Partida Rol por web

Es verano de 1999, algún tiempo antes de la desaparición de Tomás. Los 5 arcontes están en la parte de atrás del Nido de Cuervo. Han escondido sus bicicletas entre los arbustos y están deseando explorar la casa.

Oyeron que hay una habitación friky repleta de animales disecados y cabezas humanas reducidas. ¡Tenían que verlo!

No estaban seguros de si había alguien viviendo en la casa. Alguien les había dicho que el dueño vivía en el extranjero. Pero también habían oído decir que la casa estaba encantada…

– ¡Vamos miedica!. Mucho sacar monstruos y esqueletos, pero a ver si eres tú el primero en atreverse a entrar en la casa. ¡No hay huevos! ¡Eres un gallina! Siempre protegido tras la pantalla del máster. ¡A ver que haces ahora sin tus dados!  – le gritó Tomás a Rafa. Parecía estar enfadado por algo, aunque no había dicho nada por el camino. Estuvo como siempre, picando a los demás para hacer carreras con las bicicletas, pero al llegar allí le había cambiado el semblante.

Gabriela se quedó mirando aquella construcción durante un instante mientras Tomás lanzaba sus chanzas. Sonrió disimuladamente. Le gustaba ver como Tomás le buscaba las cosquillas al grandullón. 

Pero no iba a permitir que nadie más se le adelantase, así que se acercó a la parte de atrás dispuesta a ser ella la que tomase la iniciativa. Buscaba un acceso seguro al interior. 

-¿Acaso quieres vivir para siempre?-dijo emulando la frase que Valeria le dirige a Conan en aquel el viejo clásico del cine fantástico mientras una sonrisa divertida se dibujaba en su cara-.

Miguel tiró la bici en los arbustos y dio unos pasos hacia la casa que parecía muy alta, incluso para él. Los rumores que contaban sobre ella no le asustaban, no tenía miedo a cuentos de terror, pero sí despertaba en él cierta curiosidad por comprobar los animales disecados y las cabezas reducidas. No entendía cómo se hacían ese tipo de objetos. De pensarlo, un escalofrío recorrió su brazo derecho hasta cosquillear sus nudillos. Por alguna extraña razón, el cosquilleo era punzante y en alguna medida doloroso. Miró más allá de los arbustos. Algunas veces practicaba boxeo con los árboles de cortezas extrañas o que se parecían a la puta de Carlos, pero hoy vino directo. Úrsula interrumpió su visión y los nudillos dejaron de crepitar.

—¿No tienes miedo de los espíritus? —preguntó a la chica, mostrando unos dientes divertidos—. Son blancos, espesos y resisten golpes. Dicen que si nos cogemos de la mano no nos harán daño.

Era mentira, sino una excusa para tomar su mano antes de entrar en el caserón de la muerte. Sabía que esa casa era tan solo unos cuantos maderos y que los embrujos estaban solo en las aventuras de rol. Otras veces, las aventuras de rol que traía Rafa eran muy vívidas.

—¡RAFA! —gritó exageradamente. A veces no controlaba su fuerza, ni para hablar—. ¿Vas a permitir que Gabi entre primero? Jajaja —le pareció gracioso alentarle como lo hacía Tomás. Esperó ansioso su respuesta, ya que algo le decía que su amigo se quedaría atrás.

Con cuidado, Rafa estacionó su bicicleta y aseguró el caballete para no dejarla tirada de cualquier manera, a diferencia de los demás. Ajustándose las gafas reparadas con cinta adhesiva, dirigió una mirada furiosa a Tomás después de haberlo increpado de esa manera. Sentía un profundo resentimiento hacia él y los demás amigos que lo trataban así a su antojo.

Pero no solo tuvo que soportar las palabras de Tomás, también tuvo que escuchar los comentarios hirientes de Miguel y presenciar cómo Gabi se encaminaba hacia la casa misteriosa. Rafa apretó los puños con fuerza, sintiendo una mezcla de rabia y dolor.

