Partida Rol por web

Tras un largo viaje en tren, y haber llegado a Nueva Orleans, continuais vuestro camino hacia Champillon, el pueblo más cercano a la Plantación Butler. Las líneas de ferrocarril no van más allá de la enorme ciudad de 500.000 habitantes, así que os habéis visto obligados a alquilar un modesto coche que os lleve hasta vuestro destino. Era eso, o coger el bus local.

El ambiente es sofocante, y húmedo. Vuestro viaje dura una incómoda hora a través de las lagunas y los pantanos del río Misisípi, dejando atrás antiguas casas y huertas adornadas con musgo. Con cada kilómetro recorrido, el número de plantaciones disminuye. Algunas se agazapan, en varios estados de abandono y descomposición, entre cúmulos de musgosos árboles. Podéis notar, claramente, como la sensación de aislamiento crece en vuestro interior.

El camino termina en la Dársena Bowen, desde donde un transbordador os lleva al otro lado del río.

Durante los quince minutos que dura el trayecto, el Señor Bowen, un hombre robusto de mediana edad, os pregunta, educadamente, cuáles son los motivos por los que habéis viajado hasta allí. Cuando le explicáis que vuestro destino es la Plantación Butler, reacciona con sorpresa, y menea la cabeza, tristemente, de un lado a otro. Cuando le preguntáis qué es lo que ocurre, os dice:

- Miren, no soy nada más que un humilde barquero sin estudios, y no me considero una persona supersticiosa, por lo que no doy mucho crédito a esas viejas historias, pero he oído rumores blasfemos sobre el lugar al que ustedes van. Ritos vudú, gente que desapareció misteriosamente hace muchos años, y ese tipo de cosas, ya saben. Por eso me ha extrañado que un grupo de yanquis bien vestidos, y bien educados, como ustedes, quieran visitar esa decrépita plantación. -

Al llegar al otro lado del río, a Champillon, vuestro destino, el Señor Bowen se despide de vosotros, deseándoos suerte.

Durante el viaje Sonya se debate entre la liberación que supone dejar Boston por unos días, y la,pereza que le dan las gentes del sur, irónico, siendo ella de Georgia.

Las primeras horas las pasa compartiendo la información que ha podido sacar del lugar al que se dirigen

-El pueblo, si es que puede decirse tal cosa, en donde está la plantación Butler, no tendrá más de 230 habitantes, siendo la serrería y una pequeña factoría de vidrio los negocios más destacables. El hospital más próximo está en Nueva Orleans, y aunque hay un médico local, yo me fiaría más de Hellen, o incluso,de usted, señor Bradley (añadiendo un guiño) poco más que saber, sólo que las gentes del sur recelan de todos los forasteros, y que hay una pequeña gaceta local, que me gustaría visitar. Solo para ver que pueden contarme de la historia de la plantación, de colega a colega.

 A pesar de que lleva consigo un ejemplar de "adiós a las armas" de un joven y talentoso escritor, Sonya centra su atención en Jeremy. Está decidida a descubrir si hay algo especial en ese operario de mantenimiento. Y le suelta una batería de preguntas del tipo , como conociste a Isaac, qué hacías antes de trabajar en el club de campo, conoces a Hanna la esposa del,señor Butler...y un largo etc.....

Una entrevista en toda regla.

Una vez que llegan al pueblo sus peores sospechas se confirman. No hay ser humano que desee instalarse en aquel infecto lugar. Centraría sus esfuerzos en convencer a la pareja Butler de que estarán mejor en Boston. El comentario del barquero aún lo empeora más y le hace tener un hilo del que tirar en la gaceta.

Desapariciones y vudú, empiezo a echar de menos a mi jefe....

Los viajes largos y monótonos en tren ejercían en Hellen un efecto hipnótico. A pesar de que el motivo de que estuviera allí era un preocupante grito de ayuda por parte de un amigo, lo cierto es que no se sentía ansiosa. Quizás intrigada, porque el motivo de tal grito quedaba bastante turbio por el momento, pero nada más.

