Partida Rol por web

El caos, de un momento para otro, se había apoderado de lo que momentos antes eran los rating games. Solo un par de segundos habían bastado para que la destrucción tomase parte de la escena junto a la sangre y el horror de todos los presentes. Ya no importaban aquellos que habían perdido las batallas porque, frente a sus ojos, personas inocentes estaban perdiendo la vida.

Por entre la cortina de humo una silueta empezó a rebelarse. Las lanzas de luz no se detenían y las muertes seguían en asenso. Todo parecía... un terrible sueño. Una pesadilla de la cual debían despertar. Algo irreal. Pero el olor metálico de la sangre y las explosiones eran lo bastante reales como para quitarles esa esperanza.

En las gradas, decenas y decenas de círculos de transmutación aparecían. Personas con túnicas negras, con el rostro oculto tras la capa, iban apareciendo. Cada uno con diferentes formas. Algunos parecían parcas otros vampiros. Algunos humanos y otros tantos más ángeles caídos con sus alas negras desplegadas. Ellos también empezaron a formar parte de la destrucción. Los inocentes, huyendo, eran empalados con ataques crueles; quemados, desintegrados. Todo parecía estar sucediendo en cámara lenta.

Fue entonces que, por fin, el humo empezó a disiparse, revelando el dueño de aquella desagradable sonrisa que acompañaba la repugnante escena.

No lo conocían, pero algo les llamó fuertemente la atención en aquella detestable figura. El ángel caído tenía cinco pares de alas negras. Solo había una persona más que conociesen con esas características y esa persona era Azazel.

Los gritos eran verdaderamente perturbadores; retumbaban en sus cabezas como campanas.

—¡Divertido! He esperado este momento por mucho tiempo —el ángel caído mostró sus afilados dientes; daban un aspecto realmente espeluznante a su figura retorcida.

Pudieron ver que los Bathin se replegaron hacia las gradas. Las chicas, Ruby incluida, empezaron a atacar a los sujetos con túnicas. No parecían ser muy fuertes, pero eran demasiados.

Las explosiones siguieron y, eventualmente... las cámaras se apagaron, tras un agudo grito.

Estabas ahora dentro del edificio principal, descargando tu frustración contra la pared destruida. Pero lo que no te esperabas fue todo lo que acontecería, segundos después, afuera. Fuiste sorprendido en gran manera. Tú, los periodistas, los que estaban en el área; todos vieron pasar el tiempo en cámara lenta.

Los gritos de los periodistas, y su desesperación por salir del lugar, hacía complicada las cosas. Viste varias explosiones cerca de la puerta que hicieron vibrar todo tu cuerpo herido. Todo estaba siendo destruido. Entonces, un pensamiento vino a tu mente: tus compañeros, Val, Chisa; todos estaban ahora en peligro, incluyéndote. Ahora estabas involucrado en algo real. En una batalla en donde no existían las segundas oportunidades y en donde la muerte era algo real.

Momentos después de que Gilridir hablase, un increíble temblor hizo que los monitores y las lámparas se sacudiesen con violencia. Casi te caes de la camilla. Ver lo que estaba sucediendo por medio del monitor era mortificante. Una vez el monitor se apagó, todo se quedó en silencio.

Gilridir tenía sus ojos abiertos, así como su boca. Estaba pálida.

—Esto... tiene que ser una broma —masculló, empezando a sudar. Miró a su alrededor, se volvió hacia ti y luego miró sus manos. Había empezado a temblar—. ¿Qué es esto? ¿¡Qué demonios es todo esto!?

Las enfermeras se habían empezado a agitar, cuidando de los heridos. Todo era un caos. Y el caos no parecía esperar demasiado para llegar hacia donde estabas.

Las lágrimas de Arabelle rodaban por sus mejillas. Su vista se mantenía fija en lo que estaba sucediendo. Su vista, desenfocada, miraba todo y, a la vez, miraba nada.

