Moira apartó la mirada del cuaderno, dirigiéndola hacia Edward cuando éste se acercó y la tomó del rostro para poder inspeccionar sus oídos. Asintió con un pequeño parpadeo de ojos e inclinó la cabeza, dejando que el doctor atendiera sus heridas.
Sentía unos pinchazos continuos y un leve zumbido que no se detenía. Cerró los ojos y soltó un pequeño suspiro. Escuchó al Capitán sugerir las dos opciones que tenían y apretó los labios. Por un lado quería irse de aquella isla. Lo que habían visto en las pocas horas que llevaban en ella era suficiente como para mermar el arrojo del más intrépido, pero... Por otro lado, tenía la sensación que aquello estaba conectado con su hermano. Las luces... Llevaba tanto tiempo queriendo respuestas y ahora sentía que las tenía al alcance de sus manos... No podía dejarse llevar por el miedo, si se iba, nunca sabría qué había ocurrido con él.
En ese momento sintió que la temperatura descendía abruptamente, pero no era frío lo que sentía, era algo extraño que no podía explicar... Abrió los ojos y, al escuchar la reacción de Seamus dirigió su mirada hacia el fuego. Al verlo congelado un escalofrío recorrió su espalda y sus pupilas se dilataron hasta comerse prácticamente el gris de su mirada.
— S-saque el atizador de allí...
Rogó con voz trémula, dirigiéndose al capitán.
-Aún no. -Respondió el capitán, sosteniendo el atizador con tanta fuerza que los nudillos estaban ya de un color blanquecino.
-El Séptimo Cazador no puede tocar el hierro… -Repitió las palabras escritas en el cuaderno de los fareros en voz baja, con sus ojos claros fijos en las llamas congeladas. -Veamos si aún es capaz de parpadear.
Wallace estiró lentamente la mano hacia las llamas inmóviles, como si intentara tocar un cuadro pintado con fuego. El calor seguía allí, pero era diferente. No irradiaba como una fuente de energía viva, sino que permanecía detenido, como si hubiera sido fijado en el tiempo.
Cuando sus dedos estuvieron a escasos centímetros de las brasas congeladas, el aire vibró con una tensión invisible. La sombra de Seamus se deformó contra la pared, retorciéndose en una figura que no le representaba. Su mano proyectaba cinco dedos… pero la sombra mostraba seis, su cuerpo era más ancho y su cabeza más pequeña...
Moira, aún sentada, lo vio claramente. El fuego seguía detenido, pero la sombra del fuego no lo estaba. Se movía como agitándose con vida propia, como si la chimenea ardiera en otra realidad superpuesta a la suya.
Entonces, el capitán retiró el atizador. Las llamas se encendieron de golpe, como si una película volviera a rodar tras un largo parón. El calor volvió a ser natural, inmediato. Seamus dio un paso atrás, con la respiración acelerada.
En el extremo del atizador, donde había estado en contacto con el centro de las brasas, había quedado marcada una forma cirucular, como si el hierro hubiese tocado algo que no estaba allí…
En el contexto de la brecha dimensional y la presencia de entidades de una realidad distinta (como los Vigías, el Séptimo Cazador, o lo que sea que habita "al otro lado"), lo que ha sucedido con las brasas y el fuego puede entenderse como un fenómeno de sincronización entre planos.
Aquí tienes una explicación coherente con el tono de tu historia:
Descripción sobrenatural:
Las llamas de la chimenea no se extinguieron, ni fueron sofocadas. Lo que ocurrió fue una interferencia dimensional: durante unos instantes, la realidad de la sala del faro se superpuso parcialmente con otra capa de existencia, como si la estructura física del faro estuviera resonando con una frecuencia distinta, ajustada a la del otro plano.
Esto produjo un efecto de "congelación temporal local", no en el sentido literal de parar el tiempo, sino en el de suspender la manifestación visible del fuego. Es decir: las brasas seguían allí, el calor persistía como una vibración estática, pero la energía que normalmente genera luz y movimiento quedó en pausa, como si el fuego existiera en un modo latente, a medio camino entre dimensiones.
