Partida Rol por web

Hogwarts: Génesis

Prólogo. ¡Bienvenidos a Hogwarts!

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19/09/2015, 18:07
-Director

La sala apenas estaba iluminada por unas cuantas antorchas. Se podían contar con los dedos de las manos, si aquella persona hubiera sabido contar. Miraba con ojos de ardilla asustada todo lo que le rodeaba, y pestañeaba con nerviosismo. Su respiración estaba agitada, y todavía tenía en la nariz metido el olor de aquellos que habían tenido a bien decirle cómo llegar hasta allí. Aunque sospechaba que hubiera llegado de todas formas. Ya se hubieran encargado ellos de dar con su identidad. Y de destruir las otras que tenía.

Aquellos enormes hombres le obligaron a sentarse en la silla del centro de la sala. Una silla que tenía correas para los brazos y los pies. Cuando lo vio, no pudo evitar tragar saliva con dificultad, y notarse la garganta obstruida.

Al sentarse, casi temió que las cuerdas se engancharan en torno a sus extremidades, pero se mantuvieron quietas. Dio gracias al Señor…. Y al gran Merlín, ya de paso.

Pegó un respingo, casi saltando de la silla del susto, al escuchar que la puerta se abría. Contempló las figuras encapuchadas que entraban, y las escrutó con la mirada casi empañada por el temor. Iba a ser su fin. Lo sabía.

Notó cómo el pecho subía y bajaba, y trató de tranquilizarse, pero le costaba horrores. Eran amos y señores del mundo, podían hacer lo que quisieran. Si lo deseaban, hacían que la gente se olvidara de sus maridos, de sus hermanos y de sus hijos. Seguramente, no sería difícil hacerle lo mismo.

Tomaron asiento con parsimonia en una tribuna elevada. Manejaron unos pergaminos ya lisos del uso, y algunos miraban al sujeto que tenían delante, como si algún extraño eco les llegara a su mente. Ah, sí, él, era… Ya, claro.

Se oyó una risa entre dientes de uno de los encapuchados de la esquina. Un susurro rogando silencio, y una mano alzándose a la altura de los hombros, disculpándose.

Fue entonces cuando, por fin, como si estuviera escrito, los cinco miraron hacia el centro de la sala. Y parecía que estaban más interesados en por qué las correas estaban en su sitio, y no atadas a las muñecas y tobillos de aquella víctima… de momento.

La figura del centro de la tribuna se aclaró la garganta, y se inclinó ligeramente hacia delante. La luz de las antorchas descubrió una mirada fría, casi arrogante, astuta, pero justa. Denotaban un carácter inflexible, firme, y determinante. La mirada de la justicia caía como una lluvia torrencial sobre el rostro acongojado de la persona sentada en aquella maltrecha silla.

—Comienza la declaración primera del sujeto dieciséis para el juicio dos, cuatro, ocho, cinco, dos ocho: violación del Tratado de Seguridad Mágica firmado por Merlín y el rey muggle Edward III de Plantagenet— dijo con voz potente, preparada para mandar, y ser acatada—. ¿Ha sido informado de sus derechos?— preguntó como mera formalidad.

No había derechos. No en aquella situación de excepción en la que se encontraban. Ni siquiera entendía cómo podía estar celebrándose aquella vista estando como estaba el mundo mágico después de aquello.

—Pues…— comenzó a decir, pero una mano alzada a media altura lo detuvo.

—Disculpad un momento— dijo una voz aguda, femenina—. ¿Ha traído consigo el objeto que se le pidió en el requerimiento de emplazamiento?

—Eh…— ¿y ahora qué?, se dijo, temblando—. Pues, de eso quería hablarles… excelencias— dijo, sin saber muy bien cuál era el trato con el que debería de dirigirse al tribunal—. Ha habido contratiempos…

—¿Qué clase de contratiempos?— se podía vislumbrar sin dificultad que aquella voz pertenecía a una persona que había estado bebiendo durante toda su vida. La gangosidad y el arrastre de palabras lo delataban—. Las dilaciones indebidas se castigan. ¿Lo sabéis, verdad?

—¡Es que no lo tengo!— terminó respondiendo, casi haciendo una plegaria.

—¿Qué?— dijo una voz, aguda.

—¡Imposible!— exclamó otra, cuyo dueño se agitó en su asiento, totalmente nervioso.

El magistrado que se sentaba en el centro alzó una mano, pidiendo silencio. Por la luz parpadeante de las antorchas se pudo ver que era una mano de anciano, llena de venas y manchas, pero aún conservaba cierta fuerza.

—Ruego os expliquéis— pidió con una voz calmada, sin embargo, que denotaba cierta premura, y un deje de nerviosismo—. Hablad.

—Excelencia— comenzó a decir, tratando de que las palabras no se le trabaran en la lengua—, aquel día fue todo caos. Ninguno se imaginó que iba a…— se cortó de repente, suspirando.

—Pocos sobrevivisteis a aquel día, y la mayoría de los que lo hicisteis, tú eres de los que conservan la memoria, la lucidez y el juicio de lo que realmente pasó— dijo el magistrado que estaba sentado a la vera del juez central—. Explicaos.

Cerró los ojos de manera momentánea, aunque le parecieron horas enteras, y lo revivió todo. De nuevo. Los gritos, los muros ardiendo, la risa estridente. Esa risa… se agitó en aquella silla, y se llevó las manos a la cara, casi sollozando.

—Todo comenzó hace siete años— murmuró, y se aclaró la garganta—. Aquel anciano iba con ellos. Vos lo conocéis, ¿verdad?— se atrevió a formular la pregunta, pero no tuvo el valor suficiente como para esperar una respuesta—. Sí, él lo sabía. Lo sabía todo… 

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19/09/2015, 18:07
P-Myrddin Emrys

Londres amaneció con un inusual día soleado. Las lluvias torrenciales que habían inundado los campos durante semanas habían echado a perder las cosechas de aquel verano, y los campesinos estaban no sólo angustiados por el trabajo y el dinero perdidos, sino porque el verano terminaba, y comenzaba el otoño. Si apenas habían sacado nada para la cosecha de aquellos días, no querían ni imaginarse los destrozos que la lluvia había dejado en los campos de cereal, que se recogía a principios de otoño. Aquel año muchos morirían de frío, pero más morirían de hambre.

Las posadas abrieron con la mala noticia, y hubo voces que se alzaron pidiendo la cabeza de tal y cual, que mientras se quejaban de que ellos no podrían alimentar a sus hijos, el conde estaba organizando una cacería y un posterior festín para agasajar a su futuro suegro con quien no había tenido ningún escrúpulo de malvender a su hija ni siquiera adolescente en matrimonio concertado con un hombre que le triplicaba la edad.

La calle principal de Londres bullía de gente a medida que el sol se alzaba en el cielo, y trazaba su característica curva. Sin embargo, paralela a ella, existía otra calle apenas conocida por el mundo muggle, y harta sabida por el mundo  mágico. Y allí la conversación era distinta.

 Las capas, los sombreros picudos, las lechuzas, y el dinero  eran los principales temas de los que hablaban los magos y  brujas que se movían por aquella calle adoquinada. El  Callejón Diagon bullía de vida, y era ajeno a la miseria que  se vivía en la calle de al lado.

 En la intersección del Callejón Diagon y el oscuro Callejón  Knockturn, se apareció, de repente, y con un ligero  chasquido, un grupo de muchachos junto a un anciano con  sombrero picudo y una vara nudosa.

—Uf, vaya…— murmuró el anciano, sujetándose el sombrero desde el ala para que no se le cayera hacia atrás—. Normalmente no es así, os lo prometo. Ya lo veréis la próxima vez— se aclaró la garganta, como si hubiera hablado de más, y miró, fingiendo nerviosismo, hacia un lado y otro de la calle.

Señaló con su callado hacia un extremo, y los miró a todos.

—Es por aquí— dijo, sonriente. Y, sin esperar respuesta, comenzó a dar grandes zancadas hacia las tiendas que cubrían todas las fachadas de los edificios pegados unos a otros, y que formaban la calle algo serpenteante.

