Partida Rol por web

Aquí están. Dos pobres crías asustadas. Pobre madre y pobrecito el muerto. ¡Que los dioses perdonen mi afrenta! Para acercarme a los leoncitos tengo que ir con cuidado de no asustarlos más, me muevo muy poco a poco. Voy muy agachado, y llevo mis manos extendidas hacía delante. Amigos, estoy aquí para ayudaros. Les hablo con la voz más suave que puedo. Intento, si me llego a acercar bastante, quitarle la rama al leoncito herido.

Mientras me acerco, me pregunto qué les podría dar de comer. Tengo conocimientos sobre los animales y me entran las dudas. ¿estaban bebiendo leche, pero serán bastante mayores para comer otra cosa?

No caes que qué darle de comer.

El "minino" no se deja. Te bufa y pone una postura de combate bastante graciosa, con lo pequeño que és. La otra cría ... sigue con lo suyo. O por lo menos lo intenta.

La sangre, que se ha empezado a coagular, tiene un brillo enérgico. Y con el sol, parece que aún corre.

No me rindo, quiero curar al leoncito. Enrollo mi mano izquierda con unas pieles y me acerco a él con ese brazo por delante. Cuando lo intenté atacar, si lo intenta, lo cogeré con la otra mano y lo intentaré enrollar con la piel (por una parte no herida) mientras le canto suavemente una canción de cuna de mi niñez. Miro de reojo al otro, de momento está tranquilo, pero no me fío del todo.

Te sacas la mochila y sacas tu túnica de piel (la que no tienes puesta). Sueltas "lastre" y lo dejas todo junto, colgado en uno de los muchos palos que sobresalen.

Al pisar para acercarte, te hundes y el tobillo te da un aviso que te recorre toda la columna y te llega al cerebro como si fuera un latigazo. Te enfadas y entonces saltas sobre el gato y lo enrollas como si fuera una pelota. Ese lucha y gruñe. Bufa y araña. Te termina destrozando la ropa. La ha mordido con los primeros enganchones, y te la arranca de un tirón. Al retroceder la zarandea, agarra con las manos y tira de ella hasta dejarla hecha jirones.

- Jode, para ser pequeño y estar herido, que fuerza tiene.

Piensas en usar el saco de dormir, pero con el frio que hace, si te lo rompe, para la noche ... será un martirio. No te puedes permitir morir congelado y lo descartas.

No esperaba que fueras tan fuerte, amigo. Siendo tan joven. Sin duda no puedo arriesgar más ropa de invierno. Al menos, quizás la lucha lo ha entretenido un poco, si la ve como un juego. Y lo ha amansado. O quizás lo ha puesto más nervioso. No lo sé. Hay tantas cosas que no sé y tantas que no recuerdo. Medito un poco en mis recuerdos de pastoreo, de cuando he ayudado en las granjas de mis congéneres.

Mientras busco en mi mente una manera tradicional de solucionar esto, recuerdo la voz atronadora de antes. El amor de un padre por sus retoños, decía y miro el cadáver de la madre. Pobres crías necesitan cuidado y amor. La voz surgió, no sé si por casualidad, cuando apelé al medallón. Así que lo vuelvo a intentar. Primero, pongo mi palma en el suelo y murmuro una bendición. Después, con la misma mano, aprieto la piedra contra mi pecho bien fuerte mientras murmuro en voz muy baja y lenta. Soy un amigo, ven a mí, te curaré, no seré ella pero haré todo lo posible. En mi mente resuena la paz y el amor, me concentro en mi compasión por esos retoños, pero también intento que vengan a mi mente recuerdos de mi amor por mi madre y mi padre, recuerdos de niños felices.

Con los jirones que han quedado de la ropa que usaste, empiezas a tirar. Das tironcitos, y el pobre e inocente huerfannito, lo toma a juego. Jugando, jugando, lo terminas atrapando.

Cuando lo tienes sigues jugnado con él. El bicho está fibroso. El hambre del monte y la vida a la intemperie hace de estos animales, no solo adorables, sino poderosos. Entonces agarras el palo que tiene en el costado y tiras, pero la indecisión ni lo saca ni produce más efecto que un daño que hace que el animalito salga corriendo y se escoda en la barricada que un rato antes sorteaste para llegar hasta ellos.

Ay! Casi lo tenía. Pobrecito, está asustado. Ha huído de mí y le debo haber hecho daño. ¿Qué puedo hacer?, me pregunto. Me fijo en que el otro leoncito, espero que siga tranquilo, intentando alimentarse de su madre. Después vendré a darte algo de comida, musito suavemente. Pero ahora tu hermanito está enfermo.

