Partida Rol por web

Sólo cuando entró dentro de la oficina y comprobó tanto la dirección de la mirada del ayudante como el origen de la risa de sus compañeros, supo que había cometido un error que posiblemente le costaría demasiado caro.

Sus mejillas se tiñeron del mismo color que su cabello por la vergüenza de principiante, echando una rápida mirada cargada de rabia a los compañeros que coreaban con sus risas el lugar. Scott podía percatarse que, a diferencia de los anteriores contactos, parecía haber perdido parte de la seguridad que tenía sobre sí misma.

Tenemos que hablar con el Sheriff Smith por un asunto importante.- Se le notaba a la defensiva, queriendo mantener la compostura seria sin demasiado éxito.- ¿Se encuentra aquí? – Mientras hablaba se apresuró a abrochar los botones restantes de su camisa, esperando poder olvidarse de aquello rápidamente.

El alguacil se recreó en el embarazo de Moira, sin perder detalle de cómo se abrochaba los botones. La secretaria también dedicó un gesto de contrariedad a la agente que indicaba que ya la había etiquetado en cualesquiera de sus categorías morales prejuiciosas. Los otros dos alguaciles, un tipo de ojos saltones y aspecto de batracio y un gigante con pinta de no ser muy listo, se lo estaban pasando en grande, se daban codazos y se mordían el labio inferior en un gesto obsceno.

—¿Te ayudo con eso, pelirroja? —insistió Skinner con voz melosa, dando un paso hacia Moira—. El sheriff está ocupado pero ya te he dicho que soy su mano derecha. Habla conmigo con total confianza, seguro que tú y yo podemos resolverlo en un periquete. Tu compañero puede esperarte en la cafetería de enfrente, sirven una pasta buenísima y un café estupendo.

Scott dio un paso adelante, chasqueó los dedos, llamó la atención del mequetrefe. Skinner le miró fijamente, desafiante. Scott aguantó el reto, Skinner fue a decir algo pero Scott le interrumpió, se adelantó justo a tiempo

—Agente— Scott miró a la bragueta del alguacil, luego la señaló con el dedo

—Disculpe, pero tiene usted un pequeño problema ahí abajo.— La cremallera del pantalón* de Skinner estaba totalmente bajada, los calzoncillos blancos se veían claramente por el agujero.

—Dese prisa, abróchese eso—

—Quizás vuelva el sheriff y vea que su mano derecha es incapaz de ocuparse de su propia bragueta.—

Scott señaló a los otros dos alguaciles, volvió a dirigirse a Skinner, habló lo suficientemente alto para que los otros alguaciles le escucharan

—Quizás alguno de esos quiera ganar puntos con el sheriff y quitarle el puesto. Lo único que tendría que hacer ahora mismo para conseguirlo es tener la bragueta subida.—

Skinner reaccionó aún más rápido que Moira y se subió la cremallera del pantalón del uniforme. La secretaria le miró con mala cara y se agarró el crucifijo que colgaba en una cadena de su cuello. Detrás, el alguacil gigante soltó una sonora carcajada, pero el batracio le golpeó en el brazo para que se callara y se puso de pie, también desafiante.

El sargento Scott había logrado ganarse por fin toda la atención de los ayudantes del sheriff Smith...

Había tantas cosas que quería decirle y tantas ganas de que lo próximo que salieran de sus labios fuera un grito de dolor por la patada que le metería en la entrepierna que tuvo que apretar los puños y morderse la lengua, temiendo perder el respeto por completo por un simple botón desabrochado.

En su cabeza volaban mil y unas cosas que colapsaban entre sí, no pudiendo ordenarlas por el bochornoso momento. Recordaba perfectamente esos primeros días en el departamento, mismo suceso y misma respuesta, creyendo que había logrado superponerse a las vejaciones de entonces al ser sólo una cría en mitad de una selva. Puede que se hubiera confiado demasiado en esa fortaleza que rompió con un escote.

Agradeció la ayuda de Scott aunque a su vez la hizo ver más débil, necesitando otra vez el apoyo de un hombre para sobreponerse. Posiblemente sus familiares, si se enteraran de este pequeño percance, se estarían sumando a las risas de la oficina.

Nos han llamado para investigar sobre las desapariciones así que hazle saber que debemos hablar con él. Urgente.- Aun así intentaba sobreponerse al ayudante, intentando mantenerle la mirada seria y desafiante a pesar de no estar saliéndole nada bien.

