Partida Rol por web

Égida y Grend vieron algo en el agua. Entre la niebla había algo flotando, al principio pensaron que era un tronco de madera a la deriva o quizás un cocodrilo curioso. Iban a pasar de largo cuando, al pasar más cerca, se fijaron en que no era un cocodrilo, ni siquiera un reptiliano. Era una criatura pequeña, humanoide, que aun inconsciente iba agarrada a un tronco. Parecía un muchacho joven y atractivo, casi un niño, vestía una ropa colorida y empapada y un sombrero de color verde  apretado en la mano con la que se sujetaba al tronco. Un humano normal de no ser por un par de pequeños cuernos que sobresalían entre su pelo.

Iba a la deriva y seguramente no tardaría en ser alimento de las criaturas del río si no lo rescataban.

Cuado decidió ir hacia el pantano de la muerte negra, tuvo una idea brillante: enceró a fondo su mochila para impermeabilizarla. Eso hizo que la mochila lo mantuviese a flote, con la ayuda de aquel tronco al que se aferraba como si le fuese la vida en ello, básicamente porque la vida se le iba en ello.

No tenía ni idea de cuanto tiempo llevaba así. Había dejado de tiritar porque ya no tenía energías para ello. Y había perdido la conciencia un par de veces, aunque eso quizás había sido por un par de mordeuras que había notado de algo que, posiblemente, era venenoso.

Había cantado muchas veces sobre la muerte. Al contrario que otros él o la veía con temor. La vieja parca era como una vieja amiga que vendría a buscarle cuando fuese su hora, no antes ni después. Así que cuando llegase la saludaría, y le cantaría una canción y sería una canción alegre. Pero tenía miedo a otras cosas. La más inmediata es que sería un cadáver aspestoso, aquellas aguas eran más bien fétidas y él destestaba los malos olores, su nariz era sensible en exceso y era un poco obseso de la higiene y la buena apariencia. Si alguien lo encontrase ahora, apestaría. Después estaba el tema de las sanguijuelas, que aunque uno después se las podía quitar (en caso de seguir vivo claro) dejaban unas marcas de lo más antiestéticas.

- No me quiero levantar todavía mamá. -dijo en voz alta solo para escuchar su propia voz.

Y era absurdo porque él no tenía madre. Alguien debía haberlo parido por supuesto, pero él no había conocido a sus padres. Lo habían criado y educado en la corte de la reina Titania, en la exquisitez aromática de sus jardines, en la exquisitez de los sabores de su cocina, en la exquisitez cromática de los pintores de la corte, en la exquisitez táctil de sus terciopelos y sus sedas, y en la esquisitez multisensorial de sus doncellas que agrupaban todas esas esquisiteces en sus cuerpos.

Aquellos días felices le sostenían vivo en estos momentos. Y no porque su vida de adulto, después de salir de la corte a ver mundo, fuese infeliz. Había encontrado en la motivación de hacer del mundo un lugar mejor una forma diferente de ser feliz, una vida menos plácida pero con más sentido. Pero en aquellos momentos previos a morir, eran los recuerdos de su infancia los que venían a su mente.

El elfo estaba tratando de matar un mosquito especialmente pesado, y los aspavientos que hacía movían la barca de manera inquientante. En una de esas incluso estuvo a punto de caer al agua aunque se logró agarrar en el último momento. Pero al hacerlo acercó bastante la cara al agua y vio aquel cuerpo.
En un principio no iba a decir nada pues creía que se trataba de un cadaver pero cuando lo escuchó hablar casi se vuelve a caer.

Coño. Si está vivo.

Avisó a los demás.

Hey chicos. Aquí hay alguien. Y no parece un lagarto o una de esas cosas raras que hay en el castillo.

El calishita miró hacia donde Grend señalaba y cuando vio que era una jovencita tiefling desnuda que flotaba desmayada en las aguas, no dudo en ir a rescatarla como el gran héroe que era.

—¿Pero respir...? Anda, pues sí —comentó, mientras miraba cómo Abdali se acercaba a recoger el cuerpo por si el calishita se resbalaba y caía al suelo. Lo último que le faltaba es que uno de sus más antiguos compañeros cayera en ese infecto riachuelo.

Abdali se inclinó y agarró el cuerpo inconsciente y lo subió a su canoa. Para su desilusión era un muchacho, joven y guapo eso si. Llevaba las ropas empapadas y pronto empezó a toser y escupir parte del agua que había tragado mientras cogía aire y se incorporaba.

El hombre lagarto lo miro, como quien mira una rata y masculló.

- ¿Vaiss a recoger todo lo que flote en el rio? Esse crio no noss servirá de nada, tiradlo al agua y sigamoss-les dijo apremiandoles.

—Lo que hagamos es asunto nuestro mientras no vayamos contra tu Rey Dragón, ¿no es así? —el forjado estaba un poco cansado del tono autoritario y condescendiente de los lagartos—. Abdali, déjame echarle un vistazo cuando lleguemos a nuestro destino.

