Partida Rol por web

Welf iba dando indicaciones a Ainar sobre lo que se encontrarían más adelante en el camino, sus recuerdos de los viajes que había hecho en el pasado por aquellas tierras le ayudaron a recordar las referencias que se podían encontrar y los diferentes caminos que había por tomar, dejando en manos del enano por dónde ir. Aunque las pocas pistas que iban encontrando sobre el fugitivo marcaban tanto la dirección como el camino a seguir. Baldbrand encontró más huellas en el barro. El beórnida iba atento a los lugares donde las altas hierbas de la pradera escaseaban para fijarse con detenimiento en la tierra húmeda, y tuvo la fortuna de encontrarse en ella varias huellas más que encajaban con la que había encontrado el elfo por la mañana. No cabía duda de que iban por el buen camino.

Un poco más adelante, el camino abandonaba las praderas para superar las pequeñas colinas de las que Welf había hablado. Mientras bajaban la ligera pendiente, tuvieron que saltar un pequeño barranco de piedra de pocos metros de profundidad, pero lo suficientemente peligroso como para doblarse un tobillo y terminar la aventura de la manera más tonta. Entonces Welf se percató de algo y llamó la atención del resto: en el fondo del barranco yacía el cadáver de un orco. No podían acceder a su cuerpo para confirmarlo, pero estaban seguros de que era del mismo grupo que atacaron el bote. El fugitivo debía haberlo matado y después arrojó a puntapiés su cuerpo por aquel barranco. Baldbrand, con su buena vista, se percató de que el cadáver estaba medio decapitado, probablemente por una espada. Lo que le llevó a pensar inmediatamente en la espada de Merovech que faltaba del bote. 

Tras el hallazgo, continuaron avanzando hasta que cayó la tarde. Vanwa se alejó para recoger algunas plantas con las que preparar la cena. Ya sabían que en compañía del elfo rara era la vez que tenían carne en el menú, además de su preferencia por recoger flores y hierbas, cuando el elfo pretendía cazar algún conejo o se le escapaba o se entretenía hablando con alguna florecilla o contemplando a los pájaros que surcaban majestuosamente el cielo. Pero al menos el elfo era un excelente cocinero, y parecía contar con la ayuda del beórnida para aderezar sus guisos. No obstante, cuando Vanwa regresaba al campamento que sus compañeros se habían dispuesto a montar en su ausencia, encontró entre las altas hierbas del campo otro campamento; uno de hacía unos pocos días del que solo quedaban los restos ahumados de la tierra y las piedras donde había estado la hoguera, las cenizas de la madera quemada y algunos restos de comida. 

Vanwa volvía cntento y cuando halló el campamento abandonado sintió una punzada de alegría. Una alegría infantil, como la de un niño que encuentra una lagartija y puede mostrarla a sus padres.

Lo primero que hizo, chismoso como era, fue acercarse para hablar con las piedras quemadas de la hoguera, pero se mostraron hoscas. Hurañas ante el trato recibido, y se negaron a hablar con el elfo sobre aquellos que las habían tratado d eforma tan desconsiderada. El elfo, algo enfadado por el hermetismo de las piedras, llegó a amenazarlas con quemarlas un poquito más si no hablaban, cosa que hizo que las piedras acabaran de cerrarse en banda y nada pudo sacar de aquellas piedras gruñonas.

Vanwa se sintió frustrado sobre aquello, así que cuando volvió al campamento de sus compañeros nada dijo en un primer momento sobre su hallazgo. Cuando ya estaba preparando la cena fue cuando citó su descubrimiento de forma indirecta, al amenazar a las piedras de su propia hoguera con quemarlas un poco más de la cuenta, en una especie de venganza infantil como represalia por sus hermanas piedras del otro campamento cercano.

Así fue como citó la presencia de un segundo campamento, y Ainar no lo cocinó allí mismo por su estupidez gracias al poco cariño qu ele había tomado en los entrenamientos de la posada Dodinas.

