Partida Rol por web

El muro se abrió con un mágico y suave deslizamiento, permitiendo a la Cohorte de Becky abandonar el cubil y salir al coliseo. La zona, nuevamente, había sido reformada. No había podios, como hace un par de días. Tampoco ningún edificio laberíntico, ni un cobertizo con forma de calavera. La arena estaba completamente allanada. La novedad para esta última fase eran unos mástiles horizontales de 10' de largo que salían de la pared a veinte pies de altura. A dos de ellos, convenientemente en puntos opuestos de la arena de combate, estaba atada una cuerda tensa y gruesa, de la que colgaba una sucesión de toldos. De este modo, una larga pared de tela dividía el coso en dos mitades: en una de ellas, ellos; en la otra, aunque no lo pudiesen ver, presumiblemente estarían los dos miembros de la Cábala. En cuanto a la presentadora, estaba en un balcón por delante de la primera fila de espectadores.

¡Atención! Paso a explicar brevemente la fase final del torneo.
Antes de que comience el combate, cada congregación se
distribuirá como crea conveniente en su mitad del campo.

Contarán con doce segundos de preparación*. Nada de lo
hecho durante la preparación debe afectar al campo contrario
ni destruir o mover el telón que separa la arena en dos. Tampoco
se podrá ver por encima del toldo, así que nada de volar, o
estirar mágicamente mucho el cuello etcétera, etcétera, etcétera.

Una vez pasada la fase de preparación, todas las reglas antes
mencionadas se van a freír espárragos. Podéis cruzar el toldo y
entrar en la zona enemiga... podéis destruír el toldo... volar...

Se prohibe invadir las gradas del público o sobrevolarlas,
tanto antes como durante el combate. Aquellos contendientes
que traten de huir por la grada, será devuelto a la arena por
nuestras fuerzas de seguridad.

El combate finalizará cuando los dos miembros de la Cábala
estén muertos, o lo estén los nueve miembros de la Cohorte
de Becky, cuervo incluído.

¡¿PREPARADOS?! ¡Comienzan los doce segundos!

¡DOCE!

¡ONCE!

¡DIEZ!

...

Por fin llegaba el momento. Una vez más la cuarta pared del cubículos se desvanecía para dejarles pasar hacia la arena. Por suerte, los temores de Tybalt no se hicieron realidad pues se trataba de un campo de batalla completamente llano. La presentadora explicó brevemente el funcionamiento de la prueba y la razón de un velo que tapaba la mitad de la arena para que cada congregación se colocase estratégicamente. -Dadme una piedra de silencio y me colocaré en el centro.- Dijo rápidamente. -En cuanto levanten el velo correré hacia ellos lo más rápido posible para evitar que lancen algún conjuro. Si se colocan separados, concentraos en el contrincante sin silenciar. Así podremos interrumpirlos a los dos a la vez.- Tybalt proponía esto confiando en sus reflejos y velocidad. Correría como alma que lleva el diablo... cosa que, en cierto modo, es una verdad a medias.

Los primeros segundos del combate eran decisivos. Antes de que los guerreros llegasen a siquiera tocar a la Cábala, podrían estar muertos. Por esa misma razón había usado ya una de sus bendiciones antes de que las puertas se abriesen.

Muchachos- dijo una vez terminado el hechizo de protección- he de advertiros que cerca mio sentireis con más fuerza la bendición de Hala, pero creo que en los primeros momentos puede ser peligroso, ya que me supongo, centrarán sus ataques en mí. Y no me gustaría que nos cogiesen a todos con los mismos conjuros de área.

De repente las puertas se abrieron, ya no había más tiempo para chácharas.

Pasó decidida pese al miedo que le atenazaba el estómago, sujetando con fuerza a través del ropaje su símbolo sagrado. Una vez dentro de la arena y después de haber escuchado, nerviosa, las palabras de la peculiar presentadora

Lo primero que hizo fué atendender a la petición, ya planeada de Tybalt.

Cuando te lo pase, aléjate todo lo rápido que puedas, que sino no vamos a poder prepararnos nosotros- advirtió la bruja.

Luego, sacaría un pergamino de Escudo de su mochila mágica, pues no iba a dejar que la misma estratagema de interrupción de hechizos que ellos habían planeado con los proyectiles mágicos, recallese sobre su santificadas carnes. por último, sacaría su varita de proyectiles mágicos y esperaría interrumpir los posibles conjuros de sus enemigos según los viese.

