Partida Rol por web

No hace ademán de seguir a la mujer, en vez de eso la mira ceñudo mientras el mal genio empieza a montar en su interior, hasta que al final, cuando escucha las palabras de Holloc termina por espetar -además, das órdenes aquí, das órdenes allí. ¿Quien te crees que eres? Si crees que somos tus sirvientes estás muy equivocada.

Discutir en ésta situación podía ser mala idea, pero no parecía importarle al arqueólogo que la miraba recuperando su aire arrogante como si fuese una capa y una armadura.

Te recomiendo que tus órdenes empiecen a parecerse mas a sugerencias y opiniones - y le dedica una sonrisa que es de todo menos amistosa -ya sabes, para fomentar el compañerismo.

Aura miró a Richard con gesto impertérrito. Una cosa eran los horrores indescriptibles o las pilas de cadáveres, pero esto, esto podía manejarlo.

—No creo haber usado en ningún momento el verbo ordenar ni ningún sinónimo suyo—replicó con su habitual tono de voz—. Me he limitado a exponer ideas pensando en el bien común y en la seguridad de todos. Pero si necesitas que en una situación como ésta me dirija a ti con un continuo por favor como si fueras un niño lo tendré en cuenta.

Entonces endulzo la voz de forma sarcástica.

—Y la próxima vez, por favor, si no estás de acuerdo con alguna de mis sugerencias te rogaría que hicieras como Holloc y sencillamente lo dijeras.

Después se apoyó en la pared y se cruzó de brazos. Si tenían algún problema con sus ideas les dejaría a ellos llevar la iniciativa. La sierva de Irori miró a Holloc y le respondió.

—Está bien—dijo asintiendo con la cabeza—. Esperaremos a Mequetrefe.

Mequetrefe palideció ante la visión de la niebla amarilla.

¡Oh no! Esta niebla... es como en el sueño... tengo que salir de aquí a toda prisa... si me alcanza esa niebla puedo darme por muerto.

Miró a su izquierda y avanzó rápido hasta la puerta que allí se encontraba, tratando de no hacer ruido, y esta vez, asustado como estaba, no intentó escuchar lo que había tras la puerta, sino que se limitó a atravesarla con toda la celeridad que podía, intentando no emitir ningún sonido.

Mequetrefe dio un respingo al observar los girones de niebla, a la vez tan familiares como escalofriantes, que envolvían el patio. La neblina amarilla no era allí tan densa como en la extraña ciudad de sus sueños, y las formas del edificio no sólo eran reconocibles, sino de proporciones totalmente familiares.

Sin duda, lo más importante es que el gnomo podía acceder a la puerta de su izquierda sin atravesar el patio ni exponerse a semejante elemento. Así que a toda prisa atraviesa el umbral, se dirige hacia la puerta de su siniestra y acciona el picaporte. Éste cede y la puerta se abre. El hechicero entra a toda prisa y cierra la puerta, impidiendo a la niebla acceder al edificio.

Mequetrefe se encuentra ahora en una peña sala. Aparte de un par de carritos de tela como los de la sala de las calderas, ésta se encuentra extrañamente vacía y desprovista de mobiliario. Las paredes lisas y enyesadas presentan también aquí alguna grita, y una fea mancha de humedades en una de las esquinas. Una pequeña portezuela rectangular se encuentra en la pared del oeste. Al abrirla, el hechicero descubre un canal que desciende. Se trata, sin duda, de la rampa por dónde los desalmados de aquel edificio han arrojado los cadáveres que se amontonan en la sala de abajo.    

Transcurre el tiempo y comienza a aumentar la tensión en el grupo. No hay ni rastro del menudo hechicero. ¿Le habrá sucedido algo?

El hombre, Campre, se revuelve entonces entre la manta y emite un lamento quejumbroso. Abre los ojos y su mueca cambia al observar el montón de cuerpos apilados junto a la rampa.

—No… no puede ser —murmura justo antes de empezar a toser. Se lleva las manos a los labios y trata de incorporarse apoyándose en la pared. Pero las fuerzas le fallan, y apenas consigue incorporarse unos centímetros del suelo antes de volver a su posición original.

Mira entonces hacia Aura con los ojos temblorosos

—¿Están… están todos muertos?

