Partida Rol por web

Me acerqué a Catherine para atenderla pues se la veía realmente afectada por las palabras de Murray. Algo en los desvaríos de Murray no había sido totalmente desconocido para ella.

¿Está bien Catherine? La veo alterada. ¿Ha entendido algo de las palabras de Murray? Creo que debería contarnos lo que pueda ser.

No quería ser agresivo con nuestra amiga, pero cualquier tipo de información por descabellada que fuera podría dar luz al asunto. Las palabras inconexas de Murray me daban la impresión de que no eran tan locas como pretendían los médicos. Aquel hombre había visto o vivido algo en aquella expedición que había quebrantado su mente y, en ella estaba la solución.

Murray no reaccionó bien a mis palabras y el doctor del joven nos interrumpió echándonos casi de inmediato. Una vez fuera y a solas con aquel hombre Eleanor siguió con su papel a la perfección, hablar con su doctor también podría ser interesante pero había algo que me molestaba.

- Disculpe - Le interrumpí algo preocupada -  ¿sabe a qué se refería cuando gritó "Esa cosa viene"...? usted ha visto algo más que locura alrededor de Simon ¿no es así?- 

Tras unas cortas indicaciones dadas por el doctor, uno de los celadores acompaña a los investigadores a la puerta de la celda, pero, en vez de volver a su interior, camina por el pasillo hasta entrar a una de las estancias. Minutos más tarde, regresa con un maletín negro y accede a la celda de Murray. Los gritos del enfermo, aunque queden amortiguados por la pesada puerta de hierro, se siguen escuchando desgarradores desde el otro lado. No obstante, tras la llegada del celador, estos empiezan a disminuir en intensidad, hasta que se hacen apenas audibles. Pasados unos instantes de calma, la puerta se abre y tras ella sale el médico portando el maletín y seguido de los dos celadores que se sitúan a lado y lado de la puerta y se disponen a montar guardia. Sin detener su paso ni mirar a los investigadores, el sanitario contesta airado a la petición de Eleanor.

— Si es cierto que la señorita Moore les ha dado permiso para acceder a la habitación del señor Murray, creo que sus días en el Hospital Psiquiátrico Real como enfermera han llegado a su fin — cuando se ha distanciado de los investigadores un par de pasos, se detiene en seco y se encara a ellos. — Y sí, yo me encargo del bienestar de este paciente, cosa que para mi, ahora mismo, es lo principal. Y por ello, como me cuesta creer que una escritora y su séquito puedan servir de algo en su recuperación, prefiero dedicar mi tiempo a otra cosa más productiva que en explicarles historietas para que rellenen su libro.

El hombre da media vuelta y empieza a caminar. Sin girarse, contesta a la francesa.

— Ese pobre hombre está muy enfermo. No hay nada más que pueda decirles.

Sin despedirse, sigue caminando hasta el final del pasillo y entra en la habitación donde, minutos antes, había accedido el celador.

Admiro su labor de querer ayudar a los pacientes, y si lo piensa nosotros buscamos el mismo propósito.- Con calma y las manos unidas en su regazo, siguió el paso del doctor sin intención de dejarle, no sin lograrlo que había intentado.- Estamos ante un problema real donde han desaparecido o muerto personas a causa de una exploración marina de la que seguro el señor Murray le habrá comentado. Hemos estado hablando con una de las viudas de los implicados y su hija pequeña.- Se giró hacia Juliette, quien se encargó de esa parte y podía dar credibilidad a sus argumentos.- Incluso nosotros mismos somos amigos de uno de los desaparecidos buscando respuesta así que créame cuando decimos que venimos a ayudar a que no se repita.- Esta vez se giró hacia Murray con cierta ternura, la misma de una madre que perdió a su hija a temprana edad.- Quiero escribir sobre lo ocurrido, que el mundo sepan quienes fueron los héroes que perecieron y el porqué es tan peligroso repetir una incursión, pero para ello necesitamos la versión del único superviviente.- Se acercó más al doctor hasta estar a poca distancia para poder bajar el volumen de su voz.- Quiero que esa niña tenga un recuerdo de su padre y, cuando lea el por qué se sacrificó, se sienta orgullosa de él. Además, su nombre estaría al haber sido quien atendió a Murray, tendría una base sólida para escribir sus propios libros de tesis, ensayos… lo que quiera, con tal de poder ayudar a más gente con su conocimiento.