Después de dar buena cuenta del caldo que Vanwa había preparado tras chinchar a las piedras de su propia hoguera, el grupo se dispuso a descansar en el improvisado campamento que habían montado donde Ainar consideró el mejor terreno para tal fin. Acostumbrados a organizarse en las noches a la intemperie, montaron varios turnos de guardia y descansaron. Pasaron una tranquila noche, sin sobresaltos. 

A la mañana siguiente reemprendieron la marcha. No llevaban demasiado rato en camino cuando llegaron al Viejo Vado, donde antaño se alzaba un gran puente de piedra construido por hombres del sur para facilitar el cruce del Anduin, según se contaba, y del que ahora no quedaban más que algunos restos aislados. En verano, cuando el río bajaba con menos agua, podían incluso verse los antiguos pilares del puente, sin embargo, las lluvias recientes habían hecho que las aguas bajaran más crecidas. Avanzaron siguiendo el rastro como buenamente pudieron, a veces retomaban las huellas en la tierra húmeda y otras, donde el terreno era menos favorable, perdían la pista del fugitivo para encontrarla más adelante. Por el momento iban bien. 

Mientras observaba como el elfo hacía los honores de la cocina, no pudo evitar escuchar aquella maldición sobre las piedras y demás pero... 

Sacudió la cabeza.

-Un momento... ¿hay otro campamento? -lanzó una mirada al resto de compañeros. Más que una mirada enfadada, era una mirada que venía a decir ¿es normal que este elfo actúe así?

Se levantó de sopetón y exclamó: ¿Dónde? ¿Dónde está maldita sea?

Y dicho aquello casi que ni esperó a que el resto le siguiera una vez que el elfo dio las indicaciones.

Si aquello era normal en Vanwa o no sería algo que Baldbrand debería deducir por si miso de la sucinta sonrisa que le dedicó cuando su mirada se cruzó con la de Miriel, quien se levantó a pesar de haber encendido ya su pipa y con esta se dirigió en la dirección en la que someramente Vanwa les había indicado que quedaba ese otro campamento.

Antes de entrar a pisotear todo como el otro elfo ella prefirió subirse a una pequeña roca del perímetro y desde allí observarlo todo mientras aún daba caladas a su pipa. Podría decirse que era un árbol más del bosque emergiendo de la mencionada roca con unos suaves movimientos acompasados con el viento, cerrando los ojos en cada calada que daba a la pipa, ya fuera por disfrutar más de su sabor o para evitar cegarse al encender de nuevo las ascuas en la cazoleta.

En la oscuridad sus ojos habían logrado captar algo a la luz de las estrellas. Entonces descendió con calma hasta lo que había llamado su atención para inspeccionarlo con más calma. Aún podría obtener algo de todo aquello a pesar de no que ella aún no era capaz de hablar con las piedras.

Parecía que nos acercábamos a nuestro objetivo y cada paso, cada avance, traía recuerdos a Welf de otros viajes, habitualmente en solitario, por estas mismas tierras. Esos recuerdos le ayudaban a avanzar por delante de sus compañeros y dejar pequeños avisos cuando había que vigilar unas zarzas o una zona de grava donde era fácil resbalar.

Se sentía animado. Le costaba recordar la importancia de su viaje, le era suficiente saber que iba en buena compañia y que todas sus acciones servían para equilibrar el mal que impregnaba el mundo que les rodeaba. El viaje iba bien, sus compañeros iban bien y el sol salía cada mañana por el lugar que le correspondía. ¿Qué más se podía pedir?

El enano había aceptado las indicaciones de Welf durante todo el camino, ya que sabía que el hombre del bosque era un experto en esa zona. Sería de necio negarlo. Y el no era necio, aún siendo enano. O tal vez no tan necio...

Pero cuando Vanwa contó lo que contó, Ainar no lo pudo creer.

