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En la flor de la vida

La casa del bosque

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30/01/2021, 17:24
Director

La casa del bosque

No hacia mucho que la heroica intervención de los hechiceros en el monte Sodden había resultado crucial para detener el imparable avance del Imperio Nilfgaardiano, una amenaza que los Reinos del Norte no habían conocido hasta entonces. Allí, en Sodden, se podían encontrar los nombres de los catorce mártires que habían dado su vida para rechazar a los nilfgaardianos tallados en piedra en un obelisco que coronaba el monte. Muchos creyeron entonces que aquella importante victoria había sido el golpe decisivo que convenciera a Nilfgaard de que era mejor olvidarse de sus intereses de conquista en el norte. Mas se equivocaban. El Imperio no tardó muchos años en querer resarcirse de aquella mancha vergonzosa y humillante que supuso la derrota en Sodden, dispuesto a golpear con su puño de hierro de nuevo en las tierras que se extendían más allá del Yaruga y ponerlas al fin bajo su poderoso yugo.

Mucho se escribió entonces y a lo largo de los años sucesivos sobre las diferentes batallas que allí tuvieron lugar. Sobre si fueron los norteños quienes rompieron la frágil paz o de si fueron los nilfgaardianos quienes tensionaron la situación hasta el extremo y provocaron el incidente que llevó a su tropas a atravesar el fronterizo río. Pero lo que los relatos oficiales olvidan de las muchas historias recogidas por la tinta de los cronistas en aquellos días fueron las referentes a las barbaries y a los actos atroces que se cometieron en las zonas fronterizas por parte de ambos ejércitos. En una tierra arrasada por la guerra, donde pueblos y ciudades ardían, y donde en los campos se sustituían los espantapájaros por las picas y las horcas, ningún bardo o historiador pudo reflejar la vileza y la bajeza humana que sufrieron dichas tierras. La situación llegó a un punto en el que cualquier trocha o caminucho, por pequeño que fuera, resultaba peligroso. Si los ejércitos de uno u otro signo no pasaban por la espada a todo viajero que allí encontraban, lo hacían los comandos de los scoia´tael, los ruines javecares o los bandidos corrientes y molientes que crecían en número y menquindad. Grandes caravanas de mercaderes y campesinos empezaron su lenta marcha hacia el norte protegidos por valientes hombres de armas contratados como escoltas, pero quien viajaba en número más pequeño debía evitar las sendas y caminar a través de los bosques, con sumo cuidado.

De esta guisa caminaba un pequeño grupo de individuos de las más diferentes clases y condiciones que no tenían en común mucho más que el hecho de huir de la guerra y encaminar sus pasos lo más al norte posible, alejándose del frente de batalla y huyendo de la guerra por las más diversas circunstancias. El grupo se había ido formando poco a poco, como era habitual en aquellas circunstancias, pero ya hacía aproximadamente una semana que los seis se encontraban juntos. El ritmo a través de los bosques había compaginado marchas frenéticas con días enteros a la espera de que alguna batalla finalizara para cruzar la campiña, bajo la lluvia, escuchando los gritos que llegaban de los moribundos y soportando el hedor de la muerte. Tal había sido el viaje que habían perdido la noción de en qué punto del mapa se encontraban, e incluso de en qué día estaban. Podían ver la cordillera de Mahakam en la distancia en el oeste, por lo que deducían que se encontraban en el corazón de Lyria, en algún punto entre la ciudad del mismo nombre y Rivia. Al menos ya hacía un par de días que no encontraban señales de las avanzadillas nilfgaardianas, aunque el ritmo impuesto en aquellos dos últimos días había logrado agotarles y los víveres comenzaban a escasear. Por no hablar de que ya ni recordaban cuando habían dormido bajo techo y comido caliente por última vez.

La mañana de aquel día les encontró durmiendo entre los árboles en el corazón de aquel bosque, encogidos de frío y con las extremidades entumecidas. Ni siquiera se atrevían a encender un fuego que les calentara por si el resplandor de las llamas pudiera ser visto por ojos que no debían. Por delante se aventuraba otro día de atravesar penosamente entre los árboles y atravesar campos con el temor de ser descubiertos por patrullas de avanzadilla. Algo que hasta entonces, por fortuna, no había ocurrido.

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31/01/2021, 00:50
Martem de Bremervoord

La brisa mecía las ramas de los árboles, haciendo susurrar el negro dosel de sus copas. Más arriba, al otro lado de la tupida celosía de hojas, el cielo seguía teniendo un oscuro color como de hierro. Los cálidos tonos del alba aún no habían roto la densa capa de nubes, y tal vez no lo hiciesen en lo que quedaba de día, en los días siguientes. El aire era denso, pesado, húmedo. Y frío. Sobre todo, frío. Además, era un frío desagradable, de esos que se agarran a los huesos de las personas y ya no los sueltan, que dan la sensación de estar mojado todo el tiempo. Por mucho que se abrigase uno, por muchas capas de ropa que interpusiera entre su piel y el aire, nada podía mantener a raya aquella gelidez.

Martem pestañeó. Le había parecido que una minúscula gota de agua le había caído en la cara, cerca del ojo. Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba despierto. Ya se había aburrido de mirar las copas de los árboles, apretando las mantas contra su cuerpo hasta casi estrangularse a sí mismo para no dejar ningún espacio por el que el pegajoso frío pudiese colarse. Sabía que ya no conseguiría dormir más, y de todas formas estaría a punto de amanecer, si no lo había hecho ya. En aquel bosque, y con esas nubes, era difícil saberlo.

Con un suspiro de resignación, se incorporó, doblando la cintura hasta quedar sentado sobre la estera de su saco de dormir, aunque todavía seguía abrazado a su propio cuerpo, envolviéndolo con la manta. Se atrevió a sacar tentativamente uno de sus brazos para pasarse la mano por el cráneo desnudo en un gesto indolente, limpiándose de pequeños restos de corteza y alguna hoja que se le habrían quedado pegados mientras dormía. Sus ojos azul claro otearon el boscaje que lo rodeaba, sin ver más que sombras grises entre los pálidos troncos. Por más que aguzara el oído, lo único que le devolvía el aire era el murmullo de las hojas, acompañado de pequeños crujidos ocasionales que podían ser cualquier cosa, desde un pequeño movimiento provocado por el viento hasta un acechador emboscado que se acercaba lentamente. El hombre tuvo un estremecimiento. ¿Cuándo se acabaría aquello? Estaba cansado. Su cuerpo y su mente estaban agotados, al límite después de un día detrás de otro de travesía, con el dolor de la caminata clavándosele en todas partes y sin apenas dormir por culpa del miedo. El constante y omnipresente miedo a ser descubierto y asesinado sin escrúpulos por cualquier panda de desalmados con quien pudiese encontrarse en el camino. Eso era de lo que más harto estaba.

Pero por suerte no estaba solo. Mirando a su alrededor, vio los bultos oscuros que eran los cuerpos arrebujados en mantas de sus compañeros de viaje, que aún dormían o intentaban hacerlo, o quizá estuviesen tan despiertos como él y sencillamente no tuviesen ninguna gana de levantarse y enfrentarse a otro penoso e incómodo día de viaje. Martem chasqueó la lengua, sintiendo algo a medio camino entre la diversión y el abatimiento. No podía culparlos. Él mismo se quedaría ahí tirado esperando a echar raíces, una idea que le resultaba de lo más tentadora. No merecía la pena, pensó. Por supuesto, era un pensamiento tan absurdo como pasajero, un mero devaneo que no iba a ninguna parte. Claro que merecía la pena. La alternativa era morir como tantos otros desgraciados que habían perdido la vida en el choque entre dos ejércitos por los que Martem no daría una mierda. Solo por eso ya merecía la pena.

Pero la guerra no era lo único de lo que estaba huyendo.

Aquel pensamiento espoleó al hombre, que tomando un pequeño impulso se levantó definitivamente de su petate, deshaciéndose de la manta y de lo último que quedaba del adormecimiento nocturno. De mal humor, sacudió sus ropas y recogió sus cosas, doblando el saco de dormir y ciñéndolo a su espalda. Con el pie, removió la tierra y el sotobosque para ocultar el hecho de que ahí había habido alguien durmiendo hasta hacía unos minutos. No llamó a los demás; estaba convencido de que ya estarían despiertos, y en caso contrario, tampoco es que le hiciese especial ilusión privarlos de sus últimos momentos de sueño reparador y olvido. Mientras ponía en orden sus cosas en silencio, se preguntó por enésima vez si estaría siendo sensato al confiar en ellos. La rápida conclusión fue la misma a la que había llegado todas las veces anteriores.

