Partida Rol por web

Freddy se tambaleó al tiempo que se sujetaba la cabeza creía haber visto onubilaciones en el espacio tiempo, imágenes y recuerdos funestos le volvieron a su memoria antes de que empezara todo -tal vez Freygan no andaba tan encaminado con su pronta recuperación-. Para cuando alzó la mirada se dio cuenta de que se encontraba frente a una puerta y en ésta se encontraba serigrafiadas unas palabras, éstas se vislumbraban levemente borrosas, bailaban como burlándose de su deplorable estado hasta que -tal vez por compasión- se detuvieron.

Bristol Knegin

Rezaba el texto, se trataba del segundo a bordo de Freygan, normalmente usa ese despacho cuando Terence (Freygan) se encuentra en su despacho, no se veía ninguna luz desde el otro lado.

No recordaba haber dado ni un solo paso, pero de alguna manera había cruzado el pasillo hasta llegar a la puerta del despacho de Knegin, la cabeza le daba vueltas, apoyó las palmas de las manos en la pared y, agachando la cabeza, vació el contenido de su estómago en el suelo del corredor. Una autentica lástima, había sido el mejor desayuno que había probado desde su llegada a a la institución.

Se incorporó y agito levemente la cabeza para disipar el mareo y las visiones que se habían apoderado de él durante aquel rapto de ¿locura? ¿lucidez extrema? A veces le costaba diferenciar lo que veía de lo que imaginaba, sobre todo desde que su mente se había abierto a secretos velados por el espacio y el tiempo. Aquellos relatos sobre entes ultraterrenos que yacían repartidos por el cosmos a la espera de devorar toda conciencia y toda vida.

Había dejado de creer en Dios y lo que era peor, en las casualidades, por lo que, si estaba ante aquella puerta era porque el universo conspiraba para empujarle hacia allí. Por lo que decidió entrar en el despacho. ¿Quién sabía? Tal vez si que estaba loco al fin y al cabo.

La puerta cedió en cuanto Freddy giró el pomo, al abrirla la luz del pasillo se infiltró en la estancia iluminándola tenuemente al tiempo que desterraba las tinieblas a algun lugar desconocido desde donde aguardarían su retorno. Las cortinas no ayudaban a ésto al encontrarse corridas privando a aquel lugar de iluminación natural.

Éste despacho a diferencia del de Freygan se había decantado por un estilo victoriano: un gran panel de madera recorría una de las paredes de la estancia, junto a éste un escritorio era el centro de atención.  Aquella estancia no parecía tener nada digno de interés y así habría seguido de no ser porque los ojos del visitante se acostumbraron a la penumbra de aquella sala, fue entonces cuando advirtió una segunda puerta a la que accedió movido por la misma curiosidad que le había llevado a aquel lugar.

Se trataba del archivo, o al menos parecía un archivo o lo que se supone que debía de ser un archivo... Allí se disponían a lo largo de varias hileras de archivadores, en un estado aparentemente caótico y desordenados numerosos archivos, en su interior miles de documentos y fichas con nombres y apellidos... Presumiblemente de cada uno de los pacientes de aquel manicomio. A un lado de la sala, una mesa y junto a esta dos sillas que invitaban a tomarse la visita con calma...

Una sensación opresiva se había instalado en el estómago del interno. No esperaba que aquella puerta estuviese abierta, por lo que, cuando ésta se abrió sin dificultad, solamente se le ocurrió asomar la cabeza cautelosamente.

Tras un primer escrutinio no observó nada aparentemente peligroso, así que accedió a las tinieblas de aquella estancia. Tal y como imaginaba no había nada que le pudiera servir allí. Pasó sus dedos por el escritorio mientras miraba con curiosidad su alrededor. Era sin duda un lugar meridianamente opuesto al despacho de Freygan, tan elegante que parecía fuera de lugar en una institución psiquiátrica.

