Partida Rol por web

Duras eran las palabras de un padre duro. ¿Sería realmente Odorico como Helmgut lo describía? ¿O quizás era simplemente la visión de un hombre cuyas expectativas y exigencias su hijo adoptivo nunca pudo alcanzar pues estar más allá del cielo? Aún nada podían saber por cierto, salvo que Hemlgut sufría profundamente por lo que consideraba sus propios fallos. A Miriel le habría gustado mostrar al viejo Beornida un poco de la compasión que creía que necesitaba aprender y para él mismo con un abrazo cálido y sincero, pues la Sombra no siempre se combatía con acero y madera, a veces era suficiente con mostrar nuestro lado más vulnerable, pero el hombre se había encerrado su cabaña como una tortuga lo hace en su cascarón. Suspiró levemente dejando marchar aquellos sentimientos de pena, que no tardaron en reaparecer al ver a la joven viuda. Tan joven y ya conocía el dolor de la perdida, más el dolor de lo que no conocíamos aún, pero que ya intuía como muy probable, el dolor de la mano y el trato de un hombre que solo lo era de nombre y no de acto.

Guardó silencio junto a sus compañeros permitiendo que Vanwa los presentara e iniciara el encuentro con su hábil lengua y sus curvilíneas palabras. Ya habría momento de intervenir más adelante en la conversación. Mientras mantendría sus ojos fijos en ella para estudiar su lenguaje corporal, además de sus palabras, a la espera de saber mejor como afrontar la conversación.

Baldbrand siguió a sus compañeros hacia la casa de la viuda. En esta ocasión, no sabía muy bien cómo dirigirse a alguien así. Prefería enfrentarse mil veces a un trasgo que a una mujer que se había visto envuelta en un asunto tan... complicado.

Al escuchar la pregunta del maese enano, sólo pudo elevar los hombros. Cada aldea disponía los túmulos funerarios en una zona en especial, asi que habría que preguntar a los lugareños. No sería nada difícil.

Cuando la mujer les abrió la puerta, el elfo tomó la delantera esta vez y se presentó con aquellas palabras enrevesadas. Al oir su nombre, simplemente se tocó el pecho con una mano e hizo un cabeceo grave y sincero, aunque su rostro permaneció serio, intentando adivinar qué sentía la mujer... sobretodo si aquello la asustaba porque había visto a Odorico.

No se le pasó por alto que el elfo había pasado por alto decir que seguían a Odorico ¿lo haría por algo? Estuvo a punto de intervenir, pero aquel orejas-picudas le había mostrado cierta... extraña sabiduría. ¿Sabría algo que él no sabía? Le concedió el beneficio de la duda por unos instantes, aunque su espíritu honesto no consentiría contar todo en algún momento.

Ainar fue a la búsqueda de la tumba de Rathfic, preguntó a Baldbrand pero este no conocía bien la aldea. No obstante, no le costó demasiado dar con el lugar donde estaban los túmulos en los que los beórnidas enterraban a sus muertos. Dentro del túmulo no había nombre alguno que diferenciara un muerto de otro, las flores que Brunilda dejaba cada día sobre una pesada losa de piedra de aspecto más reciente, era el único indicativo de que allí descansaba Rathfic. 

El resto se dirigió a la casa de Brunilda, cercana a la de su padre, y allí encontraron a la dolida mujer. Welf no dudó en dirigirse a ella sin más dilación y presentarle su pésame. La joven le miró extrañado, pues ni siquiera sabía quién era, y se limitó a asentir con la cabeza con la frente arruada y gesto confuso. Observó al resto de extraños que se agolpaban a su puerta hasta que Vanwa introdujo al resto asegurándose de mencionar a Beorn, pero ni que llegaran en nombre del líder de su pueblo, ni que las grandes hazañas del grupo hubieran hecho merecedores de tal honor impresionó a Brunilda. Tampoco la belleza del elfo, pues la joven lo miraba como si la belleza innata de los Primeros Nacidos no fuera mayor para ella que la de cualquiera de los chuchos de la aldea. Brunilda era hija y viuda de guerreros, los mejores de Vado de Piedra, había oído antes todo tipo de bravuconadas y palabras huecas, había visto antes elfos y guerreros poderosos, emisarios de Beorn y al propio Beorn, y nada de eso la impresionaba. 

—Me alegra que Beorn el Cambiapieles os haya concedido el honor de hablar en representación suya —dijo la muchacha con voz fría—, pero no confío de los extraños que se presentan en mi puerta en mitad de la noche, por muchas hazañas que digáis que ensalzan vuestras virtudes. 