No tenía más remedio.

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02/02/2021, 09:17
Alberich de Narok

Alberich estaba inmóvil, sentado a horcajadas sobre la gruesa raíz de un roble y con la espalda pegada al tronco del árbol. Arrebujado en su capa, con la capucha ensombreciendo su rostro y con el bastón descansando contra su hombro izquierdo parecía más la estatua de una antigua ruina élfica que una persona, aunque el vaho que surgía de debajo de su capucha era lo único que revelaba que estaba vivo y que no era una escultura… o un pobre desgraciado que murió por hipotermia. Habiendo nacido en un reino del que se dice que solo tiene dos estaciones, invierno y agosto, el kovirano estaba acostumbrado al frío pero en esta ocasión lo padecía casi tanto como sus compañeros de viaje, estaba calado hasta los huesos, le dolían las articulaciones y añoraba el cálido abrazo de una fogata. Más de una vez estuvo tentado a usar su magia para conjurar un orbe fuego que le calentara, pero siempre terminó por descartar esa idea ya que su instinto de supervivencia le gritaba al oído que en esta situación su vida valía mucho más que una simple comodidad.

Al igual que en todas las jornadas anteriores, Alberich había reclamado para sí mismo la última guardia de la noche, siendo así siempre el primero del improvisado grupo en ver el alba. Sin embargo, tras haberle dedicado una mirada a las grises nubes que merodeaban por el firmamento, parecía que nuevamente tendrían que seguir lidiando con el frío hasta que los matutinos rayos del sol tuvieran la fuerza necesaria para penetrar los nubarrones o hasta que estos últimos abandonaran el cielo lyrio.
A pesar que el amanecer es un evento digno de admirar, la razón por la cual el mago siempre reclamara la última guardia nunca fue esa, ni porque estuviera acostumbrado a levantarse antes de los primeros rayos a causa de su tiempo entre condottieri, como solía argumentar, si no porque simplemente no terminaba de confiar del todo en los que le acompañaban… o, mejor dicho, de algunos de ellos. De hecho, no sería la primera vez que un compañero de viaje le robara sus pertenencias y huyera poco antes del amanecer… Irónicamente y por extraño que sonara, el único que a Alberich que le resultaba más fiable era el enano, principalmente porque distaba mucho de la “ardilla” arquetípica y porque gracias a las escasas veces que habían hablado era el único que demostraba tener cierta cultura, lo cual le recordaba a su tiempo de formación cuando intercambiaba ideas con maestros y otros aprendices de la Academia de Ban Ard. La bruja le resultaba igual de antisocial que los otros mutantes con los que se había topado en el camino, pero por el momento le bastaba confiar en la neutralidad de su orden y en que su prioridad eran los monstruos. El bardo no le parecía más que un charlatán, un chaquetero que bailaba al tintineo de las monedas. Y con el que parecía ser un oscuro estaba dividido ya que no sabía si era un desertor o un espía, lo cual lo podía convertir tanto en un valioso aliado como en un peligroso enemigo. Sin embargo, la verdadera incógnita era el calvo de barba rojiza ya que hasta el momento no le había dado razones para desconfiar de él, pero tampoco para fiarse…

Tras percatarse que el tal Martem se había despertado, el mago abandonó sus cavilaciones y movió su cabeza a modo de saludo cuando las miradas de ambos se entrecruzaron. Además, al darse cuenta que los demás se despertarían en breve, Alberich desenfundó lentamente su espada para comprobar que esta no estuviera atascada a causa del frío y tras envainarla, se irguió ayudándose con su bastón mientras sentía como sus articulaciones crujían. Una vez de pie, primero le dedicó un vistazo a su zurrón, el cual seguía descansando a su diestra y estaba preparado desde que inició su guardia, y luego volvió a envolverse en su capa.

-Puta guerra, si los oscuros hubieran esperado un poco más ahora mismo ya estaría cerca del Pontar -murmuró para sí mismo.

Notas de juego

Como no estamos encendiendo fogatas para así no llamar la atención, me parece lógico que también tengamos que hacer guardias (si no hay nadie que vigile, no tiene sentido que nos muramos gratuitamente de frío xDD) y por eso me tomé la libertad de decir que mi personaje se encarga de los últimos turnos (espero que no tengáis problema con ellos).

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02/02/2021, 11:45
Jezal

Durante las primeras noches había dormido prácticamente abrazado a su hacha, y eso era si uno podía entender aquello como dormir. El saco había hecho poco por aliviar el frío que le había calado hasta los huesos, pero el miedo lo había paralizado tanto que apenas se había movido, ligeramente encogido. En más de una ocasión escuchó con claridad cómo un filo abandonaba su vaina, solamente para darse cuenta poco después de que no se trataba de más que el viento silbando entre las ramas de los árboles. Al final, había sido solo el cansancio el que había conseguido abatirlo en casa ocasión.

Cuando aquel final temprano que había estado esperando no había llegado, el vacío que prosiguió se vio inmediatamente reemplazado por una agria sensación de añoranza. Regularmente se volvía para mirar el camino por el que habían venido, y sentía cómo la boca se le secaba al recordar todo lo que había dejado atrás. La holgura de un lecho seco, el cálido cosquilleo que el alcohol deja en la garganta y la adoración de una mujer apoquinada para declarar su amor eterno le parecían a esas alturas placeres tan lejanos que los recuerdos tenían en realidad que pertenecer a otra persona. Incluso empezaba a echar de menos a su familia y los gritos del mariscal, y eso no podía ser buena señal.

Por eso mismo, en una ocasión, había fantaseado con montar a lomos de su caballo y galopar como un poseso hasta alcanzar las líneas nilfgardiaanas. En esa fantasía, aseguraba compungido que los barbáricos norteños lo habían capturado en mitad de la batalla, y que solo gracias a un acto de incomparable valentía había logrado escapar de sus garras antes de que lo subieran al cadalso. La fantasía, irónicamente, terminaba precisamente en un cadalso, si bien de uno del que colgaban banderas de un color que le resultaba mucho más familiar, y eso le quitó las ganas de seguir fantaseando. Por supuesto, la realidad era que no había sido capturado: Había sido él mismo quien aprovechando el fragor de la batalla había huido, se había deshecho de su armadura negra y se había procurado todo lo que había podido permitirse comerciando con oportunistas a los que prefería no preguntar de dónde provenían sus mercancías.

Finalmente, había llegado la aceptación de su situación, o lo más cercano que un crápula podía estar de aceptar que se había convertido en un paria sin recursos. Le gustara más o menos, ya no había vuelta atrás, y si la compañía con la que viajaba no le había rebanado el pescuezo todavía, seguramente ya no tenían intención de hacerlo. Eso era, al menos, lo que él se decía a sí mismo, mientras jugaba entre los dedos con un pequeño y colorido medallón tan desgastado que ya no podía ni verse el emblema. Así, aunque al principio a duras penas había pronunciado palabra en un intento inútil por ocultar su acento, poco a poco había intentado atreverse a interactuar más con sus compañeros, si bien no sin dificultad. La suerte había querido que Jezal estudiara la lengua del norte, pero estaba lejos de tener soltura con ella. No era del todo difícil que las sutilezas del lenguaje se le escaparan y, a su vez, expresarse resultaba una tarea ardua. Esencialmente, había pasado de hablar poco por desconfianza a hacerlo por frustración.

Aquella mañana, el nilfgardiaano llevaba ya un buen rato despierto, en silencio, cuando por fin se decidió a escurrirse fuera del saco. Le dolía todo el cuerpo, lo suficiente como para que su energía inicial fuera suficiente únicamente para quedarse sentado sobre el mismo.

Ard stronthe —escupió en su lengua, en voz bajita, frotándose la cara con la palma de la mano mientras flexionaba las piernas. Mientras se desperezaba, su mirada buscó a cada uno de sus cinco acompañantes. Un día más. Estaba por ver si a la suerte le apetecía seguir sonriéndoles.

