Partida Rol por web

His Last Hope

02 - Las locuras de Tomás

Cargando editor
18/11/2022, 12:03
Director

Es verano. Hay cinco miembros en los Arcontes; Miguel, Úrsula, Rafa, Gabriela y Tomás. Tenéis doce años y las vacaciones estivales casi han terminado. El verano ha sido cálido y divertido. Los Arcontes habéis participado en multitud de aventuras y no os habéis metido en muchos líos… con algunas excepciones por supuesto.

Cargando editor
20/11/2022, 00:16
Miguel

Miguel solía pasar más tiempo en calle que en casa; siempre iba con su estilo militarizado, aunque fuese un día caluroso. Le encantaba sentir el sol pegar en su piel tras el mediodía, cuando ningún alma se veía fuera de su refugio. El barrio era todo suyo, de su propiedad. No hacía falta ese momento del día para sentirse el jefe de cierta manera, ya que se imponía ante los otros chavales con sus dos puños por delante. Por algo le llamaban «el gallito», porque no se achantaba con ninguna pelea, y cuando se lo merecían dejaba un rastro de sangre tan brillante como su cabello.

Había otro chaval con quien coincidía a menudo, Tomás. Él tampoco se achantaba. No de la misma manera que Miguel, sino con una sonrisa guasona. La imaginación era su poder, un mago de las palabras, en comparación a carente vocabulario de Miguel. Le consideraba teniente de la calle y le forzaba a saludar como era debido. Nunca le falló, por eso aguantaba alguna que otra risita. Había algo en él, igual en todos los Arcontes, que le impedía excederse con su particular manera de tratar a los niños del barrio; quizás temiese perder al grupo, porque sin ellos no sería más que un lobo solitario.

Una de las excepciones fue aquella vez a mediados de verano. Tomás sabía que el gallito se moría por tener en sus manos la colección de figuritas de la infantería alemana en la II Guerra Mundial, postrado en el escaparate de la juguetería. Lo había adivinado por las numerosas veces que a Miguel se le hacía la boca agua al pasar por allí.

"¡Adelante valiente luchador! ¡Entra en la guarida del del conejo y reclama el tesoro que te pertenece; el teniente distraerá al dragón que lo custodia!"

Miguel se lo pensó, lo deseaba. Entraron en la tienda e hizo el amago de llevarse su tesoro, pero no pudo. No tuvo el valor de robar una colección tan valiosa. No era tan gallito como parecía. Por si fuera poco, el sonriente Tomás conocía ese desliz. El temor a perder su estatus hizo fuerza en sus brazos y apuntaron hacia su amigo. Tomás juró no contarlo. Al día siguiente, la colección apareció por arte de magia en la puerta de su casa y con ella una nota, era la letra de Tomás:

¡Lo sabía, Almirante General! La clase luchador te queda corta. ¡Tienes madera de bárbaro! En serio, considéralo, como sigas creciendo quedarás larguirucho como un naga. ¡Necesitarás rellenar la armadura con carne!

Disfrutó del juego como un enano. Además, esa noche probó a levantar peso y sintió el mayor placer de su vida, el esfuerzo físico conseguía liberar la frustración sin necesidad de romperse los nudillos. Las ideas de Tomás eran tan chocantes como grandiosas. No todo podía salir perfecto, ya que la tienda denunció la desaparición del juego, casualmente en posesión del chico que tantos remilgos se veían a través del escaparate. Le tocó pagarlo de todas maneras a base de trabajo voluntario en aquella tienda. Tomás se la lio aquella vez, pero no importó, había ganado otra pasión que se convertiría casi tan potente como su obsesión por el ejército.

Cargando editor
21/11/2022, 08:54
Gabriela

Tomás y Gabriela regresaban a sus respectivos hogares desde el Nido del Cuervo. Era una tarde fría y neblinosa de noviembre, y caminaban con los hombros encogidos y las manos en los bolsillos de los abrigos, charlando sobre sus temas de conversación habituales: el resto de Arcontes, la música que escuchaban, el instituto y la partida de Rolemaster en la que la hechicera que encarnaba Gabriela estaba a punto de subir de nivel después de varias semanas jugando cada día.

Atajaron por la calle tras los juzgados: era una vía estrecha, peatonal, que descendía en una pendiente pronunciada entre dos bloques de edificios hasta la vía principal del pueblo.

—Hey, Gabi — dijo Tomás — Mira eso.

Al estar levantado sobre una pendiente, lo que en la fachada principal eran una gran puerta de entrada y ventanales, en la parte trasera eran unos ventanucos alargados a ras de suelo. Normalmente estaban cerrados, pero aquella tarde uno de ellos estaba abierto. Sin duda estarían a la altura del techo de la habitación a la que conducían.