Antes de entrar en la arena, con el escudo colgado a su espalda, Jadewo se lanzó un conjuro sobre si mismo, el cual lo fortaleció, preparándole para causar cuanto más daño posible en el menor tiempo, así como quemó un pergamino que le dio mayor velocidad de movimiento, listo para alcanzar a sus adversarios cuanto antes.

Tras las instrucciones Jad asintió a las palabras de Tybalt, mientras sacaba su mandoble la cual encantó con un hechizo y se puso a correr hacia uno de los extremos de donde colgaba la cortina, para desgarrarla en cuanto la cuenta atrás terminara.

Antes de salir todos se prepararon para la batalla a muerte, tanto física como mentalmente. Onfale conjuro una armadura mágica para proteger su delicado cuerpo y leyó uno de los pergaminos grupales para insuflar en el atlético cuerpo del semi-infernal una agilidad aún mayor si cabe.

- En la arena os voy a lanzar un conjuro nuevo que he aprendido.- Lo había visto usar muchas veces a su maestro, aunque en forma de pócima. Las preparaba para las concubinas que, por gustos de su Creador, debían hacer algún tipo de trabajillo especial a algún amigo o invitado. Dicho y hecho. En cuanto salieron a la arena Onfale untó sus dedos en el aceite que había preparado con raíz de regaliz. Se dejó llevar al pasado por los aromas dulzones de la planta y realizó el mudra necesario acompañado de las palabras sáncritas que desencadenaban el conjuro.

- Vammmmm, Svadishthana āśutvam.-  Inmediatamente todos pudieron sentir cómo su corazón se aceleraba y su cuerpo reaccionaba como un felino al acecho de su presa.

- No durará mucho. Aprovechadlo bien.- Se colocó en una posición no demasiado alejada de Leiath y desenfundó su estoque. En su mano izquierda llevaba una de las piedras trueno que aún conservaba. Tenía la esperanza de que sus enemigos no pudieran hacerse invisibles pero, si les pillaba juntos, usaría su magia contra ellos. Al igual que estaban haciendo ellos mismos, sus contrincantes estarían dopándose todo lo posible.  Con un oído ejercitado en los cotilleos y tejemanejes de un harén, el mago trató de discernir los conjuros que se estaban echando a pesar de los vítores del público.

Aire salió nerviosa a la nueva arena. No sabía si los espectadores gritaban por ellos para dar ánimos o para desear su muerte.

Fuera como fuera, no importaba, la niña Aire saludaba a todos por igual, mientras les lanzaba besos y saludaba a todo el mundo

Que cantidad de gente le dijo a Aristóteles, que parecía ausente. Estaba más preocupado por lo que podía pasar en los próximos momentos que por el público.

Pero la Aire inocente duró poco. Un viento oscuro pareció salir de la tierra que pisaba para azotar levemente su cuerpo. Y la Aire hechicera se hizo presente.

Ahora se estarán protegiendo. Nos atacarán con todas sus fuerzas, son sólo dos contra todos nosotros. Usarán ataques de area, lo más destructivos posibles, para alcanzarnos. Además de conjuros que reduzcan nuestra vitalidad lentamente.  informó a los presentes, por si no se les había ocurrido lo que podía pasar. Se planteó qué podía hacer en ese corto espacio de tiempo. ¿Armarse con un conjuro destructivo? ¿O mejor un escudo protector? No podía escuchar las palabras de sus enemigos, así que no podía saber cómo reaccionar. Se intentó poner en su lugar.

Si en realidad eran dos lanzadores de conjuros, sea por magia divina o no, buscaría protegerme de los guerreros que me atacasen cuerpo a cuerpo. Buscaría a sus hechiceros, que serían más débiles pero sus conjuros podrían hacer más daño. Así que tomó una decisión.

