Partida Rol por web

El Faro de las Islas Flannan

Capítulo 3. El Patrón del 37

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14/10/2025, 16:34
Narrador

El faro comenzó a gritar.

No era un sonido de este mundo, sino el lamento de los cimientos del tiempo mismo, un rugido que se filtraba por la piedra, por los huesos, por las heridas abiertas en la realidad. Las escaleras de hierro vibraban con un ritmo irregular, como cuerdas tensas de un instrumento inmenso y moribundo. Las paredes rezumaban luz. No fuego ni electricidad, sino una radiación pura que deformaba los objetos a su paso, curvando el aire y volviendo líquido el espacio.

Moira, medio cargando el cuerpo inerte de Wallace, trastabilló al sentir cómo el suelo se inclinaba bajo sus pies. La linterna del faro giraba sobre ellos como el ojo de un dios enfermo, lanzando relámpagos en todas direcciones. El peso del doctor aumentaba con cada paso, como si la gravedad se multiplicara con la vibración creciente del lugar. La sangre le brotaba de los oídos, perforada por un zumbido que le atravesaba el cráneo. Wallace, apenas consciente, miraba fijamente el resplandor que dominaba la sala. Una sonrisa leve, quebrada pero serena, se dibujaba en su rostro.

Más arriba, el capitán McKenna avanzaba hacia el corazón del infierno. Sus botas golpeaban el suelo como los últimos compases de una marcha fúnebre. La sangre le goteaba del pecho a cada paso, pero su determinación permanecía intacta. Ante él, la esfera del electroimán vibraba al límite, rodeada de chispas. El ser de cristal, ya apenas reconocible, se había transformado en una estrella sin órbita, un sol atrapado en una crisálida de geometría imposible. La luz lo atravesaba y lo fracturaba en mil prismas. En su centro, algo latía, no un corazón, sino un pulso que respondía al del capitán.

Alistair se tambaleó. Por un instante, creyó ver una figura humana detrás del resplandor. Era su propia silueta, multiplicada en reflejos infinitos. Con la carne erizada y la electricidad subiéndole por el brazo herido, extendió su mano ensangrentada hacia la esfera, armado con el tizador de hierro.

El contacto fue inmediato y brutal. Una oleada de energía le recorrió el cuerpo, desgarrando músculo y alma por igual. El hierro de su talismán se volvió incandescente; los tatuajes de su brazo ardieron con luz propia. Su grito fue devorado por el estruendo del faro, pero Moira lo sintió en el pecho, en la sangre, como un eco íntimo del colapso que se avecinaba.

El doctor se le escurrió de entre los brazos mientras el suelo comenzaba a partirse. El aire se quebraba en láminas invisibles, los peldaños se retorcían, el metal se fundía. Desde la base de la escalera, Seamus lanzó un grito, advertencia o plegaria, imposible distinguirlo. Una oleada de luz descendió desde lo alto, empujándolo contra el suelo. Corrió, sin mirar atrás, impulsado solo por el instinto de salvar lo que aún podía salvarse.

Moira, con los ojos anegados, volvió la vista una última vez. El capitán, envuelto en una tormenta de fuego blanco, seguía en pie. La esfera se hundía en su pecho como si absorbiera su cuerpo y su alma a la vez. El faro entero latía con él. Entonces lo comprendió. La explosión no sería una detonación, sino una implosión. Todo se plegaría hacia el punto de origen. La grieta se cerraría, pero el precio sería todo lo demás.

Con un último esfuerzo, alzó a Wallace de los hombros y lo arrastró escaleras abajo, mientras la estructura entera se curvaba como una ola gigantesca a punto de romperse. Cada paso era un desafío contra la física, contra la muerte, contra el tiempo. El aire se fragmentaba, la luz se congelaba y el rugido del faro se transformaba en un lamento eterno.

Notas de juego

NOTA 1, cordura.

Después de todo lo sucedido... 

Vamos con unas tiraditas de cordura. Ya no haría flata porque habéis interpretado muy bien la locura en cada uno de vuestros posts. Seamus huyendo despavorido, Wallace aceptando la muerte con la satisfacción de haber podido contemplar lo imposible y agradeciéndoselo a su homicida, Alistar cargando con un atizador de chimenea contra una especie de sol en miniatura que parece a punto de estallar y Moira.... creo que Moira habría pasado las tiradas de cordura...

Pero aunque sólo sea por la gracia de tirar dados:

Todos: tiraís por ser testigos de lo que escondía "la brecha", el ser de cristal prismático. Fallo 2d8 pérdida, si superáis 1d4 de pérdida.

Wallace: por la herida que te ha dejado a 0 no mueres de inmediato. Pero si pierdes cordura si fallas la tirada 1d6 de pérdida, teniendo en cuenta la pérdida anterior para el procentaje.

