Partida Rol por web

-¡Mieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerda!-, exclamó el rastafari esbozando una blanquísima y perfecta sonrisa, al parecer animado al comprobar como el ambiente se caldeaba. -¡Joder, chica, controla un poco o vas a sufrir un chungazo! ¡Esto acaba de empezar! ¡Jo-der!-, comentó entre risas a Nora. -¡Qué mierda más intensa!-.

El negro miró de refilón a retaguardia en una pose algo antinatural, como si tuviese tortícolis o alguna dolencia similar. Advirtió que Riggs estaba en una pose comparable con una versión algo más bajita y rechoncha que Darth Vader, en su icónica pose con los brazos en jarras y completamente ataviado de negro. Luego empezó a reír cubriéndose los ojos, maravillado del absurdo e hilarante inicio de aquel evento.

No se había equivocado asistiendo.

Con el impetuoso ataque final de Edward Riggs, muchos consideraron con sobradas razones que el arcano tomo obra del Conde d'Erlette sería finalmente para el singular escritor. Entre los citados, el profesor Santana, que consideró que 100.000 dólares era una cantidad más que razonable para adjudicar el valioso y raro ejemplar.

-¡El señor Riggs ofrece 100.000 dólares! ¡Bien, damas y caballeros! ¡100.000 a las una! ¡100.000 a las dos! ¡Y...!-. Santana preparó la campanilla para confirmar la adjudicación.

Riggs sonreía cual villano megalómano escapado de una película de serie B, con sus ojillos oscuros brillantes por la emoción y una sonrisilla vil dibujándose en su cara inmaculadamente afeitada.

Entonces sucedió lo inesperado...

Bertrand sonrió. ¿100.000 dólares? ¡No iba a pujar ni 2.000 más por aquel manuscrito. Como mucho tenía un precio de mercado de 50.000 o 60.000 dólares. Eso era el doble o casi el doble. Aquel necio se llevaría el libro y cuando lo abriera y ojeara sus amarillentas y mohosas páginas se daría cuenta del error que había cometido. Todo había salido a pedir de Bertrand.

- Buena jugada señor Riggs. - Bertrand le dedicó una mirada un tanto prepotente al escritor de libros de serie b. - Todo suyo.

El siguiente objeto de la puja era realmente interesante. Lo conocía bien. No por nada, había sido él quien lo había conseguido para Santana. Esperaba que subiera bastante su precio en la puja que tenían a continuación.

Y sin contención Loxley pujaba felizmente para conseguir el libro del infierno mientras Dotter le hacía un "cejis cejis" que le hizo sonreír, devolviéndole el guiño de ojos, marcándolo tanto que no se sabría si intentaba ser simpática o se le había metido una pestaña en todo el cristalino.

Lo que Nora no esperaba era que tres cenutrios salieran en caza del libro, de SU MANUAL DE MALDADES Y MAGIAS VARIAS, frunciendo el ceño la mujer al escuchar que estaban ya en 80.000 dólares.

- Su puta madre... - no quería ser grosera pero le salió del alma. Le entraban ganas de correr hacia Santana, robarle el manual delante de sus narices y cabalgar rauda y veloz hacia la Estatua de la Libertad, si es que pudiera caminar sobre los mares -... Será maldito Riggs... ¿100.000?... Pero..., pero... ¿es que esta gente no tiene hipoteca que pagar?... - estaba claro que no.

El apoyo de Mallory era todo lo que necesitaba para que la bonita revolución femenina se pusiera en pie de guerra por aquel ejemplar satánico.

- ¿Mala yo?... Malo el friki de gafas que quiere quitarme MI libro.... - dijo Nora dando saltitos en la silla, mostrando que podía ser TDAH perfectamente, o al menos presentar el mismo nivel de sobre actividad-... Será nuestro Mall.... Y luego me beberé un vino.... ¡o dos!... o....

Dejó de hablar, Santana iba a dar por sentado de que el ganador de la contienda pujística iba a ser de Riggs, y Nora no podía permitirlo, así que rompiendo el protocolo se levantó, movió los brazos hacia el maestro de ceremonias y espetó.