Había comprado alguna revista, y leía distraídamente o simplemente sesteaba, cuando no admiraba un paisaje que acabó haciéndose repetitivo. La charla con sus compañeros era también una opción, y Sonya acribilló con preguntas al pobre Jeremy. Ella escuchó, dudando de que las respuestas les llevaran a ninguna parte.

Ya, cuando tuvieron ocasión de cruzar el río, y el barquero les habló de todas aquellas supercherías supersticiosas, la gota colmó el vaso. Pero se mordió la lengua, era una nueva fuente de información, y quería apurarla al máximo, aunque le sonara a cuento de terror. Compuso una sonrisa amable, y se dirigió al hombre.

-Señor Bowen, ¿a qué personas desaparecidas se refiere usted...? ¿Hubo algún accidente, o alguna enfermedad...?

- No fueron ni la enfermedad, ni los accidentes, los que hicieron desaparecer, a lo largo de los años, a esas personas, en su mayoría esclavos, señorita. Fueron, según se dice, los sacrificos a los loas más oscuros, los que lo hicieron. Se cuenta que los gritos de las víctimas se podían escuchar a varios kilómetros de distancia, y que provenían de la plantación a la se dirgien ustedes - fue la respuesta que el humilde barquero dio a las preguntas formuladas por la joven bibliotecaria - Aunque, como ya dije, no suelo creer demasiado en esas historias -

Durante el viaje:

Y le suelta una batería de preguntas del tipo , como conociste a Isaac, qué hacías antes de trabajar en el club de campo, conoces a Hanna la esposa del,señor Butler...y un largo etc.....

Una entrevista en toda regla

La explicación de Jeremy es llana a no poder más. Se me da bien arreglar cosas. Un día oí al Dr Butler quejarse de unas tejas sueltas y me ofrecí a arreglarselas. Luego me llamó para algunos arreglos más e incluso me invitó a cenar a su casa con su señora. Creo que le gustaba charlar de vez en cuando con alguien que no fuese un señor estirado como los otros doctores. 

Jeremy da muestras de ser un conversador incansable. Y el viaje da tiempo para contar un buen número de anécdotas de cuando conducía ganado por las praderas del medio oeste.

Siempre liando algún cigarrillo, dando pequeños sorbos a su petaca o blandiendo un bocadillo que come sin prisas y le dura el tiempo de una de sus historias.

****

Conversación con el barquero:

Echa un trago a su petaca mientras escucha atentamente las preguntas de Hellen, y otro par escuchando las respuestas del barquero como si el whisky le ayudara a procesar la información. Luego le tendió la petaca al barquero.

Mire señor Bowen, sabe Dios que yo no soy supersticioso y que las historias de sacrificios humanos me han parecido siempre eso mismo, historias. Buenas para contar de noche alrededor de una hoguera y meter miedo a niños. Yo sé que algunas de esas historias tienen una base de verdad y no me extraña nada que en algunas familias de señoritos del sur, que se casaban generación tras generación entre hermanos, se volviesen locos y decidiesen sacrificar a sus esclavos a vete tú a saber que demonios o espíritus del pantano. Así que en cualquier otro momento, me hubiese reído de muy buena gana de lo que ha dicho pero esta vez no. Esta vez no. Porque nuestro amigo el Dr Butler ha dicho en su telegrama "los locales estaban en lo cierto". 

Jeremy se toma una pausa. Coge la petaca, le da un trago, y se la vuelve a ceder al barquero antes de continuar.

Y yo le aseguro que el Dr Butler no cree en espíritus ni en supercherías. Es un doctor de prestigio, un científico, un hombre (le cuesta un poco pronunciar esa palabra que aprendió hace no mucho y tanto le gusta)... ilustrado. Ilustrado. Que significa lo contrario a supersticioso. Así que si había sacrificios cuando todavía había esclavos, ya no los puede haber. Porque el Dr Butler se dedica a salvar vidas. Entonces ¿qué más puede estar pasando?¿Qué historias conoce ud?