No hacía ni dos horas que había abandonado aquel lugar con los tres primeros niños, pero debían de volver para seguir con el segundo punto de su encargo: comprar el material escolar.

Salió del castillo Hogwarts temprano, pues se decía que aquel anciano no dormía, y, por orden expresa de los Cuatro Fundadores, como era costumbre, debía de ir a buscar a la nueva promoción de muchachos que ingresaría en Hogwarts el uno de septiembre. Quedaban un par de semanas para que llegara tal fecha, por lo que había tiempo de sobra, pero no quería tampoco retrasarse. Además, tenía más cosas que hacer, aparte de tener que cuidar de unos niños que apenas sabían aún cómo funcionaba el mundo.

Myrddin fue primero a por Niall. Lo tenía cerca. Lo cogió por la pechera de la camisa algo raída, sacándolo de su camastro, y, sin mediar ninguna palabra más, se desapareció con él hacia la ciudad de Londres. No le dejó explorar las calles que se levantaban delante de ellos. El anciano mago tenía prisa, y, aunque el tiempo se mide de manera diferente para unos y para otros, quien marcaba el paso era el veterano, por lo que Niall no tuvo más remedio que seguirle dando zancadas tras él.

Llegaron a la tienda de hierbas, donde había una gran cola, pues, al parecer, la dueña acababa de recibir las plantas nuevas, recién cogidas por su pupila, y todo el mundo sabía que las propiedades mágicas de las plantas iban desapareciendo a medida que iba pasando el tiempo desde que se cortaron del bosque, por lo que todos querían las flores y las plantas más frescas que hubiera.

—Vengo a por ella— dijo de manera escueta a Mamá Pig, quien se limitó a asentir con la cabeza.

Metió su cuerpo en la trastienda, y sacó a la pequeña Marshmallow, limpiándola con fruición en la mejilla con el dedo pulgar.

—Aquí la tenéis— dijo Mamá Pig, y se ocupó de una clienta que no paraba de quejarse de que las orquídeas no le habían servido para su poción.

—Hola, Marshmallow— saludó Myrddin, dándole la mano.

En cuanto se la estrechó, dio la otra mano a Niall, y todos se desaparecieron en la misma tienda. Cosa que a Mamá Pig no le hizo ni pizca de gracia. Y, de hecho, no hubiera sido necesario, pues iban sólo unos metros calle abajo, pero quería darle un poco de escarmiento a la anciana mujer por tratar a una futura bruja del modo en que lo hacía. 

Se aparecieron frente a una tienda vieja, donde el cartel “Ollivander” podía verse en letras doradas.

—Luego iremos a por las varitas— informó el viejo mago con cierto deje cansino—. Venimos a por vuestro compañero.

Entró en la tienda, abriendo la puerta para dejar pasar a Niall y Marshmallow, y se acercó al mostrador, donde se aclaró la garganta con fuerza para llamar la atención de los que allí vivían.

—Oh, bue…— dijo la voz de un hombre mayor, algo encorvado, pero con mirada amable, quien se cortó en seguida—. Myrddin. Sois vos— murmuró, señalándolo, casi con admiración.

—Vengo a por vuestro sobrino, Rewel— respondió de manera escueta el mago.

—¿Ya?— fingió extrañeza, pero, lo que realmente lamentaba era no volver a disfrutar de la compañía de Geert—. Iré a llamarlo.

Al rato, trajo consigo un muchacho algo desconcertado por el momento y la situación.

—Hola, Geert— lo saludó, sonriente, el viejo, y le tendió la mano—. Tenemos prisa, Rewel. Luego vendremos. Tenlo preparado para entonces— le dijo, y, acto seguido, desaparecieron los cuatro.

El viaje fue algo más movido esta vez, y mucho más largo en comparación con el último. Cuando abrieron los ojos, los muchachos pudieron ver un amplio valle verde, diferente al de la campiña inglesa, y mucho más salvaje.

—Por aquí— señaló el anciano con su callado, usándolo como muleta para poder andar aprisa, y se dirigieron todos hacia una humilde casa que descansaba plácida entre la bruma con tejados a dos aguas puntiagudos y con carácter.

A las afueras había una muchacha recogiendo un ramillete de flores, y Myrddin la saludó agitando la mano:

—¡Molly!— exclamó, sonriente.

Llegaron a su altura, y ensanchó la sonrisa, al tiempo que resollaba un poco para recuperar el aliento.

—Algún día tendrás que decirle a tu abuela que se vaya a vivir a la gran ciudad— dijo—. Siempre es difícil llegar hasta aquí...  Cuánto tiempo sin venir...— acompañó sus palabras con una profunda mirada a los alrededores, y se giró de nuevo hacia ella, evitando los ojos de una vieja conocida que los observaba desde la ventana—. Hay que irse.

Sin dejar que la pobre muchacha, desconcertada por aquellos desconocidos, pudiera mediar palabra, sintió la mano fuerte del anciano rodear la suya, y se envolvió en un manto de luces y sombras, voces ahogadas, y una sensación de tirantez desde el ombligo realmente incómoda.

—Nuestra última alumna… al menos para hoy— murmuró el anciano, sin querer recordar que al día siguiente le tocaba hacer aquello otra vez. Y al siguiente también.

Llegaron a una casa señorial que pocos habían vislumbrado alguna vez en su vida. Los que vivían debían de ser de buena familia, ilustres, y poderosos. Seguramente algunos estaban en las comisiones y los consejos del gran círculo de magos. 

Cuando estuvieron frente a la enorme puerta de madera, Myrddin llamó con el extremo de su callado, y esperó poniendo los ojos en blanco. Le gustaba cuando las cosas eran más fáciles: aparecerse, coger al muchacho e irse.

Abrió una criada a quien no le venían mal unas botas nuevas. Con los ojos algo entornados por la luz de la mañana, preguntó quién era. Se llevó una mano a los labios cuando se dio cuenta de con quién hablaba.

—Sí, sí, un momento— dijo.

Nerviosa como estaba, no les invitó a pasar. Sin embargo, los muchachos y el anciano pudieron ver la sombra de una mujer hermosa asomar, curiosa, por el quicio de una puerta.

Cuando llegó Adelaide, desapareció.

—Hola, Adelaide— saludó el anciano, sonriente—. Ha llegado el día.

La tomó del brazo, y, miró a los demás con firmeza, indicándoles que se estuvieran quietos. Todos desaparecieron en cuanto un pájaro comenzaba a trinar a lo lejos.

—Es por aquí— dijo, sonriente. Y, sin esperar respuesta, comenzó a dar grandes zancadas hacia las tiendas que cubrían todas las fachadas de los edificios pegados unos a otros, y que formaban la calle algo serpenteante.

Volvieron a la tienda de las varitas, donde el nombre de Ollivander destacaba en el cartel de la entrada.

—Supongo que querréis empezar por aquí. Todos quieren empezar por aquí— añadió con cierto deje cansino.

Los condujo hacia el interior de la tienda, y contempló con cierta satisfacción que Rewel había hecho los deberes. Las cajas comenzaban a apilarse sobre el mostrador.

—Llegó la hora. Vuestra varita— anunció, divertido, y alzó la mirada cuando el dueño de la tienda apareció desde la trastienda.

—Bien ¿quién será el primero?— preguntó Rewel, frotándose las manos, disfrutando de su trabajo. 

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20/09/2015, 16:23
Molly Blackcap

Como cada día, Molly se había levantado con las primeras luces del alba. Se había lavado la cara concienzudamente en una palangana y se había peinado la melena castaña en una cómoda trenza.

Con su vestido azul descolorido por el uso y sus robustas botas, había bajado las escaleras hasta la cocina, había encendido el fuego del hogar y sin entretenerse, se marchó al corral a ordeñar a sus cabras.

Sin embargo, por mucho que la niña se esforzara en aparentar que aquella era una mañana como otra cualquiera, no podía evitar sentirse inquieta y torpe. Nunca jamás había salido de sus montañas, y pensar que ahora tendría que pasar el invierno más allá de la cabaña del viejo Willy el loco le daba vértigo.

Además, aunque su madre se había mostrado bastante optimista con la noticia, su abuela llevaba días en un malhumorado mutismo que casi le daba más miedo que cuando se dedicaba a regañarla.

