Partida Rol por web

Los espíritus escucharon a Gabriela y contestaron, y la niña sintió un escalofrío… Era como si una oscura presencia tras ella le estuviera soplando en la nuca. Sus ojos se sintieron atraídos por la llave, que la llamaba en susurros espectrales. Se agachó, con el dedo índice extendido para tocarla, buscando con su mirada a sus amigos para que imitaran el gesto.

Los tres tocaron la llave al mismo tiempo, y al hacerlo su tacto gélido hizo que se les helara la sangre. Tuvieron una oscura visión en la que había una puerta asimétrica, su marco destilando una luz brillante siniestra. La abrían con la llave, y al hacerlo, lo que vieron tras ella fue la entrada de principal de la casa y como Miguel amenazaba a Tomás. Lo empujó, tirándole al suelo, y después se dio la vuelta con la intención de entrar en la casa de cualquier modo. El rostro de Tomás, inicialmente de miedo y sorpresa, se había tornado en una máscara de rabia - sus ojos cubiertos de lágrimas destilando odio - cuando se levantaba del suelo con una piedra en la mano.

Gabriela ya había visto suficiente, y cogió la llave para ir corriendo a salvar a sus amigos, tal como había hecho la sombra que les había guiado hasta ese punto.

Rafa salió corriendo tras ella, y Úrsula también, aunque la mente de esta última aún estaba envuelta en las visiones.

Pudo ver como Tomás aplastaba la cabeza de Miguel con la roca, y después cómo se intentaban esconder en la casa, aterrados. Y a su amigo buscándolos en un juego del escondite macabro, para matarlos a todos de las formas más terribles en las habitaciones en las que se habían escondido.

Sin embargo, cuando abrieron la puerta, lo que vieron fue cómo Tomás se estaba levantando con la piedra en la mano, pero al verlos aparecer la dejaba caer al suelo. No dijo nada, entró con la mirada fija en el suelo para ocultar sus ojos llorosos y su mandíbula apretada de rictus rabioso, y cuando estaban todos dentro y cerraron la puerta salió corriendo para perderse en algún rincón oscuro en el interior de la casa.

Miguel se dirigía a la casa con intención de entrar a la fuerza para salvar a sus amigos. En su imaginación la casa estaba habitada por una bruja que los perseguiría en un juego del escondite macabro, para matarlos a todos de las formas más terribles. Antes de que intentase derribar la puerta, sus amigos salieron de su interior con la facilidad de expertos cerrajeros.

Sin entenderlo, Miguel se rascó la cabeza, en ese momento le picaba como si tuviera piojos, y se acercó a ellos.

—¿Cómo lo habéis hecho? ¡La puerta estaba sellada!

La curiosidad por descubrir lo que escondía la casa le llevó a meterse dentro, seguido de Tomás que se escondió en algún lugar. La actitud de Tomás le volvió a poner tenso, pero a diferencia de antes ahora estaba rodeado de sus amigos.

—¡No sé lo que le pasa a ese idiota! —exclamó furioso y refunfuñó—. Oíd, he visto algo… —Miguel les contó lo que había pasado anteriormente con el coche mágico, incluido al hombre tan parecido a él—. No es una invención, lo juro. Pero Tomás dice que me lo estoy inventando. ¡Eh, Tomás! ¿Dónde te has metido?

Gabriela dio un paso atrás al ver entrar a Miguel. Aún estaba conmocionada por lo que acababa de ver. Quiso decir nada, pero no era capaz de encontrar las palabras. 

Miguel parecía estar bien, a salvo, Tomás se había perdido por medio de la casa...

-E...encontramos la llave-acertó a decir mientras no quitaba los ojos a su compañero. E...¿estás bien?

Aún sentía ese leve dolor en el pecho al intentar acompasar y tranquilizar su respiración tras lo visto al tocar aquel objeto ¿maldito? ¿O era aquel lugar que desprendía aquella aura?

Sus ojos siguieron a Tomás al adentrarse en aquel lugar, pero no le detuvo, y si su mirada se cruzaba con la de su amigo, la apartaría con miedo.

— Esa llave... Este lugar está maldito, tenemos que salir de aquí... Hay fantasmas y... Y Tomás... Tomás quería hacerte daño... — buscó a Miguel con la mirada. — Creo que sería mejor salir y llamar a algún adulto...

Tras el suceso de la llave y las visiones, Úrsula quedó perturbada y llena de miedo. Pensó en Miguel, en lo que estaba por hacerle Tomás, permitiendo que todo aquello la dejase paralizada por un breve instante. No siguió a Gabriela, sí que escuchó a Rafa, pero lo que más alivio le dio fue ver a su amigo allí sano y salvo. 