Dio la vuelta para salir de allí con la sensación de que estaba perdiendo el tiempo. –Más te valdría volver  a tu habitación, aquí solamente conseguirás meterte en líos- pensaba cuando vio la luz que se colaba bajo la puerta cerrada a un lado del despacho.

Cuando accedió al archivo, pues eso es lo que creía que era, un atisbo de sonrisa asomó a sus labios. Se sentía cómodo entre libros y pilas de papeles archivados en estanterías. Aunque aquel desorden le disgustaba, él jamás habría tenido su sección de la biblioteca en aquellas condiciones. Amaba el orden por encima de todo.

Pensó que aquel lugar era tan bueno como cualquier otro para esperar a que diesen con él o para esconderse. Comenzó a coger libros y documentos y a ojearlos mientras los iba colocando por tamaño en un orden perfecto. Leía los datos que contenían. En su mayoría eran fichas de pacientes, puede que también del personal, pues no conocía ningún nombre de los que contenían, pero aún así decidió continuar con su tarea. Aquello le relajaba.

Freddy empezó a ojear lo que tenía delante movido por la curiosidad, sin buscar nada, casi por afición. Los documentos obedecían a un patrón desconocido, o tal vez simplemente como tristemente sospechaba, simplemente estaban desordenados. 

Había muchos nombres desconocidos, no en vano apenas había salido de su sala acolchada a excepción de las breves visitas al despacho del doctor Freygan. Mirando los documentos lo primero que se dio cuenta es de que muchos de esos nombres se trataba de pacientes que ya no estaban, las fechas más antiguas databan de hace ya 16 años... 

Entonces un nombre apareció llamando poderosamente la atención de nuestro protagonista: Ambrose Morben. El último fallecido.

El interior del dossier incluía una ficha del finado, con foto, descripción, informes de las sesiones e informes médicos. Todos lo presentaban como una persona con salud de hierro. Al final del todo hay un parte de defunción firmado por un tal doctor Hanover de Greenwood en el cual informa de una autopsia sin embargo no había rastro de la autopsia...

Cuarenta minutos después finalmente encontró una carpetilla casi oculta en un rincón, como si esperase no ser encontrada. Más la perseverancia del ex estudiante bastó para localizarla. En el interior de la misma se incluía no sólo la autopsia del señor Morben, si no también la de otros ocho pacientes. Todos fallecidos en el psiquiátrico.

Una hora después de búsqueda finalmente se hizo una idea global de la situación, aparentemente pintaba peor de lo que parecía a primera vista: Los cuatro primeros habían fallecido de muerte natural, cáncer, un ataque al corazón y asfixia. Además sus muertes estaban espaciadas y no parecían obedecer a ningún patrón.

La cosa cambió algo de tiempo después, pues las cinco últimas víctimas han fallecido todas a causa de problemas cardiovasculares, además eran más continuas en el tiempo y cada vez se sucedían cada menos tiempo. Según el propio doctor Hanover que firmó la autopsia se veía incapaz de determinar una causa de la muerte siendo su pronóstico vago y difuso.

Ambrose Morben... salud de hierro..., los ojos del interno se movían veloces por las líneas de los informes. Doctor Hanover… ¿quién sería aquel doctor? Nunca había oido hablar de aquel hombre. ¿Y dónde estaba aquella maldita autopsia? Toda aquella información era el carbón que alimentaba la caldera de la paranoia de Freddy, pero cuando, siguiendo la pista de aquel doctor encontró oculta una carpetilla con nueve autopsias, incluida la de propio Morben, todas en el psiquiátrico y todas con resultados tan inconcluyentes y difusos, la maquinaria de su mente se disparó.

¿Y si les estaban matando desde dentro? ¿Tortura? ¿Experimentos secretos? ¿Algo peor? Se alegró de haber vomitado todo el desayuno, pues estaba seguro de que estaba envenenado o cargado de narcóticos destinados a someter su voluntad.

Instintivamente se llevó la mano al bolsillo donde llevaba el llavero, ya to tenía dudas, tenía que salir de allí.