La mirada severa de la joven se clavó en Vanwa y después recorrió uno a uno a todos los presentes. Estaba claro que iban a tener que persuadirla para que les contara lo que sabía, y que no iba a ser tarea fácil. Aquella mujer era dura de pelar, quizá más que Ava incluso. 

Miriel dio un paso adelante esperando que una voz femenina fuera mejor recibida que las varoniles, pues suficiente había ración de hombres había tenido aquella mujer en su vida.

- Disculpe si venimos a estas horas, pero el tiempo corre en contra de quienes persiguen a quien a la fuga de la justicia se dio. Creemos poder imaginar el dolor de su perdida, aunque sin duda nada podremos saber ciertamente sin conocer los hechos y estos no pueden ser narrados más que por quien los vivió en primera persona. – algo se le empezaba a pegar de los laberintos verbales de Vanwa, o eso creía ella – Es por ello que le pedimos la bondad de compartir con nosotros lo acontecido la noche en que perdió a su marido y su relación con Odorico. Estamos convencidos de que si lo entendemos nos será más fácil entender al propio Odorico y anticipar a donde pueda haber huido de la justicia de Beorn. – entonces guardó silencio confiando en haber podido convencer a aquella beornida impertérrita aunque tenía serias dudas de que hubiera sido capaz de ello.

Welf observó desde la distancia los gestos de la mujer, no muy diferentes a las viudas de grandes guerreros y después escuchó. Atentamente.

Se sentía culpable, había olvidado toda cortesía acercándose a la mujer sin presentarse. Ella no había estado en la cena. Ella no les había visto llegar. Ella era una mujer que había perdido su vida y podía ser tan frágil como dura. Cada una de las que había conocido había reaccionado de formas muy diferentes.

Por suerte había aprendido a entender a la gente sin palabras. Pudo observar un gesto que le gustó, una forma de abordarla y sacarla de su escudo ante nosotros, que al fin y al cabo seguimos siendo unos extraños.

Venimos de lejos y a pesar de la distancia conocemos un poco, apenas unos retazos de la historia del principal guerrero del pueblo del Vado y de su bella esposa y de Odorico que acabó con la vida de él y de paso con la de su amiga de la infancia y del hombre que le crió como un padre. 

Venimos de lejos y no nos conocemos pero al final las historias parecen repetirse en unos pueblos y otros a uno y otro lado del Anduin, en el bosque de donde vengo y aquí donde nos encontramos parece que siempre hay historias de amor y tristeza. Hemos cenado con la gente del Vado y venimos con la venia de Beorn pero ni una ni otra cosa son motivo suficiente como para molestaros si no tuviéramos una razón más de peso. Venimos tras los pasos de Odorico, quien se lo llevó de aquí tuvo un mal final frente a unos orcos pero él escapó. Beorn quiere respuestas y yo quiero creer que hay una historia que conocer detrás de lo sucedido que nadie más que él nos puede contar o quizá.. ¿podría darnos unos minutos y compartir algo sobre lo sucedido y asi dejaremos de ser unos y otros unos completos desconocidos?

—¿Perder un hermano y un marido? —Preguntó irónicamente a Miriel—. No, no podéis imaginarlo. 

Las palabras de la elfa, lejos de consolarla, parecían haberla molestado. A pesar de que la intención de Miriel era la mejor, algunas de sus palabras molestaron a Brunilda. Torció el gesto cuando se refirió a Odorico como un fugado de la justicia, algo a lo que se refirió hasta en dos ocasiones. 

—Ustedes no quieren entender a mi hermano —dijo molesta—. Quieren darle caza y apresarlo como un vulgar ladronzuelo. 

Ya se disponía a meterse en la casa y cerrar de un portazo cuando la voz de Welf la hizo detenerse. El hombre del bosque hablaba con voz tranquila, inspirando confianza confianza con sus palabras, rostro y gestos, y logró que Brunilda se detuviera en el quicio de la puerta dudando lo justo para que Welf pudiera explicarse. Al parecer, mencionar el incidente de los orcos hizo que la mujer se preocupara por lo que pudiera haberle pasado a su hermano. 

—Odorico no es una mala persona, lo que ocurrió fue una desgracia... —Negó con la cabeza, las lágrimas acudían de nuevo a sus ojos. 