Explicación teórica (según Wallace):
"Lo que hemos presenciado es una distorsión del continuo espacio-tiempo localizada. Como si durante unos segundos, nuestra materia se hubiese alineado con la estructura cuántica de otra realidad... No el mismo universo, sino uno contiguo, superpuesto. En ese lugar, las leyes físicas no se comportan como aquí. El fuego no es fuego. O no es como lo entendemos. Puede que para ellos, la combustión no produzca luz... sino sombra."
El atizador de hierro forjado, al ser introducido en las brasas durante esa "superposición", actuó como un objeto disonante, incompatible con la frecuencia de la otra dimensión. El hierro, especialmente el hierro frío, tiene connotaciones esotéricas y folklóricas como barrera contra lo feérico, lo espiritual o lo extradimensional. Al introducirlo:
Rompe la resonancia que permitía la sincronización.
Desgaja el tejido común entre ambos planos.
Y marca la chimenea (y quizá la realidad circundante) con un símbolo residual: un eco de esa conexión que se ha roto o alterado.
Esto indica que los fenómenos que sufren (zumbidos, visiones, voces en el viento, el número 37) no son sólo mentales o psicológicos. Son físicos. Son vibraciones de una realidad contigua que lucha por manifestarse en la suya. Y ahora, con el atizador como herramienta, pueden tener un modo de interactuar, sellar, o incluso debilitar a esas entidades.
Que el faro es un punto de contacto entre mundos, y cada vez que se rompe la sincronía (como con el atizador), se restablece la "realidad primaria".
Que el Séptimo Cazador y su legión no pueden manifestarse plenamente en un entorno que conserva el hierro y otras estructuras no resonantes.
Que cada 37 segundos puede haber una nueva alineación, una "puerta abierta" donde esa realidad trata de interferir.
Y que el fuego, la luz, y el hierro no son solo elementos decorativos... Son barreras, advertencias, y posiblemente armas.
Moira ahogó un gemido ante la negativa del Capitán McKenna de retirar el atizador del fuego. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo, pero podía sentir la presión en el aire y sus instintos le gritaban que saliera de allí corriendo, pero no se movió.
Su mirada seguía la danza que las sombras del inmóvil fuego mostraban en la pared. Vio al doctor acercarse al fuego y estirar la mano y contuvo el aliento mientras un sudor frío perlaba su sienes.
Por el rabillo del ojo vio algo. Giró la cabeza, poco a poco, con temor y se quedó helada al ver la figura que mostraba la sombra de Seamus.
En ese momento el capitán retiró el atizador del fuego y éste volvió a crepitar y todo pareció volver a la normalidad. Pero Moira estaba segura de lo que había visto. Algo se había interpuesto entre el marinero y la pared, algo que no era humano...
— Las sombras parecían tener vida...
Musitó con la voz quebrada y se levantó del asiento, mirando a uno y otro lado con los ojos muy abiertos. Ya no era sólo el maldito número que se repetía una y otra vez en el titilar de las llamas. Ni el zumbido que casi le había perforado los tímpanos. Allí había algo, algo que no lograba entender y que se había llevado a los fareros...
— Hay algo aquí, con nosotros... Algo que nos acecha...
Al decir aquellas palabras en voz alta sintió que estaba perdiendo la cabeza. Moira siempre había sido una mujer cabal, pero algo estaba trastornándola.
Seamus respiraba entrecortadamente, como si hubiese estado a punto de que su mano la atrapase alguna bestia peligrosa al otro lado de unos barrotes. Con la mirada fija en el fuego, el marino no se había dado cuenta de lo que había hecho su sombra proyectada, pero sí que lo había sentido.
—Es el séptimo guardián...— respondió Seamus en un murmullo, con labios temblorosos bajo la barba tupida
Al ver que al retirar el atizador volvía el fuego a danzar con normalidad, Seamus se acerćo al capitán, para poder apreciar la marca circular.
—¿Qué es, capitán?
