Partida Rol por web

Ryu. Me cuadra. Sí, es Ryu, tiene que ser él. Es su voz, y tiene hasta la misma manera de moverse. Solo que ahora es una persona en vez de un robot.

—¡Ryu! —exclamo, como si a fuerza de repetir su nombre fuese a ser más verdad. Una gran sonrisa se forma en mi cara. Mi cuerpo está tenso, como si no supiera qué hacer, si darle la mano o una palmada en el hombro o si abrazarlo. Todo me parece igual de inapropiado, así que me quedo ahí de pie como un pasmarote—. Ryu, ¿qué…? ¿Cómo estás? ¿Qué os pasó? ¿Los otros están contigo? Nosotros estamos en un sitio muy raro que se llama El Cairo… —Me doy cuenta de que le estoy hablando a Ryu como si nos estuviésemos comunicando por sueños, como si en realidad aún estuviera en El Cairo y nada de esto fuera de verdad. Y a lo mejor sí que es de verdad. A lo mejor hemos vuelto a saltar a otro sitio o a otro tiempo. Trago saliva, intentando calmarme un poco. Miro a mi alrededor, a los extraños árboles que crecen por todas partes—. ¿Dónde estamos ahora? ¿Crees… que los demás también están aquí?

Me quedo mirando a Ryu con el ceño fruncido.

El material se moldeaba fácilmente cuando lo tomaba con la mano, como si fuera una gelatina y luego, si lo dejaba caer, el pedazo se unía al resto del suelo tomando el todo consistencia compacta, carnosa. Era como si esa masa “supiera” reaccionar de manera diferente según la intención del movimiento: contra el peso muerto de su cuerpo se mantenía rígido y a la fuerza activa de su mano se mostraba dócil.  

No parecía una cuestión de la dirección de las fibras del tejido, tampoco una propiedad del todo -la rigidez- que se perdiera al separar un pedazo, pues era fácil introducir el brazo, incluso el pié, hundiéndolo, si eso es lo que se quería. Eso le hizo pensar que ese material, quizá ser, reaccionaba a la voluntad del movimiento. Aunque también era posible que por su simple estrucutra se adaptara a diferencias sutiles en la forma de distribuir el peso. 

Por otro lado, el cuerpo de Forest estaba literalmente mojado y “manchado” aquí y allá por esa sustancia, como si hubiera estado en el fango. Tenía la sensación de que quizá de alguna forma le podía nutrir a él. 

En ese momento se dio cuenta de que no tenía sus gafas pero que aun así, veía bien. Se levantó y observó que no había uno sólo de esos “árboles”, sino que más bien estaba en medio de lo que parecía un bosque. Su color era rojo oscuro por el efecto de la luz pero eran más anaranjados, tirando al coral. Y parecían estructuralmente muy fuertes.

Le desconcentró un grito, intenso pero breve, de una mujer a la que un par de minutos se topó inesperadamente pues se movía muy silenciosamente, escudriñando, como él.

Su pelo rojizo enmarañado y su cuerpo desnudo y embarrado, como el suyo le daba un aspecto silvestre, salvaje.

Observando su piel, mojada y “embarrada” no encontró las marcas que buscaba pero reconoció entre sus infinitas pecas una característica. Tenía el pelo muy enredado y también sucio por ese barro que lejos de hacerle sentir incómoda resultaba fresco, saludable.

Junto a la estructura arbórea había otra igual de grande, y otra…  Se sentía en el interior de un bosque de esos seres. Su color era oscuro por efecto de la luz  -porque tenía la sensación de que era de noche- pero observándolos bien podrían ser más anaranjados que rojos, tirando al color del fuego.

Pudo distinguir esetrellas y lo que parecía un planeta, pues su luz no titilaba y en el contraste del contraluz de una de las altas ramas contra el cielo, en su final distinguió una cabeza de perfil. Casi pudo imaginar su nariz ganchuda. Y luego su pelo largo y barba, que caían con la fuerza de la gravedad.

Visto esto se topó con otra persona. Un hombre de piel oscura, desnudo y mojado, como ella.

Repararon el uno en el otro cuando ya estaban muy cerca. Ella se movía, sigilosa. Él permanecía quieto.