—  Estoy cansado de vosotros y vuestras tonterías... Siempre estáis igual, estoy harto... — dijo con voz apenas audible, pero con determinación, mientras luchaba por contener las lágrimas. Buscó desesperadamente la mirada de Úrsula, su amiga, esperando que no soltara ningún otro comentario hiriente como los otros chicos.

Sin esperar respuesta alguna, Rafa salió corriendo, pasando la manga de su sudadera por sus ojos para secar las lágrimas que escapaban. A pesar del miedo que lo invadía, decidió que no permitiría que los comentarios hirientes lo detuvieran. Gabriela ya se encontraba decidida a entrar en la casa, por lo que el Dungeon Master, buscó rápidamente alguna ventana o acceso para adentrarse en ese lugar primero.

—  Gabi, déjame entrar primero, porfa... —  entraría, cerraría los ojos nada más pisar ese suelo y demostraría a esos idiotas que podía enfrentar cualquier desafío que se les presentara. Eso si el miedo no le paralizaba antes... Que era lo más probable.

Más distraída de lo habitual, Úrsula se encontraba allí frente al sitio en cuestión. Incluso arrugó la nariz y su ceño se frunció cuando escuchó a Tomás meterse con Rafa, eso no estaba bien y la niña odiaba las diferencias. Toda su existencia luchando con ellas, no lo iba a permitir de nuevo y para colmo, Gabriela que sonríe y le divierte. 

—No lo vuelvas a hacer porque te arrepentirás, a mi amigo no se le trata mal, ni se le burla— amenazó a Tomás, y eso que se llevaba bien con él —. Me lo respetas si no quieres que te patee el trasero. 

Justo cuando se estaba subiendo un poquillo, se encontró con la mirada de Rafa y le dió a entender que siempre estaría para él. Lo protegía y cuidaba un montón, nada le pasaría si la niña estaba cerca. Aunque esos aires de amazona, siempre si personaje en Dungeon & Dragon's, hizo que ante las palabras de Miguel, toda esa actitud de guerrera se esfumara en segundos. Solía dejarla medio callada, tonta. 

—No, no le tengo miedo. Podemos con ellos—dijo con certeza y al sentir la mano de Miguel, se ruborizó muchísimo —. Miguel... 

Susurró entre dientes y vio a su amigo adentrarse, Gabriela iba a su bola como siempre, no le sorprendía. Pero tampoco quería que Rafa lo pase mal, así que tironeo del grandulon y se colocó delante de sus amigos. 

—Nosotros entramos primero, tu Rafa detrás de mi. 

Era la mejor manera, como en la mazmorras. 

– ¡Marica el último! – gritó Tomás, divertido ante el conflicto que había provocado en sus amigos.

Gabriela, que había sido la primera en lanzarse a la aventura, probó la puerta de atrás, pero estaba cerrada… Tal vez pudiera intentar forzarla con algo, pensó. O simplemente romper una de las ventanas.

Rafa empezó a buscar por otro lado acompañado por Úrsula y Miguel, y también por Tomás que le seguía los pasos mirándolo con una sonrisa siniestra… – ¡Busca Tobi!, busca – le dijo con malicia.

La entrada principal – a la que se accedía por unas escaleras que daban al porche –  también estaba cerrada. La puerta parecía pesada, con un ventanuco de cristal por el que difícilmente podrían entrar si conseguían romperlo. Sobre ella había un cartel que rezaba “Bienvenidos”.

Probaron también el acceso al sótano, pero estaba bloqueado por unas gruesas cadenas oxidadas. La cadena no estaba muy apretada, tenía cierta holgura, pero las puertas dobles apenas se separaron unos centímetros.

Al probar la entrada al sótano Rafa se dio cuenta de una cosa, cerca de esta había una trampilla medio oculta por los arbustos. Ya había visto algo así, se utilizaban para meter el carbón o la leña directamente al sótano. ¿Estaría abierta? pensó, pero antes de probarlo se dio cuenta de que Tomás no le quitaba ojo de encima, con esa sonrisa socarrona suya. Estaba seguro de que si decía algo este intentaría impedir que entrara el primero.