Wallace fingió que no se estaba dando cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Tenía que hacerlo, por supervivencia. No podía dejarse llevar, como el resto, por la paranoia y el pensamiento mágico. Tenía que haber una razón, una explicación racional y lógica para todo lo que estaba sucediendo.
Se centró en Moira, en sus heridas. Trató de improvisar con un pañuelo algún tipo de apósito que empapó en la droga para calmarle el dolor. Le pidió que lo presionara suavemente mientras buscaba entre los enseres de los fareros alguna venda que pudiera usar para sujetársela sin que ella tuviera que hacerlo. Puso toda su atención en las tareas como si su propia vida le fuera en ello, como si de ese modo pudiera no ser del todo consciente del inusual e imposible parpadeo de las llamas a su alrededor.
Aun así, no pudo mantenerse en fuga mucho tiempo. No cuando el capitán lo interpeló directamente.
«Una mente brillante entre nosotros.»
Intentó reprimir una risa sardónica, pensando en que de nada servía una mente como la suya ante la serie de sucesos que estaban desplegándose a su alrededor. Aun así, se mordió el labio y siguió con su hiperfoco en la tarea de asistir a Moira, como algo real y tangible a lo que aferrarse.
De pronto, la habitación se enfrió unos grados. Wallace se giró para contemplar al capitán, con el atizador de hierro dentro del fuego, y las llamas congeladas. El curtido marinero acercó los dedos a las llamas, y el aire comenzó a vibrar de un modo similar a como lo había hecho cuando se acercaron al inusual líquido que habían encontrado en la bodega y cuando se aproximaron a la calavera...
De repente, el capitán retiró el atizador y el calor volvió a la estancia. El calor, que no la normalidad.
—¿Me permite, capitán? —dijo Wallace, poniéndose a la altura de McKenna y pidiéndole el atizador para poder contemplarlo con más detenimiento.
En el acercamiento, por un momento, la piel desnuda de su antebrazo, con la camisa remangada, rozó la del otro hombre. El calor humano, en aquel escenario de pesadilla, le pareció un salvavidas: real y tangible, cálido y reconfortante, que le erizó levemente el vello de la nuca. Más reconfortante que cualquier fuego, más tangible que cualquier certeza que su mente pudiera conjurar. Algo en Wallace, visceral y profundo, oculto, le instó a mantener la cercanía, a quedarse donde un nuevo contacto casual y furtivo fuera posible.
«Vamos, Wallace. Son patrones. Frecuencias, ritmos, pulsos. Sabes hablar ese lenguaje. No te dejes llevar por el pánico.»
Observó con calma el atizador, tratando de estudiar la forma redonda, haciendo cábalas sobre qué podría haber producido ese patrón en el hierro.
—Hace trece años, en 1887, el experimento de Michelson-Morley desmintió la teoría del éter. Los científicos pensaban que la luz, al igual que el sonido, necesitaba un medio por el cual propagarse. Este medio hipotético fue llamado "éter luminífero": una sustancia invisible, extremadamente sutil y omnipresente que se creía que permeaba todo el espacio, incluso el vacío... En principio, aquel experimento asestó un golpe devastador a la teoría, pero los datos de un solo experimento siempre pueden malinterpretarse... —Deja unos segundos para que lo que está diciendo cale.— Estamos acostumbrados a un medio calmo, donde la luz pueda propagarse en línea recta... o turbulento, como en las llamas. Pero si ese éter existe, piensen en las olas de un estanque. Si es un medio, puede resonar; se pueden producir ondulaciones en él que respondan a ciertos patrones... o frecuencias. Por ejemplo, ese parpadeo de 37 segundos. Si el medio mismo en el que viaja la luz se perturba, puede que lo que vemos deje de responder a lo que estamos acostumbrados y provoque sombras o imágenes que creemos imposibles. Como los espejismos fríos en el mar que nos hacen ver barcos fantasmas en las nubes. —Dijo con voz tensa, más para convencerse a sí mismo que a los demás.— Quizá, solo quizá, lo que está ocurriendo aquí no es más que el resultado de un fenómeno físico de ese estilo. Y de ser así, señores, señorita, tal vez estemos siendo testigos de uno de los hallazgos más importantes de la historia de la humanidad.