Eizo se había quedado de pie, con los puños cerrados, viendo todo con la boca abierta. Estaba pálido, a diferencia de momentos antes, su frente estaba perlada en sudor. No daba crédito a lo que sus ojos estaban viendo. Cualquiera pensaría incluso que el peliblanco podía vomitar en ese preciso instante.

Ni Arabelle ni Eizo parecían reaccionar. Ambos estaban profundamente afectados por lo que estaban viendo. Y, mientras tanto, las explosiones seguían y seguían, mientras los Bathin luchaban salvajemente para salvar a cuantos pudiesen.

Cuando creyeron que su mayor problema sería el haber perdido, el caos se apoderó del lugar. Chaos Brigade había atacado y mientras la figura de un ángel caído se alzaba buscando a Azazel, el corazón de Sayaka comenzó a latir a gran velocidad. Era un momento muy tenso. Al ver que la sección donde estaban los heridos era atacada, se giró con velocidad a Arabelle y Eizo, pero ninguno de los dos parecía reaccionar. Los Bathin, estaban luchando con todo lo que tenían por proteger a los civiles y su reina... No hacía nada.

Sayaka apretó sus nudillo, mordió su labio inferior y le dio una fuerte bofetada tanto a Eizo como a Arabelle. 

- Espero puedan perdonarme por esto, senpais, pero los necesitamos - se giró hacia Eizo -. Chisa-senpai está herida y asustada. Te está llamando, te necesita. Ve por ella - y luego se giró a Arabelle con un rostro serio. Nunca le había subido la voz a Val ni a ella, pero era su reina. La necesitaban.

- Arabelle, te necesitamos. Val-senpai te necesita. Ve junto a Eizo-san e Itomi-San por nuestros heridos. Si nos reunimos, podremos combatir esto y si ayudamos a los Bathin, seremos más - miró a su compañero alfil con rostro apologético por tomar una decisión por él, pero esperaba que lo entendiera.

- Mientras tanto, Urena-San podría proteger a Arabelle y los demás. Shiori-San y yo nos uniremos a Ruby-Sama en su labor de proteger a los inocentes de ataque - se giró hacia Shiori mirándola directamente.

- A menos que no te sientas capaz de luchar de verdad. En ese caso, cambia de lugar con Urena-San - dicho esto, extendió sus alas y voló en dirección a Ruby.

Ella solo era una alfil, no era la reina ni el rey, así que no tenía muchas esperanzas que le hicieran caso. A pesar de eso, ella ya había tomado su decisión y no daría su brazo a torcer en ello.

Si está aquí... Suspiró y siguió volando dispuesta a luchar. 

Ver aquellas explosiones provocó que el semblante de Shiori se perdiese en un recuerdo que se clavó en su psique, su mirada se tornó perdida mientras el vaivén emocional crecía en ella por el choque que implicaba ver aquello "de nuevo": explosiones, gritos, multitud de personas heridas y ese olor, ese hedor que le paralizó como aquella vez. Veía, pero no miraba con claridad la aparición de los poseedores de las túnicas negras; oía, pero no escuchaba lo que dijo el ángel caído; y sabía, pero no sentía en realidad lo que sucedía porque era como esa noche cuando corría por esas calles yendo a su casa para intentar hacer algo... aunque esa vez lo único que pasó fue que lo perdió todo...

O casi todo.

Una de tantas explosiones sucumbió sus pies y le hizo volver a la realidad. No estaban en su pueblo, sino en el Inframundo; seguían habiendo inocentes, pero éstos no caerían tan fácilmente; su padre ya no estaba, pero su hermano sí; y Mikasuki permanecía a su lado tal como aquél momento.

Espabila, Shiori.

Y no solo eso. Era mucho más fuerte y la decisión de salvar y proteger a los que amaba seguía en pie. Esto ya no eran los Rating Games; era la cruel realidad que le recordaba que no siempre podía tomarse la libertad que hizo cuando decidió no darle el último golpe a Gilridir. Sin embargo, estaba segur de que tomó la decisión correcta y ahora lo haría también, porque no solo era la caballo de los Belphegor... era Shiori Hino.

