Partida Rol por web

Bianca no encontró puertas secretas en aquella habitación, pero en la ropa que vestía el Doctor Rehner por debajo de la túnica, su asesina pudo encontrar dos pequeños objetos interesantes...

Uno era una llave maestra. La punta tenía un relieve pequeño, y servía para abrir cosas como las taquillas de los guardias en los vestidores de la planta baja, o las máscaras de los pacientes. No mentía (del todo) el Doctor Rehner cuando decía que no había una llave para la máscara, pero sí había una llave para todas las cerraduras del Sanitarium (incluída la máscara). La enésima afrenta del psiquiatra a su paciente predilecta.

El otro era un pequeño artilugio de oro con forma de disco. Tenía una cara de cristal, por el que se veía un círculo blanco de marfil, con los números del uno al doce cerca del borde. Tres agujas salían del centro, de distinto grosor y longitud. Dos de ellas estaban quietas, señalando el nueve y el diez aproximadamente. La tercera aguja avanzaba de número en número, a un ritmo aproximado de un minuto para recorrer toda una vuelta. Su uso era completamente desconocido, pero parecía muy caro.

Bianca vistió la túnica por encima de su ropa, pero se dió cuenta de que estaba ensangrentada. Intuyó que cruzándose de brazos podía tapar la sangre, pero que se delataría en cuanto tratase de usar las manos para cualquier cosa. También se puso la máscara falsa, de esas que llevan los guardias y que se pueden quitar cuando se quiera. Al salir al pasillo, un simple carraspeo que denotara su presencia sirvió para que los guardias le abriesen paso.

Al pasar por delante de la puerta vió una sala pequeña acondicionada como un diminuto barracón de soldados. Había cuatro literas, con dos enmascarados durmiendo en ellas. Una mesa con cuatro banquetas a su alrededor tenía una linterna sorda apagada y una máscara de paciente. Un tercer hombre con túnica, pero sin máscara, comía algo mientras miraba por la ventana y le daba la espalda a Bianca. En el suelo había cajones con comida y varios odres.

La asesina trató de ignorar esa habitación, y se empezó a alejar por la habitación.

¡Eh! ¿A dónde vas? Tenemos órdenes de quedarnos aquí, defendiendo a Rehner.

El guardia asumía que si se trataba del verdadero Rehner disfrazado de paciente, se habría anotado un tanto por ser tan aplicado y tener tanto celo, y el Doctor Rehner tal vez le subiese el sueldo. Y si no era el Doctor Rehner... ¿qué hacía ese compañero suyo alejándose de allí?

Me guardo entre mis pertenencias la llave maestra con la esperanza de poder encontrar la cerradura tras la que se esconde mi libertad y, después de escuchar el rítmico tic-tac del disco dorado, decido quedármelo también. No sé que clase de magia posee pero resulta de lo más tranquilizadora.

Vestida con las ropas de mi difunto torturador, trato de abandonar la habitación ocultando las delatoras manchas de sangre pero los matones que montan guardia en la puerta parecen decididos a obstaculizarme la huida.

—Tengo que ir al baño —gruño con voz impostada, mientras continúo pasillo adelante sin detenerme. Ojalá que los aseos estén en esta dirección—. ¿Por qué no vas a buscarme algo de cena? Querré comer después de descomer.

Espera, esa voz... ¿Eres una mujer? Creí que el Doctor Rehner no quería mujeres para el puesto de celadoras. Lo sé porque una prima mía se presentó a la entrevista de trabajo y no la cogieron.

Típica mentalidad de psiquiatra misógino hijo de puta, seguramente el Doctor Rehner no encontraba a las mujeres psicológicamente preparadas para realizar el trabajo. El guardia avanzó unos pasos hacia Bianca, con intención de palparle el pecho por encima de la túnica. Cuando lo hiciese, no notaría unos pechos blanditos, sino las asperezas de una armadura rígida, lo cual era igualmente sospechoso para el trabajo de celador en aquel Sanitarium: ya dejaron inconsciente a un guardia en el ala este ayer, mientras se fugaban, y por debajo de la túnica iba tan desnudo como cualquier paciente común.

