— La última anotación del diario es del día quince, capitán. El mismo día en que se apagó el faro. Nada parece indicar que las notas y fragmentos que encontramos en los dormitorios fueran posteriores. Tampoco los víveres sugieren que haya habido actividad en el faro desde esa fecha. El único indicio que tenemos de actividad reciente son esa huella que encontraron y esas botas mojadas, aunque teniendo en cuenta que aquí todo está mojado todo el tiempo, hasta de eso estoy empezando a dudar. Si tuviera que apostar, diría que todo acabó el día quince, para bien o para mal.
— También diría que activar este circuito fue lo que apagó el faro. Redirigieron mucha corriente en un sistema muy precario. Quemaron cables y fusibles. Estaba sincronizado, era preciso, y parecía estar pensado para un único disparo... o unos pocos. No, el sistema no era estable como para sostenerse durante mucho tiempo.
Señala el cuaderno que Moira todavía tiene en la mano.
— En el diario, a día 11 todavía eran escépticos. A día 13 aún no sabían qué ocurriría, aunque estaban abiertos a creer que algo iba mal. La entrada del día 15 muestra una desconexión total con la realidad. Lo que fuera que les ocurrió... fue rápido. Muy, muy rápido.
Wallace seguía en el suelo, junto a la caja. Las mangas remangadas y la camisa abierta hasta el borde del chaleco, dejando entrever una no demasiado frondosa capa de vello rubio en el pecho. Se había desprendido del abrigo, de la bufanda y de la chaqueta. No porque tuviera calor: estaba calado hasta los huesos, aunque ya parecía haberse acostumbrado al constante temblor en su cuerpo y al entumecimiento de los dedos. Lo había hecho para tener más libertad de movimiento.
La camisa empapada se le pegaba al cuerpo, revelando su constitución delgada y fibrosa, muy lejos del cuerpo corpulento y fornido de los dos marineros. Mentiría si dijera que, enfrascado como estaba en arreglar aquel dispositivo, el modo en que su apariencia se proyectaba hacia los demás le había pasado desapercibido. Pero cuando la sombra del capitán, con sus hombros anchos y su cintura estrecha, se proyectó sobre el suelo a su alrededor, devorando la suya, se supo desgarbado y frágil. Débil.
«Es mi cerebro lo que tiene valor», se convence a sí mismo.
— ¿Revertirlo...? Si se refiere a volver a poner el faro en funcionamiento... Es lo que estoy intentando. Pero me temo que hay otra parte del circuito que también está fallando. Podría estar en cualquier sitio. Los cables llegan hasta la base del faro para hacer toma de tierra... Además, tenemos los generadores de gasolina o petróleo. Deben estar en la base del faro, o en alguna construcción anexa —no recordaba haberlos visto al llegar a la isla, pero tampoco los estaban buscando en ese momento—. Llevan todo este tiempo sin mantenimiento, y puede que esa sea otra de las razones por las que no consigo que vuelva a funcionar. Tendríamos que comprobarlos.
— Estas instalaciones suelen tener baterías de ácido y plomo que se cargan con la propia energía residual de la dinamo del generador, pero las utilizaron para incrementar la energía que circulaba en el circuito, y ahora están agotadas. Si los generadores también se quemaron, o si no queda combustible... dudo que podamos hacer mucho más aquí —sentencia.
— En cuanto a saber qué pretendían con esto... Es complicado. Por el delirio que manifestaban, diría que querían usarlo como arma o defensa. Pero también podrían haber intentado amplificar una señal de socorro o comunicarse de algún modo con alguien, o con algo... En el diario hablan de que vieron algo en el acantilado y en el agua. Y usted también dice haber visto algo.
— Creo que sí había algo inusual. Algo que pudieron ver. Pero también creo que algo más que la sugestión alteró su raciocinio, distorsionando su forma de procesar la información ambigua que estaban recibiendo.
Se levanta, se limpia las manos en la ropa y se pasa una por la nuca, cansado. El cabello despeinado y mojado, cayendo de forma arbitraria sobre su frente, hace que sus ojos parezcan mucho más azules y confiere un aspecto más juvenil a su rostro.
—Creo que la señorita Callahan tiene razón. Puede que en el acantilado encontremos respuestas. Esa pieza metálica que dice haber visto podría estar relacionada con esto... o simplemente las siluetas que vieron eran contrabandistas que huyeron al saberse descubiertos y abandonaron cualquier cosa por allí. También podemos explorar qué ocurrió con el ganado. Si seguimos todas estas pistas, quizá podamos recomponer el puzle.