De repente, Wallace parece estar infundido de unas fuerzas y entusiasmos renovados. Saca el frasquito con el extraño líquido y, con mucho cuidado, lo coloca sobre la mesa, probando a acercar el atizador de hierro a la muestra, para ver si reacciona del mismo modo que lo está haciendo el fuego.
Motivo: CENCIA!
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 92 (Fracaso) [92]
He fracasado vilmente la tirada para ver si puedo averiguar algo del comportamiento del hierro y el entorno xD
Hubo un momento de duda, de titubeo, en Alistair, como si de alguna forma se resistiera a abandonar aquel trozo de metal que, de alguna forma, había llegado a convertirse en un talismán, tal vez incluso en un ancla. Pero fue sólo un momento, y después el veterano marinero depositó el atizador en el centro de la mesa, de forma que todos pudieran observarlo y acceder a él.
Fue el marinero el primero que se acercó para observar la marca con ojos curiosos, seguido del académico, que se colocó a su lado para acceder a la mesa, tan cerca que sus brazos se rozaban.
Fue entonces cuando, unos instantes después, de nuevo se lanzó a aventurar una nueva teoría, hilándola con sus conocimientos científicos. Algo que podría haber sido algo incluso positivo, de no ser por dos señales inequívocas. La primera era que en esa teoría estaba obviando completamente la posibilidad de que realmente se enfrentaban a algún ser inteligente, y la segunda era más física. Era la velocidad de su voz, lo irregular de su respiración. El capitán había visto suficientes ataques de pánico y de negación como para poder reconocer uno al verlo.
-Profesor… -Alistair interrumpió con voz tranquila la explicación de Edward, y dejó caer una de sus manos sobre el brazo del otro hombre con un gesto tan tierno como firme, decidido a sacarlo del torbellino de sus pensamientos. -He de serle sincero en un aspecto.
-Realmente, no me importa cómo de importante pueda ser el hallazgo o qué tipo de fenómeno físico estemos enfrentando, sino qué es exactamente lo que quiere matarnos, y cómo evitar el mismo destino que se ha tragado a los fareros.
-No soy un hombre de ciencia, pero sí soy un hombre de mar, y he estado muchas veces detrás del horizonte de lo conocido. Lo suficiente para saber que había algo más allá del fuego… y que ese algo no es un capricho de la naturaleza, ni un fenómeno físico, sino algo que piensa y caza. Que nos caza.
-Sepa que es posible que esta situación sobrepase todo lo que ha estudiado… hasta ahora. -Los ojos azules del capitán, oscuros como el océano, sostuvieron la mirada de Edward con firmeza. En el fondo de las pupilas del capitán aún se mantenía un atisbo de miedo, pero ese miedo parecía maniatado por la testarudez de mantener a toda su tripulación a salvo. -Pero todo ese esfuerzo, todo lo que ha aprendido, puede hacerle comprender esto.
27 de diciembre de 1900, sobre las 15.00 horas
Faro de la Isla de Eilean Mòr.
La mañana avanzó sin que ninguno de ellos pudiera relajarse del todo. El frío parecía haberse instalado en el salón, no tanto en la piel como en los huesos y el rugir de los estómagos hizo que tuvieran que dejar de pensar en lo que estaba sucediendo por unos instantes, para comer el contenido de alguna lata de conservas.
En el exterior, el mar golpeaba la base del faro con una fuerza irregular. Durante minutos los embates eran continuos, hasta que, como obedeciendo a la misma pauta invisible, el rugido del agua cesaba justo en el segundo treinta y siete, dejando un silencio que parecía absorber el aire del salón, antes de reanudarse con la misma violencia.
Un goteo persistente en la esquina, filtrándose desde alguna junta mal sellada en la pared, se unía al patrón. El sonido, grave y hueco al caer sobre la madera, se cortaba de forma tan precisa que empezaba a parecer más un mensaje codificado que una casualidad.
Moira fue la primera en mirar al resto con un gesto de advertencia. No necesitaba decirlo, todos habían notado que algo estaba resonando en cada rincón del faro. No era sólo el fuego. No era sólo la lámpara. Era todo.
