Partida Rol por web

Era comprensible que el Gobernador no quisiera prescindir de nadie considerando la situación, pero Égida no podía abandonar a esas buenas personas. No le importaban lo más mínimo los huevos de dragón —más aún cuando Lennithon les había dejado claro que debían ignorarlos— pero sí los rehenes que se habían llevado.

—Te acompaño a hablar con Maren, Endozal. Tienes razón, cuanta más información obtengamos de él antes de partir, más rápidos seremos para rescatar a los prisioneros.

Endozal y Égida bajaron a la prisión del torreón para hablar con el prisionero.

Mientras Endozal y Égida se dirigían a interrogar de nuevo al prisionero, el joven mediano, comió un poco. Aunque aún tenía el estómago cerrado por el estrés del combate con el dragón, fue capaz de acabarse el plato de guiso que el mismo había preparado.

Tras esto, se acurrucó en un rincón, intentando conciliar el sueño. De repente se sentía muy cansado.

Draenna que todavía no estaba muy convencida con la idea de adelantarse a los bandidos y colarse en su guarida, también se fue a descansar. Los elfos, a diferencia de los humanos no dormían, así que se retiró a meditar.

Tenía que reflexionar sobre todo lo sucedido. Ella tenía un deber que cumplir y una responsabilidad. En sus meditaciones seguía llegando a ella el mismo mensaje: - Deja atrás el orgullo y sigue la senda del bien. No podía quitarse eso de la cabeza...

Debía ayudar con todas sus fuerzas y no dejarse llevar por los sentimientos egoístas. Por otro lado no podía quitarse a Zendarión de su pensamiento, le recordaba tanto a si misma en un pasado remoto... En cierta forma agradecía tenerle cerca para tenerle como ejemplo de todo aquello que no debería hacer. 

Le gustaría haber presenciado el nuevo interrogatorio del prisionero, pero el olor proveniente de la cena recién hecha pudo con él.

Comió con ansia y se terminó dos raciones completas en nada de tiempo. 'El muchacho está en edad de crecer', habría dicho su madre. Después de llenar bien el estómago y felicitar a los cocineros, la cama le llamaba a gritos. Se tumbó en el primer jergón que encontró y cayó dormido al instante. Esperaba que Égida le llamase cuando estuvieran listos para partir.

Sus sueños estuvieron plagados de gloria, por lo menos al principio. En ellos él se convertía en el héroe de Nidoverde, matando con su espadón al malvado Lennithon, él solo. El dragón azul le suplicaba clemencia y el guerrero le respondía que una criatura así de cruel no tenía derecho a vivir. Después del breve diálogo, Abdali cercenaba la cabeza de la bestia de un solo tajo. El chico era muy fantasioso sin duda.

Una sonrisa bobalicona e ingenua se podía contemplar en su rostro mientras dormía.

El grupo había logrado descansar un poco. Endozal y Égida habían vuelto a interrogar al prisionero del que habían sacado algo más de información aunque no muy halagüeña. El resto había logrado conciliar el sueño o al menos descansar sus heridas cuando, a eso de la media noche uno de los solados entró en la sala llamando al gobernador.

-¡Gobernador Nighthill! ¡Se retiran!-dijo haciendo que tanto el gobernador como los que podían ponerse en pie se levantaran al exterior. 

Fuera la lluvia caía aunque de una manera más apacible, el patio de armas se encontraba ya embarrado. Sobre la puerta en la muralla se encontraba el sargento Markguth y algunos soldados mirando algo al otro lado de las murallas. El soldado les guió hasta él.

Parecía ser cierto que los enemigos se retiraban, sin embargo algo atraía la atención de los soldados. Cuando el sargento les vio llegar se giró con desesperación hacia el gobernador.

-¡Es mi hermana¡¡Tiene a mi hermana y a sus hijos!-dijo señalando fuera.

Cuando miraron a que se refería pudieron ver que llamaba tanto la atención del sargento. Desde la oscuridad, una criatura avanzaba a grandes zancadas hacia la tenue luz de las hogueras moribundas alrededor de la fortaleza. A pesar de que tenía una forma más o menos humana, medía al menos siete pies de altura, su piel está cubierta de escamas azules, sus dedos tenían garras malvadas, y su rostro tenía el hocico y los ojos de reptil de un dragón. La criatura se detuvo a unas ochenta yardas de la puerta principal de la fortaleza y examina las paredes. Una fila de seguidores kóbold se posicionó tras él. Con sus lanzas, pinchan a cuatro prisioneros humanos en la tenue luz. Podéis ver una mujer, un adolescente con una túnica empapada en sangre, y sus dos hijos. Entonces el dracónido que ya habían visto anteriormente arrasando la ciudad con sus tropas se dirigió hacia el torreón.

-¡A los defensores de Greenest! Esta ha sido una noche de éxito, y me siento generoso. ¿Veis a estos cuatro prisioneros inútiles y lamentables? No tenemos necesidad de ellos, así que vamos a negociar de nuevo con vosotros. Enviar a vuestro mejor guerrero para luchar contra mí, y podéis llevaros a estos cuatro a cambio.