En un primer instante la luz le había parecido antinatural. Ahora, observando el firmamento, pudo distinguir estrellas, incluso un planeta, pero no pudo ver la luna como habría deseado. El tono verdoso le hizo pensar en las auroras boreales y se preguntó si sería un fenómeno parecido. A pesar de lo extraña que resultaba la superficie arcillosa de la que había emergido, no parecía aquel paisaje un entorno artificial como la nave, sino algún territorio bajo el cielo. Pudo ver a su alrededor más de aquellas estructuras arbóreas y fue entonces cuando, entornando los ojos para distinguir mejor una forma al final de una de las ramas, vio una cabeza cuyo pelo y barba largos caían bajo el peso de la gravedad.

Toda su piel se erizó por la impresión mientras llevaba la manos a la boca tratando de ahogar otro grito. ¿Y si aquella cosa estaba viva? ¿Y si la podía escuchar? Quiso alejarse aún sabiendo que se encontraba en un bosque repleto de ellas. Deseo que estuvieran muertas, que no fueran más que fósiles. Pero, ¿fósiles de qué? Miró su tronco buscando si allí habían más partes humanas cuando vio a un hombre de pie cerca de ella.

Darya levantó las manos en dirección a él en un reflejo de actitud defensiva. Lo observó con atención tratando de cerciorarse de si era totalmente humano. Estaba desnudo y cubierto de aquella arcilla al igual que ella. Si acababa de despertar en ese lugar, ¿era posible que fuera uno de ellos?

—¿Quién... Eres? —preguntó en un susurro.

Dónde estoy? Adrien despertó desorientado, en tiempo y en espacio. No reconocía ese cielo, no podía ser le hospital. Se incorporó con bastante facilidad sobre la acolchonada superfice que de algún modo inexplicable ahora lograba sostenerlo. Es otro sueño? 

El velo entre lo real y lo imaginario se había desgarrado para él hacía ya tiempo, ya no le preocupaba tanto saber dónde estaba ni si era real, y en cierto modo se sentía dichoso de experimentar esa sensación de irrealidad vívida. El color verde que provenía de lo alto le daba un tinte diferente a todo lo que lo rodeaba. Cerró los ojos e inspiró profundamente, para concentrarse en los aromas y sonidos que pudiese haber en torno al árbol, tal vez la vista lo estuviese engañando pero los demás sentidos le dirían la verdad.

Luego levantó levemente uno de los párpados y miró con temor hacia su brazo izquierdo, para satisfacer la duda de si estaba completo.

Pestañeo un par de veces y entrecierro los párpados. Aún estoy aturdido por el sueño, y mi primer impulso al despertar en tan extraño lugar es atribuirlo a un defecto visual y tratar de enfocar la vista. Cuando constato que mis ojos están perfectamente, la siguiente sensación que me invade es el pánico. ¿Ha vuelto a ocurrir? ¿Mi consciencia ha viajado de nuevo a otro cuerpo? ¿Estoy en otro mundo, en otro tiempo?

El instinto de supervivencia se abre paso. Debo observar, reparar en cada detalle, registrar cada pequeño retazo de información que me ayude a orientarmme. Me levanto extrañado al percibir la insólita textura del suelo que me sustenta, y voy directo hacia el árbol. Examino las raíces y la corteza del tronco, pasando la mano por su superficie y tratando de identificar género y especie de la planta (o aquello que más se le aproxime).

Erik abrió los ojos lentamente, confuso, dándose cuenta al momento de que aquella no era ninguna cama. El tacto fresco pero agradable le trajo recuerdos de los muñecos de plastilina que hacía con Kiara y de los pegotes de la misma que se encontraba luego desparramados y perdidos por toda la casa. Era un buen recuerdo con el que despertarse. Pero la situación no era tan agradable como le gustaría.

Se quedó durante unos segundos mirando el árbol, parpadeando para poder verlo con claridad. Hay vida. Ese pensamiento absurdo surgió en su mente, no tan absurdo mientras comprendía las implicaciones de ello. Ese cielo era real. No estaba de nuevo en el espacio. Pero dudaba que estuviera de nuevo en casa. Con cuidado, intentó incorporarse sin hundirse más en aquel colchón arcilloso. Era sorprendente que permitiese su movimiento, pero no podía permitirse investigarlo más. Debía averiguar dónde estaba.

- ¡Egra!

El entusiasmo se le va hundiendo en la mirada hasta quedar en un mero escudriñamiento ligeramente desconfiado. No era ella. El pelo era distinto y los rasgos faciales y el tipo corporal distaban mucho de aquella a quien había conocido, por segunda vez, en esa extraña clínica.

Por segunda vez.

Se mira las manos y toca su barba, comprobando que su propio aspecto no ha cambiado.

- Mijo.

