Partida Rol por web

Es de buen cristiano ser agradecido. Dijo Sebastián mientras esperaba que Martin se incorporara del todo. Pero no voy a pedirte ni comida ni dinero, me interesan mas los hechos. Dijo con una sonrisa. Se que el otro día transportaste unos libros desde la biblioteca al taller de reparación. ¿es esta cierto? Podrías contarme si en ese viaje, tanto el de ida como el de vuelta, paso algo extraño. Me refiero, ¿pudiste perder un libro? Habla con franqueza, ya que no diré nada a tus superiores, pero si descubro que me mientes…. No te defenderé más, incluso, podría ser yo quien te propinara un par de buenos correctivos.

El bedel Martín tenía una pequeña sala dedicada para sí. Nada más entrar, a la izquierda había una esquina que no llegaba a tener cuatro muros ni puerta propia, sino que estaba apartado del pasillo y zaguán principal del edificio universitario. Allí estaba ordenando aquellos pliegues, y entonces tus palabras le llegaron bien adentro.

Y pese a no darte las gracias (más por vergüenza que porque no las merecieras), el tipo comenzó a titubear y balbucear cosas, en respuesta a tu intervención ya dentro del edificio.

Pe, pe p... fff.. ¿"perder un libro"? Ehm... -el tipo tenía la lengua desatada, en el sentido de que no era lógico ni normal el chasqueo de la misma y los sonidos que ésta producía. Realmente no lograba decir demasiadas palabras coherentes. Estaba muy nervioso. Yo no... no, no, no. Yo no llevé nada. Yo no.

Estaba nervioso, disgustado.

Sabes que puedes confiar en mí. De lo dicho en esta sala no saldrá nada, será como el secreto de confesión. Dijo de modo conciliador al ver que el bedel se resistía a contar algo, seguramente algo relacionado con un libro. ¿Sería el libro que estaba buscado? Además, si lo que me cuentas es de utilidad, puede que te invite a un dulce.

¿Un... dulce? ¿De higo y cala... baza? -preguntó, abriendo los ojos-. Desde luego aquel parecía ser su punto débil. Entonces cerró la boca, apretó los labios, y se recompuso tras esos instantes de tentación culinaria.

Ehm... un... un amigo -continuó diciendo- me pidió prestado el libro, antes de llevar a arreglar otros tantos al taller de encuadernación. Me dijo... me dijo que nadie se daría cuenta, ya que él mismo lo arreglaría y lo devolvería a la biblioteca.

Por supuesto que te invitaré a un de hijo y calabaza, pero para eso me tienes que decir el nombre de ese amigo tuyo. La investigación iba tomando forma, ahora solo tendría que buscar a esa persona y pedirle amablemente el libro, o no tan amablemente. 

Cuando le hablaste del dulce de higo, pareció que tus palabras y presencia acompañaban de buena forma a tal ofrecimiento. Y tal que así, que Martín transformó su rostro de preocupación en uno de tranquilidad, y aunque no dejó de balbucear, parecía ahora más confiando.

Mi... mi amigo... ha desaparecido. , ¡con el libro, claro! En cuanto se den cuenta perderé el trabajo -decía compungido-. Se llama Gregorio, estudia en la Universidad. No le diga nada a nadie sobre este asunto, se lo ruego...

Al fin habías descubierto, según el bedel, quien poseía el libro.

El goliardo intento no mostrar sorpresa. La investigación se complicaba y mucho, algo que parecía banal como la perdida de un libro se complicaba con la desaparición de una persona. ¿Gregorio qué? En la universidad hay muchos Gregorio. ¿Qué estudiaba?  ¿Dónde vivía? ¿Como sabes que ha desaparecido? Procuro hacer las preguntas poco a poco para que el bedel no se atosigara y pensara que era un interrogatorio. Si no se estas cosas no podré ayudar a tu amigo.  

"¿Gregorio qué?" -Esa era buena pregunta que jamás se había hecho el propio Martín.

Gregorio... eh... no sé... ¡Gregorio! -confirmó, sin dilucidar ningún apellido-. No lo sé, tampoco sé que estudiaba... Lo que todos estudiáis, supongo. ¡Claro que estudiaba aquí! -sugirió, haciendo inútiles sus cábalas visibles en sus ojos y sesera-. No sé donde vive, pero siempre me habla bien, aunque hace bastantes días que no lo veo, desde que se llevó el libro. Y el libro... ¡que lo tiene él! ¡Que lo tiene él! -componer datos que te sirvieran para tirar del hilo no, pero declarar su temor por perder aquel trabajo a causa de un libro perdido Martín sabía hacerlo de maravilla-. El bedel se llevó luego las manos a la cabeza. Quizá otros estudiantes, o los maestros, sepan donde vive... ¿cuándo me traerás el dulce de higo? -preguntó entonces, yéndose del tema (o tal vez no)-.