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02/02/2021, 12:03
Dannar

Atrás quedaba Skellige, con sus costas cubiertas de espuma y sal, que habían aguantado durante miles de años el constante envite de las olas. El salvaje mar por el que navegaba era todo lo que se veía en kilómetros a la redonda, un océano picado que ponía a prueba la resistencia del navío y, sobre todo, de sus duros tripulantes, todos y cada uno de ellos férreos isleños del Clan An Craite. Dejar el archipiélago había sido lo más doloroso que había hecho nunca, pero también necesario; el tiempo con Kylian había sido solo un sueño, algo que no podía ni debía durar. Ella, al fin y al cabo, era una bruja, por lo que asentarse con una familia y parir una camada de críos quedaba descartado. Así que allí estaba, de pie sobre la cubierta de un drakkar de guerra, firme pese a la tormenta, rodeada por una veintena de curtidos saqueadores que se dirigía en una incursión hacia el continente, y que habían aceptado llevarla a cambio de protección ante los muchos peligros que a veces escupían las aguas.

La travesía duró una semana y su presencia no fue necesaria, cosa que agradeció. Muchas de las criaturas que vivían en las oscuras profundidades del Gran Mar eran inteligentes, por lo que matarlas, a pesar del laxo código de su Escuela, no estaba del todo bien visto en su profesión. Además, las resbaladizas cubiertas de los barcos en plena tempestad no eran el mejor campo de batalla, y no habría sido la primera, ni sería la última, que a pesar de su destreza acabara cayendo por la borda y desapareciendo para siempre. No le había abandonado para terminar así su historia.

Desembarcó en Verden, desde dónde comenzó su travesía hacia el sur, rodeando Brokilón, siempre atenta a las sombrías profundidades de la floresta, dónde bien sabía que decenas de ojos observaban cada paso que daba, cada gesto y movimiento. Las driadas habían conseguido, siglo tras siglo, mantener alejados a sus vecinos humanos de allí, hasta que el lugar había recibido el funesto nombre del Bosque de la Muerte. Pese al riesgo de cabalgar tan cerca de la primitiva arboleda, ella era una vieja conocida, cosa que debía servir de algo. O eso esperaba. En cambio, allí eran pocos que se atrevían a acercarse, y mucho menos que sobrevivieran a semejante osadía.

Hombres de armas, mercenarios, soldados, bandidos, Scoia'tael... El número de asesinos de toda clase y procedencia se había incrementado en gran medida desde su última visita. Los rumores sobre una nueva guerra rápidamente se habían convertido en noticias preocupantes, lo que la había llevado a tomar la decisión de seguir tan temerario sendero, pues no estaba de humor para tener que soportar los comentarios de las levas que se iban reuniendo, las encerronas de matones de tres al cuarto que se creían algo por llevar una espada en el cinturón o una pica en las manos o, lo que era más peligroso, los asaltos de bandas de forajidos recién formadas a causa de la escasez o, en muchos casos, los más deplorables, simplemente la oportunidad.

Así era el mundo que les había tocado vivir.

No siempre había sido así, recordaba un tiempo, más joven, en el que los caminos eran seguros. Los monstruos eran la única amenaza y la gente se alegraba cuando ella aparecía sobre su caballo, lista para solucionar sus problemas. Era algo pasajero, por supuesto, la mayoría siempre esperaba a que el trabajo estuviera hecho y luego buscaban una excusa, algo de lo que culparla, con tal de no pagar. Cuando no funcionaba, a veces la echaban sacando a relucir horcas y tirando piedras a su paso. Pensándolo bien, se merecen lo que les pase. Muchos otros brujos habían acabado hartos del trato que se les daba, y en los últimos años habían sido varios los altercados que habían acabado mal. El Carnicero de Blaviken, la matanza de Iello, las cosas no iban como debían si esas situaciones seguían repitiéndose. Y aún así, aquí seguimos. Tal vez la culpa es nuestra. Pero para eso habían sido entrenados y eso era lo único que sabían hacer. Por eso viajaba hacia la frontera, hacia el frente.

La encarnizada lucha con Nilfgaard, como ya ocurriera la primera vez, daría como resultado un importante aumento en la población de ciertos especímenes, y allí estaría ella para limpiar el desastre, si es que se lo permitían. Más bien, cuando me lo permitan. Era tan inevitable una cosa como la otra.

Dannar atravesó Brugge, Sodden y, finalmente, alcanzó Lyria, siempre acompañada por los ecos de la batallas y el peligro de las constantes emboscadas que, uno y otro bando, llevaban a cabo sin distinción ninguna. Más de una vez tuvo que luchar, y más aún huir superada en número por escoria que, aprovechando la situación, se había lanzado a una campaña de pillaje que no entendía de banderas. Aquél era uno de esos días en los que la comprometida situación la había obligado a retirarse a los bosques, perseguida por una avanzadilla del Imperio que, por suerte, hacía días que había perdido de vista, dejando solo un mal recuerdo de la escaramuza.

El rocío de la mañana la despertó esa mañana poco antes del amanecer. El encapotado cielo saludaba como cada mañana, anunciando otro día gris que el sol no lograría romper. Mal presagio, habría dicho algún agorero de pacotilla, la misma clase de persona que se habría santificado al ver un cuervo. Ja, no hace falta ser un adivino para saber que son un mal augurio, y si no díselo a todos los que están en el frente, viendo como esos pajarracos se alimentan de las entrañas de sus compañeros caídos. Hastiada, se medio incorporó lentamente y escupió en el suelo a su lado. Debía admitir que, últimamente, despertaba con un humor de perros. Y este frío no ayuda en absoluto.

Hacía días que no sentían, ni ella ni sus forzosos compañeros de marcha, el calor de un fuego digno de tal nombre. Sentía los músculos entumecidos, el cuerpo entero agarrotado. No era solo la baja temperatura. La tensión acumulada tenía parte de la culpa. ¿Cómo no iba a ser así? Cada vez que alguien pisaba una rama seca y partía, se sobresaltaban mirando a todas partes. Las tinieblas a su alrededor podían ocultar cualquier cosa. De seguir así, enloquecerían, se volverían unos contra otros. Más cuerpos sin nombre que, posiblemente, desvalijaría el superviviente y más tarde devoraría un grupo de ghuls. Suspiró. Bueno, si soy yo, me puedo encargar de ambas cosas. Siempre había que ver el lado positivo a la mierda de situación.

Tras sufrir un escalofrío no del todo a causa del ambiente, terminó de apartar la manta que la cubría, y que a duras penas hacía su función, y salió del saco con un movimiento fluido que la puso en pie casi al instante. Sus felinos ojos pasaron por cada uno de sus compañeros, a ninguno de los cuales sonrió ni hizo gesto alguno que delatara sus pensamientos, impasible, para acabar por fijar la mirada en un punto distante a través de los árboles. Con la atención perdida, se estiró como un gato e hizo crujir su cuello, que chascó con un sonoro "crack". Mucho mejor.

Ajena a la atención que sus sinuosos movimientos pudieran haber atraído, se volvió a sentar para recoger su odre, del que echó un trago que mantuvo en la boca y escupió tras una gárgara, y sacó una de las escasas raciones secas que llevaba encima, la cual se puso a comer en silencio.

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02/02/2021, 18:18
Rion Aedryn

Hacía varios días que decidieron compartir viaje y penurias para avanzar de un modo seguro por aquellos bosques sinuosos hacia el norte. La verdad es que, pese a que no le inspiraran la mayor de las confianzas, prefería compartir el viaje con un grupo de rancios que apostar su seguridad personal a un par de sencillas armas y a su propio ingenio como únicos mecanismos de defensa. Sus ojos llevaban abiertos varios minutos, observando con aire distraído los resquicios de cielo que dejaban entrever las ramas de los árboles. La mano derecha del bardo permanecía cerrada en torno a su amuleto, el cual era el único vestigio de su existencia pasada. Lo poco que guardaba buen recuerdo en su memoria de sus años de infancia estaba en aquel simple colgante. Cómo pasaba el tiempo...

La vida de un bardo le empujaba a dormir (o a intentarlo) muchas veces en tugurios de mala muerte o al aire libre, por lo que las frías temperaturas del bosque no eran un gran problema para el joven Rion. En cambio, lo que sí empezaba a echar en falta con imperiosa necesidad, era el calor humano; el femenino, siendo más concretos. Uno no era de piedra y debía saciar sus apetitos. 

