Partida Rol por web

Sois escuderos y vivís en el condado de Canterbury. Hace tan solo unos días habéis asistido al Castillo de Canterbury para acceder a un entrenamiento personal con el fin de alcanzar el grado de Caballero. Durante este periodo de tiempo, dormiréis junto a otros escuderos en el Gran Salón del Castillo. Es el año 486 después del nacimiento de nuestro Señor y el Reino lleva años sumido en una paz inquebrantable. A pesar de ellos, la capacidad militar no deja de crecer y es normal que acudan a esta clase de entrenamientos los hijos de caballeros vasallos que quieren aprender todo lo necesario para defenderse en su futuro como caballero del Rey. 

Abro las dos grandes puertas del Gran Salón del Castillo de Canterbury, dejando que la luz del sol proyecte mi sombra sobre el suelo gastado. Con paso decidido, entro y me sitúo a varios pasos de la entrada. Observo con admiración las grandes vidrieras que cubren las ventanas, lujosamente adornadas con madera y acero. El techo, donde una gran obra de arte pintada lo recubre, dejando los huecos precisos a ventanas pequeñas y redondas, donde también dejaba entrar la luz del día. Era temprano y como cada mañana, he entrado y admirado todo aquello como si fuese la primera vez que pisaba ese suelo. Una sonrisa cubrió mi rostro. Me encantaba mi trabajo y me enorgullecía de él. A pesar de respirar ese olor rancio a sudor que inundaba el Gran Salón, que en cierto modo era normal, ya que allí se encontraban apiñados una treintena de futuros caballeros. Y que fuera normal no quería decir que fuera agradable. Intento disimular lo mejor que pudo, se movió ligeramente mientras observaba a los jóvenes reunidos. Tenía que ser rápido y salir al exterior. A respirar el aire fresco de la mañana. 

- ¡Escuderos! ¡Reunirse en el campo de entrenamiento. Es primavera y el sol brilla, no dejemos escapar esta oportunidad de tener un día tan glorioso. Como cada mañana, tendremos un poco de práctica y algo de entrenamiento militar.

Miré a los jóvenes. Algunos estaban tumbados sobre su lecho, otros ajustando su armadura, algunos charlando de forma animada entre ellos. Y cuando escucharon mi voz, todos callaron y e observaron. Así que sin más preludio y dando a todos por enterados, pues no era raro, ya que cada día hacían lo mismo, me giré sobre mis pies y abandoné el Gran Salón, dejando las dos grandes puertas abiertas para que se aireara el lugar. Detrás de mi, comencé a escuchar el ajetreo de todos para llegar lo antes posible al campo de entrenamiento.

 Me levanto. Me arrodillo y dedico una pequeña plegaria a nuestro señor, dándole las gracias por un nuevo día. Algunos de los otros jovenes se quejan a mi alrededor, pero a mi no me importa levantarme temprano o tener que entrenar.

 No me importa la vida en comunidad. Es más, me gusta. He vivido casi toda la vida que recuerdo en comunidad. Compartir habitación o no tener intimidad es algo a lo que estoy acostumbrado. Y al olor de tantos hombres conviviendo en un espacio escaso.

 Lo primero, ir a lavarse: cara, muñecas, codos... ojos.... el orden que aprendió con los monjes. Luego recoge su manta y sus cosas, como cada dia, se ciñe las mallas, los pantalones, el jubón, la vesta y la sobrevesta. Luego me ciño las mallas al cuerpo y tomo mi cinturón con mis armas para ajustármelo a la cintura. Ha dicho práctica y luego entrenamiento. 

 Llevar armas es un privilegio de los hijos de caballeros. Al populacho no les permiten ceñirse una espada al cinto así por que sí. También doy las gracias por ello. En realidad, pese a lo duro del entrenamiento, llevamos una vida que es mejor que la de la mayoría. Somos unos privilegiados. Y hay que estar agradecidos.

 Bajo al campo de los primeros. Respiro el aire fresco del exterior y hago estiramientos antes de formar, cuadrarme y esperar instrucciones.

Andaba Mangel recien despertado cuando oyó las voces de Sir Jaradan. Tocaba prepararse. No seria buena cosa ser el último escudero  en llegar a la zona de entrenamiento. Asi que tocaba darse prisa y espabilarse.

El viejo caballero era un instructor concienzudo, pero dejaba demasiadas cosas al azar. Entrenaba bien el cuerpo a cuerpo, pero no había espacio para enseñar el alma. No toda la batalla está en el músculo. También hay que entrenar la mente, y enseñar a los nuevos luchadores que se pelea con cabeza, alma y corazón, no solo con el brazo. Es lo que le tenía a disgusto, ya que veía esa falla en ese adiestramiento. 

