ACTO 1
Capítulo 2 - Escena 2: Templo a Jizo en la aldea Motobu

La magistrada Mirumoto Megumi y sus asesores hicieron un largo viaje a través de los caminos Soshi hasta llegar a la aldea Motobu. Sin duda el monasterio está situado en un lugar muy cerrado y bonito del valle, pasear por aquellas montañas y bosques era embriagador, obligando al viajero a comulgar con la naturaleza, rodeados de robles ancestrales y arroyos transparentes que venían de las montañas.

Deseaban alejarse del horror de los refugiados, resultaba difícil olvidarse de la visión de la masacre y el olor de los campamentos fuera de la residencia Soshi.

Chitao sacó a los samurai de sus pensamientos al avisarles que ya estaban llegando según el mapa que les había otorgado el Campeón Esmeralda.
Habían llegado poco antes del mediodía, pero mucho temían que no iban a encontrar ninguna posada donde comer algo...

Motobu estaba en el mapa de los investigadores… pero no estaría nunca más en ningún mapa nuevo.
Las pocas casas que constituían la aldea han ardido hasta los cimientos. Restos de civilización como botellas, jarrones, material de labranza, y restos de ropa, demuestran que este montón de piedras era antes un antiguo asentamiento.

Chitao se subió a un montículo mientras se tapaba el sol con una mano buscando el templo.

Era difícil encontrar algo parecido a un Templo, pues el templo propiamente dicho no era ya más que un cráter humeante a las afueras del pueblo, en el linde del bosque Aquello era todo lo que había  quedado después de que un shugenja de gran poder hubiese invocado el Puño de Osano-Wo y un incendio como consecuencia hubiese arrasado el pueblo.

Dejando atrás a los actores Shosuro y su testimonio, se adentraron en la espesa naturaleza y Mirai logró poner algo de distancia entre todo aquello y sus propios pensamientos. Seguía alerta como su trabajo demandaba, pero poco a poco el vaivén de su montura y alguna pequeña charla hizo que aquella sensación de peligro menguase lo suficiente como para disfrutar del paraje. La belleza del lugar era innegable por muchos horrores que se esparciesen por aquellas tierras. Sin embargo, estos terminaron por revelarse de nuevo devolviéndola a la realidad de por qué estaban allí.

Mirai se detuvo cuando la visión de Motobu se desplegó ante ellos. Negó, ni siquiera llegando a saber por qué. Los prejuicios y las reputaciones desaparecían por completo cuando alguien contemplaba algo así, algo tan sumamente devastador y horrendo. Mirai conocía lo que era la violencia, saldar cuentas con el filo de una hoja, y no tenía nada que ver con aquello.

—No entiendo qué clase de persona puede hacer algo así —musitó más para ella misma que buscando una respuesta real.

Descabalgó y comenzó a guiar a su montura hacia el templo casi sin esperar a nada. Detenerse en el duelo igual que habían hecho al llegar a Hafuna no iba a ayudar en nada.

Aunque esas tierras se encontrasen manchadas y devastadas por el conflicto, también se encontraban libres de él, la paz, la belleza y la armonía de la naturaleza también se encontraban, al menos hasta llegar a lo que había sido Motubo donde la realidad se volvía a imponer.

No quedaba nada solo cenizas y restos de lo que había sido una pequeña comunidad, con el tiempo el bosque se lo tragaria. Todo menos ese cráter, Isshin sabía que ese cráter jamás desaparecería no del todo. 

- Cualquiera - dijo sin dejar de mirar las ruinas que habían sido Motubo.

-​​​​​​ En todos los conflictos cientos de pueblos son arrasados poco habría importado este si no fuera por la destrucción del templo, este lugar se encuentra apartado, no parece tener mayor importancia que la de su templo, el objetivo del ataque, ¿pero porque querría confirmar cualquier bando destruir este templo?- dijo tras desmontar del caballo, que pueblos acabarán reducidos a cenizas era algo normal, pero que quisieran destruir un templo apartado no tanto.

Satoru, que observaba el paisaje desolado con una expresión de Honda tristeza pintada en sus facciones, se giró hacia el Akodo cuando éste contestó  a Mirai.

-No cualquiera, Isshin-san. Ojalá pudiese haber sido cualquiera.  Una destrucción así... Esto está al nivel de un Maestro del Fuego. Quienquiera que haya invocado a los kami para hacer esto no es sólo despiadado. También es muy poderoso.

-Pero... -​​​​​​-Añadió,  reflexivo. -Los kami recuerdan.  Y tal vez puedan ayudarnos. Voy al templo. Si hubo algún motivo para esto, debe estar allí.

