Partida Rol por web

Con los primeros rayos de sol venían los últimos rescoldos del combate en las calles de Valleta. El grupo se había reunido en torno a una inconsciente Fedora. A diferencia de otros casos, el Odem no salió al exterior. Era como si las tres personalidades de Fedora hubiesen arrinconado y atrapado al Odem en su interior.

¡Sal de su cuerpo, espíritu impío!

El humo negro salió de la nariz de Fedora. En cuanto el Odem se materializó, se abalanzó sobre el anciano Emanuel.

¡Entra en el cristal!

El espíritu obedeció, quedando atrapado dentro de otro de los prismas. Pero... ¿dónde estaban los demás?

¡Hay humo saliendo del hueco del campanario!-señaló.

Corrieron hacia la iglesia. Cuando Genann salió del edificio, se vió rodeado por un semicírculo de gente furiosa: campesinos, el sacerdote Emanuel, el soldado gundarakí, Quiora y Fedora, Alarico y Alanis, Corvino, Heian, Menon... Emanuel mostró otro cristal, y repitió la expulsión para sacar al Odem de Genann y meterlo en la gema de transposición.

El incendio de la iglesia pudo ser sofocado por los aldeanos, que formaron una fila para pasarse cubos del agua del río. Los daños en el edificio necesitarían una reparación, pero por suerte Genann había sacado y puesto a salvo todas las reliquias de la sacristía. Al final todo había salido bien...

Los rostros de la gente se giraron en dirección a la explosión. Al final el polvorín había explotado. Sapo, cuyo conjuro de invisibilidad había concluído, correteaba de aquí para allá con una antorcha encendida. El gnomo se paró ante la muchedumbre, y se agachó para atar los cordones de los zapatos para hacer tropezar a uno de los pueblerinos, como si no fuese consciente de que su magia de invisibilidad ya no le ocultaba.

¡Espíritu maligno, entra en el cristal!

Sapo recuperó la consciencia, y el último de los Odem fue recluído en el cristal. Todo había terminado. La lista de damnificados fue menos larga de lo que podía haber sido. El capitán murió a manos de Fedora, y el soldado del polvorín fue ascendido a nuevo capitán. El cuerpo del otro soldado que protegió con su vida el polvorín, quedó destrozado en la explosión. El joven sacerdote que Genann derrotó en la iglesia no se sabía si había muerto por el humo del incendio o desangrado por las contusiones internas de los bastonazos del druida. Una pareja de ancianos que vivían al lado del polvorín fueron las víctimas mortales número cuatro y número cinco. La explosión también hirió a otros habitantes del pueblo, y algunas casas quedaron ruinosas.

Todas las tareas de rescate quedaron en manos de unos resacosos lugareños. El resto se fue a dormir, después de haberlo dado todo durante una noche de vigilia. Despertaron poco después del mediodía, y notaron dos ausencias: el Capitán Nathan Timothy y el bebé.

El capitán se encontró con que los poseídos habían desatado las amarras de todos los barcos del muelle (incluído el Virago). Según les contaron los lugareños, vendió su daga para comprar un pequeño bote de remos a medio pintar en el astillero. Abandonó Valleta río abajo, maldiciendo el día en el que conoció a aquel grupo de aventureros.

El Padre Emanuel informó de que había mandado a un aldeano de confianza a dar el aviso a Tancos, y de paso a llevar el bebé con su padre. El sacerdote se iba a quedar unos días en Valleta, curando con su magia a los heridos y oficiando los funerales.

Por contra, la misión del grupo seguía adelante...

Con la falta de espíritus malignos, los animales volvieron a acercarse a sus dueños. Volvió el pájaro de Genann y el cánido de Corvino. Sis había seguido dormida entre las ropas de Sapo, y no se había enterado de todo lo que había pasado en las últimas doce horas.

Heian, Fedora y Dalabrac eran los más heridos. Emanuel tenía responsabilidades hacia otros heridos, pero al despertar reservó dos curaciones para Heian y Fedora. Dalabrac, sin embargo, debería guardar cama para recuperarse del todo y ser capaz de volver a andar. Ahí terminaba la aventura para él, y sus vidas tomaban caminos distintos.

Estaría bien vender los cristales sobrantes, ya que la mayoría de los espíritus eran demasiado poderosos como para que Alarico pudiese encerrarles.

Sapo apenas se había dado cuenta de lo que había pasado. Cuando le acusaban de haber matado a gente y de haber hecho explotar el polvorín negaba con la cabeza efusivamente.