—No soy ninguna mujer, majadero —mmmm, me encanta como suena la palabra majadero—. Soy el doctor Rehner. Si tengo esta voz es porque me he resfriado y si voy con estas ropas es debido a que, por culpa de vuestra incapacidad, los locos, los zombis y quién sabe qué más andan sueltos por el sanatorio.

»¿Os imagináis qué pasaría si esa tal Bianca se topara conmigo en un pasillo y me reconociera? Ya ha intentado matarme en dos ocasiones, ¿lo habéis olvidado?

«Jafar, si ya has recargado tus poderes, este es un buen momento para hacer uno de tus trucos» —le digo mentalmente a mi invisible genio particular, el tiempo que me desprendo de la agobiante máscara para mostrar el rostro de mi torturador con la coronilla cubierta por un discreto solideo de seda negra.

—Ahora que lo digo en voz alta estoy pensando que quizá este sitio ya no sea seguro para mí —comento pensativa, rascándome la frente antes de señalar al guardia que me importuna—. ¡Tú, vas a venirte conmigo! Tenemos que llegar al pueblo y pedir ayuda, pero tú irás delante por si nos encontramos con algún peligro. Vamos, no te quedes ahí parado como un pasmarote.

Pe... perdón, Doctor Rehner. Muy original agudizar la voz para que no la reconozcan. Pero si quiere pasar desapercibido... ¿Por qué lleva ese llamativo sombrero? N-no... no quería decir... Estoy seguro de que tiene una buena razón. Ya me adelanto.

El guardia tomó la vanguardia y con la "Doctora" Rehner llegaron hasta situarse debajo del agujero del desván. No portaban ninguna luz. Después, el pasillo. Por la puerta abierta de las duchas, Bianca vió que el elemental de fuego ya se había ido. ¿A dónde? A matar más gente, ¿a quién le importa?

Abrieron la puerta del descansillo y bajaron por las escaleras a la primera planta, pero cuando salieron al pasillo...

 ¡Alto! ¡Como des un paso más te meto un virotazo entre la undécima y la duodécima costilla!

Bianca reconoció la voz, era una de las amiguitas de Leiath. Además, por cómo giró la cabeza el celador, la morena sabía que la pelirroja estaba a mano derecha. Sin embargo, no se veían entre ellas: la loca de la ballesta solo veía al primero que había puesto un pie en el pasillo, y la "Doctora" Rehner aún seguía en el primer escalón, en la habitación de las escaleras.

La voz que nos interpela tan pronto como bajamos las escaleras me deja helada. Cierro los ojos. Mierda, nos han descubierto.

Más que la voz, es la cariñosa bienvenida la que me hace ponerme en tensión y fruncir el ceño bajo mi falsa máscara de paciente.

«Piensa, Bela, piensa...»

—Es una embustera —le susurro a mi guardaespaldas para tranquilizarlo, tratando de no delatar mi presencia—. Si te quisiera muerto ya hubiera disparado. Lo más probable es que ni siquiera sepa usar esa ballesta. ¿A qué esperas? Noquéala, no dejes que escape. Voy a por refuerzos.

Echo a correr escaleras arriba. Con un poco de suerte mi pobre escolta logrará cansar algo a los Viajeros de los Brumas antes de que ellos consigan someterlo. En cualquier caso, tengo un pequeño ejército de guardias a mi disposición y pienso usarlos contra la tirana beata y su amiga de nariz aplastada. Ya está bien de tener que huir en inferioridad de condiciones, es hora de que esas arpías sepan lo que es bueno.

De pronto, Bianca escuchó el sonido de pasos por las escaleras, justo por detrás de ella. Aquel cobarde ni siquiera había tenido el valor de enfrentarse a...

