos la cena? - Preguntó. - ¡Deben estar agotados! - Exclamó de forma teatral. - ¡Tenemos higadillos en su salsa, con brócoli y kartoffen! ¡Una delicatesen!

Regresar Al Final del Viaje y ser recibidos como lo somos hace que casi se me salten las lágrimas.

—¡Cómo voy a echar de menos este servicio tan magnífico! —comento con un sincero suspiro de nostalgia. No me habían tratado tan bien en ninguna parte—. Un baño sería maravilloso, sin duda; y la cena en la habitación, un auténtico sueño. Un gran mago como yo tiene muchas cosas que hacer. Si me pudieras traer también una tetera con agua caliente para prepararme una infusión...

Así pues, me dejo acompañar a mis aposentos. No sé cuánto tiempo pasará hasta que pueda disfrutar de nuevo de un sitio más confortable y seguro para realizar mis encantamientos y hay un par de elegantes guantes de cabritilla en los que quiero trabajar un poco.

El grupo se bañó y cenó en la habitación que tan amablemente les habían cedido. La cena fue deliciosa, carne de pato marinada con patatas y algunas verduras bien cocinadas. Nada que ver con lo que estaban acostumbrados sus paladares en posadas y tabernas de menos renombre. Acompañaron la comida con vino, todo hay que decir, que bastante más bueno que el que vendía su buen amigo el barquero Joseph Quartjin. Incluso tuvieron postre, una excelente tarta de manzana.

Cansados como estaban de todos el día husmeando por las cloacas, finalmente se quedaron dormidos, aunque el hecho de que Chester mantuviera la luz de un candil encendida toda la noche mientras trabajaba sin descanso en sus guantes de arcanista,  no ayudó a que pudiera conciliar el sueño. Fuera como fuera, llegó el alba y no, no se despertaron de inmediato, pues prisa por abandonar aquel lugar no tenían y para ese entonces Chester ya se había quedado dormido sobre la mesa y la vela se había apagado.

Un par de horas después se pusieron todos en pie. Se asearon un poco, se vistieron con ropa limpia, recogieron sus equipajes y bajaron al salón a desayunar. Con el estómago lleno pusieron rumbo a la zona sureste de la muralla, donde se encontraban las carpas del festival y donde el magistrado tenía la suya. Varios guardias custodiaban la entrada, pero al reconocerlos pidieron permiso al juez que se encontraba en el interior y les fue concedido.

El magistrado se encontraba sentado tras una mesa llena de papeles. Sujetaba una pluma con la mano y junto a él había un tintero. No estaba ocioso precisamente, pues parecía estar rellenando un sinfín de documentos legales, ya fueran sobre asuntos de la Schaffenfest o de cualquier otro asunto. No levantó la cabeza enseguida, lo hizo cuando acabó de escribir lo que estaba haciendo y para ese entonces ya habían pasado un par de minutos incómodos llenos de silencio.

De hecho, cuando Alder trató de hablar para saludar al magistrado, éste le interrumpió de manera muda y con la mano, para que callara. Lo que estaba haciendo, se ve que requería cierta concentración y no parecía querer que nadie interrumpiera lo que estaba haciendo. No al menos hasta llegar a un punto en el que pudiera dejar apartado el texto hasta que hubiera atendido a los recién llegados. 

- Buenos días. - Dijo al fin mirándolos sin demasiado interés. - ¿Cómo fue la captura? - Les preguntó. - No veo ningún goblin de tres patas con ustedes... - Frunció el ceño y acto seguido alzó una ceja.

—Buenos días, señoría. Lo cierto es que tenemos una noticia buena y otra no tan buena. La buena es que ese goblin de tres piernas al que nos encomendó capturar, ya no representa ninguna amenaza para la paz y la seguridad de Bögenhafen. La noticia menos buena es que el goblin está muerto y el responsable de su asesinato es un demonio del Caos conjurado en las alcantarillas de la ciudad para proteger cierta estancia.

