Partida Rol por web

Fram les contó cómo llegar a Ciudad del Lago, entonces. De manera sencilla: seguís por ahí hasta que veáis el lago. Luego tenéis que bordearlo. Una vez lleguéis a la ciudad, basta con preguntar a cualquiera. Intentó darles las señas de dónde se suponía que vivía el militar, si es que lo tenía claro, y procuró ponerles en camino para poder hablar con él sin encontrar tropiezos. Estaba claro que la soledad y el desamparo le habían hecho desbarrar un poco, pero con el calor estaba reviviendo. Y la peste, por supuesto. Unido al pronto aroma de huevo podrido, su olor prometía mucho. En los próximos días Fram se anunciaría a buena distancia, y dejaría huella por donde pasara.

¿Ayuda militar? ¿Qué os aflige? ¿Orcos?

Los beornidas se empiezan a preparar para continuar el camino.

No te habías dado cuenta, pero el león blando había desaparecido de tu vista. No sabes donde ha estado todo este rato. Ahora, cuando se empiezan a preparar para partir, ha aparecido. No sabes ni como ni de donde. Es casi una sombra.

- Pues la plaga ha terminado pero un mal mayor crece por todas partes. Incluso la naturaleza lo sufre. Además, los valles altos del Anduín han sido atacados varias veces por patrullas de orcos y trolls negros, y parecen venir de Angmar.

Lo decían bastante preocuados. - Igual habían participado o sufrido alguna pelea con esos "bichos". Las noticias son desesperanzadoras. Los orcos se mueven por todo el bosque, orcos y trolls que atacan desde un reino poderoso, los dragones se mueven inquietos y patrullan por hambre y por algo más. Y por si fuera poco, estos hombres hablan de un mal desconocido, que parece inundarlo todo como el barro de una riada.

Se despiden agradecidos, y si no tienes nada más, parten. - No preocupes, no diremos nada de tu camino.

Bien. Estoy en deuda con vosotros. Me gustaría unirme a la lucha. Creo que enterrarme con los enanos no me ayudará. ¿Dónde se acantonan los guerreros? ¿Creéis que aceptarían a un buen arquero? De todas formas, ya se imaginó golpeando una pared donde no parecía haber puerta ni nada, sin que nadie le escuchara y muriendo de hambre y frío, o en la barriga de un dragón.

De pronto, recordó su costilla magullada y se dolió, pero no dijo nada.

Él también se preparaba para partir. Se arrebujó en su nueva capa, procurando no respirar muy hondo (de todas maneras, le dolía hasta respirar).

Si lo que quieres es sorprenderlos, lo estás consiguiendo.

Se miran pasmados. El que había quedado más atrás, y puesto el yesquero a tu disposición habla. - Si quieres ayudar, ... en la Carroca en dos lunas. Se miran otra vez, y empiezan a trotar.

Hacia la Carroca, entonces, se dijo. Esa era una piedra bien conocida de todos, la colina a la que los Beijabar iban a tener sus reuniones. Gruñendo de dolor por culpa de la costilla (¿fracturada? ¿estaría fracturada?), se puso a caminar con buen paso. Había sido un buen encuentro, pensaba. Uno de esos que el destino te depara.

El ejército era un buen lugar para medrar, o para ocultarse. No se hacían demasiadas preguntas. Al menos, eso esperaba. Y un buen arquero siempre era bien recibido. ¡Y tenían médicos!

Aunque igual dos meses era demasiado tiempo, con el frío que hacía. Bah. Ya preguntaría por el camino.

Con la esperanza de encontrar a alguien a quien preguntar, Fram optó por seguir un camino sin compromiso: uno que todavía fuera a una dirección compatible con las dos alternativas que se le presentaran.

Por si acaso, estaba pendiente del horizonte, y de lo que no era el horizonte. Era consciente de que cualquier tipo al que encontrara por ahí estuviera buscándole para llevarle preso, así que procedió con cautela. Además, era un hombre solo. Presa fácil. ¿Cómo iba a preguntar si se escondía de todo lo que viera? Pues mirando quién venía primero, y luego decidiendo según fuera uno u otro.

