Partida Rol por web

-No me quedo aquí sola ni de broma, chicos-dijo Gabriela-iré con vosotros. Justo detrás de ti, Úrsula.

Rafa tan protector como siempre, lo cual le halagaba. Y respecto a Úrsula, no entendía qué mosca le había picado pues parecía estar con ella un tanto más picajosa de lo habitual. Como fuera, no pensaba perderse aquella aventura por nada del mundo. 

Por un momento una idea pasó por la mente de Miguel ¿Cómo demonios era posible que no se hubiera dado cuenta antes de que el pequeño coche estaba allí? Poco importaba pensar en ello, pues la emoción del descubrimiento superaba con creces a la razón. Tras un vistazo rápido se había sumergido en el interior del motor, que a sus ojos parecía impresionante. Una máquina indescifrable llena de tubos, cables y depósitos. Se pasó un rato trasteando todo, intentando imaginar cual era la función de cada pieza.

Cuando estuvo satisfecho volvió a cerrar el capó y se acercó a la puerta del conductor para mirar dentro, y lo que el reflejo del cristal le devolvió lo dejó parado en el sitio. Los ojos que lo miraban, tan azules como los suyos, pertenecían a un hombre mayor, y estaban enmarcados por un ceño fruncido que le confería una expresión de seriedad y preocupación. Su mandíbula apretada cubierta por una barba pelirroja, al igual que su pelo. La imagen le pareció familiar, como si estuviera observando a su padre, pero distinto. Como un acto reflejo Miguel pasó la mano por delante de su rostro, y la imagen en la ventanilla imitó el gesto.

– ¿Pero qué coño haces ahí parado mirando a la nada? – escuchó decir a Tomás a su espalda. Volvió la mirada hacia su amigo, y después volvió a mirar el espacio vacío que hasta hace un momento había ocupado el coche… Ya no estaba allí.

– Vamos, he encontrado algo en el cobertizo con el que poder abrir la cadena – explicó, esgrimiendo una barra de hierro. – ¡Pero qué cabrones! ¿Dónde están? ¿Cómo cojones han entrado? – dijo al darse cuenta de que sus otros tres amigos habían desaparecido. – Menudos amigos de mierda… ¿Sabes? Nunca se quien es mi amigo y quien no… ¿Tú eres mi amigo? ¿Lo son los demás? ¡Dime la verdad!

Rafa se había colado por la trampilla y, como si de un tobogán se tratara, resbaló por el conducto hasta dar con sus huesos sobre un montón de leña. Casi ni le dio tiempo a incorporarse cuando apareció Úrsula tras él.

La leñera se encontraba en penumbra, débilmente iluminada por la luz que se colaba desde la trampilla, y olía a madera húmeda. Al tiempo que Rafa ayudaba a su amiga a levantarse pudieron escuchar unos pasos apresurados, como de subir escaleras, que parecían provenir de la estancia contigua a la que se encontraban. Pasos acompañados por la inconfundible risa de Gabriela. ¿Cómo era posible que hubiera entrado antes que ellos? ¡Si iba detrás! Se preguntaron… Pero al dirigirse al lugar donde pensaban que provenían los ruidos volvieron a oír el estruendo de troncos, y vieron a Gabriela, que había bajado por donde lo habían hecho ellos hacía tan solo un instante.

—¡Este coche está defectuoso, no encontré nada útil por delante! —respondió, ignorando el hecho de que había visto un hombretón muy parecido a él—. ¿Tú qué tienes?

Miguel avanzó hacia su amigo y miró por los cristales a su paso. La figura del hombre mayor no le daba miedo, sino una mezcla entre confianza y curiosidad. Era como si le conociera de algo y se sentía enormemente protegido por su presencia, pero se preguntaba cómo una persona llega a tener el aspecto de un adulto aterrador. Sin embargo, lo que más le aterraba en ese momento era si debería utilizar gafas como Rafa.

—¿Ya están dentro? —preguntó y se fijó en el lugar donde antes estaban; aunque el coche cubría su cuerpo, él sacaba una cabeza de altura. Luego se volvió hacia Tomás—. ¡No empieces con esas tonterías! ¡Todos somos tus amigos! No hace falta tallarlo en piedra ni hacerlo todo juntos. Además, la recompensa siempre la compartimos, a menos que nos toque un Objeto Especial específico para uno de nosotros.

Miguel dio dos pasos en dirección a la trampilla donde antes estaban sus amigos, pero una idea más divertida le hizo frenar.

