Partida Rol por web

No ha tenido una buena entrada, es decir... su primer dia y sucede esto? Giesie no se torna muy cómodo don la situación... a demás, donde estaba el?...soo veremos a su asistonta?..digo.... asistente...
 

pues Reverendo... mi madre enviudó y mis hermanos y servidor nos pusimos a trabajar en nuestra granja, de Sol a Sol hasta caer desfallecidos, bien sabe Dios la de penurias que pasamos para poder comer y pagar deudas, ahora quiero una buena mujer, un hijo que criar y un pueblo tranquilo y ccrea me si le digo Padre que le ayudaría a tranquilizar a este pueblo entran  ehm intranquilo pueblo....., eso.

El hombre escuchó la respuesta de la camarera, valorando aún hasta dónde estaba dispuesto a pedirle. Con que uno de los se pusiera en peligro era suficiente. De modo que cuando ella le preguntó de manera tan directa la observó durante un par de segundos, emitió un suspiro, y habló con voz cansada y una familiaridad ganada con el paso de los años.

- Así es. - Confirmó. - Tengo la sensación de que la gente aquí nos necesita. A ti y a mí. Muchos van y vienen, nosotros hemos permanecido constantes en este sitio durante ya bastante tiempo.

- Lo que quiero decir es que no te necesitan sólo por servirles bebida y darles un sitio donde jugar. Eres, bueno... - Dijo con una sinceridad poco inusitada en él. - La que confiesa a aquellos que se me escapan. - Bromeó antes de hacer una pausa y darse cuenta de que quizá se estaba pasando en el melodrama.

- Perdona. - Se disculpó de inmediato. - Con todo esto las cosas se están yendo de madre. Los demás no lo saben, pero lo de El Ravenger no ha sido el único ataque esta noche. - Comentó mientras se desabotonaba la chaqueta, dejando ver una mancha de sangre empapando la parte derecha de su camisa.

La forma que tenía la supuesta salvaje de hablar llegó al reverendo más profundamente que muchos de los supuestamente civilizados. Sus ganas de ayudar parecían sinceras, y eso era lo importante.

- Sé que no puedo disculparme por lo que otros han hecho. - Comenzó. - Pero es cierto: habéis sufrido mucho por nuestra culpa, y lo siento. - Aseguró mirándola a los ojos, esperando que entendiera que eso quedaba para él por encima de la religión o cualquier otra cosa.

- De hecho... No quiero asustarte. - Empezó después, intentando ser suave, al darse cuenta de lo que implicaba lo que estaba pasando para alguien como ella. - Pero ¿sabes a quién echarán la culpa si los del a Pinkerton o cualquier otro acaba por convertir esto en una masacre, verdad?

- Tienes razón, muchacho, tienes razón... - Respondió Strong, pensativo, antes de quedarse observándole un par de segundos.

- ¿Qué es lo que te incomoda, Giesie? - Preguntó entonces de manera directa a la par que amable.

Después del último aporte de Francis el reverendo miró hacia el frente durante algunos segundos, reflexionando sobre sus palabras. Luego le dirigió una mirada amable antes de hablar con voz suave, como si fuera una reprimenda suave.

- Pues enardecer a la gente contra la pielrroja no es tranquilizar a la gente, Francis. - Negó antes de permanecer callado unos segundos. - ¿Sabes lo que pasa cuando hay forajidos en un pueblo como este? Que la gente que queremos está en peligro, y lo está más cuanto más tardan en cogerlos. Debes pensar antes de actuar o muchos saldrán heridos.

El ceño de Maybelle se frunció al escuchar al hombre y durante algunos instantes permaneció en un silencio pensativo, tan sólo interrumpido por el leve sonido de la brasa del cigarro al quemar el papel con cada calada que la joven daba. 

Cuando sintió el calor acariciando las yemas de sus dedos dejó caer la colilla y la pisó con el talón de su bota saliendo de su ensimismamiento. 

- Sospecho que usted no es de los que se rinden fácilmente. - Dijo, volviendo a mirar al sacerdote con seriedad. - Y también sospecho que no ha sido siempre un hombre de Dios. Tiene pinta de saber sacarse las castañas del fuego, ¿me equivoco? - Preguntó mientras sus ojos se dirigían por inercia al lugar donde había visto al hombre llevar su mano cuando la escuchó entrar. - Tengo la impresión de que guarda más de un as bajo las mangas de su sotana. - Terminó, haciendo un gesto con la mano que dejaba traslucir que hablaba metafóricamente, pues a la vista estaba que el reverendo no vestía esa prenda. 