Wallace, sin apartar la mirada del reloj, murmuró algo sobre frecuencias y medios de transmisión, pero incluso él hablaba en voz más baja, como si temiera que la propia vibración de sus palabras pudiera alterar el compás.
Fuera, el cielo comenzaba a ensuciarse con un velo gris que no parecía nubes ni niebla y la luz entrante se deformaba en ondas lentas, como si estuvieran observando el mundo a través de una capa de agua helada.
Va avanzando el día y el patrón de los 37 segundos es cada vez más evidente.
Después de comer frugalmente, Semaus permaneció sentado mirándose las manos, que temblaban ligeramente, rumiando pensamientos oscuros.
—Deberíamos encender el motor auxiliar del faro. — comentó de pronto — Preparar la antena. Para cuando venga el rayo. ¿No decía eso las notas de los fareros, señorita Moira? — Levantó la cabeza ladeada, como si escuchara algo muy lejano. El tiempo se detuvo y los 37 segundos volvieron a empezar. Incluso Seamus había contenido la respiración durante ese largo segundo. — Debemos estar preparados. Aquí sentados no hacemos nada.
Moira apenas tenía apetito, no solía comer mucho y todo aquella situación le había cerrado el estómago. Pero sabía que tenía que comer si no quería terminar enfermando, por lo que cogió un par de sardinas de una lata de conservas y se sentó en uno de los bancos.
Los pelos de su nuca se erizaron cuando de repente fue consciente que llevaba un rato ensimismada, contando las frecuencias de goteo de alguna pequeña fisura por la que se debía colar el agua.
«Treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete...»
Se levantó del banco y caminó hasta la ventana, dirigiendo la mirada hacia el exterior. Sentía que iba a acabar volviéndose loca, necesitaba salir, pero a la vez tenía miedo...
La voz de Seamus la sacó de su ensimismamiento. Se volvió a mirarle y asintió con un leve gesto de cabeza.
— Sí...
Buscó la libreta de notas y leyó de nuevo en voz alta...
…tormenta… se repite cada 37… igual que aquella vez…ojos en la niebla… no mirarlos directamente… se abren cuando la luz titubea... no podemos dormir… cuando soñamos… es allí donde entran…si regresan, cerrad la torre desde dentro… cargad la antena… el Séptimo Cazador no toca el hierro… usad el cableado viejo… esperad el trueno… sincronizad con el trueno… entonces… si no funciona, que el mar nos trague primero…
Bajó la libreta y miró de nuevo a los tres hombres.
— Esto es lo que hay escrito, pero parece que falló... ¿De verdad quieren repetir los mismos pasos que ellos recorrieron?
Preguntó y apretó los labios en una fina línea. Los fareros habían desaparecido, quizás habían sido atrapados vete a saber dónde. No podía quitarse de la cabeza la imagen de aquel hombre atrapado en el cráneo... No quería acabar como él...
Wallace pasó el resto del día meditabundo y cabizbajo. No quería reconocer, y mucho menos delante del capitán, que se le habían agotado las ideas y las suposiciones, que la situación a su alrededor era mucho más de lo que podía aprehender experimentando en un laboratorio o comprender revisando libros antiguos y bibliografía científica, que todo aquello superaba con creces sus capacidades, su conocimiento y cualquier atisbo de coherencia. Sin embargo, cada vez que se hundía en la desesperanza, se llevaba la mano al brazo, rememorando el contacto de la mano firme del capitán y la fe que había depositado en él, en su conocimiento y en que sería capaz de entender lo que estaba ocurriendo.
En cierto momento tuvieron que comer, y Wallace les recordó la importancia de alimentarse sólo de sus propias provisiones, las que habían traído consigo. Aunque la teoría de que los fareros se habían sumido en algún tipo de psicosis o paranoia por culpa de una intoxicación ya no se sostenía, le producía reticencia consumir cualquier cosa que estuviera en aquella isla. Todo a su alrededor se le antojaba hostil y potencialmente peligroso, antinatural. Como el mismo capitán le había dicho, si algo estaba intentando «darles caza», lo mejor era ser precavidos y tratar de controlar el entorno lo antes posible.