- ¡¡¡¡102.000 dólares!!!!!!.... - se hizo el silencio, esperaba que no hubieran más artículos valiosos o habría perdido buena parte de su economía para nada. Pero lo importante no era eso, si no que había ganado. Loxley se sentía poderosa.

Edward Riggs cayó desplomado sobre su asiento. Los focos se apagaron sobre él. Metafóricamente hablando, claro. A su lado, la vieja arpía le dedicó una risilla quejumbrosa más propia de una bruja adicta al aguardiente de Kentucky. Sin duda, esa anciana necesitaba una cura de humildad. Quizás dispensada por Mathilda, la escopeta recortada del Reverendo Slocum, pensó el bueno de Edward dejándose llevar por cierta maldad.

Mientras Santana proclamaba victoriosa en la primera puja a la joven Nora Loxley y el público lanzaba la primera ovación de la noche a la flamante nueva propietaria del ejemplar del Cultes des Gules, Riggs se ajustó sus gafas de pasta lenta, muuuuyyyy leeentameeenteee.

-Huxleyyy…-, siseó fijando su atención en esa advenediza que le había birlado su fuente de inspiración para su próximo best seller.

No serían las últimas palabras de Edward Riggs.

Ni. Por. Asomo.

La subasta siguió su curso con Santana presentando una mezcolanza de piezas a cada cual más extravagante.

Lo siguiente en ocupar el escenario fue un perturbador muñeco de ventrílocuo hecho de madera oscura que había sido recuperado de la célebre Casa del Juju, un negocio de baratijas y artesanía vudú sito en Nueva York que se había calcinado hasta los cimientos en misteriosas circunstancias hacía algo más de un año con su propietario dentro.

Al final de la investigación que sucedió al luctuoso suceso, la Policía de Nueva York y la aseguradora del negocio concluyeron en idéntico sentido: un desafortunado accidente.

Lo intrigante del asunto estuvo centrado en la muerte del propietario, un anciano negro proveniente de Nueva Orleáns al que se consideraba medio brujo y que había llegado a advertir bastante asustado a varios policías días antes del siniestro que le habían maldecido, que de eso él sabía mucho, y que su final estaba muy cerca.

¿Casualidad…?

El muñeco, de algo más de un metro de altura, recordaba ligeramente al Cantor de Jazz, muy repeinado, ataviado con un traje de chaqueta de pingüino con camisa blanca y pajarita roja y con una exagerada e inmutable sonrisa que ejercía notable contraste con sus pupilas, unos diminutos orbes de un verde claro suspendidos en dos ojos saltones que observaban con espeluznante malicia al auditorio.

Louie, in a very smiling mood.

La puja por él comenzó en 10.000 dólares, y antes de que Santana permitiese las pujas, se permitió bromear con el muñeco –al que introdujo como Louie- saludando al personal en lo que fue sin dudas una de las sorpresas de la noche. ¡Santana tenía dotes de ventrílocuo!

A Louie siguió otro libro, no tan siniestro como el Cultes des Gules, esta vez escrito por el célebre doctor Charles Lewton Baker a primeros de siglo XX: “Oneiromante: Viaje a las Tierras del Sueño”. Esta obra, descatalogada desde pocos meses después de su primera impresión, se lanzó a subasta por una puja inicial de 5.000 dólares. Era una primera edición en toda regla y, a diferencia del Cultes des Gules, estaba escrito en perfecto inglés, versando sobre el viaje, no se sabía si real o figurado, que el propio Baker relataba haber realizado a las Tierras del Sueño, un lugar ignoto al que decía poder accederse con el suficiente entrenamiento. Despertó un notable interés entre el respetable, siendo el único objeto que atrajo realmente la atención del tal Marlo Kwane.