Wallace necesita superar una tirada de Fortaleza para no perder otra herida. Una de medicina por parte de un tercero, también sirve.

Alistar: por sufrir un disparo, similar a Wallace, pero al no quedar reducido a 0, solo 1d3 de pérdida si fallas.

NOTA 2, post final.

Y creo que con el siguiente post, llegamos al final de la aventura. No hacen falta más tiradas, lo haremos todo narrativo. 

Alistar: me sabe mal por el capitán, pero parece condenado...

Moira: puedes elegir si llegas abajo del faro, sola, acompañada o no llegas.

Wallace: poco puedes hacer en tu situación, pero como he puesto en el post, aunque mecánicamente deberías estar completamente inconsciente, diremos que no, no puedes hacer nada físico, pero eres consciente de tu alrededor.

Seamus: eres el que lo tiene mejor, empiezas la ronda en la planta baja del faro... así que puedes simplemente salir del faro y alejarte todo lo posible... o lo que veas... 

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18/10/2025, 11:37
Moira Callahan

El cuerpo inerte del profesor le ralentizaba la huida, pero Moira no pensaba dejarlo atrás... No había podido hacer nada para disuadir al capitán Mckenna y veía como éste avanzaba, de forma audaz y temeraria, contra el sol que se estaba formando en medio del faro. Era una locura. 

— Vamos, doctor...

Masculló entre dientes y, con lágrimas en los ojos, se dio la vuelta y siguió bajando las escaleras, perdiendo al marino de vista. Seguía cargando el peso del doctor y sus músculos ardían. La sangre se derramaba desde sus oídos. Sentía el líquido cálido y húmedo rezumar de ellos y un pitido que taladraba sus tímpanos, pero no cejó en su empeño... No quería sentir más muertes, no podía... 

Todo el suelo temblaba. Todo parecía contraerse y deformarse y, en un momento dado, el doctor se escapó del agarre de sus brazos entumecidos. 

Volvió de nuevo a mirar hacia arriba y, horrorizada, comprendió que todo el faro iba a ser absorbido, hacia dentro. Le sonaba haber leído alguna vez sobre las implosiones y, la presión que sentía en el aire, el latido y todo deformándose hacia un punto, todo eso le estaba gritando lo que iba a ocurrir... La grieta se cerraría, pero si ellos no conseguían salir del faro... 

— ¡Tenemos que salir de aquí...!

Exclamó y volvió a cargar con el doctor mientras bajaba las escaleras lo más rápido que podía, maldiciendo en su fuero interno al otro marino. Su ayuda le habría venido tan bien... Pero como un cobarde había sido el primero en huir... 

— Doctor, aguante, por favor... 

Rogó con la voz desgarrada y le sujetó con más firmeza. Había pasado su brazo por debajo de las axilas del profesor y lo mantenía apretado contra su cuerpo, abrazado, mientras continuaba bajando la tortuosa escalera. Había visto la tremenda herida que tenía en el estómago y era consciente de que si no recibía atención médica cuanto antes podía morir... Pero no podía dejarlo allí... 

La mujer continuó hacia delante, dejando atrás su papel de simple secretaria y sacando de su interior a la intrépida y obstinada reportera del Edinburgh Evening News... Tenía en su posesión los diarios y las notas que había estado tomando durante aquellos eternos dos días. Explicaría al mundo lo que había ocurrido en el Faro de las Islas Flannan y hablaría del coraje del Capitán Mckenna, como sacrificó su vida para salvarles, para evitar que aquel portal acabara de abrirse y trajera la destrucción... 

Pero antes tenía que salir de aquel maldito faro...

Llegó al último tramo de escaleras y ahogó una exclamación...Quedaba tan poco... La salida la tenía al alcance de la mano...

— ¡Un poco más...!

Gimió y avanzó lo más rápido que pudo, arrastrando al doctor, mientras un sudor frío perlaba sus sienes...

Un poco más...

- Tiradas (2)
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21/10/2025, 11:16
Seamus Doyle

Si Seamus gritó, no se dio cuenta. En realidad no había dejado de gritar plegarias, de pedir ayuda a Santa Brígida. La oleada de luz que le empujó le hizo terminar de salir de allí. Descorrió el cerrojo de la puerta y huyó por su propio pellejo. Alrededor, el mundo estaba enloquecido. Luces enloquecedoras, columnas de agua. El zumbido le taladraba las sienes como si estuviera a punto de explotar.

Había advertido que no había que ir de noche, ni de día, ni de ningún modo. Pero nadie le había escuchado. Él había intentado ayudar, pero había cosas que, sencillamente, no podían ser. Ahora pagaban las consecuencias con sus vidas, y probablemente con sus almas.

