Partida Rol por web

La doctora se dirigía hacia la primera puerta sin esperar, pero Alwin tenía razón.

Espere doctora. Iré con usted. Encontraría poético que ya que hemos compartido varias aventuras juntos, enfrentemos este riesgo juntos, ¿no le parece?

Me coloqué junto a la doctora, le sonreí y, en un acto de afecto espontáneo le cogí de la mano durante un par de segundos y se la apreté par darnos fuerzas a los dos.

En el momento en que el Sr. Ohrin pisa el suelo del pasillo tras el portón del Camino de la pérdida, la montaña de huesos se agita con temblores que van incrementándose de magnitud. Los huesos, se alzan por innumerables corrientes de aire pequeñas y caprichosas, que le dan forma a los mismos hasta conformar un pequeño batallón de esqueletos. Son finalmente cinco, y en sus manos, viejas dagas oxidadas que mantenían enterradas bajo ellos.

Todo se desarrolla muy rápido y, los primeros instantes, los amenazantes esqueletos caminan erráticamente, como los primeros segundos de vida de un cervatillo, pero en seguida, se reorganizan y son lanzados contra los exploradores.

Uno de ellos corre en línea recta hacia Threkor Ohrin, mientras que dos más dan un potente salto hacia Alwain Romijnsen y Nathaniel Nox respectivamente. Los últimos dos esqueletos caminan en línea recta y de manera amenazante hacia la Dra. Srinivasan, y sus huesos, a veces forman los dos esqueletos que emprendieron la marcha y a veces forman un único ser de mayor tamaño y dos dagas, una en cada una de sus largas manos. Van cambiando azarosamente de una forma a otra.

¡Alto!, ¡Queremos platicar con ustedes! ¡Queremos saber qué pasó aquí y cómo ayudarlos!  -La Dra. Srinivasan trataba de negociar, de resolver esta situación como seres civilizados. 

Ustedes abogan por la paz y el entendimiento.  Practiquémoslo.   Así mostrarán que son dignos.  Pueden serlo.  Demuéstrenselo.  -Buscaba interpelar a aquellos que no habían pasado las pruebas, si es que eran ellos.   

O ayúdenos, maestros de ellos, vengan a ayudarnos.  -Este era un llamado para el otro viento, el los que habían alcanzado el estado de pneuma. 

Nathaniel, el ordenador.  No que le fuera a dar tiempo de poner el traductor instantáneo, pero bueno, se le ocurrió. 

Y mi flauta, -un instrumento de viento-; la hubiera sacado de la mochila. 

La doctora intentaba hablar con ellos, pero no creía que sirviera de mucho.

Amigo, amigo. - fue lo único que pude decir en aquellas circunstancias. Si no paraban me tiraría hacia un lado para evitar la daga del esqueleto.

Despojarnos de las posesiones. ¿Tendríamos que haber entrado desnudos?

Aquella escena, con los huesos formando un grupo de esqueléticos oponente armados con viejas dagas, me recordó a la antigua película Jasón y los Argonautas. Era evidente el motivo por el que los esqueletos habían mostrado semejante hostilidad, ya que Ohrin, a diferencia de Sharada, no se había despojado de sus posesiones para entrar por aquel sendero. Nos habían identificado como enemigos, probablemente como intrusos que no iban a seguir las indicaciones de cada puerta.

-Doctora... ¿de verdad le parece el mejor momento para sacar el portátil? -inquirí, sorprendido por el comentario de la doctora Srinivasan, en aquel críticos instantes en que nos jugábamos la vida.

No disponíamos de mucho tiempo, así que hice lo único que podía hacer era tratar de esquivar la daga del esqueleto que se dirigía hacia mí.

Los esqueletos empezaron a reanimarse, y aquello ya fue demasiado. Aunque había ido con una mente abierta a la expedición, siempre le había podido ir encontrando, más o menos, una explicación lógica a todo lo que estábamos viviendo. Habíamos descubierto una religión antigua y sorprendente, pero eso no hacía que fuera real. Habíamos abierto unas escaleras pidiéndolo a través de un extraño instrumento, pero podía haber sido el tono, o las vibraciones de las palabras las causantes de activar el mecanismo, y no que alguien realmente estuviera respondiendo. Pero ahora, delante mía, tenía algo que la ciencia no podría explicar jamás. Y eso era maravilloso.