Sin embargo, por nada del mundo estaba dispuesta a admitir que la perspectiva de convertirse en una verdadera aprendiz de bruja le asustaba. Así que armándose de valor, decidió centrarse en lo positivo.

Sin duda aprendería muchas cosas, y a ella le gustaba aprender cosas. Cuando Yqueunrayomeparta MacDoughall, el extraño y dicharachero buhonero que una vez al mes aparecía en el pueblo con su destartalada carreta, cargada de raros aparatos, maravillosos elixires, almanaques y noticias de la gran ciudad, ella era la primera que llegaba corriendo a la plaza para cambiarle un huevo por una historia. Yqueunrayomeparta era un excelente cuenta cuentos y lo más parecido a un maestro que habían conocido los niños del pueblo del valle del Dee. ¡Tenía hasta un libro donde estaba escrita la historia del mundo entero!, un diccionario gordísimo, unas páginas con dibujos de animales rarísimos (como esa especie de vaca gorda y gris que tenía unas orejas enormes y los cuernos le salían por la nariz, que también era desproporcionadamente larga), y un mapa con tantas estrellas que eran prácticamente imposibles de contar. Vestía raro, hablaba raro y tenía un sombrero aun más raro, pero casi siempre le enseñaba una palabra nueva a Molly, una que al sentirse tremendamente inteligente y culta, la niña usaba con orgullo casi constantemente hasta el mes siguiente.

Por otro lado, ¿y si mientras no estaba, el idiota de Duke volvía a meterse en líos?. Era muy capaz de volver a molestar a los tánganos del bosque solo por diversión, y no es que le fuera a echar de menos ni nada… pero ¡puñetas, eran sus montañas!

Tal vez por la misma razón, no pudo evitar mirar con desconfianza al desconocido que, resollando después de ascender la empinada senda hasta su casa, la llamaba con familiaridad por su nombre. Había llegado la hora y ella volvía a sentirse inquieta, sin embargo algo en su interior la obligó a levantarse, muy recta y con el ceño fruncido. El viejo se había dado cuenta, y ella también: ¡La estaban observando!

- Hola – Fue lo primero que se le ocurrió decir, esforzandose por parecer una niña mayor y segura. ¡Antes muerta a dejar que nadie, y menos su abuela, pudiera adivinar que tenía miedo!

Tan solo tuvo tiempo de intercambiar una mirada cargada de ansiedad contenida con los demás niños cuando sintió el tirón desde el centro del ombligo y sus pies dejaron de tocar el suelo.

Si el mundo hubiera querido que volara, Molly estaba segura de que habría nacido con alas, pero ese no era el caso y ahora, frente a la puerta de la casa más ridículamente adornada que había visto en su vida, estaba segura de que iba a vomitar.

Aturdida y mareada, la niña se mantuvo en pie por pura fuerza de voluntad, reparando repentínamente en lo agradable que era tener las botas bien ancladas a la tierra.

Cuando por fín estuvo segura de que su desayuno iba a quedarse en su estómago, como era debido, se atrevió a observar con más atención el lugar en el que se encontraba.

Al principio, no pudo evitar sentirse incomoda, al pensar que la gente de ese sitio pudiera darse cuenta de que a ella le olían las manos a cabra, sin embargo aquella linea de pensamiento fue sustituida rápidamente por una mirada de suspicacia reprobatoria. Con lo grande que era esa casa, esperaba que por lo menos viviera todo el pueblo en ella, si no ¡menudo desperdicio!

- ¿Cuanta gente vive aquí? - Preguntó con curiosidad, volviéndose hacia el hombre.

Sin embargo su pregunta no obtuvo respuesta y antes de que se diera cuenta, volvieron a aparecerse antinatural y desagradablemente, esta vez en mitad de una calle abarrotada de gente.

Tuvo que esforzarse por no perder el paso, serpenteando entre la multitud que compraba y vendía cosas a gritos. Si esto era la gran ciudad no le extrañaba nada que su abuela no quisiera vivir en ella. ¡Era un sitio horrible, y olía a pis!

Cuando por fin el viejo detuvo la marcha y les dijo que había llegado la hora de obtener su varita, Molly se sentía tan desconcertada, molesta e ignorada que se ofreció la primera.

- Yo lo haré – dijo ceñuda, dando un paso al frente con decisión, dispuesta a acabar con todo esto de una vez.

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20/09/2015, 16:50
Geert Ollivander "Olli"

  En la penumbra del gran salón comunitario de la casa familiar estaba él tumbado en el suelo junto a Sirius. La tripa peluda del gigantesco animal adormilado donde tenía apoyada la cabeza Geert, subía y bajaba al ritmo de una profunda y marcada respiración, mientras la abuela Edita reclinada en el sillón contaba relatos con su ronca e hipnótica voz.

  Historias de tiempos remotos más gloriosos, cuyos colores y metales brillantes se reflejaban a la luz iluminando los recuerdos, enalteciéndolos, donde cada detalle era descrito con la minuciosa claridad: los grandes salones, los añejos frescos de los antiguos linajes, los pasillos de mármol, los tapices representativos de aquellas épicas batallas que marcaron la victoria. Extrañamente ese día, todas sus memorias y enseñanzas versaban sobre sus días en Hogwarts. Y la mujer parecía entregarse a hablar más para sí misma que para su audiencia. La presencia de su difunto esposo estaba muy presente y la mirada velada de la anciana empezaba a hacerse brillante empañada por el principio de una lágrima. Olli imaginó como sería aquél abuelo que nunca llegó a conocer, y como habría sido vivir aquellos tiempos en que ellos se conocieron, miró a su abuela y pensó que pocas veces la veía tan envuelta en el manto de la nostalgia. No había nadie más en la habitación salvo ellos dos, aunque ella hablaba por la voz de más de mil personas que la poblaban hasta los rincones más lejanos.

  Y en ese murmullo arropador mezclado con el calor y la humedad de los último días de verano, el niño empezó a adormecerse también. Estaba cercana la hora de la comida pero aún era temprano para que el olor del agua hirviendo en el caldero repleto de ingredientes impregnase todo el lugar, había tiempo para una cabeceada y no tenía nada mejor para hacer. No le gustaban las multitudes y prefería rehuir el bullicio de la ciudad, en ambas calles y en ambos lados de la realidad.

  Entonces, de forma precipitada, pasó algo completamente inusual, Su tío Rewel irrumpió en el lugar, y le advirtió de que se despidiera de su abuela y de todos los que pudieran haber en la casa de la forma más pronta y afectuosa posible.

  Aquello era de lo más insólito. No entendía la agitación que de golpe movía a su tío, ni las lágrimas que vertieron sus padres. De pronto se veía conducido a la parte trasera del edificio lo que no hacía más que acrecentar su incomodidad e incomprensión de la situación, pues siempre había sido él quién iba a su propio pie a invadir el espacio de trabajo de su tío, y él, más bien toleraba, en estado de excepción, su presencia.

  —He hecho algo malo?- preguntó con voz inquieta mientras bajaban las escaleras y cruzaban el almacén que daba a la tienda de varitas. Su inquietud reverberó distante pero lo suficiente próxima para que Myrddin, Niall y Marshmallow pudieran haber oído sin ser vistos. —¿Quieres enseñarme algo de las varitas? Si hay algo roto, te prometo que no he sido yo, tío.- Aclaró sin comprender nada en absoluto. —¿Alguien ha dicho que he hecho algo? Yo he pasado toda la mañan…- Su voz murió al ver a aquél extraño grupo de clientes que lo miraban.

  Contempló el grupo, y luego, con más interés uno a uno, mientras iba siendo dirigido hacia ellos.

  —¿Quiénes son?- preguntó con un susurro tímido esperando no ser oído. De alguna parte de su espalda o sus ropas, asomó la nariz de un pequeño roedor que corrió nervioso de un hombro a otro percibiendo también aquellas extrañas presencias. Era una ardilla del tamaño insignificante de un ratón de campo, y siempre, él y Geert, eran inseparables. Tenía los ojos desproporcionados, negros y saltones, y la cola corta, por lo que era menos suntuosa que las del resto del orden de su familia. Era un ejemplar único, tenía un par de membranas de piel que iban de garras a las patas que así aparentemente lo convertían, y nadie sabía decir de donde había salido.