Skinner retrocedió todo lo que había avanzado hacia Moira sin dejar de fulminar con la mirada a Scott: el Ranger era consciente de que acababa de ganarse un enemigo; uno muy jodido. Giró la cabeza hacia la secretaria y le hizo un gesto brusco. Ella levantó el teléfono y marcó una línea interna: Jefe, le necesitamos aquí abajo... Sí... Es urgente... ¡Cuide sus palabras, sheriff! Sabe que no me gusta ese tipo de lenguaje...

—Ahora mismo baja, agentes. Está en el archivo... —se interrumpió al ver la mirada de Skinner.

Pero quien bajó primero por las escaleras que había al fondo de la sala no fue el sheriff Smith, sino una joven morena, de unos treinta años, vestida con el uniforme de la oficina postal de Jefferson.

Cuando vio tanta gente congregada allí abajo, se detuvo un segundo sorprendida, pero inmediatamente reanudó su marcha hacia la puerta con paso vivo y decidido.

—Gracias por traernos el correo, Susan —dijo la secretaria sin poder evitar una mueca de disgusto. Skinner y los dos alguaciles sonreían como lobos hambrientos. La funcionaria levantó el dedo medio de su mano derecha como toda respuesta.

Poco después bajó el sheriff Smith, descargando sus pasos pesadamente en cada escalón como si desafiara la urgencia del llamado de su subordinada. Al encarar la sala se le veía ufano y satisfecho e incluso se permitió colocarse bien la entrepierna. Cuando se percató de la presencia de Greenwrim y Scott entrecerró un poco los ojos, pero fue su único gesto de sorpresa.

—¿Y bien? ¿Qué demonios es eso tan urgente? ¿Por qué coño no te has encargado tú, Skinner? ¿No te pago lo suficiente? —bromeó el sheriff palmeando el hombro de su ayudante.

Ante la llegada del sheriff, Moira se apresuró a coger la placa que llevaba guardada en el bolsillo trasero del pantalón y mostrársela, esperando que tuviera suficiente peso, al menos, para que les tomaran en serio.

Nos llamaron para encargarnos de las desapariciones que llevan sucediéndose desde hace cuatro años.- Cerró la placa, volviendo a guardarla en su lugar de origen.- Si tiene un momento nos gustaría hacerle unas preguntas al respecto.- Miró alrededor de la oficina. Demasiados ojos mirando, demasiada atención sobre ellos… no le gustaba hablar de trabajo en lugares tan amplios al no saber quién estaba escuchando y qué podían filtrar.- ¿Le importa que hablemos mejor en su despacho?

El sheriff se fijó en Moira, en su estatura, en su belleza, en sus formas femeninas y en como trataba de disimular todo aquello con un disfraz de agente de la Ley. Torció una sonrisa en su rostro antes de darle también un repaso a Scott Bennet, un tipo larguirucho con pinta de seminarista o, peor aún, de intelectual progre. No necesitaba una segunda impresión para saber que aquellos dos le caían como el culo: la machorra y el chupatintas; menuda mierda contratan hoy día en los Rangers. Solamente les ha faltado enviar a alguna minoría étnica para tener el cuadro completo.

—¿Quién les ha llamado? —inquirió en tono malhumorado y olvidando presentarse formalmente—. ¿El juez del condado? Porque a mí no me consta en la agenda la visita de ningún Ranger, ¿cierto Peggy? —la aludida negó firmemente con la cabeza.

Obvió intencionadamente hacer referencia a las desapariciones porque quería escuchar lo que tenían que decir aquellos dos. Skinner retrocedió con disimuló hasta tomar posición junto a sus compañeros que no perdían detalle del encuentro y que si hubieran tenido un cubo de palomitas estarían comiéndolas ahora mismo.

Scott sostuvo la mirada al sheriff y esbozó una sonrisa.

—¿No le habrá llegado con el correo? Igual con las prisas...*

El jefe Smith correspondió con otra sonrisa igual de peligrosa, pero era evidente que el comentario le había jodido bien.

Realmente le hubiera gustado tratar el asunto en privado para evitar todo tipo de habladurías y más con el propio sheriff quien, según el informe que les habían enviado, se negaba en rotundo a ayudar con la investigación. Sin embargo al mirar a su alrededor pudo imaginarse que el resto de compañeros estarían de acuerdo con su decisión, mínimo aquellos hombres que no dejaban de reírle las gracias como si de un patio de colegio se tratase.

