Partida Rol por web

En medio del desierto, un carro cubierto tirado por una mula cansada se detuvo lentamente. Un indio gigante y un vaquero malcarado estaban parados en mitad del camino. A las riendas, un tipo vestido de negro, con sombrero hongo y chaleco, se acomodó el cinturón y bajo del vehículo.

—Buenos días, viajeros. Son muchos días de viaje sin ver caras amigas— sorprendentemente, no se apreciaba sarcasmo en su expresión —¿Puedo hacer algo por ustedes?

El tipo era de complexión y altura media, ni flaco ni gordo. Su único rasgo notable era la carencia absoluta de rasgos notables. Tenía el tipo de cara que olvidarías el segundo después de perderla de vista.

Si tiene algo de comer lo agradeceríamos- responde. El whisky era un buen acompañante, pero con ello uno no podía vivir eternamente- a decir verdad, en este lugar pocas caras se ven en el camino- este era el primer encuentro que tenían con una persona (y viva para mas inri) desde que salieron de aquel maldito pueblo. 

Dakota observó largamente al sujeto del carro. Estudió su figura durante un buen rato mientras se acercaba, y luego dirigió su mirada al artefacto que conducía. No dijo una palabra durante todo el proceso, ni movió siquiera el más mínimo músculo de su curtido y agrietado rostro. Finalmente, se giró levemente para posar sus ojos en Frank.

Al templado mestizo aquello no le gustaba. No le gustaba nada.

Por supuesto, era imposible adivinar aquella sensación de intranquilidad (o, ya puestos, ninguna otra) con solo observar el pétreo e inexpresivo semblante del indio. Pero el astuto vaquero había comenzado a reconocer aquí y allá algunos signos que permitían aventurar los pensamientos de su camarada. En cierta medida, porque la mayoría de las veces eran los suyos propios. O, cuanto menos, bastante cercanos.

De modo que FRANK no necesitó más que unos instantes de aquella mirada oscura y penetrante para tener la plena certeza de que DAKOTA no confiaba en absoluto en aquel misterioso viajero que parecía haber salido de la nada.

En cualquier caso, pronto pudo confirmar su corazonada, al ver que su camarada se llevaba distraídamente su mano derecha a una de sus caderas, donde descansaba indolente uno de los brutales Tomahawks que había conseguido recuperar de entre los cadáveres putrefactos del pueblo maldito.

—Sí, señor— respondió el hombre de tan poco memorables rasgos.

—Tengo carne seca y cerveza aguada, y será un placer compartirlas.

Tendió a Frank un paquete con tiras de carne que podía ser de buey. Olían a bacon y parecían sabrosas, aunque saladas para comer sin algo que las bajara. Afortunadamente en el carro tenía la cerveza prometida y se apresuró en dársela al vaquero.

—Vengo de atravesar el gran desierto de sal. Una visión terrible, si me preguntan, y también me alegro de ver caras amigas. ¿Qué hacen en estas tierras dejadas de la mano de Dios?

Visiblemente desarmado y a todas vistas inofensivo, el hombre era fuerte para ser un mercader y bien educado para ser un granjero. Su expresión era inteligente, o hubieran jurado que lo era cuando no la recordaban apenas tras perderla de vista.

- Bueno, somos viajeros a los que les gusta andar, como verá por nuestras pintas- responde Frank- aunque reconozco que ahora mismo estamos sin rumbo fijo. ¿Hacia donde se dirige usted, buen hombre?

Por primera vez en mucho tiempo, quizás desde que tenía memoria, el estoico y normalmente imperturbable mestizo fue incapaz de contener sus impulsos más primitivos, cayendo presa de los instintos animales que aún se mantenían alertas y vigilantes en algún rincón de su espíritu.

Fue quizás durante un instante desesperado y fugaz, en el que la mirada de Dakota se inyectó en sangre mientras veía surgir de entre los bártulos del extraño las resecas lonjas de carne que éste les ofrecía, como absorbido por completo por su malsana e irresistible influencia.

Tal vez alguna mueca desencajada enmarcó también por un momento aquella mirada febril, aunque apenas por lo que dura un suspiro. Pues de inmediato el hosco personaje pareció retomar el control de sus instintos y volver a aquella pétrea e indescifrable postura de siempre.

