Partida Rol por web

El olor del mar me recuerda mi ciudad natal. Hacía días que no realizaba una escapada a Barcelona, para oler el mar, oír el ruido de las olas y el suave graznido de las gaviotas… A veces creo que paso demasiado tiempo en el Ministerio, pero allí tengo tantos libros por leer… Me gustan más los libros que ver el cinematógrafo, o televisión, como le llaman.

Salgo de mi ensimismamiento para centrarme en lo que me ha traído aquí. Avanzo hacia el hombre, esperando que me oiga y no tenga un sobresalto al no verme.
-Hola, busco a Pere Santolaya. Es vostè? (*)– le pregunto mientras me acerco a él.

El pescador levanta la vista lentamente. Está acostumbrado a ver entrar y salir gente de lo más variopinta en la caseta o de ella y después de dar una buena bocanada a la pipa que tiene en su boca, le dice:

-Pere Santolaya no es pescador y no está aquí. Él es curtidor y está en la calle de su gremio, en el barrio de la catedral.

Dicho lo cual, vuelve a sus quehaceres, bajando la vista hacia la red.

- Vaya, gracias - digo mientras mi interlocutor sigue con su labor. - Pues iré hacia allí, hacia la catedral...

Ando un poco por la calle, buscando la referencia de la catedral. Tendrá que verse, es un edificio alto y sobresale de entre los demás. me digo mientras pienso si no debería haberle pedido referencias de donde está el barrio de curtidores, Y supongo que en la calle curtidores o algo así.

Vas saliendo de la playa. Tu ropaje no parece demasiado adecuado para ese entorno, pero así son las puertas y lo sabes. Tus zapatos se llenarán de arena sin remedio. Según te aproximas al final de la playa, ves un par de hombres que se acercan al punto por el que tú vas a salir de ella. Te miran con mal disimulada atención y desde luego tienes la certeza de que van a tu encuentro, aunque no sabes muy bien con que intenciones. Desde luego sus caras no son precisamente amigables, pues son caras de pescadores llenas de arrugas y con el ceño fruncido de tanto evitar el brillante sol mediterráneo.

Mas allá, al fondo, saliendo del puerto, ves como se eleva el pináculo de la Catedral subiendo lo que con los años llamarán la Vía Laietana. La catedral, está en pleno Barrio Gótico, más o menos, según recordabas, a medio camino entre Las Ramblas y esa otra calle

Prosigo mi marcha. La arena en los zapatos me incomoda, pero hasta que no salga de la zona de arena no vale la pena quitarla.
En mi periplo hacia la ciudad, me percato de los dos hombres que se acercan.

No va a pasar nada, sólo son pescadores, la gente de mar pueden ser algo rudos, pero en el fondo son buena gente, seguro que no tienen malas intenciones, además nadie sabe de mi. me tranquilizo a mi mismo mientras sigo andando a buen ritmo, sin que se note mi nerviosismo.

Los dos hombres te sonríen tranquilamente:

- Nos ha llamado Don Salvador avisándonos de su llegada. Pero me temo que no vamos a poder ayudarle del todo. Santaolaya no está aquí. Lleva unos días que no sabemos dónde. Don Salvador nos ha dicho que le ayudemos a localizarle. Si quiere le podemos llevar a su negocio por si hubiera alguna pista allí, aunque es difícil que encontremos algo entre tantos archiperres.

- Estamos a su disposición, Señor -te dice el otro, que aunque es más grande y fuerte, parece tener muchas menos luces que el primero algo más mayor y arrugado-.

Intento disimular, esperando que con éxito, un pequeño suspiro de relajación. No tengo que ponerme tan nervioso, al final nada es tan terrible como parece. pienso mientras esbozo una sonrisa a mis nuevos tertulianos.

- Creo que será lo mejor, seguro que vemos algo que nos dice su ubicación.- digo de manera pausada -Si son tan amables de llevarme hasta su casa...- inquiero esperando que inicien la marcha.

- ¡No! ¡No iremos a su casa! O mejor dicho, no solo iremos a su casa: Santaolaya no tiene casa propiamente dicha. Vive en el piso superior de su negocio... O al menos hasta ahora vivía...

La última frase del hombre, sonaba cuanto menos intrigante. Abandonasteis la playa y comenzasteis a subir por Las Ramblas hasta estar más o menos a la mitad, para girar entonces a la derecha y entrar en pleno barrio gótico. Estando ya cerca de la catedral, el más mayor, que no había dejado de fumar todo el camino, se dirige a ti:

- Ya casi hemos llegado. Cuando doblemos la próxima esquina, estaremos en su casa... ¡Y bueno! ¿Qué tal van las cosas por el años 2016? Jejeje... Nosotros hace ya bastante que no hemos ido por allí ¿verdad Francesc?

