Partida Rol por web

La oscuridad de la bruma que os rodea hace difícil ver más de unos pocos metros delante de vosotros. Vuestro mapa indica una zona de descanso en el viaje un poco mas adelante. Sólo unos cuantos kilómetros más y llegareis. Aparece a continuación, una pared de la aldea y los edificios interiores que se dibujan en la bruma , hace que casi esteis allí. Pero no hay luces, nada que os guíe. El silencio es misterioso y la amenaza de un ataque se avecina. En la puerta, nadie está de guardia y las calles de la ciudad están tranquilas y quietas. "Abandonado" viene a la mente. Lo mismo sucede con "Maldicion y "Huida". La única indicación de que alguien vive aquí es una sola señal colgada: Gottheit: Población 1.200. Mientras estás parado en la puerta, tratando de reconstruir el misterio, un eco bajo, casi un gemido, en la aldea llena el aire circundante de terror.

Con el arco entre las manos, miro nervioso a mi alrededor. A pesar de estar acostumbrado al silencio, tras mi tiempo en cautiverio, en el que podían pasar días sin oir prácticamente nada, este silencio era inquietante. A diferencia de la infraoscuridad, aquí había animales, pájaros y otros seres que inundaban el ambiente con cientos de sonidos, algunos imperceptibles, pero otros claramente audibles por cualquiera. 

Sin embargo, silencio......un silencio sobrenatural nos cubría a todos los que estábamos allí parados.

Si la población es de 1200 almas, que Shevarash me lleve digo lo más bajo posible, con miedo a despertar a lo que quiera que habitase este pueblo fantasma, y señalando con el arco hacia todos lados.

No descartemos nada ,lo mismo nos hace un favor y se te lleva ..Replicó al elfo mientras jugueteo con una  moneda haciéndola aparecer y desaparecer entre los dedos de los manos ..Ya sabes cómo son los dioses raramente nos dan lo que queremos pero si rezamos mucho lo mismo en este caso deciden hacernos caso y darnos lo que necesitamos ...Palmeo al elfo en la espalda antes de decirle riéndome .Asi que por si acaso vamos a no invocarlos demasiado...por si las moscas 

Dadril enarcó una ceja en dirección a Korrigan, en un gesto reprobatorio. Su falta respeto a los dioses, y a su compañero, le resultaba sumamente inapropiada. Dejó patente su disgusto con un gruñido bajo.

Sacó un cuadradillo de cuero y lo frotó entre sus manos mientras mascullaba un encantamiento. Cuando hubo terminado, devolvió el retal de piel a su bolsita de componentes y lanzó un segundo conjuro. No hubo cambio aparente en el elfo, que aguardaba pacientemente a que los demás terminaran sus preparativos.

Algo le decía que hoy descansarían en un Truco de la Cuerda.

G'arr observó el desolador panorama del entorno. Cuando el vicario superior de su orden le encomendó una misión, él sabía a qué podía enfrentarse. La experiencia que tenía, sin embargo, se resumía a enclaves concretos y cerrados. Camposantos o tumbas. Encontrarse con toda una ciudad fantasmal resultaba algo nuevo y perturbador.

Escuchó los comentarios de sus nuevos compañeros, embarcados en la aventura por motivos parecidos a los suyos: iglesias que enviaban a sus agentes para, haciendo un frente común, enfrentarse a una amenaza. Una de ultratumba, al parecer.

No le pareció mal algunas bromas en ese tenso ambiente. Podían resultar irrespetuosas desde un punto de vista religioso, pero mientras no entraran en conflicto directo con una deidad o dogma, podían ser condescendientes.

- Los dioses otorgan en función de la fe de cada uno - cortó el caballero al bribón, de todos modos -. Así que, si hacemos caso a tus palabras, tú no tienes que temer intervención alguna por parte de ellos - sentenció con una suave sonrisa aviesa.

Suspiró ante el panorama, echó mano a su espalda y aferró el mango de su mandoble. Se encomendó en una plegaria muda a Lazhander y acto seguido avanzó hacia el enclave, pretendiendo abrir el paso del grupo.