A partir del libro de Baker, el resto de objetos que aparecieron por el estrado eran piezas dignas de museo, como así eran sus postores, la mayoría coleccionistas adinerados que tenían alguna vinculación con alguna institución de conservación histórica. Dagas rituales recuperadas en excavaciones perdidas de África, piedras con runas guardianas grabadas en ellas y algunos amuletos de protección y, quizás lo más llamativo, un estuche con dos velas mágicas, con sus instrucciones de uso en el interior, que el profesor no se dignó a explicar ni con un breve comentario. O todo el mundo sabía para qué servían, o aquella gente prefería la intriga de averiguar por sí mismos el enigma que sobrevolaba aquel alargado estuche de madera.

The black candles.

El profesor, sabedor de que el objeto de mayor valor, el más impactante y el que pueda despertar mayor interés a los postores debía dejarse para el final, quiso culminar el evento por todo lo alto.

Las luces del estrado parecieron debilitarse paulatinamente hasta casi apagarse. Fue entonces cuando en el escenario los ayudantes de la organización colocaron un inmenso cuadro velado por un tapiz mientras el profesor, muy orgulloso de la gesta, se deleitaba en el suspense. El silencio en la sala era notorio. La tensión podía vislumbrarse en los rostros de no pocos asistentes. Algunos incluso contenían la respiración ante la mera posibilidad de que el rumor, ese persistente rumor que corría como la pólvora entre los presentes, pudiese ser remotamente cierto.

Fue Santana el que despejó todas las dudas.

En el límite de tu capacidad auditiva, como si un lejano eco se tratase, escuchas una vocecita altisonante.

-¡Bertie! ¡Colega! ¡No me dejes en manos de estos oligarcas engalanados! ¡Acabaré siendo el juguete de algún niño rico! ¡Mi peor pesadilla hecha realidad! ¡Tú jamás me desearías ese destino! ¿Verdad?

Se hizo un silencio ominoso.

-¿Verdad...?-.

Esta vez, el tono distaba mucho de ser un súplica. Parecía ligeramente amenazante.

Bertrand estaba muy confuso, incapaz de situar el origen de esa insidiosa vocecilla hasta que sus ojos se posaron en los del muñeco que desataba las risas del público en manos de Santana.

O para ser más exactos...

Hasta que los ojos de Louie se posaron en él.

-Damas y caballeros, no ha sido ni remotamente fácil traer ante ustedes esta noche la última obra de ese artista maldito tan visionario y tan querido por todos nosotros llamado Alain d’Alembert.

Un creciente e imparable murmullo empezó a gestarse en la sala. Algunos de los invitados se pusieron en pie.

-Queridos amigos, es un placer para mí presentarles a…

El profesor hizo una discreta seña a uno de sus ayudantes y este retiró el velo que cubría el rostro del retrato del cuadro.

-…Camille-.

Mallory aplaudió ilusionada ante la victoria de su amiga y disfrutó observando su reacción ante la ovación de aquel público tan selecto. Merecida todo sea dicho. Aquella chica era todo un enigma; probablemente era la que menos pasta tenía de todo el auditorio y se había pulido casi todos sus ahorros en aquel libro de magia. Daba igual. Mientras Mallory estuviera allí nunca le faltaría de nada. La joven echó un vistazo a Edward Riggs, que miraba a Nora echando chispas por los ojos. 

- Loxy, tal vez más tarde deberíamos presentar nuestros respetos al señor Riggs. Ha sido un digno oponente y me encantaría conocerle. Ya sabes que es uno de mis escritores favoritos. Tal vez podrías dejarle echar un vistazo al libro más adelante. Cuando tú lo veas oportuno. ¿Qué te parece? - 

La subasta siguió adelante con un muñeco de lo más siniestro que le puso a Mallory los pelos como escarpias. Echó un vistazo por encima de las gafas a su abogado y le sonrió. - Madre mía, qué cosa más horrorosa. ¿Quién querría tener eso en su casa? Me dan escalofríos solo de pensarlo. Aunque tú pareces interesado, E.B. Si quieres te lo puedo comprar para el despacho. Como recuerdo de este día tan especial...  - 

Sin embargo, la atención de la joven se vio atraída inexorablemente por lo que el señor Santana anunció como un amuleto. Mallory lo observó con curiosidad y le pareció una preciosidad. Ella era una entusiasta de las joyas y aquella le pareció muy especial. Sin dudarlo pujó por ella 22.000 dólares. Más tarde también llamó su curiosidad un estuche con dos velas negras. El estuche en particular tenía unos grabados maravillosos y piedras verdes engarzadas que brillaban tenuemente bajo la luz del escenario. Aquellos grabados parecían formar algún tipo de dibujo. Fascinada volvió a pujar 22.000 dólares por el estuche con las velas mientras escuchaba a su E.B. resoplar a su lado. 

