Partida Rol por web

El elfo se quedó mirando de nuevo al golem. Todavía no entendía cómo podía una máquina de esas hablar, de hecho hasta parecía que tenía interés en la pregunta que le hizo. Como si realmente le importase y no lo hubieran preparado u ordenado decir aquello. Miró a los humanos que estaban allí pero ninguno parecía estar controlandolo o manejandolo en aquel momento.

-He visto cosas raras, supongo que será una más-

Pensó encogiendose de hombros.

-Es un culto a los dragones. Los dragones tienen tesoros, o al menos el último que conocí los tenía. Por lo que entiendo que ellos también tendrán. ¿Por qué? ¿Vosotros lo buscáis por alguna otra razón?-

—Seré equilibrado: Sí, tenemos asuntos pendientes con el Culto —no había emoción en su voz, como tampoco la había mostrado durante todo el rato que llevaban allí. Que sus facciones fueran estáticas como los de una estatua, tenía sus inconvenientes—. Dices que has conocido a un dragón, háblame de eso.

El elfo seguía mirando extrañado al golem, y de vez en cuando miraba a los humanos por si les pillaba haciendo algún gesto o señal. Pero no veía nada de eso.

-Bueno. No me gusta presumir, pero en realidad lo que se dice hablar no es que hablaramos mucho. -

Sonrió ante aquello como si fuea una broma que sólo él entendía.

-Mi antiguo grupo, Los Chicos de Elenor, acabamos en Phandalin, no muy lejos de aquí. Debajo del bosque de Neverwinter, al pie de las Sword Mountains. Un sitio bastante bonito, pero que estaba siendo asolada por un dragón blanco llamado Cryovain.
Como buenos aventureros nos pusimos a disposición de alcalde para ayudar, por una recompensa bastante decente la verdad. Hicimos algunas misiones para la ciudad y logramos dar con la guarida. Que el cabrón tenía en lo alto de los picos de la montaña, en una antiguo fortaleza que al parecer había pasado de un grupo de humanos, a un grupo de orcos, y finalmente al dragón. El caso es que fuimos hasta allí y acabamos con él, aunque lamentablemente no sin bajas. Pobre Jornnavir, para ser un enano no era mal tipo. Aquello la verdad es que llevó a la disolución. -

En ese momento lo que parecía un gesto de pena asomó por un instante en su cara aunque enseguida se recompuso.

-A lo que iba. En su tesoro encontré unas notas de un Culto a los Dragones. Parece ser que algunos de sus miembros había ido a hablar con Cryovain para reclutarle, pero este no se lo debió de tomar muy bien y por lo visto los mató. Malo para ellos, bueno para mí. Con aquellas notas me llegué hasta estas marismas y el castillo donde por lo visto queréis entrar. Pero está claro que no es lo mismo ir con un grupo que solo, por más bueno que sea uno. Y esas malditas lagartijas son sigilosas cuando quieren. Me pillaron antes de que entrara a echar un vistazo. Pero un lugar tan grande seguro que tiene buenos tesoros.-

Tras aquello se recostó de nuevo. Ya les había contado bastante. Era el turno de ellos.

-¿Y cuales son esos asuntos pendientes que tenéis con ellos?-

Abdali, que había escuchado muy atento el relato, no le pareció que fuera mentira. Bueno, menos la parte de que mataron un dragón (seguramente solo encontró un mapa de un tesoro y lo siguió hasta el pantano). Eso tenía mucho sentido.

Para demostrar su aceptación, el guerrero calishita sacó un par de raciones de viaje (una mojama más seca que la corteza de un árbol) y ofreció una de ellas al elfo después de sentarse cómodamente a su lado.

- Bien, si vamos a pelear juntos, no lo hagamos con el estómago vacío.

Esa gentuza asaltó el pueblo de Nidoverde, al sur de Elturel. Les seguimos desde entonces para averiguar qué traman con el botín robado.- comentó mientras mascaba con desagrado el pedazo de carne salada.

