Partida Rol por web

La primera acometida es brutal. A pesar de ello, la linea romana aguanta y rechaza a los germanos que caen en la muralla por docenas. Vulso llega, con la armadura a medio poner, y se dedica a dar ordenes aunque parece que alguien (nadie sabe especificar quien) ha hecho un magnifico trabajo y los legionarios protegen el perimetro de forma eficaz y basculando entre unos puntos y otros para evitar que se cuelen los germanos en el campamento.

Hay un momento de pausa, en el que mirais a los germanos muertos debajo de la muralla y os invade la esperanza. Esta noche, como tantas otras desde que el mundo es mundo, Roma vencera. Sin embargo, ese momento se rompe al aparecer la luna llena entre las nubes momentaneamente. La repentina claridad alumbra la zona colindante, detras de la primera linea del enemigo, a unos 30 o 40 metros. Encima de una piedra, mirando hacia el campamento con odio, se encuentra un germano, en cuclillas. En la distancia, parece ser un engendro entre hombre y lobo, con facciones ferales y garras, pero claramente bipedo.

Al aparecer la luna llena, la criatura levanta la cabeza hacia el cielo y lanza un aullido animal que se oye en todo el campo de batalla. Sin embargo, eso no os hiela la sangre. Lo que os hiela la sangre es la respuesta, desde el otro lado del campamento de mas aullidos. Los germanos redoblan su ataque con furia renovada, indiferentes a las heridas y los desmembramientos. Mirais hacia atras y veis como un grupo de lobos, tan grandes como los que habeis encontrado en el otro lado del rio, ha trepado a la muralla y os ataca la retaguardia. El primer ataque frontal solo era una distraccion para poder plantar una rampa en una esquina alejada y subir a los lobos.

El caos vuelve a reinar entre los defensores, atacados en dos flancos. Vulso, consciente de lo critico de la situacion intenta ordenar la defensa aunque su voz parece perderse entre los aullidos y los gritos de guerra germanos.

Africanus pelea con ganas pero con orden junto al resto de legionarios. Si tiene que caer esta noche, que sea con honor.

Con un buen chichón en el casco, pero agradeciendo no tener nada peor, Fabio luchó contra los germanos, matando uno cada vez, otro cada vez, rechazándolos, desangrándolos.

—¡Volved a vuestras pocilgas, cerdos! 

Ruso continua mandando un pequeño grupo de 4 hombres, en cuanto ve llegar a los lobos grita y empieza a ordenar empujar a sus compañeros.

- 1,2,3,... piiii, hop - dice una y otra vez, intentando metro a metro llegar a los lobos.

En uno de esos empujones una espada barbara logra colarse por un lateral del escudo y le hace una fea herida en el brazo.

Al escuchar los aullidos del otro lado del campamento, Valerius siente su corazón detenerse por un par de latidos. Se gira para mirar expectante hacia el lado opuesto del campamento. Solo ve oscuridad y neblina, pero puede escuchar los gritos de furia y dolor de los romanos.

Por ahora el muro se mantenía y la prioridad era acabar con los lobos que llegaban desde la retaguardia.

- 1,2,3,... piiii, hop - dice una y otra vez, intentando metro a metro llegar a los lobos.

Al parecer Ruso ya estaba en ello. Valerius comenzó a abrirse paso entre los germanos para llegar hasta él y su grupo, rematando heridos y manteniendo a raya a los demás con su pillum.

Cuando por fin se une a Ruso, toma posición a su lado, creando así una linea mas fuerte. Golpea su escudo para indicar su llegada y comienza a empujar y a atacar, intentando matar a la mayoría de germanos posibles.

El corso ve llegar a Valerium por el rabillo del ojo, y tal vez sean dos.

Bien. Más sabe Plutón por viejo que por Plutón. Prefiero tener al viejales este al lado que a un niñato inútil.

Piiiiii!

A la vez que sus seis compañeros, Africanus da un paso atrás y luego da dos pasos al frente con el umbo por delante arrollando al grupo de bárbaros que tenían delante. Otro paso atrás, otro paso adelante con el gladio, y los bárbaros pierden sus opciones a ser ancentros de Beethoven.

Viridio consiguió llegar a la tienda que usaban como enfermería.

¡Por todos los diose, estúpido, aparta del medio! - grito a un legionario tirado en el suelo con un corte superficial que lloraba pidiendo un medicus.

Entro y agarró un par de bolsas mientras salía de nuevo al exterior y escuchaba el aullido de los lobos.

Rápidamente echó a correr hacia la zona del combate, donde podría encontrar a los heridos pero algo le agarró del pie. Cuando ya estaba echando mano al gladius para derramar sangre de bárbaro, vio que se trataba de nuevo del estúpido legionario.

¡Estúpido! - le dijo dándole una patada en la boca. - Hay hombres de verdad que me necesitan más que un bebé de teta.

