Partida Rol por web

Harvaka 1, Tierra de Piratas.

Capítulo 109. Embarcados.

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22/12/2017, 20:44
Director

El crujir del casco del Adnan resonaba con el bamboleo de las olas meciendo aquel impresionante balandro. El silencio de las entrañas de la nave y de la infinidad del mar, sólo era contrarrestado por los gritos de dolor de la joven Euyun y la discusión que estaba teniendo lugar entre el alférez Arkam y la otra autoridad abordo, el elfo Anwalën Manewë

El camino desde la gran avenida hasta el puerto había sido rápido como pocas veces sucedía. El enfrentamiento armado que había tenido lugar entre capas añiles y casacas rojas había servido para dar mayor fluidez al tránsito de personas y desde luego para abrir paso al batallón de soldados imperiales que se alejaban con premura de regreso a su nave.

Suerte habían tenido de que para cuando los hombres de Arkam embarcaron de nuevo habiendo hecho efectivo el rescate del protegido del Emperador, su fulana y aquella extraña chica norteña, no hubiera llegado todavía la noticia al puerto de lo que había sucedido en las calles cercanas al embarcadero. El práctico no tuvo reparo en dejar marchar a aquellos que habían acabado con la vida de guaridas portuarios, compañeros suyos al fin y al cabo y que habían provocado también la muerte de un soldado de la ciudadela y de algunos civiles.

Para cuando la noticia llegó a oídos de los responsables de la entrada y salida de buques del puerto de Alejandría, el Adnan ya se encontraba lejos de sus costas y para cuando cinco veloces goletas zarparon en su persecución, aquel balandro, hermano del Yacaré, ya había alcanzado su velocidad de crucero haciendo casi imposible ser alcanzado por ninguna otra nave construida nunca en Gea.

La bala había alcanzado el pecho derecho de Euyun. El impacto había provocado una fea herida en su bonito seno. Sangraba con ganas y el dolor era muy intenso. Que un joven marinero pálido como la nieve se encontrara ayudando a uno algo más veterano a los mandos de unas pinjas y un afilado cuchillo del que se servía para hacer una carnicería a la joven duartalesa, no ayudaba a calmarse.

Tampoco lo hacía la discusión de el alférez mantenía a grito pelado con Anwalën. Aunque Euyun no les prestaba demasiada atención, escuchaba de fondo el griterío. No es que el elfo le hubiera obligado a ir en su búsqueda, Aibab no se quejaba de eso, pues para él era evidente que no había sido así. Tampoco se acababa de explicar las razones que le habían impulsado a realizar aquel rescate, pero al fin y al cabo, tras una especie de corazonada se habían internado con un grupo armado extranjero en una gran ciudad y habían causado muertes de militares y civiles. Fuera como fuera, aquello podía suponer un desastre diplomático.

- ¡Maldita sea Anwalën! – Exclamó encolerizado Aibab. - ¿Quién diablos es esa joven?

- ¡No tengo que dar ninguna explicación! – Respondió iracundo el elfo.

- ¡Te he salvado el condenado culo! – El alférez golpeó con su puño contra la puerta. - ¡Podrías decirme algo, mantenerme informado de a quién diablos tienes que secuestrar!

Euyun perdió el hilo de la conversación cuando aquel hombre, supuesto galeno, pero por el nerviosismo que desprendía y el sudor que caía desde su frente sobre el cuerpo de su paciente, más parecía un simple curandero o un fanfarrón, le hincó en la herida de bala aquella navaja agrandando el corte.

La sureña no pudo hacer más que gritar y apartar de un manotazo el arma blanca que tanto dolor le estaba causando. El chuchillo fue a parar al suelo y el ayudante lo recogió de forma rápida. El curandero, Saîd resultó llamarse, le ofreció un trago de ron a Euyun, no solía aceptar esa clase de dadivas, pero en aquel caso no lo dudó y dio un buen trago. Acto seguido Saîd vertió parte del contenido sobre la herida haciendo gritar de nuevo a la joven.

Escasos segundos después aparecieron brazos de por todos lados, los cuales agarraron a Euyun inmovilizándola. La joven pudo contar hasta cinco rostros distintos a los del tal Saîd y su inexperto ayudante. La sujetaron contra la mesa de madera sobre la que estaba recostada, pues si, estaba sobre una sucia mesa de madera y entonces el cirujano comenzó con su magia.

El dolor que sintió en ese momento fue aterrador. Nunca antes había sentido algo así. Duró poco, unos instantes tan solo, pero cuando sintió como las pinzas extraían algo del interior de su seno se sintió aliviada. Por fin aquella pesadilla había pasado, al menos parte de ella.

- ¡Maldición, está quebrada! – Dijo el sureño. – Se debe haber astillado dentro del cuerpo.

- ¿Tienes que hurgar más allí dentro? – Dijo otro.

- ¡No queda otra! – Respondió Saîd.

- ¡Le va a quedar un trabajo bonito! – Bromeó uno de los marineros. – Una lástima, su hermana es bien bonita… - Y rió de forma del todo desagradable, reprodudiéndose dicha risa entre algunos de los hombres que la mantenían sujeta.

Fue en ese preciso momento cuando Euyun escuchó el característico sonido de una botella al quebrarse tras golpear contra el suelo. Alzó la mirada así como pudo buscando el origen de tal sonido. Entre brazos, cuerpos cabezas y otros miembros observó cómo Anwalën se encaraba con Aibab. Estaba encolerizado y el alférez no parecía estarlo menos. Aquello no sólo llamó la atención de Euyun, sino que todos los que la retenían salvo uno de ellos y el propio Saîd centraron sus miradas sobre su capitán y sobre el protegido del Emperador. Aquello parecía ir de mal en peor y poco o nada podía hacer ella. ¿O si podía hacer algo?

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23/12/2017, 14:36
Euyun

Euyun se despertó al notar un dolor intenso en su pecho, cuando abrió sus grandes ojos rajados vio a un hombre y su aprendiz que le estaban haciendo más daño que bien. Con unas pinzas estaban intentando extraer la bala que se había metido en uno de sus pechos, pero notaba que la estaba metiendo más adentro en vez de sacarla. Con un manotazo apartó al hombre que tan mal estaba haciendo su trabajo, y entonces vio a otros hombres con pinta de marineros que la sujetaban. - ¡Dejadme cabrones!, este hombre no sabe sacar una bala, me la está incrustando más adentro, ¡qué me soltéis! La sujetaban con fuerza e intentó morderlos cuando notó el licor de ron caer hasta su boca para calmar el dolor o acallarla. Otro intenso dolor fue el que sintió cuando la bebida se desparramó en su herida abierta. Entonces notó cómo le ardía por dentro, cómo salía más sangre, se encontraba débil y movió la cabeza hablando cada vez con menos fuerza aunque intentaba gritar. - ¡Ahh!, ¡Ahh! Dejadme cabrones, ¡tú eres una mierda de galeno deja de tocarme cabrón!. 