—Nos están esperando ahí dentro, pero ahora que lo pienso, entremos por otro lado y les asustamos. Aprenderán a esperarnos más a menudo. Abramos la puerta principal con esa hermosa barra de hierro. ¿Podrás o eres una nenaza?

Tras ayudar a Úrsula a salir de la montaña de troncos polvorientos, Rafa metió la mano en su bolsillo derecho del pantalón. Tras un leve suspiro, extrajo sus dos dados de ocho y diez caras que siempre lo acompañaban y que Úrsula reconocería por su característico color rojo, recordando que nunca se los dejaba a nadie.

— ¿Estás bi... — se silenció al escuchar los pasos y la risa de Gabriela en la sala contigua. — ¿No estaba fuera con nosotros...? — su voz pasó de un tono preocupado a uno más asustado. Aquello no le gustaba, era como aquella misión de su partida, en la que los jugadores se metían en una casa encantada engañados por unos fantasmas.

Y justo en ese momento Gabriela hizo acto de presencia, cayendo sobre los troncos.

— ¡Gab! — se colocó las manos en su boca, silenciándose tras el grito. — ¿Estás bien? — le intentó ayudar entre susurros y miró a Ursula. — Hemos escuchado algo que era extrañamente parecido a tu risa... Justo aquí al lado... — sabía que sus amigas saldrían a la caza de aquel espíritu perturbado y que él, si no quería ser el gallina que decían que era, tenía que ir con ellas, así que si sus amigas salían en la búsqueda de aquellos sonidos, él iría con ellas.

— Yo... Yo os protegeré... — y tras dar un leve repaso a la estancia por si se les escapaba algo, asintió a Úrsula y esperó, tendiendo la mano a Gabriela para salir.

De alguna manera sintió la necesidad de acompañar a Rafa para protegerlo y en cuanto cayó tras él, estuvo muy a punto de responderle que todo bien, incluso comentar sobre los dados que llevaba su amigo en la mano. Todo iba bien, la curiosidad le dominaba y se acordó de Miguel, que lo habían dejado con Tomás. Nada de eso iba a funcionar, hasta que escuchó las risillas de la chica y peor fue cuando la vio caer detrás suyo. 

Puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, más al ver como Rafa intentaba mostrar fortaleza. 

—Iré yo primera. 

Estaba decidida a ello, no tenía nada que perder y en todo caso, si algo sucedía, iba a recibirlo primero. Los vínculos más fuertes de Úrsula estaban allí, quería cuidarlos y también saber que sucedía en ese lugar, el porqué escuchó a Gabriela cuando en sí no se encontraba junto a ellos hasta recién. Sin más la joven se sacudió un poco la ropa y apartó a Rafa, ella iniciaría la búsqueda. 

Gabi se puso en pie sacudiéndose el polvo. 

-¿Risa?-contestó extrañada a la pregunta de Rafa-¿Por qué iba a reírme yo en una situación como esta? No, no tengo motivo para reírme y desde luego, no lo he hecho. No sé lo que habéis escuchado, pero no ha sido a mí. Será mejor buscar una salida. 

Y dicho esto, Gabi comenzó a buscar, tanteando las paredes. Debía haber una puerta en algún lado. 

– ¡Deja ya de imaginar y escúchame, Miguel! Te estoy hablando en serio, ¡ahí no hay ningún coche! – Gritó Tomás. Y era cierto, el espacio donde hasta hacía un momento Miguel había visto el coche se encontraba vacío...

– Odio vivir aquí. Odio no poder estar con mi verdadera madre. ¡A veces os odio a todos joder! –  continúo entre sollozos – Otras veces pienso que vosotros sois lo único que me mantiene vivo… ¡A tomar por culo! No puedo aguantar más esta mierda. ¿Cómo conseguís no volveros locos? ¿Por qué yo no puedo tener una vida normal como los demás?

La mirada de Tomás era una mezcla de rabia y desesperación, mandíbulas apretadas, ojos vidriosos y enrojecidos por las lágrimas, nudillos blancos por la fuerza con la que aprieta la barra de hierro.

Antes de que su vista se acabara de acostumbrar a la penumbra se acordaron de que habían traído sus linternas. ¡Cómo no iban a llevarlas a una misión así! Los troncos y ramas amontonados por todas partes proyectaron sombras amenazantes cuando las encendieron e iluminaron a su alrededor.