7 de enero de 1700 T.E. 8:34h.  Gran Bosque Verde (Bosque Negro). Muy encapotado. Sobre las copas ves que el viento azota, cada vez más. 7ºC.

Hace dos días que estás ya en el bosque. Las punzadas de tu pecho, cada vez se hacen más importantes. Temes una lesión gorda, o que la que posees, esté agravándose. Además, te cuesta respirar, ya que cada vez que un movimiento aparece, una punzada le sigue, y respirar implica movimiento. Hace un día y pico que no comes, y en los dos arroyos que has encontrado para recuperar agua, una masa negruzca fluía, donde esperabas encontrar agua.

Tus fuerzas van decreciendo. Tu sed en aumento y tu desesperación no merma. Por lo menos ya no notas la peste de la capa y abriga más de lo que pensabas.

En el aire se huele a humedad. A mucha humedad.

No podía seguir así. Necesitaba un curandero o, mejor, un médico que le atendiera. El bosque parecía querer devorarle. Incluso tan al norte, la sombra parecía oscurecer su corazón. Estos tres días de viaje habían sido a cual peor. Buscadora aparecía por la noche en sus sueños, y tenía pensamientos ominosos: se veía degollando poco a poco a aquellos que se imaginaba que le habían ofendido en el pasado, y que en su delirio creía culpables de su destierro.

Pensó si no habría un poblado o un campamento de los hombres del bosque por la zona.

No eres capaz de encontrar huellas de estos, y más, sabes que con el frio, intentan moverse hacia el sur, y si acaso hacia el interior. También sabes que su "zona", es más hacia el centro, ya que el norte es más dominio de los Salones del Rey elfo y sus Estancias.

Es más fácil encontrar un Silvano o un Sindar en esta zona, que un Hombre de los Bosques.

Los elfos le ponían nervioso, con esos ojos brillantes y la sensación de que, tras un encuentro con ellos su vida no seguiría siendo la misma. No tenían sombra, o no parecían tenerla, pero no en el sentido de que fueran bondadosos necesariamente: quemaban, inquietaban, te traspasaban y, bueno, te miraban como si fueras un bicho o algo encontrado al borde del camino.

No, claro: aparte de que hacía demasiado frío, los hombres de los bosques tampoco creía que se aventuraran tan cerca de las fronteras del reino élfico. Decidió aventurarse hacia la marca de Thranduil, muy a su pesar. Era muy posible que le esperara la prisión, o una flecha en el cuello. Decidió caminar bien a la vista y mostrando las manos vacías.

9 de enero de 1700 T.E. 13:55h.  Gran Bosque Verde (Bosque Negro). Muy encapotado y orvallo. El viento se ha detenido. 6ºC.

Ha día y pico que te sentaste en un sitio. Ahora, una mano suave y firme te ha despertado. Has estado inconsciente desde entonces. Los labios, resecos, notan el contacto metálico de algo, y de ese algo emana agua fresca. Tal vez fría. Tu pulmones no dan para respirar, pero tu cuerpo demanda más el agua en estos momentos que el aire. Tu vista borrosa no entiende lo que sucede. Una silueta turbia se entrecorta con el escaso poder del sol que es capaz de atravesar la armadura que los árboles se empeñan en interponer en los bosques, ocultando el suelo del cielo y viceversa. Abrazas aquello de los que surge agua. La sulueta no tiene ojos, no tiene boca. Está todo tan turbio y borroso y no puedes ver lo que sucede. Una voz melosa, que no entiendes, se empeña en intentar calmarte, pero no eres capaz de entenderla. Alguna cosa suelte como " ... calma ... ", " ... tomar ... " y " ... despacio... ", es lo único que llegas a entender. Una punzada de dolor al intentar incorporarte te recuerda tu estado de salud, y te atragantas. Agua, aire y tus pulmones se juntan en una masa que es entre angustiosa y dolorosa. Toses desesperadamente, en un intento de respirar. Cada vez que repites ese gesto el dolor por las costillas rotas repercute en más dolor y te desmayas...o casi.