-Esa es la mejor idea que he escuchado en mucho tiempo. Esas lagartijas gigantes no me han dado nada de comer desde que me atraparon. Estoy fámelico.-

Dijo el elfo aceptando la comida, aunque esperó un momento a que la probara él primero.

-Así que estáis persiguiendo un tesoro también ¿eh? Eso está bien. La vida no es barata. La buena vida al menos.-

Se encogió de hombros.

-En fin. Os acosejaría hacer guardias a pesar de que parecéis amigos de los hombres lagartos. Por si acaso. De hecho ¿El golem duerme?-

Mi nombre es Abdali- se presentó estrechando la mano a Gren' Dail- El grandote acorazado- dijo señalando al forjado, aunque fuera obvio-, es Égida. No te dejes engañar por su aspecto de máquina, en realidad es el que tiene el corazón más tierno de todo el grupo.

- Los calladitos son; Endozal, un cocinero con muy buena mano, y un noblecillo de Neverwinter que se las da de excelente estratega entre otras cosas, Lord Airic Vientoinvierno.

Siento decirte que, si encontramos eso que han robado a los aldeanos de Eltugard, será para devolverlo a las familias que ahora se mueren de hambre porque arrasaron también sus campos.-

La convicción que se veía en el gesto del calishita no dejaba ninguna duda de que permitiese a nadie quedarse con esos bienes robados a los más pobres.

- Si lo que buscas son tesoros, estoy seguro que la Alianza de los Lores nos dará una buena recompensa si logramos acabar con la amenaza que representa este culto y recuperar sus cosas. A parte de quedar como un héroe, que no sienta mal a nadie... Ya sabes, bellas mujeres, comida gratis...- terminó guiñando un ojo al nuevo miembro del grupo.

- ¿Qué te parece, te apuntas?-

- Como ha dicho, mi nombre es Endozal. Yo estoy busncando a una amiga, Tallys, la secuestró el culto hace ya casi un año y no he vuelto a saber de ella. Espero encontrarla o al menos descubrir que le ocurrió...-dijo el arquero.

-Yo soy Lord Airic Vientoinvierno, es un placer conocer a cualquiera que se quiera enfrentar al culto del dragón. Cuanto más descubrimos de ellos más nos damos cuenta que... la amenaza es mucho mayor de lo que pensabamos-dijo el noble haciendo una reverencia formal- No me fio de estos lagartos y mucho menos de darle lo que pide a un dragón pero... quizás eso nos ayude contra el culto. ¿Que haremos si conseguimos las cosas que pide?

De repente, Abdali y Grend'Dail empezaron a dialogar, obteniendo información el uno del otro. Menos mal, pensó Égida. Abdali era, a su opinar, quien tenía un carácter más complicado. Pero parecía que, una vez que había atravesado la primera barrera de su confianza, contaba con el prisionero para asaltar el castillo. Nunca están de más otras manos. Miró a su alrededor, eran un nutrido grupo de guerreros y se sentía bastante confiado, aunque Endozal hacía tiempo que estaba callado y pensativo, y eso le preocupaba.

—Devolvérselas al dragón —afirmó, tajante. Si hubiera podido, habría sonreído ante el comentario del calishita sobre su corazón, pero se limitó a retirar una mancha de mugre del blindaje—. Si salimos con vida de ese castillo, no será indemnes. Y tendríamos que escapar de estas marismas sin un guía, heridos, y sabiendo que ahí fuera está ese monstruo esperando. No sería inteligente intentar engañarlo.

Siempre podemos acabar con él.

Comentó el elfo como quién no quiere la cosa.

Como os digo no es el primer dragón al que me enfrento.

Mientras hablaba se levantó de nuevo y se miró la ropa.

Desde luego, estar un día en una jaula llena de barro y fango hace que se descuide el aspecto de uno.

