Partida Rol por web

El cielo se ha oscurecido lentamente durante todo el día y el olor a lluvia se ha ido haciendo patente en el aire. Ahora finalmente ha comenzado a caer, acompañada por sonoros repiques de truenos que parecen retumbar por el paisaje. El sol está escondido detrás de enormes nubes de tormenta y sopla un viento frío desde el norte. Rayos relampagueantes comienzan a golpear de las nubes al suelo y pedazos de granizo comienzan a estrellarse contra la tierra y contra vuestros cuerpos en dolorosas punzadas. La necesidad de refugio se vuelve obvia.

Delante, en la distancia, un gran tor se eleva sobre una colina. Su forma es recortada en el horizonte por los rayos ocasionales. De tener alguna entrada abierta, podría ser un refugio perfecto hasta que pase la tormenta.

Te dirigías a la aldea de Oakhurst cuando la tormenta te sorprendió en el camino.

Probaste a arrebujarte en tu capa apretando el paso, pero entonces empezó el granizo. Esos jodidos cristales helados se estrellan con fuerza contra tí, y la tupida cubierta de pelo que adorna tus pies descalzos, no es suficiente para protegerlos de esos violentos proyectiles que lanzan las nubes, tan afilados algunos que empiezan a provocar pequeñas heridas de las que comienzan a brotar hilillos de sangre. 

Necesitas encontrar refugio. Y un par de tragos. No necesariamente en ese orden.

Más adelante divisas un Tor. ¿Podría servirte para guarecerte de la tormenta? 

Te dirigías a la aldea de Oakhurst cuando la tormenta te sorprendió en el camino.

Recuerdas que en noches como esta, Piedrahogar era un hervidero de viajeros que buscaban refugio. A veces, érais testigo de  historias que se fraguaban entre ellos: amistades y enemistades, romances, sociedades de negocios... Tus hermanas y tú siempre os preguntábais como terminarían aquellas historias una vez abandonaban vuestro techo.

Y la lluvia se convierte en granizo. Esos cristales helados se estrellan con fuerza contra tí como violentos proyectiles, tan afilados algunos, que empiezan a provocar pequeñas heridas de las que comienzan a brotar hilillos de sangre. 

Más adelante divisas un Tor. ¿Podría servirte de refugio?

Te dirigías hacia la aldea de Oakhurst, en los alrededores de la que se conoce como la Ciudadela Sombría. Algún escrito ha llegado a tus manos, relatando la hecatombe que sumió Neverwinter en el caos cuando entró en erupción del monte Hotenow. La tierra se abrió y se tragó la poderosa ciudadela, que actualmente yace en el fondo de una grieta. Poco o nada se sabe de qué hay más abajo de esa gigantesca hendidura en la tierra y nadie recuerda qué secretos o maravillas escondía.

Es por ello por lo que decidiste embarcarte en una expedición con la esperanza de poder descubrir al mundo los secretos de la Ciudadela. Sola, en un principio, aunque cuentas con encontrarte con aventureros que se atrevan a acompañarte...

Pero la tormenta te sorprendió en el camino. La lluvia arrecia con fuerza, los rayos caen a veces peligrosamente cerca de tí...y para colmo, el granizo. Esos cristales helados se estrellan con fuerza contra tí como violentos proyectiles, tan afilados algunos, que empiezan a provocar pequeñas heridas de las que comienzan a brotar hilillos de sangre. 

Más adelante divisas un Tor.  ¿Podría servirte de refugio?

No fue fácil rescatar a aquellos esclavos y completar la misión de tu señor Hodas. Pero lo hiciste. Y fuiste devolviendo a cada familia a su ser querido, al que no esperaban volver a ver con vida. Y el agradecimiento y cariño de aquellas gentes reconfortó tu corazón. Aunque siempre queda alguna sombra... un joven enano, Grend Lutgehr, no sobrevivió lo suficiente. Desnutrido y maltratado, tus dotes sanadoras no consiguieron mantenerle con vida lo suficiente como para volver a ver a su familia una última vez. Por lo poco que pudiste llegar a conversar con él, supiste que era hijo de Rurik Lutgehr, el herrero de Oakhurst. Te hizo prometer que regresarías su daga, una reliquia familiar, a su padre.

Le diste digna sepultura y te encaminaste a la aldea de Oakhurst para cumplir con tu promesa.Pero la tormenta te sorprendió en el camino. La lluvia arrecia con fuerza, los rayos caen a veces peligrosamente cerca de tí...y para colmo, el granizo. Esos cristales helados se estrellan con fuerza contra tí como violentos proyectiles, tan afilados algunos, que empiezan a provocar pequeñas heridas de las que comienzan a brotar hilillos de sangre. 