Trazó un plan de huida a toda prisa, no intentaría salir por la recepción, pues era probable que hubiese alguien que le viera salir dando al traste con su intento de fuga. El enfermero le había asegurado que tenía permiso para moverse por el recinto, pero ya no se fiaba de nadie. Lo intentaría por la otra puerta, la  que estaba cerca del pequeño salón por el que habían pasado durante el paseo con las visitas.

No tenía una noción real del tiempo que había pasado en el archivo, ni de la situación que se estaría viviendo en el exterior. ¿Le estarían buscando? ¿Seguirían intentando reducir a Toby? No lo sabía, pero intentaría pasar desapercibido.

Silencio. Esa fue la única respuesta que Freddy recibió en cuanto asomó la cabeza tras la puerta del despacho por el que había entrado. En el interior del archivo encontró una puerta que suponía que daba al despacho de Freygan por el que se había colado a primera hora de la mañana.

En cuanto comprobó que no había moros en la costa salió raudo cerrando la puerta tras de sí sin armar ruido y empezó a escabullirse por la salida lateral que tenía al final del pasillo. Eran pocos metros hasta el patio y desde éste al exterior no podían ser muchos más... La libertad estaba a pocos pasos, cuando repentinamente la puerta se abrió.

-¡Hombre señor Dawson! No le he visto en todo el día. -Saludó afablemente como si no sospechase de las intenciones de su interlocutor-. Hace un día precioso, la tarde pinta a que seguirá igual. Imagino que querrás darte una vuelta por los terrenos.

No dejaba de sorprenderle como el universo conspiraba para complicarle la vida. Después de pasar todo el día completamente desapercibido, justo cuando había decidido largarse de aquel maldito lugar se encontraba con un celador.

Afortunadamente era Benjamin, el cual siempre había sido amable con él, por lo que no le consideró una amenaza directa. Aún así mantuvo una distancia más que prudencial cuando se paró a hablar con él, había decidido no fiarse de nadie entre esas cuatro paredes.

-He estado distraído sentado en un rincón sin hacer ruido- contestó. –Ahora iba a salir a estirar las piernas al jardín. No todos los días se dispone de permiso del mismísimo Freygan para deambular por el recinto- dijo apuntando que era el propio director el que le había dado permiso para estar fuera de su celda. Estaba seguro de que Benjamin no lo había olvidado, pero nunca estaba de más refrescarle la memoria para evitar males mayores.

-¿Qué me recomienda visitar? Es la primera vez que salgo desde que llegué a la institución…- añadió.

-Como no te escapes... No hay mucho que ver-. Tras esas palabras se echó a reír muy seguro de su propia broma. -No me hagas mucho caso. -Musitó enjuagándose las lágrimas.

-Ver el cielo y disfrutar de cómo el sol te pone moreno, estoy seguro de que es un cambio mucho más favorable a como estabas antes. ¡Pruébalo! Ya te veré esta tarde cómo estás de moreno.

-Así lo haré. Buenas tardes- se despidió el interno con su habitual laconismo sin dejar claro que es lo que haría, si escaparse o disfrutar del sol. Era consciente de que si salía al jardín no habría vuelta atrás, por lo que dudó un momento, aunque en el fondo sabía que, a la vista de las pruebas encontradas, quedarse allí era una condena a muerte a corto plazo, su naturaleza retraída le impedía salir de allí como si nada.

Aún así, el instinto de conservación fue más poderoso y, tras unos instantes de indecisión que estuvo seguro de que el celador tomaría como otra locura más del enfermo mental que tenía delante, se dirigió a la puerta, mirando a derecha y a izquierda en lo que le restaba de pasillo, e incluso hacia atrás, como esperando que en cualquier momento alguien o algo saltase sobre él y acabase con su vida.