Forest suelta la palabra como una piedra hacia el aire, esperando una reación por parte de su interlocutora mientras da un paso atrás, como si esa palabra pudiese estallar. Una palabra en apariencia aleatoria que bastaría para darse a conocer y localizar a sus compañeros.

—¿Comandante? —preguntó recortando de nuevo la distancia tras avanzar un paso. Bajó las manos a la altura de la cadera pero no abandonó por completo la guardia—. Es usted Forest… —añadió con tanto asombro como alivio. Esbozo una leve sonrisa que apenas transmitía sosiego a su tenso rostro—. No, no soy Egra, soy Darya, ¿me recuerda? Páprika —seguía hablando en susurros sin dejar de mirar a sus ojos. ¿Y si para él no había pasado únicamente un día?

—Forest, alejémonos de los árboles —añadió con premura—. Creo… creo que están habitados. O bien han colgado miembros de sus ramas —no era capaz de discernir cuál de las dos opciones le parecía más aterradora.

Deseó haber sido capaz de reconfortar a su compañero perdido. En lugar de ello, presa todavía del espanto, señaló la rama en que había distinguido la cabeza. 

Mi sonrisa reflejó la de él, lo vi indeciso con qué hacer ahora que no éramos más desconocidos, me ubiqué junto a él y le apoyé una mano en el hombro mientras se lo apreté suavemente un par de veces. Inmediatamente me sentí más relajado y lo solté.

-Nosotros estamos en la casa de verano del sóter de Suiza y Lombardia* -asentí tratando de darle calma al hombretón, ¿O era a mí mismo? -Nuestra rescatadora nos dijo que los habían encontrado a todos ustedes -confirmé aliviado -Conmigo están Darya, Sibyl, Faraz y Erik -afirmé y de pronto dudé -Aunque ahora... No tengo idea de dónde estamos -miré en derredor "O de si volveremos con ellos". -No puedo saberlo -expliqué encogiéndome de hombros -Me dormí y desperté aquí -miré al extraño árbol frente a nosotros -¿Tú qué estabas haciendo cuando viajaste, estabas dormido? -pregunté solo para corroborar.

Me quedé pegado a él y observé al árbol-animal frente a nosotros -Este ser está vivo, ¿Te diste cuenta? No es solo un árbol, tiene costillas y respira y su rostro es el de un hombre - comenté entre la fascinación y el temor, guié a Danny hasta lo que parecía ser un nudo del árbol para que pudiera ver el rostro. Miré su reacción y después le propuse -¿Quieres recorrer a ver si vemos a los otros?

Sonrío un poco cuando Ryu me toca, apartando la mirada para esconder mi incomodidad. Aunque al mismo tiempo me gusta que me trate amistosamente. Se me ilumina la cara cuando Ryu dice que está con los otros cuatro. Parece que todos estamos bien. Más o menos.

—¡Yo estoy con Forest, Adrien y Egra! —le contesto, emocionado. Igual que yo, Ryu no tiene ni idea de dónde estamos. Dice que se durmió y que entonces llegó aquí, así que podría ser un sueño. Pero yo no me dormí, o al menos no lo recuerdo. Me encojo de hombros cuando me pregunta si yo estaba dormido—. Lo siento, no me acuerdo. Estábamos en casa con Zurah y Yulian. Nuestros rescatadores —aclaro cuando me doy cuenta de que Ryu no sabe quiénes son—. Pasó algo. Adrien perdió la mano. Íbamos a ir al hospital, creo. Y ahora estoy aquí…

Tengo que explicarle mejor lo que le pasó a Adrien. A ver si soy capaz.

—Escucha, creo que tenemos una especie de poderes. Por lo menos algunos de nosotros. Si vosotros tenéis alguno, tened cuidado al usarlo. Adrien puede crear vida. Forest puede crear imágenes de lo que piensa. Adrien intentó darle vida a la imagen que creó Forest de su hermana, y ahora no tiene mano…

No sé qué más decir. Me quedo callado unos momentos, con la boca torcida para un lado, hasta que Ryu me dice que el árbol tiene costillas y cara y que respira. Abro mucho los ojos cuando me lo cuenta.

—¿A ver? —exclamo, rodeando el árbol para verlo. Cuando veo que sí, que el árbol tiene cara de hombre, se me escapa una risa sorprendida—. Halaaa… Ya me parecía. Cuando me he despertado, he pensado que parecía que el árbol me pudiese oír. Le he dicho hola. —Bajo la mirada con una sonrisa tímida, sintiéndome idiota de repente. Por suerte, antes de que pueda seguir quedando como un bobo, Ryu propone que vayamos a ver si los otros también están aquí. Tendría sentido. Hay más árboles, así que puede que haya más de nosotros—. Vale. Vamos.