Se llevó una enorme desilusión al sacarlo del agua, pero no tenía ninguna intención de volverlo a tirar por mucho que el lagarto se lo pidiese. Él no era de esos.

Le dio unos golpecitos en la espalda al recién llegado para que terminase de expulsar todo el agua mientras asentía a las palabras de Égida.

-¿Ey, estás bien?- preguntó aunque no estuviera seguro que entendiera su idioma.

Lirio parpadeó con fuerza un par de veces. Aparentemente había sido rescatado por un grupo de lo más raro: un tipo de tez oscura, uno con unas extrañas gafas negras ¿quizás un elfo oscuro al que le molestaba la luz? Un hombre-lagarto que aparentemente quería tirarlo al agua de nuevo, y una escultura metálica parlante.

Antes de responder comprobó que su mochila estuviese en su espalda, se la sacó como con urgencia y comprobó que las cosas dentro de ellas seguían secas, así que sacó su odre de agua y casi lo vació. Había resistido la tentación de beber el agua infecta del pantano a pesar de que se moría de sed, y después sacó también unas tiras de carne seca y un poco de pan denso con semillas y los devoró a dos carrillos.

Su sombrero estaba todavía a sus pies.

A esas alturas, negar su naturaleza era inútil, sus cuernos, a pesar de lo pequeños que eran y de que habitualmente conseguía esconderlos entre el pelo, ahora su pelo estaba aplastado por el agua y el lodo y estaban a la vista; era ya inútil intentar pasar por un muchacho humano. Saciadas sus necesidades más básicas, empezó a tiritar de nuevo, así que con un encogimiento de hombros se sacó la ropa empapada, y se puso la ropa de viaje, que al menos estaba seca.

La ropa de gala, o más bien de actuación, quedó acumulada en el fondo de la barca, junto al sombrero. No quería meterla dentro de la mochila donde llevaba el resto de ropas y quedarían igual de empapadas y manchadas.

Finalmente usó la poca agua que aún quedaba en el odre para lavarse un poco la cara y sacando un frasquito de perfume, muy tenue, se echó una gota en el cuello. Tras esto, se puso en pie con mucho cuidado de no desequilibrar la barca e hizo un gesto de saludo cortesano, con la gracia de una princesa y acompañándolo de la sonrisa de un enamorado.

Todo el proceso le había permitido tener tiempo para reponerse y pensar qué diría a aquel extrañísimo grupo.

- Mi nombre es Lirio, trovador errante, rescatador de historias, y narrador de hazañas ajenas. Estimados señores y... cosas, les agradezco enormemente que me hayan salvado la vida, algo que valoro con tanta intensidad que sé que ni acumulando el tesoro de un dragón podría pagarles. Y aunque básicamente un trovador errante es un ser inmensamente pobre que canta y actúa por el dinero de los demás, haré lo posible por compensar mi vida con algo de valor en cuanto disponga de ello, o con todo mi arte si eso les resulta agradable. Puedo recompensarles con malabares, poemas, ilusiones realmente hermosas, puedo imitar la voz de casi cualquier persona o de casi cualquier cosa -y tras decir eso lo acompañó de unos sonidos de pájaros de los pantanos tan perfectos que el hombre lagarto que los guiaba se pudo a buscar alrededor esa tentadora fuente de comida-, y mi especialidad: la flauta, tanto si prefieren la dulce, la travesera o el flautín, llevo una de cada en mi mochila. Aunque me disculparán si no se las ofrezco como parte de la recompensa por mi vida, pues sin ellas me moriría de hambre.

Tras la teatralización de su presentación miró las ropas a sus pies.

- ¿Por casualidad alguno de ustedes sabe como quitar el lodo y el agua de unas ropas elegantes sin destrozarlas? Me temo que aquí no hay agua dulce decente, y usar jabón para quitar todo ese lodo sería no solo inútil sino contraproducente para la integridad de las sedas.

El elfo se subió las gafas, que se le habían bajado un poco al mirar fijamente la actuación, nunca mejor dicho, del sátiro. Así volvía a ocultar sus intensos ojos rojos que tanto parecían molestar a la gente vulgar. Después se recostó para escuchar la diatriba del bardo, aunque el toque del perfume casi hace que suelte una carcajada.

-Desde luego que volver a tirarlo al agua sería un desperdicio. Es todo un espectáculo. No sé para qué nos puede servir a la hora de asaltar un castillo lleno de fanaticos, pero desde luego que te saca unas buenas risas.-

No tenía ni idea de qué querrían hacer con él los aventureros. Él mismo ya era una incorporación extraña y forzada al grupo. Aunque para asaltar aquel lugar iban a necesitar gente ya que los lagartos no les iban a ayudar. Al menos que hubiera alguien más a llevarse tortazos.

Al menos parecía que se encontraba bien.

Después de que el chico se cambiara de ropa justo delante suyo, le entró dudas de que fuera realmente siquiera un tiefling. No recordaba haber visto ninguno con esas piernas, aunque quién sabe, él no era un hombre de mundo así que había muchas cosas que todavía desconocía.