-Si no me quieres a tu lado dilo directamente, no es momento de hacer berrinches-dijo esto a Sayaka, desplegando sus alas mientras invocaba a Mikasuki de aquél portal donde estaba guardada-. Vayan a por los demás, ¡ahora! Sayaka-san y yo somos las que más hemos descansado, podemos hacer esto.

El brillo en los ojos de Shiori no era fuerte, pero sí determinado y dispuesto a seguir. Se elevó de un aleteo y siguió a la alfil sabiendo que esto ya no era más un simple juego.

Estaba frustrado por todo lo que habia pasado, malherido y con poca energia, lejos de todos aquellos que dicen ser mi familia y solo arremeten contra mi sin saber lo que pienso. Me estaban enfermando, aun cuando queria hacer todo lo que estaba en mi alcance y siempre al final cometia un error, era frustrante como no tienen idea. Pero lo que no me esperaba, era que en un abrir y cerrar de ojos... Todo habia dado una vuelta muy abrupta, tanto que imagenes de la fiesta de Vapula volvio en mi mente como flashbacks violentos. 

Los malditos terroristas habian vuelto a hacerlo, y esta vez era otro tipo. Claramente no estoy dispuesto para seguir peleando, pero tendre que hacer algo. Invoque mi sacred gear con dificultad sintiendo un calor horrible en mi mano al manifestarlo. Esto tampoco esta bien, llevo mucho tiempo ocupandolo y seguramente ya este sintiendo los efectos secundarios de tanto tenerlo, pero podre mantenerlo por ahora en lo que llego hacia donde... 

Hmm. Los demas estaran bien, son un grupo fuerte y claramente no necesitan de mi ayuda. Tengo que llegar a donde Val, Chisa, Yuu... Ellos en verdad estan en peligro, y debo de llegar hacia donde ellos. Aun con el rostro fruncido de dolor, encabronado a morir y frustrado empece a correr en direccion de algo que me lleve a "la enfermeria" o a donde quiera que tengan a Val, sin temor a detener a alguien para preguntar y llevarlos a un lugar seguro al mismo tiempo. Esto no podia estar pasando ahora, y menos en el peor tiempo posible, maldita sea... ¡Maldita sea!

Boquiabierta, observé la escena. La destrucción se había apoderado del deporte de los Rating Games y no eramos los participantes ni los espectadores, los que provocaban aquello. Miré a mi alrededor buscando a Eizo y Arabelle que estaban absortos, fuera de sitio.

Sayaka fue la primera en reaccionar, era también la senpai en sustitución a los dos que se habían quedado anonadados y de Val, tenía razón debíamos reaccionar y comenzar a actuar.

- No empecéis ahora vosotras, esa pelea que habéis tenido, era solo puro deporte, lo que pasa en el tatami se queda en el tatami - reprendí medio en serio a Shiori y Sayaka -. Id, yo me quedaré con Arabelle-senpai. Senpai, tenemos que devolver el golpe a nuestros atacantes, te protegeré de todo el que venga a atacarnos, pero debes ser tu la que los atraigas, hay que detenerles.

El Ru-Yi-Bang apareció en mi mano derecha después de recogerlo en su minúsculo tamaño desde mi oreja derecha.

- ¡RUBY! ¡ORGANICEMOS NUESTRAS FUERZAS PARA ATACAR CON CIERTO SENTIDO! - grité esperando que el Rey de los Bathin escuchase lo que decía - ¡TRAE A TUS ALFILES CONMIGO, E INTENTARÉ PROTEGERLOS PARA QUE SE CENTREN EN LOS ATAQUES!

Habíamos perdido la pelea. Lo preví desde que vi al cabeza hueca de Ikutsuki ir de frente contra el caballo de los Bathin. Era una estrategia tonta. Sinceramente tenía en cuenta que ese mono era imbécil, pero no tanto. Y nuestro líder no tenía mucha más capacidad intelectual que la torre que poseía. Había escuchado rumores que decían que Val era un gran estratega, ahora dudaba mucho de que esos rumores fuesen ciertos.