De acuerdo.- Cambió el peso de un pie a otro mientras dejaba apoyada las manos en las caderas, como si quisiera reforzar su posición al anclarse en el suelo. Miró directamente a los ojos del Sheriff, continuando ese enfrentamiento que Scott de manera disimulada había empezado.- Venimos como unidad de apoyo* por la solicitud del Contado de Harrison.- No vio necesario especificar más, no de momento, imaginándose que podía intuir a qué se refería exactamente.- Y ahora vuelvo a preguntarle, ¿podemos hablar en su despacho? – “Obstrucción a la autoridad” sería un cargo más que suficiente para abrirle un expediente si volvía a negarse a cooperar contra un rango superior al suyo, aunque seguro que si indagaba encontraría más párrafos para añadir.

—¡JA! —exclamó el sheriff en un tono realmente alto—. Así que esa vieja cagueta ha llamado a los Rangers —comenzó a reírse estrepitosamente; pero sus carcajadas carecían por completo de humor alguno, tal y como constataba el silencio contenido de los alguaciles y de la secretaria—. Lo siento preciosa. Siento que hayas tenido que venir desde tan lejos para nada. Ese maldito cretino está despilfarrando el dinero de los contribuyentes en su estúpida e imaginaria cruzada. Desapariciones... —el jefe Smith torció la boca en una mueca de desprecio—. ¿Qué desapariciones? Es él quien parece que pierde niños en su condado. ¿Por qué cojones les ha mandado a ustedes a MÍ condado?

—Sherif, por favor... —pidió la secretaria.

—Peggy, cállate de una puta vez. En mi oficina hablo como me sale de los... —por algún motivo se cortó de terminar la frase; pero de nada sirvió porque la secretaria era ya un mar de lágrimas que se levantó de su sitio y corrió hasta el aseo—. Ese maldito cabrón me saca de quicio, coño.

»¿Traen una orden? —preguntó extendiendo la mano para recoger el documento.

No iba a dar el brazo a torcer y allí estaban perdiendo el tiempo estrepitosamente, uno tan valioso que podrían aprovechar, por ejemplo, en buscar a la media docena de desaparecidos que tenían entre manos.

Posiblemente esa primera impresión que ella había ocasionado les quitó la relevancia que tenían y sólo recibían evasivas a sus peticiones a pesar de intentar ir, en todo momento, por las buenas, al menos como el protocolo dictaba. Sin embargo creyó que iba siendo hora de “atacar”, dejando el bolso en alguna superficie antes de sacar el informe que redactó el Sheriff de Marshall para leer el nombre del sospechoso. En realidad se acordaba después de recitarlo en su cabeza varias veces, pero hace años su padre le explicó que enseñar de manera indirecta papeles les hacía ver que no era un juego.

Richard Matteis. Sospechoso de seis desapariciones infantiles y un intento de agresión sexual a una adolescente.- Apartó un segundo la mirada de los papeles para centrarse en la secretaría. Quería ver si tenía algún tipo de reacción como sorpresa o rechazo, ya que ella parecía ser la más cuerda de esa oficina y, tal vez, podría tener una charla con ella.- Al parecer su oficina le está protegiendo y se niega a colaborar, obstruyendo así una investigación abierta.- Cerró el informe, aunque lo dejó todavía entre sus manos.- Nos llamaron para evitar hacer de esto un caso aparte, pero si quiere puedo pedir una orden y, con ello, le abrirían un expediente no sólo a usted, sino a sus ayudantes.- Ahora miró a aquél hombre que la increpó nada más entrar, queriendo ver también si mostraban algún tipo de miedo.- Nos gustaría evitar todo ese proceso judicial. Sólo queremos interrogar al señor Matteis y sacar en claro si realmente tiene relación con las desapariciones, porque eso es lo más importante de todo este caso. ¿No está de acuerdo, Sheriff?

—Matteis, ¿el maestro? —se sorprendió el sheriff. Luego pareció relajarse un poco y los alguaciles sonrieron. Por su parte Peggy Slater, la secretaria, parecía no entender nada.

—¿Así que quieren a Richard Matteis para llevárselo al cretino de Taylor? —comenzó a hacer aspavientos—. Está bien, está bien... Están perdiendo el tiempo y espero que ese gilipollas tenga que rendir cuentas por todo este alboroto ante la oficina de los Rangers; pero si lo que desean es detener a Matteis mis propios hombres pueden hacerlo con discreción, hoy mismo, a la salida del colegio.

Se levantó de la barandilla donde se había apoyado al escuchar el nombre de Matteis. Parecía querer dar por zanjada su entrevista con los Rangers.

—Skinner, ¿te encargas tú?