¡Señor! No... No se lo va a creer. Ni siquiera yo me lo creo. Un muro de hielo se formó de la nada. La puerta tras la que estaba esa mujer ha quedado bloqueada por un auténtico glaciar.

Esto cambiaba las cosas. Para empezar, el lacayo no había atacado por cobardía, sino por la imposibilidad de avanzar. Todavía no había quedado demostrada la inutilidad de los celadores. Para seguir... no podían seguir al Aquelarre ni acceder al ala este de las celdas, por lo menos directamente. Normalmente se podría dar un rodeo por el ala oeste, luego cruzar el ala norte y acceder al ala este por la puerta opuesta, pero lo último que supo Bianca del ala oeste es que había un montón de pacientes muertos acelerados, así que puede que ese camino tampoco esté accesible.

Pero había otra manera de llegar al ala este, y era por la puerta del patio. Eso implicaba descolgarse por una cuerda, o bien desde la ventana del despacho del Doctor Rehner o bien desde la azotea (a la que podían llegar por el desván).

Me sorprende la velocidad con que mi guardaespaldas logra darme alcance y en un primer momento albergo la sospecha de que esté escapando de los Viajeros de las Brumas, al igual que yo lo hago. ¿Quién podría culparle por ello? Son realmente odiosos. Pero la explicación que me ofrece es tan inverosímil que o bien dice la verdad, o bien debería estar ingresado en este lugar como paciente.

Yo no soy quién para juzgar su salud mental y también he sido testigo de sucesos inexplicables, así que opto por creer lo que me dice. No tengo ninguna intención de bajar las escaleras para comprobarlo personalmente. Ya aparecerá el elemental de fuego cuando menos nos lo esperemos para derretir ese muro de hielo.

—Tenemos que encontrar una forma de salir de aquí y llegar a la aldea —le susurro con voz enronquecida—. Estoy dispuesto a escuchar sugerencias.

A continuación, continúo desandando el camino de regreso al despacho de Rehner; es decir, a mi despacho. Tener a alguien cubriéndome las espaldas es siempre tranquilizador, pero los dos últimos no han tenido mucha suerte. Parece que atraigo la muerte allí donde voy y esa no ha sido la única frustrante realidad que se repite con desesperante insistencia.

Hasta la fecha, todas las ventanas que me he encontrado en este manicomio estaban protegidas por un repugnante campo de fuerza invisible. A ver si con un poco de suerte, la ventana del estudio al que me dirijo no cuenta con esta medida antifuga y me permite salir al exterior.

¿Una forma de salir de aquí? Ehm... ¿Por la salida principal?

Valiente patán. Se había pasado las últimas ocho horas haciendo de centinela de la habitación para invitados, primero guardando el sueño del Doctor Heinfronth y después el del Doctor Rehner. No tenía ni la menor idea de qué había ocurrido en el Sunny Tear Sanitarium en las últimas horas.

Seguida de su acólito, llegó al pasillo de la planta superior, pasó por delante de la puerta de las duchas y entró en el despacho todavía desordenado tras el registro realizado la última vez que estuvo aquí. Tom, el lagarto eléctrico, todavía seguía en su jaula, sobre el escritorio.

Bianca hizo la comprobación: abrió la ventana y sacó el brazo. Allí no había campo de fuerza. Sin embargo, la ventana daba al patio interior, al torreón en el que conoció a Vladimir.

Un ruido les sobresaltó, a Isabella y al celador enmascarado. Se trataba de Tom, revolviéndose en su jaula. Tom chirriaba en dirección al telón rojo que separaba el despacho del dormitorio de Rehner, visiblemente alarmado. Una gran mano corrió el telón...

Por el tamaño, y teniendo en cuenta de que por detrás del monstruo ya no estaba el cadáver de Big Crazy sobre la cama, Bianca intuyó que se trataba del ogro-mascota de Rehner. Los últimos pequeños jirones de su antigua túnica ardían en el aire mientras caían con parsimonia.