No me levanté de mi asiento. Seguí haciendo apuntes. No entendí por qué todos se conmocionaban tanto. Ciertamente yo estaba algo molesto, pero los rating games no dejaban de ser simple deporte; diversión, al menos para los espectadores. No hacía falta molestarse de más por cosas insignificantes.

Más pasó algo que hizo que todo lo que estaba pensando se quedase completamente en blanco. Destrucción, muertes. Sentí que mis manos temblaban un poco, aunque no demostré el desconcierto en mi rostro. Puede que me hubiese quedado tan paralizado como Arabelle y Eizo, pero el sonido de la cachetada que Sayaka les había dado me hizo volver en mí mismo. 

Me levanté por fin, guardando mi libreta, mientras me ajustaba mis gafas.

—Yo... —no podía pensar con demasiada claridad. Recordar lo que había sucedido aquella noche, y lo inútil que había sido...— Debemos ir a por los heridos, aunque probablemente realmente ya no lo estén. ¿Podrían abrirnos un camino? —pregunté a Urena, tratando de pensar con cabeza fría toda la situación. Necesitábamos llegar hasta el edificio principal y no podríamos hacerlo solos.

Arabelle se llevó una mano a la mejilla. Donde la había abofeteado Sayaka empezaba a sonrosarse. La chica parpadeó; sus ojos recuperaron el brillo. Aunque sus manos temblaban un poco, había vuelto. Miró a Sayaka y la escuchó. No respondió de inmediato, de hecho no lo hizo.

Eizo tampoco. Él se había quedado con las manos abajo, apretando fuertemente los puños. Sin ser capaz de mirar a Sayaka al rostro. Parecía haber reaccionado, pero tampoco contestó nada. Mientras tanto, el caos siguió desarrollándose.

Más explosiones, más muertes. Las gradas estaban semi-vacías. Muchas personas habían conseguido escapar, otras muchas tantas, había perecido en los despiadados ataques. El panorama era realmente desalentador y grotesco. Muchos de los encapuchados que atacaban a las personas se divertían con ello. Trataban a los inocentes como simples corderos y degustaban con frenesí la muerte de los débiles. 

Al mismo tiempo que eso sucedía, demonios y más demonios se unían a la lucha de defender la arena. Pese a que lo encapuchados les superaban en número, jóvenes demonios, demonios adultos, guardias; gran cantidad de demonios se enfrentaban al enemigo. Algunos, muriendo vilmente, otros, asesinando con furia. Se había desatado una batalla en la que los únicos desenlaces posibles eran defender y erradicar o morir en el intento.

Urena gritó a Ruby, pero la princesa, quien había invocado un gran pilar afilado de diamantes con el que había empalado a un enemigo, no la escuchaba. Se encontraba demasiado lejos y, gracias a los gritos y las explosiones, era imposible distinguir voces. Las sirvientas de la chica luchaban con fiereza. Algunas estaban manchadas de sangre de los encapuchados. Ninguna parecía herida, de momento. Pero parecía que su lucha, y la lucha a la que todos se iban a unir, era inútil: más y más sujetos con túnicas y capuchas negras seguían apareciendo. La cosa no parecía poder acabar pronto.

Sayaka salió volando adelante, Shiori la siguió. El panorama desde los aires era mucho más deprimente; podían ver, desde un ángulo completo, cómo los asesinatos seguían siendo llevados a cabo. 

A la lejanía aún, el clan Bathin luchaba. La reina de Ruby, con gran destreza, quemaba e incendiaba a decenas de enemigos como si estos fuesen simples muñecos de paja. La magia que la pequeña desplegaba era nueva para ustedes y no había que tener el conocimiento sobre el tema como Rosweisse para saber que la chica era fuerte. Tanto en magia, como en su mirada, decidida a proteger a su reina.