Aquello prácticamente era un suicidio. Luchar uno contra uno contra aquel guerrero dracónido era un sacrificio. Un sacrificio. Una vida a cambio de las vidas de 4 inocentes. Todo quedó en silencio bajo la lluvia...

Era lo más apropiado.

Todos allí tenían algo que vivir, algo valioso. Familias, amigos, un futuro. Él había llegado a ese mundo en la más absoluta soledad, incluso podría decirse que no estaba vivo. No hacía falta más.

—¿Una vida a cambio de la suya? —tronó desde lo alto de las almenas, intentando parecer lo más impresionante y duro posible. Aunque sabía que seguramente acabaría convertido en un amasijo de metal retorcido y humeante, si podía conseguir que una familia se reuniera, estaría bien. Tomó a Endozal del hombro y le asintió—. Recuerda lo que te he dicho.

Descendió a tierra, salpicando de barro y agua a su alrededor. Su figura arrancando siniestras sombras por las antorchas que le rodeaban, su escudo firme en un brazo y el martillo de forja en la diestra. El fulgor azulado en sus ojos relampagueando. Estaba listo.

—No sé si soy el más fuerte. Pero soy quien está aquí —señaló a la mujer y los niños con el escudo—. Ahora liberalos, permite que se reúnan con su familia.

Con sus heridas sanadas, y el estómago lleno, el brujo no podía sentirse más contento de que esas hordas de bandidos se retirasen. Con una aguja en una mano, y harapos que había ido encontrando entre los restos se puso a coser y remendar sus maltrechas ropas y mochila. 

Tenía un disfraz, pero igual no era el mejor momento para lucir como un seductor duelista de la noche de Aguasprofundas, con antifaz incluido. Se sentó sobre una mesa, y esperó para disfrutar del espectáculo, ya que no se jugaba nada, podía poner en práctica una de sus aficiones más pronunciadas, ver a gente autodestruirse y tomar malas decisiones.

Aquella noches estaba siendo de las más intensas de su vida. No paraban de suceder cosas y sentía que todo iba a acabar muy mal. A pesar de las buenas noticias en las que informaban de la marcha de los asaltantes, no marcharían sin dejar huella. Un desafío fue lanzado un combate contra el líder cultista a cambio de la vida de cuatro personas.

Su corazón se cayó al suelo al escuchar a Égida, no le sorprendió que tomara la iniciativa tan rápido sin embargo temía lo que pudiera pasar. Asintió a sus palabras y le deseó toda la fortuna del mundo para acabar victorioso. No quería perder a aquel ser tan sabio.

Corrió y se subió a la muralla para contemplar la escena, acariciaba con su mano la ballesta pero sabía que no podría intervenir pues los Kobolds podrían tomar represalias.

- Que ocurre? Que está pasando. El mediano se desveló tras el griterío y bullicio del momento. Sin saber bien bien que pasaba, subió a las almenas.

Una mueca de susto y horror se dibujó en su rostro al contemplar lo escena que se dibujaba ante él.

​​​​​​- Maese Égida... Murmuró con un hilo de voz.

La elfa se vio interrumpida en su meditación por una algarabía. Desde todas partes oía noticias sobre la retirada de tropas por parte de los mercenarios asaltantes. Eso le dio una sensación de alivio de forma momentánea, pero como todos los presentes, el giro de los acontecimientos la sorprendió a la vez que la llenó de impotencia e indignación.

- Égida... - murmuró cuando este se ofreció para ser el campeón, el representante de ese fuerte.

- ¡Sargento! - le gritó al hombre de armas que parecía bullir de rabia. - ¡¿Vais a dejar de su vida por vuestra familia?! - preguntó, pero este no parecía reaccionar.

¿Por qué tanta maldad? ¿Por qué tenían que ser tan retorcidos? No era suficiente con asaltar su pueblo, robarles todo lo que tenían y secuestrar gente, con que además venían a restregarselo a la cara...

Y en ese momento, como de un impulso surgido del corazón, despejando de un plumazo el miedo, bien por rabia o impotencia, se adelanto y se puso al lado de Égida.

- Yo también estoy aquí. - y dirigió una mirada a los valientes que habían luchado a su lado y finalmente al valiente forjado.

- No estás sólo. - decía su mirada.

El sargento estaba a punto de contestar a Draenna cuando se volvió a escuchar la voz de Langdedrosa.

-Me estoy cansando de esperar. Y os diré algo más, busco un combate digno. Si sale por esa puerta más de una persona decapitaremos a los niños. Igual que si alguien interfiere en el combate de la manera que sea -dijo seriamente mientras apuntaba con su lanza hacia las almenas desde donde le observaban espectante.