Ante los comentarios de Tomás, seguidos de los de Miguel, la respuesta de Rafa le pareció exagerada. Estaba claro que para Miguel estas bromas se hacían entre amigos y de otra manera tendrían un encuentro para comprobar quién es el más gallito. Al descubrir la reacción de Úrsula, Miguel se aguantó compartir unas cuantas bromas más, para no provocar la pérdida de la mano que acababa de tomar.

Con una sonrisa y unos silbidos a modo de desahogo, observó el caserón, buscando una forma de entrar en la misteriosa casa. Todo estaba bloqueado, a pesar de que el irónico cartel les invitaba a entrar.

—¡Esto es una mierda! —exclamó Miguel, golpeando con fuerza la puerta principal con su puño cerrado—. ¿Quién se cree que somos, Superman? ¡No vamos a pasar por ahí, ni aunque rompamos el maldito cristal!

Miró a sus amigos, en especial a Tomás, buscando alguna respuesta. Tomás parecía saber algo más, pero no se centró en buscar respuestas utilizando el diálogo, como hacían los perdedores. Bajó de nuevo las escaleras del porche y agarró del suelo algún palo duro que resistiera los golpes. Volvió a mirar a Tomás y apretó fuertemente su nuevo bate. En este momento no tuvo más remedio que soltar la mano de Úrsula

Entonces, se acercó al acceso del sótano e hizo palanca con el pequeño hueco que dejaban las cadenas oxidadas que bloqueaban el paso. La holgura de la cadena podría ser una oportunidad para ellos. Sus músculos se tensaron.

—Romperemos estas cadenas oxidadas. No tenemos otra opción.

Notaba aquellos ojos clavados en su nuca mientras seguía buscando una entrada en aquel siniestro lugar. Era un amasijo de nervios y al mirar de reojo a Tomás sentía como su sonrisa se alargaba, aflorando ese malestar en el joven dungeon master.

Su mirada, tras los cristales de sus gafas, buscaban una entrada al interior de aquella casa. Su sexto sentido le decía que habría algo que hacer, por mucho miedo que tuviera y rápido lo vio. Sin decir nada se giró a Úrsula, sabía que era muy cercano a Miguel, el grandullón del grupo, pero con este liado en utilizar la violencia para entrar, el empollón sabía que tendría vía libre para acercarse a su amiga.

— Si tantas ganas tenéis de entrar, podrías ayudar a... A Miguel... Tomás — no le miró a la cara, demostrando que aquel comportamiento que tenía su amigo le incomodaba y hacía sentir mal. 

— Úrsula... — le llamó la atención entre susurros. — Creo que eso es una entrada... ¿Me ayudas? — señaló la pequeña trampilla medio oculta por la maleza. — Se utiliza para meter carbón o leña al sótano — esperaba que su amiga le apoyara por si Tomás hacía alguna otra estupidez para meterse con él.

—Tranquilo, Miguel. 

No dijo mucho más, solo le dio un tirón con su mano para que se calme un poco y ya cuando vio la entrada con las cadenas, alzó una ceja. Su amigo seguro podría romperla con facilidad gracias al bate, así que lo dejó ser y de paso descargaba esa furia que al igual que ella, tenía siempre encima. En ese sentido eran muy parecidos, así que lo apoyó en eso. Sólo que su atención lábil se desvió hacia Rafa y en cuanto le pidió ayuda, rápido fue a su lado. 

—Venga, vamos juntos—dijo con una sonrisa, ella no tenía miedo—. ¿Quieres abrirlo y yo me meto? ¿Cómo hacemos Rafa?

La chica estaba dispuesta a ingresar con él por ahí, incluso desvió la mirada hacia Miguel para hacerle ver que quizás el mejor camino era el que le había dicho su mejor amigo. 

Los ojos de Rafa se iluminaron unos segundos al ver que Úrsula no seguía las tonterías de Tomás. Tras varios segundos hinchó sus mofletes pálidos y negó con la cabeza.

— Ayúdame a entrar... — su mirada nerviosa se fijó en Miguel y Tomás, mirando por último a Gabriela, notándose como a la chica la miraba diferente. — Tengo que... Entrar primero... No soy ningún gallina... — en la voz del pelirrojo se notaba en demasía ese sentimiento de temor.