Es difícil moverse por un lugar dónde apenas puedes distinguir tu propia mano extendida frente a ti, pero Élise hacía que aquello pareciera sencillo, mientras sus pasos, sin demora ni vacilación, avanzaban con el ligero traqueteo que hacía la armadura al golpear el pedregoso suelo típico de las ciudades y pueblos con suficiente gente. El truco, por supuesto, no era poder ver en aquella molesta bruma que les rodeaba, y que formaba jirones grises entre sus pies al ser atravesada, sino no tener miedo. No tener miedo, y tener en cambio una espada bien afilada que parecía gritar por ser desenvainada. El escudo que llevaba en la mano, ajena a que pudiera parecer de mal gusto ir armada en un lugar civilizado, ayudaba a mantener aquella sensación de seguridad que la embargaba.

Lo cierto es que, pese a todo aquél equipo que llevaba encima para acatar la divina misión que tenía encomendada, lo que de verdad la mantenía firme era algo mucho más profundo. Las palabras que se repetía cada día lo explicaban con perfecta naturalidad: un cuerpo fuerte, una mente clara, una fe inquebrantable. Con esas tres cosas podía estar desnuda, que no se sentiría atemorizada ante lo que sin duda estaba por llegar; era algo que se palpaba en el tétrico ambiente de Gottheit, y que llevaba intentando oprimirles desde hacía un buen rato. Ninguno se había rendido a semejante truco. Todos, sin remedio alguno, habían visto cosas peores, sin duda.

Las bromas, sin embargo, carecían de sentido en aquél lugar. No era momento para ellas, trataran sobre lo que trataran. 

— Mantened la boca cerrada, podréis bromear cuando estemos bebiendo en una taberna — gruñó más que dijo. Como si quisiera reafirmar sus palabra, posó la mano sobre la empuñadura de su arma, aunque era más por sentir el misterioso peligro que les acechaba que por tener intención de amenazar a ninguno de sus compañeros, que sabrían comportarse llegado el momento.

Sin perder el ritmo se puso a la altura de G'arr, en un silencio sólo roto por ellos mismos.

El grupo no andaba junto por casualidad mas de la mitad de ellos tenia formación clerical y tenian lazos de conexión con la una suborganizacion brazo armado de la LLama de Plata (ver libro campaña Eberron) llamada Los Cazadores Sagrados (*1) que casi como una secta elegía de entre los mejores luchadores a los que les llamaban Exterminadores, bien por obediencia bien con contactos para eliminar con mano de hierro a licántropos, muertos vivientes, demonios y otros seres malignos que amenazaban la sociedad con su presencia casi como una enfermiza cruzada 

No hacia mucho que todos pertenecían a ella de un otro modo solo Garr y Korrigan habían realizado misiones para ellos con anterioridad y el resto habían sido sustitutos de una misión que salió mal. Poco sabian de su mision simplemente que fuerzas oscuras habian hecho desaparecer cualquier indicio de vida en el pueblo y no lo entendieron hasta que llegaron alli

Gar hizo memoria de lo que sabia del pueblo antes de llegar aquí pero no encontro nada (*2)

Dadril no había podido encontrar nada de información sobre Gottheit. No es que el elfo gris fuera la persona más sociable. Es que, cuando empezó a preguntar, parecía que al pueblo le hubiese tragado Khyber. Tras un puñado de encogimientos de hombros y caras raras, había abandonado su búsqueda.

Dadril volvió a soltar un gruñido, esta vez afirmativo, a lo que acababa de decir Élise. Y después siguió a la comitiva, pueblo adentro.

A pesar del comentario de Korrigan, mi cara no mostró emoción alguna. Ya hacía mucho tiempo que la alegría había desaparecido de mi corazón, jurando ante un altar consagrado a Shevarash que nunca más sonreiría hasta que la reina araña y esos malditos drow hubieran desaparecido de la tierra.

Dentro de las múltiples misiones que cumplíamos, estaban ir a lugares remotos para investigar posibles amenazas, pues el brazo de los drow llevaba hasta lugares insospechados y muchos de esos peligros podrían ser promovidos por sus enfermas mentes.

Ahora, con Dadril, Élise y los dos nuevos compañeros, estábamos en este pueblo fantasma con la idea de eliminar a quien sea o lo que sea que ha provocado esta situación.

Iba a contestar, pero Élise tenía razón, era momento del silencio, la calma que prevalece a la tormenta.