Y empiezo a andar hacia el árbol más cercano, buscando con la vista a ver si veo a alguien.

Se incorporó sin necesidad de esfuerzo y luego contra toda lógica el mismo suelo que antes se había mostrado dúctil ahora, bajo sus pies, parecía más bien duro, estable. 

Estaba desnudo, mojado, algo sucio de esa especie de arcilla en lo que parecía un bosque poblado de esos seres que a pesar de parecer a su vista árboles de gran porte no los percibió como vegetales sino como individuos de otra naturaleza diferente, sintientes quizá al modo de esos longevos animales extintos en el Eón cuyas vidas discurrían muy lentamente. Le pareció que su color era más anaranjado o coral que rojo.

Entonces escuchó una especie de quejido seguido de la misma voz, femenina, diciendo “¿Hola? ¿Hola, alguien mas me ve? ¿Me escucha? ¿Hay alguien aquí?” y que reconoció como la de otro de los testigos, el identificado como “Urraca”. Estaba cerca, quizá al otro lado de alguno de esos troncos.

El silencio dio paso a una especie de brisa casi imperceptible, como una respiración rítmica que le rodeaba, que le acogía.

Estaba desnudo, mojado y algo sucio de ese extraño “barro”, más parecido a la gelatina, del que se había incorporado. Cuando se atrevió a mirarse la mano izquierda, la que había perdido, estaba allí pero no era igual. No era como como el resto de su cuerpo, no la carne de siempre. Tenía un tono parecido a esos “árboles” cuyo color era más bien coral que bermellón. Un poco más amarillenta que anaranjada quizá. 

La podía mover pero aunque le obedecía tenía un algo insectívoro o vegetal.

El silencio fue roto por un gruñido de una voz familiar seguido de un “¿Hola? ¿Hola, alguien mas me ve? ¿Me escucha? ¿Hay alguien aquí?” que Adrien identificó como la voz de Egra. Aunque no estaba en su campo de visión -quizá la tapaban los troncos de los “árboles”- se escuchaba cerca.

Desde ese ángulo, a bote pronto, Darya no pudo identificar formas humanas en los árboles, ni Forest las veía. Tampoco había forma de alejarse mucho pues la distancia entre ellos -no mayor de siete u ocho metros- era menor que el alcance que tendrían sus ramas si se movieran.

Forest intuyó una forma de crecimiento familiar en esos seres. Si Darya no se había confundido en su percepción la forma arbórea bien podría ser una estilización, una naturalización de la aberración que habían visto en la nave y en los cadáveres que permanecían expuestos junto a ellos en el hospital de El Cairo.

El relato de cómo Adrien perdió la mano me deja sobrecogido aunque no sé por qué me da un poco de gracia cómo lo cuenta Danny, debe ser que me pone nervioso y mi cuerpo quiere bajar la ansiedad haciéndome reír, hago un esfuerzo por centrar mi atención y no dejar que eso me pase, se me ocurre que sería descortés dada la gravedad que está manifestando mi compañero.

Asentí con seriedad -El señor de las tierras en las que estamos, que se hace llamar sóter y es un junzi -decido que le tengo que explicar más -Es decir, uno de esos hombres con poderes, nos dijo que podían llegar a manifestarse, por ahora más que viajar como lo hemos hecho tú y yo no hemos visto ninguno, creo -me rasco la barbilla. -Si vuelvo le diré a los demás que tengan cuidado -digo y trago grueso ante la posibilidad tanto de quedarme varado allí como de viajar a otro lugar y a otro tiempo solo. Luego pregunto curioso, para distraerme de los pensamientos que rondaban mi cabeza -¿Cuál es el tuyo Danny, tienes algún poder?

Su reacción cuando ve que el árbol tiene rostro es impagable, es como contarle cuentos de aparecidos a un niño... Es más, de pronto me pregunto por qué yo no he reaccionado igual la primera vez que lo he visto y la verdad es que no lo sé. Lo di como algo natural en este paisaje y ya. -¿Crees que deberíamos intentar hablar con ellos? -le pregunto de pronto en voz baja y señalo el rostro del árbol.