- ¡Yo no he hecho eso!- Y no mentía. No había sido su voluntad sino la de un resentido y maldito espíritu. Suficientemente mal se sentía después de haber tenido a esa cosa...¡Dentro de él! Todo sus ratos libres que no fueron dedicados a practicar su Arte los dedico a lavarse concienzudamente. Bajo las axilas, debajo de las uñas, la entrepierna, tras las orejas, los huesudos huecos de su no-nariz, el ombligo, los pliegues del cuello. Se sentía asqueado, abusado, tocado muy adentro. Sólo le reconfortaba acariciar la fría y escamosa piel de Shish y no permitía que nadie se le acercara a menos de un palmo de ogro, a riesgo de clavarle una daga o darle un pequeño sopapo, lo que se terciase.

Poco a poco fue calmándose y forzándose a hacer los ejercicios que su maestro le había enseñado para recuperar su presencia en el mundo de los "normales". Sus pequeños dedos de las manos se movían espasmódicamente, mientras hacía cálculos matemáticos que mantenían su mente ocupada y ajena a los múltiples estímulos que amenazaban con volverle loco. Sus desorbitados ojos se posaron en el druida, otro que tenía mucho que temer de los pueblerinos.

- Antes de la posesión eras un triángulo escaleno. El Odem te hizo regular. Con regular no me refiero a lo que dice la gente, el punto medio entre lo bueno y lo malo, sino regular de polígono perfecto, un triángulo equilátero, de lados y ángulos completamente iguales. Y ahora, ¿qué triángulo eres?- Se preguntaba Sapo. Quizá rectángulo escaleno o isósceles o símplemente igual que antes.

No podía ser! Se había perdido la fiesta que habían hecho en el pueblo por UN día, y seguro que habría cantado un bardo! Ahora estaban resacosos y heridos y fijo que no iban a comenzar con otra jarana. Qué mala suerte la suya.

Era hora pues de intercambiar sus ganancias hasta el momento por algo más útil. También podría despojar a los guardias muertos de su armadura, si llevaban algo mejor que lo que ella tenía. Qué era una buena batalla sin su posterior saqueo? Bueno, tampoco había sido una batalla. La única que había estado a su altura era Fedora, y esta fue abatida por un vulgar soldado.

Cuando se fue a levantar dispuesta a llevarse todo lo que encontrase por ahí, un fuerte dolor en el costado le recordó que sus heridas no estaban del todo sanadas. El viejo clérigo le había prometido curación al llegar a la aldea, así que lo primero que hizo fue ir y reclamarla.

Al fin y al cabo no habían sido Alarico y ella quien habían salvado al pueblo? Qué gente más ingrata.

Todos parecen recuperarse de la posesión bastante bien, otra cosa en asimilar los daños y muertes que han provocado en el camino, Sapo no parece llevarlo muy bien, pero no tarda en hacer sus divagaciones habituales, lo que indica que va en la buena dirección para recuperarse, si el druida recibe los mordiscos de los animales es que entonces va bien, lo más problemático sería ver como se lo tomaba Fedora, seguramente mal el hecho de que la hubieran vencido.

Al menos en su interior ya notaba el poder circulando sin problemas, con eso esperaba ser de utilidad en los encuentros que estuvieran por venir, medito a la manera habitual para tener mayor control sobre si mismo y a continuación se pregunto donde podría vender los cristales.

- Hay algún vendedor cercano para vender los cristales? No nos vendría mal algo de efectivo, necesitáis algo que los espíritus hayan perdido? Ropas, objetos etc?- pregunta a sus recién recuperados compañeros.

Heian se sintió extraño. Era como si todos sus recuerdos estuviesen confusos, como si no recordase nada de lo que había pasado pero cuando comunicaron que los botes y barcos ya no estaban en el puerto comprendió que él era el culpable de todo. Aquel odem que lo había poseído le había hecho hacer cosas malignas. En el fondo lo recordaba como algo gracioso y divertido, y la sensación era de haber hecho un buen trabajo. Pero cuando se dio cuenta de que realmente se habían quedado sin transporte por el río sintió una patada en el estómago que le había dejado más mudo que de costumbre.

No sabía bien qué hacer, ni qué decir. Así que decidió permanecer callado. Es aptitud no sorprendería a nadie, pues todos estaban más que acostumbrados a su silencio. Respiró hondo y jugueteó con su sombrero. Heian estaba nervioso, se sentía culpable y no sabía dónde meterse en ese momento. 

Genann acariciaba la cabeza de su búho, sin levantar la mirada, avergonzado y sin atreverse a mirar a nadie, tras haber escuchado lo ocurrido en las últimas horas, así como las tropelías de las que su cuerpo era responsable. Se sentía especialmente mal por la muerte de aquel joven, preguntándose qué podría hacer por aliviar el dolor que su fallecimiento habría provocado entre los suyos y especialmente en su familia. Se preguntaba si debería visitarlos cuando llegó la pregunta de Sapo.