  —Ve con ellos, Geerty.- Le indicó lacónicamente su tío con afecto.

  —No quiero ir con ellos.- protestó hasta que irremediablemente se encontró en el centro de aquella cuadrilla. —¿Dónde me llevaran?

  El nuevo miembro de aquella reunión tenía la mirada despierta, e inteligente, pero también muy insegura. No sabía ni que decir, ni qué hacer y menos aun lo que esperaban de él. Así que involuntariamente sus ojos fueron a perderse en el suelo. Por suerte la voz de Myrddin había tomado la iniciativa al saludarlo y al invitarlo con aquella sonrisa. Aceptó esa mano para estrecharla con timidez, y mientras el mago de sombrero picudo hablaba con Rewel, tendió la suya propia a ese par de niños (a ninguno en concreto) que se le antojaron en mayor o menor medida tan perdidos como él. Era la mano derecha la que alargaba cordial y amistosamente, pues el brazo izquierdo se encontraba dentro de un abultado fardo con vendas, que llevaba junto al cuerpo en un cabestrillo.

  —Hola- saludó. Seguidamente pensó que además sería respetuoso presentarse. —Me llamo Geert. Geert Ollivander, aunque todos me llaman “Olli”.- La ardilla se movió hasta ir a ponerse sobre su pelo movida por una curiosidad creciente ante aquellos nuevos olores. —Y éste, este es Albus.- La voz del niño no estaba marcada por ningún acento de ninguna clase. Había vivido toda su corta vida, sus breves casi once años, en Londres, y no había aprendido ninguna otra lengua que no fuese el inglés. Y es que si los Ollivander, quienes venían fabricando varitas para magos desde llegaron desde las costas del Mediterráneo con los romanos y bien gozaban de cierta reputación y prestigio en el mundo mágico, la familia no dejaba de ser de condición humilde en el mundo muggle.

~

  De pronto, habían dejado de estar allí, no sabía si había parpadeado, o había cerrado involuntariamente los ojos llevado de los nervios pero sintió sus entrañas agitarse, hacerse un nudo, su cabeza pesada y su garganta cargada. La tienda había desaparecido. La cal de la pared envejecida y ennegrecida por las décadas se había tornado azul, sus estanterías repletas de cajas y hojas de pergamino se habían convertido en nubes, el mostrador en un arbusto y su tío Rewel había sido sustituido por un robre que cargaba el peso de medio siglo. Incrédulo, por unos instantes, Olli observó todo aquello con una clara sorpresa pintada en su rostro. Aquel par de dientes superior frontales tan acentuados que tenía se dejaron ver excepcionalmente, sin ocultarlos, al quedar rotundamente boquiabierto. No dudaba de la realidad que era magia, tenía un amplio conocimiento de historias y relatos que sabía ciertos, pero era la primera vez que era testigo de una manifestación tan abierta y desmesurada. —G-genial.- dijo alegre y con asombro olvidando con quién estaba y de sus propias inhibiciones. Se maravilló al contemplar aquella casa de tejados cortantes alzándose de entre la vegetación. En pocos segundos fue él, y nos solo sus iguales, quién le tocó correr y seguir a grandes saltos aquél mago que tanta prisa tenía. E instigado por la aventura que frente ellos se abría tuvo la osadía de un momento, al dedicar una divertida y tímida sonrisa a sus compañeros sin saber si se la devolverían.

  Molly se unió al grupo, y él saludó con la palma de su mano sin tener tiempo de dar uso a un hilo de voz cuando la tuvieron cerca, pues otra vez se habían desaparecido, y otro paisaje completamente opuesto los deleitaba.

  —¿Alumna?- repitió y preguntó al mago cuyo nombre aún desconocía, mientras esperaban en aquél salón que hacía uso de recibidor. Aquello podía confirmar sus sospechas. ¿Era posible que fueran a la escuela de magia como un tiempo atrás había hecho su hermano? Tiró un par de veces de la manga de su túnica gris para reclamar su dispersa atención. —Señor… ¿Dónde vamos? ¿Señor, nos lleváis a Hogwarts?- dijo al fin reuniendo valor. Les distrajo una sombra, y finalmente apareció Adelaide, la alumna. No pudo oír la observación que Molly aportó sobre la enormidad de la casa solariega, el joven Ollivander daba un repaso mental de todo lo que echaría de menos y de todos los que dejaba atrás. Ya añoraba las ocurrencias y las fantasías de Aquiles, a su tío al que acaban de despedir, a su hermana e incluso a su prima. Y sin duda a su abuela y sus padres. Se preguntó qué sería de ellos y qué sería de Sirius. —Señor. ¿No va a venir Sirius con nosotros?- añadió con una mirada suplicante.

  Estaban de vuelta al callejón Diagón, Geert podía avanzar hundido en sus cavilaciones, pues cada paso le era conocido al volver a la tienda de su familia, que debido a que la creía despedida por un largo tiempo, la pudo mirar con ojos nuevos y vio con alegría a su tío entrar, y tuvo un impulso frenado que lo habría empujado a ir corriendo hacia él.

  De pronto sus sueños, o al menos uno de ellos se tornaba real. ¿De verdad iba a poder tener su propia varita en ese instante? Era un momento muy emocionante, un momento especial en todo recuerdo de un mago. Sabía que su tío había hecho muchas que él ya conocía, con ambición le vino a la memoria una de trece pulgadas y media tallada delicadamente con cenefas celtas muy finas y hermosas en madera de Carpe y con núcleo de nervio óptico de Cíclope, que aparte de poderosa, fiel y única, era muy bonita. La deseó en su fuero interno cerrando los ojos. Pues esa era la que quería. Suspiró enormemente por verla ya entre sus manos, poseerla y agitarla al aire, pero una cosa es lo que osaba hacer en su imaginación, y la otra…, la otra era lo que su voluntad y sus miedos le permitían. Cuando preguntaron quién quería ser el primero, soñó con levantar la mano, imaginó con sortear el mostrador e ir a buscar ese trofeo tan preciado pero Geert se sentía cohibido entre tanto niño desconocido, así que en su lugar dejó caer la vista al suelo y torció la boca ocultando el anhelo que desbocaba latidos en su corazón. 

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20/09/2015, 18:24
Niall

Niall llevaba unos días aturdido.... desconcertado más bien. No hablaba con nadie, no veía a casi nadie y las pocas personas con las que en algún momento se había tropezado por algunos de los infinitos corredores de aquel enorme y pavoroso castillo le dirigían miradas interrogantes.

- ¿Qué demonios haces tú aquí...? - le preguntó un señor de rostro enjuto que vestía una larga túnica color malva oscuro. 

Era como si, a todas luces, fuese un espía en aquel lugar. Alguien cuya sola presencia resultaba incómoda y realmente disruptiva para el devenir del día a día que tuviera que vivirse en aquel lugar. Desde que había llegado allí de la mano de aquel misterioso hombre que se autoproclamaba un mago y que le había prometido instruirlo en las altas esferas de la brujería aun si el consejo decidía no aceptarle allí, no había vuelto a tener contacto con este a duras penas. De hecho, salvo aquella noche de la que ya hacía casi una semana, solo había vuelto a hablar con Salazar Slytherin o, como él mismo insistió en que fuera denominado, Profesor Slytherin, una vez. Y fue cuando recibió la noticia de que ese supuesto consejo sí había terminado por aceptarle. Lo cual parecía algo bueno pero Niall aún no lograba verlo. Se sentía un extraño y esa sensación aún tardaría mucho tiempo en desaparecer.