Caminó para alejarse de su grupo un poco para no verse afectada por el conjuro de área. Mientras caminaba, cogió un poco de fósforo de su bolsita de conjuros. Dio un par de palmadas por encima de su cabeza, y con la última, unas llamaradas rojas surgieron y empezaron a rodear su cuerpo. Se unieron a su cuerpo como si las llamas formaran parte de ella. Y así se protegió y se preparó

Alice empezó a ver la cosa negra, muy negra, casi tan negra como el día que tuvo el encuentro con unos bárbaros y unos tentáculos... Pero no recordaba por que ese día había sido negro, solo sabia que cuando trataba de recordar lo pasado ese día un escalofrío le recorría la espalda. Tampoco se había atrevido a preguntarle a sus compañeros.

Onfale reconoció las palabras mágicas: ambos cabalistas estaban lanzando cada uno su propio conjuro de convocar monstruo IV.

¡DOS!

¡UNO!

¡QUE COMIENCE EL COMBATE!

Entonces se escuchó, desde el otro lado del telón, un aullido aterrador...

¡AUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUH!

En las gradas cundió el pánico, y algunos espectadores echaron a correr en dirección a las salidas de emergencia. Más de la mitad, permanecieron en sus asientos, con el corazón en vilo y un ansia viva por ver sangre.

La magia desplegada justo antes del comienzo de la prueba hacían de Tybalt una mejor versión de si mismo. Ya conocía el conjuro que aumentaba su agilidad, pero esta vez algo más fue lo que le afectó. Se sentía más ligero, más veloz, más ágil. Y además de eso, Alice encantó su mejor arma para hacerla todavía más letal. Ahora solo le quedaba hacer su parte en aquella batalla. 

El último de toda la retahíla de conjuros fue el que lo sumió en un silencio absoluto antes de dirigirse al centro de la arena, junto al velo. La total ausencia de sonido hacía que el tiflin pudiese concentrarse mejor en su cometido, como si estuviese en una catársis que le permitía centrarse en lo que sabía que tenía hacer. El velo se levantó y Tybalt pudo ver lo que se encontraba al otro lado. Como se había esperado, los cabalistas estaban separados y protegidos por una criatura que invocaron en el tiempo que les dejaron de preparación. Entonces vio un hueco, un camino por el que llegar directamente a uno de los rivales. Aunque dejaría atrás a las bestias, si acababan rápidamente con sus conjuradores terminarían antes con el combate. Como un rayo, casi sin tocar el suelo, el espadachín trazó una silenciosa línea recta en la arena directa hacia el cabalista que estaba a su derecha. En un abrir y cerrar de ojos se plantó frente al mago y, casi sin ver qué lo provovó, un chorro de sangre tiñó de rojo el suelo de la arena. No se oyó ningún grito.

El perfumista pudo anticiparse al aullido de la criatura invocada por los cabalistas y soportar el terror que recorría su cuerpo. Jadewo saltaba para rasgar el telón y así el mago podía ver qué coño sucedía en el otro lado. Conocía bien a ambas criaturas invocadas lo cual siempre era una ventaja. El plan no estaba saliendo demasiado mal, a pesar de que sus contrincantes ahora eran cuatro y no dos. Todo como habían previsto.

Tybalt, acelerado como estaba, corría como el viento hacia uno d elos cabalistas.

Ya lo tiene.- Con el aura de silencio activa el conjurador poco tenía que hacer más que rezar porque su bestia corriese en su ayuda. Jadewo asistiría al semi-infernal en una mortal y pintoresca pareja.

- A por el otro.- Indicó al reto de compañeros entre los que se encontraba todo un aquelarre de brujas.- ¡Freídlo!- Dicho y hecho.- Raaaaam. ¡¡Manipura shaktí!!- De la mano de Onfale tres proyectiles mágicos fueron directos hacia su objetivo. Su impacto era inminente. Lanzado el conjuro se apresuró a proteger a Leiath a la vez que ordenaba a Flame proteger a las otras brujas.

- Flame, no dejes que les lleguen.

Con un fuerte salto Jadewo aferró la tela del telón y con la ayuda de su peso con la armadura y de su fuerza ampliada mágicamente, arrancó el toldo de su soporte haciendo que este se fuera soltando pieza a pieza en una reacción en cadena como si de una catarata se tratara.

Clack, clack, clack...

Allí quedaban sus contrincantes a la vista, junto a las criaturas que habían invocado. Tybalt, una vez tuvo los adversarios a la vista emprendió la carrera contra el que quedaba más cerca de Jadewo. El guerrero arcano avanzó hacia el centro de la arena, llamando la atención de las criaturas invocadas y quedando cerca del adversario más próximo.