«Eres un científico, Wallace. Experimenta. ¿Cuál es la hipótesis? Que todo se ajusta a un patrón de treinta y siete segundos. Pero… ¿todo? Tienes que falsar esa hipótesis».
De repente, se llevó la mano al cuello, dos dedos con los que presionó suavemente un lateral de su garganta mientras sacaba, con la otra mano, su reloj de bolsillo y comenzaba a monitorear su pulso. Ellos eran elementos exógenos. ¿Se ajustarían también al patrón? ¿O sólo afectaba a la isla en sí misma? Después de controlar su propio pulso, procedió a hacer lo mismo con Seamus, Moira y el capitán. Quizá, con este último, detuvo más el contacto de lo estrictamente necesario.
—Seamus, dijo que las leyendas contaban que la isla estaba viva. Supongamos que creo en su hipótesis. Si la isla es algún tipo de ente u organismo colosal, este patrón de treinta y siete segundos podría ser su pulso, su latido. En los hospitales de Londres se ha probado a estimular músculos con pequeñas corrientes: se contraen de inmediato, como si el propio rayo les diese vida. Y todos sabemos de hombres fulminados por una descarga, cuyo pulso se detiene en seco. Tal vez eso es lo que intentaron los fareros: detenerle el pulso a la isla...
—¿Han oído hablar de la guerra de las corrientes? — Prosiguió, tras meditar un poco acerca de las dudas de Moira con respecto al fallo en los planes de los fareros. — Hace apenas diez años, un hombre fue ejecutado en Nueva York mediante electrocución. Edison mismo apoyó aquel método para demostrar que era mortal, que la corriente alterna era peligrosa… Quizá eso fue lo que les falló a los fareros. Quizá la descarga para detener a la isla también deba tener una frecuencia.
Voy a esperar a ver si nuestros biorritmos también están sincronizados para decidir cómo podemos ejecutar a la isla xD
El tiempo pasaba, aunque en esa ocasión, en lugar de ser un lento y continuo fluir, se había convertido en una sucesión de interminables secciones separadas por ese mismo patrón que amenazaba con quebrar su determinación.
Mientras los demás acababan con sus raciones, el capitán había dejado la suya sin terminar, y se había ausentado unos instantes, en lo que todos habían supuesto que era una visita al excusado, pero que había terminado con Alistair regresando a la sala llevando en sus manos el cuaderno del jefe del faro, y varias plumas que debía haber conseguido de los dormitorios de los antiguos ocupantes del edificio. Sin mediar palabra, colocó el libro frente a él, en la mesa, y continuó dando cuenta de su ración mientras pasaba las páginas.
Al llegar a la primera en blanco, dejó la cuchara sobre el plato que había cogido, y comenzó a escribir sobre el papel con trazos rápidos y decididos.
-Tal vez falló, tal vez no. -Intervino con voz grave cuando Moira cuestionó el repetir los pasos de los fareros que había sugerido Seamus, aunque no apartó los ojos del libro, ni dejó de rasgar el papel con la pluma. -Cuando llegamos, esta maldita pulsación se había detenido.
-Esté relacionado o no, comenzó cuando rompimos lo que recubría esa calavera. Tal vez ellos hubieran logrado detenerlo, al menos un tiempo.
En ese momento, debió de terminar parte de lo que estuviera escribiendo, ya que puso un vigoroso punto y aparte al párrafo, cerró la pluma, y se giró para mirar con sus ojos azules a la muchacha.
-En cualquier caso, la verdadera pregunta, señorita Callaghan, es… ¿tenemos otras opciones? Ya habéis visto las anotaciones. Una vez comenzó la pulsación, el tiempo se acabó deprisa.
Chasqueó la lengua, y guardó silencio mientras Wallace se lanzaba a otra teoría sobre lo que podría estar sucediendo y la naturaleza de la frecuencia que lo impregnaba todo a su alrededor. Sin mediar palabra, al ver cómo controlaba el pulso del resto, se remangó la camisa por encima del codo, y tendió su brazo hacia él en cuanto acabó con Moira.