El aprendiz de galeno pues la muchacha no lo podía considerar un galeno, ya que no tenía ni los instrumentos ni la pericia de esta clase de hombres. Sacó la bala y siguió hurgando en su pecho haciéndole una carnicería con el cuchillo que utilizaba para extraer. Sus ojos que se posaban en todos los hombres buscando con desesperación a su compañero y jefe. Pero solo podía escucharlo discutiendo mientras ella se desangraba, y era manoseada por un chapucero que se hacía pasar por médico y entonces llamó a su amigo. - ¡Anwälen!, aleja de mí a este hombre me está destrozando no tiene instrumentos ni pericia, dile que me deje lo prometiste que no me harían daño, ¡me lo prometiste! Fueron las palabras de la muchacha que salían cada vez con menos fuerza, debido a la cantidad de sangre que estaba perdiendo por la chapuza de la operación y su larga duración.  

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26/12/2017, 12:37
Anwälen Manewë

La discusión entre Aibab Arkam y Anwalën ceso de inmediato en cuanto Euyun pidió ayuda al que hasta la fecha era su mentor. El elfo corrió en su ayuda en un gesto de preocupación por un tercero muy extraño en aquel elfo. Para cuando Saîd pudo darse cuenta los oscuros ojos del elfo ya se habían clavado con determinación sobre él y de forma casi instintiva dejó de hurgar en la herida de la muchacha.

El elfo examinó entonces la herida abierta en el pecho de Euyun. Antes de tocar su mama solicitó permiso con la mirada a la joven sureña, la cual en la angustiosa situación en la que se encontraba no pudo hacer otra cosa que afirmar con la cabeza consintiendo mientras apretaba los dientes tratando de aguantar el dolor. El elfo palpó con delicadeza el seno de su compañera de aventuras y tras unos pocos instantes alzó la mirada.

- ¿Éste es el instrumental del que disponen? – Le preguntó a Saîd.

- No tenemos nada más, mi señor. – Respondió con la voz entrecortada. – Hacemos lo que podemos… - Dijo.

- En ese caso… - El elfo ladeó la cabeza mientras pensaba en las palabras más adecuadas. Fue entonces cuando se agachó junto a Euyun y le habló con la voz más dulce que pudo, dentro de lo estridente que solía sonar a menudo. – El señor Saîd está haciendo un buen trabajo. – Dijo Anwalën mientras sacaba un trapo y lo enrollaba. – Muerde esto, cariño. Te va a doler, pero hay que sacar toda la metralla. Una infección tan cerca del corazón puede ser mortal de necesidad. – Desveló.

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27/12/2017, 08:09
Director

Le tranquilizaran o no a Euyun las palabras del elfo, tuvo que aceptarlas. Una operación como aquella nunca era del agrado de nadie. Sentir el profundo dolor de una herida de bala agravado por las rudas manos de un cirujano inexperto tratando de extraer la metralla del interior del cuerpo de la víctima, era una tortura a la que muy pocos estaban preparados. Aunque pareciera que el tal Saîd iba a partir por la mitad a la duartalesa con sus malas artes, era algo totalmente necesario.

Por suerte o por desgracia, poco después de la intervención de Anwalën, Euyun comenzó a perder la consciencia. Todo a su alrededor se tornó borroso, las voces sonaban como con eco y las personas que manipulaban su cuerpo parecían moverse de forma ralentizada. Puede que fuera el licor que corría por sus venas o las tranquilizadoras palabras de su patrón. Puede incluso que Euyun se hubiera resignado al dolor o incluso acostumbrado a éste, pero lo cierto era que a partir de ese momento empezó a menguar.

En el fondo de la estancia, se encontraba el elfo. Permanecía de pie e inmóvil contra la pared. Eso podía verlo la joven sureña de reojo y por el rabillo del ojo. Parecía muy concentrado y estar susurrando una melodía casi inaudible para el resto de presentes en la sala y sin embargo, esa misma melodía se reproducía en el interior de la cabeza de Euyun con una claridad pasmosa.

Aquella sinfonía tenía una armonía suave, como si se tratara de la brisa marina meciendo las olas. Se trataba de una dulce melodía que transmitía paz y serenidad y que parecía haber transportado a Euyun muy lejos de aquella improvisada sala de operaciones. La cabeza de Euyun se llenó de escenas agradables, una cama con sábanas blancas muy agradables al tacto, un campo de flores púrpuras que llenaban la sala con su agradable perfume, el sol en lo alto del firmamento transmitiendo una sensación de calidez que pocas veces se alcanzaba en la vida real. Todo eso y mucho más acabaron de sumar a Euyun en un profundo y reparador sueño. 

Notas de juego

Pequeño parón.

Los jugadores de Anwalën y Elsabeth están missing. Supongo que ya te habrás dado cuenta. Voy a usarlos como pnj de momento, ya no vale la pena buscar substitutos. Pero no obstante, jugaré sus escenas...

Así que voy a ponerme con la parte de Elsabeth. Será algo corto, pero mientras tanto, si ves que me retraso, puedes postear en respuesta a este último turno, como si estuvieras en un sueño o bien como si despertaras en plena noche y en soledad. Con dolor en la herida, pero viva al fin y al cabo que es lo importante.

Un saludo!

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27/12/2017, 09:22
Elsabeth

- He estado tan cerca de escapar… - Maldijo en su mente Elsabeth mientras miraba a través del ojo de buey situado en el interior de la bodega de aquel balandro donde permanecía presa.

Anwalën había hecho bien en encerrarla en una pequeña celda en lo más profundo y oscuro de la bodega. De no ser porque sabía que aquel ventanal en forma circular era demasiado estrecho para que su contorno pasara a través de él y que además el ruido de la fractura de cristales alertaría a la tripulación, ya se habría arrojado al mar a través de éste.

Elsabeth estaba cansada. Estaba agotada de luchar contra viento y marea. Muchas eran las desgracias que habían acontecido desde el aciago día en que el capitán Sangaku asaltara la aldea de Kornvaskr raptándola a ella y a muchos de sus convecinos, amigos y familiares y matando a otros tantos. Por desgracia hasta hacía pocos días había tenido la suerte de poder permanecer al menos junto a Dalla e Idunna.

Luchas junto a ellas y por ellas se había convertido en su motivación diaria. Ahora que ya no estaban a su lado y que un futuro mucho más funesto del que nunca se habría creído presa, estaba muy cerca de alcanzarle, se sentía del todo derrotada, sin fuerzas y sin esperanza. Había rozado la libertad. Por un momento se supo liberada y de nuevo junto a un hombre que parecía olvidado en el pasado.

Daito había regresado del olvido para agarrarla de la mano y sacarla de aquella decadente sociedad en el que el excesivo lujo y las apariencias eran la máscara de un rostro inmoral, obsceno y  deforme. Ciertamente aquella sociedad había perdido los valores que por el contrario si imperaban en una aldea del noroeste de Harvaka, a cuyos pobladores habrían calificado de salvajes. Catán y Alejandría eran una gran mentira oculta bajo kilos de maquillaje, de la cual Elsabeth ansiaba escapar, pero no de esa forma.

Sin quererlo se había visto envuelta en una vorágine de sucesos que la habían llevado hasta un extraño y aterrador destino. La mente de un loco la había catalogado de indispensable para sus planes más inmediatos. Convertirse en el componente principal para un ritual en el que Anwalën Manewë, el ser más demente con el que se había cruzado, no era el futuro soñado para ella.