Isawa Satoru se acercó a las ruinas. La destrucción había sido devastadora. Aunque hacía días del conjuro, los Kami de Fuego aun vibraban por la excitación del hechizo.
El Puño de Osano-wo era un hechizo que invocaba los Kami del trueno y del fuego para lanzar un devastador relámpago desde los cielos sobre una estructura. En la cultura y tradición, normalmente se utilizaba  solo contra edificios, nunca sobre hombres y solo de manera muy restringida... a su memoria vino relatos sobre la noche de la vergüenza o tiempos lejanos donde los Oni invadieron el imperio.

Entre las rocas se podía ver los cuerpos aplastados de algunos caballos, medio putrefactos, pero adentrándose más en el templo derruido podía verse la mano de algún monje y también algún resto de un soldado escorpión.

Satoru era un hombre de la Corte, nunca había visto aquel hechizo en acción, para su familia era una vergüenza haber desencadenado los sagrados Kami de Fuego y Trueno de esa manera sobre seres vivos. Probablemente más de una vez.

El conjuro de Aire no mostró nada salvo que había huellas de algunos supervivientes en la parte de detrás. Unos pocos habían vuelto por el camino que ellos habían venido, seguramente buscando refugio en Kyuden Soshi. Pero unos cuantos se habían ido al norte, a una laguna cercana.

Satoru miró a la lejanía y pudo atisbar una columna de humo en un pequeño campamento. Parece que algunos monjes se resistían a abandonar su hogar.

Satoru, plantado en mitad de los restos del templo, invocó a los kami con ayuda de uno de sus pergaminos, y después se mantuvo durante un largo tiempo en silencio, mirando a su alrededor, hasta que finalmente echó a andar en una dirección aparentemente aleatoria, pero que le llevó a acabar señalando a una pequeña columna de humo cercana que se alzaba entre los árboles.

-Parece que no todos los habitantes de este lugar murieron en el ataque… -Dijo en voz queda, sin atreverse a alzar demasiado el tono. A pesar de que estaba acompañado por sus compañeros, la atmósfera de aquella aldea devastada seguía siendo la de un cementerio plagado de horribles recuerdos. -Cuando hayamos revisado este lugar… deberíamos ir con ellos, puede que su testimonio nos sea de ayuda.

A pesar de su sugerencia, no se movió, sino que se mantuvo inmóvil, con una expresión de profundo pesar en sus suaves facciones y sus ojos paseando por la destrucción que los rodeaba, buscando algo que no acababa de encontrar.

-Dadme un momento mientras buscáis… tal vez los espíritus puedan decirnos algo más. -Musitó, y volviendo a colocarse entre las ruinas, se agachó para sacar de entre sus bolsas un pequeño cuenco de bronce, en el que dejó caer algunos trozos de madera ennegrecida para luego encender una discreta llama.

Kazuo alzó la vista al cielo y después la fue bajando lentamente, con gesto grave. El poder de los kami era sin duda algo a temer. Enarbolado por un shugenja indigno, la capacidad para la destrucción de los espíritus, un arma a . Se preguntó si acaso no sería mejor que los hombres renunciaran a tal responsabilidad, por su propio bien. 

—Esto no puede ser obra del capricho. Necesitamos esclarecer una cronología de lo que ha ocurrido, a modo de mapa, no muy distinto del que maneja Chitao... que nos permita navegar los acontecimientos en el orden en el que sucedieron. Sino, jamás llegaremos a ningún destino. 

«O no al que buscamos», sentenció. Las disputas territoriales eran frecuentes en el Imperio Esmeralda. Que en esta se estuvieran sembrando las tierras de muerte y miseria, cuando estas eran el objeto del conflicto, no tenía ningún sentido. Kazuo encontró una losa sobre la que sentarse y, mientras los demás se dedicaban a sus asuntos, él empezó a revisar los diversos documentos que habían ido acumulando, ya fueran propios, entregados por las partes implicadas o concesiones del Campeón Doji. 

A través de los caminos Soshi llegamos hasta un paraje natural donde se encontraba situada la aldea Motobu, si bien al llegar nos encontramos una realidad dantesca: Las escasas edificaciones que daban vida a la aldea habían ardido hasta sus cimientos y el templo se encontraba desbastado. Allí sólo quedaban ruinas.