Empezó a recitar unas palabras y hacer unos gestos con la mano y esta empezó a brillar, luego la pasó por toda la ropa y se iba limpianzo y secando a medida de que lo hacia. Aunque tuvo que repetir los gestos y palabras varias veces.

No importa en qué situación estés. Hay que estar siempre presentable. Nunca se sabe cuando puedes conocer a una buena princesa casamentera.

El grupo pasó la noche en la cabaña en la que los habían encerrado. Estaba claro que eran prisioneros de la tribu de hombres lagarto, pero al menos tenían un objetivo común. Al rato les llevaron algo de comida, lo que parecía ser alguna criatura del pantano cocinada al fuego, sin sazonar, más bien sosa. Un poco como el pollo. Dormir en aquel lugar fue... bueno, una experiencia. Para el elfo Grend'Dail dormir sobre paja y bajo techo en lugar de en el barro al aire libre fue una agradable mejor, para el resto, sin embargo, fue incomodísimo y se tuvieron que arropar bien pues el frío y la humedad atravesaba las grietas de la madera con facilidad. Los ruidos del pantano por la noche, los insectos, las criaturas que rondaban alrededor y los rugidos de los lagartos tampoco ayudaron. 

Se despertaron, los que habían podido dormir un poco, con un golpe en la puerta. Mandibula Fuerte estaba al otro lado de la puerta llamandoles.

-Despertad, está amaneciendo y tenemos que coger ya las canoas si queremos llegar al anochecer al castillo-les dijo impaciente. El grupo se levantó y se preparó con rapidez. Fuera apenas se veía algo de luz que atravesaba las ramas de los sauces y los árboles del pantano. Bajo las ramas todo estaba cubierto por una densa niebla que no dejaba ver más allá de un par de metros por delante de sus narices. Tampoco les hacía falta para saber que había bastantes guerreros lagartos vigilándoles.

El jefe lagarto, que iba armado y vestido con algunas ropas de cuero les lanzó algunas frutas de sabor amargo, lo que supusieron que era lo que tendrían como desayuno y les guio hasta el río, no muy lejos de allí. En la orilla había varias canoas y señaló hacia ellas.

-Dos conmigo, tres en la otra-les indicó señalando dos de las canoas.

Cuando le tiraron la mochila con sus cosas el elfo casi se lanza a por ellas de cabeza. La habían revisado, obviamente, y no tenía ni comida ni dinero. Y su ropa de repuesto toda arruga y sucia, entre ellas algo que parecía de seda brillante y de buen ver. Al menos en su día, ahora no claro está.

-Cabrones. Esta camisa de seda era un imán para las mujeres. ¿Qué voy a hacer ahora?-

Al menos conservaba sus armas. Se enfundó dos dagas, una en la cintura y otra en la bota. Al lado contrario un estoque. Revisó una ballesta de mano bonita y confirmó que tenía casi todos los virotes.

Pero lo que más le preocupó fueron una gafas ahumadas. Las revisó a conciencia y en cuanto se aseguró de que no estaban rotas se las puso. Eso hacia que aquellos ojos tan inquientantes estuviesen ocultos.

-Bueno. No puedo decir que esté en la mejor de condiciones. Pero podéis contar conmigo.-

Repartirse entre dos canoas era lo más sensato si no querían hundirse por el peso. Seguramente tendrían que ir 4 en una y Égida con otro en la otra.

Abdali se dispuso a hacer de remero en una de las canoas.

- Entonces, ¿en qué habíamos quedado? ¿Vamos a intentar hacernos pasar por cultistas y llamamos a puerta principal, o queréis ir en sigilo y colarnos por cualquier ventana que veamos?

Endozal dejó claro que prefería el sigilo y la opción de la ventana no parecía mala, pero el hombre lagarto habló.

- Depende de los guardias-respondió Mandibula Fuerte-. Si son de mi gente no creo que sea dificil que nos dejen pasar. Si son Batracos... entonces no creo que me hagan caso. Esos cobardes no se arriesgarán sin preguntar a su amo-explicó mientras se subía a otra canoa.