Sin embargo, una escena captó su atención. A su derecha, en la parte baja de las gradas, una pequeña niña estaba rodeada de cinco sujetos con túnicas, quienes reían con frenesí. Alrededor de la desgraciada pequeña habían decenas de cuerpos, algunos en peor estado que otros; otros sencillamente irreconocibles. Pero, a los pies de la pequeña rubia, había algo que era inconfundible: una mujer con el mismo color de cabello que la pequeña, boca abajo, con una herida exageradamente grande en su espalda, aún borboteando sangre caliente. La mirada de la pequeña se hundía en sus cuencas, sus ojos azules, abiertos como platos, desvelaban, en su mandíbula tensada, el horror más inmenso por el que alguien podría pasar.

Mientras tanto... las explosiones seguían asediando el lugar. Una, especialmente fuerte, hizo que el techo de la arena explotase. Miles de trozos de cristales cayeron hacia el suelo. Ustedes pudieron esquivarlos, pero otros de sus colegas demonios no tuvieron tanta suerte. Un gran trozo de cristal impactó de lleno con uno golpeándolo con tan fuerza que este dio contra el suelo de la arena, inerte.

Las cosas se estaban agravando cada vez más y más. Cada segundo era precioso y, para ustedes, era preciso llegar a donde Ruby estaba.

Shiori y Sayaka habían emprendido vuelo dejándolos, de momento, en uno de los lugares de la arena más seguros. Aún no habían llegado enemigos hasta allí, aunque algo les decía que no tardarían en hacerlo. Arabelle y Eizo por fin reaccionaron. Pudieron ver algo que nunca habían visto en los ojos de Arabelle: enojo, verdadero enojo. Pese a ello, el temor también era algo evidente.

—Dame un momento —dijo Arabelle a Urena, apartándose de Eizo y Itomi, buscando un espacio más o menos despejado. Cuando lo consiguió, extendió una mano hacia el lugar. Su mano temblaba—. Es necesario. Esta vez es necesario... así que préstame tu fuerza.

Lo que parecía un círculo de transmutación dorado empezaba a dibujarse en el suelo, pero poco a poco. Era realmente grande. Abarcaba al menos un radio de ocho metros. La pelicastaña cerró sus ojos, mientras Eizo se acercaba a Urena.

—Yo también te ayudaré —esa mirada... Urena la había visto antes. Era igual que aquella noche por la que Eizo se seguía culpando aún. El peliblanco extendió su mano hacia el aire, previendo cualquier ataque. Sus ojos brillaron en un azul intenso. Ese era el sacred gear del peliblanco. Podía leer la mente de las personas y, por tanto, adelantarse a sus movimientos. Pasados un par de segundos eso hizo, apuntando con su mano por encima de ustedes—. Urena, encima de nosotros.

Una gran explosión azotó al lugar. Fue justamente en el techo de la arena. Miles de pedazos de cristal cayeron a gran velocidad. Shiori y Sayaka pudieron esquivarlos satisfactoriamente, pero vieron a un desgraciado demonio, no tan hábil, ser golpeado por uno de esos trozos y impactar contra el suelo, inerte.

Al mirar encima de ustedes pudieron cerciorarse de que esos sujetos, quienes parecían pegados a sus círculos de transmutación, no solo aparecían en las gradas, sino que ahora también aparecían en el techo y, precisamente, cuatro de ellos venían hacia ustedes, con unas espeluznantes sonrisas en sus rostros mientras les apuntaban con las manos.

Las cosas dentro del recinto empezaban a descontrolarse.

Mientras las explosiones se hacían cada vez más audibles fuera, sentiste cómo un cuerpo, inerte, caía sobre la arena. Lo viste de reojo antes de correr: un joven demonio.

Los periodistas empezaron a evacuar el área y, el personal de seguridad (guardias demonios) a custodiar las entradas y salidas. En todo ese revuelo de persona te topaste con alguien conocida.