- Verdad... Verdad -dijo el otro asintiendo como un borrico-.

Sigo el camino marcado por mis dos guías. Vamos tranquilamente, en silencio, pero cuando estamos casi llegando uno de ellos rompe ese sosiego.

- La verdad es que aún estoy adaptándome a esa época, son tiempos muy caóticos, todo se sucede con extrema rapidez y parece que todo pase ayer. A veces creo que tenemos demasiada información y no disfrutamos de lo más mundano y próximo. ¡Aunque los avances científicos son una maravilla!

Si, jajaja... ¡Y eso que en el Ministerio aún se conserva el gusto por la paz y el sosiego... Ese claustro de la entrada, es un lugar realmente bonito. Si cuando vuelve se acuerda, dele recuerdos de mi parte a Don Salvador: Sepa que fuimos muy amigos y que incluso hicimos algunas misiones juntos.

Llegasteis a la puerta de un negocio en el que la puerta estaba cerrada. Era una de esas puertas de madera para caballerizas que se podía abrir hacia dentro por la mitad superior, pero ambas partes estaban cogidas con una gruesa cadena.

Al lado, había otra puerta más pequeña. De dimensiones humanas, pero también cerrada. En la calle, había bastante gente. de los locales salía un vapor blanco y pestilente que procedía de los calderos donde se curtían las piezas de piel y muchos aprendices, iban de acá para allá en el cumplimiento de sus diversas ocupaciones.

- ¿Ve? Como le dije. Tancat! Y así lleva varios días. Ni siquiera están ya los aprendices ni el maestro del taller... Un pequeño desastre porque realmente, tampoco sabemos donde está.

Examino cuidadosamente las puertas, verificando que estén cerradas y que no haya manera de poder entrar.

- Es muy raro que un funcionario del Ministerio desaparezca sin decir nada. Esto no me gusta ni un pelo... Tenemos que entrar de alguna manera, tal vez encontremos alguna pista sobre lo ocurrido.

Me dirijo a mis dos acompañantes.

- Señores, busquemos la manera de entrar. Alguna ventana abierta, alguna puerta trasera... Debemos encontrar una vía de entrada. Tal vez alguna ventana del piso superior. Busquen una escalera, por favor.

- Espere un momento señor Don Jaime: los vecinos de los pisos superiores, pueden abrirnos la puerta de la escalera y seguramente alguno tenga alguna llave del piso o del negocio de Santolaya.

El hombre grande dio un par de voces y alguien asomó en una de las ventanas de los pisos superiores. Después de una breve conversación en un catalán tan cerrado que apenas pudiste entender unas cuantas palabras sueltas, se volvió hacia ti:

- Ahora bajan a abrirnos, maese -dijo con cara de satisfacción-.

Al cabo bajó una anciana que parecía incluso un poco mayor que el hombre que te acompañaba.

- ¿Qué desean?

- Sabría usted si hay alguna manera de entrar en el negocio o en la vivienda de Pere Santolaya? Somos amigos suyos y hace tiempo que no sabemos nada de él.

- ¿Y por qué tendría que creerme que son ustedes amigos suyos? -dijo la anciana- Deberán utilizar argumentos más convincentes para que les crea, caballeros.

Y ahí se quedó la anciana, plantada en mitad del portal y esperando alguna respuesta por vuestra parte.

Este tipo de situaciones son las que no me gustan ni soporto.

¿Ahora que le digo a esta anciana?¿Como la convenzo para que nos deje entrar? No soporto que las misiones se compliquen por estas nimiedades...

- Ya se que no nos conoce, buena señora, pero es verdad que estamos preocupados por Santolaya. Hace días que nadie sabe nada de él, y hemos venido a ver si encontramos algo en su vivienda que nos pueda indicar lo ocurrido. Quien sabe si incluso está dentro, tal vez ha sufrido algún percance, o ha dejado alguna nota de donde ha ido. ¿Usted no querría que le pasara nada malo, verdad? Se le ve buena persona, y si quiere puede permanecer con nosotros mientras miramos en las habitaciones, así verá que no somos ladrones ni nada por el estilo.