-¿De verdad recién ahora nos avisas?- preguntó el enano mientras dudaba un momento si levantarse o no. Tal vez era una broma, aunque al ver la cara que tenía el elfo dudaba de que fuera así -No sólo deberías comenzar a traer comida que llene de verdad, si no que además deberías avisar si encuentras algo como eso- se paró.

Estaba por decir algo más, cuando Balbrand salió hecho una furia, junto a Miriel que como una sombra se deslizaba silenciosa.

Él no sería de mucha ayuda, pero fue siguiendo de lejos a los que avanzaban al frente. No quería estar lejos si llegaban a necesitar algo. Una vez allí sí, ya que siempre había sido bueno encontrando cosas ocultas. Si algo le había gustado jugar de niño, es el famoso juego enano (que luego los humanos adoptaron) "la búsqueda del tesoro".

vanwa se defendió de los ataques con su habitual estoicismo, respondiendo con tímidas sonrisas a los exabruptos de sus compañeros.

Sí, claro que les indicó el camino de ese segundo campamento, y los siguió detrás de ellos, y aprovechando que estaba allí, en retaguardia, le sacó al lengua, burlón, a los barbudos gruñones, cuidándose mucho de que lo pudieran ver.

Una vez allí, los dejó con sus pistas y sus huellas. Él volvió al campamento, con Welf. El hombre del bosque sabía mucho de sendas y trochas, pero por desgracia la cocina no era su fuerte, y si estaba mucho rato fuera se le podía pegar la cena. Welf quizás no notaría la diferencia, pero por los dioses que él sí.

A la mañana siguiente, ajeno a toda aquella agitación por unas cochinas piedras hurañas y vengativas, se levantó animado y fue avanzando como era habitual en él. Danzando por la orilla del Anduin, distraido en las maravillas que ofrecía el fértil río.

Tras examinar más de cerca aquello que creyó relevante en la hoguera, Miriel descubrió que eran unos restos de cuero demasiado antiguos como para ser del fugitivo que perseguían. Lo supo nada más ver la podredumbre del cuero que no podría haber surgido en tan pocas noches como las que les llevaba de ventaja.

Segura de que debía haber más pistas cerca, centró toda su atención en buscar las evidencias que necesitaban para determinar en qué dirección había huido aquel hombre (¿por qué asumía que era un hombre? Quizás se tratase de una fugitiva, aunque fuera más improbable…). Hasta ahora había seguido el río, pero bien podría separarse de él en cualquier momento, sobre todo después de haber hecho un campamento.

Por lo menos seguían teniendo un rastro que seguir, por lo que al día siguiente, retomaron el viaje para poder dar con aquel traidor.

Lo cierto es que cada paso que daba lo alejaba más de lo conocido en aquellos últimos años. No es que no hubiera viajado. Desde que los siervos de la Sombra hubieran arrasado con su aldea natal, se había pasado el tiempo de un lugar para otro hasta establecerse... aquello le trajo algunos recuerdos, sobretodo buenos.

Definitivamente estaba con ánimo, por lo que su atención estuvo puesta en los alrededores. Con suerte su presa se habría rezagado e igual conseguían algo, con mala suerte, igual les acechaba algún peligro, pero los sentidos del joven beórnida no podían estar en mejor sintonía.

Todavía en la noche anterior, Bladbrand y Miriel, seguidos de cerca por Ainar, fueron a buscar los restos del campamento que Vanwa había comentado de pasada. No encontraron mucha cosa entre los restos: algunas piedras chamuscadas, ceniza, madera quemada, algunos restos de comida, y la evidencia de la presencia de un tipo solitario allí. Miriel pudo deducir que se trataba de un hombre, bastante grande y pesado, que se movía con la vitalidad de un hombre joven, a juzgar por el tamaño de sus huellas y la distancia que había entre ellas. Pero no había en aquellos restos ninguna pista más. 