-Vibra en el fuego. Vibra incluso en el aire. Pero el metal es conductor de las vibraciones, ¿no es así? Los diapasones funcionan según esa idea, si no recuerdo mal. -Dijo con voz más suave, mientras Wallace apretaba sus venas para sentir el pulso que les daba la vida. -Cuando verifique nuestros corazones, profesor, verifique si el atizador también está… -Buscó una palabra hasta dar con una. -Contagiado de este ritmo infernal.
Al final me he adelantado :D
27 de diciembre de 1900, sobre las 15.20 horas
Faro de la Isla de Eilean Mòr.
El doctor fue pasando uno a uno, primero consigo mismo, después Seamus, Moira, y finalmente el capitán. En cada caso midió la cadencia de los latidos con la precisión de quien quiere aferrarse a un dato sólido en medio del delirio. Y nada, ni sus pulsos, ni sus respiraciones se sincronizaban con aquella pausa ominosa de treinta y siete segundos que marcaba la isla. Sus corazones latían con la irregularidad propia de la vida, acelerados por el miedo, tensos por la espera, pero nunca sujetos al compás extraño que parecía regir el entorno.
Con el atizador sucedió lo mismo. Al sostenerlo en la palma y presionar el oído contra él, lo único que transmitía era el frío del hierro y un leve crujido metálico, nada parecido a un latido. Ni vibración rítmica, ni eco alguno. El metal permanecía ajeno, un elemento extraño que no se dejaba invadir por aquella frecuencia invisible.
El silencio volvió a instalarse en el salón, roto sólo por el goteo de la filtración que volvía a detenerse y reanudarse, implacable, en su maldito intervalo. Todo parecía respirar con la isla. Todo, menos ellos.
Os dejo un turno más para ver si hacéis alguna cosa y si no se os ocurre nada, avanzo unas horas!
Seamus se dejó hacer por el profesor sin decir nada. Cuando hubo terminado, después de pensarlo mucho, volvió a hablar.
—Así es, profesor. Eso se ha dicho siempre, que las islas no están hechas de tierra o roca, sino... —se humedeció los labios—seres antiguos que se convirtieron en piedra por castigo o por custodia.
Luego se sumió de nuevo en sus pensamientos, pero bajo la barba seguía moviendo los labios. Miró al cielo.
—Esperad al trueno, decían esos desdichados. Tal vez haya que esperar a que caiga un relámpago que alimente el faro con toda su fuerza... Sincronizado con el trueno... —y mirando hacia ninguna parte continuó con una retahíla de rezos y oraciones mientras se agarraba a su viejo amuleto de madera.—Deberíamos encender el faro con el combustible, quizás.
— Sí, se había detenido y los fareros habían desaparecido...
Moira respondió al Capitán con cierta acritud y apretó los labios en una fina línea. Era consciente de que no tenían nada, no tenía ni idea de por dónde empezar ni qué hacer y era consciente de que, quedarse quieta viéndolas venir, no era una opción. Pero maldita sea, los fareros no estaban. No estaban por ningún lado y... Parecía que habían estado jugando con lo que fuera que había ahí y les había salido mal. Y ahora ellos pretendían probar el mismo experimento, sin saber qué era lo que exactamente habían pretendido conseguir los fareros , ni cómo habían llegado a aquella conclusión.
Estaba tensa cuando el doctor posó los dedos sobre su cuello para contar su frecuencia cardíaca. Respiró hondo y cerró los ojos, dejando que el facultativo siguiera con sus investigaciones.
Le escuchó hipotetizar y soltó un pequeño suspiro. También escuchó a Seamus y le miró a los ojos.
— Sí, quizás... Quizás no sincronizaron bien el maldito rayo. O quizás el rayo no tenía suficiente potencia o quizás eso cabreó a lo que sea que se oculta en esta puñetera isla. Ya sea la propia isla, el cazador o seres antiguos venidos de a saber dónde... Estamos condenados...