Y mientras... Abdali seguía durmiendo a pata suelta. Un leve tumulto no iba a ser capaz de despertarlo. Sin embargo algo cambió en su sueño. De repente el suelo estaba plagado de huevos de dragón de todos los colores. Eran enormes, más altos que un hombre y llenaban la inmensa cueva donde ahora se encontraba el guerrero. La cueva no tenía fin como tampoco la cantidad de huevos que allí se habían reunido. Rojos, verdes, negros, azules y blancos. Uno a uno empezaron a agrietarse mientras unas garras intentaban abrirse paso. Luego unos hocicos repitilianos terminaban por fracturar las gruesas capas de la superficie para dejar salir por fin a los dragones. Cientos y cientos!

Los más cercanos al calishita, después de recuperar el equilibrio, alzaron sus largos cuellos y se le quedaron mirando.

Papá!- exclamó uno de ellos- Papá!- les siguieron el resto.

Abdali se despertó entre sudores. Sin duda había cenado demasiado. Fue a despejarse con un poco de agua fría cuando vió al montón de gente reunida sobre la muralla. Parecía que algo estuviese ocurriendo ante la puerta. Dejó lo que estaba haciendo para ir a mirar.

El gesto de Draenna le conmovió sobremanera. ¿Era aquella la famosa bondad de los elfos del bosque? ¿Sacrificarse —no, tender una mano amiga— por alguien a quien apenas conocía? Estaba seguro de que ella tenía a alguien ahí fuera que la esperase.

No valía la pena.

—¡DRAENNA! —alzó la voz de más, nervioso por lo que ese dracónido pudiera hacer. Alzó la mano y notó que temblaba un poco. ¿Tienes miedo de morir? Menuda broma—. Draenna... no. Por favor. Gracias. Pero ya le has oído. —apretó con fuerza el martillo y se volvió hacia Langdedrosa—. Aquí estoy, nadie va a interferir. Ahora, libéralos. Por favor.

Langdedrosa miró a Égida algo confundido.

- ¿Vuestro mejor luchador es un golem? ¡Ja!-dijo con sorna- Bueno, ya sea una vida real o de mentira me divertiré arrebatandotela, guerrero-el dracónido hizo un gesto y los kobolds soltaron a los dos niños que miraron a su madre aterrorizados. La madre les grito que se fueran y los dos niños echaron a correr pasando de largo a Égida hasta llegar al castillo donde les esperaba Markguth que se lanzó a abrazarles. Égida aún pudo escuchar los agradecimientos que le daba el sargento y los vítores y ánimos que gritaban el resto de gentes que se habían agolpado en las murallas para ver el enfrentamiento. El propio Gobernador le había dicho que era un héroe por tal sacrificio.

-La mujer y el mediano se quedan aquí por si a alguno de tus amigos se le ocurre hacer alguna tontería. Pero tranquilo, te doy mi palabra de que aunque mueras los liberaré. ¿Estás listo?-dijo haciendo un saludo marcial con su lanza y esperando a que Égida se preparase para el combate.

Cuando Égida se mostró listo para el combate el dracónido cargó contra el forjado moviendo su lanza por encima de su cabeza. Parecía querer evaluar a su enemigo y no atacó directamente con lo que a Égida le fue fácil esquivar los dos ataques de su lanza. Sin embargo estaba claro que se enfrentaba a un enemigo terrible.

Me está midiendo, no es ningún fanfarrón. Lo había visto en el pasado: gente que lo único que hacía era bravuconear sobre lo peligroso que era, y terminaba recogiendo sus dientes de un charco de sangre. Pero Langdedrosa era un consumado luchador, seguramente alguien que habría escalado puestos dentro del Culto del Dragón a base de esfuerzo y logros personales.

El forjado lanzó un golpe, pero se sentía incapaz de medir la distancia con la lanza de su oponente, y el ataque se perdió en el vacío.

Langdedrosa siguió girando su lanza alrededor tratando de golpear a Égida mientras este esquivaba los golpes que lanzaba sin dejar que Égida se acercase para contraatacarle.

-Te mueves bien para ser un forjado, eres más ágil de lo que pensaba. Quizás al final si seas un oponente digno-concedió el dracónido azúl.

La escena con la que se encontró le dejó perplejo. Se frotó los ojos por si fuera un residuo de su extraño sueño, pero al abrirlos de nuevo el encuentro entre el semi dragón y Égida seguía ocurriendo.

Otro loco que se tiraba a las fauces de la muerte como hizo el infernal?

Pero, pero qué hace? Que lo va a matar! Por qué nadie hace nada por ayudarle?- exclamó llevándose las manos a la cabeza.

Las miradas contrariadas de los soldados a su alrededor hizo plantearse de nuevo la situación. En efecto, si se fijaba más, ahí estaba una mujer retenida por los kóbolds. Ah! Ya lo entendía. Se trataba de un duelo por la vida de la dama.

Qué honorable por parte del forjado! Ahora Abdali tenía un dilema. Había hecho una lista mental de quién era el compañero más destacado entre sus nuevos amigos. Por ahora, los dos cocineros se estaban disputando con facilidad el primer puesto, pero después de ver el arrojo del hombre metálico, ya no lo tenía tan claro.

Quiso dar un grito para animar a Égida, pero se lo guardó no fuera a distraer al valiente duelista.