—Señor Doyle... quizá necesite ayuda para arrancar los generadores. Independientemente de la lámpara del faro, creo que todos agradeceremos pasar la noche con luz eléctrica.
Seamus estaba con la mirada baja después de que Moira leyera el cuaderno. Incluso fornido y compacto como era, se le habían hundido los hombros. Negaba con la cabeza y movía los labios en silencio, sin llegar a verbalizar las oraciones que casi no había dejado de repetir desde que llegaron.
—Esa última anotación es su despedida. Sabía que iban a morir. — levantó la mirada y se encontró con la del Capitán. Se pasó la mano callosa por los ojos. —Lo siento. Sólo son... elucubraciones.
Suspiró pesadamente y asintió.
—Claro, profesor. — dijo, aunque sin mucho convencimiento. A estas alturas sospechaba que no podrían arrancar nada, pero él estaba allí para ayudar. Necesitaban tener algo de luz en aquel lugar perdido de Dios.
Empezó a echar un vistazo a los generadores, pero lo cierto es que no reconocía nada de nada. Era la primera vez en su larga vida que veía algo así. Se rascó la coronilla, sin saber por dónde empezar.
—Esto tiene mal arreglo... Tal vez... humm... sea mejor encender la estufa de abajo. Eso nos calentará y también nos dará luz.
Motivo: Tecnología
Tirada: 1d100
Dificultad: 14-
Resultado: 31 (Fracaso) [31]
Por algún motivo pensé que Seamus tenía algo en arreglar cosas, y no tiene una mierda xDD. Ha quedado como un bocachancla. Además tiene 50 en charlatanería para reflejarlo xD.
Descendieron de nuevo a la planta baja por sugerencia de Seamus. La humedad impregnaba las paredes de piedra gruesa y el suelo de tablones estaba cubierto de arena traída por las botas y el viento. A la izquierda, una puerta baja con marco de madera envejecida daba paso a la cocina.
Se trataba de una estancia estrecha, con estantes vacíos y una vieja estufa de hierro fundido cubierta de hollín. Un colgador mostraba un cucharón y algunas ollas y utensilios de cocina. A un lado, una pequeña alacena todavía tenía algunas latas y un barril vacío de queroseno. Junto a la cocina, un descubrieron cuartito con lavabo de porcelana algo desconchado, un urinario rudimentario y una palangana.
Frente a ambos estaba la sala común, con bancos largos y una mesa de madera maciza. En la pared opuesta, bajo una repisa donde aún colgaba una Biblia empapada, se encontraba una chumenea de piedra ennegrecida por el uso.
Seamus se arrodilló junto al hogar, tratando de encender la chimenea, no sin antes introducir algunos troncos húmedos en ésta. Los demás se movieron por la sala con cautela mientras Seamus soplaba las brasas que había improvisado con papel viejo y astillas. Wallace le pasó un pequeño bote de aceite encontrado en la cocina y pronto, con chasquidos secos, una tímida llama surgió en la chimenea. No tardó en convertirse en un fuego firme y reconfortante. La estancia se llenó de un tenue calor y la luz danzante de las llamas cubrió los muros de piedra con sombras.
Moira, aún con el abrigo puesto, se acercó a una ventana pequeña con marco de hierrp, clavada en el muro este de la sala común. Limpió el cristal con la manga y entrecerró los ojos para ver mejor a través de la lluvia. Hizo una seña a los demas, que se acercaron. A través del velo de agua y la niebla, se distinguía claramente una estructura de madera anexa al edificio principal. Era una casera baja, techada con chapas, algo así como un cobertizo. Podía tratarse de un lugar donde guardar herramientas o incluso podía tratarse del lugar donde se encontraban los generadores.
Luces... Luces en la niebla...
Moira había vuelto a bajar la mirada, dirigiéndola de nuevo hacia el diario y dejándola suspendida mientras sus pensamientos aleteaban como alas de mariposas. Las letras bailaban delante de ella y su corazón se encogía en un puño. Se había apuntado a la expedición por una corazonada y ahora, ante aquellas palabras, sentía que el abismo se abría a sus pies y a la vez sentía un hormigueo excitante recorrer su cuerpo.
¿Serán las mismas luces?