-¿Perdona? ¿Triángulo? No entiendo tu pregunta ni lo que me dices o me quieres dar a entender -era evidente que Sapo sufría efectos secundarios de la posesión pero era cosa de seguirle el juego para que se mantuviera tranquilo y ocupado-. ¿Por qué no me lo explicas?

- Ohhhh, mia cabesa dolerrr como estarrr toda nochie bebiendo en ferrria de chichilindrris¹... - Decía la norteña que se sujetaba la cabeza aún después de que había descansado tras la posesión sufrida.

Quizás porque estaba más acostumbrada por tener ya de por si tres personalidades, podía tenerse en pie y proseguir, aunque el dolor de cabeza no se lo quitaba nadie. Y es que, el odem fue el cuarto en entrar en la cabeza de Fedora, normal que se resintiera del tarro.

- ¿Trrriángulo? ¿Serrr cosa que estarrr forrrmada porrr catetos y por hipoterrr... Hipeta... Hirate...Hijode... ¡Offf, catastrrrof! Serrr eso que sonarrr como palabrrrrota. Mi tío Torrrvaldo enseñarrr poco de matemáticas. Yo saberrr algo, Sapo. - Dijo sonriente, viendo que al fin sabía algo igual que el mago, tan listillo el.

Queeeee noooo, Quiora. Que no voy a curarte. Yo no dije que te curaría cuando llegases al pueblo, sino que el párroco lo haría, y el párroco ha muerto. ¿No tienes que hacer cosas orcas en algún otro lado? Que me dejes... ¡Basta!

¡BAAAASTAAAA!

Acompáñame, Quiora. Quiero enseñarte algo.

El sacerdote llevó a la semiorca a una carpa que días atrás había vivido la alegría de la fiesta, pero que en esos momentos se había convertido en un improvisado hospital de campaña.

Este hombre de aquí se llama Randall. Randall es minero. Su casa estaba cerca del polvorín. Cuando ocurrió la explosión, una de las vigas se desprendió en su dormitorio y le aprisionó las piernas. Ahora tiene las rótulas pulverizadas. Incluso si pasa el tiempo encamado, no hay garantías de que los huesos suelden bien. Va a necesitar curación divina.

Esta mujer se llama Anaís. Es pescadora. Ha perdido su bote durante el asalto. Con la explosión, los anzuelos saltaron del expositor de su colección y se le clavaron en la cara. Ha quedado desfigurada, y la depresión le impide levantarse de la cama. No recuperará su vida hasta que mi magia la cure.

Y así un largo etcétera. Todas las personas que están aquí necesitan la magia más que tú. Ahora vete. Tengo mucho trabajo por hacer.

Los viajeros se dieron un paseo para visitar las tiendas, más para vender que para comprar. El pueblo era pequeño, pero ser el frente de una guerra entre gundarakíes e invidianos hacía que su comercio tuviese el nivel de una villa mediana. No había pergaminos, pero sí pociones de curación elaborados por los clérigos de Erlin y que ayudaban a financiar a su iglesia. También había objetos alquímicos y material típico de aventurero. Lo más exótico para la mayoría de los extranjeros era la pólvora y sus armas.

Empezaron a sentir que los lugareños les miraban mal, como causantes de todo lo ocurrido. En parte era verdad, y los viajeros sabían que no era conveniente quedarse allí. Tras unas compras, el grupo abandonó Valetta. La playa fluvial continuó unas cuantas horas más, y finalmente vieron el final de la cala en una lengua rocosa que ponía fin también a la Cresta de C'Martan. Algunos se dieron cuenta de la presencia de humanos apostados entre los riscos, que les acechaban con sus arcos, pero fue demasiado tarde. Una lluvia de flechas saltó de detrás de las rocas y cayó sobre ellos.

A Quiora tuvieron que sujetarla entre tres para que no matase al clérigo y a todos los heridos que estaban bajo la carpa.

Le habían visto como se le hinchaba la vena del cuello cuando Emmanuel relataba la desgracia de aquellos plueberinos y lo ponía como escusa para no sanar a la semiorca. La furia estaba acudiendo a ella con cada palabra que expulsaba el anciano, pero sus compañeros, que ya la conocían bien a esas alturas, la apartaron a tiempo y la consiguieron calmar cantando una cancioncilla.

Sí, vámonos de aqui- estuvo de acuerdo la mestiza en cuando alguien lo propuso.