Sin darse cuenta terminó alzando la voz, soltando finalmente un improperio y se sentó de nuevo, enterrando su rostro entre las manos tensas. La mujer no se había podido quitar de la cabeza la imagen del hombre atrapado en el cráneo y toda aquella situación, el zumbido, el goteo, las luces, todas aquellas secuencias... La estaban desquiciando...
He querido rolear un poquito la pérdida de cordura ^^
– Estamos a salvo... No parece que hayamos sido asimilados por esa frecuencia demente –sentenció Wallace, con una mezcla de alivio y confusión en la voz, como si le sorprendiera estar dando credibilidad a todo aquel sinsentido a su alrededor. Pero estaba claro que no podía seguir negando lo que los cuatro estaban viendo. En su pecho se había instalado una opresión constante, similar a la que precede a las ganas de vomitar, aunque estaba convencido de que, de hacerlo, no serían alimentos lo que expulsaría, sino el corazón, los pulmones o el alma misma.
– Tampoco parece que al hierro le afecte. Los fareros llevaban razón –Puso una mano sobre la del capitán, sin saber si ofrecía seguridad o si buscaba robarle la poca que le quedaba.
Tal vez debía dar un voto de confianza a los delirios de los diarios y las cartas.
Moira comenzó a hablar, y Wallace no pudo por menos que dejarse arrastrar por la misma desesperanza que envolvía a la mujer. Nunca, hasta ahora, la había visto frágil, y esa fragilidad lo incomodaba. Como si cada uno hubiera ido perdiendo aquello que los definía: ella, su determinación; él, su genio.
– Ellos intentaron sincronizarse con este ritmo infernal también, pero el sistema no aguantó suficientes ciclos... –dijo mientras jugaba todavía con el atizador de hierro entre las manos–. Para generar una verdadera corriente alterna necesitas algo que pueda mantener una frecuencia de forma constante, no esperar a cada rayo que caiga del cielo... Necesitas algo que se acople a la corriente. Algo como un... alternador... –Parecía haber perdido el hilo de sus pensamientos, mirando el hierro entre sus manos, que giraba de forma distraída–. El séptimo cazador no toca el hierro...
De repente, las piezas de un rompecabezas cósmico parecieron encajar en su cabeza.
– Un electroimán... Tal vez esa sea la clave. Podemos construir un electroimán: un núcleo de hierro rodeado por una bobina que haga circular la electricidad que podamos obtener del faro, con ese patrón de treinta y siete segundos... Eso podría generar un campo magnético que nos proteja.
– Este faro debe de tener un telégrafo. El telégrafo tiene un relé, con su propia bobina. Podemos extraerla y probar con el fuego si mi hipótesis es correcta... Pero para eso primero tenemos que devolvere la corriente a este sitio. – Mira a Seamus. – Lleva usted razón. Deberíamos encender los generadores.
-Muy bien, pongámonos en marcha entonces. -Tras un largo momento de reflexión, en el que había sopesado las palabras de todos, el capitán pareció haber recuperado el ímpetu para continuar con aquella particular lucha. -Posiblemente el tiempo no sea ahora mismo nuestro mejor aliado.
-Señor Doyle, ponga en marcha los generadores. -Dijo al marinero, y miró también a Moira. -Señorita Callaghan, acompáñelo por favor. Y mientras van allá... Busquen toda pieza de hierro que encuentren y tráiganla.
-Yo me quedaré con el profesor y lo ayudaré con sus pruebas. Además tomaré nota de todo lo que está sucediendo y las pruebas que hagamos.
-Profesor, pruebe su teoría magnética, y mientras yo probaré el efecto del hierro en otras cosas. Ha congelado el fuego pero sólo mientras lo tocaba. Tenemos que saber si nos protegería, o si puede limpiar la ... Infección de otros objetos.
-Tal vez estemos protegidos si tuviéramos hierro encima. Tal vez no. -Hizo una pausa. -Los fareros quisieron derivar el rayo por el cableado viejo. No querían que la energía se infectara. La cuestión es, qué querían hacer con ella.
Desde móvil