—Seguro que tienen las fichas de los asesinatos, y todo eso - dijo, excitando la imaginación de la joven — Molaría verlo, ¿qué no? ¿Te atreves?

Claro que se atrevía. Su amigo conocía bien a Gabriela, y su interés por las historias morbosas y truculentas. Y entrar a un lugar prohibido era especialmente atractivo para un par de adolescentes.

Se ayudaron de un poste de madera para trepar a lo alto de la reja, y saltaron al interior del recinto. Los ventanucos medían cerca de metro y medio de ancho, y un metro de altura: tanto Tomás como ella eran lo bastante menudos como para pasar a través del que estaba abierto, y Gabriela deslizó su cuerpo delgado para, a continuación, descolgarse hasta la habitación.

El lugar estaba a oscuras, e incluso más frío que el exterior; Gabriela ayudó a descender a Tomás, y encendió un encendedor para poder ver: era una habitación llena de estanterías de metal colmadas de carpetas de cartón, desde el suelo hasta el techo. Un archivo.

Encendieron la luz y, entre risitas ahogadas, se pusieron a curiosear: para decepción de Gabriela, sólo se trataba de asuntos civiles menores y temas administrativos dentro del juzgado sin el menor interés. Frustrada, decidió seguir cotilleando y se dirigió a la puerta de la sala. Al abrirla, encontraron un pasillo, y se quedaron paralizados cuando al otro lado se encendieron las luces. Luces y voces: "¿Quién anda ahí? ¡He llamado a la policía!".

Los corazones de ambos se pusieron a cien: volvieron a la carrera y treparon por una de las estanterías para llegar hasta la ventana. Con el peso, la estantería cedió, provocando un enorme estruendo fruto del metal golpeando contra el suelo y los kilos de papeles desparramándose. Ya en el exterior, Gabriela colocó las manos para que Tomás pudiera trepar. El chico la miró contrariado.

—¿A qué coño esperas? — urgió ella — ¡Venga! ¡Sube!

Tomás obedeció, y se encaramó a lo alto de la reja; cuando ya estaba arriba le iluminaron unas luces azules destelleantes, y él estiró el brazo en dirección a Gabriela, tendiéndole la mano. No les iba a dar tiempo, y ambos lo sabían.

— ¡Corre! — dijo ella, retrocediendo, llorosa — ¡Vete, joder!

Tras un instante de duda, Tomás saltó al otro lado y echó a correr calle a bajo. Casi de inmediato los haces de las linternas enfocaron el cuerpo menudo y flaco de Gabriela.

No habían roto nada, y la cosa quedó en una severa reprimenda. Gabriela negó por activa y por pasiva que alguien la hubiera acompañado en su intrusión, así que a Tomás no le ocurrió nada: ella tuvo que pedir disculpas al vigilante y ayudar a limpiar el polideportivo municipal durante varias semanas. Lo peor fue que sus padres le castigaron tres meses, así que tuvo que pedirle a Rafa que "penejotizara" a su hechicera hasta que volvieran a dejarla salir.

Ella había temido unas consecuencias incluso peores, pero no le importaba cargar sola con la culpa: sabía que en el hogar de acogida de Tomás le hubieran molido a golpes, o incluso le habrían mandado de vuelta a un centro de menores. Era su amigo: no podía dejarle tirado. No podía permitir que le jodieran así.

Al acordarse del episodio, Gabriela no podía evitar preguntarse en qué momento habían dejado de cuidar así el uno del otro.

Cargando editor
21/11/2022, 09:00
Gabriela
Sólo para el director

Algo más ocurrió aquella tarde, entre Tomás y Gabriela. De camino, antes de llegar a los juzgados, ella le había confesado que estaba enamorada de Rafa.

Gabriela nunca dijo que Tomás había entrado con ella en el edificio: ni siquiera a los otros Arcontes. Él también guardó su secreto. Fueron dos temas de los que nunca volvieron a hablar.

Cargando editor
21/11/2022, 16:25
Rafa

Rafa estaba tirado sobre su cama con sus pies descalzos colgando sin llegar a tocar la moqueta de su habitación. Los meneaba frenéticamente como si él mismo fuera el protagonista del cómic que estaba devorando y estuviera devolviendo las patadas. Era la última grapa que había salido, en la que derrotaban al villano de turno. El pc de su escritorio seguía encendido con el juego pausado, quedando en un segundo plano en aquella tarde calurosa de verano.

No tenía ganas de salir, era cierto que el verano había sido más o menos tranquilo junto a sus amigos. Partidas de rol, excursiones al río, incluso alguna noche trasnochando en su sótano viendo alguna película de terror. Pero aquellos idiotas que le jodían en el colegio también habían sido participes de su verano, siendo la última vez hacía escasos días.