Francis  mira atónito a párroco,  Padre no se ofenda pero que hombre de bien aatacaría a un negro con un hacha?  Bien sabido es que los negros muerden y pegan enfermedades de las que te vuelves loco y matas a cristianos.

Adam Strong aguardó en un silencio cómodo, reflexionando sobre sus cosas, hasta que la mujer volvió a hablar. Si no lo hubiera vuelto a hacer tampoco le habría importado, pues por su parte las cosas estaban más o menos claras y él no era el tipo de persona que necesitaba llenar el espacio con palabras sin sentido. Ya hablarían cuando llegase el momento.

Y cuando ese instante llegó, el reverendo escuchó a la mujer con calma. No sabía si sentirse molesto por su manera de meterse en todos los lugares en que no era llamada, como el asunto de Ella, o sentirse agradecido por poder hablar con libertad. Aplazaría esa decisión - pues no era más que eso - hasta más tarde. Por el momento vería adónde llevaban los acontecimientos.

- Nadie ha sido sacerdote toda su vida.- Señaló. - Y usted no es la única que perdió a su familia. - Comentó apartando la mirada y dirigiéndola a la ventana. Al oír sus siguientes palabras, tras pensarlo un instante, comenzó a remangarse la chaqueta y la camisa para mostrar sus brazos desnudos.

- Le aseguro que no oculto nada. - Dijo con franqueza, sin apartar la mirada de la calle, aprovechando ese momento para detenerla en el cadáver de la mujer que se encontraba aún allí. - Pero eso es sólo cuestión de tiempo, supongo.

El reverendo Adam Strong sintió su sangre calentarse cuando Francis dio esa respuesta, pero no dijo nada. Sabía que esa era la forma de pensar de la mayoría por aquí, y estaba acostumbrado... Pero en momentos como ese le enardecía más que nunca.

Lentamente comenzó a desabrocharse la chaqueta mientras se acercaba al vaquero, mirándole fijamente. - Dime, Francis. - Enunció sin detenerse, masticando cada sílaba. Podía verse el enfado en su rostro, aunque estaba claro que no iba dirigido a Prescott. - ¿Qué hombre de bien atacaría a un sacerdote? - Preguntó, revelando ahora que se había desabotonado la chaqueta una camisa manchada de sangre.

La mujer siguió la mirada del sacerdote mientras respondía tan sólo con una ceja enarcada a su gesto de mostrar los brazos desnudos. Como si eso demostrase nada. Apostaría en ese mismo instante a que las manos de ese cura estaban tan manchadas de sangre como las suyas. Y no tendría ningún temor a equivocarse. Al fin y al cabo ya estaba ocultando algo a los ojos de sus convecinos: a la señorita Watson.

- ¿Espera tener que ocultar cosas pronto, padre? - Preguntó con la sombra de una sonrisa sobrevolando la comisura de sus labios.

Al devolver sus ojos al interior de la caseta y ver la amenaza de una sonrisa en los ojos de la pistolera el reverendo Strong estuvo a punto de liberar una carcajada. Sin embargo se contuvo y simplemente se encogió de hombros.

- Bueno, no creo que la señorita Jessy Gang vuelva a necesitar sus pistolas. - Le dijo. - Cuando la noche caiga me acercaré a darle una extremaución con cierto retraso, y veré qué nos puede ofrecer como pago por ella. - Comentó con cierta ironía. - A ella y quien la señora de la Pinkerton se cargue. Porque eso es lo que va a suceder.

Al escuchar la revelación del sacerdote, la sonrisa terminó por instalarse en los labios de Maybelle. - Ya veo. - Dijo sencillamente, con un brillo divertido en la mirada.

- Sí, me temo que esa mujer es aún más peligrosa que el sheriff. - Añadió después. Se quedó pensativa un instante de nuevo antes de decir algo más. - Usted es del pueblo, conoce mejor a sus habitantes que yo. Dígame, padre, ¿a quién cree que deberíamos entregar a esa mujer? Ese hombre... Prescott. El que acusó a la piel roja. ¿Cree que podría estar tratando de desviar la atención?

La camarera escuchó las palabras del reverendo en silencio, asintiendo ante ellas. Era cierto. Estar al otro lado de la barra durante todos esos años le había dado mucho conocimiento sobre Bala Dorada, sus habitantes, y el mundo en general. Muchas veces las personas se olvidaban de que quien sirve la comida también es humana y tiene oídos con los que escuchar. Cuando Adam Strong le enseñó la herida, sus ojos se abrieron de par en par con sorpresa.