¿Cuánto hacía desde la última vez que despertó en un lecho junto a una mujer ligera de cascos a su vera, disfrutando de su íntima compañía? En realidad, no tanto. Pero para él, acostumbrado a recurrir a las compañías femeninas y a su característico olor después de una buena sesión de sexo, iniciar un viaje junto a un grupo de desconocidos para mantenerse con vida privándose de lo que más le gustaba, le reconcomía por dentro. Y la única fémina de la variopinta empresa era tan fortachona e intimidante que costaba imaginar que pudiera engatusarla solo con sus palabras. Aunque, quién sabe, el futuro podía traer nuevas sorpresas en su camino... A decir verdad, no dejaba de ser un reto camelarse a la bruja para llevarla al catre. Y Rion adoraba los retos.  

“Ojalá poder descansar en una posada y no a la intemperie como un perro callejero” —pensó mientras se desperezaba e incorporaba para dirigirse a un árbol cercano a cumplir con las necesidades fisiológicas de todo hombre. Una vez se halló renovado, volvió sobre sus pasos, pisando sin querer varias ramas que crujieron bajo sus botas, terminando de despertar al resto de sus compañeros. Les miró con un rostro de fingido arrepentimiento, ese que tan bien se le daba componer, antes de comenzar a recoger sus bártulos con parsimonia. 

Uaaaah... —bostezó, estirando los brazos de un modo exagerado—. Buenos días, queridos camaradas. Otro triste y plomizo día en esta triste y plomiza región. Qué divertido, ¿eh? —planteó con una sardónica sonrisa—. ¿Cuándo pensáis que habremos de gozar de la clemencia de los rayos del sol o de las calurosas llamas de una chimenea? 

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03/02/2021, 21:51
Morkam

Cuando despertó sintió la humedad del ambiente impregnando sus pestañas con pequeñas gotículas de agua. Parpadeo un par veces mientras observaba el manto grisáceo que cubría el firmamento. Con lentitud, al oír como sus compañeros comenzaban a movilizarse, se sentó con las piernas cruzadas mientras miraba sus callosas manos.

Sus gruesos dedos habían sido adiestrados a través de una larga y dura práctica, con el fin de obedecer los designios de su mente con gran perfección. Donde algunos veían un delicado lino con el que embriagar sus sentidos y un robusto roble en el que apoyarse y poder descansar, él veía algo con lo que crear una obra de arte. Con el corazón de un roble podría crear la estructura de un arco y con las fibras del lino la cuerda. El resultado era una obra de ingeniería simple que podía alimentar a una familia entera a través de la caza. Algo hermoso sin duda.

La guerra era una fiel cliente en su trabajo. Siempre se necesitaban manos para curtir el cuero, templar el acero, afilar la hoja de una espada y reparar los desperfectos de una armadura. Aunque cualquier trabajo era válido para llenar la panza y embriagar su mente con la dulce ambrosía que era el alcohol, no podía evitar sentirse culpable. El conflicto armado a gran escala no solo traía consigo la violencia, sino que también provocaba el hambre en los pobres, la pérdida de inocencia en los niños y un dolor incurable en el corazón de las madres.

Aquellos pensamientos surcaban su mente mientras recogía sus pertenencias; sin embargo una idea golpeaba con fiereza los pasillos de su mente de manera incansable y constante. El deseo imperioso de sentir una vez más calor de la cerveza en su garganta cada vez era mayor, amenazando con reducir sus ya exiguas provisiones. Pronto su amado licor se acabaría y cuando eso ocurriera ¿Qué haría? Cientos de leguas y, un mar de violencia y dolor le separaba de cualquier taberna en la que poder saciar su enfermizo deseo.

Instantes después terminó de enrollar su saco de dormir y colocarlo en su zurrón. Malhumorado miró a sus compañeros aquejados por el frío de la noche. Pese a sus conocimientos en aquellos menesteres, por mayoría habían descartado la posibilidad de hacer un fuego por miedo a atraer visitas indeseadas. Morkam conocía la manera de crear un fuego que apenas emitiera humareda y luz, aprovechando conceptos básicos de la física y la copa de los árboles como disipador del humo. A pesar de ello, sus escasos conocimientos de la lengua norteña le habían impedido explicar de manera detallada y simple el cómo funcionaba.

Cuando el joven bardo saludó y rompió el silencio con aquellas palabras cargadas de ironía, el adusto enano emitió algo similar a un gruñido mientras oteaba el horizonte. Aquel día esperaba poder avanzar en aquella inhóspita tierra y dejar todo aquellos atrás pronto. Soñaba con la comodidad de una cama, una comida caliente, el ardor del vino en sus labios y el abrazo de una buena enana.

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03/02/2021, 23:14
Martem de Bremervoord

A Martem le llevó unos minutos darse cuenta, o más bien recordar, que uno de sus compañeros no solo estaba despierto, sino que de hecho ya estaba levantado. Bueno, si es que podía llamársele así a estar despatarrado con la espalda apoyada contra un tronco. Efectivamente, el reservado kovirano que se hacía llamar Alberich se había ofrecido a hacer la última guardia de la noche, como todas las noches anteriores. Martem se habría sentido avergonzado por su propia falta de perspicacia si no fuera porque, en aquellos momentos, no tenía ánimo para sentir otra cosa que no fuese desgana. El centinela lo saludó con la cabeza, y él imitó el gesto antes de seguir con sus asuntos.

No pasó mucho rato antes de que otro de los viajeros diese señales de vida, esta vez el nilfgaardiano Jezal. Jezal no había hablado demasiado desde que compartían camino. No hacía falta ser muy avispado para saber que escondía algo. Como todos, en realidad. Pero, si el hombre no quería hablar de ello, Martem no iba a ser quien preguntase. Todo el mundo tenía derecho a guardar sus secretos.

Buenos días —le respondió al recién despertado cuando lo oyó mascullar entre dientes lo que supuso sería una formalidad por el estilo.

Uno a uno, los demás fueron poniéndose en movimiento: primero la bruja, Dannar, a la que solo hacía falta mirar para saber que podría partir en dos a un hombre sin ponerle demasiado empeño; luego el bardo parlanchín, Rion, que fue a aliviar sus necesidades matutinas bajo un árbol cercano; y por último, Morkam, el enano, incorporándose en silencio sobre sus ropas de dormir. Bien, ya estaban todos listos. Fue entonces cuando Rion, regresando entre los matorrales sin demasiada delicadeza, llamó la atención sobre sí mismo con un sonoro bostezo. El cintro saludó a los demás con un buen humor un tanto forzado. Preguntó que cuándo disfrutarían del calor del sol o de la lumbre de un hogar. «Cuando tú te calles», pensó Martem. No con mala intención, sino en el sentido de que ambas cosas eran igual de improbables. Porque había que admitirlo: a Rion le gustaba hablar. Le gustaba mucho. Pero el barbirrojo no respondió. A fin de cuentas, había que valorar que al menos uno de ellos hiciera algún esfuerzo por animar al resto, aunque solo fuera diciendo obviedades. Así que se limitó a encogerse de hombros, gesto que quedó subrayado por el gruñido que el enano profirió desde algún lugar. Él tampoco estaba de humor. Pero, ¿alguien lo estaba, en realidad?

Cuando por fin terminó de recoger sus cosas y de comprobar que no le faltase nada, Martem escudriñó el cielo con la esperanza de ver el sol entre las nubes, y observó cualquier atisbo de sombra que este formase para deducir dónde estaba el norte. Una vez lo tuvo claro, el cidario tiró de la correa de su zurrón para colocarse mejor el peso.

¿Vamos? —preguntó a nadie en particular antes de ponerse en camino.

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04/02/2021, 13:49
Dannar

A la sardónica sonrisa de Rion, ella respondió con una mirada dura de su único ojo. Aquél tipo no le terminaba de caer bien, le veía las intenciones a la legua, y esperaba que no se arrojara algún día a darles vida o le arrancaría los huevos con las manos desnudas; decían que los jóvenes castrados desde pequeños mantenían su voz aguda para siempre, y el bardo estaba muy cerca de descubrir como afectaba a los adultos.

Empero, de vez en cuando, se le colaba algún pensamiento contrario a su buen jucio y se descubría observándole de reojo, incluso aceptando que el hombre no estaba mal y que ella también tenía necesidades. Apartaba esa fugaz idea tan rápido como podía, pero, pese a querer, no terminaba de arrancársela del todo de la cabeza. Eso no era bueno, la distraía, no podía permitírselo. Tendría que hacer algo al respecto. Y no te va a gustar tanto como crees.