—Claro, jefe. A las dos estaré allí para pedirle amablemente que me acompañe —afirmó con sorna mal disimulada sin apartar la vista de Moira.

—Skinner. ¡Nada de gilipolleces! Quiero al maestro aquí, por las buenas o por las malas —se plantó con los brazos en jarras delante de los Rangers—. Una última cosa, señorita —se negaba a llamarla por su rango—. A mí no me venga con amenazas. Esta es mi jurisdicción. Aquí yo soy la Ley y por encima de mí está el juez Corman. Y dudo mucho que sus jefes en Austin, en Houston o dónde coño estén, vayan a cambiar eso.

Skinner y sus compinches hincharon el pecho ante la bravata de su jefe. Estaba claro que se sentían muy seguros en su reino.

No sabía si había cedido por sus palabras o porque realmente no tenía ningún inconveniente con que hablaran con Matteis, viéndolo en cualquier caso como un pequeño triunfo del que poder tirar aunque, de alguna forma, seguía viéndolo sospechoso.

Me alegra ver que hemos logrado llegar a un acuerdo.- Miró a su compañero sin saber qué opinaba debido a su acostumbrado mutismo, pero justamente al ver que no intervenía creyó que no lo estaba haciendo tan mal. Eso o estaba riéndose de sus continuos errores internamente.- Nos gustaría tener primero una charla con el señor Matteis aquí, puede ser en una habitación libre. Si quiere puede estar en el interrogatorio, su testimonio también ayudará.- Aquél hombre seguía sin gustarle, ocultaba algo, y verlos juntos tal vez demostraría sus teorías. En cualquier caso tampoco quería que hubiera enemistad entre ambos departamentos, sino una futura cooperación si llegaran a necesitar algo de ellos sería complicada.

Sin embargo quedaba un último punto, el que menos le gustaba pero aun así era necesario. Se dirigió en esta ocasión a Skinner, sosteniéndole la mirada mientras se armaba del valor que había perdido hace unos momentos por su intervención.

Quiero estar presente cuando se dé la detención, así que iré con vosotros.- Al sospechar de toda la comisaría, no se fiaba que ellos lo trajeran por las buenas. Podían estar compinchados, avisándole de que estaban ahí para eliminar alguna prueba, idear alguna coartada o simplemente fingir que ese día no fue a trabajar. Quería descartar que tuvieran esa oportunidad.

—Claro, ¿por qué no? —concedió el sheriff con cara de fastidio—. Puestos a hacernos perder el tiempo a nosotros, piérdanlo también ustedes. Así nos libramos de ser acusados de "obstrucción a la Justicia" —se burló.

—Por mí encantado, jefe —se relamió Skinner ante la idea de poder pasar más tiempo con la pelirroja.

—Veremos si cuando esta investigación termine le quedan ganas de reírse, jefe Smith—atacó de nuevo Scott—. Igual hasta se queda sin su trono de pequeño tirano. Es posible que incluso le deponga su querido juez Corman.

El sheriff se abalanzó por Scott que se puso en guardia para recibirle; pero con gran celeridad Skinner se interpuso entre ambos y los otros dos alguaciles también salieron a la zona de recepción para detenerle. Peggy Slater, la secretaria, que apenas acababa de enjugarse las lágrimas, ahogó un grito de espanto al ver el conato de violencia.

—Vamos, vamos, jefe, no se ensucie las manos con mierda —aconsejó susurrante el alguacil de ojos saltones—. ¿No ve lo que pretenden hacer estos dos? Le están provocando para tener una excusa contra usted y meter a fondo sus hocicos en nuestro condado.

El sheriff Smith resoplaba visiblemente alterado, con el rostro encendido y los puños apretados. El alguacil que quedaba se plantó desafiante delante de Scott y, a pesar de la altura del sargento Bennet, aquel tipo le sacaba casi una cabeza. Tenía una sonrisa entre idiota y psicopática, propia de un personaje tarado sacado de una novela de Stephen King.

—Soltadme. ¡Soltadme, coño! —ordenó Smith. Sus hombres obedecieron sin dudarlo pero Zack se limitó a apuntar con el dedo a Scott y mientras se dirigía a Moira: —Señorita, saque de mi oficina a este cabrón antes de que le arranque las pelotas y se las haga comer. Vayan a darse un paseo o a meterse mano en algún motel, me importa un carajo, pero no les quiero por aquí hasta la hora de salida de los colegios.

El arrebato del Sheriff puso punto y final a la conversación, al menos por el momento, observando cómo le apartaban como si fuera un perro sarnoso dispuesto a morder.

