Partida Rol por web

Tenemos que salir de aquí! 

Tomo con fuerza de la mano a Norna, tratando de calmarla. Pero en este momento, se me agotan las ideas. No podemos pelear, este es su sanctasanctorum. Pensar que podemos vencerlo aquí es iluso. 

Empiezo a retroceder como puedo, con Norna y Hope.

Hope se concentró en la música. Sonrió. Como siempre, el modo aleatorio le daba pistas sobre lo que hacer. Levantó una mano y dio un paso hacia atrás y otro hacia adelante. Giró el cuello y dejó que todo fluyera. No estaba bailando ninguna coreografía, sólo dejándose llevar por la melodía. Era lo que le pedía el cuerpo. Recordó todas las veces en las que había bailado rodeada de gente, moviendo la cabeza al son de la música. La batería, tan pesada, el ritmo rápido. Hope lo tenía. El Éxtasis hacía que su sangre ardiera, que su conciencia se evadiera para convertirse en una llama danzante. Feuer Frei! Y el fuego la obedeció.

Una de las velas del altar produjo una llamarada que prendió el mantel. Ahí estaba lo que necesitaba: una distracción. Hope abandonó su estado de conciencia alterado y se giró hacia sus compañeras.

-¡Corred!

Antes de que nadie pueda hacer nada, Hope, concentrada en lo que la música provoca en ella, entra en comunión con la Realidad y logra hacer que, por un momento, la llama de una de las velas encendidas salte súbitamente hacia el mantel, que empieza a prender tímidamente, pero que amenaza con comenzar a arder más fuertemente poco a poco.

El cura, sin embargo, ignora el fuego, más consumido por la rabia que atento a su alrededor, y murmura las palabras de orden hacia algo que ninguno puede ver.

Hope comienza a correr hacia la salida, pero ni Adriana ni Norna pueden moverse, como si la nada a su alrededor se hubiera vuelto sólida y estuvieran petrificadas en el sitio.

¿Qué demonios quieren de mí? -grita Norna, con la voz casi quebrada en una mezcla de desesperación, decepción y furia. Su piel, ya pálida, parece volverse algo más blanca, como si estuviera a punto de desmayarse, y sus ojos se ponen blancos.

El Reverendo corre hacia Norna, con obvias intenciones de agarrarla, mientras ella parece estar al borde de perder el sentido. En su rostro pueden ver una mueca casi enloquecida, con el brillo del fanatismo en los ojos. 

Cuando miras hacia el Reverendo, que corre hacia Norna, te percatas de una cosa. Cada vez que sus mangas se mueven, en la inercia del vaivén de su carrera, dejan ver cómo sus brazos están cubiertos de un pelo negro, rígido y muy grueso para ser normal.

Viendo que con eso no bastaba, Hope comprendió que tenía que ir más lejos... por poco que le gustase la idea. Volvió a concentrarse en la pesada batería y en cuestión de un segundo volvió a ser el fuego. Sintió su energía, su lenta cadencia, y la hizo suya, aumentándola como los latidos del corazón y la música. Hope se estiró hacia un lado y las llamas crecieron considerablemente hasta alcanzar la sotana del sacerdote. No quería hacerle daño, sino obligarle a dejar de atenderlas un segundo, lo justo para poder seguir corriendo.

Cuando el fuego lanza un lengüetazo hacia el cura, éste parece intentar cambiar de opinión, pero tropieza y prácticamente se tira sobre el fuego, quemándose en la mano y haciendo que la manga de su sotana comience a arder.

¡Maldita seas! ¡Que la ira de Cob caiga sobre ti! —aúlla.

Norna sigue con los ojos en blanco y alrededor de ella, un halo invisible de decadencia se empieza a extender. Hope y Adriana, ambas notan cómo la parte más extrema de las mangas de sus camisetas empiezan a deshilacharse. Más importante aún, lo que sea que estaba aprisionando a Norna y a la eterita empieza a disolverse.

Por otro lado, menos agradable, enseguida notan una súbita sensación de inestabilidad interna, como si se desfasaran con su entorno. De pronto resulta difícil concentrarse. ¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo llevan ahí? Entre un segundo y cinco horas... en algún punto intermedio, o más allá...

Norna recupera el sentido, sin llegar a caer en ningún momento.

¿Qué está pasando? —pregunta, como si no se hubiera dado cuenta de nada. Al ver la situación y que Adriana empieza a correr, la sigue.

El sacerdote sigue gruñendo, molesto, mientras intenta apagar su sotana con el mantel que cubre el altar.

Las tres empiezan a correr hacia la salida, Adriana y Norna con obvia dificultad, como si estuvieran enredadas en algo invisible que las ralentizara. Notan cómo las piernas a veces amenazan con tropezar y hacerlas caer de boca sobre el suelo.

La salida, con esas puertas enormes que replican las puertas de Ghiberti en el Baptisterio de Florencia, las puertas del Paraíso, parece cada vez más cercana. Pero los múltiples pasos que se acercan en la dirección contraria desde el exterior auguran que no va a ser tan sencillo salir.

Dos hombres de negro, en sus impecables trajes y carentes por completo de expresión, entran rápidamente. Ambos meten la mano en sus chaquetas y sacan sendas identificaciones del FBI.

— Policía federal —sentencia uno de los dos, con una voz completamente monótona—. Nos gustaría hablar con el Reverendo y con la señorita Norna Weaver. El resto —mira a Adriana y a Hope—, por favor salgan.