Abrió la puerta y salió a los jardines con la intención de atravesarlos hasta encontrar la verja que circundaba el recinto, si es que había, ya que cuando le trasladaron a la institución llegó desde la prisión estatal en la parte trasera de una ambulancia y era la primera vez que se encontraba fuera del recinto hospitalario.

La puerta se abrió suavemente como si en todo momento lo único que necesitaba para que un paciente saliese al exterior no fuese más que un leve empujón. Los rayos de sol se filtraron primero suavemente desplazando a las tinieblas de aquel lugar hasta que el objeto de la mirada del paciente fue reemplazado por un destello luminoso y blanco, le llevo unos minutos acostumbrarse a la nueva luminosidad.

Cuando finalmente se acostumbró a su nueva vista un familiar edén se mostró ante sus ojos, a su derecha se encontraba un árbol de grandes dimensiones, de hoja perenne... Tal vez un pino. A la izquierda otro puñado de árboles que flanqueaban el acceso al garaje y delante... Un camino empedrado conducía a la libertad. Todo lo demás era césped y bancos dispuestos por doquier.

Se encontraba en el exterior. Hacía apenas veinticuatro horas antes, en la oscuridad total de su celda, tratando de que las presencias que le acosaban de noche no le volviesen aún más loco, era por lo último que había apostado. Después vinieron aquellas personas a visitarle y su situación dió un giro completamente inesperado.

Ahora estaba en el jardín, bañado por la luz del sol y con la libertad al alcance de su mano. La certeza de que si se quedaba allí moriría como los otros internos fue lo que le impulsó a salir de allí, aunque su mente más racional le frenaba constantemente. En el momento en el que cruzase aquellas puertas sería un proscrito, tendría que cambiar de vida, de nombre... aunque aquella perspectiva tampoco le resultaba desagradable.

Con ese pensamiento, dando un paseo, disfrutando del día, se dirigió hacia la salida.

Freddy empezó a encaminarse al exterior como quien no quería la cosa, sus pies en un principio seguían el recorrido que le marcó en su momento un jardinero hasta que con algún tipo de actitud desafiante se salió de este pasando así entre dos bancos de madera. En uno de ellos había una paciente a quien no había visto nunca balanceándose como si estuviese acunando a un bebé invisible.

-Tienen a mi niño, tienen a mi niño-. Susurraba casi como si fuese un mantra, sus ojos estaban vidriosos y miraban en dirección de ninguna parte.

No era una visión agradable y con la intención de olvidar todo lo que había vivido y lo que estaba viviendo hasta el momento el señor Dawson siguió caminando. La punta de su calzado se estaba impregnando del rocío que salpicaba de manera azarosa las briznas de hierba del jardín. No tardó en llegar a la altura de unos grandes muros de piedra de dos metros de alto y sobre éstos una gran verja de metal remataba el conjunto. A la izquierda, en dirección al camino principal que había abandonado se encontraba la gran puerta que daba acceso a los terrenos de aquella casa de locos.

Tenía que reconocer que el breve paseo hasta la verja había sido una de las experiencias, si no la más, agradables que había vivido desde que llegó a la institución. El calor del sol, la luz, el tacto de la hierba bajo sus zapatos… Cosas que nunca había valorado hasta que se vio privado de ellas.

Solamente torció el gesto cuando se cruzó con aquella mujer, ese tipo de enfermos mentales le resultaban terriblemente molestos, prefería mil veces al bueno de Toby, aunque tuviese esa marcada tendencia homicida, era un gran conversador.

Enfrascado en esos pensamientos llegó hasta el límite del jardín, miró hacia un lado y al otro sopesando la mejor manera de enfrentarse a ese muro de ladrillo y metal. Al mirar hacia la izquierda vio la puerta principal y, sin pensárselo dos veces se dirigió hacia ella con la intención de abrirla y largarse de aquel lugar. Sabía que ya no había vuelta atrás, y esa certeza era la que le movía a seguir hacia adelante sin saber lo que encontraría más allá.

Freddy no se anduvo con ceremonialismos, práctico y directo al meollo fue... No sin echar una mirada en derredor para cerciorarse de que no había ojos indiscretos.