Ahogó un suspiro y siguió a lo suyo. Se terminó parte del paquete de la comida, que consistía en cecina, pan duro y fruta deshidratada, y guardó el resto; envolvió su saco, el cual se colgó a la espalda, con la cuerda que lo sujetaba cruzada a la bandolera, dónde llevaba sus útiles de alquimia básicos; se ajustó las espadas en sus vainas, tras comprobar que el rocío y el frío no habían atascado las hojas en sus vainas; y por último, se acercó a su montura, a la que palmeó en el cuello y acarició la crin. Se llamaba Zorro, y le faltaba la silla por culpa de los oscuros. Debido a la emboscada de aquellos soldados nilfgaardianos no podía ahora montar, cosa que, de todas formas, tampoco habría sido muy útil en el bosque, ni habría marcado una gran diferencia. Al menos, andando, entraba en calor.

Yo ya estoy —confirmó finalmente.

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04/02/2021, 16:27
Director

Se pusieron en pie, levantando el improvisado campamento entre los árboles para continuar cuanto antes el viaje. Tuvieron que estirarse para desentumecer los músculos y masajearse el cuerpo allí donde las raíces de los árboles o las piedras se les habían clavado mientras dormían. Ya no es que echaran de menos los colchones cómodos de las camas de las posadas, sino que incluso añoraban el poder descansar al menos sobre un suelo regular. Comieron frugalmente, también hacía una eternidad que no probaban un bocado caliente, y las raciones que llevaban consigo escaseaban y se ponían rancias con el paso de los días. Finalmente, tras comprobar cada uno que tenía el equipo listo, se pusieron en macha.

Un día más, el avance entre los árboles resultaba lento y penoso en algunos puntos. Tenían que esquivar ramas caídas, atravesar arbustos y cuidar de ni ellos ni las monturas que traían consigo se doblaran un tobillo en alguno de los agujeros y brechas que se ocultaban traicioneramente entre el sotobosque. La conversación en el grupo no era muy fluida, a excepción del bardo, que ya de buena mañana había comenzado a parlotear sobre el tiempo, el tema de conversación por excelencia entre desconocidos. No sólo la desconfianza mutua entre los miembros del grupo hacía difícil que la cháchara triunfara, sino que a eso había que sumar que el enano y el nilfgaardiano apenas manejaban correctamente la lengua norteña y que la bruja era tan ducha en el coloquio que hacía honor a lo que se decía sobre el resto de sus compañeros de profesión. Así pues se enfrentaban a una marcha pesada y aburrida, cuya monotonía solo se rompía esporádicamente gracias a algún animal que al escuchar al grupo agitaba los arbustos que tenían frente a ellos en su huida.

Lo poco que el denso dosel del bosque dejaba entrever del cielo les mostraba un día plomizo que amenazaba a lluvia. El bosque era ya de por sí extenso, pero el ritmo que llevaban lo eternizaba hasta la saciedad. Sin embargo, cuando no les quedaba más remedio que atravesar algún pastizal o cruzar algún ancho camino, echaban rápidamente de menos la protección que les daba el abrigo de las arboledas ante las patrullas de los ejércitos. Se sentían desnudos, desprotegidos y observados sin el bosque, aun cuando al girar la vista atrás no había nadie. La amenaza de la guerra era así de contundente, y se empeñaba, además, en no caer en el olvido. Cuando creían que ya habían dejado suficientemente al sur el frente de batalla, que no había ningún peligro que temer en el camino que tenían por delante, aparecía algún ahorcado colgando inerte, algún desertor con la espalda llena de flechas cual erizo, o un carro de mercader saqueado con su dueño yaciendo junto a las ruedas con las tripas fuera y la mirada vacía de la muerte. Por eso, por muy hartos que estuvieran del bosque, nadie se atrevía a proponer un camino alternativo, y por eso, en verdad agradecían que aquel bosque les permitiera avanzar durante tantas leguas bajo su protección.

La cabaña la encontraron a media tarde. Estaban agotados tras el extenuante día cruzando el bosque, les dolían los pies, las piernas y sus espaldas estaban doloridas de cargar el peso de sus respectivos equipos. Dieron entonces con un gran claro en el que se alzaba una cabaña destartalada de pequeño tamaño. La madera de sus paredes estaba podrida en buena parte, cubierta de moho en algunos puntos. Contaba con una pequeña chimenea de piedra que sobresalía del techo de paja. En el lado oeste de la cabaña había unos tramos de valla de madera que en otro tiempo debieron ser de un corral, a juzgar por los restos de heces y el abrevadero casi seco. En el lado contrario había un área de tierra batida que pretendía ser un huerto, que mostraba un aspecto descuidado y donde crecían malas hierbas. Tres ovejas escuálidas, sucias y posiblemente enfermas pastaban en el huerto plácidamente, alzaron la vista hacia ellos cuando se percataron de su presencia pero tan sólo les dedicaron una mirada ovina de indiferencia.

Notas de juego

Lanzad Advertir/notar. Recordad: 1d10 + Habilidad Advertir/notar + Característica inteligencia (+ modificadores)

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04/02/2021, 19:51
Martem de Bremervoord

El viaje de aquel día fue lento, farragoso y pesado. Martem no podría llamarlo precisamente aburrido, pues el opresivo silencio que se cerraba como un cepo sobre ellos dejaba que su mente imaginase toda clase de posibles finales para su travesía, algunos más prematuros que otros, la mayoría funestos. De cuando en cuando algún pequeño ruido inesperado lo hacía volver el rostro, alarmado, esperando oír en cualquier momento el grito de un grupo de hombres armados lanzándose a la carga, o encontrarse con una flecha volando directa hacia su cara. Cada vez sentía la sangre acelerársele en el cuerpo, una especie de tensión constante que había aprendido a mantener a lo largo de demasiados años. Su salvavidas.

Con todo, las horas de caminata fueron amontonándose una tras otra, y aquel estado de alerta que le roía los nervios fue cediendo al agotamiento. Aunque tenía tendencia a procurar avanzar a la cabeza para ser el primero en ver si algo se torcía, más de una vez se sorprendió a sí mismo aminorando la marcha para caminar un trecho junto a alguno de los otros. No sabía qué decir exactamente a ninguna de aquellas personas, o si realmente había algo que quisiera decir, así que se limitó a pequeñas interacciones aceptables: «¿Qué tal?», «¿vas bien?», «parece que el terreno está cambiando». Cosas por el estilo. De vez en cuando hacía alguna observación sin importancia acerca del paisaje, o comentaba algo que se le ocurriera en algún momento dado. Aunque estas intervenciones fueron más bien anecdóticas y el hombre hizo la mayor parte del trayecto en silencio, había algo extrañamente reconfortante, por llamarlo de algún modo, en sentir la presencia de otro ser vivo caminando y respirando a su lado. A fin de cuentas, compartir con otros la miseria del interminable poner un pie delante de otro hacía que uno se sintiese menos miserable.

La jornada no estuvo exenta de visiones terribles, por supuesto. No fueron pocas las veces que el grupo se encontró con escenas de muerte y horror, mudos espectáculos de lo dantesco que les recordaban que, a pesar de todo lo andado, sus vidas todavía estaban en peligro y que no podían relajarse. No obstante, Martem se había acostumbrado tanto a aquel espanto que solo conseguía albergar un vago sentimiento de lástima por los muertos y de desprecio por los que los habían matado, y el deseo de que aquella estupidez se terminase pronto. Eso, y que a él no le ocurriese lo mismo, obviamente.

La cabaña fue un cambio llamativo. La pequeña construcción, que se izaba a duras penas en mitad de un extenso claro, mostraba signos evidentes de desatención; sin duda estaba abandonada, y lo más probable era que alguien hubiese apiolado a sus ocupantes antes de que tuviesen la oportunidad de huir al norte, en cuyo caso no habría nada interesante que rescatar allí dentro. De todas formas, Martem pensó que valía la pena el intento. Era difícil hacerse una idea fiable de cuántos días más tardarían en llegar a un lugar seguro, y no andaban precisamente sobrados de provisiones.

Habría que arriesgarse.