Tras unos minutos más caminando, suspiró. El silencio en el que se habían sumido era tenso, pero sobre todo era falso. Los nervios, por mucha experiencia que tuvieran, afloraban en momentos como esos, momentos en los que el futuro que les aguardaba era incierto, e incluso el pasado desconocido. Por supuesto, no sabían nada del pueblo, al menos no ella, pero aquello no era importante: sólo era otro lugar maldito que debían purgar, otro lugar conquistado por un mal que ellos debían erradicar. No, lo que a ella le preocupaba era otra cosa, era la compañía. Su grupo no se había unido fruto de la casualidad, como solía pasar normalmente entre mercenarios de poca monta que se acababan convirtiendo en leyendas. No, ellos estaban allí con un objetivo, pero también por una causa: Los Cazadores Sagrados, La Llama de Plata. 

Tocó su medallón, una lisa pieza de plata con el símbolo de una llama grabado en ésta. Ellos eran Purificados, pero eran algo más, eran Exterminadores. Su misión era simple, ¿pero qué les había llevado hasta ella? Conocía a Gil-Galad lo suficiente para saber que le había conducido por esa senda: la venganza; el mismo destino que la mantenía a ella en esa lucha. ¿Y a los demás? Estaban juntos, si. Sabía de sus logros también. Pero no les conocía. Todavía no. Aquél sería un buen lugar para hacerlo, si sobrevivían.

Se permitió un gruñido, bastante similar al de Dadril, y continuo avanzando, internándose más en la niebla que pronto les engulliría, como al resto de los habitantes de Gottheit.

Como siempre los hombres de fe tienen un sentido del humor escaso y si npudieran seguramnte me hubieran mandado a alguna celda a meditar sobre lo incorrecto de mi actitud y la falta de respeto hacia los dioses .Bahhh , solo tomandote las cosas a broma puedes hacer este trabajo sin perder la cabeza o el valor ..Me pregunto como reaccionaran cuando las cosas vengan maldadas y ningun dios baje a socorrernos Suspiro y echo un vistazo al lugar ..niebla , silencio y una mala sensacion que me quema las tripas .Nos movemos o esperamos a ver si las respuestas a nuestras preguntas vienen a golpearnos en plena cara?

Tanto Gil-Galad como Dadril, los dos elfos del recién formado grupo, pero ya conocidos de antes, aceptaron, cada uno a su manera, su petición de silencio. Korrigan, por supuesto, no fue tan amable de mantener la boca cerrada, y sus palabras fueron respondidas con una nueva mirada de reproche y odio en su por lo demás impermeable rostro. Tras observarle el tiempo que creyó oportuno, desvió su atención hacia G'arr. 

No dijo nada, evitando así romper su autoimpuesto silencio, pero la pregunta que podía reflejarse en aquél gesto era clara. ¿Tienes tú algo más que decir?.

Mientras penetraba en el fantasmagórico pueblo, G'arr escuchó las exigencias de una autoritaria Élise. Tal vez tratando de imponer, a mala cara, algo parecido a una idea de pretensión de llevar la voz cantante en el grupo, dando órdenes. Tal vez.

El medioelfo se sonrió, con la vista al frente, mientras deseó que ese afán por liderar de la mujer, si realmente lo era, no chocara con el orgullo del resto de componentes del grupo. Con el rabillo del ojo observó como la iracunda luchadora giraba el rostro para mirar con evidente odio hacia el último comentario burlesco de Korrigan, rompiendo los tintineantes sonidos metálicos de sus armaduras al caminar y el silencio de voces demandado.

Vaya, y yo que creía que caminando hacia adelante nos desplazábamos, pensó con ironía ante el último comentario sin demasiado sentido del bribón. Entonces notó cómo la mirada de la mujer a su lado, con gesto de pocos amigos, se pegaba en él. Siguió caminando a paso sosegado y mirando al frente sin decir nada, pero repentinamente su sonrisa se ensanchó. Súbitamente, sin detenerse, giró su cabeza y devolvió la mirada a Élise, manteniéndola durante unos momentos y dedicándole una hermosa sonrisa. Finalmente señaló sus propios ojos con el dedo índice y anular y luego señaló al caminó, justo delante de la mujer: unos excrementos animales a punto de ser pisados.

Mientras la mujer se detenía en el último instante y esquivaba las deposiciones para evitar una escena escatológica, G'arr prosiguió emitiendo una ahogada y contenida carcajada, a la par que centraba su atención en todo lo que les rodeaba.