Pero a pesar de aquella desagradable situación, el muchacho no esperaba lo que aquella mañana sucedió. Al alba, mucho antes de que el sol comenzase a rajar el manto nocturno, una mano le despertó con brusquedad. No había dormido en días. No se sentía cómodo allí. No por el jergón en el que le habían ubicado "de momento hasta que lleguen los demás". Si no porque tras lo vivido en su Irlanda natal unos días atrás, seguía sintiéndose en peligro a cada momento. Los sueños se habían convertido en pesadillas y nada en el Castillo conseguía calmarle. Y aquella mano, sin mediar explicaciones le llevó aquí y allá... con aquel método maravilloso pero desagradable. Al menos mucho más de lo que había sido usar aquel enigmático poder con el Profesor Slytherin. Con éste la sensación era tensa pero suave mientras que con aquel desconocido que le despertó aquella mañana era mucho más intensa, molesta y, hasta repugnante. Tanto que el primer viaje hizo que Niall escupiese en el suelo de aquel lugar que apestaba a inciensos y flores concentradas, una densa bocanada de saliva agria. Pidió perdón, aunque sus palabras apenas fueron audibles para nadie.

Luego Niall prestó atención a quienes allí se arremolinaban. Entendía el idioma pero lo hablaban de una forma muy extraña. Parecido al Profesor Slytherin pero sin aquella voz densa y cantarina que tenía él. Aquellas personas parloteaban de una forma ruidosa y molesta. ¿Qué lugar era aquel?

Apenas le dio tiempo a averiguarlo cuando ya volvían a "saltar" a otro sitio. Ahora eran una serie de casas apelotonadas, como si no hubiese suficiente espacio para todas ellas y hubiesen tenido que estrecharlas. Eran bonitas a su manera pero Niall nunca había visto un lugar así ni tampoco lo habría podido imaginar. Allí, otro niño se les unió al grupo. Se presento y Niall se quedó mirándolo fijamente. No pronunció palabra. ¿Quién debía ser?

Un nuevo salto... el estómago se empezaba a habituar pero seguía siento tosco y asfixiante. Una nueva casa. Mucho más parecida a las que él conocía pero esta mucho más hermosa. Una niña.

Otro salto más. Una casa que habría hecho rabiar de envidia a la del señor Bhraonáin. Otra niña. Y por fin regreso a la segunda casa... aquella de la cual había salido aquel chico que, aparentemente, tenía la misma edad que Niall. De pronto todos los niños empezaron a ponerse nerviosos. De algún modo sabían qué era lo que estaba pasando pero a Niall se le escapaba del entendimiento. En cambio, el muchacho irlandés había percibido algo que ninguno de los otros chicos habría advertido...

... él era el único que ya no tenia casa.

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20/09/2015, 19:37
Marshmallow Bowen

Cerca de los once años de edad, en algún punto indeterminado entre los diez y los doce, Marshmallow no podía calificar su vida de aburrida. Uno debía tener tiempo para experimentar aquella clase de sensación y desde luego no era el caso de la niña, que tenía ocupadas todas las horas diurnas hasta el ocaso, momento que cenaba en silencio acompañada de los incisivos comentarios de Mamá Pig hasta que la anciana le daba permiso para marcharse a dormir, cosa que cumplía sin dudar, cayendo rendida en su pequeño camastro.

De ese modo la vida de la pequeña niña avanzaba lenta pero sin pausa hacia una adolescencia que nada parecía depararle en la cruel ciudad de Londres, donde sus gentes retorcidas malvivían con el egoísmo como patrón. Aquel día, por supuesto, no iba a ser diferente del anterior, pero la seguridad, que tan frágil le parecía en los últimos años, era algo inestimable que había aprendido a valorar de modo que en nada deploraba la rutina a la que ya empezaba a acostumbrarse.

Cada segundo de su vida en que podía saberse con un techo bajo el que dormir y con un mendrugo de pan que llevarse a la boca era algo que agradecer. Había llegado incluso a convertirlo en su único objetivo de vida, el único medio de seguir adelante. Ah, la supervivencia, que poco la había llegado a valorar antes y qué importancia tenía en la actualidad.

Metida de lleno en su agotadora rutina diaria había salido con las primeras luces del alba bajo las pertinaces y desabridas indicaciones de su preceptora, yendo hasta los rincones más recónditos del bosque recogiendo tilia y ajenjo entre otras cosas y buscando el pedido especial de aquel día, aleluya. Mamá Pig se había limitado a enseñarle durante cinco segundos una ilustración de la misma que aparecía en un libro antes de cerrarlo sobre su nariz, de forma literal.

Por desgracia, la hora de abrir la tienda y, por lo tanto de volver, se acercaba y excepto unos cuantos arañazos en sus manos secas y un desgarro en la parte baja de su falda que le exigiría una hora de costura sin luz no había encontrado aleluya. Así que volvió a la tienda con el rostro serio y el corazón encogido a la espera del enfado de Mamá Pig, que la esperaba en la trastienda, como era habitual, sumergida en sus quehaceres diarios como preparar pociones.

Se ganó la clásica mirada de arriba a abajo que la hacía encogerse por dentro sabiendo que algo le encontraría en falta, y más en aquella ocasión, en que podía empezar censurando su aspecto de criatura salvaje y reprobando la ausencia de aleluya. Sin embargo, cuando finalmente había llegado el momento de mostrar su botín le había parecido ver un atisbo de sonrisa bailando en los astutos ojos de Mamá Pig justo antes de preguntarle con toda la mala intención que la caracterizaba si era tonta.

Si sus conocimientos fueran más extensos habría captado la trampa desde el principio pero la mujer ya había buscado una especialmente complicada para que eludiera a la cultura botánica de Marshmallow. La aleluya era una planta que tan sólo florecía en primavera, no en verano. ¿Respecto a sus usos? Tampoco era como si Mamá Pig los conociera, sencillamente quería experimentar con ella.

Al final aquella había sido una simple excusa para empezar el día con una insidiosa charla sobre sus carencias que había terminado con un cubo de agua helada por encima de la cabeza de Marshmallow porque, según la mujer, estaba mugrienta. En aquello debía reconocerse que posiblemente no le faltara razón.

Empezaba a acostumbrarse a aquellas largas diatribas en busca de sus tachas de modo que apenas se sentía un poco apesadumbrada cuando, una hora después, hacía inventario en la trastienda mientras Mamá Pig practicaba su teatrillo ante la clientela, desplegando el encanto de una vendedora ambulante, la precisión de un científico y la palabrería de una embaucadora.

No le dio importancia cuando su incesante diálogo sobre las virtudes de sus mejunjes se detuvo pero desde luego sus alarmas se dispararon cuando la vio entrar, temiendo que interpretara su falta de vitalidad por ociosidad. Y así lo creyó cuando la cogió por el cuello de su sucia camisa, arrastrándola hacia el exterior a la par que le limpiaba la mejilla tiznada del hollín que acababa de atizar.

- No, Mamá Pig, no, yo estaba...

Pero su salida en escena cortó el diálogo, viéndose de repente ante la numerosa clientela de la tienda, segura de que o bien pensaba expulsarla cruelmente o humillarla del mismo modo. Por eso se quedó rígida e impotente, mirando hacia los pies de los demás a la espera de aquella innecesaria lección cuya amenaza fue disipada por una voz amable que pronunciaba su nombre y una mano amiga.

Alzó los ojos, sin comprender y le dio la mano con cautela.

- Hola, ¿q...?

Craso error. Su pregunta sin acabar fue suficiente respuesta pues un tirón en el ombligo le reportó la sensación más extraña que nunca había experimentado y eso que había estado cerca de morir por inanición. 

- ¿Qué...?

No había modo de acabar una frase pero tenía que reconocer que "varitas" y "compañero" no resultaban palabras amenazadoras de por sí. Aún así, para alguien como Marshmallow que nunca había esperado que la magia entrara en su vida aquello no tenía ningún sentido. Además, su seguridad, su preciada seguridad, acababa de evaporarse en un cúmulo de nuevas percepciones cargadas de inseguridad.

- Esto tiene que ser...

Otra nueva interrupción, esta vez de parte del nuevo niño a quien dirigió una mirada cargada de desesperación a pesar de que no tenía nada que ver. ¿Por qué se presentaba? ¿Dónde irían a continuación? ¿Por qué la llevaban a ella? ¿Mamá Pig la había vendido? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Tan mala era?

- Marshmallow.

Él también parecía un tanto asustado pero sus preguntas volvieron a morir en su garganta antes de llegar a ser formuladas pues un nuevo tirón la llevó hasta un precioso valle verde que haría las delicias de su madre y Mamá Pig. El estómago se le encogió y no sólo por el agitado viaje y el desconocimiento sino por los recuerdos que nuevamente apartó, relegándolos a aquel lugar llamado pasado del que no debían volver a escapar.