Aquella mujer de mirada severa y traje. Estaba sudando. Ayudaba a las personas a evacuar mientras que, sosteniendo una mano sobre su oído, parecía gritar a alguien. Era aquella mujer que los había teletransportado y guiado hasta la rueda de prensa. Probablemente supiese algo de lo que necesitabas.

El panorama no mejoraba y el olor a sangre se extendía. Itomi se había quedado igual que Eizo y Arabelle, pero al menos logró reaccionar a tiempo. Era el momento y cuando vio la masacre, su primer impulso fue gritar, gritar tan fuerte como pudiera, más sabía que no debía hacerlo. Sería peor. 

Al ver a la pequeña con su madre tendida en sus pies, Sayaka suspiró pesadamente mientras la ira se apoderaba de su semblante y su mirada. Tanto caos, tanto dolor, tantas emociones negativas acumuladas en ese lugar la hacían perder los estribos más rápidamente. Vio la sangre en el suelo y optó por tratar de controlarla, así como había podido controlar el agua, pero no pudo. Se sentía desenfocada, desorientada. No quería dejar a la pequeña a merced de esas cucarachas, así que voló a toda velocidad a ella para tratar de cubrirla. En cas de ser atacada. Miró a los hombres con una expresión gélida y amenazante. Si alguno se movía, estaba dispuesto a atacarlo.

- Métanse con alguien de su tamaño, escoria - chasqueó su lengua.

Ver las alas de ese ángel caído que reclamaba a Azazel hicieron hervir su sangre. Recordó los sucesos de su muerte y cómo esas alas habían marcado ya dos veces su destino. Quería encargarse de ellos y no dudaría en acabarles ni por un momento. 

Aquellos sonidos hacían eco en el corazón de Shiori, el cual provocaba que cada latido fuese un golpe en su pecho que le advertía que el trauma en su interior quería revivir al recordarle lo que ella había sufrido. Su vuelo no se quebraba ante el inminente daño y la gravedad de la situación, decidida a ir a ayudar a las Bathin mientras devolvía a Aoi a su hogar porque no quería que se involucrase en esta situación y ahora tocaba confiar en que los demás hiciesen su parte.

Sin embargo, ver a esa pequeña niña enervó tanto su sangre que el brillo en sus ojos fue tragado por la oscuridad que buscaba enraizar sus decisiones y casi al mismo tiempo que Sayaka emprendió vuelo hacia ella. Lanzó un tajo al aire con Mikasuki y la hoja de ésta encendió en llamas azules, otorgando una vista a la distancia de que parecía ser un misil en fuego que buscaba impactar contra aquellos que habían arrebatado una vida de tantas en ese sitio. Shiori no pudo evitar reflejarse en esa niña, quien estaba viendo perder todo su mundo en la sangre derramada de aquella mujer y, por lo mismo, en cuanto aterrizó lanzó un tajo horizontal cuidando de no herir a la chiquilla o a su compañera. 

El único reflejo de luz en su mirada era proporcionada por sus llamas, mientras el rostro de la sacerdotisa era imperturbable y sin ninguna pizca de duda. No había sadismo en aquél movimiento que buscaba dañar a aquellos que sí disfrutaban de aquél desastre, tal como el bastardo demonio carmesí; mas bien era de la conciencia ante saber que si no hacía algo, éstos no se tentarían ante  nada.

No habló, manteniendo una guardia que buscaba proteger a su amiga y a la pequeña, mientras prestaba atención a su alrededor para averiguar la verdadera naturaleza de esos amantes de la destrucción y el dolor.

La aconglomeración de poderes en el lugar interfirió en tus sentidos. Pudiste reconocer la identidad de uno de los sujetos tras las túnicas. Era una mujer madura; una ángel caído. Lo supiste porque había energía sagrada en su interior aunque, al mismo tiempo, podías percibir su corrupción.