Antes de marcharse, entró en la tienda como un toro en una plaza, recogió una poción de curación y se la bebió allí mismo. Miró al vendedor desafiante; como se le ocurriese pedirle dinero por aquello, la cosa iba a acabar mal.

Por suerte no tocó nada más y se marchó con el resto del grupo.

Bueno, al fin se encontraban todos juntos una vez más e igual que cuando salieron del castillo de Malocchio; sin mucha idea de a dónde ir.

Yo sigo creyendo que deberíamos buscar una bruja o hablar directamente con la madre del pimpollo. Ah, Fedora, Menon te ha vuelto a tocar el culo... Jeje -iba diciendo cuando fueron atacados por enemigos invisibles.

- Intentaba hacer una metáfora.- Le explicó con pacienca al druida.- Eso os gusta mucho hacer a la gente.- Para Sapo una metáfora era básicamente una mentira y solía costarle entenderlas, pues él tendía a inclinarse por el significado literal de las msimas. Si alguien le decía que tenía cara de perro por las mañanas él corría a mirarse en un espejo para ver de qué raza de cánido hablaban y se desilusionaba al verse la cara de siempre, quizá con los párpados hinchados por el sueño o las ojeras más marcadas.

Lo bueno de estar en su mundo es que no percibía ninguna de las miradas cargadas de odio de los gundarakíes. Sapo era poco empático y, básicamente, sólo pensaba en sí mismo. Era Lentejuela, la vieja mula de su maestro, la que se ocupaba de las relaciones sociales y ahora no estaba allí.

- Quiero esta.- Señaló el gnomo a una mísera daga de plata que vio en las tiendas. Le gustaban los metales nobles por su brillo y sus propiedades alquímicas. Qué de ratos iba a pasar limpiando su filo y perdido en sus reflejos! Y en eso estaba, precisamente, cuando la lluvia de flechas cayó sobre el grupo.
 

Alarico se había comprometido con Quiora para rezar por ella durante la noche. Sin embargo, antes que la misma llegara, una lluvia de flechas fue a caer sobre el grupo.

Y yo con estos pelos- murmuró con cabreo Alarico, quizás llevado por el tema de las metáforas que le había escuchado a Sapo. En todo caso, ni vio nada (o peor aún, lo que vio estaba errado de forma grosera), ni tampoco le dio tiempo a reaccionar.

La ilusión por comprar pronto se diluyo ante lo escaso de la oferta, las armas y las armaduras no le interesaban, si llegaba a tener que usar armas es que las cosas iban muy mal (aunque en los últimos combates siempre estaba enmedio como un pendenciero borracho). No encontró nada mágico interesante, los pergaminos eran mas adecuados para alguien con las habilidades de Sapo, por lo que la final se guardo el dinero para más adelante, sólo tuvo que aguantar la pena de su cristal, ya que pensaba que había vendido a sus "hermanos", Menon se resigno a que su compañero fuera creciendo un poco para comprender las cosas, y que mientras  tanto sería un niño pequeño en sus manos.

Partieron pronto para que los aldeanos no tuvieran ganas de romperles los huesos una vez sanados los suyos, ya que el ambiente estaba muy caldeado.

Mientras intentaba sonsacar a sus compañeros como era estar poseído, aunque no parecía que quisieran colaborar, culpa del trauma suponía Menon, estaba cavilando sobre ello cuando las flechas cayeron sobre ellos!

- A cubierto!- fue todo lo que puedo decir. 

Genann se sentía feliz de haber dejado atrás aquel poblacho de tan aciagos recuerdos. O de no recuerdos pero sí de miradas en base a lo que su otro yo, que tampoco era otro yo, sino un espíritu cabreado tomando posesión de su cuerpo, había hecho. Era por ello que caminando a lo largo de la playa se sentía feliz, pensando en perros y metáforas y llegando a una idéntica conclusión. No entendía ni los unos ni a las otras.

Su mirada vagaba feliz de un punto a otro y fue entonces cuando le pareció ver algo, el brillo del metal entre las rocas. Forzó su aguda mirada y entonces los vio, apostados y escondidos, dispuestos a disparar contra ellos. No se lo pensó dos veces y corrió a  escudarse en el grueso tronco de un árbol ribereño, antes de que las flechas empezaran a caer como lluvia de primavera.

Por suerte, Corvino tan sólo hirió levemente a uno de los habitantes de la aldea durante su estado de posesión. No por ello se sentía menos culpable por lo ocurrido. Cinco muertos y no menos heridos.