A parte de la leña, lo único que había de interés era un hacha oxidada clavada en un tronco. A su derecha había una puerta, y a su izquierda estaban las escaleras que daban a la entrada del exterior, el portón bloqueado por las cadenas que Miguel había intentado romper. Los pasos y la risa que había oído parecían venir de algún lugar frente a ellos, al otro lado de la pared.

La puerta les condujo a una sala vacía, un cuarto de lavado, con una lavadora y una secadora destartaladas. El cuarto apestaba a animal muerto, y en una esquina pudieron ver una rata pudriéndose en una trampa, su cuerpo reseco cubierto de gusanos.

Otra puerta a la izquierda les condujo hasta un almacén y al fin pudieron ver unas empinadas escaleras que ascendían al primer piso. Un penetrante olor a alcohol impregnaba la estancia, pero no fueron capaces de discernir de dónde provenía, pues en las estanterías sólo había cacharros viejos y algunas latas de conserva oxidadas…

Úrsula, que encabezaba la expedición, estaba a punto de abrir la trampilla cuando un ruido metálico la sobresaltó, como si un cajón de cubiertos hubiera caído al suelo en la habitación de arriba.

Miguel dio un respingo al ver que aquel coche que había tocado, olido y sentido ya no estaba en su lugar. Si a su corta edad había pocas cosas que le daban miedo, esta vez le había pillado por sorpresa, quizás porque sus sentimientos estaban involucrados. Como ya era mayor y no creía en la magia, su mente se llenó de otras ideas. Ese coche, ¿existía o no? Y la persona que había visto en el cristal, ¿su conductor o el fantasma de este lugar? En vez de gafas, ¿debería ir al loquero? No era posible. Sus otros amigos, aunque parecía que se habían internado en la casa, también habían desaparecido, como el coche.

Sumado a la incertidumbre, Tomás le estaba poniendo más nervioso aún y Miguel solo conocía una forma de tranquilizarse, aprendida en este verano desde que golpea sacos de boxeo.

—¡A ver, gilipollas de mierda! ¡Como no te calmes voy a darte una paliza! —bramó, a la vez que se acercó a él y le agarró del cuello de su camiseta. Miguel creyó que podía levantarlo del suelo, como a un niño pequeño; sabía que tenía ese potencial. La adrenalina del momento se concentraba en sus brazos y le pedía que hundiera el puño en su rostro. Entonces le empujó porque no quería matarlo ahí mismo—. ¡Todas nuestras vidas son una puta basura! ¿No comprendes? ¿Piensas que yo soy feliz? ¿O Úrsula? ¿Gabi? ¿Rafa? ¡Niño mimado! ¡Das asco y pena! ¡Y si no es porque eres mi amigo te clavaría ese garrote!

En ese momento de lucidez, Miguel escupió en el suelo y dio la espalda a Tomás para adentrarse en la casa. Entraría, ya sea por donde se habían colado, por la puerta o destrozando la pared.

—¡Vamos! —dijo a Tomás en un tono más relajado—. Hay que sacarles de ahí. No sé de quién será la casa, pero la bruja sigue dentro…

Aquel lugar desde la mentalidad de Úrsula le trajo muerte y tristeza, siendo una niña, esas cosas no dejaban de impresionarle como si estuviera ensuciando su infancia que debería ser diferente, con situaciones que sólo generan traumas a futuro. Pero en su afán de tener un poco más de voluntad que sus amigos, ella inició su camino porque se sentía preparada para ello. 

Intentó mantenerse firme y avanzó según su instinto le fue diciendo, las escaleras le atrajeron como abeja a la miel y muy dispuesta estuvo de seguir ese sentido. Hasta que una trampilla capturó su atención y muy para la labor estuvo de abrirla, hasta que de nuevo, aquel sonido la devolvió a su punto de interés. 

—Debemos subir, andando. 

Decidida a ello, buscó con la mirada a Rafa y le indicó que la siga. 

Rafa miró a Gabriela durante unos segundos, agradeciendo el atrevimiento de Úrsula. Estaba contento de que su amiga estuviera presente y alentara el coraje que él tenía en tan poca medida en aquella situación. Había entrado en la casa después de ver cómo Tomás buscaba picarle, tratando de desacreditarlo y dejarlo mal delante de todos, como había hecho en muchas otras ocasiones...

La luz de la linterna revelaba una multitud de objetos y trastos que bien podrían haber sido parte de una de sus partida de rol. Pero el olor era lo peor...

— Puajj... — una mueca de asco se apoderó de su rostro al ver aquel pobre animal completamente descompuesto.

