Partida Rol por web

Gabriela miró la carta, y luego miró a Rafa con cara de extrañeza. Luego, miró a Úrsula, que le dijo que ella no era la autora de las misivas; y Miguel era el primero que había mostrado la suya.

Volvió a mirarles, uno por uno, y luego incluso miró alrededor, en dirección a la barra del local.

—¿No la hemos mandado ninguno?  Alguno habrá sido, ¿no? — preguntó con una risita nerviosa — Venga, chicos...

Cuando Úrsula se lo preguntó le salió una risa nerviosa, de esas que son naturales, pero la mano se eleva por sí sola hasta la nuca. Una pregunta inesperada que podría ser tanto inocente como adrede. No dudaría si la mujer conservaba sus dotes detectivescas que en su adultez le permitían calar a la gente tan deprisa. El inoportuno gesto concedió un vistazo de refilón a su gloriosa delantera, que tan bien sumaba a su ya sensual camiseta militar. Miguel no perdía la oportunidad de deleitarse cuando se le presentaba bonita figura tan de cerca.

—Es una larga historia, jaja —afirmó indirecto. No sorprendería si al final acabó allí, lo único fue que, con esas palabras, a lo mejor se guardaba una anécdota que sería extraño contar en los primeros minutos de verse tras 15 años.

A su vuelta del perchero, Rafa ya tenía puesta la gorra de Úrsula, fue imposible dejarlo pasar.

—Coño, te queda como a uno de Silicon Valley, jajaja —verles a ellos dos compartiendo mimos y gorras le hizo pensar en algunas cosas que con su antigua mente de adolescente no se daría cuenta, aunque de momento resultaba anecdótico—. Los Arcontes... Joder, sí, Rafa... Los Arcontes... ¿A quién se le ocurrió tremendo nombre?

Gabriela salió del baño con mejor aspecto y él hizo señas para que se sentase en su regazo. La chica morenita sin duda era más pálida que hace años, o podría ser el frío entumecedor que había fuera. De nuevo, sería muy temprano sacar conclusiones. La verdad es que iba muy desabrigada, así que la arropó con un abrazo.

—¡No te pre, caudilla! —le dijo, con un tono familiar—. ¡Soy un horno andante, a mi lado no pasarás frío!

La camarera seguía siendo tan maja como al principio, una señora en la que se observaba su experiencia en cada una de sus arrugas. Tomó la comanda de los tres Arcontes restantes y, cuando se fue, siguieron con su curiosa conversación. Al parecer, ninguno de los tres envió la dichosa carta. Miguel la buscó en sus bolsillos, como prueba de que también la había recibido.

—¡Mierda! La dejé en el salpicadero del coche —olvidadizo, cómo no—, pero tampoco fui yo. Es raro...

Hubo un silencio necesario. Ninguno de los cuatro confesó ser el autor de la carta y, sin embargo, estaban los cuatro allí. Su rostro volvía a ser duro por la incomprensión.

—Yo también pensé que fuiste tú, Rafa. Aquél foro de los D&D... sigues jugando, por lo que veo cuando me conecto —dijo seguido, sin temor de confesar a las chicas que entre ellos hubo algún contacto después de separarse—. Bueno... te habrás dado cuenta que no me tomo ese foro en serio. No es lo mismo que con un tablero, como hacíamos nosotros. Mucho más impersonal.

Su mirada quedó fijada en el dado, recordando los momentos. Miguel no volvió a lanzar un dado con la mano desde entonces.

No se creía nada de lo que veía, por un lado estaba la atención desmedida de Rafa hacia Gabriela, siendo que estaba más preocupada quizás resolver su tema que por otra cosa. Incluso no le pasó por alto la mirada de Miguel, podría decirse que la disfrutó un poco, más allá de que apagó la confianza con aquel amiguismo que de momento le sale bien. 

Esto era un placebo.  

Lo ves en la piel de Gabriela, que ha parecido recuperar un poco su tez aceitunada, y también en los temblores que han abandonado su cuerpo. No se te pasa por alto que se llevó la chaqueta, aunque dejó el bolso en la mesa. Pero sobre todo están sus pupilas, que ahora son como puntas de alfiler, haciendo que el iris de sus preciosos ojos marrones resalte aun más. Estás segura; ha ido al baño a colocarse y quitarse el mono que traía encima.

En cuanto a Rafa, a parte de que está claro que se siente muy atraído por Gabi (e incluso celoso de que fuera a abrazar a Miguel), has notado que ha encajado fatal que esta reusase ponerse su americana. Y su silencio posterior al momento en que Gabi se fue al baño dice mucho más que sus palabras; ves algo de rencor, e incluso malicia en su mirada.