Otra nueva niña, pero ya no había preguntas. No entendía nada, estaba sola, asustada y había vuelto a perder la seguridad en el mundo. Volvía a ser una persona sin presente. ¿Cómo se podía vivir sin pasado, sin presente ni futuro? ¿Y qué harían los magos con los niños que nadie quería? Porque algo le decía que eso eran ellos. Desarrapados, huérfanos, deshechos.

Otro nuevo lugar, otra nueva niña. Cero preguntas. Miedo. Cada vez comprendía menos la situación. La extraña amabilidad del anciano era una vaga esperanza que apenas mitigaba su terror. No quería confiarse porque la confianza en nada ayudaba. Por eso esperó tensa a la nueva desaparición, que esta vez la llevó de vuelta a la casa del primer niño, tal vez un afortunado que volvía a su hogar, a aquella calle de relucientes adoquines y gente atareada que podría estar en cualquier lugar de Inglaterra.

No tardaron en entrar, pero las palabras que la niña esperaba escuchar no llegaron. Nada de "no nos gusta este niño" o "perdón, veo que a éste si lo quieren". No. Sólo algo sobre varitas que pareció animar a la niña de la casa en el valle pero que a ella sólo la dejó quieta, estática en el lugar, intentando pasar desapercibida con muchas preguntas en la cabeza pero ninguna en los labios.

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21/09/2015, 00:14
Adelaide E. Gleann (Della)

Prácticamente era la hora de comer y, después de las clases diarias, su abuela había pedido a Della que avisase a su padre. Éste estaba encerrado en su despacho probando una receta nueva que se le había ocurrido, decía que iba a ser la solución al actual problema, si lograba estabilizarla y no adquiría ese tono vómito, claro, decía que no lo molestasen por nada, que le faltaban horas al día para lograrlo antes de tener que irse. Pero como tenía que comer y conocían su carácter, ninguna de las mujeres que compartían la vivienda con él se tomaba totalmente en serio las amenazas, aunque para prevenir posibles lanzamientos de objetos llenos de vete_a_saber_tú qué mejunje, siempre iba su hija. Ella era la luz que iluminaba la vida del hombre y nunca pasaba nada si al abrir la puerta era su rostro el que aparecía.

-Padre, -dijo la niña con voz queda mientras abría la puerta y asomaba medio cuerpo -hora de llenar el estómago con algo que no sean esos... gases.

Conforme avanzaba por la habitación la nariz fué arrugándose y la pequeña levantó una mano para abanicar su rostro tratando de respirar un aire menos denso, una ceja se alzó al ver el aspecto del líquido que cubría el fondo del caldero.

-Vamos papá -extendió la mano y puso su mejor cara de súplica.

Taranis la miró con una media sonrisa, de repente todas las preocupaciones que asaltaban su mente desaparecieron, no sabía cómo lo hacía su hija pero siempre conseguía lo que quería. Cogió la menuda mano extendida y con un movimiento de varita limpió el maloliente caldero antes de dirigirse hacia el comedor. No habían dado dos pasos fuera cuando Neas, la criada, les comunicó que el señor Emrys ya estaba allí. Della sintió un leve apretón en la mano que tenía cogida su padre, elevó la vista y vió un brillo en los ojos que le devolvían la mirada: había llegado el día.

Della se elevó sobre las puntas de sus pies y besó suavemente la mejilla, algo áspera por la barba de varios días, de su padre. Se dio la vuelta y se encaminó hacia la entrada donde se despidió con un leve gesto de la mano de su tía antes de salir a la luz del exterior. Se disponía a contestar al señor cuando vió al resto de niños a su alrededor, -Mas niños... mis futuros compañeros- todavía no le había dado tiempo de asimilar que no estaban a solas cuando el anciano la cogió por el brazo y sintió el familiar tirón desde el estómago.

Cuando reaparecieron, con una sacudida en medio de una intersección, la niña se alegró de no haber comido todavía. Tomó aire por la boca ostensiblemente para calmar la náusea antes de darse cuenta de lo que hacía y cerrar ésta, por suerte nadie le prestaba atención, Myrddin había indicado la dirección y todos le seguían rápidamente. Della se levantó levemente la falda del vestido para evitar tropezar y avanzó todo lo rápido, pero sin llegar a correr, que sus cortas piernas le permitían, al final entraron en la famosa Ollivander's y el olor a madera inundó las fosas nasales de la niña.

-Cedro... roble... cerezo... -fué enumerando mentalmente mientras reconocía los distintos olores de la madera- Haya...

Sus pensamientos se vieron interrumpidos primero por la voz del anciano, luego por la del señor de la tienda y por último por la de la otra niña morena. Se había perdido en sus recuerdos y se le habían adelantado, se encogió levemente de hombros y se dispuso a ver, oír y aprender.

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22/09/2015, 19:51
Rewel Ollivander

No era fácil cargar con el peso del legado de la familia, y más cuando ni a él mismo le había correspondido llevarlo. Lo sentía como un saco en sus hombros, que casi le hacía encorvarse. Mucho se podía contar de un hombre como Rewel, y su mirada podía llegar a relatar historias que podían mantener a toda una congregación despierta durante toda la noche alrededor de una hoguera, pero no eran historias alegres, tampoco de miedo. Eran historias de vida.  

Cuando vio al viejo aparecer con un par de muchachos, y fue a buscar a su sobrino, asintió de manera lacónica, casi sonriendo con pesar. Había llegado el momento que a todos les llegaba, y no podía dar marcha atrás. Él no era nadie.

Además, necesitaba que siguieran llegando alumnos nuevos al Colegio pues el negocio vivía de ello, principalmente. Tal y como estaban los precios de las varitas, pocos eran los que volvían a la tienda para una reparación, o para pulir la madera, o para alguna que otra inscripción.

Al marcharse, recordó las palabras de Myrddin como un eco, y casi le dieron ganas de golpear el enjuto rostro del anciano. Nadie le decía lo que debía hacer en su tienda. Y menos él.

—Tsk…— llegó a bufar, arrugando su aguileña nariz, y, resignado, comenzó a buscar las cajas de las varitas más adecuadas.

Cuando llegó a apilar varias cajas sobre el mostrador, reconsideró un par, y las dejó debajo, pensando que no creía que ningún muchacho de aquel grupo fuera a necesitarla. No, no lo creía. No una de ellas. Sonrió ante la ocurrencia, y negó con la cabeza.

Chascó la lengua al notar de nuevo la presencia del anciano mago con más niños, y lo miró de manera ardiente, frunciendo el ceño.

—Qué rapidez— dijo, casi arrastrando las palabras.

Miró la cara de los muchachos, y se preguntó quién se rendiría el primero en el camino de la magia, quién perdería su primer sueño, y quién tendría que perder su vida por una fantasía de la misma. Contempló sus miradas: su propio sobrino; un muchacho algo perdido, casi indigente; la chica que vivía en esa misma calle; la niña con mirada asustada, pero firme; y la chica dubitativa, esperando a que pasara algo. Ladeó la cabeza al ver a la última. ¿Qué demonios hacía oliendo su tienda? ¿Acaso no era del gusto de Su Majestad? 

Rewel, se dijo, cerrando levemente los ojos. No. 

—¿Tú primera?— dijo, señalando a la muchacha pecosa, y sonrió, sincero. Se alegró al ver que había alguien decidido, y seguro en aquel grupo.

Decisión, seguridad, ansia de saber y poder. Directa, con fuerza y deseo.

—Veamos…— comenzó a mover las cajas, una tras otra, y mientras las abría, comprobando su interior, murmuraba palabras para sí mismo, como notas mentales.

Al rato, encontró una caja que hizo que se le iluminaran los ojos, y miró a la muchacha.

—¿Cómo te llamas? — la preguntó Rewel, y sin que le diera tiempo a responder, se fijó en Marshmallow—, porque a ti te conozco. Eres la muchacha de Mamá Pig— añadió, como si le diera cierto respeto tener a alguien que conociera a aquella mujer—. Debes de ser fuerte para aguantarla. Creo que si fuera tú, hace mucho tiempo le…— se terminó aclarando la garganta, algo azorado por sus duras palabras y su impetuosa sinceridad, y se centró de nuevo en Molly—. Bueno, prueba esta.