Antes de despedirse agradeció a Emanuel Maryszkas su intervención, sin la que sin duda estaría muerto. También le dio las gracias a sus compañeros “no poseídos” por regresar a reducir a los demás, pues las gentes de Valetta no habrían sido tan misericordiosas con los poseídos caídos de no ser por su aparición.

Se emocionó al ver a su fiel amigo perruno regresar, aunque eso le recordó que al ser abatido el espectro su hija se alejó de él. Se preguntó si ella habría regresado de nuevo con él y seguiría por allí cerca o si, por el contrario, el espectro de su hija se habría desvanecido creyéndolo muerto.

Recordó lo visto cuando la Odem le había poseído. Tuvo un atisbo del mas allá mientras permanecía en su cuerpo. En cierto modo con la mujer poseyendole podía “ver” a la vez ambos mundos (la Odem charlaba con su hija al menos, cosa que Corvino no podía hacer normalmente salvo que su hija quisiera).

Durante esa posesión tuvo un breve atisbo del mundo espectral a través de los ojos fantasmales de la Odem y lo que vio le produjo escalofríos, porque en la tiniebla los espíritus estaban perdidos, un mundo de oscuridad total en el que apenas podían ver más allá de un par de metros. ¿Esa era la no-vida que ahora llevaba su hija? A la certeza ya conocida de que como espectro ya no podía disfrutar los placeres de la vida, cosas como el sabor de la comida o el tacto de las cosas, se le unía el nuevo conocimiento de que su niña habitaba casi ciega en una realidad alternativa sin la luz ni el calor de la luz del sol. Un mundo frío, oscuro y terrible. Apenas pudo contener los sollozos al pensar en ello.

El pensamiento le sumió en una suerte de depresión que le tuvo obnubilado, carente de ganas de todo ni siquiera pensó en renovar su equipamiento en alguna tienda del pueblo. La idea de tener que presentarse ante uno de los habitantes del pueblo, los cuales habían sufrido a causa de la presencia de los forasteros, y ser juzgado por sus miradas le producía rechazo. Deseaba salir de allí cuanto antes.

Siguió al resto de sus compañeros abandonando la villa por la línea de playa casi por inercia. Deseaba oír tan sólo la voz de su hija un momento para saber que estaba allí, junto a él, y tener así conciencia de que ella no estaba perdida vagando sola en la gélida oscuridad del más allá.

Sus compañeros de viaje le oyeron llamar su nombre a gritos**, cosa que seguramente les haría percatarse aún más de lo chalado que estaba el anciano leñador, si es que no se habían dado cuenta ya. Aunque puede que alguno de ellos, los que había sido poseídos por los Odem, se hubieran percatado de la presencia de la “niña fantasmal” cerca de Corvino durante su posesión.

Estaba vagando junto a los demás en la playa cuando se produjo el asalto. Aún no se había recuperado de los acontecimientos anteriores, por lo que se se encontraba aún algo ido. Ni siquiera fue consciente de la presencia emboscada de los asaltantes.

Pero entonces, en su pesar, oyó la voz de su hija:

-¡Cuidado padre!- El simple sonido de su voz sirvió para sacarle una sonrisa al anciano: –Hija. ¡Sigues conmigo!-

- ¡Alguien quiere hacerte daño!- Respondió ella, brevemente. -¡Ponte a cubierto! ¡Rápido!-

Corvino se despejó enseguida, y buscó alrededor rápidamente con la mirada, sólo para ver a algunos hombres ocultos tras las rocas, con sus arcos dispuestos.

-¡Cuidado, nos atacan!- Gritó, mientras preparaba su pequeño arco y se movía para no presentar un blanco fácil. Pero ya era demasiado tarde. Una lluvia de flechas caía ya sobre ellos.

Si no hubiera sido por el aviso de su hija, muy posiblemente varias de aquellas flechas le habrían alcanzado durante su ensimismamiento.

Tensó el arco y en cuanto vislumbró un blanco entre las rocas disparó, respondiendo al enemigo. ***

- Perrra suerrrte. No tenierrr sufisiente dinerrro parra arrrma de plata... En fin, mías espadas serrr sufisientes porrr ahorra. - Comentaba la norteña, que aún estaba mas disgustada por no encontrar tinte rubio para su pelo. Puede que en la próxima ciudad tuviese más suerte.

No tardaron en ponerse en camino y salir de aquella población, y mucho menos tardaron algunos de sus camaradas en darse cuenta del peligro en forma de lluvia de flechas. Pese a ello, Fedora no fue consciente del ataque hasta que ya era tarde y las flechas tapaban incluso el Sol.

- Haserrr de noche muy temprrrano en este lugar, ¿da? - Preguntó a sus camaradas.