Partida Rol por web

Me quedo alelado ante lo que veo, especialmente porque soy un pavisoso y ni siquiera sé cómo reaccionar.

Por suerte el carpintero se marchó. A Varikov poco le importaba dónde iba a ir mientras su territorio quedaba libre de muñecos diabólicos capaces de crear ejércitos de juguetes. Él estaba concentrado en seguir a la hada. Y el que busca encuentra, por lo menos esta vez. 

La chica tenía un aspecto más bien agradable a la vista, cosa que confundió un poco al Trampero. A él les gustaban más bien bajitas y rechonchas, con los mofletes rosados y aspecto saludable, pero había algo el los movimientos de esa mujer que hizo al enano darse cuenta que lo que tenía entre sus piernas servía para algo más que necesidades básicas. Por suerte él no estaba solo. Las voces de su cabeza no tardaron en hacer silencio y eso lo hizo cerrar la boca y mirar enfadado a Helene. 

- ¿Por qué no iba a ver bien, ho? Preguntó tajantemente. Luego se fijó en los demás y suspiró resignado. Hombres... Mira, moza, le dijo a la chica azul, nun impórtame que quies facer con los nenos, pero dinos si viste a una rapaza dambulando por el bosque, ho. Supongo que yo soy el que queda, dijo al final mirando otra vez mal a la mujer tocona. Aunque también es verdad que Varikov nunca miraba de otra manera. 

 ¿Y qué coño sé yo de Gertruda? ¡Esa niña desagradecida dejó de visitar el bosque cuando le empezaron a gustar los chicos! ¡Me abandonó! ¡Todos me abandonan! Salvo si yo les mato primero... arrrrgh...

Las manos de Valicia se transformaron en garras, su gesto se volvió más perverso, y aún con el cuerpo desnudo, corrió para rodear el arbusto y degollar al grupo de mirones voyeuristas.

¡Apartad la mirada! ¡No la miréis directamente! ¡Aún corréis el riesgo de quedaros ciegos!-advirtió el cuervo.

Ivalic sacó nervioso su espada y la agitó en la dirección donde pensaba que se encontraba el Hada, era su única posibilidad de defenderse, pero encontró el aire, al menos agitando la espada pensó que podría mantenerla alejada.

Una vez más tenían frente a ellos a un ser histérico, paranoico y enfermo mental, necesitado de amor y que confundía su necesidad de afecto con una imperiosa y enfermiza voluntad de tener junto a sí y de forma inamovible a los elegidos de su corazón. Era eso o la muerte. ¡Pobre niñata estúpida!, pensó para sí Helene que ya estaba bastante preocupada por el estado de ceguera de sus amigos como para sumarle la vocación homicida de la pirada azul.

Y lo peor de todo era que carecían de tiempo y de posibilidades, porque si ya todos a la vez y en unión demostraban ser un grupo relativamente patético en cuanto a eso de pelear se trataba, ahora, con una reata de ciegos la cosa pintaba aún peor. Al menos, el cuervo dio un buen consejo que Helene siguió a pies juntillas. Pero, si no la miraba, ¿cómo iba a pelear contra ella? Suspiró para jugársela todo a una carta.

-¡Hada, detente junto a Parriwimple, mirando su rostro! -ordenó con toda la autoridad que encerraba en su ser-. Parriwimple, cuando te avise, cójela por las muñecas con toda tu fuerza y mantenla inmóvil cuanto puedas. Darle un testarazo, lo dejo a tu discreción -dijo Helene al tiempo que desenvainaba el cuchillo de Maligno, ahora en su haber-. Ivalic, Urik, permaneced quietos, por favor. Vjelkus, ya has oído al cuervo. No la mires directamente.

 Tú...-masculló a Helene-pretendes darme órdenes... a mí...¡AAAAAARGH!

El hada puso recto uno de sus brazos. La piel de esa zona perdió su tono azul, como pudriéndose. Nada más lejos de la realidad... florecía. Como solo una ninfa sabe hacer. Su delicada piel se estaba transformando en dura corteza, convirtiendo su brazo en un arma, una especie de lanza de caballería druídica.

La chica azul golpeó con su brazo transformado el cuerpo de Helene, hundiendo su punta en el hombro y causando gran dolor. El escándolo con el que el hada se desenvolvía en combate, entre gritos de guerra y blasfemación, la hacía relativamente fácil de localizar por el oído. Herr Urik lo intentó. Estaba calmado, concentrado, y respiraba con parsimonia a pesar de ser consciente de que lo más seguro es que los compañeros que no podía ver estuviesen sufriendo a su lado. El Caballero del Cuervo dió una estocada al frente. Dió en algo duro. Quizás una roca.

Sin embargo, Varikov, Helene y Vjelkus percibieron, por el rabillo del ojo, otra versión de la realidad: la espada mágica de Urik simplemente rebotó en la espalda desnuda de la chica azul, sin capacidad para hundirse en su carne. De nuevo se encontraban con un ser que les superaba en poder con abrumadora facilidad. Como Jacqueline Montarri. Como el Sepulturero.

 ¿Pero a ti qué te pasa? ¿Acaso esperabas que un arma que no está forjada de hierro frío podría matarme?

Urik notó que alguien le saltaba a la chepa. Instintivamente, el caballero pensó en un primer momento que se trataba de un enemigo. Unos dedos rollizos le rodearon la cara, tapándole los ojos, aunque no tenía mayor importancia porque no iba a ver de todas formas.

¡Tranquilo, señor Urik! ¡Quién se le subió encima fui yo, Vjelkus!-dijo el hijo de Helene, sin explicar qué pretendía.