- Igual es algo que nos lo tendrá que enseñar algo mejor. Pensaba para si Rodric, y con la pena de saber que le faltaba "algo" lo dejó pasar. Jamás se lo echaría en cara. No debía. No podía. Pero este escudero lo sabía.

No tardó en asearse de manera fugaz, ya que, no necesitaba más. Ya se labaría cuando se desprendiera de toda la armadura y del sudor que le empaparía la piel y el equipo. Entonces si haría falta. Con la rutina se armó y equipó, como hacía con el caballero al que sirvió durante un año. Era lo mismo, pero a si mismo. Era complicado hacerlo solo, pero se ayudó con los compañeros de alrededor. Cuando veía que alguien precisaba apretar una cincha, se lo hacía antes de que este se la pusiera mal o ... de manera incómoda. También les pedía ayuda para lo mismo. Así se aseguraba de que quedase lo suyo bien y lo de los más cercanos también. Evitaban así dolores innecesarios y las rozaduras que las mayas hacían, cuando no estaba bien sujetas.

Cuando los escuderos llegan al campo de entrenamiento, junto a Sir Jaradan se encuentra Sir Peris, que se retira a un lado para observar las actividades con gran interés, como cada mañana. El sol de primavera brilla con fuerza en el cielo. El olor a heces de caballo y humedad por las lluvias recientes, se mezclan en el ambiente. En campo abierto, el olor de los escuderos es más disimulado, aunque perceptible. 

Cuando los escuderos se acercan a mi, comienzo con la explicación de la jornada, mientras paseo de un lado para otro.  Mirando el suelo y haciendo gestos con mis manos y brazos. 

- Lo primero que vamos a hacer es practicar vuestras habilidades con la lanza de caballería, en primero lugar usando un simple blanco de madera y luego contra un estafermo. - Señalo los dos objetos. El blanco de madera es una pequeña plancha de madera sujeta a un poste. El estafermo es un poste vertical con un brazo giratorio horizontal, uno de cuyos extremos tiene un escudo y el otro una cuerda y una piedra. - La práctica contra el estafermo, consiste en golpear el escudo y agacharse para esquivar la piedra cuando ésta gira sobre su poste a causa de la su fuerza del golpe. 

Una vez realizadas las explicaciones, me giro sobre mis pies e indico los caballos que se encuentran amarrados a pocos metros.

- Podéis coger vuestro caballo.

Cada escudero tenía un caballo adjudicado. Eso no quería decir que era el suyo, simplemente que era su caballo de entrenamiento. Los pocos escuderos que tenían caballos en su posesión estaban a buen recaudo en los castillos o haciendas propiedad de sus familias. 

- ¡Comenzar!

Fue Mangel el primero que se aproximó al caballo, y el primero en montarlo con cierta agilidad. La maniobra no entrañaba gran dificultad, puesto que los caballos eran dociles.

Desde arriba de la cabalgadura, Mangel contemplaba el paisaje y a sus lentos compañeros, con aire satisfecho.

 Me molesta un poco no contar con mis propios animales, en los cuales confío y conozco. De todos modos, no estoy dispuesto a demostrarlo, ya que los caballos son más hábiles que muchas personas en detectar sentimientos y emociones. No quiero ofenderlo, ya que voy a tener que montarlo durante un buen rato. Me acerco al jamelgo sonriente y con buen ánimo.

 Hola, ¿como estas? ¿Cómo te llamas, pequeño? me acerco y le acaricio el lomo, luego el cuello y finalmente lo rasco un poco detrás de las orejas ¿Vamos a trotar un rato, sí? ¿Quieres?

 Lanza... esquivar... nada de todo esto es mi especialidad. Entiendo su utilidad en una batalla y, sin duda, hay que entrenarlo. Espero, sin embargo, que hoy podamos practicar también un poco con la espada. Aunque quizá es mejor idea entrenar en aquello que a uno le cuesta para mejorar.

Mangel se apresura a atacar al estaferno. Acierta y cumple con su objetivo, sin aparente complicación.

 Una vez encima del caballo prestado tomo una de las lanzas previamente clavadas al suelo y apoyadas en un madero cercano. Me sitúo en la cola con la montura y la lanza. Intento equilibrar el peso con ese arma rídiculamente grande. La brida bien sujeta en la mano, la empuñadura de la lanza bajo la axila... espero mi turno. 

 Cuando me dan la señal, animo a la montura con golpes de tacón en sus costillas a cargar contra el blanco fijo. Miro la punta de la lanza como se acerca... ¡e impacta! Bien.... no puedo reprimir un grito de triumfo.

 Sin embargo no tengo tanta suerte con el estafermo. Demasiado pendiente de la piedra atada al ingenio, tras golpear el blanco intento esquivarla y finalmente me desequilibrio. Caigo y ruedo por el suelo mientras la piedra pasa a un palmo de dónde estaba hace un segundo.