Recojo los jirones de piel que queden de la túnica y los junto con un nudo en uno de los extremos, formando una especie de cepillo. Me acerco otra vez al leoncito, ofreciendole por delante ese "juguete" a ver si se entretiene con él. Quizás el daño lo ha puesto demasíado a la defensiva, pienso, no me acercaré demasiado si veo que no es nada receptivo al respecto.  Repito el gesto que he hecho antes con la mano contra mi pecho, aprentando el colgante mientras murmuro en voz muy baja y lenta. Lo siento, no quería hacerte daño. Soy amigo, confía en mí. Me concentro por tener en mi mente otra vez pensamientos de paz y compasión.

Al final, la atención se centra en jugar con los restos de tu ropa. - Joder, era la que me quedaba limpia. Te conformas, el "gasto" lo merece. Era una "inversión de futuro" y además, lo necesitabas para poder sentirte completo.

Lo consigues atrapar. Pero no en el sientido literal. Te terminas sentando y jugando con los jirones del harapo haces que incluso suba sobre tus piernas persiguiendo el juguete. Al final le dejas el juguete y le consigues sacar el palo clavado. Tiene una fea herida y sangra levemente, pero no ha tocado órgano vital. Eso si, le va a quedar una buena calva y por el "buejero" se ven los músculos bajo la piel. Es un animal magro y fibroso. Fuerte.

Da un leve respingo al sacarle el bujero, pero con tu mochilita de "sanadorcillo" le haces un "apaño". Lo malo, es que como lo pille de juguete o le moleste se lo quitará. Cuando terminas, salta con el otro cachorro, a intentar mamar.

Te dan pena. - Ya no sale nada de allí chicos.

Una vez curado el herido, me siento más relajado. Pongo mis manos en el suelo y murmuro un agradecimiento a la tierra. Sed fuertes amigos. Miro a los cachorros que intentan mamar de su madre. Ya no hay nada ahí, pero ¿que tengo yo? Si lo hubiera sabido habría traído leche conmigo pienso, aunque después de tanta caminata tampoco estaría buena. Miro en mi equipaje a ver en qué consisten mis reservas de alimento. Intento crear un simulacro de leche en mi cuenco para alimentarlos. Machaco algo del queso que me quede (ni que sean las migas) con un pedazito de las lembas rotas (no mucho, media lemba o así), y lo intento disolver en agua en unos de mis cuencos. Soy consciente de que esto no es leche, pero espero que les pueda atraer y alimentar. Añado también algún trozo de carne seca de mis raciones, y lo corto en pedazos y lo meto en la leche. Espero que lo encuentren y se lo coman, y así (si aun nunca habían comido carne) aprendan a reconocerla como alimento. 

Si consigo un mejunge que me parece aceptable, les ofrezco el cuenco a los cachorros. Al ponerselo delante, apretó mi medallon y digo con una sonrisa. Comed chicos, no es la leche de vuestra madre, pero también os alimentará. Y intentó reforzar el mensaje recordando algunas comidas agradables donde destaca, por reciente, mi noche con los enanos.

Los dos bichejos se lanzas a por el cuenco. La verdad, parece que les sabe a poco, pero también a gloria.

Lo has hecho todo sentado, y tienes el culo helado. Por lo menos usaste un tronco como taburete. Uno de esos de los "escombros". Miras hacia las cumbres, que ahora no muestran atisbo de nieve. El cielo sigue siendo ideal.

Tras el almuerzo, ambos bichos se atacan. Juegan que uno caza al otro, y no tardan en aburrirse porque se bufan ambos a la vez. Tras eso se separan y se ponen a explorar el mejunje de palos, nieve, barro y demás. Incluso van al cuenco otra vez. La carne seca la han dejado, pero la chupetearon, para limpiar el queso.

- Joder, si es que está salada.

Oh, dioses, por fín. Mientras los leoncitos juegan, parece que más contentos, me puedo preocupar por mí. Me coloco lo mejor que puedo para no helarme y me miro mis propias heridas. Intento saber si tengo algo roto en el tobillo, si sospecho que puede ser así le aplico una hoja de Arfandas, que me ayudará a curar la fractura. Además, me tomo una hojad de Akbutege para curarme un poco los daños.

Ahora que ya he curado al herido y solucionado la urgencia, debemos movernos. Primero tengo que poder caminar yo. Miro a los cachorros preguntandome si me seguirán ahora que se han ganado mi confianza.

No va a empezar a oler la madre, con el frio que hace, pero ... no es adecuado dejarla así. No lo ves bien.

Los cachorros juegan, exploran e investigan. Tú te pones a mirarte el tobillo. Una puñetera torcedura. Gorda, pero solo eso. Te tomas la planta. Amansa el dolor, pero no estás perfecto. - Bueno, ya se irá curando. Por lo menos, aunque cojeando, puedes andar. Tienes el tobillo liado con los harapos, y puedes, cojeando, andar.