Ya no recordaba prácticamente nada de su pasado. Había olvidado el rostro de su tía Alina. Había olvidado las recompensas al final del día tras el duro trabajo en la peletería. Ya no encontraba en sus manos los cayos que durante tantos años odió y que ahora añoraba. No recordaba el frío que transportaba la brisa marina, ni el olor del casi perpetuo invierno del norte. Poco quedaba de la Elsabeth que fue robada de su aldea natal. Nada quedaba de la joven soñadora que incluso en ese preciso instante echaba a faltar a su tío Torolf con el que hubiera tenido una vida más o menos feliz si finalmente hubiera accedido a ser su esposa y las cosas hubieran sido de otro modo.

- Sólo hay muerte en mi futuro… - Se dijo a sí misma la joven norteña. – Sólo hay dolor en él. – Susurró.

De forma inmediata empezó a buscar algo, cualquier objeto cortante en el interior de aquella pequeña celda. Algo con lo que aliviar su dolor y abandonar Gea para siempre. Quizás así podría descansar. Quizás así se reuniría al fin con sus seres queridos. Pero ni en eso los astros se alinearon en su favor.

 

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27/12/2017, 14:15
Director

Euyun reposaba sobre su lecho tras la extracción de la metralla incrustada en su pecho. Había perdido mucha sangre, pero iba a sobrevivir. Saîd había hecho un buen trabajo aunque no demasiado ortodoxo. La cicatriz que Euyun luciría en su pecho a partir de ese momento no iba a ser un reclamo para los clientes de su antiguo oficio sino todo lo contrario. Por suerte aquella etapa de su vida había quedado atrás para siempre.

Anwalën se encontraba reunido junto con el alférez Aibab Arkam en el interior del camarote del capitán. Cerca de media hora atrás a punto estuvieron de acabar enzarzados en una pelea que podría haber supuesto un serio conflicto entre ambos. Sin embargo, la petición de auxilio por parte de Euyun había sido providencial para evitarlo. En esos momentos debían negociar como dar por finalizada su relación, pues el soldado imperial no se sentía a gusto con la misión para la que el Emperador le había nombrado y estaba convencido de que dados los derroteros por los que había tomado, tampoco lo estaría Nabim Jaffir.

- Verá Anwalën… - Comenzó hablando Aibab en tono conciliador mientras sostenía con su mano derecha una copa en la que acababa de servirse un licor de color pardusco. - … lo que ha sucedido en territorio catanés, puede suponer el detonante de un grave conflicto internacional entre las dos naciones más poderosas de Gea.

- Lo sé. – Respondió el elfo. – Entiendo que lo que ha sucedido está totalmente fuera de lo aceptable por su parte, sin embargo es de vital importancia… - Anwalën fue interrumpido por el alférez.

- La naturaleza de su misión… - Se quedó unos instantes mirando al elfo. - ¿Encomienda, tarea, objetivo? – Dejó la copa sobre la mesa de escritorio para dar una palmada. - ¡Sea lo que sea, roza lo ilegal! ¿Qué digo? ¡Sin duda alguna, lo que ha hecho es contrario a cualquier ley imperial o catanesa!

- Como bien le he dicho, señor Arkam. – Trató de explicarse el elfo. – Es de vital importancia para la misión, que la joven Elsabeth viaje con nosotros.

- Entiéndame cuando creo el secuestro de una joven propiedad de un importante señor de la nación que acabamos de abandonar, sea un motivo de preocupación para mí. – Le sermoneó el soldado. – Más teniendo en cuenta que para realizar dicho secuestro, se han visto involucradas dos facciones de soldados de dos países cuyas relaciones diplomáticas ya de por sí estaban lo suficientemente estropeadas como para que estallara una futura guerra.

- Si le soy sincero, no creo que por el incidente del puerto Catán le declare la guerra al Imperio. – Habló el elfo. – Piense usted que ya tienen suficiente con el asesinato del Rey y con la futura guerra que se antoja contra el reino trasgo de Angarkok.

- ¿Pretende decirme que dejarán pasar por alto la cuestión de que un grupo armado rojo penetrase en su territorio y acabara con la vida de soldados cataneses? – Aibab golpeó su puño contra la mesa. Su gesto hasta el momento amable cambió a uno mucho más severo. - ¡No pretenda tomarme por iluso, señor Manewë!

- Sólo digo, que es un hecho aislado. – Respondió el elfo tratando de no alzar el tono pese a que ganas no le faltaban. – Estoy convencido de que el combate del puerto pasará por alto. Además, retiramos los cadáveres de los soldados imperiales…

- ¿Quiere hacerme creer que por retirar a nuestros muertos nadie podrá involucrarnos? – Aibab se puso en pie abriendo los brazos de par en par y mirando con incredulidad al elfo que tenía frente a él. - ¿Y los cientos de testigos que lo presenciaron?

- Entiendo que por su parte, nuestra relación laboral quedará finiquitada en cuanto tomemos tierra. – Habló el elfo sin prácticamente inmutarse lo más mínimo. – Lo mejor será que nos deje en territorio Sauk y regresen al Imperio. – Anwalën no levantó la mirada de los ojos del alférez. - Sin duda el Emperador tendrá algo que decir acerca de todo este asunto y de decisión de dejarme en la estacada. Sin duda, no saber de los asuntos que tenemos entre manos causará conmoción en el Emperador.

- No vayas por ahí, Anwalën. – Le advirtió Aibab. – No me gusta el tono con el que suenan tus palabras.

- Podemos llegar a un acuerdo. – Desveló el elfo. – Simplemente tienes que comprometerte a transportarnos a Euyun, a Elsabeth y a un servidor a un discreto puerto del reino de Sauk y a no hacer preguntas indiscretas a las cuales evidentemente no te puedo responder.

- En un trato ganan ambas partes, Anwalën. – Se interesó el capitán de aquel buque. - ¿Qué gano yo en todo ésto?

- Escribiré una carta de mi puño y letra donde describiré con exactitud los avances realizados en mi investigación… - Alzó la mirada buscando una palabra más adecuada. - …búsqueda y donde pondré de manifiesto que los servicios de la armada roja ya no son necesarios para continuar con mi andadura. Que por eso te he liberado y te he mandado de regreso al Imperio. Diré también que en cuanto haga el descubrimiento del que le hablé a Nabim Jaffir, lo pondré en conocimiento suyo y a su entera disposición. – Sonrió, pues sabía que Aibab Arkam no rechazaría aquella oferta con tal de librarse de él. - ¿Estamos de acuerdo?

- Lo estamos. – Respondió aliviado el alférez de ver tan cerca el final de aquella relación de casi subordinación ante aquel escalofriante elfo. – Redacte la carta, señor Anwalën. Le llevaré hasta el fin del mundo si hace falta con tal de no volver a verle. – Y esas fueron las últimas palabras del soldado rojo antes de salir del camarote rumbo a la cubierta.