Al día siguiente, durante el camino, y tras cruzar el Viejo Vado, Welf fue adelantándose al grupo para procurar que se siguiera la ruta adecuada. Encontró varias huellas, similares a las del día anterior, que le hicieron ver que seguían en el camino adecuado. El hombre del bosque iba y venia para comunicar sus hallazgos al resto de la comitiva. Ainar que había estudiado con detenimiento la zona en los mapas antiguos, sabía que los beórnidas que habitaban esas tierras tenían pequeños pueblos distribuidos por la geografía, pueblos en los que Merovech y Odo podrían haber capturado al fugitivo que ahora buscaban. Quizá si encontraban alguno de esos poblados pudieran recabar más información o alguna pista de utilidad. 

Hacia el mediodía, cuando Vanwa había regresado con las manos vacías de su intento de cazar algo para alimentarles —para infortunio del enano—, Miriel señaló un punto lejano y les indicó que allí había un granja. En un principio ninguno de ellos vio nada, más allá de una infinidad de praderas y campos salpicados de vez en cuando por algún solitario árbol o por matorrales y arbustos, pero la buena vista de la elfa había descubierto una pequeña casita y unos campos labrados en medio de aquel mar de hierbas altas. Efectivamente, cuando se acercaron más al lugar que señalaba la elfa, todos pudieron verla. Se trataba de una granja aislada, donde un anciano beórnida descansaba a la sombra tras haber estado toda la mañana labrando la tierra. 

Miriel se acercó hasta el anciano asegurándose de hacer ruido al pisar una rama que crujió, no bajo su peso, sino bajo su esfuerzo consciente. Era su forma de advertir educadamente al anciano beornida que se acercaban. Otros habrían carraspeado. Cuando el hombre despertó mostró sus palmas abiertas hacia arriba para indicar sus intenciones pacíficas.

- Saludos, buen hombre. Mi nombre es Miriel y estos son mis compañeros, entre los que quizás reconozca, o haya oído hablar, a Baldbrand, quien también es miembro del pueblo de Beorn. – se presentó educadamente dejando oportunidad a sus compañeros a presentarse ellos mismos, haciendo hincapié en quién resultaba importante. Si el hombre parecía impresionado por sus palabras no daba muestras.

- Nos hallamos en una misión que nos fue encargada por el propio Beorn… - prosiguió, aunque la mirada fiera de aquel anciano le hizo dudar- …¿podríamos hacerle unas breves preguntas?... – tragó saliva - …antes de proseguir nuestro camino… - se recompuso.

- Buscamos a un hombre que escapó de Merovech el Poderoso y Odo el Joven cuando era llevado ante la justicia de Beorn. ¿Quizás recuerde algo de alguno de ellos si pasaron por sus tierras? – concluyó con su aplomo habitual que había perdido por unos instantes. Por un momento creyó ver que el rostro del anciano se había relajado.

Al ver que Miriel se adelantaba a la granja del anciano beórnida, Baldbrand no perdió el tiempo en seguirla de cerca. Dejó que la elfa se presentara ante el beórnida, pero entonces el jóven se palmeó con fuerza el pecho y alzó su atronadora voz.

-La elfa Miriel os dice la verdad. Yo soy Baldbrand, hijo de Randmar, guarda de la Carraca asentado en el poblado del Arroyo serpentino*. Os estaríamos bien agradecidos si respondierais sus preguntas. -terminó de decir de forma algo abrupta pero con todo su poderío... igual se pasó un poco de intensidad y pareció algo agresivo, pero la intención del hombretón era que el viejo no pusiera en duda las palabras de una elfa.

Ya había hablado Miriel, así que Vanwa se mantuvo en un segundo plano. Tranquilo. Sonriendo, apoyado en su lanza. El verbo de Miriel era demasiado directo para el gusto del elfo, aunque tenía que reconocer que era más del gusto de las gentes directas como los beórnidas.