La maga hizo gala de su gran aplomo, calidad que había tenido el placer de entrenar en la anterior prueba al tener que aguantar a Beck y Aire.

Viendo la oportunidad y que no había posibilidades de chamuscar a ninguno de sus compañeros, a no ser que alguno fuera tan estúpido como para entrar en el radio de acción, empezó a calcular el punto exacto donde debería de caer la bola de fuego para afectar al Aullador y al primer cabalista.

La férrea fé de Leiath la mantuvo sin immutarse por el escalofriante aullido de las criaturas convocadas.

Pese a que a ella misma le había parecido un mala idea eso de arrejuntarse ante la posibilidad de algún ataque de área proveniente de los enemigos, se situó en un lugar más centrado para que su círculo protector abarcase a cuantos más mejor.

Una vez en su nueva posición, alzó una plegaria a su diosa para bendecir el combate. Tuvo cuidado de no mostrar demasiado su símbolo sagrado ni alzar excesivamente la voz, pues no sabía cómo reaccionaría el público si reconociese a la gran Hala.

Aire escuchó a las criaturas y aguantó con estoicismo el terror que recorría cada célula de su cuerpo. No podía permitir que los presentes vieran que estaba sufriendo un ataque de pánico o algo parecido. Mentalizó su mente, como cada vez que lanzaba un conjuro, y canalizó su miedo hacia las extremidades, para que salieran de su cuerpo sin dejar rasto. Aún así, no pudo evitar soltar un suspiro de relajación.

Por fin pudo centrarse en el combate. Dos enemigos a abatir con sus dos criaturas cada uno de ellos. Aquellos monstruos seguramente eran más feroces que la Cábala, pero ellos eran los primeros que tenían que caer.

Metió la mano en su bolsa de conjutos calculando la distancia. Sería suficiente. Sacó un poco de polvo y unas gotas de agua que parecía que jugueteaban en su mano. Lo lanzó todo al aire mientras las palabras arcanas salían de sus labios, y su mano agitaba esa mezcla de componentes. Como si de una tormenta se tratara, se empezó a formar unas nubes horribles que se dirigían rápidamente al miembro de la cábala que tenía más alejado, y el granizo empezó a caer sobre él con todas sus fuerzas.

Onfale, tras interpelar a la chica vomitona, miró a su lado... Flame no estaba. Había huído como una cobarde, a gran velocidad gracias al conjuro de acelerar que le afectaba. Trepó por la pared, con su aptitud sobrehumana de escalada. Los demonios de la organización trataron de detenerla, pero Flame era demasiado rápida. Antes de que pudiesen evitarlo, Flame cruzaba una de las salidas de emergencia, mezclada con la multitud. El cuello de Onfale se volvió a girar para ver al gigantesco aullador corriendo hacia él...

La explosión de la bola de fuego de Alice y la tormenta de hielo terminaron por tumbar a aquel mastodóntico perro-erizo, que se evaporó en el aire mientras volvía a su plano. La tormenta continuaba, y en ella, la figura del cabalista seguía en pie. Onfale apuntó sus dedos hacia él... como llevado por titiritero, la mano del eunuco volvió a bajar. No podía hacerlo. La mente de Onfale no era lo suficientemente fuerte como para atacar al cabalista. Pero... ¿por qué?

Onfale miró a su compañero Tybalt. En la otra punta del coliseo, las espadas del tiflin temblaban, con el filo a escasas pulgadas de la frente del otro demonologista. El encapuchado sonrió. Sin poder darle instrucciones al sabueso por culpa de la zona de silencio, el perro demoniaco atacó a su rival más próximo: Jadewo. Con un salto en el aire, voló hasta los diez pies de altura y abrió sus fauces en dirección a Jadewo, que le esquivó sin problemas.

El eunuco estuvo cavilante... ¿Qué sabía de los sabuesos yez? Vuelan, visión en la oscuridad, débiles a la plata y con un gran olfato. El cabalista de la derecha había hecho una buena elección.

Mientras, el cabalista de la izquierda retrocedía hasta salir de la tormenta de hielo de Aire, y se ponía en guardia para lo que estaba por venir. El de la derecha, al no poder seguir pronunciando las palabras mágicas, saca una varita y empieza a agitarla en el aire, conjurando sin necesidad de pronunciar ni una palabra.