Le tendió una varita larga, de unos 25 centímetros, semirígida, madera de ébano con un centro innovador: raíces de roble.

—No sólo el árbol se mantiene erguido a pesar de todas las tormentas que le puedan caer, el ébano es la madera de los firmes de convicción, de los que tienen una creencia y la persiguen. Son decididos; es en la mano de aquellos con el coraje de ser ellos mismos donde el ébano se encuentra más a gusto. Los dueños de varitas de ébano, que son a menudo inconformistas, muy individualistas o cómodos con no pertenecer al grupo, han terminado formando parte de un conjunto de personas que pensaban como ellos. En mi experiencia la varita de ébano le va perfectamente a alguien que se aferra firmemente a sus creencias, independientemente de la presión externa y no serán fácilmente desviado de su propósito.

Hizo una pausa, mirando la varita, como si admirara su trabajo, y esperó a que Molly la cogiera para ver si el resultado era el esperado.

Aguantó la respiración como siempre hacía cuando esperaba que la varita aceptara al mago, pues era así, y no al revés, como algunos aficionados aseguraban. Las varitas tenían su propio comportamiento, podían revelarse contra el mago, y fallarle en momentos cruciales. Han de sentirse a gusto. La varita escogía al mago.

Fue en ese momento cuando por la punta comenzaron a salir una serie de chispas doradas, y un ligero humo rojo. La varita estaba cómoda en mano de Molly. Rewel sonrió, y la miró.

—He ahí tu compañera fiel.

Dio una palmada, triunfal, más animado, y miró al resto de los muchachos.

—Siguiente— exigió, casi a voz en grito, mirando a los chicos con cierto nerviosismo. Quería volver a dar una compañera. 

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22/09/2015, 20:05
Adelaide E. Gleann (Della)

Della siguió atenta los movimientos y palabras del fabricante de varitas, le pareció ver que le dirigía una mirada enfada pero se dijo que no podía ser, ella no había tocado nada y menos hablado. Enseguida desechó esos pensamientos pues el hombre se puso en movimiento mirando por cajas y murmurando por lo bajo, demasiado bajo para saber qué decía. Ante la mención de Mamá Pig, la niña sintió que reconocía el nombre pero en ese momento no lograba ubicarlo, era raro pues no conocía a tanta gente pero se dijo que debían ser los nervios.

Al final encontró la adecuada y cuando la niña la sostuvo pareció que la varita cobraba vida. El rostro de Della sonrió ante la emoción y cuando pidió por el siguiente no lo dudó.

-Yo señor.

Titubeó si decir su nombre y presentarse como le habían enseñado, pero viendo la cara del hombre pensó que no le interesaba y simplemente se adelantó, atrás quedaban las primeras indecisiones por fin iba a tener su varita.

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22/09/2015, 20:36
Rewel Ollivander

Se sorbió la nariz con un ligero sonido, y sonrió para sus adentros, mientras guardaba bajo el mostrador unas cuantas cajas de varitas que no pensaba ya usarlas. Molly tenía ya la suya. La varita la había escogido entre todos los niños que habían pasado por aquella tienda. Se alegró de que hubiera sido una muchacha fácil, pero con convicciones fuertes. Lo apreciaba en una persona. Si él mismo lo hubiera sido en su día…

Negó con la cabeza, riñéndose a sí mismo por algo que ya no tenía ningún sentido, y miró el rostro surcado de arrugas de Myrddin.

—¿Cómo va tu varita?— preguntó, no sin cierta sorna, el fabricante, apoyando ambas manos en el mostrador—. Ah, sí, ya…

Myrddin agitó su callado, sonriente, y se terminó encogiendo de hombros.

—Eres de los pocos…— terminó diciendo Rewel.

Y hubiera seguido con la conversación, si no fuera por aquella dulce voz. Miró a la muchacha, y contempló sus ropajes. Sólo su vestido equivalía a lo que ganaba en un año un tipo de la calle muggle de al lado. Bufó por la nariz, pensando en su propia miseria, y la escrutó con la mirada.

—Conque tú…— dejó la frase morir, mientras rebuscaba en sus cajas, abriendo y cerrando, contemplando las varitas, mientras sonreía para sus adentros—. No eres difícil. En cuanto te vi, supe que ésta era para ti.

Rebuscó un poco más, y alzó un dedo, pidiendo un momento de paciencia, al darse cuenta de que la varita de la que hablaba estaba en la trastienda. Fue a buscarla presuroso, y la trajo envuelta en una fina tela de seda de un azul claro brillante.

—Cógela— le pidió con avidez, y miró la reacción de la varita.

Se sintió cómoda en cuanto la madera tocó los finos dedos de Della. La varita emitió un ligero temblor, sacó chispas doradas y rojas, pero elegantes, y un humo que subió en espirales hasta el techo de madera.

—Sí, por supuesto— dijo, casi más para sí mismo que para el resto de los presentes—. Pelo de veela, hermosísima. Creo que no he visto a una mujer más hermosa en mi vida, salvo a mi mujer— añadió, como si retara a alguien a contradecirlo—. Me dio tres pelos de su hermosa cabellera para poder hacer varitas. Tú tienes el tercer pelo.

Pestañeó un poco, y trajo una caja blanca para que Della pudiera meter la varita ahí si lo deseaba.

—Veintiún centímetros y medio, flexible, madera de olmo. La verdad es que las varitas de olmo prefieren dueños con presencia, destreza mágica y una cierta dignidad nativa. De todas las maderas para varitas, en mi experiencia el olmo es la que causa menos accidentes, menos errores tontos y es la que produce más encantamientos y hechizos elegantes. Son varitas sofisticadas, capaces de producir magia muy avanzada en las manos adecuadas— relató Rewel con cierta parsimonia, orgulloso de sus conocimientos—. Una varita de Olmo te abrirá puertas hacia cierta élite mágica que existe. Ya sabes a lo que me refiero— se llevó una mano hacia la nariz, como si se guardara un secreto, y sonrió.

De nuevo, miró hacia los demás, estirándose, disfrutando de su trabajo, y miró a los tres muchachos que quedaban para recibir su varita.

—¿Y bien? ¿Quién será el siguiente?— preguntó, divertido. 

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24/09/2015, 20:59
Geert Ollivander "Olli"

  Observó con interés cada movimiento, expresión o diálogo que se representaba en aquél improvisado teatro, como si fuese espectador en lugar de parte implicada. Y en medio del escenario, justo bajo las luces, conduciendo la obra estaba Rewel. Su tío era un maestro en el arte de las varitas, tenía un talento que no solo se conseguía con una larga tradición familiar de secretos escritos en densos y gruesos códex manuscritos, o con aquellos secretos que solo se transmitían oralmente de padres a hijos, sino que además tenía el suyo propio. Un talento y destreza innatos. Todo ello “Olli”, lo sabía bien porque alguna vez lo había oído reconocer de los mismos labios de su padre hablando en confesión y privacidad a su abuela mientras él escuchaba de escondidas. Y, sencillamente, también se lo había confirmado su abuela Edita cuando él había ido a preguntarlo.

  Pero más allá de eso, Geert le gustaba dedicar su tiempo en la tienda de varitas o en el taller que compartían prácticamente el mismo espacio. Donde veía, cuando su tío se lo permitía, el trabajo incansable y delicado de sus manos moldeando la madera, y como combinaba ésta con los distintos centros para varitas. No se cansaba nunca de observarlo.

  Así que, de todo el tiempo que había pasado medio oculto por la tienda había sido testigo también como, especialmente por esas fechas, muchos magos o brujas, la mayoría jóvenes, entraban a comprar y salían con su varita. Aquello era algo que soñaba poder hacer él pero que solo les pasaba a otros. Algo que en el fondo de su corazón creía vetado. ¿Sería mago algún día él también? No creía que fuese algo que un día le llegase a ocurrir a él, tampoco es que su hermano mayor, cuando le llegó la hora, lo hubiese hecho participe, y es que no solo no se la había enseñado, sino que ni siquiera se lo había dicho que tenía la suya. Así que no era raro que bajase la mirada cada vez que pidiesen el siguiente y que le costase incluso cruzarla con la de su tío, como si aquél hombre que tanto quería fuese de repente un desconocido.