Al menos si no tuvieran la intención de asesinarnos.

De un salto, me eché hacía atrás intentando esquivar la arremetida del esqueleto que tenía en frente. Reaccionando a la máxima velocidad que pude, me puse la mochila por delante, a modo de armadura, y de ella saqué un pequeño martillo de escalada. No sabía cómo de efectivo sería rompiendo huesos, pero era mejor que nada. 

-¡Vamos engendro! ¡Ven a por mí! -le reté-.

Quizás moriría, pero cargado de adrenalina como estaba y arrinconado en aquella sala, no quedaba otra que luchar y vencer. Sobre todo ahora que estaba tan cerca de saber más sobre la inmortalidad.

Las innumerables corrientes de aire que revolotean alrededor de los esqueletos, dándoles movimiento, se cuelan también con precisión quirúrgica entre las costillas y pequeñas ranuras, produciendo sonidos que acaban formando sílabas, éstas, a su vez, forman palabras, y estas últimas, una frase comprensible para los exploradores que se repite una y otra vez:

"La norma se debe cumplir."

En efecto, era individual el asunto. 

Sharada se quitó toda la ropa y dijo:  Pedimos perdón.  Vamos sin posesiones.  Uno por uno. 

Con las manos dibujó el signo matemático que recordaba ella que el ordenador había identificado como "individual", y luego los símbolos para "sin posesiones". 

Esperaba que con eso alguna reacción hubiera.  La barrera del lenguaje la habían pasado.  Las habían escuchado a las calacas en su propio idioma. 

Cuando el viento generó aquellas extrañas palabras apenas pude tener tiempo de asimilarlas. En ese momento solo podía centrarme en mi propia supervivencia. Por suerte, la doctora si que parecía haber comprendido algo, y estaba actuando para intentar arreglarlo. Yo por lo pronto, armado con el pequeño martillo de escalada y como la mochila por delante a modo de escudo, me centre en intentar esquivar el ataque y contraatacar con el pequeño martillo si veia una oportunidad.

-Sea lo que sea, doctora, espero que funcione, ¡y rápido! -Grite, al tiempo que me preparaba para la embestida del esqueleto-.

Había sido una mala idea por parte de la doctora Srinivasan tratar de jugársela a los guardianes de aquel lugar con el truco de que la bata era de su hermana. Quizá hubiera funcionado si los guardianes hubieran sido humanos vivos, pero aquellos seres... No, estaba seguro de que no entenderían otro lenguaje que no fuera el de acatar las normas que ellos habían impuesto.

Utilizando la mochila de explorador como improvisado escudo contra los esqueletos, opté por descargarla con todas mis fuerzas contra el esqueleto que tenía más próximo. Aquel guardián estaba formado por huesos. No podía ser muy resistente, ¿o sí?

LA doctora empezó a desnudarse, pero yo no tenía tiempo para tanto, así que decidí esquivar al esqueleto que se abalanbzaba sobre mi, rodando de costado hacia mi derecha.

Eperaba poder esquivar la situación de momento.

La daga de uno de los esqueletos se clava en la mochila de Nathaniel Nox, atravesando unas barritas energéticas pero salvándole la vida. Luego, la empujó hacia el frente, derribando a su atacante contra el suelo y despedazándolo en multitud de huesos, que comienzan a recomponerse de nuevo gracias a las corrientes de aire.

Peor suerte corrió Alwin Romijnsen, que utilizando su piolet, procura protegerse de su cadavérico atacante con un éxito parcial, ya que la daga consigue abrirle una herida en su antebrazo, del que comienza a brotar sangre. El esqueleto hace una mueva extraña y emite un: "La norma se debe cumplir".

La Dra. Srinivasan y el Sr. Ohrin, que todavía están ambos al inicio del Camino de la pérdida, se ven amenazados por el esqueleto que ha saltado hacia su posición con la daga lista para ensartar a uno de ellos. Threkor Ohrin gira a su derecha con un hábil movimiento, pero cuando se detiene puede comprobar que en su espalda cruza diagonalmente una mancha púrpura que segundo a segundo incrementa su dolor.