Holloc tragó saliva angustiado ante la reacción de Campre. Si no había sufrido ya demasiado ahora tenía que presenciar una nueva escena de muerte. Una escena dantesca que erizaría los pelos del más templado de los hombres y que le revolvería el estómago a partes iguales. Si además los cadáveres brutalmente mutilados pertenecían a antiguos conocidos de uno, perder definitivamente la cordura podía resultar una opción más que probable.

- Me temo que sí, amigo... - Dijo con un hilo de voz el guerrero. - ¿Los...? - Inspiró profundamente antes de acabar de formular la pregunta. - ¿Los reconoces?

Mequetrefe respiró aliviado tras dejar la niebla amarilla detrás de sí.

Vaya, eso ha estado cerca, sí señor. No me cabe duda de que el sueño que tuve es una especie de premonición... si entramos en esa niebla estaremos muertos.

Ya más tranquilo empezó a rebuscar en los carritos de tela a ver si encontraba algo de interés. Una melodía empezó a sonar en su cabeza, pero consiguió reprimir sus ganas de tararearla.

Tras rebuscar en los carritos se acercó a la portezuela rectangular de la pared oeste y la abrió.

¡Esta es! Esta es la rampa que lleva a los cadáveres... y a mis compañeros. Si les pudiera lanzar una cuerda desde aquí seguro que podrían subir y podríamos escapar de este lugar... aunque... la niebla... la niebla es un problema, sí señor. Bueno, ese problema tendrá que ser resuelto en su momento, no más de una preocupación a la vez. Como decía mi padre, el que mucho se preocupa poco se ocupa.

Después de su pequeña charla mental consigo mismo, Mequetrefe decidió descender por la rampa. Sin embargo, le asaltó el súbito temor de resbalar y caer encima de los cadáveres.

Será mejor que me ate a algún sitio. No hay forma de saber como de resabaladizo puede ser ese canal, que sin duda tendrá restos de sangre y otros fluídos. Aunque aquí no hay muchos sitios donde amarrar una cuerda. Quizás esta pequeña portezuela rectangular pueda servir.

Ató un extremo de la cuerda al pomo de la portezuela y el otro alrededor de su cintura y empezó a descender, con cuidado, por la rampa.

El hombre asiente con la cabeza con un gesto quedo.

—Son… —traga saliva, tratando de encontrar las palabras—. Son varios de mis compañeros. Trabajaban conmigo en el sanatorio. Santa Pharasma, ¿por qué han tenido que terminar así?

Campre interrumpe su lamento y fija la mirada hacia la rampa con una expresión horrorizada. Una cuerda acaba de aparecer por el agujero.

Mequetrefe echa un rápido vistazo a los carritos de la sala. En ambos puede encontrar ropas blancas, como las que llevaba la doctora, sólo que manchadas de restos de sangre y polvo. Parece que llevan sin tocarse una buena temporada. No parece que haya nada de valor entre las ropas.

El hechicero no pierde el tiempo y asegura la cuerda en el pomo de la puerta. No es el mejor de los asideros, pero debería de servirles a sus compañeros. Ya sólo queda esperar a que asciendan.

Que Campre recordase cosas cortó la respiración de Aura

—¿Recuerdas todo lo que te pasó?—le preguntó—¿Como hemos acabado aquí? ¿Qué sabes de todo esto?

Las cuestiones de la joven eran ansiosas, como si sus respuestas fueran el único oxígeno que podía respirar. No sabía si el viejo tendría las respuestas que tanto deseaba pero tenía que intentarlo.

Pero no hubo tiempo para una respuesta. Una cuerda apareció por la rampa macabra y Aura sintió como todos los músculos de su cuerpo entraban en tensión. En su interior la mujer rezó porque se tratase de Mequetrefe que había acabado dando la vuelta, pero instalada en el pesimismo en el que se encontraba veía más plausible que se tratase de la doctora trayendo además compañía.

En silencio, Aura desenfundó de nuevo su mangual y adoptó una actitud defensiva, preparada para lo peor.

- Tiene que ser Mequetrefre… - Pensó Holloc.

Enseguida se lanzó hacia la rampa y agarró el cabo de la cuerda. Trataba de reconocer si era la misma que le había facilitado a su amigo. Aunque realmente, fuera su cuerda o no, nada le garantizaba que del otro lado se hallara su compañero. Podía ser que alguien le hubiera hecho algo malo a aquel pequeño y lanzara ahora la cuerda como cebo, o cualquier otra cosa mucho peor. Aunque también cabía la esperanza de que simplemente Mequetrefe les lanzara la cuerda para facilitar su ascenso.