Becky tomó aire con decisión, y caminó decidida hasta traspasar el telón caído. Puede que no fuese una maga muy útil en combate. Puede que fuese un auténtico escollo, una carga, la ladilla pesada que siempre estaba allí. Pero quería ayudar. Y lo más útil que tenía era una cola demoniaca.

Y mientras, en la grada...

Perdón, permiso. Ñam-comió, llevándose un puñado de palomitas del cesto a la boca-. La posadera tenía razón. Ya que no puedo encontrar a esos fugitivos escurridizos, por lo menos debo aprovechar el viaje y distraerme un po... un po... ¡ESA DE AHÍ ES BECKY! ¡Y ESOS DE ALLÍ SUS FASTIDIOSOS CÓMPLICES!

Jadewo se agachó ante la dentallada de la criatura invocada, no era ese su objetivo.

No terminando de comprender el motivo por el cual Tybalt no dañó al sacerdote, el guerrero arcano dio un rodeo para terminar de alcanzar el flanco opuesto a Tybalt, listo para atacar con contundencia al cabalista. Y así lanzó un ataque contra este... ¡pero por algún extraño motivo no le alcanzó con su acero encantado!

El combate pintaba muy bien. Les superaban en número y sus recursos no eran pocos; no deberían tener dificultad en acabar con La Cábala. Habían tenido suerte en el reparto; definitivamente Hala estaba con ellos.

A pesar de que todo estaba de su parte no había que desestimar al enemigo.

Onfale, acercaté a mí. La criatura no podrá entrar en el círculo protector - quiso recordarle la bruja a su amigo perfumista cuando vió a la bestia acercarse a él a la carrera.

Permaneció, según lo planeado, a la espera con su varita mágica de proyectiles, por si veía a cualquiera de los dos contrincantes comenzar a prepara algún conjuro.

Tampoco hubo sangre en el suelo. Había estado tan seguro de la mortalidad de su golpe que hasta le había parecido ver lo que realmente no había llegado a ocurrir. Tybalt estaba perplejo ante la imposibilidad de su filo para atravesar a su oponente a pesar del visible y mudo esfuerzo que estaba haciendo por empujar su espada.

Soltando un improperio que nadie llegó a oir, el espadachín desistió. Sin duda el cabalista había lanzado alguna clase de magia que lo hacía intocable. Tybalt no sabía mucho de magia, al menos no mucho más de lo que haya podido aprender como simple testigo del poder de sus compañeros. Sabía que los efectos no podían ser eternos. Quizás tuviese un límite de tiempo o un desgaste concreto, no lo sabía. Pero la estúpida sonrisa en el rostro del mago le llevó a comprobar esta última teoría. De modo que volvió a la carga aprovechando que todavía duraba su fortalecimiento mágico. Aprovechando la oportuna intervención de Jadewo y con un destello de ira en sus ojos, el semidiablo comenzó una danza mortal donde sus afiladas hojas eran las protagonistas. 

Onfale agradeció las buenas intenciones de Leiath pero el ser convocado por el cabalista había vuelto a su plano. Su conjurador parecía seriamente dañado pero no acabado. Tenían que acabar con él como fuera.

Esta vez no te me escapas.

- Raaaaam. ¡¡Manipura shaktí!!-Volvió a probar suerte y, esta vez, los tres proyectiles mágicos impactaron en su objetivo con más fuerza si cabe. Esperaba que Aire y Alice remataran la faena con su poderosa magia.

Una vez lanzado el conjuro el perfumista evaluó la disposición del campo de batalla. Flame había vuelto a huir. Aquella mujer, con todo lo fuerte que era, no dejaba de ser una auténtica cobarde. No era la primera vez que la veía huir de aquella manera, pero les estaba dejando en la estacada. lo más fuerte era que la situación parecía controlada.

- Leiath, voy a avanzar.- Dijo con la esperanza de que la Bruja de Hala también lo hiciera. Desaparecida la invocación debía aproximarse por si los guerreros o Becky necesitaban un apoyo.  El aura de silencio de Tybal le hacía imposible avisar a sus compañeros a viva voz acerca de las características del sabueso invocado.