Intentaste agudizar tus sentidos para buscar a alguien conocido a lo largo y ancho de la arena. Apenas quisiste hacerlo notaste que esa era una tarea absurdamente difícil. Probablemente imposible. La arena era muy grande y, por las luchas que estaban siendo llevadas a cabo, no podías sentir nada con claridad. Solo dolor y sufrimiento, además de unas confusas corrientes de poder, de todos los tipos, que venía en diferentes direcciones.

Las sonrisas macabras, única cosa que se apreciaba de aquellos rostros ocultos en la oscuridad de la capucha, eran realmente espeluznantes. Las palabras de Sayaka solo hicieron que los enemigos se mofasen; unos soltando algún bufido, otros, llevándose una mano al rostro para contener una maníaca risa.

Los demonios que trataban de detener el ataque seguían luchando con valentía. Resistían como podían y habían barrido con una gran cantidad de aquellos sujetos con túnicas que, aunque eran muchos, no parecían ser demasiado fuertes. La misma Ruby ya había acabado con una decena de ellos.

La sangre había dejado de borbotear del cuerpo de la madre de la niña, quien se había quedado detrás de Sayaka, mirándola, horrorizada. Parecía estar en shock. Los sujetos de túnica levantaron sus manos al mismo tiempo, dispuestos a atacar a Sayaka sin piedad. Antes de que la sirena o la sacerdotisa pudiesen hacer algo, una sonrisa femenina, debajo de una de las tantas capuchas, dejó escapar una risita. La mujer levantó la mano y, invocando una lanza de luz grande la lanzó a Sayaka quien fue incapaz de esquivarla. La lanza se clavó en su hombro, sometiéndola a un dolor infernal. Y, pese a que los daños no habían sido demasiado severos, su hombro, herido y calcinado, se sentía a carne viva.

Tan poca capacidad de reacción tuvieron dos de los sujetos que querían atacar a la sirena. Tres de ellos levantaron sus manos, uno especialmente protegiendo al que había lanzado la lanza; dos de ellos fueron perforados en el pecho por un profundo corte de Shiori. La sangre surgió de los cortes con gran presión, bañando a Shiori y a Sayaka de un líquido carmesí y cálido. Las heridas de los enemigos se incendiaron y estos cayeron, entre ahogados lamentos, en el suelo, dejando de moverse un poco después. El tercero había invocado un escudo mágico. Había bloqueado el ataque de Shiori y el escudo se había roto al recibir el daño. Sin embargo, tanto él como la mujer estaban intactos.

Ahora Shiori estaba frente a tres de los enemigos. Dos de ellos sin ninguna herida y, uno de ellos... Uno de ellos se había puesto entre los dos cuerpos de sus compañeros inertes, llevándose ambas manos al rostro. Cuando bajó su cabeza, un mechón color púrpura cayó sobre su rostro. Esa también parecía ser una mujer.

Sayaka había logrado desviar la atención de ellos hacia ella misma, lo cual le sacó una sonrisa. Trató de moverse, pero estaba en una clara desventajas y no pudo esquivar la lanza. Soltó un chillido agudo presa del dolor y sintiendo aquel ardor atravesar su cuerpo la hizo fruncir el ceño. Para ella el dolor que había soportado el día que murió era mucho peor, así que sin importarle mucho, recuperó su postura.

En ese momento, la espada de Shiori despedazó a dos de ellos y Sayaka sintió la sangre sobre su rostro, además de su fuerte olor, recordándole su propia agonía. Sus ojos se tornaron opacos, como si el brillo de la vida les hubiera abandonado. La sirena se irguió y utilizando la sangre que salpicaba su rostro, más la que habían derramado los caídos y la sangre cercana, movió sus manos imitando el movimiento de un látigo para atacar a la mujer de cabello violeta y a los otros dos. Su mirada estaba perdida en la figura de túnica que se había reído. Recordaba a alguien con ello, alguien que aparecía en sus pesadillas cada noche.

Quería extinguir esa risa, borrarla de la faz de la Tierra y hacer que desapareciera. Por ello, Sayaka no miró a Shiori y posiblemente había olvidado el dolor de su hombro. Solo tenía en mente acabar con quienes las rodeaban.