- Esperemos que sea eso… - Se dijo a sí mismo mientras pasaban por su mente multitud de posibilidades a cual más sangrienta.

Holloc se agachó tratando de buscar el ángulo adecuado para tratar de ver el final de aquella rampa macabra. Esperaba encontrar a Mequetrefe del otro lado, pero nada era seguro. Aura había hecho bien al no fiarse.

- ¿Hola? – Dijo entonces Holloc esperando una retahíla de saludos y explicaciones del todo irrelevantes.

La criatura se arremolinaba en torno a Theo, que aún se encontraba tosiendo, dedicando un par de miradas fugaces al recién despertado, o al menos encarando los pseudópodos que formaban su mandíbula en su dirección.
 

-Éramos... ¿éramos compañeros vuestros de trabajo? ¿Éramos pacientes? No puedo recordar nada, y ninguno de ellos tampoco, pero... -volvió a mirar de reojo a la pila de cuerpos y reprimió un escalofrío- si todo el edificio está así quizá perdimos la memoria por una buena razón.

La cuerda apareció por entre los muertos. La mera idea le hacía retorcerse las tripas, pero parecía que no quedaba ninguna otra posibilidad.

-Aura, ¿no puedes curar al señor Campre?

El mestizo casi no podia mirar al horriblemente mutilado caballero sin apretar los dientes: cada paso que daba el hombre debía ser una pequeña tortura, y no entendía como no se desvanecía con el menor esfuerzo.

Campre observa inquieto a la criatura reptante aposentada en los hombros del mestizo. El hombre no se desmaya está vez, lo que quizás sea una buena señal. Vuelve entonces la mirada hacia Aura al tiempo que Holloc tira de la cuerda, asegurándose de que está bien afianzada.

—Yo… —una fea tos seca se le escapa al responder a la sierva de Irori. Se lleva la mano a los labios, y contempla horrorizado restos de sangre entre los esputos. Niega con la cabeza—. Yo trabajaba como asistente de la doctora Willa en el sanatorio de Briarstone. Me encargaba del papeleo y hacía las veces de enfermero. Al menos hasta que llegó la niebla y comenzaron a aparecer esas criaturas…

Briarstone. La palabra resulta familiar. ¿Pero de qué?

—No sé quiénes sois—el hombre examina al grupo, tratando de recordar—. No tenía mucho trato con los otros pacientes, sólo con los de Willa.     

Mequetrefe espera una vez ha asegurado la cuerda. ¿Estarán bien sus compañeros? ¿Les habrá pasado algo? Dada la breve duración de la incursión del gnomo era poco probable que les hubiera pasado algo. Pero aun así…

De pronto la cuerda se tensa. Alguien parece haberla asido con fuerza al otro lado de la rampa. Se escuchan movimientos desde el otro lado de la rampa. La inconfundible voz de Holloc, el guerrero de pétreas nalgas, emerge del agujero.

—¿Hola?

Mequetrefe escuchó la voz de su gran e inseparable amigo Holloc y la emoción invadió su cuerpo. Se apresuraba a contestarle alegremente cuando una imagen invadió su mente. Vio a Holloc siendo despedazado por aquella horrible criatura dentro de la niebla, y la como la criatura, a continuación, centró su mirada en él.

La niebla... esa niebla oscura e inquietante... No hay duda que si entramos en ello moriremos, pero... ¿y si esa u otra criatura está en la niebla y me oye gritar? La alertaría inmediatamente y ella sabrá que estamos aquí. No no, Mequetrefe, sé listo, se astuto, se bello... pero que digo, bello soy siempre. Hasta ahora la verdad que he tenido bastante suerte con las señoritas, no se puede negar que soy un galán. ¡Céntrate Mequetrefe! Estabamos solucionando otra cosa... ¡Ah sí! La niebla... y no sólo la niebla, había luz en la otra habitación, será mejor pasar desapercibidos.

El gnomo se acercó al carrito de tela, sacó su daga de la vaina y rasgó un pedazo de tela blanco que estuviera aún limpio de sangre y vísceras. Miró el pedacito de tela, entrecerró los ojos y un mensaje empezó a colorearse en ese verde ocre que tanto le gustaba: 

Soy Mequetrefe. Estoy bien, yo os he lanzado la cuerda. Intentad no hacer ruido cuando subáis.