También le ruego que me cuente si cree que alguien de por aquí pueda estar usando la leyenda negra del lugar para asustar al buen doctor y quedarse con la plantación a precio de ganga.

- Ya les he contado todo lo que sé, señor - le respondió el barquero a Jeremy, después de beber, gustoso, de la petaca que éste le ofreció, y darle las gracias - Sólo soy un hombre sencillo que se gana la vida transportando gente, y animales, de un lado a otro del río, para poder dar de comer a su mujer y a su hijo. No sé... - el hombre dejó de hablar un instante, mientras se esforzaba en mover la embarcación - No sé qué problemas puede tener su amigo, señor, o si están relacionados con los habitantes del pueblo, pero lo que si puedo decirle, a ciencia cierta, es que todos ellos cuentan las mismas historias sobre la plantación, y que ninguno de ellos intería quedarse con esa maldita propiedad, pues ninguno de ellos se acerca a ella a menos que sea extrictamente necesario. Puede preguntarle a cualquiera de ellos si no me cree -

Ya están allí. Champillon no tiene nada de particular desde el punto de vista de Hellen. Un lugar perdido, dejado de la mano de Dios. En varios aspectos, si hay que creer algo de lo que el bueno del barquero ha dicho. En todo caso, Isaac ha encontrado problemas allí. Y un comentario: los lugareños tienen razón... ¿en qué...?

Un estremecimiento recorre el espinazo de la bibliotecaria. No le hace maldita la gracia que alguien como el doctor de crédito a tales relatos de vudú o de antiguas supersticiones que han trascendido hasta el día de hoy.

-Bueno, aquí estamos. Esto es... bastante deprimente. 

Hellen da unas cuantas miradas a su alrededor, tratando de situarse, tratando de ver algún cartel que pueda orientarles hacia dónde ir primero.

-No sé ustedes, pero a mi me vendría bien comer algo y tomarme una copa de vino...

La idea de echarse algo al estómago levanta el ánimo de Jeremy que andaba decaído, contagiado por lo lóbrego del entorno.

Sí, comamos algo. No me fío del estado de estos caminos y no me extrañaría que tengamos que bajarnos del auto y empujar de camino a la plantación. Es mejor reponer fuerzas.

Bueno querida, no cuentes con conseguir un vino decente por aquí.....pero me parece buena idea.Yo voy a hacer preguntas a la Gaceta Local, nos vemos en aquel restaurante de allí....en una hora? 

Señor Bradley, si desea acompañar a esta dama...y le tiende el brazo, pícara, agarre.

A Jonathan le gustaba viajar en tren. Disfrutaba observando los paisajes lo cual hacía que estuviese de buen humor y por un instante, olvidase cual era el motivo de su viaje. 

Aprovechó para charlar e ir conociendo un poco a sus compañeros de viaje dejando ver que se trataba de un hombre extrovertido y cortés.

Solo al final del viaje, cuando el paisaje se volvió gris y decadente, una sombra oscura pasó por su rostro recordándole que en realidad, venían a socorrer al Doctor Butler, que se hallaba en serios problemas. 

No se dejó embaucar por las supercherías del señor Bowen. Conocía a la gente como él de la América Profunda, con sus tradiciones sobre magia, supersticiones, maldiciones...

Sonrió condescendiente al escuchar las explicaciones de aquel hombre, pero no le llevó la contraria. Lo que menos quería era ofender a nadie. A fin de cuentas, era en lo que se habían criado. 

El paseo por el río transcurre sin problemas. El entorno, a pesar del aura de tristeza y depresión que rodea la zona, le parece agradable.

Ya al otro lado, secunda los planes de sus compañeros.

-Con mucho gusto le acompañaré-responde a la señorita Wallden cuando esta le tiende el brazo-confío en que nuestros compañeros nos reserven un poco de pollo. Creo que es la especialidad de la región. Y a cambio de vino, creo que si podremos degustar un buen whisky. 
 