¿Qué os parece? —preguntó, oteando la casa y sus alrededores. Sus atentos ojos revolotearon rápidamente, pasando de las ventanas del maltrecho edificio a la puerta que colgaba de sus goznes, al desastrado tejado, al antiguo terreno de cultivo donde ahora pastaban tres ovejas de aspecto tan triste que daban ganas de llorar. Se fijó en cualquier posible signo de actividad reciente; y es que el hecho de que los dueños originarios de la cabaña ya no estuviesen allí no significaba necesariamente que no hubiese nadie. ¿Echamos un vistazo?

Inadvertidamente, su mano se había deslizado hacia el mango de su afilado puñal, aún enfundado. Martem deseó no tener que desenvainarlo.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Tiro en oculto, por aquello de que un mal resultado podría darme información errónea de la que yo no sería consciente (o no darme información cuando sí hubiese algo que descubrir).

Aprovecho para recordar al dire que tengo la habilidad Paranoia Entrenada, por si ves pertinente su uso en algún momento :).

Edit: Corregido un error de concordancia sin importancia. No hace falta releer ^^".

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05/02/2021, 12:17
Dannar

Las tenues luces del día, ahogadas bajo un cielo cerrado y monótono, fueron dando paso a un mar de sombras a media que el sol, oculto sobre la cúpula gris, se iba perdiendo en el firmamento. La mañana dio paso a la tarde y, ya más cerca del ocaso que el mediodía, encontraron la cabaña.

La jornada había sido como todas las anteriores, como serían las siguientes si no salían pronto de ese traicionero bosquejo dónde cada rama partida que pisaba un ciervo sobresaltado, cada arbusto que se movía durante la huida de un conejo asustado, incluso los gorjeos de los escasos pájaros, eran una amenaza. Su único ojo saltaba de un lado a otro, la mano derecha siempre cerca de la espada, aguardando con incertidumbre a que el próximo sonido que escucharan no fuera obra de un animal, sino otra emboscada más de las muchas que se extendían a lo largo de la línea del frente y, desde hacía un tiempo, también tierra adentro. Todo sin contar, por supuesto, que aquél bien podría ser el coto de caza de alguna bestia salvaje. O un monstruo. Nadie estaba ya a salvo, estuviera donde estuviera.

Por tanto, su caminar se ralentizó ralentizó al ver la ruinosa construcción, pero la rigidez no abandonó su cuerpo, no se destensaron sus músculos ni hubo alivio en su mirada. Tampoco habló, como no había hecho en ningún momento durante el trayecto; si que dejó escapar un leve gruñido, como otras tantas veces durante la marcha, cuando Martem habló. No era muy dada a la conversación, como ya habían descubierto todos. Acompañando el bufido, eso si, surgió el característico silbido del acero al ser desenvainado. No iba a arriesgar lo más mínimo.

El precario edificio estaba en malas condiciones, por decirlo suavemente. La humedad y el deterioro, debido probablemente al abandono, forzoso o no, de sus dueños, había combado la madera y debilitado los muros. Era un milagro que siguiera en pie, y tenía la sensación de que un mal paso allí dentro podía acabar con el tejado de paja derrumbado sobre sus cabezas; aún así, era mejor que nada, no la habría importado poder entrar, encender un fuego y cocinar algo que cazaran por los alrededores. Incluso una de esas famélicas ovejas podía ser mejor que lo que llevaba echándose al estómago últimamente. Pero para ello, debía asegurarse, debía comprobar que era fiable, que no iban a entrar y ser recibidos por el cuadrillo de una ballesta, una daga clavada en el estómago, los gañidos de un nido de endriagos que se hubiera asentado ahí o algo mucho, mucho peor. Volvió a gruñir. Y prestó atención con más ahínco si cabía la posibilidad, olfateó el aire, atenta, lista.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Yo no sé muy bien como funciona lo del Olfato, pero dejo constancia de que como brujo puedo rastrear mediante él, por si sirve y capto algo extraño y/o llamativo que no cuadre.

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06/02/2021, 18:16
Jezal
Sólo para el director
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07/02/2021, 13:55
Rion Aedryn

La “alegría” con la que amanecieron sus compañeros de aventuras le hizo pensar en que tocaría resignarse a vivir otro día de largas caminatas y escasa conversación. Ya no hablemos de humor; ese brillaba por su ausencia entre el improvisado grupo, al menos por lo que había podido comprobar.

Contar con unos compañeros de viaje tan silenciosos y parcos en palabras sería lo ideal para según qué persona. Pero para Rion, acostumbrado a charlar durante horas, tanto silencio le parecía un soberano aburrimiento. Resopló con hastío, colgándose su laúd al cinto, mientras seguía los pasos del resto, con los ojos bien abiertos y los brazos cruzados detrás de la nuca, atento a cualquier movimiento a su alrededor. Mentalmente, se dedicaba a componer y a recitar versos; a elucubrar nuevos cantares e historias que le sirvieran el día de mañana. Si es que ese día llegaba alguna vez, porque la situación era tan ruinosa debido a las guerras y enfrentamientos que la gente lo último que necesitaba era que le contaran una historia rememorando todo lo que estaba aconteciendo en la región. El panorama no era para nada halagüeño.

Su buen humor habitual, ese que por lo general le caracterizaba, se fue diluyendo con el devenir de la jornada. Estuvo tentando de tocar alguna pieza musical para amenizar el transcurrir de los minutos, mas desistió finalmente de tal idea. Algo en el ambiente, enrarecido y tristón, aconsejaba guardarse los chistes y los comentarios jocosos para otro momento. Aunque, quizá y solo quizá, algún chascarrillo inocente se le escapara involuntariamente. Sigh

Cuando el grupo divisó la cabaña semiderruida entrada la tarde, el bardo se detuvo, con los brazos en jarra, tomando aire. El cansancio empezaba a hacer mella en su cuerpo, porque a pesar de mantener un ritmo lento, eran ya varias horas de tedioso avance a sus espaldas. Un pequeño descanso no vendría nada mal.

Estaba por mencionar que hemos hallado un oasis en mitad del desierto hasta que me he percatado de que tiene aspecto de venirse abajo más pronto que tarde. Olvidadlo —dijo oteando con la mirada las inmediaciones—. Probablemente habitara aquí algún ermitaño o campesino. 

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07/02/2021, 20:07
Jezal

Antes de que partieran, Jezal giró la cabeza en dirección a Martem cuando lo escuchó dar los buenos días para encontrarse con que lo estaba mirando específicamente a él. Se quedó extrañado durante unos cuantos segundos, sin tener muy claro ni qué hacer ni qué decir, y al final se decantó por sencillamente cabecear para devolver el saludo. Los pocos días que había pasado en el norte le habían revelado que cabecear es un gesto comodín, que encaja en prácticamente todas las situaciones.

Después, haciendo acopio de los pocos restos que quedaban de su fuerza de voluntad, terminó de levantarse y enrolló el saco de dormir, acercándose a su caballo para enredarlo en su grupa. El animal sobre el que había llegado el nilfgardiaano había estado tan molido el primer día que había parecido que caería muerto en cualquier momento, pero ahora que no tenía que adaptarse a mucho más que la pausada marcha del grupo, su aspecto había ido mejorando justo en la misma proporción en la que el de su jinete se había ido demacrando. El soldado también colgó su hacha de la silla de montar, y en general dejó que fuera el animal quien llevaba todo el peso, excepto el propio. Por más que sus piernas podrían haberlo agradecido, le tocaría caminar un día más.

Una vez estuvieron en marcha, y después de alimentarse de algo que el nilfardiaano no se habría dignado a llamar comida, la misma rutina monótona volvió a caer sobre él. Una vez había escuchado que no hay mejor forma de aprender un idioma que rodearte de gente que lo habla, y Jezal había llegado a la conclusión de que quien había dicho semejante tontería jamás había tenido una compañía como esa. Por muy callado que pudiera ser él mismo, que el resto también lo fuera estaba terminando por desesperarlo un poco, y los paisajes del norte tampoco estaban haciendo mucho por animarlo. Le parecía que todo era exactamente igual, y si de pronto alguien hubiera exclamado que estaban viajando en círculos, no le habría costado demasiado creérselo.

Le parecía increíble descubrir que una persona podría llegar a sentir tal aburrimiento a la vez que estaba sencillamente aterrada. Habría apostado que una cosa cancelaría la otra, pero no: Eran perfectamente compatibles. Era solo cuando volvían a cruzarse el espantoso cuadro que la marcha de los ejercitos deja a su paso que el nilfgardiaano volvía a tensarse y despertarse, aunque a esas alturas, y al contrario que lo que había pasado los primeros días, ya no lo invadían unas ganas inaguantables de vomitar.