No obstante, el señor Santana no se equivocaba. El plato fuerte de aquella noche era sin duda el cuadro del pintor maldito. Se podía palpar la tensión en el ambiente. Aunque nada había preparado a Mallory para la compleja explosión de sentimientos que se apoderó de ella ante la presencia del cuadro. Lentamente se quitó las gafas y se aferró al asiento para incorporarse. ¿Cómo había podido vivir toda su vida en la ignorancia de aquella obra? Con las manos temblorosas y con cierto brillo misterioso en la mirada Mallory Grimes tomó una decisión. Aquel cuadro sería suyo... 

Ahí estaba ese trozo de madera parlante. Bert chasqueó la lengua. Trató de evitar su mirada. Una mirada intensa, demencial, vacía y malvada, pero sobre todo socarrona. Bert y Louie ya se conocían. Santana le había mandado el encargo. De saber cómo acabaría no lo hubiera aceptado, pero finalmente pudo salir airoso. 

Lo cierto fue que Louie resultó ser un mal tipo. Tenía sometido a Leroy Williams, el hombre con el que compartía espectáculo en un club de jazz. El pobre Leroy estaba asustado cuando Bert le conoció. La codicia de Louie no tenía límites y había empezado a obligarle a hacer cosas que no le gustaban. Cosas ilegales y peligrosas que le metieron en un mundo del que una vez se entraba era muy complicado salir. 

Bert no sabía cómo Santana se había enterado de que el muñeco de Leroy era un objeto arcano, con un gran poder en su interior. Quien lo poseía, pronto se daba cuenta de que nada era gratis y menos con Louie, pues Louie no era un ser avaricioso, un demonio encerrado en un aparente inofensivo muñeco de madera de ventrologia. No obstante era todo lo contrario, pues ese aparentemente inofensivo muñeco, tenía una voluntad propia y unos objetivos más allá de toda lógica. Unos objetivos incomprensibles hasta para la caótica mente de Bert. 

Pues bien, la relación de Bert y Louie comenzó la noche en el que el Blue Club, acabó calcinado de arriba abajo. Tan solo Bert, Louie y el bueno de Leroy escaparon de las llamas y solo dos de ellos pudieron seguir con sus vidas alejados de las cuatro paredes de la habitación del manicomio. Bert fue a ver a Leroy una vez a su habitación. Le había caído bien aquel tipo y casi se podía decir que sentía lástima por él. Leroy al verle sufrió una crisis nerviosa y tuvo que ser sedado. Bert nunca más regresó. 

No entendió aquello. Vale, si, había acabado encerrado en un sanatorio mental, pero se había librado de Louie. Algo que para Bert era toda una bendición, pues aquel tipo de madera era un ser verdaderamente sádico. Y eso era mucho decir viniendo de un hombre como Bert...

- No creía que volver a verte, Bert. - Habló el muñeco. 

- Yo tampoco pensaba venir a la puja. - Le respondió mentalmente Bert. - ¡No quería volver a ver a un ser tan despreciable como tú!

- ¿Ser despreciable? - Una carcajada de madera siguió a aquella pregunta retórica. - ¿Y eso me lo dices tú a mí? ¿Un asesino? ¿Un violador? ¿Un puto demente que habla con un muñecos de madera al que le tiene rencor y odio? ¡Joder Bert, no me hagas reir!

- ¡No pretendo que te rías, canalla! - Bert no era un hombre que perdiera fácilmente la compostura, pero aquel maldito trozo de madera le sacaba de sus casillas. - ¡Si de mi dependiera hubieras sido combustible de chimenea hace mucho tiempo!