»Ya imagino que no es la clase de noticia que uno espera recibir a estas horas de la mañana, así que tómese el tiempo que necesite para digerirla. Créame cuando le digo que para nosotros tampoco fue fácil creer lo que veían nuestros propios ojos y mucho menos escapar de allí de una pieza.

»Sea quien sea el culpable de semejante convocación demoníaca, es alguien mucho más peligroso para la ciudad que nuestro goblin devorado y probablemente que el propio demonio al que ha conjurado. Yo en su lugar, si me permite la impertinencia, prohibiría que nadie bajase a las alcantarillas hasta que este asunto se esclarezca; por el interés de todos los residentes de Bögenhafen.

Gunther sacó entonces el pañuelo con el monograma y se lo pasó al Juez - Este pañuelo estar en estancia de demonio, quiza ser de invocador, ningun fifi que pagar pañuelo así estar ahi por casualidad. - Gunther podía parecer idiota para algunas cosas, pero algo entendía acerca de la gente y sus estratos sociales, y era cierto que ningún buen negocio podía tener un ricachón en las alcantarillas, en una habitación del caos.

La sacerdotisa asintió a las palabras del mago del grupo, mientras ponía al corriente al magistrado sobre los acontecimientos que vivieron en las sucias cloacas.

- Eso es, magistrado. Estoy de acuerdo con Chester. Las alcantarillas son peligrosas y encontramos el cadáver de un enano. Además, en la iglesia de Sigmar nos indicaron que muchos sacerdotes habían desaparecido cuando bajaron a las cloacas. No me extrañaría que ese demonio o quién quiera que sea que lo ha invocado esté detrás de todo este asunto tan turbio... - Dijo sin despeinarse.

- Vaya... - Dijo aquel hombre pensativo. - No sabía que teníamos "muchos sacerdotes" en el templo. - Comentó con cierto sarcasmo. - Pero lo que dicen es preocupante de verdad. - Se encogió de hombros. - Supongo que debería enviar a la guardia a comprobarlo. ¿Podrían ustedes acompañarles? - Les solicitó el magistrado.

Palidezco al escuchar la petición del magistrado y todo en mi interior me urge a decirle rotundamente que de ninguna manera, antes de salir huyendo de esta ciudad de mala muerte. Sin embargo, me obligo a mantener la calma o al menos a fingir que lo hago.

—Claro, imagino que entre la guardia de Bögenhafen habrá unos cuantas paladines, un puñado de inquisidores de Sigmar y al menos dos o tres hechiceros competentes que puedan hacer frente a un demonio, ¿verdad? Les daremos indicaciones detalladas para que no se pierdan ahí abajo. Es una suerte que me agenciara un mapa antes de bajar a las cloacas —saco el arrugado pergamino y lo pongo sobre su escritorio—. Si me presta una pluma, estaré encantado de indicarles el lugar exacto donde lo vimos y así no estorbaremos a los profesionales.

Gunther meneó la cabeza al escuchar a Chester - Nosotros llevar hasta puerta de demonio, pero no entrar, Gunther no puede cortr cabezas de demonio aún.

- Le aseguro que lo que va a ver allí abajo, le va a impresionar. - Dijo el pícaro muy seguro de sus palabras. - Sin duda tiene una cédula del caos operando tras sus muros o más bien, bajo sus calles, con toda impunidad. Creo que mis compañeras más versados en este tipo de asuntos, dijeron que se trataba de un demonio guardián. - Miró a Gemme y a Chester. - ¿Me equivoco? - Les preguntó por tal de que avivasen la curiosidad del magistrado. - Lo que no acabo de entender es que, si era un demonio guardián, ¿qué estaba custodiando allí abajo?

Adso no dijo nada más que lo que vio que sus camaradas o compañeros decían, vio que Chester argumentó con gran sabiduría, no queriendo inmiscuirse otra vez en ir a esas cloacas pestilentes.