Hablar así sobre el fugitivo le pareció muy osado. ¿Y si aquel tipo era amigo del fugitivo de alguna manera? Si él fuera un fugitivo buscaría la ayuda de aquellos en quienes pudiera confiar, y si se había dirigido hasta allí quizás era porque buscaba la ayuda de alguien como quel anciano... Podía ser, o podía no ser. Al final no eran más que cábalas de la mente del elfo. Excusas para usar el verbo florido y retorcido que tanto disfrutaba usando, aunque con los hombres nunca era sencillo. Sabía como dirigirse a una margarita o una amapola. Como hablar con un ratón de campo o un gato. A una piedra granítica o un guijarro de río. Los hombres eran un asunto completamente distinto.

Siguió ahí de pie, callado. Ya se había hablado, y si el hombre nada más pedía a nadie más, esperaba dejar la conversación en manos de quienes ya habían hablado.

Welf se mantuvo en un segundo plano, no había sido capaz de hablar delante de Beorn, sus compañeros tuvieron que pagar su peaje con una hermosa canción de Miriel en el vado... estaba más que claro que no había llegado a entender el lado salvaje de esta gente que parecía que todavía no había encontrado su sitio en estas tierras. 

Si este hombre solitario trabajaba cerca estaba claro que era un superviviente y que poco de lo que sucediera cerca de sus tierras escaparía a su control y visión. Confiaba en que si el fugitivo se había acercado aunque fuera a robar un pastel, este hombre lo sabría. Seguro.

-Vaya...- soltó Ainar al escuchar a la elfa preguntar tan amigablemente.

¿Y si era un aliado del fugitivo? Seguramente que, si supiera leer los pensamientos, asentiría a todo lo que pensaba Vanwa. Bueno, no todo. Especialmente no todo. Pero sí lo relacionado con las sospechas.

-¿Y si anda cerca?- le preguntó a Welf y también miró a Vanwa, señalando con la cabeza la floresta -¿Quieres dar un rodeo? Lo haría yo mismo, peero...- y abrió un poco los brazos como para que viera simplemente lo armadurado que andaba.

Se apoyó sobre la cabeza del hacha, apoyando el labrado mango en el suelo. Llamaría la atención si intentaba pasar desapercibido, pero seguramente el elfo o Welf podrían hacerlo. Él intentó mostrarse lo menos hostil que pudo... pero la sonrisa medio perdida entre la barba, la armadura negra, el escudo negro a la espalda, el hacha de doble hoja, el cuervo picoteando el pelo mientras se agarraba al hombro del enano, no daban precisamente una imagen de pacifismo.

De todas formas, intentaba mirar disimuladamente la zona, buscando cualquier indicio de una posible emboscada, o tal vez hasta algún escondrijo desde el cual hacerla. Le daba mala espina haberse acercado al beórnida tan simplemente sin haber revisado antes... ¿¡y si era él?!

El anciano alzó un ojo cuando escuchó el crujido de la rama provocado por la elfa, pero no se intranquilizó al ver a un grupo de extraños a la puerta de su casa. Se sentía seguro allí, como si pudiera con todos ellos con una mano atada a la espalda si llegara el caso, o como si solo tuviera que lanzar un grito para que alguien acudiera en su auxilio. Las tierras de Beorn eran seguras, estaban bien protegidas, aunque quizá el anciano se confiara en exceso. El nombre de Baldbrand, parecía sonarle algo al anciano pero mirando al muchacho no lo situaba, hasta que Baldbrand se presentó por su cuenta y nombró el Arroyo Serpentino. 

—Ah, sí, Baldbrand —una mueca triste se enmarcó en el rostro del granjero—, incluso aquí llegaron las historias de lo que le pasó a tu familia. Lamento aquello muchacho. Yo soy Geral.

El anciano asintió y miró con el gesto duro de quienes han pasado toda la vida peleando contra la dura tierra para hacer crecer una cosecha. Miriel pensaba que aquellas miradas duras serían el final de aquella conversación, pero el hombre no solo accedió a escucharlos, sino que además les dio respuestas. En verdad era un anciano muy amable.