- ¡Oh Bert, no me digas eso! - El muñeco le miró con sus ojos de madera. - ¿Te gusta esa zorra? - Ladeó la cabeza hacia Nora. - Es bonita, ¿eh Bert? ¿Le vas a hacer lo mismo que a Tyris? ¡Jijiji!

- ¡Calla imbécil! - Saltó Bert mostrando el ceño fruncido y apretando los puños. 

- ¿No pujas por mi, hermano? - Le preguntó. - ¡Tú y yo, Bert y Louie, Louie y Bert! ¡Podríamos hacer tantas cosas juntos! ¡Jijijiji!

- ¡Ni lo sueñes, escoria! - Bert a punto estuvo de ponerse en pie, caminar hacia estrado, arrebatarle al maestro de ceremonias y darle una buena paliza al más puro estilo American History X. Pero rato en Bert, pudo contenerse. - No pienso seguir escuchándote. 

- Bien. - Louie parecía enfadado, aunque su rostro de madera no había cambiado ni un ápice. 

- Bien. - Respondió Bert esta vez en alto.

- Vale. - Añadió el muñeco. 

- Vale. - Repitió Bert. 

El muñeco giró metafóricamenta cabeza a un lado apartando su mirada de madera de Bert y también metafóricamenta se cruzó de brazos. Bert lo hizo de verdad y giró la cabeza y se cruzó de brazos. Entonces la comunicación entre ambos cesó. Bert se sintió terriblemente aliviado.

- ¡Psssht! - Chistó el bueno de Bertrand tratando de llamar la atención de la pareja de mujeres que habían dejado entrever que en sus ratos libres, practicaban bondage la una con la otra.

¡Que interesante sería presenciar una de aquellas sesiones! Sólo de pensarlo se le hacía la boca agua y cierta parte de su cuerpo reaccionaba con alegría. Quizás con el tiempo, le dejaran mirar... ¡O quién sabe, quizás hasta podía participar en una de sus sesiones! Le encantaría vestirse de cuero negro y ser azotado por aquellas dos encantadoras mujeres. 

Dejó de fantasear. ¿Qué puñetas estaba haciendo antes de que su terrible imaginación se adueñara de su atribulada mente? - ¡Psssht! - ¡Oh si, estaba chistando!

- ¡Pssssssth! - Chistó mucho más fuerte y esta vez sí captó la atención de las chicas. - Ni se les ocurra pujar por el muñeco maldito. ¡Es una completa estafa! ¡Háganme caso! - Les recomendó.

En Capítulos anteriores...

@Bertrand- ¡Pssssssth! - Chistó mucho más fuerte y esta vez sí captó la atención de las chicas. - Ni se les ocurra pujar por el muñeco maldito. ¡Es una completa estafa! ¡Háganme caso! - Les recomendó.

-A mí no me tiene que convencer, amigo-, dijo E.B. en respuesta a Dotter, removiéndose en su asiento con cierta incomodidad. -Vaya velada más extraña... Al principio pensé que querías mi consejo legal para algún tipo de contrato con uno de estos bichos raros. Vete a saber por qué, pero me dije: "Eh, Mallory empieza a pensar como una empresaria. ¡Está buscando alianzas comerciales!". Pero no, evidentemente eso sería mucho pedir. Es muuuucho mejor dilapidar el dinero en...-. E.B. entornó los ojos mirando a aquel muñeco de ventrílocuo con el que Santana estaba despertando las carcajadas en el personal. -...Esa cosa, por ejemplo.

El abogado suspiró mientras se pinzaba el entrecejo. Un gesto común en él para reflejar hastío.

@Mallory: Madre mía, qué cosa más horrorosa. ¿Quién querría tener eso en su casa? Me dan escalofríos solo de pensarlo. Aunque tú pareces interesado, E.B. Si quieres te lo puedo comprar para el despacho. Como recuerdo de este día tan especial...  - 

Fue entonces cuando E.B. dedicó una mirada de soslayo a su representada.