Como un esqueleto tambaleándose, Herr Urik y Vjelkus eran dos huesos contiguos incapaces de mantener la verticalidad. Si Herr Urik perdía el equilibrio hacia la izquierda, el contrapeso de Vjelkus le tiraba hacia atrás. Si herr Urik se inclinaba hacia delante, notaba el peso del niño sobrecargando sus hombros hacia el lado derecho.

Siento que impacto algo duro y sólido como una roca. Entonces escucho las palabras de la ninfa. El acero, aunque levemente hechizado, de Frau Ashlyn no es capaz de dañar a esta criatura del bosque. Haría falta al menos hierro frío. De nuevo estamos en una lucha que no podemos ganar, como cuando me enfrenté al Sepulturero o a Montarri.

Había que intentarlo. Había escuchado las palabras del hada, pero tenía que intentarlo.

- No querer pelear. Golpear para defendernos. Buscar Gertruda. Ella desaparecida. Ella querer buscarte. Creer que eres buena. Nosotros amigos ella.

Mientras habla mueve su garrota frente a él, más para evitar que el hada se acerque que para otra cosa.

Ivalic se encontraba muy confuso, tan solo escuchaba las voces a su alrededor mientras todo lo demás permanecía en negro por causa de su ceguera. El hada gritaba enfadada por un lado ante las palabras de la Señora Helene, mientras escuchaba a su amigo Vjelkus que decía algo de subirse encima de Herr Urik y Parriwimple intentaba calmar la situación a su estilo, pero parecía que el diálogo ya no era posible. al menos el niño siguió blandiendo su espada a modo de protección en la dirección que creía podría venir el hada.

Fue una reacción automática, puro estímulo respuesta. Ante el golpe de la fulana azul, Helene cerró los ojos y gritó de dolor y la mano en la que enarbolaba la navaja de Maligno se movió en el aire buscando cercenar la carne de aquella psicópata homicida dispuesta a dejar a su ternero sin madre.

 ¡Gertruda esto! ¡Gertruda lo otro! Siempre Gertruda... ¡Ya estoy harta!

La situación empezaba a ser grave... Ni la espada de Ashlyn, ni la espada de Liddo, ni la navaja de Maligno... Ninguna de esas armas lograban herir o mellar la piel del hada. Pelear con una fata sin armas de hierro frío era tan frustrante como luchar contra un hombre lobo sin armas de plata. Y para más inri, el enano y Parriwimple no estaban muy acertados.

Lo siento mucho, señor Urik. Necesito cogerle esto un momento...

Urik no sabía exactamente a qué se refería Vjelkus con "esto", pero se sintió liberado del peso del niño, y ya podía ponerse en pie, con las dificultades propias del peso de su armadura: sin elegancia.

Para los que sí podían ver, lo ocurrido vino siendo más o menos así: Vjelkus desabrochó la capa chupiguay del paladín, la que ondeaba espectacularmente aunque no hiciese viento. Vjelkus la lanzó a modo de red, la capa se desplegó en el aire y aterrizó sobre la cabeza del hada, ocultándole las vergüenzas, la belleza cegadora de su cuerpo desnudo.

Con una sola mano, ya que la otra se había convertido en su aparatoso garrote, el hada empezaba a tirar de la capa, tratando de quitar la tela de la cabeza para volver a ver. Un pequeño momento de desconcierto en el que no pudo golpear a ninguna de las amenazas andantes que se dedicaban a entrar en el bosque de otro, espiando cuerpos desnudos como un grupo de acosadores pervertidos.

A ver, tapón peludo... ¿dónde estamos?

¡No le hagas preguntas filosóficas a nuestro arrendador, capullo! ¿Y si nos desahucia?

Tú tampoco te has fijado, ¿verdad? Estamos en un pantano.

Hoy en día a cualquier terreno mojado lo llaman pantano. Para mí, esto no pasa de marisma.

A la izquierda. Mirad a la izquierda. Allí, a seis metros. El tronco caído. Está semienterrado.

Me estoy cansando de este marisabidillo. ¿Eres francés para andar a usar el sistema métrico?

Oui.

Ni oui, ni hostias. ¡Veinte pies! ¡El tronco está a veinte pies! Espera... ¿semienterrado? Eres un genio.

O genia, las voces del interior de la cabeza no tenemos sexo.

¡Somos como los ángeles! Wiiiiiiiii...

O como un sacerdote mojigato con voto de castidad, ¿pero qué pasa con el tronco...? Aaaaah... ya veo.

¿El qué? ¿El qué?

Arenas movedizas. Por eso una parte del tronco está enterrado. Tenemos que encontrar el modo de llevar a esa puta loca inmortal hasta allí para que quede atrapada en las arenas movedizas.

Impotencia, rabia... orgullo. Su ternerito era más listo que ninguno de ellos. Era hora de jugar duro, ser la madre que merecía, la guerrera total pese a su desconocimiento acerca de la naturaleza de las hadas y de lo que podía dañarlas. Era batallar a por todas o morir en el intento. Su mano se introdujo en el relicario y extrajo el mechón de Santa Markovia. Con él en la mano, murmuró las palabras que convocarían un arma espiritual que ni siquiera sabía si surtiría efecto alguno contra aquel ser especialmente duro y malévolo.

Parriwimple no sabe donde pueda estar en hada, y no ataca.

Me levanto y me pongo en guardia, a la defensiva. Oigo al hada azul quejarse, pero no estoy seguro de dónde está.