—Hace siglos que no veo a Merovech, el Poderoso, ni tampoco a Odo, el Joven, pero hace un par de noches... o tal vez fueran tres, un joven aventurero estuvo conmigo aquí mismo. Le permití pasar la noche en mi granja y a la mañana siguiente se marchó dejando como pago una moneda de plata. 

Ainar estudió los alrededores, las praderas todavía dominaban la mayor parte del terreno, a pesar de los campos de cultivo del anciano. Si hubiese alguien por allí escondido lo podría ver fácilmente, o eso creía él, pues en verdad había infinidad de sitios donde alguien podría esconderse: entre el heno, en el granjero, en cualquier punto tras las altas hierbas de las praderas, o incluso en algún agujero en el suelo. Pero Ainar no vio nada sospechoso en los alrededores. 

Cof! Cof! ejem... perdón Geral ¿ha dicho que pagó con una moneda de plata? no pudo evitar un gesto hacia Miriel para remarcar el hecho de que Beorn comentó que había sido robada una bolsa con monedas de plata. ¿no es un pago excesivo por pasar una noche? No digo que no sea este un lugar extraordinario donde ser acogido pero... ¿una moneda de plata?

Sí, una moneda plata ciertamente era un alto precio por la hospitalidad de una sola noche, pero era fácil ser generoso con el dinero que no se ganaba con el sudor y la sangre, y tampoco quería cuestionar lo que el anciano consideraría que era suyo legítimamente, pues él no sabía que se trataba de un fugitivo cuando le dio cobijo. Era una cuestión delicada que plantear, ya que aún sentía que lo correcto sería devolver toda la plata posible a Beorn, su legítimo dueño.

- Siento ser yo quien os lo comunique, pero Merovech y Odo murieron por una emboscada de orcos mientras llevaban a ese joven ante la presencia de Beorn para ser juzgado. – dejó una breve pausa para que el hombre lo asimilara antes de proseguir – El hombre aprovechó el ataque de los orcos para robar la espada de Merovech, una bolsa con plata que Beorn entregó a Merovech y huir con la corriente del río. – le explicó para que entendiera la situación y sacase sus propias conclusiones de quien era el legítimo dueño de la plata que el fugitivo le entregó, si él o Beorn.

- ¿Podría darnos detalles del aspecto de este joven y en que dirección se marchó? ¿Quizás dijo algo sobre si mismo o su destino? – preguntó con toda la cortesía que pudo reunir que no era mucha más que la que tuviera cualquier beornida dado que ella prefería la vida sencilla en el Bosque Negro que en la corte del rey.

Geral se encogió de hombros ante la pregunta del sorprendido Welf, evidentemente que una moneda de plata era demasiado por una noche de cobijo en una granja como aquella. Sería demasiado incluso en la famosa posada del Pony Pisador de Bree; por una moneda de plata uno podía tener derecho a cama, un baño, el mejor establo para su caballo y un banquete digno de reyes. 

—A mí también me pareció excesivo —les explicó el granjero—, y ni siquiera pensaba cobrarle nada por mi hospitalidad, pero a la mañana siguiente encontré la moneda sobre la mesa de la cocina. 

La trágica noticia sobre la muerte de Merovech y Odo que Miriel le hizo saber entristeció a Geral, pero quedó muy sorprendido cuando le contó que el joven al que había dado cobijo la anterior noche era un prófugo. La situación que la elfa narraba era tan sorprendente para él que le costó un rato asimilarla. Geral se sintió un poco triste, y preocupado por lo que pudiera pasar. Miriel se dio cuenta que no había falsedad en sus gestos, Geral era un hombre noble, amable y de buen corazón. 

—Era alto, delgado, de pelo rubio y sin apenas barba. Recuerdo que mencionó que su nombre era Odorico. Era un muchacho un poco raro, pero respetuoso y generoso. Aunque supongo que esto le pertenece a Beorn —sacó de su bolsillo una brillante moneda de plata y se la tendió a la elfa—. Se fue hacia el sur. No mencionó cuál era el destino final de su viaje.