Las palabras de Brunilda hacían entrever que lo ocurrido aquella noche no había sido, como habían escuchado en los rumores contados por los lugareños, un acto premeditado por parte de Odorico sino más bien un accidente desafortunado que había terminado resultando fatal. Vanwa también se fijo en que Brunilda se llevó una mano al cuello, donde todavía lucía los restos de un moretón. 

Se que no es un ladronzuelo, es más, dentro de mi y sin conocerle estoy convencido que es una buena persona. En nuestro camino hasta aquí nos encontramos con un hombre que le dió cobijo durante una noche y Odorico le pagó con una moneda de plata. Es de espíritu generoso de eso no hay duda.

También sabemos que rescató la espada de Merovech para que no cayera en manos de los orcos. Eso mi hizo ver que era alguien noble.

Pero también es cierto que tuvo algo que ver en la muerte de tu esposo y que Beorn, señor de estas tierras, quiere aclararlo. Solo hay 3 personas que saben qué sucedió en ese momento, una descansa bajo tierra, otra está desaparecida y la tercera está aquí, delante de mi, escuchando a un desconocido preocupado por que se haga algo de justicia y no se ensucie el nombre de quien yo creo que puede ser un buen hombre. 

Pero como bien nos habéis dicho al principio no nos conocemos. Sabemos lo que se cuenta y muchas veces lo que se sabe de puertas hacia afuera no son más que imaginaciones. Odorico hasta donde yo se iba a ser juzgado, que no sentenciado por Beorn, sus actos, los únicos que conozco de él, tras el asalto de los orcos han sido correctos. No se lo que hizo antes, no se si su comportamiento en la comunidad era o no correcto. Pero me gustaría conocer a la persona a través de los ojos de quien ha crecido a su lado.

Si al final, a pesar de sus buenos o malos actos, debe pagar por la muerte cometida, que asi sea.  Pero que no lo sea por habladurías o comentarios de viejas y mucho menos por lo que podamos opinar unos extraños que tan solo hemos venido a terminar la tarea de los que sucumbieron en la emboscada. Tenéis una ventaja si queréis hablar con nosotros, no estamos predispuestos a juzgar mal ni a Odorico ni a vuesro marido ni a vos. Tampoco bien. Tampoco seremos nosotros los que decidamos al final pero si podemos ofrecerle a Beorn una explicación más completa de lo sucedido creo que será lo correcto para que pueda tomar una decisión justa.

Ainar había ido en busca de la tumba, tal vez, con suerte, encontraría algún tipo de rastro de Odorico. Comenzó a buscar alguna pisada llamativa, por la zona incluso, y en varios momentos frenaba su paso para imaginar qué podría querer hacer Odorico.

No estaba seguro de si lograría sacar algo en claro, pero hablar con una viuda no era lo mejor que tenía para hacer. No porque no creyera que era importante, si no porque creía que un enano en armadura negra y un cuervo en el hombro no ayudaría a dar una buena impresión.

-Munin, avísame si se ve alguien cerca del pueblo y que no quiera ser encontrado- le dijo a su cuervo, dándole un pedazo de comida que había guardado de la cena.

Si no encontraba algo, iría en busca de Miriel, a ver si ella podía ayudarlo a buscar algún rastro por las inmediaciones del pueblo.

Los ojos de Vanwa se iluminaron al entender que, efectivamente, allí había una bonita historia de amor incomprendido por los demás. De muchos malentendidos, donde el chico melancólico era tomado por algo peor de lo que era y el bravo guerrero era tomado por algo mucho mejor de lo que era. Y en medio de todo la dama con sentimientos enfrentados. ¿Acaso habría animado el padr a que Rathfic comprara a su hija? ¿Quizás quería apartarla de los sentimientos nada apropiados entre hermanos, aunque fueran adoptivos? ¿Quizás por intentar evitar un escándalo, había generado uno mayor? O quizás había sido Rathfic que al saber del amor entre hermanastros había decidido comprar a la chica, obligando a Helmgut a que aceptara y no desvelar el escándalo? ¿Quizás había sido Rathfic despechado por Brunilda y así pretendia vengarse de padre e hija? Oh! Los amores mortales... Tan intensos y complicados...

Mientras se deleitaba pensando en los vericuetos, por donde podía discurrir aquella historia, escuchaba las suaves palabras de Welf, que eran como el arrobo de un viento suave que mece la hierba alta, al borde del Anduin. 

El joven beórnida tuvo que fruncir mucho el ceño al oir las molestas respuestas de la viuda.