Acerqué mi montura hasta las inmediaciones hasta el centro de la aldea, tratando de dilucidar dónde estaba situado el shugenja antes de llevar a cabo tal poder destructivo, también para saber cuál había sido el objetivo principal de si hechizo y cuáles los daños circunstanciales. Procurando ver a través de los daños en las edificaciones, así como sobre la naturaleza si el hechizo había tenido por objeto una edificación o cualquier ser o conjunto de ellos que se encontrase en el lugar.

- Satoru-san ¿Qué os dicen los Kamis, podrían indicaros la identidad o los rasgos de ese maestro de fuego? - igual se podría averiguar quién había sido el shugenja, así como las circunstancias en las que se encontraba para encontrar la motivación a semejante acción.

Parece ser que hay supervivientes o al menos gente más adelante, quizás monjes que se resisten a abandonar el lugar que ha sido su hogar - hablaremos con ellos una vez que exploremos la zona - dirigí mi montura entre las ruinas, procurando que ésta no tropezase con los restos de lo que había sido un templo - según las informaciones que tenemos, aquí se refugiaron los escorpión - y prueba de ello era la constancia de cadáveres de montura y jinete de dicho clan - sin embargo, cuesta creer que una escaramuza acabase con semejante destrucción - difícil de creer que aquel hechizo tan devastador fuera necesario.

Traté de visualizar algún lugar elevado en las cercanías a través del cual se pudiera supervisar lo que sucedía en la aldea de Motobu, lo cual me llevó a hacer una reflexión aún mayor - de la que hemos venido hasta aquí, ¿Habéis visto algún lugar desde el que pudieran contemplarse, por lejos que fuera, los diferentes escenarios que acontecen en este caso? - Ikoma Kazuo hablaba en esos momentos de realizar una especie de plano cronológico que situara los diferentes escenarios en conflicto en una perspectiva lineal de paso del tiempo, para comprobar qué acción había provocado qué consecuencia y cómo o porqué se habían producido las reacciones - me parece acertada esa reflexión, Kazuo-san. Sin duda ayudará a clarificar las cosas.

La exploración de las ruinas no daba mucha información. Sin duda una serie de rayos habían caído desde los cielos para devastar aquel templo. Eso provocó derrumbamientos y un incendio que asoló todo lo que quedaba del templo y algunas viviendas adyacentes.

Había restos de víctimas soldados escorpión y algunos monjes.

Satoru se concentró y con la lengua de los Kami invocó de las cenizas a los kami de fuego. La llamada no surgió efecto, pero satoru sabía que los kami de fuego eran caprichosos y demandaban una ofrenda.

Tras colocar un poco de leña y hacer un pequeño fuego con su pedernal, susurró las palabras de nuevo.

Esta vez una figura estilizada abrió sus ojos mirando a Satoru con suspicacia, las llamas hacían de brazos y manos, cambiando constantemente pero dejando ver una pequeña figura humanoide hecha de fuego. De su boca de fuego salieron susurros que solo los shugenja podían entender. 

- Saludos sacerdote, tu ofrenda ha sido aceptada.

Los Kami de fuego eran avispados y comprendían bien la naturaleza de os humanos. No eran tan crípticos como los de agua ni tan mentirosos y volubles como los Kami de aire, pero eran fáciles de enfadar.

-¿Dónde estaba el que os ordenó atacar el templo?

El  kami te mira en silencio antes de girarse a contemplar los alrededores. - Supongo que te refieres al humano que nos llamó para celebrar un festín... fue glorioso. El mortal que hizo la plegaria se encontraba en el linde del bosque. - dice señalando en una dirección, hacia el oeste. - qué banquete más delicioso obtuvimos. Fue una gran destrucción, ceniza y calor.

-¿Cómo era su rostro?

El kami te mira confuso y en silencio. -  Preguntas como si fuese tan sencillo. Para nosotros todos los mortales sois iguales. Nos cuesta distinguiros igual que a vosotros os costaría distinguir entre dos gorriones o dos palomas. Creo que era un humano macho... pero no estoy seguro... tenía ojos y nariz, como todos. Espera estoy seguro de que no tenía pelo en su cabeza.

-¿Cómo eran sus ropas?

El kami vuelve a poner cara de frustración.  - Preguntas cosas difíciles, mortal. Puedo hablarte de su ansia por conquistar, por su odio... pero ¿sus ropas? a quién importan sus ropas. Los humanos sois tan extraños.

Llevaba una túnica y muchos pergaminos. Eran de color... - se pone pensativo - diría que gris o azul. Cuando el fuego se extendió solo había un color, el amarillo y rojo de la purificación.

