Partida Rol por web

Rápidamente saqué el arcabuz y apunté de forma intuitiva tratando de abatir al montero que amenazaba al conde. Disparé y tras una nube de humo y pólvora, aquel tipo seguía de pie. Había fallado.

...

El Diablo desvió el plomo, que pasó bastante alto, o quizá fueran mis malas mañas, que disparar con un caballo entre las piernas no es cosa fácil, créame voacé. Por lo menos el estampido le hizo dar un respingo y errar igualmente el tiro, con lo que las cosas andaban más parejas: éramos dos a dos, ahora...

Mejor dicho, dos a uno, que el conde, viendo por donde soplaba el viento, descargó su arma sobre el fulano que tenía más cercano. Y el desgraciado que quedaba, pues como que optó por salirse corriendo...

- ¡Alto malandrín! - Le gritó Rodrigo al fulano. - ¡Alto o disparo! - Le amenazó apuntándole con la pistola.

Y lo haría de no hacerle caso y ese sicario tenía que saberlo, pues ya había disparado una vez y no dudaría en hacerlo una segunda. Esperaba eso sí, que con mayor éxito.

Cuando el miserable vio que me sacaba yo otra turquía con la que le apuntaba a la jeta a boca de jarro se meó en las calzas y alzó mucho las manos, poniéndose de rodillas y gritando piedad a grandes voces.

...

- Creo que estos rateros no le querían mucho bien, señor marqués... - Le dijo Rodrigo sin dejar de apuntar al sicario.

Si no se había ganado ya el favor de ese hombre, no sabía ya que cosa más podía hacer para conseguirlo. Sin duda le había salvado la vida y aunque el asesinato de su hermano seguía sin resolverse, bien que se había ganado el favor del noble cuanto menos. O eso esperaba...

Evidentemente el sicario confesó que el marqués les había pagado muy buenos dineros, a él y a su difunto compañero, para que se encargaran de que el conde no saliese vivo de la cacería. Y aunque el bellaco del marqués mucho protestó que eran acusaciones falsas y calumnias de villanos bellacos, su fama hizo que pocos dudasen. Se le entregó a la justicia para que decidiera sobre su destino, y yo me prometí estar en primera fila el día en que el Trinchante de Gargueros cumpliera con él su oficio... Poco debía haberme fiado yo, que a veces parezco novicio del negocio, que la ley no es igual de ancha para todos...

Así que me volví a mi querida Villa de Madrid, que prefiero pisar las losas de sus plazas que el estiércol del campo, ya me conocéis. Y dejé que pasara el tiempo, dedicándome a mis cosas, y considerando que, al negocio, se le había dado la puntilla. En este tiempo, el personaje se cura de sus heridas.

Había pasado ya un tiempo desde los sucesos de la finca y el asesinato de su hermano. No había vuelto a ver a Margarita, ni había sabido nada más de todo aquel turbio asunto. Ya casi se había olvidado del tema y había dado por zanjado el asunto. Poco o más podía hacer por descubrir lo que había sucedido, pues había agotado casi todos sus recursos. Sin embargo, seguía dándole vueltas de tanto en cuanto a lo que había descubierto.

- Muy buena mañana hace hoy... - Dijo asomando sus vergüenzas por la ventana, pues estaba desnudo aún y estirando los brazos hacia el techo.

La meretriz con la que yaciera anoche, seguía entre las sábanas y él estaba hambriento por la cálida noche pasada. Ganas tenía de ir a la tasca y comer unas gachas o unas torrijas. Mas antes tenía que echar a Francisquita, que así se llamaba la puta de turgentes senos y buen trasero. 

- ¿Vas a quedarte allí todo el día? - Le preguntó. - Tengo quehaceres, ¿sabes? - Le dijo mirándola de reojo. - ¡Baaah! ¡Quédate si quieres, que yo me largo!

Así que me encontraba, lo que no deja de ser fina ironía del destino, en la taberna de la calle Primavera, la regentada por maese Cazalillas, donde había irrumpido mi cuñada empezado toda esta historia. Y en estas que se acercó uno de los habituales, me miró de fijo y me soltó:

-¡Corpo de Mahoma! ¿No eres tú el que hace tiempo preguntaba por ese marqués del demonio? Ese tal marqués de Villascusa... ¡Pues bien podrías invitarme a un trago, que tienes un enemigo menos!

Ni que decir tiene que le pregunté qué demonios farullaba con sus desvaríos de borracho, así que me contestó:

-¿Pero dónde has estado metido? ¿Bajo las faldas de una piltrofera? ¡A tu marqués lo despacharon por la posta hace un par de noches, que lo encontraron ahogado dentro de un barril de vino! Que tampoco es mal fin, a fe mía, y puestos a estirar la pata, ya me gustaría a mí hacerlo de tal modo...

En verdad que el marqués se había ganado (y a pulso) no pocos enemigos, pero la noticia, no se por qué, me dejó no poco amoscado. Algo había, en el fondo de mi cabezota, una lucecita que pugnaba por encenderse...

Era ya noche cerrada cuando me metí en las familiares callejas que rodean la casa en la que vivo. Ya sabéis cómo son las noches de la Villa: Negras como la boca de lobo, sólo se orientan por ella los gatos, las gentes de la carda... y sus víctimas.

Aquello era un asunto muy turbio. Muchos eran los que estaban diñando, demasiados para mi gusto. Debía llegar al fondo del asunto, pues aunque el marqués no me cayera simpático del todo, tampoco le quería ahogado, no al menos sin saber cierto lo que le había sucedido a Álvaro.

Y fue entonces, callejeando por las calles de mi Madrid, cuando por suerte me cosqué de algo... 

La oscuridad me hacía ver poco, pero los oídos seguían siendo tan finos como siempre... Tenía un fulano pegado al culo, o lo que es lo mismo, siguiéndome, si no soporta voacé mi hablar grosero. Podía ser un paseante con mal dormir, o alguien que fuera en mi misma dirección... Pero también podía no serlo...

Rodrigo era alguien que afrontaba de cara sus propios problemas y ahora que podía tener uno a la espalda, no iba a ser menos. Se dio media vuelta y levantó la capa de su costado dejando a la vista su pistola y su ropera. Esperaba que eso fuera suficiente como para amedrentar al rufián que tenía a la espalda. 

Me giré de golpe y desnudé mi acero, y he aquí que ante mi estaba Lope 'el Negro', uno del oficio, amigo de acuchillar a la gente por encargo... y siempre por la espalda. Portaba el hombre la larga vizcaína bien aferrada en el puño, y no hacía falta que nos dijéramos nada, que entre gente entendida como nosotros, bien claro estaba lo que pretendía hacer él y lo que tenía que hacer yo...

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Estaba en mi cierto, alguien le quería mal, pero no sé dejaría matar. Agarró la empuñadura de su ropera y desenfundó dispuesto a hacer de ese malandrín un queso francés. 

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