Aquella actitud que tenía no ayudaba a nadie. Él mismo había perdido una hermana y un padre, amigos y compañeros, y haría cualquier cosa por ayudar a solucionar el pasado si alguien volviera a preguntarle. No podía entender cómo sólo se escudaba "en su dolor". Empezó incluso a pensar que ocultaba algo... porque si, Odorico eran poco más que un ladrón. Había robado el dinero, había robado la espada y se había vuelto corriendo de vuelta a su pueblo, seguramente a esconderse bajo las faldas de aquella mujer. Si tan bueno era, si tan accidental había sido el asesinato ¿por qué no había ido a ver a Beorn y responder ante su escrutinio? Además de un ladrón, era un cobarde.

Seguramente se escondía en ese mismo instante, debajo de su cama y usaba a la viuda que a su vez intentaba excusarse para hacerles marchar.

Le empezaba a hervir la sangre y tuvo que reprimir que su mano se posara sobre la puerta de sopetón para evitar males mayores.

Las palabras blandas de Welf y la dama Miriel le exasperaron, asi que dejó aquella conversación y empezó a caminar alrededor de la casa para ver si veía algo sospechoso con la mano apoyada sobre el mango de su hacha, por si veía algo extraño. Aquella conversación era una pérdida de tiempo, estaba claro que aquella mujer le estaba protegiendo.

Viendo la actitud de Baldbrand era comprensible que Brunilda pensara que solo querían cazar a Odorico como a un perro. Para Miriel su misión era atrapar a Odorico, sí, pero eso no implicaba no ser capaz de entenderle, de entender que pasó, y de tratarlo como un ser humano digno y merecedor de compasión y amor. Cuando olvidaban esas cosas abrían su corazón a la Sombra.

Dejó que Baldbrand marchara a inspeccionar los alrededores sin decirle que ella misma había tenido esa misma idea y que sus ojos de elfo, más acostumbrados a la oscuridad, podrían encontrar lo mismo que él sin tanto esfuerzo. Quizás fuera lo mejor que gastara sus energías en esa tarea a que se quedara y explotara frente a Brunilda.

Ya tenía unos versos de una antigua canción en la punta de su lengua, unos versos que describirían bien la situación actual a ojos de Brunilda, o eso pensaba la elfa. Sin embargo, las palabras de Welf eran sinceras como su corazón. Aguardó expectante el resultado de su intervención y esperó para comprobar si aún serían necesarios sus versos para terminar de ablandar el corazón de Brunilda.

Mientras Ainar inspeccionaba la tumba de Rathfic en busca de alguna pista con escaso éxito y mandaba a su cuervo a volar por los alrededores por si alguien sospechoso rondaba cerca, Baldbrand consideraba que la viuda estaba fingiendo descaradamente y empezaba a sospechar que estaba ocultando al propio Odorico en la casa, así que fue a dar una vuelta por los alrededores de la casa, dejando la conversación al resto. Welf, con sus palabras honestas y hablando con el corazón en la mano, había conseguido impedir que Brunilda les diera con la puerta en las narices y que se quedara en el quicio de la puerta escuchando las buenas razones que habían traído al grupo a hablar con ella. 

—No dudo de que las vuestras sean buenas intenciones, hombre del bosque —dijo Brunilda después de un instante de silencio tras las palabras de Welf—, pero a pesar de que estoy segura de que Beorn es un hombre justo, y que su justicia será lo más imparcial posible, también creo que Odorico recibirá un castigo inmerecido por su crimen. Sí, su mano empuñaba la hoja que mató a Rathfic, pero sus intenciones no eran crueles ni malvadas. Yo... Lo que pasó ese día... —durante un instante estuvo a punto de soltarlo y contarles lo ocurrido, pero finalmente se contuvo—. Lo que ocurrió ese día fue... injusto para todos.

»Odorico era una persona incomprendida e infeliz aquí en Vado de Piedra. Aquel día vino a mi casa, no para matar a Rathfic, sino para contarme que estaba cansado del poblado y que pretendía marcharse a buscar fortuna en las tierras salvajes. Se quejaba de que nadie en el poblado que no fuera yo confiaba realmente en él, y era cierto. Estaba harto de este pueblo. Me pidió que me fuera con él y yo dudé... Pero después llegó Rathfic a casa y comenzó todo... 