Miguel está haciendo un esfuerzo por agradar a todo el mundo, por recuperar esa conexión que teníais cuando niños. Debe de sentirse muy solo, igual que tú, igual que todos…

Incluso estando sentada al lado de Rafa, la mirada de Úrsula se clavó en la de Miguel. Había tensión en aquel gesto, quizás empatía o tal vez le gustó aquella miradita de más que sintió sobre ella. 

El asunto es que aprovechó la distracción del resto solo para dedicar una dulce sonrisa a su amigo mientras reflejó en aquel gesto algo más. Tal vez un poco de seducción, una pequeña dosis de coquetería. Algo. 

La puerta se abre con un estampido que hace volar la campanilla por los aires. Le sigue un grito ahogado y el ruido de cristales rotos al caerse un vaso en la barra. Un apestoso olor almizclado – como a pelaje de fiera empapada – inunda el café.

Desde la mesa que Rafa había escogido – un poco apartada en un recodo del local – no podían ver qué ocurre hasta que el individuo ya está dentro, parado en medio de la sala. Vestido con harapos y chorreando por la lluvia parecía tratarse de un vagabundo, pero había algo salvaje y animal en sus ojos... Ojos que recorren el café hasta clavarse en la mesa de los Arcontes. Como un depredador que tras observar el terreno acaba de detectar a su presa se puso a andar con zancadas firmes y respiración pesada hacia ellos. Parándose a tan solo un par de pasos para meter la mano en uno de los bolsillos de su abrigo sucio y raído…

Aquella mirada no pasó desapercibida. Incluso con la rudeza impresa en el rostro del hombre, sus ojos describían una sensación de desnudez, dejando que la mujer investigara dentro de toda esa coraza; o quizás la desnudez era una evocación de sus pensamientos. Compartir esa tensión fue agradecida, una buena forma de obtener la confianza que se tuvieron tras mucho tiempo sin verse el uno a la otra.

La sonrisa dulce de la mujer le sirvió para relajar el rostro amargado, permitiendo un gesto agradable de vuelta. Una buena combinación cuando las dosis están desequilibradas. Tal vez su sonrisa la sintió como una seducción con la que se dejó llevar.

Gabriela sonreía: parecía disfrutar del reencuentro con sus amigos. Pero ante el abrazo de Miguel adoptó un semblante serio, su cuerpo se puso rígido y contuvo el aliento: no dijo nada, pero se pudo notar que estaba incómoda, y se apartó un poco sin levantarse del banco.

No parecía que el que hubiera enviado la carta estuviera dispuesto a confesarlo, y los ojos de Gabriela se posaron en los rostros de Rafa y Úrsula, cuando el golpe a su espalda hizo que diera un respingo, sobresaltada, y se giró hacia atrás para ver lo que ocurría.

Gabriela observó la situacíon. Miró al extraño de los pies a la cabeza. Era... como si estuviera buscándoles a ellos. Estaba paralizada: ¿qué tenía el vagabundo en el bolsillo? ¿Qué iba a hacer? ¿Era peligroso?

—¡A ver cuando me la cuentas! —respondió a Miguel—, siendo tú, seguro unas risas nos echamos.

Divertida se mordió el labio tras un intercambio visual más que significativo para alguien como Úrsula mientras intentó tras ello relajar a su amigo de gafas que tenía a su lado centrándose ahora en él, siempre con ese tono conciliador que conocían desde pequeña como si fuera una versión tranquila de un animal salvaje que ante la mínima molestia era capaz de saltar al cuello. 

—Que genial esto, Rafa. A ver cuando nos ponemos al día—comentó divertida, formando parte. 

Muy entretenida como se mostró ante la reunión de los Arcontes, barajó el hecho de que una quinta persona los reunió en ese lugar pero sería curiosa saber quien. De todos modos disfrutó de su cerveza cuando se la trajeron y se quedó mirando a los presentes con un destello de ilusión y cariño. Tal vez le provocó una buena dosis de calor en su interior, más aún cuando todo allí era desolación, amargura, tristeza y soledad. 

De repente en medio de sus cavilaciones personales, escuchó aquel sonido y su cuerpo se tensó de repente. No era muy afín a las sorpresas, menos cuando se muestran tan Dantescas. Esto provocó que su atención se desvíe por completo en lo que estaba sucediendo, quería saber quien estaba detrás de todo ese ingreso. Tal vez era un cliente cualquiera, o quizás tenía relación con ella. De todos modos su instinto le decía que las respuestas llegarían más pronto que tarde. 

Mirando al extraño, Gabriela se preguntó cuál sería su mejor opción... 

No tenía ninguna duda; aquel tipo parecía un maníaco peligroso y, lo peor de todo, había entrado al café en su busca. No cabía otra posibilidad. La carta, el reunirlos allí a todos… había sido una trampa, y no alcanzaba a comprender quién querría hacerles tanto mal desde su infancia. Poco importaba en ese momento. Gabriela era una superviviente, y sobrevivir era lo que tocaba.