Ese doctor, parecía un hueso duro de roer, pero nosotros después de todo lo que nos habíamos encontrado en aquella rara y más que rara investigación no íbamos a darnos por vencidos. 

Escuché la intervención de Eleanor, que me pareció más que acertada, había que intentar hacerle ver a aquel hombre que queríamos ayudar a Murray, que era cierto, más o menos. 

Así que una vez acabó de hablar me puse a su lado dirigiéndome al hombre de la bata blanca.

- Como bien ha dicho mi compañera esto no es solo para escribir un libro, estamos ante algo más que un hombre muy enfermo, psicológicamente hablando al menos. Hay muchas partes afectadas y una de ellas me partió el corazón, hablo de la pobre hija de Ian, tenía que haberla visto, parecía un alma en pena cuando fuimos a visitarlas a ella y a su madre para que nos hablasen de lo que sabían y habían visto. Por lo que pude vislumbrar, esa niña era luz hasta que "algo" le arrebató la vida a su padre y con ello la felicidad a esa pobre criatura. Pude conseguir evadirla un rato de su malestar, pero aún así había algo que no se iba de su mente, decía que un frío húmedo la recorría de vez en cuando, el mismo frío que había en la habitación en la que encontraron a su padre... - me acerco más al doctor y con sumo cuidado voy dejando caer mi mano en su brazo, intentando hacerle empatizar con la situación que le estábamos narrando - de verdad, buen hombre, ayúdenos a ayudar a ese pobre infeliz, quizás si compartimos todos la información que tenemos podamos hacer algo por él y por todos los afectados tras aquella incursión al Foso del Diablo...

El doctor iba a darnos carpetazo así que uní a las súplicas de mis compañeras para evitar que el doctor nos ignorara por completo.

Doctor, créanos. En la mente difusa de este caballero se encuentra la clave para encontrar a mi amigo desaparecido, como le ha comentado la señorita, así como para encontrar al causante de varias muertes. Puede que incluso al causante de la locura del señor Murray. No queremos importunarle más, pero es muy importante conocer los detalles de su locura. Quizás entre esa locura se esconda un ápice de realidad..

El médico se encierra en su despacho haciendo caso omiso a sus interlocutores y deja clara su negativa a hablar con ellos mediante un sonoro portazo. Pasados unos segundos, cuando los investigadores empiezan a dar por perdida la oportunidad de conocer algo más sobre el compañero de expedición de Edward Drake, la voz severa del psiquiatra se puede escuchar desde el otro lado de la puerta.

— Si siguen ahí, hagan el favor de entrar. No dispongo de todo el día.

Sin perder un segundo, los investigadores entran al despacho y se agolpan alrededor de la mesa del médico. La decoración de la habitación brilla por su ausencia. La rotunda sobriedad con la que se adorna la estancia estremece a aquellos con mayor sensibilidad estética del grupo, que interpretan aquel minimalismo bestial como una flagrante muestra de dejadez y mal gusto.

El hombre de pelo cano mira a cada uno de los presentes con ojos inquisitivos y empieza a hablar con voz grave y exhortante.

— Soy el doctor Peter Cameron. Llevo tratando a enfermos mentales en el Hospital Psiquiátrico Real desde hace más de veinticinco años y me trae sin cuidado obtener  reconocimiento profesional por haber contribuido a la recuperación del señor Murray o de cualquier otro paciente. Ese es mi trabajo y me debo a él, sin más, como llevo haciendo un cuarto de siglo. Que mis pacientes puedan retomar sus vidas es suficiente recompensa para mi.

La cadencia de sus palabras hace creer a los presentes que en cualquier momento el hombre va a dar por concluida la charla y los va a echar de su despacho. Por suerte, una nueva acometida de severidad deja clara la continuación del discurso.