Al contrario que alguno de sus compañeros, que empezaba a empatizar con Odorico, Baldbrand consideraba que aquel muchacho era un vulgar ladronzuelo, un asesino y un cobarde. Además, estaba harto de escuchar a aquella mujer. No le extrañaría nada que estuviera intentando darles gato por liebre con todo aquel asunto y que, mientras ella contaba sus penas, Odorico estuviera escaqueándose por una ventana trasera o algo así. Así que decidió ir él mismo a comprobarlo. 

La parte posterior de la casa parecía tranquila. Los postigos de las ventanas estaban cerradas y no parecía que hubiera habido actividad reciente. Pero Baldbrand encontró una huella bajo una de las ventanas. Una huella que podría haber dejado un hombre al saltar al interior de la casa desde el exterior. Bien era cierto que la huella ya tenía un tiempo, varios días, quizá tres o cuatro. Examinó con detenimiento la tierra alrededor de esa ventana y observó otro par de huellas algo más distantes, que apuntaban en la dirección contraria a la casa y más o menos de la misma antigüedad. ¿Tal vez alguien llegó y poco después se fue?

- Y al encontrar a Odorico contigo se puso furioso. Te tomó por el cuello, dispuesto a vengar lo que él tomó como una afrenta a su honor al encontrarte con Odorico bajo el mismo techo. Quizás creyó Rathfic que eras su propiedad, como una cabra o un pollo. Quizás, además, Rathfic quería mostrarle a Odorico quien mandaba allí. Odorico no pudo hacer otra cosa que defenderte, al ver que te estaba estrangulando. Quizás te habría matado ante los ojos de  Odorico, si él no hubiera intervenido.- Explicó Vanwa, imposible de mantener la boca cerrada por más tiempo, dejándose llevar por la historia que se iba formando en su mente. Todo parecía indicar que había sido ese el curso de acción.

- No hubo maldad en su acto.- Sentenció el elfo.- ¿No es mejor explicar lo ocurrido que esconderse como forajidos? ¿No es mejor limpiar el nombre de todos que huir o vivir como si la culpa os perteneciera?- Para Vanwa la decisión era muy sencilla, pero también era conocedor de los intrincados significados de la honra y el deber entre los pueblos humanos.

Balbrand rodeó la casa y, finalmente encontró lo que buscaba. 

Se acercó a la ventana e inspeccionó minuciosamente lo que había visto. Iba a salir corriendo cuando su vista vio otro detalle. Se agachó un poco más en la tierra. Gruñó y afianzó su mano sobre el mango del hacha.

Ahora si que tenía ganas de decirle a la tal Brunilda un par de cosas o tres... pero optó por calmarse y resoplar como un toro furioso una vez más para no aparecer de nuevo como un energúmeno.

Regresó a la parte de delante de la casa. Para su sorpresa, sus compañeros habían mantenido a la viuda ocupada y todavía parecía tener interés en contestar.

¿Podía sorprenderse de que el resto del pueblo no confiara en Odorico cuando ni su propio padre adoptivo lo tenía en alta estima? No. Ese había sido el error de Helmgut como padre, no confiar en su propio hijo, en no regar el potencial que tenía en lugar de talar constantemente los tiernos brotes de sus esfuerzos.

La historia que Miriel había construido en su cabeza discurría en similares términos a los expresados en voz alta por Vanwa, por lo que se limitó a asentir a las impulsivas palabras de su alegre compañero cuyo corazón corría libre como el de los niños.

Seguro que de escucharle Balbrand o Ainar gruñirían o dirían que eran sandeces, pero ella quería creer en el buen espíritu de Odorico.

Solo podía añadir que de saber algo más del paradero actual de Odorico, de no entregarlo o de huir con él Brunilda misma se convertiría en una proscrita en las tierras de Beorn, pero las palabras de Vanwa ya lo expresaban veladamente de una manera mucho más agradable de escuchar.

      Welf miró asustado a Vanwa, estaba claro que la cabeza de los elfos funcionaba de forma diferente a la de los hombres. Después miró a Brunilda esperando ver su reacción... Él todavía no había descartado que la muerte de Rathfic la hubiera causado ella al defender a Odorico, pero es algo que sería imposible de probar.

¿Porqué se negaba a aceptar la culpabilidad de Odorico? En el fondo veía un reflejo en él de si mismo, cuando no terminaba de encajar en su pueblo. Pero tuvo la suerte de contar con la sabiduría y el amor de Miriel para guiar su difícil niñez y juventud. Odorico no había tenido esa suerte. Ahora el hombre del bosque se negaba a dejar a su suerte a un hombre a quien muchos habían juzgado antes de tiempo.