 No es la primera vez que me caigo del caballo y se recuperar al animal tras una caída, pero noto las miradas acusadoras de los demás. Sé que tengo que mejorar. Y me comprometo a hacerlo ante Dios y mis compañeros...

Rodric montó sobre su gran caballo. Era un bicho enorme, pero su habilidad con la lanza era patetica, sobre todo si se compara con la espada. No es que fuera con el filo especialmente bueno, pero mejor que con la lanza si era.

Observo detenidamente como los escuderos se van defendiendo con la Lanza de Caballería, era evidente que algunos eran más hábiles que otros. Eso no es malo, no todos los caballeros deben de ser igual de diestros en todas las armas ni defenderse igual de bien en todas las artes caballerescas. Pero toda práctica que realicen le vendrán bien. Estamos entrenando el armamento militar del condado, por lo que hay que estar preparados para cualquier contratiempo. 

Poco a poco todos los escuderos hacen las dos pruebas. La mañana se va alargando, esperar el turno es tedioso, pero parece que ya se están acostumbrados. Ahora hago grupos de tres para que realicen una carrera con los caballos. Dominar el animal es primordial. 

- Rodric, Mangel y Drest formaréis un grupo.

Sigo diciendo el nombre de todos los escuderos y van tomando la salida en la línea que he señalado con mi espada en el suelo. El recorrido es largo, pero fácil de realizar. Cuando se van poniendo en la línea, voy dando la señal con la mano, los tres jinetes con sus respectivos caballos salen corriendo. Un grupo tras otro.

Rodric y Mangel? 

Bien, busco a los compañeros que ha indicado Sur Jaradan y me situó entre ambos en la salida. No los conozco mucho, pero aquí todos somos novatos, así que no conozco mucho a ninguno, a decir verdad. Saludo con la cabeza y gesto de la mano a lado y lado. No quiero parecer descortés o caer antipático.

 Hola... hola... No sé que más decir y suelto Que gane el mejor.

 Vaya tontería. Mi propio estupor me hace dudar y salir tarde.

 Maldita sea...

- Saludos Drest, espero que no me guardeis rencor si os dejo muy atras, jeejej.

-Parece que Rodric se retrasa. No os sintais agraviados pues tambien a él  le dejaré atras.

Mangel con su maestria a caballo completa la tarea sin alardes( sin criticos), pero con una soltura y eficencia palpables.

El escudero, tras ajustarse el yelmo, saludó, como caballero al resto, con un gesto de mano desde la sien. Estaba contento por participar en esta competición. Pobre desgraciado, no sabe lo que se le avecina.

Rodric, silencioso empezó la carrera muy bien, pero pronto de dio un talegazo de escándalo. Fue tan sonoro que se pensó muy mucho lo de continuar con la estúpidez de esta carrera sin sentido, pero tras dos caídas más, magullado, dolorido, y al borde de sus fuerzas, tras ir quedándose atrás, lo dejó estar. Montó, y al paso, sin ser ningún tipo de carrera, dejó que la montura avanzara con paciencia. La paciencia que sus heridas requerían, ya que tras la tercer caída, empezaría a dudar si sobreviviría a una caída más.

Más triste que otra cosa, se dio cuenta que el desánimo era una mala compañera, pero ya no era que su valor se hubiera hundido. Era prudencia. Una torta más y no sabía si podría contarlo.

 En ningún momento conseguí convencer a aquella montura de ir en línea recta. Se empezó a encabritar en el primer momento que lo espoleé. Parecía no haber recibido nunca la más mínima doma. Era como estar encima de un animal salvaje.

 Sólo un breve instánte conseguí que avanzara unos metros pero el obstinado animal se dió la vuelta y procuró volver a los establos. 

 Al intentar dirigirlo se encabritó de nuevo y esta vez con la mala fortuna de que me despidió de su grupa. Rodé con agilidad por el suelo y prácticamente no me hice daño en lo tocante a lo físico. Pero en mi honor estaba herido.

 Mire con ojos suplicantes a Sir Jaradan para que me permitiera retirarme del ejercicio.

Al terminar el día observo que los escuderos necesitan más práctica con los caballos, o bien los caballos no se han hecho todavía a ellos. Me hacerco a Mangel.

- Felicidades por la carrera. Ha sido perfecta.

Luego me giro hacia los otros dos compañeros de la carrera.

- Siento mucho vuestro desastre, pero tendréis que practicar un poco más.

No era normal que alguien que pretendiera ser Caballero montara de una manera tan desafortunada. Pero ese era mi trabajo, enseñar y educar. Es lo que había quedado a mis años. Suspirando me giro hacia todos los presentes.

- Podéis descansar hasta mañana, que volveremos a las prácticas.

Y me retiro para descansar, pues no sólo ellos estaban cansados.