Fram esperó estar en manos adecuadas. Ya llegarían los interrogatorios, ya. Se dejó cuidar, procuró moverse poco y agradeció las atenciones cuando pudo distinguirlas. Permaneció en su peculiar oscuridad aterciopelada del sueño sin sueños, descansando por fin tras tantos días de ajetreo. Ya casi parecían meses: la huida del lago, el episodio en el granero, ese toro maldito, el pobre hombre al que probablemente había matado, los huevos aquellos todos machacados ¡qué bien le habían sabido! Los beornidas y el tremendo agradecimiento que sintió al ser tratado con un poco de amabilidad tras tantos avatares.

Y bien: se dejó llevar. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Escuchabas una lengua aterciopelada y musical, pero muy quebrada. No entendías nada.

Había cinco de aquellos elfos, y cuando te pudiste dar cuenta, ya te habían "inmovilizado" las costillas. Dos de ellos hablaban. Uno junto a ti, el otro, algo más lejos.

El que estaba junto al que te abrevaba te preguntó algo en un simplista oestrón: - ¿Dónde ir? ¿Quién ser? Su voz era parecida al anterior. A pesar de no conocer gran cosa la lengua, no tenía temor a usarla, y su linda voz sonaba como la de un cantante que hipnotiza al aforo de lugar donde es escuchado. Por suerte tus ojos empezaron a funcionar poco a poco. La niebla del despertar se alejaba muy lentamente. Tu cabeza estaba más embotada que tu ojos, pero estos permitían ver que estaban equivocado. Había 6. Uno de ellos destacaba sobre el resto. Su líder.

Elfos... Le salió un suspiro, pero fue interrumpido por el dolor en las costillas y por una flema que le tuvo un buen rato tosiendo en medio de dolores agudos como agujas.

Después de tantear cómo y cuándo podía moverse, y qué podía mover, tomó de nuevo aire con precaución: Voy a la Carroca. Soy Fram de los Caminos.

Sus pocos tratos con los elfos le habían enseñado a responder a lo que se le preguntaba. Nada más. Eran gentes meticulosas. Si tenían interés en saber algo, se lo iban a hacer saber.

A tu presentación contestó altivamente: - Y yo soy Légolas Hojaverde, y estás en el Reino del Bosque de Tharanduil. Entonces, inquisitivo preguntó: - ¿Y Fram de los Caminos, por qué quieres ir a la Roca Sagrada de los Beijabar? Cuando comenta la última palabra, hace un gesto que tú entiendes que es "señalar a la capa".

Ya eres capaz de tomar la cantimplora por ti mismo, y aunque sigues viendo algo borroso, ya distingues los que ves. No en la distancia, pero si a los elfos, sus ropas y sus armas.

Hace años conviví con los Hombres del Bosque, primos de los Hijos de Beorn, y les tengo aprecio. He sabido que se acantonan en la Carroca tropas para enfrentar a la sombra del Norte. Lo supe cuando me lo contaron dos de los Beornidas que me socorrieron en el camino regalándome esta capa que aquí ves, Legolas Hojaverde, y un yesquero, del que carecía. Voy a unirme a ellos, pues estaba en un apuro y me sentí endeudado. Saldaré mi deuda.

Bebió agua, pues estaba sediento. Parece que también estoy en deuda con vosotros, pues me habéis socorrido.

Avanzó un dedo, que con saña, apretó en tu costado. La capa protegía del frio, pero no del daño que las costillas mandaron a tu cerebro, tras el contacto del dedo élfico. El respingo de dolor que diste, hizo que el agua saltara en muchas direcciones, empapándote, tanto a ti, como a los dos elfos más cercanos. El que te daba agua y el que parecía ser el líder de estos.

- Pues parece que tu viaje va a demorarse mientras esas costillas estén así de ... mal.