— En el caso que nos ocupa, considerando primordial la correcta ejecución de mi labor médica, confieso que cualquier dato extra sobre esa expedición a las profundidades me sería muy útil para comprender un poco mejor los delirios de mi paciente, el señor Murray. Con lo cual, estoy dispuesto a intercambiar información, si es que saben algo que me resulte provechoso.

Nuevamente, se hace el silencio en el triste despacho. El resuello de hastío del doctor Cameron lo rompe.

— Y bien, ¿qué tienen que explicarme sobre ese Foso del Diablo?

Aún incapaz de hablar Catherine sigue a sus amigos tras aquel doctor convencida de que jamás hablará con ellos.Por suerte se equivoca y aunque algo brusco el médico finalmente decide atenderles aunque la pregunta que les hace les deja momentáneamente silenciosos.Las imágenes que la atormentan por la noche vuelven a ella y un sudor frío baja por su espalda haciendo que se estremezca y tenga que rodearse con los brazos para evitar temblar de nuevo

-"Ese sitio...ese lugar...hay algo maligno en él,algo que mata,que vuelve locos a los que lo ven y que envía mensajes de algún modo a los que son más receptivos siendo capaz incluso de que enfermen.Sé que parece una locura pero allí hay algo,un ente desconocido con el que no podremos acabar..."-apenas fue consciente de sus palabras pero a sus propios oídos sonaban como los de una mujer desequilibrada por lo que calló bruscamente y agachó la cabeza apretando las mandíbulas para no gritar

Cuando ya pensaba que no podríamos sacar nada de aquella visita la voz del doctor nos dio una nueva esperanza, que no tardó mucho en ser truncada por la pregunta que nos hizo. Escuché a Catherine y me di cuenta de lo mucho que nos estaba afectando todo aquello, aún así tragué saliva e intenté aportar algo más.

- Así es, hay algo extraño en todo esto. Todos los que allí han ido han acabado muertos, locos o desaparecidos... Y nosotros mismos al investigar sobre ello solo nos encontramos obstáculos, o cosas muy raras, como visiones...

No pude continuar, aquella imagen regresó a mi cabeza y me hizo callar, no quería que aquel doctor me encerrase a mi también.

El médico atiende a las estremecedoras palabras de Catherine sin mudar la imperturbabilidad de su rostro. Con un rápido movimiento, saca del bolsillo de la bata un pequeño bloc de notas y un lápiz y hace algunas anotaciones durante la intervención de la anticuaria. Cuando esta ha concluido, coloca la libreta en el escritorio y pliega las manos sobre esta mientras se dispone a cumplir con su parte del trato.

— Por lo que sabemos, el señor Murray era un joven razonablemente estable, sin historial previo de trastornos mentales — el psiquiatra arquea la ceja derecha circunspecto—, aunque a veces el que parece más racional resulta, bajo ciertos condicionantes, el de conducta más opuesta. De ahí su actual crisis nerviosa.

El rostro del doctor Cameron sigue siendo serio, pero ya no hostil.

— La implicación del señor Murray con la expedición oceánica de la Universidad parece haber desencadenado el problema. Seré franco con ustedes — el doctor Cameron alarga ligeramente el cuello hacia sus interlocutores y frunce ligeramente el ceño — está en un estado lamentable. He visto veteranos de guerra con menos daño. Su mente se ha retraído y sólo con el tiempo podrá volver de vuelta. Sin duda, sufre de una amplia variedad de trastornos, por no hablar de lo que llamamos talasofobia: miedo al mar. Probablemente yacía oculto en su subconsciente, pero emergió cuando entró en esa batisfera y descendió a las profundidades.

El hombre vuelve a abrir el bloc de notas y, tras un ligero vistazo, reemprende el discurso.

— Dicho esto y tras escuchar sus palabras — el médico señala levemente a Catherine con la mano—, me da por pensar que quizás los tres sucumbieron a un episodio de histeria colectiva originado por miedos atávicos a lo desconocido, sin ningún tipo de duda relacionados con el fondo oceánico. Y es que, aparte de la mente humana, ¿hay algo más inhóspito y difícil de desentrañar que la profundidad marina?