Cuando por fin pudo ponerse en marcha, vio que la batalla estaba en pleno apogeo.

El muro resiste. Silo y su grupo mantienen a raya la segunda oleada de bárbaros entre gritos de rabia y dolor que no parecen afectar a ninguno de los dos bandos. Sus nuevos compañeros, animados por su ejemplo, o quizá imbuídos por el espíritu de Padre Marte que les vigila desde los cielos, empiezan a darse gritos de ánimo unos a otros, que en algunos instantes superan en fuerza e intensidad a los aullidos de los germanos que se lanzan al ataque en busca de sangre romana.

Y el muro resiste. Al menos en ese sector. Silo ha vuelto a caer presa de la fiebre de la batalla, así que no es consciente de nada de lo que le rodea a más distancia de la que le pueden llevar tres zancadas. Escudo, espada, escudo, espada, repite la misma rutina que aprendió hace años en el campamento, con la fría efectividad de un carnicero sacrificando cerdos.

De pronto ahí está otra vez, esa señal de alarma en su cabeza advirtiéndole de que algo va mal. Un parpadeo, otro, y sale definitivamente de su ensimismamiento. Le cuesta unos segundos identificarlo: gritos de dolor que pasan a un estertor agónico. Intenta desesperadamente descubrir porqué estos gritos en concreto, en medio de un campo de batalla, han llamado la atención de la sobrecargada parte de su mente que se dedica a analizar lo que le rodea, y finalmente también lo consigue. Van acompañados de gruñidos. Un tipo de gruñido que ya ha oido antes hoy.

Ahora que sabe lo que busca, localiza en seguida la fuente: dos lobos se han infiltrado en el campamento y están dando cuenta de los heridos romanos que se agolpan al pié de la muralla.

Una rápida comprobación para asegurarse de que no ha perdido demasiado tiempo pensando. Si, el muro aún resiste. Un tajo en la cara de un germano que escalaba justo enfrente suyo, haciéndole caer de espaldas. Suelta el gladio en el aire y lo agarra de reverso, da media vuelta encarando el interior del campamento. Suelta el escudo, para lo que va a hacer solo podría frenarle. Da un paso adelante, sujeta el gladio mirando al suelo con ambas manos, y salta tan lejos como puede, hacia los lobos que están masacrando a sus compañeros heridos.

Una vez más, los dioses sonríen a los que osan. Logra caer de pié y apuñalando a una de las bestias en el cogote, con tanta fuerza que la hoja sale por el cuello y prácticamente lo clava en el suelo. Pero su aparente buena fortuna se tuerce de pronto; en el tiempo que le cuesta liberar la espada corta, el otro lobo gira a su alrededor y le hinca los dientes en el muslo.

Silo grita con fuerza, un rugido en el que hay tanto dolor como rábia. Sujetando el gladio solo con la mano derecha da un rápido golpe en el cuello del animal, que en su agonía hunde aún más los dientes en su carne. Cercano al paroxismo, Silo sigue golpeando con la espada hasta que la cabeza se separa del cuerpo y se queda ahí colgada, mordiendo su muslo.

Clavando la espada en el suelo, Silo agarra ambas mandíbulas de la bestia y las abre a la fuerza, mugiendo como un toro. Recoge la espada, y con el sangriento trofeo aún en la mano sube de nuevo al muro, entre los vitores de sus compañeros. Imperturbable, lanza con desprecio la cabeza hacia la tercera oleada germana, recoge su escudo y recupera su posición en la cada vez más disminuida línea.

Pero el muro aún resiste.

Vulso mira a su alrededor totalmente sobrepasado por los acontecimientos

Luchad! Luchad! Por Roma! - dice y su voz queda ahogada entre los ruidos de la batalla. Las tropas, desorganizadas y atacadas por dos flancos son incapaces de defenderse y caen ante los ataques de los barbaros y los mordiscos de los lobos. Afortunadamente para el Imperio, estais vosotros alli. Vuestra rapida reaccion ante la treta germana y la lucha sin cuartel que ofreceis a los germanos poniendo vuestro pellejo en lo mas duro de la accion, inspira a vuestros compañeros legionarios que se mantienen en sus puestos y luchan por su vida como si fuese lo ultimo que vayan a hacer. Es muy posible que tengan razon.

Luchad mas fuerte! - se oye decir a Vulso, mirando en todas las direcciones, sin que nadie parezca hacerle caso.

La nube se vuelve a esconder entre las nubes y con ella la aparicion del extraño ser que parece comandar a los germanos. Gracias a las heroicas acciones del segundo contubernio (el vuestro), los lobos son masacrados y podeis concentraros otra vez en defender las murallas ante las hordas de germanos que siguen intentando escalar. 

Hay muchos legionarios heridos, sin embargo, y si seguis teniendo mas bajas no vais a poder evitar que entren en el fuerte.