A continuación sacó un virote, atravesó con él la nota de tela tratando de no estropear el mensaje y lanzó el virote con la mano a través del canal, hacia la habitación donde estaban sus amigos. 

Un virote de ballesta cae por la rampa cuando Holloc la inspecciona. El proyectil tiene un trozo de tela atado, y pueden leerse unas coloridas letras verdes en el paño:

Soy Mequetrefe. Estoy bien, yo os he lanzado la cuerda. Intentad no hacer ruido cuando subáis.

Aquel mensaje escrito en tela no era para nada del estilo de Mequetrefe. Aquel pequeñín no sabía estar callado y a Holloc le resultaba cuanto menos sospechoso que hubiera utilizado aquel método tan silencioso para comunicarse con ellos. Podía ser que a Mequetrefe le hubiera entrado la razón de repente y entendiera la necesidad de ser sigiloso, o bien podía ser que aquello fuera una trampa.

Holloc tomo aire. Se decidiría por la primera de las opciones. Ser desconfiado podía salvarle el culo, pero en aquella ocasión prefería arriesgar. De todas formas, no tenían muchas más opciones al fin y al cabo. En un momento dado, si al llegar a la parte superior de la rampa se percataba de que lo que había del otro lado no era de su agrado, siempre podría deslizarse de nuevo hacia abajo como en un tobogán.

Holloc agarró con firmeza la cuerda y tras dedicarle una mirada de complicidad a Aura, volvió a mirar hacia el final del túnel, suspiró y de forma decidida comenzó el ascenso que esperaba culminar con el reencuentro con el pequeño gnomo.

Briarstone. ¡Conocía esa palabra!

"¡POR FIN!"

Por desgracia no sabían demasiado más: si habían sido pacientes, médicos, ordenanzas, conserjes, seguridad, una combinación de estos o qué. Viendo su reflejo en un charco no podía pensar en sí mismo como en nada relacionado con la seguridad, pero la malnutrición podría haber estado relacionado con eso. ¿Ordenanza? Posible, tenía señales antiguas de tinta sobre las yemas, pero también un médico u otro especialista podría haber tenido eso.

-Espera, Holloc. No puedes subir sólo. V-v-voy a subir yo también. Vamos.

Ya se habían dividido lo suficiente, y si fuera una trampa podría ayudar. No podía dejar que murieran allí: cómo los había ayudado en el sueño, estaba seguro, aunque no lo recordaba bien del todo más allá de la niebla, y el monstruo, y el pánico. Pero por la forma en que Aura le juzgaba, tenía que probarse. Probarles a todos.
 

Aura respondió a Theo.

—Podría, pero mi poder es limitado y teniendo en cuenta que con un sólo uso puedo curaros a varios de vosotros preferiría reservar los usos—entonces miró a Campre—. Me gustaría ayudarte más, pero creo que es mejor ser pragmáticos y cautos ante lo desconocido. En cuanto estemos en un lugar seguro me aseguraré de sanarte por completo mientras tanto no te separes de mí. Te protegeré.

El anciano malherido habló del sanatorio, los pacientes, la doctora Willa… ¿De qué le sonaba el nombre de Briarstone?

—¿Niebla?

¿Como la del sueño?

—¿Qué criaturas?

¿¡CÓMO LAS DEL SUEÑO!?

—¿Crees que éramos pacientes del sanatorio? ¿Qué tipo de sanatorio era?

La Sierva de Irori se mostró inquieta. ¿Se trataba de una institución mental? ¿Acaso estaban todos locos? ¿Acaso todo lo que estaba viviendo era irreal?

No. Estoy despierta. Soy coherente.

¿Seguro?

La ansiedad volvió a apretar las entrañas de la joven, que tuvo que recurrir al manido truco de la respiración para controlarla.

Entonces apareció la cuerda y el virote con el mensaje de Mequetrefe. Aura asintió a Holloc y a Theo. No estaba contenta con separarse una vez más, pero de momento iba a limitarse a observar las decisiones que tomaban sus improvisados y forzosos compañeros.

—Tened cuidado—dijo en voz baja.

El hombre baja la mirada el suelo y tuerce de nuevo cuando la sierva de Irori le comunica su decisión. Levanta entonces la vista y asiente, resignado.

—Vais a tener que ayudarme a subir entonces.