De fondo le llegó la voz del capitán y pestañeó, alejando los recuerdos y levantó la mirada para dirigirla hacia los penetrantes ojos de aquel hombre. Entreabrió los labios, pero el doctor fue más rápido en corregir su error, por lo que la mujer volvió a apretar los labios en una fina línea y dirigió de nuevo su mirada hacia la ventana.
¿Qué significaban aquellas luces? ¿Serían las mismas que vio Thomas*?
Escuchó la voz de Seamus y no pudo por más que asentir. Estaba aterida, el abrigo que tendría que haber dejado en la entrada, pesaba sobre sus hombros y su vestido de lana gruesa también había absorbido parte de la humedad. Le sentaría bien poder calentarse delante de un fuego...
En cuanto llegaron a la planta baja, Moira echó un rápido vistazo y se acercó a la ventana, mientras Seamus se encargaba de encender el fuego. El cristal estaba sucio, así que lo limpió con la manga de su abrigo y entrecerró la mirada, enfocándola a través de la ventana.
— Hay otro edificio que no habíamos visto. Ahí, mirad... Quizás sea un almacén o un cobertizo... Y puede que alguno de los fareros se haya ocultado allí.
Todavía estaba el misterio de la huella húmeda y el de las botas...
— Voy a ir a mirar. ¿Quién me acompaña?
Y sin esperar confirmación, cogió la linterna y empezó a caminar hacia la puerta, deteniéndose un momento para comprobar si alguno de aquellos hombres la acompañaba.
*Su hermano desaparecido
El calor del fuego era reconfortante, pero Seamus jamás se sentiría reconfortado en Eilean Mor. Frunció el entrecejo al asomarse por la sucia ventana, y observó a la señorita Callahan coger la linterna y ponerse en marcha.
—Yo la acompañaré. — se apresuró a salir con ella, arrebujándose en su abrigo empapado, de nuevo al tormentoso exterior.
Descendieron de la sala de la linterna, mientras Alistair parecía meditar después de la larga explicación de las ideas de Edward. Lo cierto es que su instinto seguía diciéndole que la cronología que el resto parecían aceptar no era la lógica. Que debía haber algo más, algo que fallaba, desde la última descarga del día que se apagó el faro y el momento presente. Pero tal vez para no crear más discusión estéril, guardó silencio, y se limitó a descender con los demás, sumido en un profundo silencio.
Al llegar a la cocina, dejó que fuese Seamus quien tratase de encender la chimenea del comedor, y él mientras tanto se acercó a la estufa de hierro, la abrió, y sin mediar palabra rebuscó hasta que encontró el atizador de hierro forjado con el que se ocuparían de mover las brasas.
No toca el hierro.
Por un momento, por el rostro del veterano oficial pasó una sombra de desagrado, pero no soltó el atizador, sino que se limitó a limpiarlo con un paño tan húmedo como el resto del faro. Y cuando estuvo satisfecho y la llama de la chimenea comenzó a arder, regresó a la sala común, a tiempo de ver a la joven llamar la atención sobre el cercano cobertizo.
Cuando ella se alejó de la ventana para buscar su linterna, él se adelantó y se colocó frente al marco de metal, con su ancha espalda cubriendo casi completamente la pequeña ventana.
-No se apresuren. -Intervino Alistair cuando tanto Moira como Seamus estaban a punto de salir del edificio. El capitán seguía dándoles la espalda, mirando a través de la ventana y la cortina de lluvia a aquel cobertizo, tan oscuro que sólo el resplandor de sus linternas alcanzaba a dibujarlo. -Si alguno de los fareros está allí, señorita Callaghan… podría ser peligroso.
Suspiró pesadamente, y luego finalmente hizo que sus ojos se alejaran de la oscuridad al exterior y se giró hacia el resto.
-Y si algo sucede, y no lográsemos reencontrarnos… sería un problema. -Miró a su alrededor, tal vez valorando lo que podría suceder si el pequeño grupo quedase separado. -Tal vez deberíamos ir todos con usted.
- Yo me quedaré aquí. - Anunció el doctor Wallace, mientras la lluvia seguía tamborileando sobre la cúpula de la linterna. - Aún hay conexiones que no comprendo del todo. Si consigo entender cómo activaron la descarga, podríamos replicarla.
El capitán McKenna le pidió que tuviera cuidado. No era el único que pensaba que algo extraño estaba sucediendo en aquel islote y dejar a alguien a solas, no le parecía la mejor de las opciones.