El mayor de tus compañeros, se enzarzó con la anciana en una conversación en un catalán con un acento tan cerrado, que apenas si podías comprender palabra, aunque más o menos pudiste entender que estaba intentando lo mismo que tú apelando a que erais gente de allí, gente de bien y que podría estar tranquila.

De hecho, ya cuando tú dijiste que ella podría estar presente en vuestro registro, el gesto se le suavizó un poco. fue algo casi imperceptible, pero que había dado un pequeño giro a vuestro favor en la conversación.

Finalmente la conversación se terminó y la señora dijo algo ininteligible: Probablemente algún tipo de blasfemia.

- Bien. La he convencido de que nos deje pasar. Ella estará con nosotros en todo momento. Por supuesto no nos podremos llevar nada y tendremos que déjalo todo como está -dijo uno de tus improvisados ayudantes- ¿Exactamente que buscamos "senyor"?

Subisteis las estrechas escaleras y la mujer sacó de su casa una llave enorme. De esas antiguas. Bueno, antigua comparada con el siglo XXI, pero absolutamente actual en su época.
La puerta se abrió y dejó paso a una modesta vivienda sin apenas enseres ni mobiliario. La luz entraba mortecina por las ventanas y -aparentemente- todo estaba en orden. Un orden desastroso, como de vivienda de hombre soltero, pero orden al fin y al cabo.

- Bien, gracias por conseguir que nos deje entrar. Tenemos que buscar algo que indique donde puede haber ido Santolaya. Algún tipo de mensaje escrito, algún indicio de que le ha pasado. Digamos que algo fuera de lo normal en él.

Junto a mis acompañantes, entro en la estancia y empiezo a indagar. Busco algún tipo de mueble de despacho, alguna mesa con cajones o algo similar que se suponga que será su despacho.

La verdad es que el piso era más bien humilde: Unos cuantos muebles destartalados: Una cama, una alacena, una mesa, unas cuantas sillas... No parecía que hubiera habido violencia, pero si premura en salir pues una de las sillas se había caído cerca de la alacena. En ella había un jarro con flores... Algo muy extraño en la casa de un calderero de esa época... Y más si -como parecía- Santolaya no tenía mujer.

Uno de los tallos de las flores, tenía un papelito cuidadosamente enrollado a media altura, que desprendiste y desenrollaste:

"Pregúntale a Doña Romualda su edad. Por allí me he ido"

Tal era el escueto mensaje que estaba claro que debía significar algo para alguien... Y Santolaya era Agente del Ministerio.

Tus compañeros seguían dando vueltas por el piso como pollo sin cabeza y sin encontrar nada que al parecer, pudiera merecer la pena.

Ya empezamos con los acertijos...¿no es más fácil poner un mensaje más concreto? Aunque tal vez sea por motivos de seguridad... En fin, tendré que resolver este misterio.

Me giro hacia la anciana que nos escudriña con esmero nuestros movimientos.

- Doña Romulana, ¿es usted, verdad? Espero que no considere descortés mi pregunta, ¿pero me podría decir su edad? Ya se que a una dama no se le tiene que hacer este tipo de preguntas, pero créame si le digo que es de absoluta importancia recabar ese dato.

-... Es curioso: Pere me dijo que alguien, puede que un poco raro me hiciera esa pregunta... Y más raro que usted no creo que lo haya en todo Barcelona: Tengo 81 años, hijo.

El resto de la casa no aportó ningún dato de valor. Incluso bajaron al local del negocio pero tampoco allí había nada que llamase la atención, por lo que un rato después, salisteis al exterior de la finca de nuevo.

¿Qué habrá querido decir con ese número? ¿Qué se ha ido por dónde? Y otro misterio es el motivo de su partida. ¿Porque se ha ido? ¿Está huyendo? ¿De qué o de quién?

El registro de la vivienda y del local de su negocia no da los frutos deseados, no logramos encontrar ninguna pista de su paradero, si es que la hubiera, pero supongo que no habría dejado demasiadas. Si ha huido debe haber algún motivo, y si alguien lo perseguía era mejor no dejar demasiadas huellas sobre su paradero, podría ser descubierto y acabar atrapado.
Mientras salimos de la vivienda le voy dando vueltas al mensaje y a la extraña respuesta.

-¿Os dice algo el número 81? – pregunto a mis compañeros, con la esperanza de que les suene de algo esa referencia. – No creo que sea una fecha, un año tal vez. ¿1981? ¿1881? Demasiado complicado y ambiguo. Tiene que ser algo evidente, que podamos localizar fácilmente. Tal vez sea el número de un portal, es esta calle, que conduzca a otra época.