El cambio -y la prueba inconfundible de que no estaban dibujando círculos- llegó con la cabaña. No se lo tuvo que pensar demasiado antes de arrimarse más al lado de su montura de donde colgaba el hacha, más que dispuesto a hacer mano de ella si la situación lo requería. Sin embargo, y sin tener muy claro si se trataba de mera curiosidad o alguna esperanza vacía de que encontraran algo que pudiera resultarles útil para continuar el viaje, él también quería echar un vistazo más de cerca.

Echemos —respondió torpemente a Martem, con la voz un poquito ronca.

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09/02/2021, 11:55
Alberich de Narok

El viaje a través del bosque y la campiña resultó igual de tenso, monótono y frustrante que los días anteriores. Además, los grises nubarrones amenazaban con una nueva lluvia y otra fría noche, lo cual parecía enturbiar bastante los ánimos del improvisado grupo ya que hasta el parlanchín bardo permanecía callado la mayor parte del tiempo. Incluso Alberich, quien estaba más que acostumbrado a los días grises, se encontraba más taciturno que lo habitual, aunque en su caso no se debía a los fenómenos atmosféricos.
El mago nunca fue alguien muy hablador, sobre todo con desconocidos, ni le incomodaba el silencio pero una parte de su corazón extrañaba la hermandad, el entusiasmo y la algarabía y más de una vez se encontró sumergido en los recuerdos de su tiempo con los Segadores de Creigiau, la compañía de mercenarios con los que había compartido tantos años de aventuras, fortuna y desdicha. Recordaba las puyas y las burlas amistosas que se lanzaban cuando se encontraban alrededor de la fogata, recordaba el exagerado ego de Kenner “El Dagas” cuando siempre ganaba en el lanzamiento de cuchillos, recordaba al gigantón de Thun y su capacidad de beber más vodka que un troll con abstinencia, recordaba a Finch de Gors Velen y las canciones de marinero que entonaba para levantar la moral durante las largas marchas… Sin embargo, cada vez que el grupo con el que ahora viajaba regresaba a los caminos con la ingenua idea de que ya eran seguros, siempre terminaban topándose con la crueldad de la guerra y esas macabras escenas no hacían más que disipar los alegres momentos del mago a la vez que evocaban los dolorosos recuerdos de los últimos meses. Aunque en todas las ocasiones hacía lo imposible para olvidar esos recuerdos, el kovirano siempre terminaba siendo atormentado por el pasado, reviviendo el sorpresivo ataque nocturno, la lucha a la desesperada y por último la huida en desbandada cuando todo estuvo perdido y solo podían aspirar a salvar el pellejo. Recordaba a sus muchos de sus compañeros muertos sobre el frío suelo del bosque de Attre, a Thum empalado de lado a lado por una lanza y clavado al carro de suministros sin siquiera haber tenido tiempo a agarrar su fiel hacha, a Finch con un virote de ballesta clavado profundamente en la garganta que tantas veces había entonado las canciones que impulsaron a la compañía a avanzar a avanzar con entusiasmo y resolución, y al osado comandante Erven agrupando a su alrededor las desorganizadas tropas rebeldes y liderándolas heroicamente en una carga a ciegas contra el enemigo, luchando sin descanso a pesar de las flechas clavadas en su cuerpo y dando su vida para que sus hombres pudieran escapar con vida… Los recuerdos eran demasiado dolorosos y por eso, tras hastiarse de ver una y otra vez el mismo escenario, Alberich insistió cada vez más en que el grupo se olvidara de los caminos y que siguieran avanzando por el bosque, por lo menos durante un par de jornadas.

Envuelto en su capa, con la capucha cubriendo su rostro y ayudándose con el bastón para tantear el terreno y sortear las dificultades que el bosque les presentaba ya que lo último que quería era torcerse torpemente un tobillo, el mago marchaba siempre detrás de la primera línea. Su tiempo con los condottieri le había enseñado que la mejor ventaja era la sorpresa y por eso hacía todo lo posible ocultar su verdadera naturaleza, procurando pasar por un simple viajero ante ojos ajenos y por un mercenario frente a sus compañeros de viaje, principalmente porque todavía no confiaba plenamente en algunos de ellos. Alberich era más que consciente que con los peligros que les rodeaban tarde o temprano se vería obligado a revelar sus poderes, pero por el momento le bastaba con evaluar a los demás. Quien sabe, tal vez el destino haría que encontrara entre ellos unos aliados de confianza o descubriera alguna tecla que presionar para garantizar el silencio de otros…

Un par de horas antes del atardecer y después de una ardua marcha a través del bosque, los árboles terminaron por dar paso a un amplio claro en el que se encontraba una cabaña que, obviamente, había visto tiempos mejores. A pesar del descuidado estado de la vivienda, a simple vista parecía ser bastante estable, lo cual era de agradecer ya que eso auguraba que por primera vez en semanas podrían dormir bajo techo. Sin embargo, todavía tenían que asegurarse de que el lugar era seguro.
Tras escuchar como el pelirrojo de pelo casi inexistente propuso investigar el lugar, siendo secundado por el gruñido afirmativo de la bruja y por el oscuro que hasta el momento no parecía ser capaz de pronunciar dos palabras seguidas, el kovirano dio su opinión.

-Coincido, aunque hay que ir con cuidado. No sabemos que nos espera -dijo fríamente Alberich para luego girarse hacia Rion- Si no te convence el lugar, siempre puedes dormir en la intemperie, de seguro los lobos agradecerán tus canciones -agregó con sorna.

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09/02/2021, 13:39
Morkam

La fatiga del día anterior junto al frío que les había acosado durante la noche, convertían los movimientos del enano en torpes y pesados. A lo largo de la mañana su cuerpo comenzó a entrar el calor, algo que sin duda fue de agradecer. A pesar de ello su estado de ánimo no mejoró, después de todo el sol se escondía perezoso entre las nubes y se encontraban en mitad de la nada, escondidos como cobardes ratas.  

Desde que era pequeño siempre había querido viajar por el mundo y conocerlo, sin importar la dureza del camino; sin embargo, ahora que conocía la crueldad de la raza humana y el racismo que está procesaba contra los que no eran como ellos, parte de su instinto aventurero se vio mermado. Con el tiempo Morkam había valorado la privacidad y el calor de la fragua, un lugar donde las miradas no se posaban sobre él. 

En aquel páramo inhóspito de nuevo sintió la añoranza de la forja, del siseo del metal a ser templado y el repiqueteo constante del martillo tratando de doblegar el acero. Sin duda aquel era su lugar.

De imprevisto, en medio de toda aquella mierda, encontraron una mugrienta cabaña y tres borregos aquejados por el hambre. Puede que su dueño muriera hace tiempo, pero el enano sospechaba que aun seguía con vida. Que poco a poco se había visto obligado a sacrificar a su rebaño, cuando la leche, el queso y la mantequilla fue insuficiente para nutrirse. 

Yo creo que aun sigue viviendo aquí—. Respondió al joven bardo—. Si es así, no creo que responda de buena gana...mmm.. 

» Mmm...ante la amenaza de un cuchillo—. Continuó poco después con un acento marcado.  

Tras pronunciar aquellas palabras trato de situarse entre sus compañeros. No para afianzar su dominancia en caso de encontrarse allí con algún pobre campesino, sino para beneficiarse de su protección que sin duda otorgaban sus bastos conocimientos marciales.

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09/02/2021, 14:17
Director

Tomando las debidas precauciones por si alguna desagradable sorpresa les aguardara en aquella desvencijada construcción, el grupo bordeó la casa para ganar algo de perspectiva, tratando de localizar signos de actividad que revelaran la presencia de alguien en la cabaña, o muestras de que el lugar no estuviera abandonado. El claro estaba tranquilo, pero desconocían si pudiera haber alguien en el interior, o si tal vez el propietario de la casa estaría en aquellos momentos fuera. También surgía en alguno de ellos el temor de que los legítimos dueños de la construcción hubieran tenido que huir o sucumbir a los habituales peligros que traían los tiempos de guerra, tales como saqueos, vejaciones, asesinatos o cosas peores. La brutalidad en manos de los soldados sedientos de sangre adquiría tintes tan crueles que escapaban a los límites de la comprensión del más común de los mortales. 