Más adelante divisas un Tor.  ¿Podría servirte de refugio?

Oakhurst, la famosa aldea de Oakhurst con su templo, su plaza, su río, siempre quise ir allí para probar el maravilloso vino de la aldea. Un amigo mediano contaba que su mejor borrachera fue con vino Oakhurstaní, así que habrá que probarlo. Lo pediré sin hielo porque ya es más que suficiente con la granizada que me estoy tragando y porque el viso se toma sin hielo. Pero parece que voy a tener suerte, como es normal en mí, y se ve un refugio encima de la colina. Parece que es un Tor para protegerse de Thor. Me encamino al Tor, harto de granizo. De que me suena a mí esto de los Tor...

Pues parece que no me suena de nada. 

Alguna vez has escuchado por esas tabernas de Faerûn historias sobre los Tor, sí, estás seguro. Pero no recuerdas ninguna. Normalmente estás demasiado ocupado en la mesa de juego como para prestar atención a los bardos y aventureros.

Según te vas acercando, la colina que alberga el Tor te va pareciendo cada vez más imponente. El masivo tor se eleva por encima de los alrededores. Algunas salientes estrechas ofrecen escasa protección contra los elementos, pero una inspección más cercana revela una entrada masiva y arqueada de al menos 6 m. de alto y 3 m. de ancho, ubicada en el lado de la colina.

El suelo a sus afueras se inclina lejos de la puerta, dirigiendo el agua que cae hacia afuera. Dado esto —y la naturaleza robusta de la colina— cualquier espacio que se encuentre más allá de la puerta debería estar seco y a salvo de los rayos y el granizo. La construcción parece bastante robusta, por lo que la probabilidad de colapso, incluso en condiciones severas como éstas, es remota.

El camino hacía Oakhurst resultó pesado pues la tarea que le llevaba allí le hacía recordar que no pudo hacer lo suficiente, era el lado amargo de la guerra, daba igual si perdías o ganabas pues el precio a pagar siempre era demasiado alto.  Conforme Arthur avanzaba los recuerdos venían a su pensamiento, rememorando cada una de las acciones que le  habían llevado hasta donde estaba hoy.

En su mano la daga que le había dado el chico moribundo, aun podía sentir su presencia acompañándole en aquel viaje, mientras Arthur iba absorto en sus propios pensamientos pudo divisar una tormenta en el horizonte, aquellas nubes se cruzaban irremediablemente en su camino y pronto le hubieron alcanzado.

La lluvia que comenzó pronto se convirtió en granizo que tintineaba con fuerza al golpear la armadura del paladín, Arthur se ajusto la capa lo que mejor que pudo y continuó avanzando mientra pudo divisar lo que parecía algún tipo de construcción, la visibilidad era escasa así que arreció el paso en busca de un posible cobijo.

Nunca has escuchado hablar Tor de Torrealta. Debe ser uno de esos monumentos caídos en el olvido, saqueado tiempo atrás y que ya no guarda ningún secreto que los aventureros gusten de relatar.

Según te vas acercando, la colina que alberga el Tor te va pareciendo cada vez más imponente. El masivo tor se eleva por encima de los alrededores. Algunas salientes estrechas ofrecen escasa protección contra los elementos, pero una inspección más cercana revela una entrada masiva y arqueada de al menos 6 m. de alto y 3 m. de ancho, ubicada en el lado de la colina.

El suelo a sus afueras se inclina lejos de la puerta, dirigiendo el agua que cae hacia afuera. Dado esto —y la naturaleza robusta de la colina— cualquier espacio que se encuentre más allá de la puerta debería estar seco y a salvo de los rayos y el granizo. La construcción parece bastante robusta, por lo que la probabilidad de colapso, incluso en condiciones severas como éstas, es remota.

La construcción del horizonte poco a poco fue tomando forma, la niebla fue dejando paso a un imponente Tor que se alzaba ante el aventurero, la edificación parecía robusta y sin duda el granizo invitaba a entrar cuanto antes para ponerse a salvo y buscar refugio.

Arthur hecho un vistazo, intentando reconocer alguna de las caracteristicas o el propósito de aquel lugar, se acercó a la puerta y la tanteó a fin de ver si podía acceder a su interior, allí a cobijo podría encender un pequeño fuego y esperar a que la tormenta pasara.