Pero aquel no era simplemente Big Crazy regresando del infierno para vengarse de su asesina. Tanto su ojo bueno como aquel que había sido perforado con la daga, habían sido sustituídos por llamas. Isabella reconoció esos ojos: eran los del elemental que mató a Aubrey. El espíritu de fuego había poseído el cadáver, o de algún modo se había fusionado con él.

¡Un gigante de fuego!-exclamó el celador.

Es un consuelo descubrir que en el estudio no hay ninguna fuerza invisible que me impida llegar hasta el exterior, aunque un pobre consuelo porque lo que me aguarda al otro lado es el patio interior del manicomio. ¿Es que la única forma de salir de aquí es volando?

Para colmo de males, la repentina aparición de un infernal Big Crazy revivido viene a ponerme las cosas todavía más difíciles. La última vez que tuve que enfrentarme a una criatura envuelta en llamas perdí a Aubrey y casi muero yo también. No ardo en deseos de repetir la experiencia.

—¡Atrás, atrás! —insto a mi guardaespaldas, sabiendo que solos no podemos vencer y que la ventana solo es una falsa vía de escape—. Tenemos que reunir a los demás y llegar hasta la azotea. Deprisa, no te quedes ahí parado y sígueme.

Predico con el ejemplo y echo a correr sin mirar atrás, mientras pido auxilio con grandes voces. No necesito ser muy rápida corriendo, solo más rápida que el tipo que tengo detrás. Quién sabe, a lo mejor el gigante deja de perseguirnos cuando haya saciado su estómago. Puede que incluso tenga la suerte de que se cruce con los Viajeros de las Brumas. ¿No sería eso fantástico?

La puerta del despacho hizo de embudo. El celador no pudo adelantar a Bianca y el gigante que les perseguía tuvo que ralentizar el paso para agacharse y pasar por debajo del dintel.

¡ALERTA! ¡VENID TODOS!

Las huestes confluyeron bajo el agujero en el techo del desván. Para entonces, el gigante ya había dado alcance al ayudante de Bianca. Frente a ella, cuatro enmascarados más, mirando incrédulos y en estado de shock hacia arriba, hacia la cabeza del gigante de fuego que amenazaba a su compañero.

Llego hasta el agujero del desván, donde se han dado cita los guardias de seguridad del manicomio. Por sus caras de espanto no necesito mirar atrás para saber que el revivido Big Crazy nos pisa los talones.

—¡No os quedéis ahí mirando como pasmarotes, acabad con ese bicho! —les grito a mis alelados guardaespaldas.

Yo también miro hacia arriba, pero no hacia la cabeza del ogro ardiente sino hacia el desván.

«Arriba, Jaffar —imploro en silencio al invisible djinn a mi servicio—, mándame ahí arriba.»

En cuanto sus sicarios pasaron de largo para pelear con Big Crazy, Bianca quedó a sus espaldas y pudo usar el deseo del genio para subir al desván. Desde allí pudo ver el comienzo del combate...

El gigante dió dos fuertes puñetazos al celador que tenía enfrente, que a pesar de todo aguantó en pie. Los cinco monjes devolvieron los golpes, aunque solo tres parecieron dolerle al monstruo. Y he aquí lo interesante: ahora que el elemental de fuego había cometido el error de poseer el cadáver de Big Crazy, podía sentir dolor. Además, con sus llamas confinadas en un cuerpo, se le podía golpear con el puño desnudo sin temor a quemarse.

Un pestañeo es lo que tardo en transitar de la galería al desván, poniéndome temporalmente a salvo del llameante ogro mientras mis antiguos torturadores arriesgan su vida por mí convencidos de que soy el ahora difunto doctor Rehner.

Desde mi ventajosa posición actual el gigante ardiente no parece una amenaza tan temible y me planteo la posibilidad de marcharme de aquí mientras todavía está distraído con los celadores. Sin embargo, no logro olvidar que el elemental de fuego mató a Aubrey y puede que me sienta un poquito responsable por ello. ¿Quién sabe?