Suspiró. La momentánea parada que había tenido que hacer para evitar aquellos excrementos la retrasaron de la posición en la que se encontraba a la cabeza, junto a aquél semielfo demasiado gracioso. No es que fuera siempre limpia, era imposible cuando se dedicaba a su oficio, pero prefería evitar en gran medida la suciedad, cuando podía, y cuando no al menos prefería no pensar en ello y que pasara desapercibido; en esos momentos no habría sucedido nada de aquello si no la hubiera esquivado, aunque eso la hubiera puesto la segunda de la comitiva. 

Se encogió de hombros. _^<<Peor para él — pensó sin siquiera intentar recuperar el terreno perdido, y manteniendo el mismo ritmo —, ya tendrá tiempo para arrepentirse de su innoblemente ganada posición_^>>. Y no dudaba de que habría tiempo para eso, era una sensación que reverberaba por su cuerpo, igual que lo haría la adrenalina cuando llegara el momento de luchar.

Volvió a suspirar. 

_^<<Al menos se ha callado..._^>>. Y lo agradeció: no podía preocuparse del peligro que acechaba allí y a la vez de mantener el silencio del resto. Como si ese silencio, además, fuera su señal, empezó a prestar una nueva atención a su alrededor, aguzando el oído y forzando su vista en busca de las posibles amenazas que habitarían ese pueblo fantasma.

El silencio, solo roto por las contadas intervenciones de Korrigan, era algo opresivo, no ya solo por el mero silencio, sino por la sensación, o mejor dicho convicción, de que no puede ser nada más que la calma que precede a la tempestad.

El pueblo parecía un pueblo fantasma. Nadie había, nadie se veía ni a nadie se oía. Era como si hubiesen borrado de la existencia a sus habitantes. Pero todos sabíamos que, aquellos que hubieran provocado este hecho, todavía estarían aquí, y se quedarían hasta que alguien acabara con ellos.

Así, lancé una breve oración a Shevarash para que guiara mi mano en caso de problemas.

-Por el amor del Seldarine, haced el favor de estar atentos por si aparecen enemigos -graznó el elfo gris, en una voz destemplada que parecía sugerir que hacía mucho tiempo que no utilizaba las cuerdas vocales para otra cosa que no fuera para lanzar conjuros-. Y dejad de admirar las boñigas del suelo.

Volvió a gruñir y siguió adelante, murmurando para si generalizaciones ofensivas sobre los humanos y sus mestizos.

Los heroes entraron en el pueblo en silencio y explorando, pero seguian sin encontrar atisbo de vida , se encontraron con el primer edificio importante del pueblo a la entrada que se trataba de un puesto de guardia y lo miraron a fondo

1. Guardias

Cada puerta de la ciudad tiene una pequeña guardia asociada con ella. Los refuerzos estaban listos aquí, y los prisioneros estaban detenidos en las celdas. Sin embargo, Gottheit raramente veia problemas, excepto por el infrecuente ataque de ogro. Hay 4d6 flechas, pernos y piedras de honda. Alfanjones lanzas y espadas también se almacenan aquí, pero no más de cuatro de cada uno.

Dadril torció el labio cuando comprobaron que la garita de los guardias estaba tan vacía y silenciosa como el resto, y perdió el interés poco después. Dejó que sus compañeros examinaran la habitación si así lo deseaban con una paciencia que sólo las piedras podían lograr y los seres excepcionalmente longevos, tal vez, imitar.

G'arr frunció el ceño al encontrar el puesto de guardia desierto.

Mala señal, se limitó a pensar mientras echó una somera mirada al interior, buscando posibles causas del motivo. Encontró todo, más o menos, ordenado. Sin signos de violencia. La guardia parecía que había abandonado el lugar para no volver.

Se giró y miró a sus compañeros, sin decir nada, pero se encogió de hombros levemente a modo de que, si algún otro quería indagar algo más, el lugar era todo suyo. Salió del edificio y volvió a mirar la calle, mientras su mano se echó por encima de su hombro y acariciaba la empuñadura de su mandoble.

De momento no habían ido a este pueblo a saquearlo, por lo que dejarían las armas donde estaban y proseguirían con la investigación. Además, para ser sinceros nada de lo que había podría serme de utilidad, por lo que, devolviendo el gesto a Hulin con la cabeza para salir de este lugar y seguir por las calles.

Seguía con una flecha puesta en el arco, destensado, pero dispuesto a levantarlo y disparar una flecha en un único movimiento.