Corriendo se dirigió hacia el grandulón y lo abrazó con fuerza, había temido lo peor. Algo no iba bien en todo esto, el lugar estaba maldito y esas imágenes que siguieron en su cabeza no hicieron más que alimentar esos fantasmas internos que la misma pequeña ya llevaba consigo. 

—Vi cosas feas, no te separes de mi—dijo a Miguel y luego desvió la mirada hacia Rafa—. Debemos irnos si, tienes razón. Lo que sea que esté aquí, nos hará mucho daño. Tengo miedo. 

Muy de acuerdo con el chico inteligente del grupo, buscó la mirada de su otro amigo para saber si estaba de acuerdo. El sentido de preservación estaba a flor de piel, un minuto más ahí y esto terminaría mal. 

Miguel enseguida notó las expresiones de sus amigos, como si hubiesen visto un fantasma o les persiguieran, de nuevo, el grupo de matones que solían acosarlos. No tenía miedo de estar allí dentro, pero el lugar hacía que los pelos rubios de su brazo se erizasen. Incluso cuando Úrsula le abrazó, sintió su cuerpo helado en contraste con el calor del verano.

—Estoy bien, Gabi —respondió. Seguidamente miró los rincones del techo a la vez que Rafa decía que este lugar estaba maldito.

Cuando Úrsula pidió permanecer juntos, Miguel frunció el ceño. Ahora empezó a preocuparse más. Sintió que el miedo se estaba apoderando de ella por lo que fuera que hayan visto. Miguel situó la palama de su mano en la mejilla de Úrsula, transmitiendo la temperatura de su sangre caliente, y la acarició con el pulgar. Ese contacto íntimo entre la oscuridad y el miedo intentaban relajar a la chica y él intentaba comprender.

—Vayámonos… Salgamos de aquí. No te separes —susurró y agarró de su mano. No solo iban sujetos, sino muy cerca el uno de la otra. Si había fuerzas ocultas que intentaban separarlos, tendrían que separar no solo sus manos, sino también sus cuerpos.

La...¿visión?...de Gabi le había puesto los pelos de punta. La adrenalina fluía por su sangre como si se tratase de una droga. Potente, muy potente. Los arcontes decían de marcharse, abandonar...pero lo que tenían allí podría ser un caso real. Una casa encantada auténtica, ¿iban a renunciar a eso?

-¿Nos vamos?¿Vamos a abandonar tan pronto?...Y Tomás ¿qué ha pasado con Tomás?

- ¡Hey chicos! No os vais a creer lo que hay aquí dentro. ¡He encontrado una mina de oro! - oyeron decir a Tomás, lo vieron asomarse a la escalera, desde el piso superior. En su cara se dibujaba una sonrisa, ni rastro de las lágrimas y la rabia de hacía unos instantes... No esperó respuesta, y tal como como había aparecido se dio la vuelta para perderse de nuevo entre las tinieblas de la casa encantada.

Rafa observó cómo Miguel y Úrsula se abrazaban, se protegían mutuamente, y por un breve instante, consideró la posibilidad de ser tan valiente como Miguel, siempre dispuesto a proteger a su amiga con ese cariño especial que ambos compartían. Sin embargo, ni era Miguel, y tampoco parecía que Gabriela necesitase ayuda.

— ¿Tomás? Él solito se metió... — el miedo aumentaba cada vez más al recordar la cara de su amigo en el exterior de la casa. — Tiene razón Miguel... — se alegraba de que el grandullón siguiera su plan. — Es mejor salir de aquí, estas cosas nunca terminan bien y al final... Los fantasmas te siguen a casa para...

En ese momento, Tomás salió por el hueco de la escalera, llamando su atención y sobresaltando a Rafa. Sin decir una palabra, si sus amigos decidían subir, él los seguiría, ya que el temor a quedarse solo era mayor que el miedo a aquella casa...

El abrazo fue muy sentido, ella no solía ser así de expresiva porque en su hogar solo recibía golpes y maltratos verbales. No entendía sobre los pequeños actos de apoyo, protección y menos aún aquel cariño tan sincero por parte de Miguel. Por ello en cuanto recibió el roce de aquella mano sobre su mejilla, Úrsula se ruborizó por completo y bajó la mirada, confundida por no saber que hacer en estas situaciones. Nadie se molestaba en tener estos pequeños gestos con ella y se sentía vulnerable ante lo nuevo. 

No hizo mucho más, fue aligerando el abrazo con un deje de tristeza al darse cuenta de que estos lindos momentos parecían surgir en situaciones malas y pese a todo, agradeció con una dulce mirada a su amigo al tomar en acción y en persona el derecho de ser quien la proteja desde la nobleza y el cariño. Sujetó la mano de Miguel con fuerza, ya con más voluntad que segundos atrás y al escuchar a Tomás, frunció el ceño. No era el plan y Úrsula vio el daño que le hacía a Miguel en esa visión. 