La explicación del médico era todo lo que se podía esperar de un académico. Se regia siempre por la razón y no admitía otro tipo de explicaciones. Aunque yo no fuera una persona crédula, era evidente que en este asunto había algo que escapaba de la comprensión racional.

Señor. No dudo de su opinión ni mucho menos, pero no creo que se deba todo esto a un episodio de histeria colectiva. U a de nuestras amigas que no esta aquí ahora mismo, sufrió algo parecido simplemente mirando en el fondo de un carril en casa de mi amigo desaparecido. Sus desvaríos senparecian a los del señor Murray aunque su mente no llegó al extremo de romperse. Creo que entre las palabras de Murray pueda haber algún atisbo de realidad. ¿Guarda usted transcripción de sus sesiones con el señor Murray?

Las palabras del doctor no sirvieron de mucha ayuda para aclarar nada y tampoco tranquilizaron a Catherine que escuchó en silencio al médico y a Alfred aunque no podía echar en cara al doctor su falta de visión ante aquello pues ¿quién iba a creer que lo que había visto Murray y ella misma era real?Obviamente aquello escapaba a la comprensión racional y no podía culpar a Cameron por lo que simplemente optó por permanecer en silencio sabiendo que aquella visita iba a ser infructuosa

El médico atiende perplejo a las declaraciones de los investigadores. No obstante, su escepticismo vocacional no le permite recular en su argumentación.

— Por lo que veo, el señor Murray no está solo en sus arraigados temores — por unos instantes, los ojos del doctor Cameron se posan indagadores sobre la figura compungida de Catherine—. Sin duda, aquella exploración ejerció un tremendo estrés sobre la mente de mi paciente y la de sus compañeros y, por ello, es fácil afirmar que sus desvaríos no se fundamentan en algo real como ustedes sugieren.

El hombre se retira las gafas y las limpia con un trozo de fieltro que saca del bolsillo del pantalón.

— Desde su ingreso, el señor Murray ha pasado muchas horas sedado a causa de su lamentable estado. No obstante, he logrado entrevistarme con él en un par de ocasiones. Pese a ello, el resultado ha sido infructuoso. En mis notas encontrarán poco más de lo que ya le han escuchado decir en la celda de contención.

El médico vuelve a ponerse las gafas y abre el cajón del escritorio del que extrae una carpeta que entrega a Alfred.

— Aunque deba confesar que sus testimonios no me han servido de mucho, agradezco su voluntad en ayudar a mi paciente. Con lo cual, antes de marcharse, les autorizo a echar un vistazo a las transcripciones de las dos últimas sesiones que tuve con el señor Murray.

El doctor Cameron cruza los brazos mientras observa como los investigadores sacian su curiosidad en los documentos entregados.

— Pero por favor, dense prisa.

Cogi las notas y comencé a leerlas. No conseguí encontrar nada de interés en ellas a pesar de repasar las varias veces. Frustrado, las pase a mis compañeras. Quizás ellas vieran algo que a mi se me hubiera pasado por slto

Catherine se fijó en la mirada que el médico le lanzó y ante el temor,probablemente infundado e irracional,de que la encerrasen allí por loca intentó recuperar la compostura y mantener el rostro imperturbable guardando los sentimientos y miedos que la afligían desde hacía días o nocche más bien pensó tomando los documentos que Alfred le pasaba

El grupo se agolpa ante las notas del médico y cada uno por su lado intenta sacar algo en claro, mientras el sanitario les apremia con la mirada. Se hace difícil comprender la jerga usada en las anotaciones, incluso en ocasiones es casi imposible descifrar los ininteligibles garabatos del Dr. Cameron. Posiblemente debido al cansancio acumulado, Alfred y Eleanor no tardan en quedar abrumados por la algarabía de tinta y ceden frustrados el bloc de notas a sus dos compañeras, que, por la concentración que parece leerse en sus rostros, guardan mayor sintonía con la complejidad de la transcripción.