Rafa volvía de Nido de Cuervos y aquellos imbéciles le habían empezado a increpar. Por desgracia para Rafa, se revotó empujando a Carlos, el líder, tal y como le había dicho Miguel. Pero el resultado no fue el deseado y lo que se llevó fueron grandes golpes con la lata de los dados, que no cesaron hasta que le abrieron una ceja con ella.

— DING-DONG — el timbre de su casa resonó con fuerza haciendo que Rafa resoplara y colocara el comic sobre su cara esperando que quién fuera desistiera y se marchara. Pero no, el timbre seguía sonando con más insistencia.

Rafa enroscó el comic y lo guardó en el bolsillo de atrás de su tejano tras ponerse sus deportivas blancas. Llevaba puesta una camiseta de interior de tirantes, enseñando sus finos brazos paliduchos y el pelo rojizo despeinado dándole una imagen de recién levantado.

— Tomás, ¿Qué pasa? Hemos quedad más tarde… — dijo al ver que el que insistía con el timbre era su amigo.

El chico comenzó a explicarle que se había enterado de que el líder de aquellos matones y artífice de sus desgracias, Carlos, había quedado con una chica cerca del río y que sería una desgracia que la cesta de huevos que tenía en su brazo cayera en su cabeza.

— No Tomás… No me meteré en más líos con esos sin cerebro… Ya le hice caso a Miguel y mira que me llevé… — señaló la tirita que ocultaba los dos puntos de sutura de la ceja.

Tomás insistía, incluso de un tirón de la camiseta le sacó de la protección de su casa cerrando la puerta tras de él. Ya estaba fuera y por suerte o desgracia para Tomás, Rafa era un chico algo influenciable, eso, y que el poder de convicción que tenía Tomás era admirable.

— Maldito pícaro… — maldijo sin dejar de seguir los pasos de su amigo. — Espero que valga la pena y no nos pille…

En pocos minutos ahí estaban los dos amigos, escondidos tras un arbusto espiando a Carlos con aquella chica. El matón no se había percatado de la presencia de ambos e intentaba meter mano a la chica que se negaba en rotundo.

Tomás le hizo un gesto muy fácil de entender a Rafa. Era el momento para tirarle los huevos podridos, aprovechando que la chica se había apartado algo. Rafa miró unos segundos a Tomás y agarró uno de los huevos, asintiendo con la cabeza. Se sentía grande y fuerte, lleno de valor junto a Tomás.

Y los huevos comenzaron a caer sobre Carlos, llenándolo de huevo por completo. Los gritos sonaban por todo el bosque mientras Rafa seguía lanzando huevos entre risas al ver la reacción del matón.

Al mirar la posición de Tomás para reír se dio cuenta que no estaba, ya había huido del lugar, dejando la cesta de huevos y, por supuesto, a Rafa. El pelirrojo notó un miedo atroz mientras se colocaba las gafas y veía como Carlos se acercaba a su posición. Rápido busco su inhalador ya que sabía que tenía que correr, dándose cuenta de que no lo llevaba encima.

Su corazón iba a mil mientras corría entre los arboles buscando a Tomás. Un corazón que se paró en seco al darse cuenta que el cómic que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón se le había caído en la escena del crimen. 

Por desgracia, Carlos captó que el cómic era de Rafa al toque y uno de los participes de aquello. Unos días después del asunto de los huevos, el pelirrojo con gafas se tuvo que comer y tragar las hojas de las historietas de su superhéroe favorito, una por una antes de recibir una buena paliza. Pero no abrió la boca para delatar a su amigo...

Cargando editor
21/11/2022, 17:25
Úrsula

Aquel día llovía a cántaros y no había forma de salir sin empaparte entero, lo cual no sería malo si la situación fuera diferente. El asunto es que Úrsula estaba muy triste, quizás el mismo clima se puso de acuerdo con su estado de ánimo, considerando que tenía el labio partido y un ojo morado. Estaba claro que no había sido un accidente, no cuando se pudo ver qué su ropa se veía rota y como no quería otro problema en casa, intentó ser invisible para un padre borracho que su mayor atención era la televisión. 

El hecho pasó a mayores en su colegio aquel día, siempre era revisarle la mochila, lanzarla al cesto de basura. Quitarle su almuerzo o incluso las populares del Instituto le decían que era una vagabunda por tener siempre la misma sudadera, entre otros insultos más despectivos o dolorosos. Solo que esta vez todo creció de golpe y sin previo aviso, considerando que no tuvo mejor ocurrencia que empujar a la reina de las chicas, en si la novia de Carlos y tras hacerla caer al suelo de bruces, quedó en ridículo delante de todos con sus braguitas expuestas. Algo que en su momento a la joven le encantó, se había impuesto, vengado contra quién le hacía la existencia imposible, pero como todo las consecuencias fueron a peor. 