No habrá dulce de higos hasta que encuentre a Gregorio y el libro. Sentencio el goliardo al cual empezaba a terminársele la paciencia. Y con lo poco que has dicho sobre Gregorio voy a tardar mucho en encontrarlo, así que, tardaras mucho en recibir tu dulce de higo. Sebastián probo a cambiar de táctica y ser más severo con el bedel, pero sospechaba que el pobre disminuido no tenia mucha mas información que darle. ¿Gregorio no te hablo de sus profesores, algún compañero de clase o taberna que frecuentara? Mira, que si no me dices algo más voy a tardar mucho en encontrar a Gregorio y el libro.  

Martín negó con la cabeza, pues no sabía qué contactos podía tener el tal Gregorio, ni tampoco dónde podía vivir para hacerle una visita. Eso sí, como goliardo que eras una cosa estaba clara: en la Universidad casi todos los alumnos de distintos niveles se conocían unos a otros. Desde luego tú no conocías a ese en concreto, pero seguramente no te fuera mucho la vida en ello antes de dar con alguna información suya. El rostro de Martín quedó compungido antes de sentarse en su silla para ordenar los pliegos de papel que había transportado hasta allí, sabiendo que no le invitarías así como así a su dulce favorito.

Veo que me has ayudado bien, pero ahora no puedo comparte el dulce. Tengo prisa y tengo que encontrar ese libro. Luego te traeré el dulce. Dicho esto, el goliardo marcho en busca de algún de su amigo Ramiro para preguntarle por el tal Gregorio. Ramiro se trataba con mucha gente y puede que le conociera. Si no encontraba a Ramiro pasaría por alguno de los antros que frecuentaban los estudiantes, sitios donde vendían vino peleón a bajos precios.

Estando allí en la universidad, que buscaste a tu buen amigo Ramiro, pensando que él podría tener información suficiente de aquel tipo, ese tal Gregorio. Sin embargo, por más que lo buscaste entre aulas y despachos no lo encontraste, pero sí a un compañero suyo que alguna que otra vez os había acompañado a degustar vinos aguados y no tanto.

El muchacho se encontraba a las puertas de la biblioteca, saliendo de ella. Llevaba consigo un par de volúmenes pequeños bajo el brazo y su cabellera rojiza y distinguida, junto con sus ojos azules, hacía que no pasara desapercibido por donde pisaba. Enseguida, al verte, te reconoció.

Vaya, pero si es Sebastián -te saludó, deteniéndose delante de tí-. Te he visto hace un rato, antes de venir aquí, con esos dos bravucones en la entrada del edificio. Mas le valía a esos dos no perpetrar ninguna locura, o alguien les harán saltar los dientes de un momento a otro.

Esta vez lo viste más sereno, pues en las noches de juergas el joven Tomás era el alma de la fiesta, como suele decirse (sobre todo cuando se arrancaba a tocar el laúd estando ya en un estado de embriaguez nada deseable).

Cierto, algún día esos dos recibirán lo suyo en forma de mamporro. Dijo con una sonrisa en la boca. Pero creo que será después de que te quemen por pelirrojo. Agrego a modo de burla, sin mala intención.

Tomas, estoy muy liado y necesito encontrar a alguien. Bueno a alguien no, al libro que tiene. Conoces a un tal Gregorio, un estudiante de la universidad. Comento de forma desinteresada, no quería involucrar a Tomas en la investigación que estaba llevando. Si la gente se enteraba del asunto, el prestigio de Ramiro se vería afectado.  

Tomás sonrió cuando le dedicaste esa chanza sobre sus cabellos rojizos.

Gregorio -te miró de abajo a arriba, entonces-; sí, estudia segundo año de Leyes, y es bastante juerguista -decía sonriendo un poco, pues tal vez se sintiera identificado en ello-. Hace un par de días que no aparece por clase, puesto que somos compañeros. La última vez que se le vi... -entonces se puso a recodar, un instante-, estaba bastante borracho, y presumía que era capaz de hablar con el mismísimo Apolonio de Tiana -un mago célebre de la antigüedad-. Otros compañero y yo hemos hecho apuestas sobre qué le ha podido pasar: yo he apostado dos rondas de vino en el Cien Dolores a que ha dejado la universidad por una mujer, ja ja. ¿Es que se ha metido en algún lio?

Pues ese juerguista tiene algo que necesito. Dijo enfurruñado Sebastián. ¿No sabrás, por casualidad, donde se le vio por última vez? No me digas, seguro que fue en alguna cantina tomando copas. ¿Sabes que grupos solía frecuentar? Ya sabes, normalmente todos los alumnos tienen un profesor favorito, o una posada preferida.

Si lo encuentro, nos repartiremos entre los dos la ganancia de la apuesta. Yo digo que esta escapado de algo.  Añadió finalmente tratando de desviar la atención de Tomás, puede que con tanta pregunta el estudiante se oliera la tostad de que Sebastián buscaba algo.