- Me llamo Abdali - se presentó el también-. Parece que hemos tenido suerte con la pesca de hoy- bromeó-, un bardo siempre viene bien en un pantano tan lúgubre como este para levantar los ánimos. Quizás te manden los dioses, pues bien saben que necesitamos mucha inspiración para lo que venimos a hacer... A propósito ¿Cómo has acabado en el agua? ¿Qué te ha pasado?

El forjado quedó fascinado por el recién llegado, sobre todo por sus pequeños cuernos y sus patas peludas. Había leído algo sobre unas criaturas feéricas de aspecto similar, pero siempre había pensado que se trataba de cuentos y leyendas para niños. ¡Y ahí estaba frente a él! No negaba que era fuerte de espíritu — o al menos, llevaba mucho tiempo sin hablar con alguien — por la forma en que había soltado aquel discurso tras haber sido rescatado, pero de ahí a que les ayudara a asaltar el castillo había un tramo.

—Abdali, quizás lo mejor sea que se quede apartado mientras hacemos lo que hemos venido a hacer —ladeó la cabeza. Un bardo flautista quizás no les interesaba demasiado si intentaban ser sigilosos—. Cuando lleguemos a nuestro destino, revisaré tus heridas. Después, puedes esperar si quieres: tenemos que asaltar un castillo y no querría que te pusieras en peligro. No nos debes nada, los dioses nos han puesto en tu camino.

- ¿En serio queréis asaltar el castillo del culto del dragón?

La sorpresa era evidente, tanto que había bajado la guardia por un momento. Él había ido exclusivamente a espiar. De hecho la idea era camelarse a los hombres-lagarto y sonsacarles lo posible. Pero un asalto directo... ¿qué? No solo no creía posible un asalto de ese estilo, sino que era una gigantesca casualidad encontrarse un grupo de aventureros con esa idea.

Pero tras ese pensamiento, vino otro: ¿Con qué objetivo querían asaltar el castillo? ¿Para dárselo a la Muerte Negra?

Sin saber más había sido un error levantar esa carta, solo disculpable tras el frío y el agotamiento.

- Bueno, no sé por qué asaltar un castillo, generalmente lo que hago es llamar a la puerta y ofrecer mis servicios de entretenimiento.

—Si hacemos eso, seremos comida para peces —respondió, sombrío. Aún no tenía muy claro cómo iban a colarse porque Muerte Negra y sus lagartos no tenían nada de información.

- ¿Eh?- reaccionó con sorpresa el guerrero, con la tentación de volver a tirar a las pantanosas aguas lo que había pescado.- Espera, ¿Cómo sabes qué castillo queremos asaltar? ¿Cómo sabes que pertenece al culto del dragón? ¿Trabajas para ellos?-.

La idea de llamar a la puerta le gustaba más que intentar pasar desapercibido (al fin y al cabo él no era nada sigiloso, y Égida tampoco era precisamente discreto). Si el extraño tiefling trabajaba allí o se podía encargar de convencer a los de la puerta que eran algunos artistas ambulantes, la misión sería más sencilla.

No te creas. La idea de llamar a la puerta y entrar no me parece tan mala. Ya me perdonaréis pero no parecéis lo que se dice demasiado silenciosos.

Se encogió de hombros ante su propio comentario.

El elfo también se había percatado de que el sátiro había dicho lo del Culto del Dragón. No parecían ser demasiado discretos esos tipos con sus cosas si todo el mundo lo sabía, después de todo él también habái descubierto el culto de casualidad. O eso, o era lo que Abdail decía, un espia.
Pero si lo era, era demasiado llamativo.

Lirio se envaró.

-  El único castillo  que hay por aquí está en manos de ese culto. El como lo sé es cosa mía, los bardos tenemos que conocer esas cosas para poder cantarlas  ¿Qué intenciones tenéis vosotros? Estoy en desventaja, sois cuatro y yo  solo uno. Os toca mover ficha.

—Abdali, tíralo al río —dijo, completamente serio. Dejó que el silencio se apoderase de la escena, roto únicamente por el croar de algún batracio lejano—. Es broma. Vamos a recuperar unos objetos, y no saldrá más información de aquí hasta que no nos digas cómo lo sabes. Te explico el motivo: tenemos mucho cuidado de con quién nos juntamos, y que aparezcas de repente con información como esa hace que nos salten las alarmas. Así que, Gond mediante, o nos dices qué sabes del Culto, o vuelves al tronco flotante.

¿Seria capaz una estatua parlante de tirarlo de vuelta al río?

No estaba muy seguro de que tuviesen el más mínimo sentimiento. Así que era probable que lo hicese, y el hombre lagarto ya lo había pedido explícitamente. No tenía más remedio que jugársela.

- Soy un arpista, venía al pantano a tratar de averiguar qué pasaba y, sobre todo, si los hombres lagarto y su patrón estaban colaborando con el culto. No sé más.