Oton ha estado siguiendo a sus compañeros con el gladio en alto. Mas que nada por aparentar ya que a pesar de su orondo cuerpo, se ha dedicado a estar escondido detras de su escudo y rematar algun germano que habeis dejado medio muerto a vuestro paso. 

Cuando uno de los lobos se acerca a Fabio por un lateral, a Oton le viene a la  cabeza la muerte de Secundus y se lanza con el escudo por delante a por el lobo. Choca con el animal y cae rodando por las escaleras cayendo encima de la bestia. El golpe rompe todas las costillas del lobo que muere de manera instantanea. 

Cuando Oton vuelve a subir con dificultades a la muralla se encuentra de pronto en una seccion separado de vosotros y con tres germanos que se sonrien al ver una presa facil. Oton traga saliva, aterrorizado y levanta levemente el gladio en posicion defensiva.

La batalla no era un caos, bueno, sí lo era, pero los romanos, los legionarios de la Primera vencían cuando luchaban juntos y caían cuando luchaban separados. Fabio vio a Otón en peligro. 

—Uno contra tres, sabía que los germanos eran cobardes... ¡Pero no tanto!— Gritó Fabio mientras se acercaba con el gladio presto. Levantó el escudo y golpeó desequilibrando al primer germano, con el umbo en el cráneo, para clavarle el gladio como un pensamiento posterior en todas las tripas, condenándolo a una muerte larga y dolorosa.

—¡Cubrid esta muralla malditos! ¿O tiene que defenderla el gordo totalmente solo?— siguió gritando Fabio, que con una calma inusitada golpeó al nuevo germano en la mano del arma llevándose varios dedos. Y luego le reventó todos los dientes con el borde del escudo. —Así estás a juego.— La imagen era patética pero el tercer germano estaba destrozando el escudo de Otón. —Bravo, mozo. Así me gusta guardándome el flanco...— Musitó antes de cortar el brazo del tercer germano haciendo que la sangre y los aullidos de dolor se multiplicaran. —¡Los germanos morirán todos! 

La batalla había cambiado al antiguamente cauteloso legionario, tenía el casco abollado y los ojos lloraban del humo de las hogueras, la sed le hacía tener la garganta en carne viva y casi le explotaba el pito de ganas de mear. 

Pero ahí estaba, salvando a Otón. Para Fabio, por gordo que fuera, era su compañero, un hermano más, protegido por los mismos lares, maldito por los mismos dioses que él, y no le dejaría morir.

La tercera oleada es igual de brutal que las dos anteriores. Silo se bate con furia, pero el cansancio empieza a hacer mella. En un momento de distracción un germano le golpea con el hacha en las costillas; no logra superar su armadura, pero el golpe le deja sin resuello unos momentos. Por suerte un compañero da cuenta del bárbaro, lo que da a Silo el tiempo suficiente para recuperarse y seguir peleando.

El corso se bate con fuerza contra los bárbaros: paso, golpe con umbo, paso, pinchar con gladio, paso... parece que el cansancio no hace mella en él. Una y otra vez golpea con la mano siniestra, y una y otra vez remata con la diestra, como si no hubiera un mañana.

Sin prisa pero sin pausa, el contubernio contiene y masacra a los lobos y a los germanos. Una vez solventada la crisis, vuelven a subir a las murallas siguiendo a Rusum y a Fabium. El corso pincha sin cuartel; su gran envergadura le hace abarcar más muralla que nadie y su brazo llega lejos.

— ¡Cubrid esta muralla malditos! ¿O tiene que defenderla el gordo totalmente solo? PAF! Así estás a juego. Bravo, mozo. Así me gusta guardándome el flanco... ¡Los germanos morirán todos! 

Corsicanus ve por el rabillo del ojo cómo Fabio ayuda a Otón a subir a la muralla después de eliminar a tres bárbaros con sólo tres golpes.

Vaya con Fabio! Está realmente poseído por Marte esta noche! Mejor, falta nos va a hacer... estos malditos bárbaros no se cansan nunca. Bastardos!

Ruso continua luchando ignorando las dos heridas en el costado, es un hombre de Roma, y ni el dolor ni el temor le van a frenar. Pero por desgracia su cuerpo no es tan fuerte como su espíritu y lo único que logra con ese esfuerzo es caer redondo dejando un hueco en el medio de la linea que probablemente solo sirve para que sus compañeros queden a merced de los bárbaros.

Con sus últimas fuerzas se gira para mirar el hueco, con desesperación llora recordando, demasiado tarde las lecciones que un viejo decano daba a un legionario novato: Un legionario débil es un manipulo débil, si te encuentras mal es preferible que te quedes en la tienda. Es mejor que te tomen por cobarde que causar la muerte de tus comp... una espada barbará en la espalda corta el hilo de sus pensamientos.