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29/12/2017, 13:44
Euyun

Anwälen no dudó en socorrer a su sierva y compañera de viaje Euyun, no solo miró sino que también palpó el seno donde estaba la herida. - ¡No toques!, las heridas abiertas se infectan y es lo que me faltaba a no ser que seas médico, no deberías de tocarla solo no dejar que este siga con lo suyo. - Después escuchó las melosas palabras del elfo, y antes de responder ya tenía el trapo en la boca. La joven solo pudo mirar hacia el techo para olvidarse de todo, de ese chapucero y de su ineficaz instrumental. La vida de la muchacha estaba en juego y no creía que aquel hombre le fuera a salvar la vida, solo que postergaría su dolor hasta su final. Hubiera querido morir tranquila sin tener que sufrir tanto antes de que su alma abandonase su cuerpo. Las manos del hombre otra vez hicieron mella en su pecho, y se agarró con fuerza al brazo de su compañero elfo, en concreto a su muñeca. La apretó para que así no tuviera que darle otro empujón a aquel matasanos, que había encontrado su forma de hacer su carnicería en un viejo barco olvidado.

Por fin su cuerpo a causa de la pérdida de la sangre empezó a perder la consciencia, había tardado ya que la ex-meretriz había demostrado ser dura. Pero por fin acabaría el dolor con su desmayo, y ya le importaba un comino si cuando despertara seguiría en el barco o en una floresta celestial de los campos del Gran Vergel. No creía en el dios del desierto Tot, el llamado único Dios verdadero y adorado en el Imperio de dónde era originaria. Tampoco creía en la Gran Madre adorada en aquellas tierras y solo brindaba por los antiguos dioses pretéritos, los cuales eran adorados como ídolos por sus antepasados y que a su parecer habían tenido al menos la decencia de hacerse presente aunque fuera para fornicar en la tierra. 

Escuchó una música que la transportó a un lugar idílico donde la mujer estaba con un vestido blanco de armiño. Los inusuales sonidos musicales la habían llevado a una pradera donde el sol amanecía y un frío gélido le frotaba en su suave rostro. Más allá estaba su choza, una casa pequeña pero acogedora al fuego de una chimenea, y que continuando por la pradera se llegaba a un acantilado en cuya base se podía apreciar un pequeño barco que estaba anclado en un recortado golfo. A pocos metros de allí una taberna brillaba desde sus ventanas y parecía escucharse la música y el jolgorio pirata. La mujer se acercó a su casita y cogió su sable y su sombrero y su capa de piel. Bajó por un sinuoso sendero que estaba repleto por una diversidad agreste y de animales, el lugar parecía virgen y casi sin haber sido ocupado, cuya única habitante era la joven doncella que se acercaba a la taberna portuaria para ver las nuevas que traían las galeras, y buques mercantes que atracaban en el embarcadero para provisionarse de extrañas piedras que se extraían de las cuevas. Su compañero elfo tenía un escuadrón de mineros bajo su mando que había traído de lejanas tierras y con esas brillantes piedras comerciaba con los extranjeros. 

Al entrar en la posada la algarabía que allí estaba guardó silencio y de entre la muchedumbre un hombre con orejas picudas, el elfo Anwälen la presentaba a los comerciantes de tierras lejanas. Estos la saludaban y la agasajaban con todo tipo de mercancías, perfumes y armas de tierras lejanas para que tuvieran un lugar prioritario en el comercio con las piedras de aquel lugar. La risa junto al interés por los regalos y su satisfacción por saber que estaban a la altura de cualquier princesa le hacían sumamente feliz. Y después de escoger aquellos regalos que veía más asequibles a su uso abandonaba la taberna para dirigirse a su choza. Sabía que su marido, Anwälen, prestaría especial atención a los contratos llevados a cabo por aquellos mercaderes cuyos regalos habían sido escogidos por su señora Euyun.

Notas de juego

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29/12/2017, 16:39
Director

Notas de juego

Buen turno, aunque he corregido ciertas cosas jeje.

No hay dios cristiano no judio y tampoco hay griegos en mi escenario... Lo he adaptado un poco. Campos Elíseos tampoco, aquí al paraíso lo llaman Gran Vergel.

Por lo demás me ha gustado muchísimo!

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02/01/2018, 20:10
Director

La puerta se abrió de par en par dejando penetrar la luz diurna en el interior del camarote donde Euyun había pernoctado durante toda la noche. La joven duartalesa se encontraba algo desorientada todavía fruto sin duda alguna de los sueños tan vívidos que había tenido aquella noche sin duda con la ayuda de la voz del elfo que había penetrado en su cabeza para alejarla del mundo real y sumirla en un trance que le había hecho olvidar la terrible herida recibida.

No obstante, ahora que la luz de Seyran se colaba por su puerta allanando su intimidad como un mero asaltador, pudo sentir el dolor en su pecho con suma intensidad. Lo cierto era que la herida le quemaba y parecía estirar bastante, sin duda porque los puntos de sutura que habían propiciado que la herida se cerrara estaban empezando a cicatrizar.

- ¿Tan rápido? – Pensó ella con cierta incredulidad. Pues aunque nunca había tenido que ser cosida, sabía que las heridas como aquella tardaban unos cuantos días en empezar a cerrarse, aunque lo cierto era que tan sólo sabía eso de oídas y gracias a los dioses antiguos, no por experiencia propia.

Miró hacia la entrada del camarote y aunque la luz que se penetraba por los costados de la silueta de quien se encontraba bajo el umbral de la puerta, impidiendo ver con claridad su rostro sino más bien una sombra que lo oscurecía, supo de inmediato por la complexión y las maneras de quien acababa de hacer aparición en escena, que no se trataba de otro que de su patrón y mentor Anwalën Manewë.

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02/01/2018, 20:10
Anwälen Manewë

- ¡Buenos días Euyun! – Dijo el elfo tratando de ocultar de forma infructuosa su alegría al verla despierta. – Veo que estás mejor.

En ese momento Anwalën penetró en el camarote cerrando la puerta tras de sí. La luz que se colaba ahora en la habitación era mucho más agradable a los ojos de Euyun. Lo cierto era que las cortinas color ocre que velaban la ventana dejaban casi en penumbra la estancia, lo que agradecía la joven sureña. El elfo se sentó en la cama junto a ella con sumo cuidado tratando de no mover hundir bajo su trasero el colchón demasiado y provocar una molestia a la joven convaleciente.

- Has dormido dos días y una noche, Euyun. – Desveló el elfo. – Pensé que te perdía. Has tenido fiebre, pero Saîd no se ha apartado de ti. Yo también he permanecido a tu lado la mayor parte del tiempo, pero los conocimientos del sureño sobre curación son mayores que los míos. Le tienes que estar agradecida, pues con pocos medios te ha salvado la vida.

Se notaba que el elfo estaba contento de poder volver a hablar con la joven ex–meretriz. No podía esconder la sonrisa e incluso sus gestos eran mucho más cariñosos que de costumbre y mucho más humanitarios. Le tocó la frente buscando algún indicio de fiebre y le acarició la mejilla para luego tomar su mano dulcemente.

- Está todo arreglado para continuar con la búsqueda, cariño. – Dijo el elfo. – En dos días desembarcaremos al otro lado del mar de Tildas. La última etapa de nuestro viaje está a punto de llegar. – Habló emocionado el elfo y sin que su estridente tono de voz saliera a relucir por una vez. Tal era su comportamiento que parecía casi cuerdo.