Probó la primera llave, ésta tenía tres dientes a cada cual más grande... No entró, demasiado grande. La siguiente tenía dos, el primero formando una extraña letra, se quedó a medio camino... Tras rechazar varias llaves por un tamaño demasiado pequeño el joven bibliotecario siguió probando... El viento soplaba, las hojas caían bajo su influjo hasta que la gran verja detenía su movimiento quedando así agolpadas contra la mirada del joven que aspiraba a huir.

Nada... Ninguna llave era de la verja. Tal vez era un tercero el que les abriese cada vez que entrasen y saliesen del recinto... Sus opciones se reducían a intentar embaucar a este, robarle las llaves, o por el contrario... Poner a prueba sus capacidades físicas.

Cuando terminó de probar la última llave y se dió cuenta de que no iba a poder salir de allí tan fácilmente, el interno se encogió de hombros, guardó el llavero en su bolsillo y se dió media vuelta en dirección al edificio principal mirando al suelo, pensativo.

-¿Pensabas que podrías salir de aquí simplemente empujando la puerta de la calle? ¡Ja Ja Ja, debes estar bromeando!- decía una voz en su cabeza que suponía sería la suya propia. -Eres un enfermo mental dentro de una Institución para enfermos mentales. Éstos sitios están pensados para que los locos no se escapen-.

La simpleza de aquel pensamiento le abrumó. Realmente pensaba que con salir tranquilamente al jardín y de allí a la calle sería suficiente, pero como era lógico, se equivocaba. Por desgracia, su mente ya había asimilado la idea de escapar de aquel lugar y que permaneciendo allí se estaba condenando a una muerte segura, por lo que, en lugar de seguir caminando hacia el centro, lo hizo hacia las cocheras. Saldría de aquella trampa por las buenas o por las malas.

Los pensamientos se agolpaban impactando hostias severas en el paciente que se encaminaba en dirección a las cocheras. Reprimendas de todo tipo, algunas tan crueles que le hacían pensar si realmente venían de su mente o escuchaba un ser superior, algo parecido a experiencias previas que había tenido...

-Eres necio, un puto loco y un condenado a muerte, cuanto antes lo asumas antes servirás a los designios divinos...

-Huye, huye, huye como el perro que eres...

-Creías que ibas a huir tan facilmente, eres un necio. Eres un loco en un sitio de locos, estás en tu lugar...

Demasiados para recordarlos todos lo que hizo que accelerase su paso para finalmente llegar a su destino: Las cocheras. Éstas no tenían nada de especial, únicamente un gran habitáculo y en el centro un Sedán Studebaker grande, con capacidad para 7 personas. Al fondo del garaje se encontraba un armario de herramientas.

Ya no cabía duda de que el camino que había tomado no tenía retorno, o al menos uno que le resultase mínimante atractivo, si le cogían pasaría el resto de sus días encerrado en un agujero hasta que él también enfermase y muriese en extrañas circunstancias.

La idea que tenía en la cabeza era clara, huir de allí a cualquier coste. Trató de abrir el coche utilizando las llaves que llevaba encima o incluso las herramientas que allí se encontraban, cualquier cosa que le permitiese arrancar el motor y salir a toda velocidad de quel maldito lugar.

Freddy miró a su alrededor esperando encontrar algo que le permitiese abrir el coche, no había nada que pareciese una llave -algo demasiado obvio en medio de un sanatorio donde dejaban a algunos de sus pacientes deambular libremente-. En el juego de llaves que le permitían moverse como pez en el agua por el interior del edificio tampoco parecía haber nada que sirviese para le vehículo. Así que lo tendrían o Freygan o su chófer... 

Su única opción se encontraba en el armario de herramientas el cual abrió y sin mirar mucho escogió una herramienta al azar. Aquella herramienta le trajo recuerdos, recuerdos de sus clases de bricolaje en el instituto...