Pasados unos minutos, tras un corto suspiro, el psiquiatra se levanta y, forzando una sonrisa de gentileza, insta al grupo a abandonar el despacho, excusándose en un sinfín de labores médicas que debe atender urgentemente. Las tres mujeres y el hombre salen de la habitación, no sin antes depositar el bloc sobre la mesa y agradecer la atención del doctor. Una vez fuera, de camino al hall del hospital, el grupo pone puntos en común.

Algo disgustados, tanto Alfred como Eleanor únicamente son capaces de corroborar el discurso del Dr. Cameron. Simon Murray descendió hacia las profundidades marinas y el estrés ocasionado desencadenó un ataque de terror producido por un miedo irracional al océano que, hasta el momento, se encontraba sepultado en su subconsciente.

No obstante, por suerte, el análisis de Catherine y Juliette va un poco más allá. Las mujeres centran su argumentación en que lo que provocó el pánico de Simon no fue un miedo enterrado en su mente, sino algo que la expedición encontró bajo el mar y trató de darles caza al ver violados sus dominios. Además, la pareja es capaz de percibir en la definición que hace el universitario de la criatura abisal que les hostigó una cierta insistencia en recalcar que no parecía ser de este mundo, pese a que algunas partes de su fisionomía, como tentáculos, piel correosa y membranas interdigitales, se correspondieran con la de animales acuáticos conocidos.

El grupo charla animadamente hasta la salida del Hospital Psiquiátrico Real. Una vez allí, deciden cuál será el siguiente paso a dar en su investigación.

Casi es un alivio ver corroborados sus miedos en las notas de aquel médico por lo que lejos de volver a caer en un estado cercano a la histeria Catherine hasta sonríe animada al salir de aquel opresivo ambiente y poner en conocimiento de sus compañeros lo que ha descubierto en los escritos médicos junto con Juliette que también ha conseguido descifrar algo en aquel galimatías de letra que tiene el doctor Murray

-"¿Y bien?¿Vamos a hablar con esos pescadores o preferís ir a otro lado antes?"-pregunta para estar segura del hilo de acción que van a tomar

Antes de buscar un taxi para desplazarse al puerto pesquero de Aberdeen, Eleanor pide a sus compañeros que le ayuden a buscar un teléfono para ponerse en contacto con su marido. Sigue preocupada por Annemarie y considera que a esas horas de la mañana el señor Harris ya habrá podido ponerse en contacto con la trotamundos.

Finalmente, dan con una oficina de correos que dispone de teléfono público y la escritora logra hablar con su marido que, desafortunadamente, le da malas noticias: Annemarie todavía no ha regresado a su apartamento, en Londres, y ninguna de sus amistades sabe nada de ella. Abatida, la mujer acuerda con su pareja hablar a última hora de la tarde para confirmar la ausencia de su amiga y, entonces, barajar la posibilidad de denunciar su desaparición.

El grupo recibe la noticia con preocupación y es incapaz de reprimir cierta inquietud al pensar que ya son dos allegados los que han desaparecido. Sin poder alejar de sus mentes el pesar que sienten, los investigadores paran un taxi y ponen rumbo al puerto de Aberdeen con la esperanza de encontrar algo que arroje luz al asunto que les ocupa.

El coche de detiene a una manzana del puerto. Las construcciones en esa parte de la ciudad son bajas, de como mucho tres plantas, y presentan un marcado deterioro. Las calles están mal adoquinadas y hay basura por todas partes. Tabernas y otros antros de dudosa reputación se apiñan a lado y lado de la transitada calle que el grupo recorre en dirección al puerto principal.

Al fin, los investigadores llegan a su destino y echan un vistazo. Aunque haya pocos barcos fondeados, son numerosos los grupos de marineros que se distribuyen a lo largo del puerto atestado de cajas de madera y barriles. Algunos beben y ríen despreocupados. Otros riñen mientras juegan a cartas sobre mesas improvisadas. Y otros, los que menos, observan en silencio el adusto mar.