Y sin previo aviso, el ruido de algo cayendo provocó que diera un pequeño salto y cerrara los ojos con fuerza.

— Deberíamos salir de aquí... — se reprendió a sí mismo, siguiendo a Úrsula como un títere. — No te quedes atrás, Gab... Subamos... — añadió, preocupado por su amiga siguiendo la estela de Úrsula al piso de arriba.

Gabriela hizo un gesto poniendo el dedo índice sobre sus labios pidiendo silencio. 

Habían escuchado ruidos lo que podría indicar que había gente y por lo tanto podrían escucharles. Por gestos asintió para dar a entender que estaba dispuesta a seguir hacia arriba. Con Úrsula de primera y Rafa de segundo, Gabriela siguió a sus dos compañeros cerrando el grupo. 

Al abrir la trampilla despacio, lo suficiente para asomarse antes de subir, a Úrsula le pareció ver que había alguien más en la casa, confirmando los temores de los pensamientos de Gabriela. Fue una visión fugaz; una figura vestida de negro, acuclillada de espaldas frente a ellos, que acto seguido se levantaba para salir de la habitación, dejando ver en el suelo, en el espacio que había ocupado hacía tan solo un segundo, una caja metálica abierta y un montón se llaves desperdigadas.

—Hay alguien, hay alguien... Aquí... 

Fue lo único que dijo al observar el entorno buscando comprender que sucedía allí y decidida miró a Rafa para que le siguiera los pasos a ella. Iría detrás de él, pero antes se dirigió hacia Gabriela. 

—Coges esas llaves, por algo las dejó ahí en el suelo—comentó y rápido salió tras esa persona. 

Úrsula estaba dispuesta a todo, no solía ser temerosa y cuanto la situación se pusiera más peligrosa, ella de alguna manera sacaba algo de su interior para ir hacia más. Nunca imaginó, menos a esa edad, lo malo que sería a futuro todos estos momentos en los que se expuso durante su infancia, creando heridas presentes para toda la vida. 

¿Aquello era real? Sus ojos parpadeaban nerviosos tras los cristales de sus gafas. La luz de su linterna comenzó a buscar la estela de aquel ¿fantasma? Mientras que Úrsula comenzaba a moverse con rapidez apuntando su linterna a aquellas llaves.

— Espera Úrsula, quiero ir contigo... Pero este loot... Tiene que ser importante, él o ella quería entregárnoslo por algo... Como la quest del otro día...

Rápido comenzó a rebuscar las llaves que aquella cosa había dejado, esperando encontrar algo que le llamara la atención.

Salieron a lo que resultó ser una sucia cocina de muebles desvencijados. Úrsula recorrió la estancia con su linterna, y al ver donde se paraba el foco las piezas del puzle empezaron a encajar en la mente analítica de Rafa, que se había agachado a revisar lo que había en el suelo.

Encima de dónde estaba, la portera de uno de los aparadores colgaba de una de sus bisagras, aun meciéndose con un sonido chirriante. En el suelo, la caja de lata abierta y las llaves desperdigadas bien podían haber sido las causantes del estrépito que habían escuchado en las escaleras - al caer desde lo alto del mueble -. Podría ser que la hubiera tirado quien fuera que habían visto, para después agacharse, coger una de las llaves y marcharse ¿para abrir qué?

Pare averiguar más la única opción que se le ocurría era coger todas las llaves para probar después en las cerraduras que encontraran por la casa. Si lo que habían visto era una persona real faltaría una llave y habría algo que no podrían abrir. Pero si los rumores de que la casa estaba encantada eran ciertos y lo que acababan de ver era un fantasma… ¡Quizás no se hubiera llevado nada realmente, y la llave que la visión había “cogido” aún se encontrara en el montón!

En todo caso la tarea les llevaría mucho tiempo, pero al revisar las llaves hubo una que le llamó la atención. Era una llave de hierro, más grande y pesada que el resto.

Gabriela se quedó atónita intentando procesar lo que acaba de ver.

-Entonces...es cierto. La casa está encantada.

En su mente no cabía otra posibilidad. Un escalofrío le recorrió la espalda. Fuere como fuere, aquella presencia había desaparecido, se había esfumada. No quería hacerles daño, o al menos, no todavía.

-Cuando un alma de un muerto queda atrapada en este mundo, suele ser porque se le quedó algo que hacer en vida y si consigue que alguien lo haga por ella, quedará liberada y descansará ¿y si las llaves y el ruido fueron a propósito para que llegásemos hasta aquí la ayudásemos?