- Caììtán, créame, todo ésto tiene una explicación lógica. Sólo hay que encontrarla. No creo que nadie venido del más allá desea hacerme compañía aquí arriba. - Respondió Wallace con una sonrisa tensa, mientras se ajustaba las gafas y volvía a agacharse junto al mecanismo.
Afuera, la tormenta no había cesado, pero había dado un breve respiro. El viento ya no silbaba como cuchillas y la lluvia, aunque intensa, era más vertical que horizontal. McKenna abrió la puerta con esfuerzo y la sostuvo contra las ráfagas mientras los tres salían, encapuchados y ceñidos a sus abrigos.
El camino al edificio anexo era corto, pero cada metro estaba empapado de barro, sal y rocas traicioneras. El cobertizo de madera se alzaba entre sombras y niebla, con su silueta irregular y el techo de chapa resonaba con la lluvia con un ruido infernal. Moira fue la primera en alcanzar la puerta. Estaba cerrada con un pasador oxidado, pero no con llave. Seamus lo levantó con un chirrido agudo y abrió la hoja con un crujido húmedo.
El interior olía a queroseno, aceite y hierro. El generador de reserva, una bestia oxidada con motor diésel, ocupaba el centro de la estancia, flanqueado por un armario metálico con fusibles, interruptores y bobinas de repuesto. A su lado, aún en su soporte de madera, había tres bidones metálicos marcados con una etiqueta casi ilegible.
FUEL OIL - N-L-B
Seamus se acercó, abrió la tapa de uno de ellos y sonrió. Estaba a medio depósito de co bustible y no parecía degradado del todo, aunque olía fuerte. Moira encendió una linterna adicional que había llevado consigo y enfocó sobre el tablero de controles. El polvo se había acumulado, pero no había signos de corrosión.
Wallace no mantiene el ritmo. Vamos a islarle y seguimos lo demás.
Aún sonriendo, una sonrisa cansada pero con un atisbo de la esperanza que había perdido nada más poner un pie en la isla, se giró hacia Moira y el capitán.
—Podemos arrancar el generador auxiliar. Tal vez, incluso, podamos llevar repuestos al profesor. Fusibles, bobinas... —hizo un ademán vago a los materiales.
Si puedo echo a andar el generador auxiliar, a ver qué pasa. Igual le da un calambrazo a Wallace, si está toqueteando xD
Tras una breve pero aún intensa salida a la tormenta, cubrieron los escasos metros que los separaban del cobertizo, y después de que Seamus abriese la puerta, los tres entraron al húmedo y oscuro interior para resguardarse de la lluvia. Nada más entrar, Alistair colgó su linterna de aceite de la parte interior de la puerta, tanto para liberar sus manos como para asegurarse de que el fuego no alcanzara el posible combustible.
Mientras los demás verificaban el estado del generador, el veterano capitán paseó por los confines del cobertizo, buscando alguna señal de algo que pudiera darle una pista de la suerte de los fareros. Sin embargo, cuando abrieron los bidones, sí se acercó para verificar su estado.
-Hay suficiente combustible para unos días… es buena idea tener a mano todo lo necesario. -Dijo tras ver la cantidad del interior del bidón.
Tras cerrar la tapa del bidón para asegurarse de que no se derramaba, lo asió con fuerza, levantándolo para volcar algunos litros en el propio depósito del generador.
-Pongámoslo en marcha, señor Doyle.
De nuevo salieron al exterior, enfrentándose una vez más a las inclemencias del tiempo. Moira caminaba delante, vigilando dónde ponía los pies para no resbalarse, mientras avanzaba con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante.
En cuanto llegaron al cobertizo, les hizo un gesto al Capitán y al marino para que se detuvieran un instante y, con la luz de la linterna barrió el suelo, buscando posibles huellas. Habían visto la que había en uno de los cuartos, quizás allí también hubiera estado alguno de los fareros hacía poco...
— Esperad un segundo. En cuanto entremos dejaremos nuestras propias huellas y será imposible diferenciarlas de otras...
Entró y siguió caminando, haciéndoles un gesto a los dos hombres para que también avanzaran e indicándoles la zona que ya había revisado. Mientras ellos encontraban el combustible y empezaban a llenar el generador para volver a arrancarlo, la mujer dio una vuelta por el cobertizo, buscando alguna nueva señal de los fareros.