Saco mi ballesta y me acerco sigilosamente. Antes de acercarme a la puerta quiero dar una vuelta para comprobar si hay alguna ventana o alguna manera de ver el interior. También me fijo en si hay huellas en el terreno mojado. 

La tormenta te apremia a entrar, por lo que no prestas especial atención a tu alrededor. Empujas la puerta que parece abrirse sin problema. El mecanismo de apertura parece haber soportado bastante bien el paso del tiempo.

Cauteloso, te acercas a la puerta. Una inspección a los alrededores te revela que la colina es maciza, la única posible entrada que se te ofrece es esa puerta.

Observador como eres, te das cuenta de que alrededor de la puerta hay restos de lo que debió ser una gran y pesada roca circular, de las que se suelen usar para sellar una puerta que no debe ser abierta. Alguien se tomó la molestia de sellar aquel lugar hace tiempo, pero ahora la roca yace resquebrajada por el suelo, posiblemente víctima de un violento rayo.

Observas que hay un par de huellas, que se pierden puerta adentro. Deben ser muy recientes, puesto que de otro modo la lluvia las habría borrado en cuestión de horas.

Entro con mi ballesta cargada y grito

- ¡Paz de tormenta amigo! 

Amelia se tomó un respiro bajo un árbol, se ajustó mejor las correas de su equipaje y se acomodó la capucha de la capa para que le tapara mejor la cabeza. Más por costumbre que porque sirviera de algo; su capa estaba ya tan mojada que más que protegerla de la lluvia, lo único que servía era para que el agua mojara las ropas de abajo de forma homogénea, en lugar de en gotas separadas.

Y puesto que Cora también estaba dentro de la capucha, junto a su cuello, no estaba muy feliz con la situación. Ya había habido varios picotazos en la oreja manifestando su disconformidad con el que la humana no escogiera ocasiones más sensatas para no estar bajo techo. ¿De qué servía que tuvieran pulgares oponibles con los que construir casas con chimeneas, si luego no se quedaban dentro cuando llovía?

Amelia rascó a su familiar con su dedo índice suavemente bajo su pico, intentando apaciguarla.

-Mira allí hay un sitio para guarecernos, ¿vale? Pronto llegaremos y entonces...¡Auch!

Se llevó el dedo dolorido a la boca y con un suspiro, echó a correr hacia el Tor que se veía allí delante, pensando que quizás, cuando había hecho el ritual para conseguir un familiar, debería haber intentado conseguir una rana. Al menos no tenían picos, y no se ponían tan gruñonas por un poco de agua.

Reconoces la figura ante tí como el Tor de Torrealta. Una tumba menor de la época en la que ogros y osgos luchaban encarnizadas guerras por el control de aquellas tierras. 

Oíste en alguna taberna que un emprendedor grupo de ladrones de tumbas cavó hace mucho un pozo de acceso desde la parte superior del tor hacia la profundidad de las tumbas, pero sus miembros no abandonaron Torrealta vivos, y sólo pequeños roedores y alimañas han usado el pozo desde entonces.

Según te vas acercando, la colina que alberga el Tor te va pareciendo cada vez más imponente. El masivo tor se eleva por encima de los alrededores. Algunas salientes estrechas ofrecen escasa protección contra los elementos, pero una inspección más cercana revela una entrada masiva y arqueada de al menos 6 m. de alto y 3 m. de ancho, ubicada en el lado de la colina.

El suelo a sus afueras se inclina lejos de la puerta, dirigiendo el agua que cae hacia afuera. Dado esto —y la naturaleza robusta de la colina— cualquier espacio que se encuentre más allá de la puerta debería estar seco y a salvo de los rayos y el granizo. La construcción parece bastante robusta, por lo que la probabilidad de colapso, incluso en condiciones severas como éstas, es remota.

Los salientes eran tentadores, ofreciendo la posibilidad de reducir el agua que le caería encima. Quizás. Si no hacía mucho viento. O podía ir hacia la puerta, con la posibilidad de un sitio seco y abrigado detrás de ella, y el bonus de interesantes secretos (casi) no tocados desde hacía años. Esperaba que los ladrones no hubieran hecho demasiado daño antes de morir.

Se acercó a la puerta, con una cierta precaución. Nadie le decía que sus constructores no hubiesen dejado trampas para los visitantes no deseados. Aunque esperaba que no estuviesen ya en la entrada. Y observó la puerta, esperando ver alguna forma da abrirla. Por si acaso, se apartó de enfrente de la puerta, y desde el lateral, empujó una de las hojas con su vara, esperando ver si se abría simplemente empujando.