Adso esperó la respuesta del magistrado con una sonrisa de aprecio hacia sus camaradas. Y viendo que el grupo no quería entrometerse más en ese asunto... sobre todo, si no había dinero de por medio, o alguna otra cosa que los motivara afirmó con un gesto de cabeza.

El juez Ritcher no dudó en poner inmediatamente en conocimiento de la guardia lo que aquel variopinto grupo de investigdores decía haber descubierto. Aceptaron de inmediato acompañar a la guardia hasta la puerta de las alcantarillas que daba acceso a aquel "Templo del Caos". Aquello les proporcionaría cierta reputación y puede que hasta alguna recompensa extra. Incluso a Chester le pareció buena idea, pues protegido como estaba por la guardia... ¿Qué podía temer?

Alder a la cabeza de la expedición, fue guiando a la guardia de Bögenhaffen, un total de ocho hombres bien ertrechados y liderados por el capitán Lassange. Recordar el camino hasta aquel lugar no fue del todo sencillo. Al fin y al cabo, aquellos oscuros e intrincados túneles, iluminados únicamente por la temblorosa luz de las antorchas, eran lo más similar a un laberinto. No obstante, el recorrido no fue lo peor.

El nauseabundo olor que imperaba en la zona baja de la ciudad, provocó vómitos y mareos entre algunos de los guardias, no así entre los aventureros que de forma precavida habían adquirido aquellos máscaras con una mezcla de sustancias alquímicas, que disminuía los efectos del hediondo aroma a heces y otras excrecencias humanas y... no humanas.

Fuera como fuera, al fin llegaron hasta el lugar donde habían tenido aquel fugaz encuentro con el demonio guardían. De nuevo estaban ante aquella puerta de madera de buena calidad con remaches y refuerzos de metal, asegurada con gruesas bisagras de metal al marco y una cerradura de muy buena calidad, a tenor de lo visto por Alder y de su imposibilidad de abrirla de forma alguna en la vez anterior. Los sorprendente fue que pese a que Gunther había astillado la estructura de la puerta, rompiendo la madera y doblando los herrajes a base de golpe de martillo, de en ese momento estaba como nueva.

- ¿Es esta la puerta? - Preguntó el capitán. 

Aquel hombre de porte recia, que tapaba su boca y nariz con un pañuelo con tal de aminorar los fuertes olores que impregnaban el ambiente, esperó únicamente a un leve asentimiento por parte de Gemme, para ordenar a sus hombres, alguno más entero que otro, que forzaran la puerta. Habían dispuesto un ariete portátil y entre dos golpearon hasta en siete ocasiones contra la cerradura de la puerta, para que ésta cediera.

El propio Lassange abrió la puerta con suma cautela armado con un estoque en la diestra. La guardia le imitó esgrimiendo sus propias armas y relegando al grupo de investigadores a la retaguardia. La tensión se mascaba en el ambiente debido a la certeza de lo que podían hallar tras la puerta.

Y entonces...

- Aquí no hay... - Lassange miró a los aventureros. - ...no hay nada... - Advirtió.

Enseguida se apartó del marco de la puerta y de esa forma, todos pudieron comprobar como, en efecto, la sala estaba completamente vacía. No había duda, aquel era el lugar donde habían visto al demonio guardián, pero alguien se había encargado de vaciar la sala y de borrar el pentáculo del suelo. 

Gunther frunció el ceño ya al llegar a la puerta, y tocó la madera y los herrajes de la misma antes de ceder el lugar a los hombres de la guardia - Yo romper puerta antes, casi romper martillo rompiendo puerta - observó sin embargo los alrededores y tenía que admitir que el lugar se veía igual... salvo por la puerta. - Aqui brujería, esto oler mal... peor.