Cuando te pones en pie, te das cuenta que uno de los bichillos se ha puesto a recorrer, en sentido contrario, el camino que hicieste gateando por el hielo. Sabes que había grietas ... y ... 

No, hacia allí no. Es peligroso. No hay tiempo para el descanso, justo me he curado y me veo a uno de mis nuevos amigos, de mi nueva familia, yendo hacia el peligro. No! Amigo, ven aquí!, le llamo y pienso que debería ponerles un nombre. Le llamo con voz alegre, pero no me acerco a él demasiado, no quiero que me rehuya y se aleje a un más. Me ha costado ganarme su confianza y no sé si ya puedo acercarme tanto. Me acerco al otro y me empiezo a mover en dirección contraria al que se ha ido. Me muevo como si corriera, haciendo movimientos exagerados (pero sin forzar mi tobillo), para animarlo a que me persiga como si fuera un juego. Con una mando en el medallón pienso. Venid conmigo amigos, vamos a jugar. Y pienso en cuando jugaba de pequeño con mis hermanos.

Mientras tanto, como les quiero poner un nombre, me fijo en la apariencia de los cachorros, buscando alguna característica en sus manchas, su pelaje, sus colores, etc. que me motive para el nombre y me sirva para diferenciarlos.

No lo tienes nada claro, pero solo has pillado uno. El otro aún no lo has tocado siquiera. Pero a simple vista son idénticos.

El explorador no te presta la más mínima atención. Te das cuenta que no es que te ignore, sino que está más en lo que está al resto de cosas en el universo.

Me quedo mirando los cuerpos de la madre y el cachorro. No los puedo dejar así, debo enterrarlos. Por otro lado, miro al leon que se va de exploración. Ey. No te vayas por ahí puede  ser peligroso. Me pregunto si realmente es peligroso donde está yendo el leoncito. Me acerco a él a ver que está haciendo.

El leoncito estaba ya donde te habías dañado el tobillo. Allí olfateaba, pero ... para él la dificultad aumentaba. Hasta entonces, una "trinchera" en la nieve, que habías abierto con tu avance a gatas, le permitía el paso son problemas. Desde ese punto, habías llegado con grandes zancadas, así que para él era un muro.

Sigue sin hacerte mucho caso. Mentira. Ningún caso.

Leoncito revoltoso. Lo digo para mí mismo mientras valoro mis opciones. Mi primera intuición es ir hacía el león y ya volveré a enterrar a la madre, que no se movera de aquí. Pero me pregunto si tendré oportunidad, recuerdo a esas madres que dicen que con los hijos hay que estar siempre pendiente. He hecho un juramento, y empiezo en entender que no podré controlar mis propios pasos. Por lo menos hasta que los leones y yo aprendamos mejor a ir juntos. Así, que si me muevo de aquí no sé si volveré.

Sin dejar de mirar de vez en cuando a los dos leones, para controlar que no se metan en líos. Intento sepultar lo más rápido posible a la madre y el hermano caído. Como quiero ir rápido, no cavo demasiado hondo, sino que hago un pequeño espacio y entonces más bien los cubro con la mezcla de escombros y nieve que hay alrededor. Amiga mía, pequeñín, volved a la tierra y que estas montañas se nutran de vuestros cuerpos. Yo cuidaré de los hijos que viven. Pienso mientrás trabajo, y toco mi medallón mientras hago esta promesa final en silencio. Musitó una plegaria de mi gente propia de los entierros.

Escuchas un bufido y un maullido nada agradable. Tras eso un trotar nada sigiloso. Estabas enterrando a los "caídos" cuando pasa eso. Te levantas sobresaltado. 

Parece que el "explorado", intentando trepara para seguir tus pasos (de donde venías) se ve que la nieve ha cedido y un palmo o dos han cedido, este ha caido de espaldas y escapa a correr hacia a tí. En su rostro se plasma miedo y algo más. Te sorprende. Parece que ya empiezas a entender algo de esos "bichillos".

- Leches, hablando de bichillos ¿Dónde está el otro?

Mierda, ¿que ha pasado? Aunque estaba intentando controlarlos, los leoncitos han escapado de mi control. Uf, cuidar de estos será un trabajo. Me levanto y miro a mi alrededor, buscando a los dos leones para averiguar donde estan y que está pasando. ¿De que tenía miedo el pequeño? ¿Solo de la caída o de algo más?¿Donde está el otro? Venid a mí, amigos. Pienso con el medallón apretado en mi pecho mientras observo a mi alrededor.

El exploradorcillo está junto a ti. Se está como escondiendo. Pero el mansito ... no lo ves por ninguna parte.