 

Mientras ve como Sonya atrapa literalmente a Jonathan, Hellen sonríe. Su querida amiga es justo lo contrario de lo que ella es, y muy parecida a lo que le hubiera gustado ser: extrovertida, simpática, audaz con los hombres. Pero hay lo que hay, piensa con un punto de melancolía.

-De acuerdo, os esperaremos en ese... "Restaurante" -responde entrecomillando la palabra con los dedos.- Si es que puede decirse eso de un local que tiene más pinta de fonda que de otra cosa. Pero en fin, mientras esté limpio y se coma bien, nada que objetar. En una hora. Aunque si tienen pollo y whisky, y ambos son buenos como dice, Sr. Bradley, no crea que vayamos a esperarles sin comer. -Se ríe con suavidad.- Por lo menos yo.

Echa un vistazo a Jeremy, y asiente.

-¿Vamos? De paso veremos de tirar de la lengua a quien nos atienda. Seguro que con las pocas visitas forasteras que deben recibir, deben estar ansiosos de contar los chismes del pueblo. Plantación Butler incluida.

Cuando entráis en el Acme Oyster House, el modesto restaurante en el que habéis decidido esperar a Sonya y a Jonathan, las miradas de los lugareños se clavan, al instante, en vosotros. Algunos tuercen el gesto, en señal de disgusto, antes de volver a sus asuntos, pero otros os siguen mirando hasta que os sentáis en una mesa que hay pegada a uno de los ventanales con vistas a la calle, al lado de en la que está sentado un hombre con el pelo canoso, de unos ochenta años de edad. Bebe de una botella como si no hubiera un mañana.

El local está formado por varias mesas, y una barra en forma de L, detras de la cual se encuentra una oronda mujer. Un par de camareras se afanan en llevar las comandas. El olor a tabaco impregna el ambiente, aunque la sala no está demasiado cargada de humo.

Después de unos minutos de espera, una de las camareras, una de unos cuarenta años de edad, y extremadamente delgada, se acerca a atenderos.

- ¿Qué va a ser? - os pregunta, de forma seca. - Si queréis comer, y no conocéis la comida local, os recomiendo que pidáis un "Po-boys", un sandwich de carne, y un gumbo, caldo de arroz con diversos ingredientes, cada uno. También...-

- ¡Sirveles un Jambalaya, Susan! ¡A ver si la delicada boca de la yanqui puede resistirlo! - Las risas inundan el local, después de la broma de uno de los lugareños.

- Seguro que esa boca ha comido cosas menos sabrosas - dice otro de los presentes, haciendo que las risas vuelvan a surgir.

La camarera sonríe, y continúa hablando.

- También tenemos el Jambalaya, arroz con varios ingredientes, pero les advierto que es extremadamente picante. Todos los platos vienen acompañados de garapo, un hidromiel local -

Después de pedir, la camarera se marcha. Entonces el hombre del pelo canoso os dice:

- ¿Son ustedes de la misma zona que el otro yanqui? - El aliento del lugareño apesta a alcohol.

Hellen aguanta como podrías aguantar un chaparrón de granizo que te ha pillado en medio de una plaza. Intenta poner cara de póquer, no torcer el gesto, y tampoco sonreír como una bobalicona. Sólo va mirando directamente a los ojos de los que van hablando, sin bajar los ojos. Primero de la mujer que viene a tomarles la comanda, después del primer hombre que la increpa, luego del "caballero" que hace deducciones acerca de sus... experiencias.

Para volver a la mujer, y pedir en tono neutro el sandwich de carne y el gumbo. Está a punto de asumir el reto y pedir el plato picante, pero es exponerse a quedar en ridículo, y ahora mismo no le conviene.

Cuando la mujer se marcha, adelanta el cuerpo para murmurarle a Jeremy:

-Menudo comienzo...

Pero es interrumpida por el lugareño bebedor y su oportuna pregunta. Hubiera sido difícil iniciar una conversación con nadie, después de la fenomenal acogida.

-¿Qué otro yanqui, señor? ¿A quién se refiere usted?