Sin embargo, aquello había sido suficiente.

Reprochándose a sí mismo aquel instante de debilidad, el curtido mestizo gruñó por lo bajo y se apartó unos pasos de la escena, como desentendiéndose de la conversación.

Luego, con andar calmo y pausado, pero sin apartar ni un momento la mirada de aquel cochero y su vehículo mientras pasaba por su lado, Dakota se dirigió al interminable camino que se abría a las espaldas del recién llegado, allí por donde parecía haber salido aquel sujeto, como vomitado por el mismo desierto.

Primero de pie, y luego inclinándose aquí y allá hasta ponerse incluso de rodillas en algunos lugares, el apache observó el terreno que se extendía ante ellos, buscando signos de otros viajeros que pudieran haber recorrido aquellas rutas.

Además de las huellas del carro, pocos viajeros debían haber transitado ese mismo camino. Dakota creía reconocer el rastro del hombre de negro, más cerca que nunca, pero era difícil de decir.

—Vengo del norte y voy al sur. Parece que nos hemos encontrado en medio— aunque hablaba a Frank, no le quitaba la vista de encima a Dakota.

—El nombre es Jake. Jake Johnson— dijo finalmente tendiendo la mano derecha al vaquero.

Un hosco gruñido pareció dar por finalizadas las pesquisas del indio. Aunque permaneció todavía un buen rato apartado de los otros dos, con una rodilla en tierra y la mirada perdida en el camino que se alejaba hacia el Norte.

Una brisa miserable mecía sus cabellos. Si bien carecía del poder suficiente como para obligar al monolítico sujeto a resignar un parpadeo. Si es que su cuerpo realmente lo necesitaba.

Finalmente, tras algunos momentos, y con aquella infinita parsimonia que su pueblo tan bien había sabido cultivar durante siglos, DAKOTA se sacudió contra el pantalón las manos llenas de polvo y se puso de pie

Encaminó sus pasos de vuelta al carro, mientras se permitía echar de tanto en tanto algún furtivo vistazo en la dirección por la que había llegado el misterioso cochero.

- ¿Haber cruzado más viajeros? – estalló de pronto su sombrío vozarrón, que bastó para perturbar la tranquilidad inmutable del desierto a pesar de ser apenas poco más que un susurro.

No era un tono agresivo. Aunque nadie se hubiera atrevido jamás a tildarlo de amigable. En cualquier caso, lo único que dejaba en evidencia (y esto incluso solo para aquellos familiarizados con el cirucunspecto espíritu del mestizo) era que DAKOTA se hallaba consumido por la ansiedad.

Ciertamente, no había otro motivo para explicar su repentina locuacidad...

- Frank- responde mientras le da un apretón de manos- y este es mi compañero Dakota- añade Frank. Que su compañero interviniera de esa forma preocupaba al vaquero. El indio no solía ser tan locuaz- no le tomes en cuenta sus malos modales. 

El apretón del hombre fue sólido y cálido, si bien un poco insistente. Un poco demasiado insistente, empezó a pensar Frank a la vez que la cabeza empezó a darle vueltas. Se sentía envenenado, y no podía recordar siquiera si había mordido la carne que tenía en la mano izquierda y que el tipo le había ofrecido.

El apretón se alargaba más allá de lo educado, pero el tipo no soltaba la mano derecha a Frank, impidiéndole el movimiento instintivo de desenfundar ya que él estaba sacando un pequeño revólver con su mano izquierda y...

El pequeño Derringer en las manos del extranjero escupió plomo que perforó el pecho de Dakota. El sujeto sin duda daba a Frank por invalidado (el vaquero coincidía con el diagnóstico) pero jugaba seguro negándose a soltarle la mano, esperando quizá que se desmayara primero. Mareado y débil, Frank decidió no estrechar nunca más la mano a un zurdo. Lo que no podía saber el asesino era que el revólver del cowboy estaba descargado así que, en cierto modo, la broma era a su costa. Aunque esto no era un gran consuelo...

La mente de Frank divagaba, en el límite de la consciencia, mientras oía a Dakota rugir de dolor y rabia.

DAKOTA

JAKE