Los días subsiguientes a ese evento, Miguel la escudaba ya que estaba al tanto y Tomás junto a Rafa, lo mismo. Si bien ya había pasado tiempo, no tuvo mejor ocurrencia que confiarse debido a la calma adquirida y esto fue lo peor que pudo haberle pasado a la pequeña Úrsula. Y por ello ese maldito día le dijo a sus amigos que no la acompañen, que ya pasó todo y no existía un peligro como tal. Todo estaba normal, nadie se había metido con ella durante ese tiempo y se respiró un poco de paz, por muy efímera que fuera. 

Pero no, la venganza a ello la esperó a dos cuadras de su casa cuando tras haberla seguido, descubrieron en dónde vivía y la paliza que le dieron, nunca más la olvidó. Si bien Úrsula no sé defendió de la misma, si que guardó en su mente cada golpe, cada patada, pisotón e incluso los insultos que se soltaron ese día hacia su persona. Ella podía ser impulsiva, tenía sus reacciones y aún así, con toda la violencia que había en su casa, se acostumbró a soportar el daño. Lo cual, podía ser tan bueno como malo porque la rompía entera, por mucho que en ese momento no lo supiera. 

Y así fue cuando apenas se levantó de todo aquello, padeciendo el temblor en sus piernas y el escozor de los moretones que eran mil agujas en su cuerpo, debido al fuertísimo dolor que sentía. Lo bueno es que al ser una sombra para el mundo y más para su casa, entró con cierta rapidez solo para encerrarse en su cuarto. Necesitaba llorar, gritar sin voz y odiar todo lo que pasaba en su vida. Se veía así misma muy débil, vulnerable y expuesta. 

En medio de toda su crisis escuchó el sonido de una piedra contra la ventana y pensó que se trataba de Miguel o Rafa, eran los que solían llamarla así, Gab tenía otros métodos. Al principio no quiso ir a mirar, tenía vergüenza, se sentía humillada y lo peor es que ella le dijo a sus amigos que no era necesario cuidarla, cometiendo un error que no quería siquiera revisar. Era su culpa. El asunto esa persona en el exterior insistió tanto, hasta que se asomó finalmente y al descubrir de quién se trataba, sonrió apenas para fingir lo evidente. Era Tomás, su salvador ocasional. 

—No hace falta, lo sé. ¿Y si te digo que tengo una forma de que puedas cobrarte eso?—dijo en un tono decidido, convincente —. Un Arconte no se rinde ante la primer batalla y eres nuestra amazona, sabes cómo ganar ésta. 

De alguna manera debido a la necesidad imperiosa de recuperar su orgullo, ese discurso la motivó y como pudo bajó por la ventana para que su padre no le eche la bronca o le pregunte que pasó. No quería más golpes por hoy, eso lo tenía claro. Lo bueno es que durante todo el camino le comentó todo el plan que tenía. Carlos iba a clases particulares porque le estaba yendo fatal en Matemáticas y pese al día horrible que hacia fuera, debía asistir o la madre lo mataba. Era una persona contra Úrsula y Tomás, no cinco contra ella y sería por fin un verdadero acto de justicia. 

Esto la emocionó en demasía, considerando toda la bronca que se traía por dentro y en cuanto Tomas le ofreció una distracción en medio de aquella acera por dónde caminaba aquel chico, Úrsula dió el primer puñetazo de su vida. Si, uno muy fuerte, tanto que lo sentó de culo. Había sentimiento en ese golpe, tanta bronca acumulada por el abuso que fue con toda esa energía y el impulso un crítico con el d20. Algo que claro, hizo llorar a Carlos mientras Tomás se reía ya decidido a coger la mano de su amiga y así, irse con la satisfacción de una venganza consolidada. 

—¡Un triunfo para los Arcontes! — gritó Tom. 

Aquello fue bueno, aliviador y sintió que no siempre todo tenía que ser hacia un lado. Que se podía enfrentar un miedo mayor en el momento justo, como diría aquel amigo: "estrategia pura, un movimiento preciso y cuando menos lo esperas, tu flecha ahí está Úrsula". Pero como todo, las consecuencias recayeron sobre ella cuando la profesora de las clases particulares de aquel pequeñajo vio desde la ventana la escena y convirtió a la pareja de chicos en dos abusones por desgracia. ¿Quién podía decirle lo contrario? 

Esto terminó en un castigo mayor en su casa y en Instituto, aunque no le importó. ¡Le había pegado a Carlos!

Y eso valió por todo lo demás porque una amazona, jamás se rinde. 

Notas de juego

Móvil.