No hay problema.- Terminó de recoger sus cosas antes de echar un último vistazo, depositando su atención en la recepción para acercarse a la mujer que allí trabajaba. Tranquilamente, como si no acabara de vivir una provocación, sacó de su bolso una tarjeta blanca con los datos de su número impresos al igual que su nombre, dejándolo sobre la mesa.- Cualquier cosa que necesiten, pueden llamarnos. Igualmente nos veremos en un par de horas.- Volvió a su compañero antes de señalar la puerta.- Vamos Bennet.

Hasta entonces podrían descansar un poco de tantas emociones, tomar el aire en algún sitio con aire acondicionado o buscar el lugar donde irían a quedarse a dormir.

La secretaria guardó la tarjeta con presteza y dedicó una tímida sonrisa a Moira que borró antes de que alguien más la percibiera. Por su parte, Scott aguantó el tipo unos segundos más ante el gorila y también con una sonrisa se despidió de él.

Fuera continuaba el bochorno, la luz cenital inmisericorde y el canto agudo de las cigarras. La calle Austin, donde estaban ubicadas la oficina del Sheriff y la corte de justicia local, resultaba por lo demás una vía pintoresca, salpicada de edificios porticados de ladrillo que evocaban una época pasada y más feliz. Varios de ellos albergaban tabernas y restaurantes con especialidades locales y la omnipresente carne a la brasa.

Hacia el extremo suroeste, con su fachada adornada de banderas tejanas y de la Unión (ninguna insignia confederada era visible), se hallaba el coqueto hotel Excelsior, en una estructura decimonónica que recordaba a las casonas de Nueva Orleans*. Más adelante, en otras viviendas, colgaban los carteles de un par de Bed&Breakfasts.

—¿Buscamos alojamiento o nos tomamos una cerveza? —preguntó inocentemente Scott, como si no hubiera sucedido nada tan solo unos instantes atrás.

La última vez que me enfrenté a un tipo parecido y bebí, no acabó bien la cosa.- No sabía si “bien” era la palabra correcta, puesto que en la anterior ocasión se encontraba, sin saber exactamente cómo había guiado la situación hacia ese punto, en los baños de los Ranger teniendo sexo con un compañero. Así nació Kurt y así dejó de probar todo tipo de alcohol.

Prefiero buscar un lugar donde quedarnos para poder vagar libremente por aquí.- Miró a todos lados hasta que sus ojos se posaron en el hotel.- ¿Qué te parece allí mismo? ¿Demasiado ostentoso? – Le hubiera gustado algo menos llamativo, tal vez una habitación normal en un motel de bajo coste, pero la imperante necesidad de una ducha bien fría y la existencia del aire acondicionado era suficiente para decantarse por un pequeño “capricho”.

Scott no pareció objetar nada a la sugerencia de su compañera de modo que comenzó a caminar junto a ella en dirección al alojamiento. El coche, de momento, era mejor dejarlo aparcado frente a la oficina del Sheriff, para que no olvidara que tenían intención de quedarse allí más tiempo.

Cuando accedieron a la recepción un frescor agradable y un aroma a maderas nobles les dio la bienvenida segundos antes de que lo hiciera la recepcionista.

—¡Buenas tardes y bienvenidos al Hotel Excelsior! Me llamo Sue Ellen Watson —saludó la risueña mujer que apareció por la puerta del fondo al sonar la campanilla de la entrada—. ¿En qué puedo ayudarles?

A primera vista parecía una mujer agradable y educada que hablaba con un elegante acento sureño. Sin lugar a dudas se había formado bien para su trabajo. Vestía discretamente pero con pulcritud, lucía peinado de peluquería tradicional, moderno pero sin estridencias y cuidaba sus manos. Su vista buscaba los ojos de su interlocutor y su sonrisa no era forzada. Todo indicaba que Sue Ellen Watson era la propietaria de aquel establecimiento y que se esmeraba por atender bien a sus clientes.

Una costumbre que adquirió hace tiempo y que prácticamente imitaba a los turistas, era otear con curiosidad todo lo que la rodeaba al entrar un lugar nuevo. El estilo del mobiliario, la disposición de la habitación, el olor del ambientador que habían dejado, si las plantas en los jarrones eran de plástico o reales… En cualquier caso, le resultaba encantador.

Buenas tardes.- Sonrió con cordialidad mientras se acercaba a la recepción.- Nos gustaría reservar dos habitaciones individuales.- No sabía si su compañero quería una habitación doble, pero por su lado prefería tener intimidad.