Después de llamar su atención y alimentarlos, los espíritus de fuego se enroscaron alrededor de la madera, y tomaron una forma más definida, mientras conversaban con Satoru en un lenguaje que sólo el espíritu y el Isawa podían entender.

La conversación se alargó unos minutos, en los que el joven Fénix asintió en varias ocasiones, y frunció el ceño con frustración en otras. Así, hasta que de pronto las llamas parecieron disolverse de pronto en lenguas de fuego mundanas, y Satoru se levantó para llamar la atención de sus compañeros.

-Los kami recuerdan el lugar desde el que se hizo la invocación, desde la linde del bosque… -Anunció a los demás. -Me han descrito a un hombre, pero ni siquiera el fuego ve con ojos humanos… sólo parece probable que estemos ante un shugenja sin pelo en la cabeza… algo inusual. Podría ser un monje, pero me resulta increíble que alguien así destruya un lugar sagrado.

-Me gustaría acercarme hasta el lugar de la invocación. -Pidió, aguardando a que los demás accedieran. Era evidente que comenzaba a inquietarle la idea de moverse en solitario a través de la devastación de aquel lugar. -Tal vez podáis encontrar algún rastro allí, mientras invoco a los kami del agua.

Al parecer, el fuego había secado toda el agua de la zona y exiliado a cualquier kami de agua. Los charcos que pudo encontrar Satoru eran de las lluvias recientes, y sus Kami no sabían nada acerca del ataque.

Invocando a los perezosos Kami de la poca sabia de algunos árboles cercanos, le permiten ver a Satoru simplemente sombras, la de varios soldados mal uniformados llegando hasta el monasterio bajo las ordenes de un hombre con el cabello afeitado. Las tropas (en teoría) unicornio eran repelidas desde el monasterio por las flechas de soldados escorpión. Hasta que el lider, el Shugenja comenzó a invocar su ritual.

Kazuo decidió dejar a Satoru la calma y tranquilidad que, asumía, se necesitaban cuando se iba a tratar con los kami. Sabía que eran caprichosos, y lo último que necesitaban era añadir a todas las calamidades que asolaban esas tierras el desdén de los espíritus. Por ello, se encaminó hacia el campamento de supervivientes, en busca de alguno dispuesto a dar su visión de los hechos. 

-Lo que aquí sucedió no ha dejado demasiados kami con los que hablar. -Anunció Satoru, después de un buen rato en el que había estado realizando cánticos y haciendo algunos cortes a los árboles para que de ellos brotaran apenas unas gotas de savia, que mezcló con el agua de un cuenco antes de dedicar un buen rato a su estudio, como si el verdoso líquido pudiera darle alguna respuesta.

-He de reconocer que no soy el mejor experto en rastreo. -Se excusó, mirando a sus compañeros, en particular a Megumi y a Isshin. -Pero tal vez entre todos podamos conseguir algo.

Los ojos oscuros del shugenja miraron a su alrededor, intentando cuadrar lo que había entrevisto con el bosque que ahora hollaban. Sabía lo que había visto, pero también sabía que era mejor asegurarse bien antes de dar por sentado los mensajes de los kami.

-Deberíamos buscar por esa zona… -Señaló a un grupo de árboles cuyo perfil creyó reconocer. -Flechas perdidas, o signos de que puntas de flecha se hayan clavado en los árboles.

-Y por aquí… tal vez… signos del paso de soldados. -Él mismo comenzó a mirar al suelo, atento a cualquier signo, aunque era consciente de que su mirada estaba mucho más entrenada para observar a las personas que al polvo y la hierba. Para tratar de ayudar, aclaró. -No deberían ser demasiados, tal vez una decena… pero es un rastro importante.

En las cercanías del bosque habían evidencias de lucha, o más bien de persecución, según lo que pudieron describir Satoru y Akodo Isshin.

El resto se aproximaron lentamente hacia el vado del arroyo donde se concentraban los escasos superviviente del ataque, apenas una docena de monjes de la hermandad, ataviados con ropas oscurecidas, con heridas de quemaduras y fracturas. Habían montado un campamento improvisado donde recuperarse de las heridas, pero no se soprendieron al ver acercarse a los Agentes del Campeón. Algunos se levantaron al acercarse al grupo, pero la mayoría simplemente rezaban desconsolados o lloriqueaban por los daños recibidos.

- El maestro Abad está agotado y cansado. Tiene el corazón partido. Por favor, no está para interrogatorios hostiles de nuevo. Ya hemos contado todo cuanto sabemos.

El abad, un hombre bastante más mayor que el resto miraba con vista perdida hacia el arroyo, con claros signos de deshidratación y ojeras de haber llorado durante días.