Aquella conversación tomó por sorpresa a Euyun. Casi pensó que los acontecimientos que recordaba haber vivido en su último sueño eran ciertos y que realmente había contraído matrimonio con su patrón. De no saber cierto que no había sido más que una ensoñación, lo daría por hecho. Muchas eran las preguntas que rondaban por su cabeza en esos momentos y por una vez parecía que Anwalën estaba dispuesto a facilitar respuestas.

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11/01/2018, 12:29
Euyun

La joven sentía la herida en su pecho, el dolor de haber sido toqueteada e intervenida por manos inexpertas que habían estado hurgando en su interior. Se sentía también desorientada, y estuvo mirando a ambos lados del camarote para saber dónde se encontraba y así recordar lo que había pasado antes de quedar inconsciente. Poco a poco se le vinieron a la mente imágenes de las más variopintas sobre los sucesos pasados. Se calmó sabiendo que estaba en el barco llamado Adnan viendo la figura de su compañero y ahora su patrono el elfo Anwälen Manewë. - Saludos Anwälen, le dijo en un susurro antes de hacer otra mueca de dolor al sentir su piel que había sido cosida en una de las zonas más sensibles para las mujeres, su pecho. - ¿Tanto?, preguntó sorprendida por haber estado en un prolongado sueño que parecía no haber tenido fin. - Entonces ha sido mejor, se calmó sabiendo que su compañero estaba cerca, - si hubiera estado despierta mis movimientos hubieran provocado que la herida no hubiera cicatrizado tan pronto. Pero me sigue doliendo, escociendo, como si se estuviera curando o eso dicen cuando la herida va a mejor. Es una sensación desagradable pues me apetece rascarme y sé que no puedo, creo que ya nunca más me podrás decir que tengo un hermoso cuerpo. Si alguna vez me lo has dicho, Anwälen. La mirada de la joven se centró en otro punto de la habitación para evitar el gesto facial del elfo por su comentario. Le dolería si no hubiera visto comprensión en sus gestos faciales o si hubiera reflejado en su faz un gesto de rechazo. Eso le hubiera dolido más que la herida que estaba cicatrizando, y no queriendo ver lo que su compañero le hubiera mostrado en su mirada prefirió evitarla. 

El elfo le agarró la mano con dulzura, y la joven giró el rostro para sonreírle, cuando le habló ella le preguntó, -¿búsqueda?, me da igual lo que hiciera ese matasanos, pero un barco de estas proporciones debería de haber tenido el instrumental necesario para cualquier tipo de intervención y sanación de sus tripulantes. Es incomprensible que un balandro de estas dimensiones que pasa meses en el mar no tenga el suficiente equipamiento médico para atender a los heridos. Parece como si me hubieran intervenido en un garito ilegal que hubiera tenido todo confiscado, y cuyo matasanos hubiera salido de los suburbios sin tener un mendrugo de pan que llevarse a la boca. ¡Es lastimoso! Por un momento calló, algo había pasado que le había hecho olvidar quién era en verdad su verdadero señor. Se le vino a la mente la furia de Anwälen cuando no se salía con la suya incluso su manipulación para que los demás pensaran lo que él quería. - Debes ver cómo está la norteña, no puede estar prisionera en la bodega tiene que estar en un camarote y ser tratada como nuestra mejor anfitriona. Es la elegida para el sacrificio y es un don no una condenación. Le dijo esta vez a su patrono en susurro para que nadie lo escuchase, y se estaba dando cuenta que cada vez lo trataba más como su compañero sentimental que como su señor sin saber qué había podido ocurrir para que le hablara de aquella forma. A no ser que los sueños cobraran vida pero eso era imposible.  

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12/01/2018, 17:55
Anwälen Manewë

- Me gustaría poder tratarla de un modo diferente. – Se pronunció el elfo sobre lo que Euyun había sugerido con gran ingenuidad. – Temo que si la dejamos cierta libertad, si le dejamos cualquier objeto a su alcance susceptible de usarlo como arma, acabe por atentar contra su propia vida y eso no podemos permitirlo.

Pese a aquella sugerencia, su tono, su forma de hablar. Parecía realmente una iniciada en alguna ancestral religión. Por un momento Anwalën dudó que Euyun no fuera en realidad la reencarnación de alguna importante sacerdotisa, aunque acabó por descartar aquella opción. Aunque era cierto que, pese a que nadie la había preparado para ser la principal figura de un culto hacia una nueva deidad, parecía haber asumido ese papel de una forma exquisita.

Realmente algo había cambiado en Euyun. No era aquella ignorante joven que dedicaba su vida a dar placer a hombres viciosos de vidas vacías y carentes de motivación más allá de introducir su miembro en un lugar húmedo y caliente. El cambio de aquella mujer había sido rápido e implacable. Por algo la había elegido el elfo, no era una simple chica de los suburbios de una gran ciudad como Duartala.

De haber sido únicamente una cara bonita o una chica medianamente inteligente como en efecto Anwalën vio al primer momento de dar con ella, ahora estaría muerta y su alma habría pasado a engrosas la gran lista de almas consumidas por su vigoroso ser con objeto de prolongar su existencia. Euyun era eso y mucho más. Aquel elfo notó algo en ella, quizás fuera una corazonada o quizás un meticuloso análisis de su forma de moverse y de actuar, gracias a la notable experiencia que acarreaba tras muchos siglos sobre Gea, lo que le salvó la vida a Euyun aquella noche en aquel callejón.

Lin, la muchacha junto a la que Euyun vagaba por aquellos oscuros callejones de Duartala, era también una mujer atractiva y sin duda lo bastante inteligente como para engañar a un par de piratas. No obstante, ella no tenía lo que tenía que tener. No tenía el don con el que en cambio Euyun si había premiada. Euyun veía más allá de lo meramente terrenal. Euyun era capaz de desobedecer los férreos valores que la sociedad había impuesto, con el objetivo de alcanzar un fin superior.

Que hablara de esa forma, que se refiriera de esa manera a Elsabeth era sin duda alguna la prueba que Anwalën Manewë necesitaba para saber que no se había equivocado con aquella prostituta del lujoso burdel de Madelenne, pues no era una vulgar puta, sino como ella misma se había autodenominado, era una sacerdotisa. La sacerdotisa que pondría la primera piedra de su fe una vez ascendido a dios.

Ahora Anwalën lo veía claro. El destino, los astros, el caos universal y la voluntad de Ella lo habían querido así. Todo era un plan calculado al milímetro. Todo había sido ordenado por un ente superior para que llegado el momento Anwalën obtuviera su merecido puesto en el firmamento. Mel-Imon ya nació predestinado. Aquel elfo, cuando todavía no había optado por abandonar su nombre de nacimiento por el que ahora lucía, nació con un claro camino que le llevaría a la consecución de su objetivo, la eternidad.

- Euyun… - Los ojos de Anwalën, oscuros como la noche brillaban ahora iluminados por una sonrisa casi pavorosa. – Todo cuadra a la perfección. – Anwalën se puso en pie llevándose las manos a la cabeza y comenzó a reír de forma estridente mientras parecía danzar casi levitando a lo largo y ancho del camarote donde la sacerdotisa se recuperaba de su herida.

