Partida Rol por web

Entre sombra y sombra

Escena privada

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22/12/2016, 02:02
Cosette Mercier

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Nombre:

Cosette Mercier.

 

Historia:

Cosette nunca supo quiénes eran sus padres. Creció en el mismo orfanato en cuya puerta fue abandonada cuando apenas era un bebé y vivió allí la mayor parte de su vida. Había algo en ella que provocaba sentimientos contradictorios en la gente. Por un lado cada persona que la miraba se sentía atraída hacia ella, como si emanase un extraño magnetismo a través de sus ojos dulces y tristes. Pero por otro los repelía. Era como si la sintiesen diferente a ellos con sólo mirarla.

Tener una pequeña malformación en las orejas que hacía que terminasen en punta tan sólo era un detalle más en la lista de cosas que hacían que Cosette fuese distinta. Siempre fue una niña demasiado seria y solitaria para su edad. No le gustaba jugar en el patio con los otros niños y pasaba largas horas en silencio, mirando al infinito, sin hacer nada en realidad. 

Nunca fue adoptada pues las parejas que se interesaban por ella al verla, terminaban cambiando de opinión antes de que acabase su visita al orfanato. En ocasiones cuando la niña les hacía alguna pregunta incómoda expresada con una seriedad extraña para su edad, o cuando los cabellos se le escapaban de su lugar y las puntas de sus orejas asomaban entre ellos. El resultado siempre era el mismo: era otra niña la que se iba de la mano de sus nuevos padres. Una niña más risueña, más alegre, más... normal. 

Cuando llegó a la adolescencia Cosette estaba acostumbrada a ser tratada como el bicho raro del orfanato. Había terminado por odiar sus extrañas orejas tras escuchar infinitud de insultos sobre ellas. Pero fue peor cuando dejó de ser una niña. Sus pechos crecieron, su figura se estilizó y los chicos del lugar empezaron a mirarla con otros ojos. 

Sin embargo, tras considerarla durante años poco más que un insecto, habría sido demasiado esperar que la tratasen con delicadeza o tratasen de ganarse su afecto. Se limitaron a prepararle una emboscada en las duchas y tomar lo que quisieron. Esa noche fue la primera en que Cosette se cortó la suave piel de sus muñecas con una cuchilla. Se odiaba a sí misma, odiaba sus orejas y odiaba su cuerpo. Se llenó de pequeños cortes y se rebanó las puntas de las orejas. No tardaron en descubrirla, desmayada en el suelo del baño en un charco de sangre. Pasó varios días en el hospital, recibiendo tratamiento psicológico, hasta que la mandaron de vuelta al orfanato. Y si antes había sido una paria, después de aquello más.

La suerte no la sonreía pues en apenas un par de días sus orejas habían vuelto a crecer hasta recuperar su forma anterior. Cosette intentó desembarazarse de ellas en más ocasiones, pero siempre volvieron. Y mientras tanto, sus brazos se iban llenando de finas cicatrices blancas. 

Con el tiempo aprendió en qué lugares no debía quedarse sola y en qué momentos debía ducharse para no encontrarse con nadie. Empezó a fumar y a escaparse del orfanato por las noches para acudir a los peores antros de la zona. No tardó en comenzar a tatuarse, como una forma más de hacerse daño a sí misma a la vez que se ocultaba tras una capa de intrincados dibujos. Se sentía protegida tras ellos. 

Cuando cumplió los dieciocho y pudo abandonar el orfanato, no se lo pensó dos veces a pesar de que le ofrecieron quedarse allí trabajando y cuidando a los niños. No tenía nada allí que echar de menos, cogió sus escasas pertenencias y un sobre con dinero que le dieron y se fue de allí para no volver jamás.

La vida no era fácil para una joven sin estudios y no tardó en acabar compartiendo la cama de su tatuador a cambio de un techo bajo el que quedarse. Él le consiguió trabajo en un pub nocturno, como stripper, y en cuanto pudo se largó de su casa para alquilar una pequeña y cutre habitación en una pensión cercana. Pronto empezó a sumergirse en el submundo del pub y lo que empezó con un porro o una raya de vez en cuando terminó con sus brazos llenos de pequeños agujeritos. 

Dos años habían pasado desde que salió del orfanato cuando empezó a sentir esa Llamada. Era como un leve susurro que la despertaba por las mañanas y la arrullaba por las noches. Pensó que se le estaba yendo la cabeza por las drogas y no le dio más importancia, pero la Llamada seguía allí, persistente, día tras día dentro de su mente, impulsándola a ponerse en pie y dirigirse hacia... No sabía hacia dónde, pero sentía que tenía que ponerse en movimiento.

Sin embargo no hizo nada hasta el momento en que todo cambió. Una noche estaba bailando sobre la tarima, desnudándose lentamente, como cada noche, cuando un tipo empezó a intentar propasarse con ella. No es que fuese algo fuera de lo habitual, pues solía suceder, pero en esa ocasión el guardia de seguridad que se encargaba de mantener las manos de los clientes lejos de las chicas, no estaba a la vista. Tal vez estuviera fuera del local fumando o quizá en los baños follándose a Trixie. 

El tipo se puso más agresivo de lo normal cuando Cosette lo rechazó, sacó una navaja y acercó la punta al pecho de la chica mientras tironeaba de sus shorts con la otra mano. Toda la clientela del bar parecía haber enmudecido mientras Cosette sentía un sudor frío extenderse por su espalda desnuda. Ni siquiera supo explicar lo que sucedió, o cómo lo hizo, pero después siempre estuvo segura de que había sido ella, de alguna manera, la que había hecho que la navaja se girase y se clavase en el cuello del hombre. 

Después de eso la policía invadió el local y por mucho que había multitud de testigos que declararon que ella no había hecho nada, la despidieron. Sin trabajo, sin amigos, de nuevo sola y en la calle, Cosette sintió ganas de dejarse llevar y meterse el chute más grande de su vida, tal vez el caballo la alejase de su existencia de mierda de una vez por todas. Y mientras cerraba los ojos y suspiraba, sintiendo ese dulzor líquido empezar a extenderse por sus venas, la Llamada se presentó en su cabeza, más fuerte que nunca y señalando una dirección. La chica luchó contra el sopor, contra las ganas de cerrar los ojos y terminar de vaciar la jeringuilla en su brazo. Se puso en pie y empezó a caminar por la ciudad, dejando que la lluvia la despejase poco a poco. No tenía ni idea de por qué, pero tenía que llegar hasta el metro.