Miró alrededor, y sólo pensó en tirarse al suelo y gatear hasta ponerse a cubierto bajo otra de las mesas. Era ruin, pero si el vagabundo se entretenía con los otros quizás ella tendría tiempo para escapar.

Se fijó en el café caliente de Rafa, en frente de ella… tal vez si se lo tiraba a la cara y lo cegaba les daría a todos el tiempo suficiente para huir.

B. 

Le invito a un café. 

Rafa estaba como un tempano de hielo tras darse cuenta que realmente ninguno de sus compañeros había escrito esa carta que le había llegado días atrás. Sus primeras sospechas habían sido que Úrsula hubiera mandado aquello, en uno de esos arranques que le podían entrar.

Sus ojos se movían rápidos, pasando por todos sus compañeros, observando perfectamente las reacciones ante la afirmación de que él no era el remitente. Con un gesto tranquilo se quitó la gorra que le había colocado Úrsula y se la dejó bien colocada delante de ella, justo cuando observó el cruce de miradas con el grandullón del grupo y la pequeña conversación de ambos, sabiendo perfectamente que había poco que contar sobre el paso de Miguel por el ejército.

Tras sus gafas, Rafa, tenía puesto sus ojos en Gabriela y en como había rechazado el abrazo de Miguel, relacionando al momento con muchas de las cosas que sabía sobre su pasado. Incluso su negación al querer su chaqueta era un claro ejemplo de lo que le podía pasar por la mente la morena.

— Claro Úrsula, en cualquier momento nos ponemos al día — sonrió a la chica, perdiendo el contacto visual con Gabriela y el resto, fijándose en la chica. Se le veía animada, demasiado para lo que solía ser ella normalmente.

El ruido de la puerta hizo enmudecer a Rafa, dando un pequeño salto sobre su silla y haciendo que el pequeño dado saliera disparado de la mesa, cayendo en medio del salón. El informático se recolocó rápido en su asiento mientras arrugaba la nariz a causa del olor que comenzaba a inundar el lugar. No podía ver qué o quién había tras ese ruido, pero al buscar el dado con sus ojos lo pudo ver.

Aquel vagabundo estaba quieto, chorreando sin apartar la mirada en su mesa, haciendo que Rafa sintiera un pequeño escalofrío al ver que metía una mano en el bolsillo de su abrigo.

— Miguel… — miró a su compañero. Sabía que si había que utilizar la fuerza física, su compañero era la mejor opción, se lo había demostrado muchas veces.

Ante el abrazo fallido, Miguel no le dio importancia, ni siquiera notó que su amiga estaba incómoda. Ver a los cuatro juntos de nuevo le hizo olvidar por un instante que el tiempo había pasado y que seguían siendo los de siempre, aunque a la vista saltaba que cada uno de ellos había cambiado, para bien o para mal. Un guiño de entendimiento para Úrsula y una sonrisa entrañable hacia Rafa sumaron al otro lado de la mesa. Juntos otra vez los cuatro en un grupo imparable, cómplices de un pasado en común, es con lo que se quedó por el momento.

Puede que Miguel tuviera una vida llena de golpes, cristales rotos y olores rancios, que no se dio cuenta de lo que acababa de entrar en el Café Underground hasta que Rafa se lo indicó. Entonces se giró para ver al hombre, si se podía llamar así, que se acercó amenazante. Apretó los puños, preparado para usarlos si las cosas se ponían feas. Quedaría mal si lo hacía y eso nunca le importó.

Cuando el vagabundo metió sus manos en los huecos de sus harapos, no lo dudó: se levantó desafiante imponiendo su presencia y del mismo modo metió su mano en el bolsillo para recoger algo oculto en su palma. Aquel vagabundo empapado había elegido al grupo equivocado, como cuando el carnívoro se da cuenta de que su presa es un depredador mucho más fiero.

—Da media vuelta ahora mismo si no quieres encontrarte con mi puño —gruñó.

Gabriela supo que aquel tipo suponía una amenaza, y dudó entre intentar esconderse o atacar. Esconderse le pareció tan ruin como inútil: dejaría tirados a sus viejos amigos, y además ya la había visto. Así que decidió utilizar el arma que tenía más a mano: el café de Rafa. Se lo arrojaría a la cara tal y como estaba, casi hirviendo, y eso les daría la oportunidad de escapar a todos. 

Una estrategia digna de una Arconte: cegar al ogro y escapar del dungeon. 

Cogió el café con rapidez, pero sus sentidos estaban embotados: al girarse en el banco para tirar el café, tropezó, cayendo de bruces al suelo, delante del extraño. 

Una pifia digna de una Arconte. 

—¡Mierda! — pensó — ¡Puta mierda, joder!