Aquella escena hubiera helado la sangre de cualquiera. El rostro anguloso del elfo parecía haberse deformado en una extraña mueca que recordaba a la de un cadáver burlón si es que podía darse aquella comparación. Algo en la mirada del elfo, aquella luminosa oscuridad, aquella extraña sonrisa acompañada por aquellas chillonas carcajadas, o incluso aquella extraña forma de danzar, con movimientos suaves y armoniosos que a su vez parecían peligrosos y dañinos de alguna forma, se transformaron en una escena que pocos hubieran soportado sin gritar de horrorizados o sin salir corriendo con la intención de salvar sus almas.

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12/01/2018, 20:38
Director

De pronto unos agudos chillidos procedentes de las bodegas se colaron hasta el camarote que estaban utilizando Elsabeth y el elfo Anwalën. Se trataban de los chillidos de una mujer. Una mujer que bien conocía Anwalën y de la que hasta hacía un momento Euyun y el propio elfo habían estado hablando.

Se trataba de unos chillidos desesperados. Unos chillidos encolerizados y dementes que no parecían poder proceder de una muchacha como la norteña, sino más bien de un terrible diablo salido del mismísimo Gran Abismo. Se trataba de un sonido que se colaba en la mente de quien lo escuchara como si de una tortura se tratase.

Aquel sonido hizo que la extraña danza del elfo se detuviera de golpe. La expresión de Anwalën, risueña hasta el momento se borró de inmediato dando paso a un intenso estado de preocupación. El elfo miró a Euyun y tragó saliva. ¿Qué diantre estaba pasando? ¿Había enloquecido la muchacha? ¿O la estaban descuartizando en esos precisos instantes?

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12/01/2018, 20:38
Elsabeth

- Explícame otra vez que haces aquí… - Le preguntó Elsabeth en el idioma del reino que acababan de abandonar al soldado imperial que se encontraba en las bodegas custodiándola.

- Ya te lo he dicho. – Respondió el soldado en un imperfecto catanés. – El elfo quiere asegurarse de que no haces nada raro. Tiene miedo de que te hieras.

Hacía algunas horas que Aibaba Arkam había dispuesto que el soldado Habab Yumu, uno de los pocos que sabían hablar catanés se hiciera cargo de la prisionera del elfo. Ni aquel soldado ni Elsabeth eran expertos con el idioma de Catán, pero al no conocer él el umnio ni ella el ghirb no les quedaba más remedio que comunicarse en ese tercer idioma.

- Deseo la muerte tanto como la libertad. – Confesó la norteña. – Estoy cansada de luchar, así que cualquiera de las dos opciones me valdría ahora mismo.

- No debes pensar así, mujer. – Respondió el soldado Yumu algo molesto con aquella afirmación. – Tot castiga a los infieles que cometen suicidio. Todos los que optan por acabar con sus propias vidas son enviados al Gran Abismo por toda la eternidad. Ese es su castigo.

- Mis dioses son más benevolentes en ese aspecto. – Respondió Elsabeth. – No creo que Gorant me guardase rencor por un acto de misericordia como ese. Tú no sabes el mal que me quiere ese demente…

- ¿Cuál es el problema, mujer? – Habab endureció su tono. No le gustaba la libertad con la que aquella mujer sondeaba la idea del suicidio. - ¡No insistas en eso! ¡El suicidio es una de las cosas más prohibidas en mi religión! ¡Me ofende que no atiendas a razones!

- ¡Es mi decisión y no la tuya! – Fue en ese momento cuando Elsabeth alzó la voz. – ¡Creo que las penurias que he pasado en vida, bien me valen ya una recompensa tras la muerte! – Elsabeth se puso en pie y se agarró a los barrotes de su celda mirando al soldado desafiante.

Anwalën conocía bien a la mujer que mantenía encerrada. Había experimentado los rasgos de su carácter y sabía de su bravura. Si bien la muchacha que fuera secuestrada más de tres años atrás, no era una que destacase extraordinariamente en cuanto a su valentía, las terribles experiencias que le habían tocado vivir desde ese entonces la habían forjado a base de desgracias. La nueva Elsabeth no tenía miedo, pues todo miedo que pueda sentir un mortal se resume en miedo a la muerte y la muerte era en ese momento algo que deseaba encarecidamente.

El soldado imperial se puso en pie agarrando su fusil y apuntando con su bayoneta hacia el cuerpo de la joven umnia. Habab la miraba con cierto temor, pues la determinación de su mirada le confesaba que aquella mujer era realmente capaz de cualquier cosa. Habab apretó los labios bajo su espeso bigote negro y frunció el ceño receloso.

- ¡Vuelve al banco mujer! – Le ordenó. - ¡Siéntate y compórtate con dignidad!

- ¿Qué harás si no obedezco tus órdenes, soldado? – Elsabeth sonrió más por no mostrar debilidad que por ganas reales de mostrar su sonrisa. - ¿Vas a apretar ese gatillo o a ensartarme con ese filo? – La mujer extendió los brazos en cruz. - ¡Vamos basura humana, hazlo de una vez! – Gritó con la fuerza de mil demonios.

- ¡Eres una sucia zorra! – Habab Yumu trató de gritar más fuerte que Elsabeth aunque tuvo poco éxito.

De pronto se escucharon pasos descendiendo las escaleras de la bodega. Hasta cuatro soldados imperiales, alertados por los gritos se personaron en las bodegas. Fue entonces cuando Elsabeth comenzó a chillar de una forma desaforada. Sus chillidos ensordecían a los que la rodeaban y fueron audibles a lo largo y ancho del Adnan.

Mientras tanto el soldado Habab trataba de explicar a sus compañeros en ghirb lo que había pasado. Lo que le había dicho la mujer que mantenían presa y sus intenciones suicidas. Sin embargo, los chillidos de la joven hacían difícil que los cinco soldados rojos pudieran comunicarse entre ellos. Elsabeth no solo aullaba como un diablo, sino que de pronto comenzó a golpear los barrotes con su propia cabeza abriéndose una brecha en la frente e ignorando el dolor de forma evidente.

Los soldados imperiales tuvieron que actuar. Abrieron la celda para tratar de inmovilizar a la norteña. Pese a su débil y frágil apariencia, mostraba una fuerza colosal que ninguno de los cinco guardias pudo haber intuido de forma previa. Entre los cinco soldados no eran capaces de mantener a raya a aquella mujer encolerizada y fuera de sí.

Elsabeth golpeaba con los puños cerrados, pataleaba, mordía arañaba y se zafaba de todo intento de contención. Tras casi dos minutos larguísimos, no habían podido reducirla. Para ese entonces ya se habían personado en las bodegas una decena de guardias más e incluso el propio alférez hizo aparición en las entrañas del balandro.

Finalmente y entre todos consiguieron amarrar a aquella mujer. Sin duda había acabado por perder la cabeza. Aibab Arkam entendió entonces porqué Anwalën la quería vigilada y al serle narrada la conversación que Habab mantuvo con ella, entendió el porqué de solicitar un soldado que no pudiera comunicarse con aquella bruja. Si Anwalën le había dicho que quería un soldado que no hablara umnio o catanés era para impedir que la conversación derivara en un ataque de ira como aquel.