Si hubiera podido sorprenderse, Égida había expresado asombro y luego una sonrisa. Hacía tiempo que no veía a alguien conjurar más allá de los escuetos hechizos de Airic. Eso le recordó a Draenna, y entonces su ánimo se ensombreció. ¿Qué habría sido de la druidesa?

—Tenemos objetivos comunes. Espero que nos cubras las espaldas —dijo la mole, estrechando su mano con Grend. Sólo Abdali y Endozal sabían a quién se refería, y estaba seguro de que estaban todos de acuerdo en que nadie quería repetir un incidente como el de Nidoverde con aquel tiefling. A él sí que no le echaba de menos.

Cuando llegó la mañana — o, al menos, lo que los hombres lagarto aseguraban que era la mañana — Égida fue el primero en salir y examinar el exterior. Grend pudo apreciar que su nuevo compañero de armas no dormía, sino que aprovechaba las horas de descanso para repasar el equipo de sus compañeros con minuciosidad, mientras permanecía sentado y con la mirada fija en su labor. Resultaba inquietante.

—Terminas acostumbrándote —comentó Endozal con una sonrisa, palmeando el hombro del hechicero*. Tocaba repartirse en los botes, pero la mole mecánica sintió que aquello de repartirse sería un problema—. ¿No tenéis otra para mí?

Finalmente el grupo se puso en marcha usando tres canoas, una de ellas para Égida cuyo peso equivalía al de al menos dos de sus compañeros. Siguiendo las indicaciones de Mandibula Fuerte, quien lideraba la marcha, el grupo comenzó a remar río arriba. Apenas se veía unos metros por delante de donde iban, aunque de vez en cuando podían  ver símbolos colgados de las ramas de los árboles de la rivera del río. El agua era densa y turbia y los que remaban se encontraron con que cada dos por tres tenían que desenganchar el remo de las ramas o algas que había en el agua. 

El hombre lagarto iba de pie mientras remaba, empujando la canoa y asegurándose de que el resto no se quedaba encallado o se perdía de vista.

-No os caigáis al agua-les advirtió en voz baja-, cocodrilos y otras cosas peores viven ahí abajo-explicó aunque parecía mostrar un aire de satisfacción. 

El grupo comenzó a mirar el agua oscura, como si de pronto fuera a salir el dragón de ahí abajo y devorarlos a todos de una sentada, pero el frío pantano parecía tranquilo de madrugada.

Al elfo no le habían dicho que tenía que remar, así que mientras no le obligaran no pensaba hacerlo. Estaba más preocuapdo de no caerse a aquella agua tan sucia para no volver a mancharse la ropa. Ni ser devorado por nada hambriento que pudiera acechar.

-No sé cómo serán los bichos que hay bajo el agua, pero si se parecen a los que hay por arriba prefiero no averiguarlo.-

Como aquello se podía mal interpretar por los lagartos, que ya había visto que eran muy sensibles, prefirió añadir rapidamente.

-Me refiero a los mosquitos, obviamente. Esto no le va a ir nada bien a mi terso cutis.-

A pesar de sus chanzas iba atento a lo que pudiera pasar.

-Al menos esta vez puedo ver el paisaje. Aunque claro, para lo que hay que ver...-

Abdali miraba con temor las oscuras aguas, no tanto por los muertos vivientes, cocodrilos y otras alimañas que pudieran poblar la marisma, sino por esos que no podías ver hasta que era demasiado tarde. Por los que se te metían en los calzones y luego dolía más quitarlos que un dagazo de un kobold.

Égida remó en silencio, despreocupado y contento de la sensación de deslizarse sobre el agua. Tenían un compañero nuevo — cuánto seguiría a su lado estaba todavía por ver — pero al menos agradeció que tuviera una actitud despreocupada. Desde que Joorin se despidiera de ellos en Nidoverde, echaba en falta alguien como él.