Sin saber muy bien cómo, me encuentro empuñando una lanza entre mis enguantadas manos. Se la arrojo con saña al colérico y tuerto Big Crazy y... ¡oh, milagro! La jabalina vuelve a materializarse en mi diestra después de impactar en su diana de carne y fuego.

Vaya, igual incluso puedo hacer una carnicería desde aquí arriba —pienso, dibujando una enorme sonrisa bajo mi máscara de paciente.

La historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa. Al igual que le ocurrió a Aubrey, el fiel celador que había acompañado a Bianca los últimos minutos también cayó bajo el mismo asesino. El último impacto le dejó tirado en el suelo, mientras la sangre de sus heridas corría hasta formar un charco a su alrededor.

Por suerte, la máscara despersonalizaba. Era más difícil sentir empatía por ese completo desconocido, y en consecuencia era más fácil seguir combatiendo como si nada.

Los otros enmascarados siguieron luchando, de vez en cuando conectando algún golpe más potente. Sin embargo, uno de ellos se trastabilló y perdió el equilibrio, quedando a merced de Big Crazy.

Ver caer a los celadores uno tras otro no es motivo de duelo para mí. Me limito a asistir a la destrucción mutua de dos facciones a las que odio. El resultado ideal sería que se mataran los unos a los otros, llevándose por delante en el proceso a los Viajeros de las Brumas, pero me conformaré con que el ser de fuego sea destruido junto con la mayor parte de los guardias del manicomio.

Este pensamiento macabro hace que muestre un menor interés en acertar a mi blanco y que mi mágica jabalina vuele inofensiva por encima de la cabeza de Big Crazy.

El gigante de fuego se cebó en el enmascarado que había perdido el equilibrio. Sin embargo, ese celador resistió en la vertical, y fue un compañero suyo, golpeado sin querer por la cadera de Big Crazy al girar, quién acabó besando el suelo de madera.

Los peones de Bianca siguieron dando lo mejor de ellos, pero no eran rival contra un ser sobrenatural. Para sobrevivir necesitarían que "el Doctor Rehner" tuviese mejor puntería con esas jabalinas mágicas.

Aunque disfruto viendo caer uno tras otro a los secuaces de Rehner, comienzo a temer que sin mi ayuda sean incapaces de librarse del monstruo ardiente. Así pues, continúo sumando mis esfuerzos a los suyos con la esperanza de desembarazarnos rápidamente de esta criatura.

Uno de los puñetazos le abrió la cabeza a uno de los celadores, rompiendo su máscara de porcelana en añicos y dejando una cara ensangrentada y sin vida. Otro de los enmascarados se puso en pie con cuidado, y aún así se llevó un buen tortazo del gigante. Solo quedaban tres peones en la partida de ajedrez de Bianca. ¿Caería luego la reina?

Después hubo un golpe de suerte, un haz de esperanza. Vino en forma de sonido, de un leve quejido reverberando en la garganta de Big Crazy cuando la jabalina de Bianca le hirió. Se volvió a repetir con uno de los puñetazos de uno de los enmascarados. Los celadores no le dieron importancia y siguieron luchando con normalidad, pero Bianca sabía que si el monstruo sentía dolor, también tenía puntos débiles.

Poco a poco, nuestros esfuerzos combinados parecen hacer mella en el gigante de fuego, aunque está resultando ser un problema tan inesperado como persistente. Y yo que pensaba que con haber asesinado a Big Crazy se ponía fin a su amenaza... ¡Qué ingenuidad por mi parte! La próxima vez me aseguraré de desmembrar a mis enemigos y prenderles fuego después.

Con lo contenta que estaba yo con mi pequeño ejército de sociópatas para abrirme paso hasta el exterior del manicomio y en un momento he perdido a la mitad de ellos.