El movimiento del ocultista le ha sacado del umbral de entrada, dejando a la doctora sola en su interior. De pronto, los huesos de los cinco esqueletos forman un único torbellino y vuelven a depositar los huesos con sus cinco dagas en el centro de la sala.

Bien, si, compañeros, eso de las reglas, hay que seguirlo.  Parece que estámos ante la burocracia de Nueva Delhi.   

No, no se me ofendan mis huesitos.  Les guiñó en la oscuridad. 

Se volvió a poner la bata.   Veamos si esta claúsula aplicaba o era sólo la de ir "uno por uno". 

No dejó de ver los huesos, y al mínimo movimiento se la retiraría de nuevo.

Únicamente con la bata te adentras en el oscuro pasillo, que queda sellado cuando la puerta se cierra por sí misma produciendo un golpe y un cambio de temperatura al haber avanzado los primeros diez metros en el interior.

A pesar de no ver el más mínimo detalle, caminar es fácil pues con los brazos extendidos tocas las paredes de roca laterales a ambos lados, mientras la humedad del lugar llena tus dedos de silicatos.

Al cabo de unos diez minutos caminando a paso lento, das un giro a la derecha a la vez que notas una subida. Como si ascendieses por una rampa en espiral. Sigues adelante ansiosa de descubrir qué habrá al final y, tras dos minutos más en los que ha ido apareciendo algo de luz que entra del final del camino y que el frío se ha intensificado, llegas a un estrecho mirador sin salida que da al exterior y desde donde ves algunos de los picos más altos de la cordillera del Himalaya. En el mirador, que está a un metro y medio de altura, hay anclada una especie de flauta metálica. En el suelo inmediatamente debajo de la embocadura hay un círculo grabado en el suelo, con algunos símbolos alrededor ya familiares para ti de la sala donde te esperan tus compañeros, que son los que te invitan a despojarte de todo.

El frío es extremadamente intenso y, sea lo que sea que vayas a hacer, tendrás que hacerlo ya, pues no podrás resistir demasiado tiempo tan bajas temperaturas.

Únicamente ataviada con la túnica, la doctora camina hacia el interior del pasillo hasta que las sombras la envuelven y la perdéis de vista. Como si un mecanismo la hubiera activado, la gruesa puerta se cierra tras ella herméticamente.

Pues si, este es el momento.   Sharada se quitó la bata.  Se paró sobre el círculo grabado en el suelo.   Se acercó a la flauta, y tocó una melodía.  Finalmente, sabía tocar la flauta hindú, ¿lo recuerdan?   En este caso eligió una elaboración sobre la idea budista del "desapego". 

Al acabar, habló, con palabras, sobre la flauta misma, como si fuera un micrófono.  Su petición era la misma:  ¿Me abren?  ¿A la siguiente puerta?  ¿O debo regresar por donde vine? 

Sabía que estaban en el aire, las antiguas maestros y maestras. 

Esperó.

-Uff... Ahora me alegro de haber echado suficientes barritas energéticas -declaré, impresionado de que el contenido de mi mochila hubiera logrado evitar que los esqueletos me apuñalaran.

Mis compañeros habían tenido una peor suerte, resultando heridos en el proceso. Por otra parte, la puerta tras la que había desaparecido la doctora se cerraba abruptamente, impidiendo que cualquiera de nosotros pudiéramos seguirla, como había tratado de hacer Ohrin antes.

-Creo que únicamente puede entrar uno por cada puerta -declaré, observando el detalle de que los esqueletos se habían levantado a atacar sólo cuando Threkor había querido seguir a su compañera-. Me temo que tendremos que elegir una puerta cada uno y continuar avanzando. Quizá podamos reunirnos en una sala que haya más adelante o tengamos que retroceder hasta aquí.

Una preciosa melodía con reminiscencias budistas se esparce por las cumbres, el frío y el hielo. Hablaba de "desapego", pero un fuerte sonido lejano de rachas de aire manifiestan que la doctora no está sola en ningún momento.

El viento irrumpe en el mirador y sacude la melena de Sharada Srinivasan, y hace entrar algo de hielo en el interior de la montaña. Al otro extremo del pasillo, en la entrada, un sonido de varios segundos de duración que se percibe en forma de vibración.