Pero él no. Seamus se alejaba corriendo a lo que daban sus piernas por el estrecho y empinado sendero que descendía serpenteando hacia el embarcadero. Sus botas embarradas resbalaban peligrosamente sobre las rocas, pero Seamus no podía parar de correr. Debía largarse de allí, salvar su alma.

Notas de juego

Quiero tirar para ver si me despeño corriendo por el camino hasta el embarcadero! Qué tiro?

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23/10/2025, 17:07
Capitán Alistair McKenna

El resto huían. Bien. Tal vez eso pudiera salvarlos, tal y como él les había prometido. Y él… él sólo tenía que escribir la última página del libro de su vida, aun si no quedara nadie para leerla.

De pronto, se encontró mirando a algo que era él, pero a la vez no lo era. Un reflejo que era uno y miles a la vez, como una imagen fragmentada en un cristal roto, cada una componiendo un universo entero y a la vez siendo una minúscula pieza de otro. Y algo en la mente de Alistair comenzó a romperse mientras una comprensión que quemaba como ácido penetraba en su mente, quebrándola para abrirse a misterios que amenazaban con arrancarle la cordura como el disparo de Seamus le había arrebatado la vida.

Pero entonces, el atizador tocó la esfera que había sido el Cazador, y una sensación familiar ahuyentó la locura y aquella extraña revelación e incluso le devolvió la sensibilidad que estaba perdiendo con cada gota de sangre. Dolor. Un dolor exquisito, destilado. Un dolor en una forma tan pura que se convirtió en fuego. El hierro de su improvisada arma se tornó incandescente al momento, y de la misma forma también su alma pareció encenderse como una bengala que se consumía a toda velocidad.

Alistair gritó en agonía, y el sonido de su voz, llena de rabia y dolor, se rompió como un cristal al tratar de expandirse en algo que no era aire, y con reglas que nada tenían que ver con la ciencia que pudiera conocer.

Su grito se descompuso en miles de brillos fractales que rebotaron en ángulos imposibles, se expandió hasta cubrir un infinito que apenas superaba el alcance de su mano, se mezcló con las gotas de sangre que brotaban de su pecho y se evaporaban para convertirse en algo que era más energía que materia. El fuego blanco rugía a su alrededor, mezclándose con la carne, la piedra, la luz y el relámpago. Deshaciéndolo.

Mientras él mismo se veía absorbido en el remolino de la incipiente implosión, mientras su cuerpo comenzaba a desvanecerse en la fisura entre mundos, el veterano capitán logró reunir toda su voluntad y hacerse firme en mitad del caos. Sus botas pisaron de nuevo tierra firme, aunque no llegó a mirar al suelo para asegurarse de si era la piedra del faro o su pura terquedad creando el soporte que necesitaba. Sus ojos sólo veían el sol en miniatura que tenía frente a él, y en su mente sólo quedaba una idea.

Tiempo.

Una vez, el hierro había congelado el fuego. Tal vez, esta vez también pudiera lograrlo, al menos durante los escasos instantes que durase su cuerpo antes de volverse ceniza a su contacto. Pero si esos momentos pudieran ser suficientes para comprar el tiempo a Moira y Edward para salir de aquel lugar, los intercambiaría encantado por los restos agonizantes del fuego de su existencia.

Así que con una última sonrisa, Alistair volvió a clavar el atizador en mitad de una estrella a punto de explotar.

Y se dejó consumir.

- Tiradas (5)

Notas de juego

Pierdo 11 cordura, 1 de vida, así que llego perfecto a mi autodestrucción :D

Y última tirada casi pifiando :D ¡Así que me muero a lo grande!

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25/10/2025, 13:11
Dr. Edward Wallace
- Tiradas (5)
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26/10/2025, 16:19
Seamus Doyle
- Tiradas (3)
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26/10/2025, 17:18
Narrador

El faro dejó de ser un edificio.

Primero se arqueó como un árbol en mitad del huracán. Luego, el aire se plegó sobre sí mismo y la piedra comenzó a licuarse en haces de luz. Cada ladrillo se volvió translúcido, cada sombra se estiró y se fracturó como una lámina de vidrio bajo presión. El rugido del electroimán se transformó en un coro de frecuencias que la mente humana no estaba hecha para comprender. Y en medio de aquel caos, el Capitán McKenna dejó de ser un hombre.

Su cuerpo, anclado a la base de la esfera, ardía con un resplandor blanco que lo consumía desde dentro. No gritaba ya, sólo respiraba, como si cada inhalación fuera el latido del propio universo. Frente a él, el ser prismático se descomponía en miles de fragmentos que orbitaban su figura, suspendidos en un instante eterno.