-Encuentro absurdo señalar que tu comentario es una broma de muy mal gusto, Mallory. Yo jamás pondría ese monigote en mi despacho... Tiene una mirada maligna. Me distraería mientras escribo cualquier recurso. ¡Asustaría a los clientes! Y probablemente le provocaría un infarto de miocardio a la señora Lanningham... A ella no le gustan nada los, cito textualmente: "Muñecos diabólicos". En mi calidad de tu representante legal, consejero y, muy a mi pesar, fiel amigo, te prohíbo terminantemente pujar por ese monigote. O me chivaré a tu padre-, dijo esto último muy serio alzando ligeramente un dedo para enfatizar su intención, para luego añadir: -Rezo todos los días por su alma inmortal. Era un gran amigo. Y lo sabes.

Bertrand miró extrañado a E.B. que por otra parte... ¿Qué clase de nombre era E.B.? No entendía ese tipo de modernidades. A decir verdad, seguía sin entender la mayor parte de cosas que sucedían en ese mundo. El ser humano tenía unas costumbres muy extrañas. No era un animal demasiado práctico. Aunque... A decir verdad, Bertrand era todo lo contrario a práctico, por lo que poco podía hablar de aquello. 

- No hablaba con usted, caballero. - Le respondo. 

¡Abogaducho! Era evidente que aquel hombre era un loser. Por muchos millones que ganara, por mucho renombre que obtuviera en su empleo o por muy refinada que fuera su estúpida cobrata de 1.000 dólares, siempre sería un perdedor. No importaba lo que hiciera para cambiarlo. La palabra fracasado estaba escrita en si frente. Era como los indios, los de la india, no los pieles rojas. Por mucho que prosperaran nunca podrían salir de la casta en la que les había tocado nacer. 

- Pero tenga una cosa por seguro, señor Ebe. - Le dijo a aquel papanatas. - La señora Lanningham haría bien en temerle miedo a ese... - Apretó los labios en señal de asco. - ...a esa... - Meneó la cabeza negando. - ¡A ese trozo de madera diabólico!

- ¡¡¡He ganado!!!...¡¡¡He ganado!!!.... - Nora daba saltitos inquietos sobre su asiento, casi podía plantearse que estuviera en una carrera apostando por el caballo ganador más que en una subasta de obras de arte -... Tengo el Cultes des Gules.... - dijo haciendo un baile de lo más ridículo-... Tengo el Cultes des Gules.... - ahora Riggs sí tenía derecho a odiarla, y no antes-... Tengo el Cultes des Gules....

Cuando la joven se calmó volvió a tomar asiento palmeando la pierna de su compañero de al lado -... ¿Viste Marlo?..., así es como se hace..., eso sí, espero que alguien me invite a comer el resto del mes, creo que me he quedado sin cash.... - y por el subidón también sin vergüenza.

La siguiente pieza de la colección hizo que Nora abriese muchíiiisimo los ojos, y es que ¿Quién no querría tener ese muñeco espeluznante observándote en la habitación mientras duermes?

- Oh por los dioses, creo que me he enamorado... - y no, no era de Riggs o de Santana, siquiera de Marlo, era del muñeco -... Qué ojazos tiene.... Mallory...¿me lo compras?.... - y es que Loxley podía acabar con su economía y la de los demás si se lo proponía

A Grimes le quedó claro que Nora no era muy selectiva y todo le valía, libros, dagas, amuletos, muñecos, menos mal que no disponían de satisfyers en la puja, o habría montado hasta un escándalo explicando cómo se utilizaban.

Y por fin llegó la gran obra de la noche, Camille, una mujer, probablmente una bruja pagana de cuyo cráneo parte el cuervo de los tres ojos, el que todo lo ve, o eso pensó Loxley, muy aficionada a Juego de Tronos.

- Oh Mallory..., me parece más que adecuada tu propuesta, ir a saludar al señor Riggs es algo educado... - sonrisa dulce a su amiga -...Pero no digas que Louie es feo, solo particular..., como el patio de mi casa... - una risita divertida -... No en serio, me parece un gran clásico siniestro para vender en Halloween, creo que podría duplicar su valor en mi tienda... Eso si no me encariño con él... - y pujó, 90.000 dólares que para EB serían como 90.000 dolores

A Loxley le divertía los comentarios de Dotter hacia el asesor legal de Grimes, y es que estaba claro que el abogado no entendía nada del mundo, absolutamente nada.