Es verano de 1999, algún tiempo antes de la desaparición de Tomás. Los 5 arcontes están en la parte de atrás del Nido de Cuervo. Han escondido sus bicicletas entre los arbustos y están deseando explorar la casa.

Oyeron que hay una habitación friky repleta de animales disecados y cabezas humanas reducidas. ¡Tenían que verlo!

No estaban seguros de si había alguien viviendo en la casa. Alguien les había dicho que el dueño vivía en el extranjero. Pero también habían oído decir que la casa estaba encantada…

Los Arcontes habían llegado por primera vez al imponente "caserón encanado", cuya torre se recortaba bajo el cielo nublado. Los chicos habían corrido a buscar una entrada, azuzados por Tomás y sus dardos en una competición por entrar los antes que los otros. Gabriela había sido la primera en buscar la manera de acceder, corriendo a la parte de atrás. Miguel, con un palo, intentó forzar la cadena que bloqueaba las puetas del sótano. Empeñó todas sus fuerzas, parecía que las cadenas fueran a vencer, pero el palo no era tan fuerte y se rompió con un estruendo. Seguido de la risotada de Tomás.

– Anda grandullón, ¡mucho músculo y poco cerebro! – de mofó – vamos por ahí a ver si encontramos algo metálico.

A todo esto, Rafa había encontrado una entrada y avisado a su amiga. Estaban a punto de entrar, cuando apareció Gabriela.

Miguel puso su peor cara de odio hacia Tomás y luego la relajó de inmediato al darse cuenta de que en la entrada había un coche.

—¡Flipa! ¿De quién es? Pero si este caserón está abandonado, ¿no? ¡Vamos!

El chico avanzó de dos zancadas con una alegría genuina en combinación a su anaranjado pelo y examinó el coche desde todos los ángulos. De mayor quería cabalgaría uno de estos monstruos a su medida y sería dueño de la carretera, igual que se sentía dueño del camino cada vez que montaba su bicicleta.

—Yo miraré la delantera, tú bájale las bragas —dijo a su amigo Tomás, que le acompañaba en comprobar la preciosidad.

Seguidamente abrió el capó del coche y, aunque no sabía mucho lo que estaba mirando, se atrevió a meter mano. Sería la primera vez que sentía los huecos internos de la maquinaria y podría ser la primera vez en montar una. Luego miraría en el interior del coche a través de los cristales.

Gabriela arrugó la nariz cuando vio a sus dos compañeros acercarse al coche desconocido. Sintió el impulso de gritarles para que no se acercaran pero se dio cuenta de la tontería que sería antes de que sus labios articulasen palabra.

-La lían, estos dos la lían-pensó para sí-.

Pero no había ya nada que pudiese hacer. salvo agarrar por el brazo a Rafa para que no fuera tras ellos, cosa que haría tan pronto como pudiese. Por lo demás, se quedaría vigilando por si se acercaba alguien mientras rogaba porque Miguel no se dejase llevar por sus instintos más primarios y rompiese el cristal del coche. 

Notó como Gabriela le agarró del brazo para que no siguiera los pasos de Miguel y Tomás, aunque no lo tenía ni contemplado. Por suerte el director de rol había encontrado una trampilla medio oculta por la maleza que ninguno de ellos se había percatado y ahora con Tomás atento al coche era su momento de entrar y demostrar que no era un gallina.

— Tengo que... Tengo que entrar primero... — comenzó a arrastrarse para entrar por la pequeña trampilla pidiendo ayuda con la mirada a Úrsula. — Os abriré desde dentro... Si eso haré... No entres Gabriela... No... No sabemos qué hay dentro...

—Gabriela, aléjate—dijo algo molesta Úrsula—. Entraré contigo, en las buenas y en las malas amigo. 

Y sin más, siguió los pasos de Rafa. Sabía que los asuntos entre Miguel y Tomás podían resolverse solo, el grandulon era más fuerte que nuestro otro amigo. Además, la curiosidad de la pequeña era más incesante que ir a defender a alguien que podía hacerlo solo. 

Estaba muy decidida a seguir los pasos de Rafa, y eso hizo adentrándose por el hueco que observó su amigo.