     Como veis señora, por las palabras de nuestro amigo elfo, muchas son las suposiciones que se pueden hacer sin conocer la historia y no todas hablan de la culpabilidad de Odorico. Si él quería marcharse no sería de extrañar que ese fuera a ser el castigo impuesto, la vida errante es dura y no todos están preparados para soportarla. Beorn es duro e implacable pero también ha sabido escuchar cuando ha sido necesario... a nosotros nos escuchó y no somos un grupo especialmente de su agrado, miró por un momento a Ainar, asi que ayudarnos y ayudar a Odorico y contarnos lo que pasó y cómo podemos ayudarle.  Si, nosotros, no volvemos con él hasta Beorn tal vez mande a otro grupo menos interesado en conocer la verdad y más en dar una rápida solución.

Cuando Baldbrand regresaba de inspeccionar la parte trasera de la casa, el grupo todavía seguía hablando con Brunilda. El joven beórnida pudo ver como ésta negaba efusivamente tanto con la cabeza como con la voz a algo que debía haberle dicho Vanwa. 

—No, no, no. ¡No! No fue así como ocurrió. ¡No tienes ni idea! —Le espetó malhumorada al elfo.

Welf medió para hacerle ver a Brunilda que si no contaba la verdad de lo ocurrido aquel día cualquiera podría llevar a cabo sus propias conjeturas, y eso que las del elfo no eran tan malas como las que algunos de los habitantes de Vado de Piedra habían hecho y les habían contando a ellos con anterioridad. Brunilda miró con la duda en los ojos a Welf, se debatía entre confiar en ellos y contarles lo ocurrido o cerrarles definitivamente la puerta en las narices. Finalmente su mirada bajo al suelo, sus hombros cayeron y se sintió derrotada. Alzó la cabeza tímidamente hacia Welf antes de hablar. 

—Cuando Rathfic llegó y vio a Odorico aquí se puso furioso —miró a Vanwa con ojos llorosos—. Ellos nunca se habían llevado demasiado bien y empezaron a discutir. Yo... intenté parar la discusión y Rathfic me pegó en la cara, tirándome al suelo. Odorico se puso echo una furia y atacó a Rathfic... Uno de ellos... No... No sé quién... Sacó un cuchillo. Forcejearon, cayeron al suelo y... Al poco el cuchillo estaba clavado en el pecho de Rathfic. Una herida fatal. Había sangre por todas partes. Yo grité —en ese punto las lágrimas ya caían por sus mejillas como un torrente liberado de la presa que lo contenía, sus últimas palabras habían sido entre sollozos y necesitó unos instantes para recomponerse—. Poco después llegó corriendo mi padre y vio a Odorico de pie sobre el cuerpo de Rathfic y le pegó con el lado plano de su hacha. Odorico ni siquiera trató de defenderse... 

Se enjuagó los ojos con la manga y sorbió por la nariz, tratando de calmarse y volver a contenerse. Los ojos enrojecidos de la joven se dirigieron a Vanwa. Su historia no había estado tan desencaminada.

—Rathfic no era un buen marido —se llevó la mano al cuello, donde lucía un moretón casi curado—, pero tampoco era un monstruo. Él y Odorico se llevaban fatal y discutían continuamente, pero Odorico ha discutido con todo el poblado. Aprecio a mi hermano adoptivo, pero tiene la habilidad de granjearse enemigos con mucha facilidad. Pero... —lanzó un suspiro—. Creo que la persona mas culpable de lo ocurrido soy yo misma. Ojalá hubiera actuado de otro modo. Ojalá no le hubiera abierto la puerta a Odorico ese día. Ojalá le hubiera dicho rotundamente que no me iba a ir con él para que se fuera sin dilación antes de que llegara Rathfic... Ojalá hubiera podido interrumpir la pelea... 

Cuando Ainar llegó, había una viuda llorando y carcomida por la culpa, un Balbrand con cara de furia, una Miriel apartada pero atenta como siempre, un Welf en esa actitud bonachona que tanto lo caracterizaba, y un Vanwa deseoso de respuestas.

Sin hacer mucho ruido, algo que era difícil para él, se mantuvo al margen, sin saber muy bien qué hacer. Se acercó a Miriel, y le susurró:

-No encontré rastros de Odorico... pero creo que podríamos encontrarlo si rastreamos la zona-

Se sabía totalmente desorientado allí, así que podía esperar que la viuda les haya dicho algo útil.