-¡Mieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerdaaa, tía! ¡Estás en racha! Daaaaaamn! ¡Eres la jodida jefa de esta sala!-, exclamó Marlo aplaudiendo el expolio que estaba llevando a cabo Nora. –¡Jamás había visto hacer volar los dollars con ese flow! ¡Jo-der! ¡Eres como Floyd Mayweather! ¡Igual de saltarina, pero en blanquita! ¡JA!

>>Te va el rollo psycho, ¿eh? Ese muñeco parece una versión del viejo Chucky al estilo de los años 20. Debes haber tenido una infancia bastante chunga para querer dormir en la misma habitación que esa cosa-, comentó el rastafari entre risas, ajustándose las solapas de su chaqueta.

-Tú no has venido a mirar, desde luego. Te va muy fuerte este rollo de lo esotérico, ¿eh?-.

Un siseo reverberó en los tímpanos de Bertrand.

El muñeco volvía a mirarle de modo acusador.

Sus enormes ojos estaban entornados.

-Me has abandonado, Bertie… TÚ, MALDITO CERDO HOMICIDA… Me has abandonado… A MÍ. A TU COLEGA.

>> Ni siquiera has levantado la mano… Has dejado que esa zorra puje 90.000 míseros dólares POR UNA OBRA DE ARTE COMO YO.

>>Con todo lo que he hecho por ti…

Bertrand sabía que, en puridad, Louie no había hecho nada por él. Es más, existía un riesgo más que razonable de que Louie fuese un pesadísimo lastre para Bertrand en el caso de que su relación se estrechase. Ya había amenazado con liquidar a Petaca “a la siciliana”. Eso asustó mucho a Bertrand. Y no sin motivo, porque Bertrand sabía algo que le hacía sudar profusamente en aquel momento.

Louie era ignífugo. Lo había podido comprobar por sí mismo.

¿Cómo podía ser ignífugo un maldito muñeco hecho de MADERA?

-¡NO CREAS QUE NO SÉ LO QUE ESTÁS PENSANDO! Puede que no hoy… Oh, y puede que no mañana… Pero pronto… Muy pronto… ME NECESITARÁS. Y entonces… Mu, ju, ju, ju… Entonces tú, hijo de una hiena, SUPLICARÁS  de rodillas que te perdone.

Louie pareció enfatizar su sonrisa. ¡Y NADIE SE DABA CUENTA!

-Y quién sabe si lo haré… ¡JIAAAAAAAAAAAAAAAAAAJIAJIAJIAJIAJIAAAAAA!-.

La risa era ensordecedora. Se mezclaba con los aplausos de los asistentes a la subasta y conformaban un tormento difícilmente soportable para Bertrand. ¡Parecía la risilla de un dibujo animado escapado de un programa de televisión infantil!

-Vigila tu espalda, Bertie… Yo… Nunca… Duermo…-.

Bertrand tragó saliva mientras consideraba seriamente que esa aciaga noche los hados conspiraban con ahínco contra él.

Claro que también existía la posibilidad de que el tumor avanzase implacable en su lóbulo frontal…

E.B. iba a preguntarle al tal señor Dotter si por casualidad fumaba crack con habitualidad, pues solo así podría explicar una actuación tan extraña en aquel tipo de cejas tan acentuadas y educación más bien ausente.

Pero se lo pensó mejor porque, quién sabe, ¡Igual estaba ante un futuro e improbable cliente!

-Mallory, dile a tu amiga cuando termine de deleitarnos con su muy libre interpretación del baile de San Vito que las posibilidades de que le preste una visita a su tienda de antigüedades acaban de descender bajo el nivel del mar-, dijo el abogado con notable sarcasmo mientras miraba su reloj con evidente gesto de impaciencia.

-Oye, ¿falta mucho para que acabe este suplicio?-, inquirió abandonando toda esperanza cuando su representada se fundía en un abrazo con su amiga Nora, que al parecer, había asistido con el propósito de arrasar en la subasta.