De pronto me doy cuenta de que debo decirle algo importante -Nosotros también hemos descubierto algo, Danny: este planeta se llama igual que la Tierra del Eón pero no es el mismo, es diferente y la luna también. El resto de los planetas de este sistema solar, salvo Marte no es el mismo...

Sibyl no habría sabido decir dónde esperaba encontrarse al abrir los ojos. Tal vez en su cama, junto a Josef, despertando de un extraño sueño. Quizás en aquel lugar histórico, rodeada de libros y papeles y arropada por el canto de los pájaros. O en la nave, con un cuerpo ajeno y una segunda oportunidad. 

Desde luego, nunca habría apostado por ver un curioso cielo verdoso al despertar. Tampoco por encontrar su cuerpo semisumergido en una sustancia irreal. En un primer momento se asustó, hasta que comprobó por sí misma que no le costaba levantarse. El corazón le latía con fuerza, en el pecho y en las sienes, a medida que la alarma de estar perdida, sola de nuevo, despertaba en su cabeza. 

Respiró profundo, despacio, resguardó su temor en la melodía que era suya y se miró a sí misma. Las manos, la ropa. ¿Llevaría ese camisón que era la última prenda que recordaba vestir? ¿El vestido del Fin de Ciclo? ¿Nada? Se pasó los dedos por el cabello, reconociéndose en los rizos que eran parte de su identidad. 

Después, miró alrededor. Una llamada quería nacer en su garganta, pero la retuvo. Ni siquiera sabía si era a su prometido a quien llamaría su voz, a Ovidio, Ryu o Darya. No se atrevía a hacer ruido todavía, antes necesitaba comprobar dónde estaba.

Cuando Ryu menciona al sóter, a los junzi y sus poderes, asiento con la cabeza para decirle que ya he oído hablar de esas cosas. Me siento un poco más tranquilo cuando me dice que avisará a los otros del peligro de usar sus poderes.

—Nos han dicho que hay algunos poderes que… —¿Cómo era? No sé si sabré explicarlo bien—. Poderes, o a lo mejor son maneras de usarlos, no sé, que usan… «tecnología del Gólem». Y por eso están prohibidos. La magia de los sóteres impide que se hagan esas cosas. Por eso Adrien falló, porque no se le puede dar vida a un pensamiento. O algo así. Él no lo sabía. No sabía ni lo que estaba intentando. —La expresión de mi cara cae un poco cuando me acuerdo del accidente de Adrien, que para mí ha pasado hace apenas unos minutos. Entonces, Ryu me pregunta si tengo algún poder. Me paso una mano por la cara, estirando la boca, y me encojo de hombros—. Pues no sé. No he hecho nada especial…

Ryu me propone que intentemos hablar con él árbol, y sonrío cuando veo que no soy el único al que se le ocurre. Ladeo la cabeza hasta que mi oreja casi me toca el hombro.

—Mejor que no. Lo he saludado y no me ha contestado. Estará durmiendo. No lo molestemos.

Lo siguiente que me dice me deja parado en el sitio. ¿Cómo que no estamos en la misma Tierra? ¿Hay más Tierras? No solo eso, sino que parece que casi todos los planetas de la galaxia* son otros. Con la boca abierta, niego despacio con la cabeza.

—¿Cómo puede ser? —pregunto. Debería serme difícil de creer. Pero me lo creo. Me parece muy fuerte, pero me lo creo. Han pasado tantas cosas que me siento capaz de creerme cualquier cosa—. Pero… O sea, ¿hemos viajado por el espacio? O no, porque si Marte sigue siendo el mismo… —No entiendo nada. Me quedo unos segundos callado, pensando, frunciendo el entrecejo—. A lo mejor seguimos en la misma galaxia, pero han cambiado los planetas por otros. ¿Podría ser?

Podría ser. Todo puede ser. ¿Qué está pasando? ¿Qué nos está pasando?

Aunque tenía un porte y un tamaño digno de los árboles centenarios de la casa de verano del sóter aquello no era una planta. Su tronco tenía formas sinuosas, como arrugas, que parecían desgastadas por el paso del tiempo y sus cinco ramas principales se elevaban hacia el cielo como los dedos de una mano. 

Y con esa imagen en la mente a Faraz le pareció que varias de ellas terminaban en cabezas. Una al menos se distinguía bien, de perfil, contra el cielo. 

Eso le hizo observar de nuevo el tronco -que era más bien color coral que rojo oscuro- y vio que una protuberancia que le había parecido un nudo se trataba en realidad de la cara deformada de lo que parecía un anciano. Otro de esos nudos, parecía casi una calavera.