Aunque, a decir verdad, aquel lugar no aparentaba tener nada de valor que saquear. Además estaba en lo más recóndito del bosque y resultaba difícil de encontrar para los extraños, salvo que, como ellos mismos, hubieran llegado allí de casualidad. El bardo apuntó a la posibilidad de que un ermitaño habitara aquella casa destartalada, pues conocía historias de gentes eremitas que por unas razones u otras habían elegido la soledad y el distanciamiento como forma de vida. Gentes olvidadas, que ni siquiera aparecían en las canciones más allá de alguna vaga mención en los cuentos infantiles, y que adquirían un papel destinado a asustar a los chiquillos pequeños. A pesar de las precauciones que tomaron para acercarse al lugar, y de los posibles peligros que se agrupaban en sus recelosas mentes tras las horribles visiones que el camino había dejado tras de sí, aquel ruinoso lugar era el más acogedor que el grupo había encontrado en una semana. Y la perspectiva de entrar, comer algo y dormir bajo techo provocaba en todos ellos un anhelo casi irresistible.

El barbirrojo, espada desnuda en mano, bordeó ligeramente el claro con intención de observar la parte posterior de la choza. Allí descubrió que la casa contaba con un cobertizo abierto adosado a la pared que ejercía la función de leñero, a pesar de contar con escasa leña en su interior. El bardo localizó inmediatamente la puerta de la vivienda, que daba a la parte oeste y que tenía a su lado una ventana con los postigos cerrados. Un pequeño camino partía de la puerta y se dirigía al nordeste, donde se adentraba de nuevo en el bosque. El kovirano se percató de en la tierra batida, además de malas hierbas, crecían zanahorias, nabos y algunos tubérculos similares además de un par de calabazas. También encontró algunas huellas de pisadas marcadas en la tierra batida alrededor de donde crecían las escasas hortalizas. El enano, que había puesto su atención en las ovejas, observó que aquellas pobres criaturas llevaban tiempo sin ser esquiladas, y que a pesar de estar famélicas y descuidadas no tenían pinta de adolecer de enfermedad alguna. En cambio, fue la bruja quien se dio cuenta del signo de actividad más evidente, al menos para sus desarrollados sentidos, pues en primer lugar le advirtió su aguzado olfato de que en el interior de aquella cabaña ardía un tronco de leña. El hilillo de humo que ascendía de la chimenea de piedra corroboró que así era.

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09/02/2021, 18:06
Martem de Bremervoord

Martem no se dio prisa. A pesar de las ganas que, al igual que sus compañeros, tenía de entrar en la cabaña y disfrutar por una noche de un lugar seco y relativamente resguardado para dormir, se lo tomó con calma, dando un lento rodeo alrededor del edificio sin acercarse; de ese modo tendría tiempo de reaccionar si el lugar no estaba tan abandonado como parecía y algo imprevisto sucedía. De todo lo que vio, lo que más llamó su atención fue una pequeña estructura auxiliar que hacía las veces de almacén para la leña. En su interior todavía quedaban algunos troncos secos, lo que por sí solo podía significar dos cosas: o los propietarios de la cabaña se habían marchado hacía poco, sin dejar tiempo a que la madera se estropease, o había alguien viviendo en aquella casa. No obstante, el destartalado estado general de la cabaña y las patéticas condiciones en que se encontraban las tres ovejas del huerto no apuntaban precisamente a un abandono reciente, por lo que solo cabía una posibilidad: ya hacía tiempo que los dueños originarios no estaban, y quienquiera que fuese quien hubiese cortado aquella leña, no se había molestado en esquilar o asear a las bestias ni en arreglar los desperfectos de la construcción.

No eran las mejores noticias, desde luego.

Hay alguien dentro —avisó cuando estuvo nuevamente junto a los demás, mordiéndose el labio en un gesto de frustración. No explicó cómo había llegado a esa conclusión, pero tampoco creyó que hiciese falta. Les habría dicho a sus compañeros que sería mejor pasar de largo y continuar viaje, pero no sabía si podían permitirse ignorar una oportunidad como aquella—. Voy a ver.

Haciendo un gesto de advertencia a los demás para que no se moviesen, Martem se echó la capucha de su manto de color verde bosque sobre la cabeza, con la esperanza de pasar desapercibido. Agachándose lo más que pudo, avanzó por el claro en pos de la cabaña, procurando aproximarse desde un punto que no ofreciese ángulo de visión desde dentro. Quería acercarse a la puerta y echar un pequeño vistazo al interior, aunque de camino estuvo atento por si veía alguna pequeña abertura en las paredes desde la que poder otear de un modo más seguro.

- Tiradas (2)

Notas de juego

Hago dos tiradas, ambas en oculto: una de Sigilo para acercarme a la casa sin ser visto, y otra de Advertir/Notar por si encuentro algún resquicio desde el que cotillear el interior sin tener que ir a hacerlo a la puerta.

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10/02/2021, 09:10
Dannar

¿Si? ¿Y cómo te habrás dado cuenta?, se preguntó, de manera retórica y mordaz, cuando su compañero regresó con sus noticias. Ell miraba, con el ceño fruncido, sin entender como no se habían dado cuenta nada más llegar, el hilo de humo que surgía de la destartalada chimenea, prueba de que dentro ardía el fuego del hogar. Que había alguien no era necesario decirlo, alguien inteligente, capaz de encender una chimenea, lo que por lo general descartaba monstruos de diversa índole. ¿Un granjero entonces? ¿Bandidos? ¿Una bruja? No como ella, por supuesto, sino una de esas arpías que hacía fetiches, filtros y toda clase de rituales para engañar a los más crédulos. Algunas tenían poder de verdad, hechiceras que se habían alejado de la sociedad o que nunca habían llegado a entrar en ella, criadas salvajemente, como los druidas, escasos allá dónde los hubiera. Peligroso, en todos los casos, pues incluso un simple aldeano podía reaccionar mal a la inesperada visita de un un grupo como el suyo.

Martem se ofreció para echar un vistazo rápido. El tipo era sigiloso, se movía con ligereza y pisaba sin hacer casi ruido, consciente de aquello que podía traicionarle: una rama semienterrada en la tierra, un cúmulo de hojas caídas, una piedra en el camino. Era hábil, seguro de si mismo, consecuente con su entorno. Alguien habituado a esa clase de subterfugios. ¿Qué habría sido antes de convertirse, como todos los presentes, en una víctima de la guerra? A veces le observaba y podía hacerse una idea: aquél hombre había sido un fugitivo desde mucho antes de que estallara el conflicto. Su mirada pasó de él a los demás, deteniéndose en cada uno durante un fugaz instante. Acabado el escrutinio, regresó su atención a la desvencijada casa, ocupada pese a las apariencias.

Empero, sus pensamientos iban por otros derroteros. Ahora que sabía que no había nada extraño allí, se había relajado un poco —todos podían enfrentarse a lo que hubiera ahí dentro, no dependía solo de ella—, e incluso se permitía divagar un poco. Lo justo. Lo hacía sobre la extraña banda que, por fuerza mayor, se había formado en ese lúgubre bosque, bajo un cielo cerrado. Un prófugo, si de la justicia o de algo diferente, aún está por ver; un oscuro, tal vez un espía, pero probablemente un desertor al que colgaría cualquiera de los dos bandos; un bardo iniciando su andadura, no el mejor que he conocido, aunque con potencial, al menos no el más hablador por raro que parezca, lo que es de agradecer; un enano, artesano, refunfuñón como todos, que debe de haber elegido mal para quien trabajar si está corriendo por esta arboleda como todos nosotros, hacia el lado contrario de dónde debería para ganarse el pan; y por último, el más misterioso de todos, pinta de mercenario, pero demasiado cortés para haber sido solo eso. Oh, y yo, por supuesto, una rareza incluso entre los míos. Un grupo insólito, sin lugar a dudas, el que el destino había puesto en marcha, aunque fuera de manera breve. No cabía la menor duda de que esa improbable cuadrilla se disolvería pronto, cuando dejaran atrás el peligro. Claro que, entonces, puede que duremos más lo que creo. El peligro era constante en ese mundo. Incluso en esos instantes la amenaza era patente. Suspiró y, con ello, regresó a la cruda situación, esperando a ver si ocurría algo. Esperando, más bien, a cuando ocurriera.