Cuando finalmente pudieron pasar el hombretón no entendía nada - El demonio seguro llevar todo a otro lado, nosotros encontrar pañuelo allí y pedazos de trespatas allí, allí y allí, y aqui había dibujo en el suelo. - la sencilla posibilidad e que otros hombres se hubieran encargado de borrar las pruebas no pasaba por la cabeza del gigantón.

- Lo primero Capitán usted nos consiguió el mapa de las cloacas para averiguar dónde está el goblin.

- Encontramos en los túneles hediondos y de girar un par de veces a la derecha una boca de ventilación con barrotes de hierro y había un rastro de un líquido denso de color verdoso. El rastro terminó en una puerta de madera quebradiza, enclaustrada en un muro lleno de fango. Había una señal impresa en dicha puerta un símbolo secreto utilizado por el gremio de ladrones. Nos adentramos y luchamos con algunos de ellos, pero debido a su superioridad numérica decidimos huir de este lugar.

- En este lugar seguía apareciendo aquella sustancia verdosa, esta puerta cedió ante los martillazos de Gunther verla reparada me asombra. Había un pentagrama en el suelo que ha sido borrado, Capitán ya que estamos aquí debemos de seguir investigando sobre todo examinar las cloacas, ya llevé el cadáver de un enano, hay un gremio de ladrones que operan en las alcantarillas y un culto siniestro. 

Trasnochado tras haber pasado toda la noche trabajando en el encantamiento de mis nuevos guantes, apenas encuentro fuerzas para balbucear algunas protestas. En mi ánimo estaba únicamente dar algunas indicaciones a la guardia de la ciudad en lugar de servirles como guía pero, casi sin darme cuenta, me veo arrastrado una vez más de vuelta a las hediondas alcantarillas.

Los olores nauseabundos, la falta de sueño, las sombras proyectadas por las antorchas y el eco de los pasos distorsionados por los túneles subterráneos le dan a todo una sensación de irrealidad tal, que me resulta difícil sorprenderme cuando descubrimos que la escena del crimen ha cambiado desde la última vez que estuvimos aquí.

Bostezo ruidosamente mientras escucho a Gunther y a Adso compartir con nuestros escoltas lo que presenciamos aquí hace tan solo unas pocas horas.

Tal vez la realidad no haya cambiado tan deprisa, sino que sean mis ojos legañosos quienes me engañan.

Alder había encabezado aquel grupo adoptando una actitud seria pero jovial, canturreando en voz baja de tanto en cuanto a medida que iban avanzando entre el pútrido ambiente subterráneo, no pudiendo evitar alguna sonrisa sarcástica cuando los guardias sucumbían al vómito y a los mareos.

Llegados a la puerta se puso en guardia, si bien resultó ser un esfuerzo fútil puesto que nada encontraron tras el quicio oscuro de la habitación. El pícaro arrugó la nariz más por la molestia de la situación que por el olor, al cual ya se había acostumbrado todo lo que una nariz humana podía hacerlo ante semejante hedor.

-Por los huesos de mi santa abuela...-murmuró en tono fastidiado, en cuanto se adentró a la estancia, no tardando en levantar la mano como señal al resto, indicando que no entrasen en la habitación.

-Dejad primero que la estudie bien. Nadie puede cambiar tanto una estancia sin dejar rastro alguno. Al menos nadie normal, vaya...

- No me lo puedo creer... - Dijo entonces la sorprendida sacerdotisa. - ¡Por Sigmar que lo que han descito mis compañeros es la totalmente real! - Exclamó tratando de dar por válidas las palabras del resto en base a un juramento ante el propio Sigmar.

La clérigo se hizo un paso atrás para dejar pasar a Alder, quien parecía decidido a buscar algún signo o señal de o que habían encontrado horas atrás. Cuando éste se internó cuidadosamente en la habitación, se acercó a Lassange.

- Le juro que lo que hemos contado es cierto. - Insistió. - Es incréible la presteza con la que han recogido todo...