El anciano movió sus ojos con cataratas incipientes hacia los Samurai pero nada reclamó su atención hasta que sus ojos se posaron en el cortesano Ikoma.

- La versión que se ha dado a los otros magistrados es la misma, Samurai. Nosotros no somos partidarios de ningún bando , nunca lo hemos sido. Pero esta vez los Unicornios han ido demasiado lejos.

Mirai dejó que Satoru obrase la magia que era invocar y comunicarse con los kamis, algo que a ella se le escapaba. Se dirigió con el resto hacia los pocos supervivientes que lloraban la tragedia y no pudo evitar tomar una sentida bocanada de aire, como si aquello se le estuviese atragantando más de lo que esperaba. Tras unos instantes de duda se acercó al Abad con su odre de agua como ofrenda.

—Por favor, bebed —pidió con una leve sonrisa que denotaba tristeza y pesar. No estaban allí para asistirlos, pero algo dentro de ella se removía cada vez más ante las atrocidades que estaban teniendo que navegar. —Si pudieseis repetir lo ocurrido sería de mucho agradecer. No venimos con intenciones hostiles; tan sólo estamos tratando de llevar a cabo la investigación pertinente.

Mientras investigaban, el resto se dirigieron hacia el pequeño campamento en el que los monjes supervivientes se habían refugiado tras la destrucción del templo. Él mismo pensaba dirigirse allí en cuanto tuviera la oportunidad, tras asegurar el rastreo del bosque.

-Los persiguieron… -Musitó Satoru un rato después, mientras él y el Akodo descubrían restos de refriega en el bosque. A pesar de su inquietud, los signos parecían coincidir con lo que los kami le habían permitido vislumbrar. Alzó la vista hacia Isshin, haciéndole partícipe de sus preguntas. -¿Pero quiénes… y desde dónde?

-No tengo dudas de que quienes estaban en el templo eran tropas Escorpión… pero me gustaría saber de quién escapaban exactamente. -Añadió, sin llegar a decir explícitamente sus dudas sobre la autoría Iuchi de aquel ataque.

Un rato más tarde, el Isawa terminó de agotar su paciencia. Nunca había sido especialmente  bueno en tareas tan repetitivas como peinar un bosque, y tenía la fuerte sensación de haber encontrado todo lo que podía encontrar, de modo que hizo un gesto al León, y se dirigió colina abajo para reunirse con los demás en el campamento.

Cuando llegó, al parecer ya habían empezado a hablar con los monjes, por lo que se quedó en un segundo plano, aguardando la oportunidad de ponerse al día con lo que ya pudiesen haber avanzado, y se acercó a Kazuo.

-Deberíamos averiguar si algún soldado ha sobrevivido. -Sugirió Satoru al Ikoma con discreción mientras aguardaban la aparición del abad. -O si no… alguien que hablase con ellos antes de que llegase el ataque. Las respuestas que necesitamos están escondidas antes de ese ataque.

El abad con ojos enrojecidos mira curioso a la joven Samurai. Si bien parece reticente a hablar, sus ojos inquisitivos no hacen más que mirar de vez en cuando a Ikoma Kazuo.

- No hay mucho de lo que hablar. La guerra es caos... es muerte, es odio. El climax de la batalla no fue aquí, fue al otro lado del bosque. Los Samurai escorpión llegaron huyendo, tratando de reagruparse y encontrar refugio.

Las tropas unicornio los perseguían para no dejar ni uno. Atravesaron el bosque, se lo conocen bien.

Los soldados Soshi pidieron asilo en mitad de la noche. Estaban exhaustos y heridos. Estábamos negociando con ellos, explicándoles que nuestro monasterio era un lugar neutral. No sabíamos qué hacer, pues no podíamos dejar a hombres heridos morir en mitad de la noche.

Tampoco dio tiempo a más. En mitad de nuestras conversaciones aparecieron los soldados unicornio y sus flechas. Nos acusaron de dar alojamiento a criminales de guerra y de esconder cobardes. Los bushi escorpión se metieron en el templo en mitad del caos y la confusión. Cerramos la puerta intentando protegernos de las flechas.

Todo ocurrió muy deprisa.

Los luchi poseen shugenjas de gran poder, utilizan magia Gaijin... la llaman Meishodo. Invocaron al rayo y derribaron el templo con toda la furia de los elementos. Estaban iracundos, llenos de rabia y odio.

Su rostro empieza a demacrarse y las lágrimas asoman en sus ojos al recordar la tragedia. Rechaza una taza de té que le ofrece otro de los monjes.