Por un segundo, para él una eternidad, ambos parecieron fundirse en uno solo. Carne y geometría, fuego y cristal fueron uno solo.

El faro se convirtió en una catedral de luz. Y luego, implosionó.


Moira sintió el impacto antes de oírlo. Una presión brutal le atravesó el pecho y el aire se volvió sólido. El suelo desapareció bajo sus pies y sólo la barandilla, deformada y caliente, la mantuvo en pie mientras el mundo se plegaba hacia arriba. Sangre, luz y viento se mezclaban en una sola sustancia incandescente. Pero seguía abrazando al doctor Wallace. No podía soltarlo. No ahora.

El peso del hombre se hacía insoportable, pero Moira lo arrastró a través de la entrada ya destrozada, tropezando, cayendo, levantándose otra vez. El faro se inclinaba, sus cimientos vibraban como un corazón moribundo. Detrás de ellos, el cielo ardía con tonos imposibles. Tonos verdes líquidos, rojos que parecían sonar, azules que olían a hierro.

Cuando cruzaron el umbral, la explosión no fue una llamarada, sino un silencio total. La onda los empujó hacia adelante y ambos rodaron por la grava mojada, cubiertos de polvo y sangre.


Más abajo, entre la niebla y el mar, Seamus Doyle corría sin rumbo, con el terror clavado en los talones. El sendero serpenteaba entre las rocas como una lengua de piedra empapada por la lluvia. Corría y rezaba, resbalaba, volvía a ponerse en pie. Pero el suelo, empapado por el diluvio que ahora caía en todas direcciones, le traicionó.

Un paso en falso. Un grito. Y luego, sólo el choque del cuerpo contra el agua helada. Las olas lo engulleron sin esfuerzo. El marinero aún pataleó unos segundos, pero la tormenta era un animal sin compasión. El mar de las Islas Flannan se lo tragó como si nunca hubiera existido.


Moira logró llegar hasta la costa. La lluvia caía hacia arriba, arrastrada por la implosión que devoraba el faro. El doctor Wallace estaba inconsciente, pero respiraba. Apenas. Ella lo sostuvo con ambas manos, con el cuerpo entero, como si su propia vida dependiera de aquel contacto.

Detrás de ellos, el faro ya no era un faro. Era una columna de luz plegándose hacia dentro, una herida que se cerraba sobre sí misma. Las rocas del acantilado se curvaban, el suelo temblaba y el rugido del mar se transformó en un murmullo, luego en un suspiro y finalmente en nada. El aire se volvió pesado, espeso e irrespirable. Y, de pronto, todo cesó.

Silencio.

Moira levantó la cabeza. Donde antes se alzaba el faro sólo quedaba un cráter de piedra lisa y húmeda, como si alguien hubiera borrado el edificio de la realidad. El mar se había calmado. La lluvia volvía a caer en su dirección correcta. El mundo parecía volver a atender a las relgas de la física que habían conocido hasta ese momento.


En un lugar más allá del tiempo, el Capitán McKenna aún existía. Su cuerpo o lo que quedaba de él, permanecía erguido en un paisaje de fractales y reflejos. El hierro del atizador se había fusionado con su carne, petrificándolo en una pose de desafío eterno. Su rostro, tranquilo, miraba hacia una aurora que no pertenecía al mundo que siempre había conocido. A su alrededor, infinitas geometrías de color se abrían y cerraban como flores de vidrio.

Era parte del ser prismático y a la vez, su guardián. El sacrificio había sellado la grieta.


Moira y Wallace, agotados, permanecieron en la playa hasta el amanecer. El mar ya no rugía. Las olas, suaves, arrastraban restos del embarcadero, pedazos de madera y metal. Wallace permanecía inconscite, aunque su corazón aún latía. Lento, demasiado lento, aunque todavía había esperanza para él. Moira, con los ojos enrojecidos, observó la línea del horizonte, buscando sin esperanza algún signo del capitán o de Seamus.

No encontró nada. Pero entonces, entre la bruma matinal, algo distinto rompió el silencio. Se trataba de un profundo y resonante bramido de vapor. Moira alzó la vista. Allí, emergiendo del velo de niebla como un fantasma de hierro y humo, venía un barco. Su chimenea escupía columnas grises al cielo y su bocina volvió a sonar.

Era un buque de rescate. Y mientras el primer rayo de sol atravesaba las nubes y caía sobre la piedra vacía donde una vez estuvo el faro, Moira supo que, aunque nadie les creyera, alguien había acudido en su búsqueda y vivirían para contarlo.

El mundo debía saber qué ocurrió en las Islas Flannan y ella, debía contarlo.