Desde ese momento el alférez decidió hacer caso a Anwalën y redoblar la guardia, además de mantener encadenada a la norteña por tal de que no se hiciera daño a sí misma. Su decisión de enviar a Habab Yumu para que al menos aquella pobre mujer tuviera algo de dignidad y pudiera hablar con alguien, había sido visto lo visto del todo desacertada.

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13/01/2018, 19:53
Euyun

La joven duartalesa no pudo decir más ante el comentario de su patrono, para Euyun si ella era la elegida no se suicidaría ni mataría, algo la impulsaría a dar su vida en beneficio de un poder mayor solo necesitaba comprender. Era posible que en un arrebato de incomprensión sucediera según decía el elfo, pero para la sureña todo era mucho más fácil más simple y quizás por ello nunca podía ser una capitana o alguien de alto mando. Para ella las personas eran de otra forma solo había que convencerlas y hasta entonces dejar que se sintieran con poder con un cierto poder. Necesitaba hablar con la muchacha, ​- necesito hablar con la norteña convencerle de su propósito, si ella no comprende para qué ha sido creada su sacrificio puede que no sea del todo grato. He visto como en mi país se sacrifican animales pero se intenta que el animal no sienta miedo para que este sacrificio sea aceptado como expiación a los dioses. La muchacha debe de tener esa confianza, esa seguridad, debe de estar aquí conmigo Anwälen, tráemela. 

​Mientras que el elfo danzaba la muchacha le intentó decir que no había tiempo, la muchacha debía de permanecer entre ellos segura con ellos. Cuando de repente el grito expiatorio de la muchacha sonó por el barco, la piel se le erizó a la sureña y cuando vio los ojos del elfo que la miraban ella lo miró con severidad. ​- Mata a quien haya profanado tu sacrificio, ser un Dios conlleva que los demás sientan miedo en tu presencia. Ahora Anwälen Manewë eres un semidios y nadie debe tocar tu ofrenda. Aquellos que lo hayan echo deben de ser aniquilados, aunque nos quedemos solos tú nos guiarás. ¡Ahora ve y haz tú justicia! ​Dijo Euyun con una mirada colérica debido al hecho que podía haber provocado que la muchacha soltara aquel grito desgarrador.

Tres era el número perfecto, era el número que provocaría la unión a un poder mayor, el dios la sacerdotisa y el sacrificio, era la figura perfecta el tres debería de ser un número sagrado. Tres personas eran las necesarias para que se llevara a cabo la ceremonia de ascensión. ​Tres , tres debemos de ser tres, tres, tres... ​Dijo cerrando los ojos para dejar que el elfo, su patrono, el semidios fuera a buscar a la norteña. Ella no debía de sufrir ni padecer, todo estaba saliendo mal por la ineficacia de su patrono. ¿Por qué no la escuchaba? Si ella era la sacerdotisa, porqué no la tomaba en serio, algo oscuro se sembraba en el corazón de la sureña, y los deseos de matar vinieron otra vez a su mente, aquel deseo que despertaba en Euyun una viveza y deseo que la encumbraban a unas sensaciones que nunca había poseído y que ansiaba experimentar ante todo deseo terrenal.

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14/01/2018, 20:38
Anwälen Manewë

Anwalën se puso en pie plantándose frente a Euyun. Su reluciente mirada oscura como la noche la miraba de una forma diferente. La joven Duartalesa no alcanzó a adivinar lo que aquellos extraños ojos expresaban en un primer momento, pero pocos segundos después entendió que su patrón estaba emocionado de contemplarla y casi se podía decir que parecía sentir admiración hacia aquella joven sureña.

El elfo hinco una rodilla sobre el suelo del camarote y tomó la mano de Euyun inclinando la cabeza para besarle el dorso de la mano. Acto seguido volvió a mirarla con aquella misma expresión de fascinación y le sonrió dulcemente, de la misma forma que un bebé le sonríe a su propia madre al verla al despertar.

- Tú Euyun, marcarás mi camino. – Dijo en ese preciso instante el elfo, quien parecía estar sometiéndose a ella de alguna forma. – Sin ti nunca habría llegado hasta aquí, dulce niña. Eres la sacerdotisa que me guiará hasta mi destino. Te dejó cedo a ti el mando de esta empresa, pues sé que eres la elegida para llevarme hasta el final de mi camino. – Anwalën agachó la cabeza y apretó con fuerza las manos de Euyun. – Todo está marcado. Todo está escrito desde hace milenios. Tú serás la primera de un nuevo culto y yo seré el dios que ascenderá al firmamento con el resto de Preferidos. Tres, tres es el número…

En aquel momento la jerarquía entre patrón y empleada había cambiado de una forma drástica. Euyun había pasado de ser un mero instrumento superfluo a ser primordial en todo aquel asunto. Euyun se acababa de convertir en sacerdotisa y era Anwalën, un semidios como ella misma le había denominado, quien la otorgaba aquel nuevo título.

- No perdamos más tiempo, mi sacerdotisa. – Dijo Anwalën poniéndose en pie. – Debemos reunirnos con el sacrificio.

Anwalën enfundó su estoque en su cinturón y tiró del brazo de Euyun para salir de la estancia camino de las bodegas. No sabían que iban a encontrar en las entrañas de aquel navío, pero si debían hacer justicia la harían cayera quien cayera, pues ahora sabían con toda certeza que su plan, el plan que Anwalën llevaba planeando desde hacía muchos siglos estaba respaldado por los astros y los más antiguos dioses primigenios.

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14/01/2018, 20:39
Director

Una vez en las bodegas observaron que un gran número de soldados rojos se encontraban en el interior observando hacia el interior de la jaula donde Elsabeth permanecía tumbada, atada y amordazada. Sangraba por la nariz, si cabello estaba revuelto y mostraba un ojo morado, además de muchas más contusiones que no se apreciaban a la escasa luz de las velas que dejaban en la penumbra las bodegas.

Allí se encontraba Aibab Arkam el cual al ver al elfo se acercó a él con cara de pocos amigos. El resto de soldados le hicieron sitio de inmediato, y el alférez encaró al elfo bajo la atenta mirada de no menos de diez soldados, quedando el resto de miradas fijas sobre Elsabeth. Se percataron entonces los recién llegados, que varios de los soldados presentaban también golpes y rasgaduras en sus ropas. Sin duda allí abajo había tenido lugar una refriega en la que la norteña había sido protagonista de excepción.

- ¡No sé qué diantre le ha hecho a esa pobre chica, pero desea la muerte por encima de cualquier cosa! – Le recriminó Aibab. – Deme una buena explicación a todo esto o puede que usted y su zorra de los suburbios acaben siendo pasto de los tiburones.

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15/01/2018, 19:51
Euyun

Euyun no esperó esa reacción de su señor de ponerse a sus pies y besarle la mano, para después dirigirle unas palabras dándole una autoridad que nunca había tenido. Su intervención sonó profética, y pareció haber tenido una revelación en su danza cuando le comunicó a la sacerdotisa lo mismo que ella había pensado. Lo expresó con sus palabras de una manera encomiable, y la dejó confusa por el poder que le daba y por la revelación que era tal y como ella lo comprendía. Dejó que el elfo besara su mano y cuando mostró las prisas para ir a visitar a la norteña ella asintió, sin pronunciar palabra alguna debido al estado en el que se encontraba, ya que no esperaba tal reacción de su señor, semidios, Anwälen Manewë.