Gabriela parecía inmune a todo, le daba igual lo que pensaban sus amigos, lo mismo que el miedo que sentían algunos de los presentes. Esa actitud solo abrió una brecha más entre ellas, una que no iba a curarse jamás. Así que al escuchar la voz de Rafa, se sintió identificada con él, pese a todo eran muy  parecidos. 

—Nos vamos de aquí, para tí Gabriela es divertido y parece que poco te importa lo que vimos o como estamos. Eres como Tomás, pero yo vi cosas horribles que no deseo que le suceda a nadie—dijo sincera—. Esto no es un maldito juego, vete con él y disfruten, nosotros nos volvemos. 

Muy ofendida con su amiga, miró a Miguel y luego a Rafa, solo ellos dos podían hacerle cambiar de parecer. Aunque si Rafa se iba detrás de la morena, no le quedaría otra que acompañarlo porque jamás lo dejaría solo. 

Entre el miedo que se levantaba como el polvo y las sombras que revestían el rostro de Úrsula, Miguel sintió que la chica estaba cómoda entre sus brazos y ayudaban a sentirse más libre de las ataduras malignas de esa casa. Le gustó aquello y sonrió levemente. No era un lugar donde alguien normal pudiera sonreír, pero el hecho de estar abrazado a una chica, sentir su cuerpo y protegerla del mal le gustaba mucho. Su corazón latía por la adrenalina de la situación, pero en gran parte por estar acompañado de Úrsula. Incluso debajo de sus pantalones algo más comenzó a latir. Ella era su amiga especial.

Entonces también frunció el ceño, siguiendo su mirada.

—¡Ya, vámonos, sí? Ese cabrón dijo que nos odiaba allí fuera —indicó—. No es de fiar, no sé si se escondió con ese pincho. Si te lo clava en el brazo te entrará el... —decía a Gabriela, sin acordarse del nombre de lo que ocurría a los niños que se pinchaban con hierro oxidado, pero siempre lo escuchaba de los mayores. Sin embargo, antes de que encontrara respuesta, Tomás apareció por el segundo piso—. ¡Cabrón de mierda! ¡Baja aquí y enfréntame! ¡Cagado! ¡Morirás aquí solo si te encuentran los fantasmas! —después de lo que le habían contado sus amigos, tenía muchas ganas de encontrarse con Tomás para partirle en dos.

Grabriela dio un respingo cuando de pronto apareció Tomás. No tenía nada que ver con el Tomás que había percibido hace un rato. De nuevo volvió a dudar de lo que había visto. Era una sensación extraña. 

En todo caso, sus palabras no tenían sentido ¿Cómo podría haber allí dentro una mina de oro?¿Era una broma?...

-Espera...-le dijo. Pero fue inútil. 

Se sentía confusa, sin saber muy bien qué hacer. Las palabras de Rafa parecían sensatas, las de Úrsula hirientes y atrevidas y las de Miguel...bueno, Miguel era así. 

Miró por un último instante el lugar por el cual había desaparecido Tomás. No, sabía que aquello no era un juego y por supuesto que le importaba lo que habían visto, pero no sabía cómo interpretarlo. Era innegable que la posibilidad de establecer contacto con un fantasma le resultaba sugerente, pero no en aquellas circunstancias.

-Sí, será mejor irse cuanto antes. 

No pudo evitar cierto sentimiento de culpabilidad por dejar a Tomás a su suerte adentrándose en aquella mansión solo. 

Las amenazas de Miguel no obtuvieron respuesta, y sintió como el rencor que destilaban sus palabras crecía hasta acumularse en sus sienes, haciéndolas palpitar. No entendía por qué, pero lo que realmente deseaba en ese momento era subir y acabar con ese idiota. Como si alguien – o algo – quisiera responder a sus emociones una ráfaga de aire tórrido les golpeó desde el piso de arriba, y la mente de Miguel se inundó de Imágenes del rostro de su amigo, amoratado y lleno de cortes sangrantes, y al mirarse las manos las imaginó también ensangrentadas, los nudillos hinchados y despellejados por los golpes.  Le entró miedo, pero no por lo que pudieran encontrar dentro, ni porque Tomás pudiera representar una amenaza, sino por lo que sabía que él mismo sería capaz de hacer en ese estado. Se dio cuenta de que no quería seguir ese camino, que lo más sensato era hacer caso a sus amigos y salir corriendo de allí cuanto antes.

Los otros también sintieron el viento sofocante. Un sentimiento de terror les inundó, y antes de que pudieran darse cuenta los cuatro estaban corriendo despavoridos, dejando atrás la casa y a su amigo Tomás dentro.