Por todos los santos, ¿qué es esto?, murmuró mientras se acercaba sin pudor alguno a observar la venda sanguinolenta. ¿Necesitas que te ayude con la herida? Soy buena cogiendo puntos... He visto mil y una peleas en el Saloon. Suspiró, preocupada. Reverendo, tienes que contarme lo que ha sucedido. ¿Cómo has sido atacado? ¿Pudiste ver quién lo hizo?

Habló con tono de auténtica preocupación. Algo estaba mal en Bala Dorada. A Susie le olía a chamusquina.

La mujer observa esperanzada al reverendo, en parte con cara de sorpresa, ya que esperaba mayor reticencia de su parte. A pesar de todo, parecía ser un buen sheriff en función.

Lo miró y le dijo con una gentil sonrisa - Le agradezco y acepto su disculpa, así no sea usted quien deba darla - luego escuchó sus palabras y suspiró - Sí, lo sé. Sé que señalarán a mi pueblo, sé que seré yo la primera considerada culpable, pero yo lucharé con valor para que mi pueblo no sufra y poder ser la líder algún día - miraba la ventana, dirigiendo la vista a donde su aldea estaba. No podía verlos pero podía sentirlos cerca.

- Por esa lucha que quiero, debo confesarle que creo que Francis es uno de los culpables. No por lo que me dijo, sino porque se apresuró en buscar un culpable y se fijó en un detalle tan pequeño como el arma que llevaba el hombre en su cabeza - miró nuevamente al reverendo.

- Además, acalló sus comentarios apenas notó que varios intercedieron a favor mío. Créame que soy una persona de paz, pero no quiero tener que pasar por esas atrocidades más y él parece estar acostumbrado a los engaños. Por ahora, mantendré mi atención en sus actuaciones. Es sospechoso para mí. ¿Usted qué opina, Reverendo? ¿Qué hará usted? - no estaba acostumbrada a hablar demasiado pero la indignación en su corazón hacía que las palabras salieran. A pesar de ello, su juicio no era cegado.

Que estábamos en paz hasta la llegada del sherif y todos esos forasteros, reverendo... aun recuerdo la cabeza con el hacha incrustada ....

es todo. dice con algo de congoja.

¿Alguien le ha dicho eso? Disculpeme, padre, pero le han mentido... Si es cierto que tengo mucha suerte, incluso a veces pareciera que tengo dos oportunidades con la gente... Puedo acabar a malas con alguien y al día siguiente encontrarme con que se refieren a mi con mucha más camaradería, o incluso al revés, aunque es menos frecuente. Pero el caso es que dudo que mi suerte me libre de un hacha en la cabeza...

Aunque puedo hacer otra cosa de provecho... Puedo usar mis cartas para leer a la gente.... No me mire así, ya sabemos los dos que yo no tengo ese poder, que no es más que una estrategia de seducción, pero la clave es que ellos no saben que es un farol. Puedo inventarme cosas y ver como reacciona la gente. Eso sí, necesitaría que alguien garantizara un poco mi seguridad, porque no me va mucho ser un mártir

Entro en la caseta junto al reverendo y me siento en la silla que me ofrece. -No sabría que decirle padre... La verdad es que no me termino de fiar de ellos... Saben algo de lo que esta pasando en esta ciudad... La manera en la que llevaron todo el asunto de la muerte del Ravenger y luego la manera tan fría en la que ejecuto a la chica... Me quito el sombrero y me froto el cabello aun un poco húmedo. -¿Que quiere que le diga?... La verdad es que no me gustan... Aunque me alegro que se hayan mantenido al margen y dejen a alguien del pueblo hacerse cargo...

Padre... mató usted al tostadito en un nada injustificado ataque por orden divina? Dice Francis no entendiendo muy bien la situación, si usted esta aqui conmigo... como,cuando...eso

El reverendo perdió parte de su seriedad ante el comentario de Francis, sin entender en absoluto de dónde venía el razonamiento del vaquero.

- Alguien fue a por el Ravenger. - Le recordó. - Y otra persona fue a por mí. - Dijo. - Por suerte, yo sí tuve un poco de ayuda divina.

- Lo que quiero decirle es que estos ataques no son obra de ningún hombre de bien. Por eso tenemos que poner todos de nuestra parte para ponerles remedio.