Sus pasos fueron lentos pues sentía el intenso dolor en su pecho, y al levantarse tan rápidamente estaba forzando su estado hacia límites insospechados. No tuvo otra opción porque su señor así lo quiso, pero sabía que no era recomendable haberse levantado y más para ver el panorama que se estaba llevando a cabo en la bodega. La muchacha vio atónita la situación en la que se encontraban, y sin otra cosa que se le ocurriera se agarró a los barrotes de la jaula. - Calma hermana, no tienes que pasar por esto, si tú reconoces el camino entonces tu vida será feliz llena de gozo. No como tu pasado ni tu presente. Después se dirigió al alferez, - es mi hermana aunque somos de distintas madres, ha perdido la cabeza debido a lo que ha sufrido con su señor. En el viaje la llevábamos a un médico especial para que la internaran y la vieran. Es un lugar para las personas que han perdido la forma de ver la realidad, quiero lo mejor para mi hermana, y mi señor Anwälen me permitió hacer este viaje y mostrarse propicio a acompañarnos. Debo hablar con mi hermana a solas con mi señor, para que se tranquilice y le pediría que de aquí en adelante se me diese la llave de la bodega para que sea yo la única que la visite. Si ve a sus hombres se volverá más confundida, y violenta de lo que está pues necesita ver a las personas que conoce, su familia, aunque no me reconozca. - Intentó que sus palabras sonaran de la forma más creíble dentro del poco tiempo que había tenido para prepararse. - Mi señor me ha dado la palabra de custodiarnos, y lo que se ha producido aquí es injustificable, y a partir de ahora yo me encargaré de mi hermana. En cuanto a mi señor os pagará a todos por vuestros servicios, pero si alguien la ha tocado con ánimo de sobrepasarse lo tiene que pagar. - Su mirada se volcó en los soldados allí reunidos expresando en su forma un cierto deje de locura, mientras intentaba mantenerse calmada a pesar del dolor que tenía que soportar por la intervención de la herida.

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16/01/2018, 15:41
Director

Aibab Arkam miró con cierto desprecio a Euyun mientras daba las explicaciones que creyó pertinentes. Por su expresión era evidente que no se tragaba ni una sola de sus palabras. Sabía que todo lo que estaba diciendo era mentira. Podía ser una historia creible para alguien ajeno a todo lo que allí estaba pasando, sin embargo, aquel alférez pese a que no conocía desde hacía demasiado tiempo a Anwalën, ya le había calado.

- ¡No subestimes mi inteligencia, furcia! – El soldado imperial al cargo del navío le recriminó a Euyun. – No sé qué pretende ese diablo, pero soy lo suficientemente inteligente para saber que nada bueno y es más, sé que nada bueno le depara a la pobre norteña.

Uno de los soldados imperiales se adelantó unos pasos colocándose junto al alférez y solicitando permiso para hablar sin necesidad de articular palabra. Aibab le miró y asintió con la cabeza, eso bastó para que el soldado entendiera que el permiso estaba concedido.

- ¿Arrestamos al elfo y la chica? – Preguntó el soldado que portaba también galones pero que estaba evidentemente por debajo de Aibab en la escala jerárquica del Adnan.

- No hará falta, brigada. – Respondió el Alférez de navió. – Quedan pocas jornadas para deshacernos de este ser para siempre. – Afirmó AIbab. – Dejémosle a solas con la pobre prisionera.

Acto seguido los soldados imperiales comenzaron a abandonar las bodegas del balandro siendo Aibab el último en ascender a la cubierta. Aquel hombre severo ya entrado en una edad avanzada no dejó de mirar duramente a Anwalën y a Euyun y de tanto en cuanto dedicaba una mirada compasiva a la norteña. Por alguna razón decidió desentenderse de aquel problema antes que tratar de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse.

De nada valieron los lamentos y las súplicas de Elsabeth a medida que los soldados fueron abandonando el lugar. La norteña lloró, gritó de forma desgarradora y suplicó clemencia y compasión, sin embargo y pese a que muchos de los presentes hubieran atendido las súplicas de Elsabeth, finalmente ninguno de ellos actuó pues era Aibab Arkam quien debía dar la orden y éste nunca llegó.

Finalmente la bodega quedó prácticamente desierta a excepción de Anwalën, Euyun, Elsabeth y la luz de las velas. Euyun tenía lo que había pedido. Un momento de intimidad junto a Elsabeth, aunque lo cierto era que aquella muchacha, pese a estar inovilizada trataba de zafarse y gritaba con todas sus fuerzas. No sería fácil que la escuchara y menos que razonara.

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16/01/2018, 16:07
Euyun

- Era la segunda vez que insultaba aquel mequetrefe a Euyun y la muchacha no olvidaría aquel insulto. En cuanto a lo demás hizo lo más razonable dejarlos a solas con la norteña, aquel que los había salvado de una muerte segura ahora no podía aplicar una justicia que desconocía. Fuera lo que fuese que aquel viejo lobo de mar oliese no llegó a atreverse a una sentencia en mar abierto, no tenía la suficiente maniobrabilidad para ello. Pero la sacerdotisa tampoco se creyó que una vez en tierra los dejaran ir, ya había dejado patente que no creía en el razonamiento de Euyun por tanto sería muy fácil entregarlos a la ley una vez en tierra. La sacerdotisa agarrada a los barrotes pensaba mientras veía a la muchacha que gritaba y lloraba, - ¡CALLA!, YA ESTÁ BIEN. Te hemos salvado de un señor que te pegaba, de unos guardias que querían aprovecharse de ti, ¿es que no te das cuenta de que no tienes futuro fuera de nosotros? Sin nosotros solo te espera el tormento, la humillación y al final la muerte. Te estamos dando un poder, un honor que nunca conseguirás en vida. Te empecinas en no aceptarlo, y a causa de ello estás sufriendo todos estos ultrajes. Si lo aceptaras, tú no sufrirías, y nadie más sufriría pero ahora acabas de ponernos en una situación muy difícil muchacha.

Euyun miró al elfo con desesperación mientras pensaba con la rapidez de un rayo antes de que todo acabase. - Tenemos solo dos alternativas Anwälen, o conoces algún conjuro o forma de vincular a la muchacha a ti y que permanezca sumisa. O tendrás que matar al alférez, brigada y timonel esta misma noche, si no tienen mandos ni nadie que sepa dirigir el barco tendrán que acatar nuestra orden. Le dijo entre susurro pues sabía que alguien podía estar escuchando tras la puerta la conversación. Los ojos de la sacerdotisa brillaban en la oscuridad como si algún poder provocara ese efecto, su melena ahora desgreñada la llevaba recogida hasta que no tuviera el aseo suficiente para soltarse el pelo, su chaleco de cuero había sido sustituido por una camisa blanca ahora manchada de la sangre de la herida, su falda por unos pantalones y unas botas de color marrón.