  ¿Podía él tener su propia varita? Empezaba a entender que sí. Quería hablar con él en privado, preguntárselo sin exponerse a un posible ridículo pero le parecía demasiado cómodo ese segundo plano y la timidez superaba por momento el deseo.

  Así que, con esa atención de la que ya hemos hablado devoraba cada detalle, y se fijó en cada varita que se destinaba a aquellas compañeras afortunadas. No conocía la primera varita, y no supo de qué podría ser su madera, menos el tesoro que guardaría en su núcleo, pero cuando el artesano mencionó en voz alta las características de la segunda, los labios de joven Ollivander musitaron involuntaria, automáticamente y de una forma casi inaudible: “Pelo de Veela”, “Veintiún centímetros y medio”, “flexible” y “Madera de olmo”. Y lo repitió algunas veces como si pretendiera memorizarlo.

  Otra nueva bruja con su varita. De nuevo pidieron otro valiente, pero él aún no parecía haber reunido el valor suficiente pues no levantó la mano tampoco, por el contrario miró con preocupación aquellos dos niños que seguían aguardando la suya como él. Quizás al hacerlo tenía la endeble esperanza de encontrar alguien afín, alguien con quién darse mutuamente el valor para dar un paso en frente.

  Suspiró inquieto cuando miró a Niall, aquél niño que ni siquiera sabía la cualidad de su voz. No tardó en arrugar las cejas, negar levemente con la cabeza y torcer la boca. No. Quizás con el tiempo llegarían a ser amigos, pero aún no se sentía cómodo con él, dado que ni siquiera le había devuelto el saludo ni se había presentado. “Olli” miró su mano y recordó como ésa se había quedado vacía al extenderla. Así que pasó rápidamente su examen a buscar la mirada de la otra niña. “Marshmallow” recordó tras un esfuerzo. Y le pareció que estaba tan asustada y confundida como él, aunque a decir verdad, nosotros que somos simples aprendices de ésta historia y gozamos de una visión privilegiada, creemos que Geert estaba mucho más preparado que ella para lo que estaba por venir, pues él al menos se había criado en una familia en que la magia era una buena parte de sus vidas cuotidianas. Pero eso él no podía saberlo cuando le susurró con timidez una invitación para que fuese la siguiente. —¿Quieres… ir tú antes?

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24/09/2015, 23:07
Marshmallow Bowen

Marshmallow se convirtió en una observadora en segundo plano y, a decir verdad, una muy mala. Diez minutos después sólo podría describir los rasguños de sus ajados zapatos, el corte en la falda y la voz gastada del vendedor de varitas, sin que aquello significara nada nuevo para ella.

Sólo una vez alzó la mirada y fue, para su desgracia, cuando sus ojos se encontraron con los de Rewel, momento que aprovechó éste para increparla de algún modo, aunque eso sí, aportándole ya de paso una información que ayudaba a apaciguar un tanto sus nervios y era el saberse en terreno de confort. Por lo demás, de sus palabras cabía sacar escaso consuelo. Ni siquiera sabía cómo la conocía cuando ella no acostumbraba a atender al público pero quizás lo que había logrado que volviera a bajar la mirada había sido la referencia a su antigua mentora. Había dicho "eres" al hablar de la vieja mujer y lo cierto era que el presente del verbo estaba desactualizado porque ella, en aquel momento, ya no pertenecía a ningún lugar, sólo al mundo de las preguntas sin respuesta y al de los miedos sin solución.

Ahí seguía, descendiendo a los infiernos de su propia consciencia cuando el niño que se había presentado como Olli llamó su atención, ofreciéndole ser primera como si de un favor se tratara. Torció un poco la cabeza para mirarlo, sin desear alzar la mirada no fuera a ser que alguno de los adultos la increpara y negó de forma apenas perceptible con la cabeza.

- Esto no es para mí - respondió en un débil susurro.

Aprovechó para lanzar una fugaz mirada a la puerta. ¿Se enterarían si se marchaba? Tarde o temprano por lo menos y la perspectiva de ser perseguida por un mago furioso que se aparecía donde quería no se le antojaba apetecible así que volvió a bajar la vista a sus pies, sin saber qué hacía allí ni qué sería de ella.

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25/09/2015, 12:07
Molly Blackcap

A decir verdad, Molly no tenía muy claro para qué se había ofrecido voluntaria exactamente, simplemente pensó que alguien TENÍA que hacerlo. Así que ahí se quedo, plantada en mitad del incomodo silencio que siguió a sus palabras y la atenta mirada del hombre tras el mostrador.

Sin saber que esperar, tragó saliva y se entretuvo sujetándose el brazo izquierdo, observando con disimulo lo que hacía el fabricante de varitas, cómo hablaba y cómo movía las manos curtidas con destreza entre la pila de cajas que tenía delante.

- Mo… Molly atinó a decir cuando el tal Rewel le pidió su nombre. Tras ello, desvió ligeramente la mirada hacia sus compañeros, preguntándose si también le obligaría a sacar la lengua y le miraría detrás de las orejas delante de todos.

Mientras el viejo fabricante continuaba discutiendo consigo mismo cual sería la más apropiada, Molly se preguntó para qué necesitaría ella una varita. Lo más parecido que le había visto blandir a su abuela había sido un cucharón de madera (por lo visto a ella le bastaba eso para mandar de vuelta a su cueva a un puñado de trolls suplicando clemencia). Por otro lado, tampoco estaba muy segura de que fuera necesariamente bueno todo lo que el fabricante decía sobre ella. ¿Estaría de verdad condenada a ser una solitaria?. De repente se vio a sí misma en lo profundo del bosque o en la cima de una montaña, vieja y gruñona, diciendo cosas como - ¡Fuera de mi ciénaga niñatos! - mientras alzaba el palo de su escoba. Molly sintió como la angustia se instalaba en su estómago. Antes de que se diera cuenta empezaría a carcajear y viviría en una casita de mazapán, una de esas que vienen provistas de un horno tamaño niño... Esas cosas pasaban constantemente en las historias de Yqueunrayomeparta Macdoughal ¡Y él tenía el libro que guardaba la historia del mundo entero!

Cuando Rewel le entregó la varita de ébano, Molly la cogió con cuidado y no pudo evitar maravillarse con su artesanía y tacto. Se trataba de una única pieza tallada y pulida, adornada por una discreta filigrana en la empuñadura. Sobria y, de alguna manera, de aspecto implacable y contundente. Fue entonces cuando tomó una decisión, a lo mejor era verdad que lo tenía todo para ser una bruja mala (¡hasta una varita negra como el carbón!), pero ella no lo sería. Su historia aun no estaba escrita como las historias de Yqueunrayomeparta, podía decidir y eso era lo que acababa de hacer.

Fue entonces cuando, sin previo aviso, de la punta de la varita comenzó a emerger un remolino de chispas doradas. Al principio Molly abrió mucho los ojos sorprendida, después, animada por la sonrisa satisfecha del viejo fabricante, relajó el gesto al comprender que no había hecho nada malo y sonrió por primera vez, contenta y confiada. No sabía si lo conseguiría, pero era lo suficientemente obstinada como para intentarlo.

- Gracias – le dijo al hombre con una sonrisa sincera, retirándose a un lado cuando la niña, cuyo vestido valía más que todas las casas del pueblo de Molly juntas, se adelantó para hacer su prueba.

No interrumpió, pero se mantuvo atenta junto a los otros tres niños que faltaban. Se fijó entonces en la más pequeña, la pelirroja que, muy concentrada en sus propios zapatos, murmuraba que aquello no estaba hecho para ella. Parecía tan frágil y miedosa… Molly pensó que a lo mejor también echaba de menos su casa. A ella tampoco es que le agradara mucho la ciudad.

- No te preocupes, no es difícil – Le dijo bajito tratando de animarla, esbozando una pequeña sonrisa amistosa que hizo extensible a los otros dos niños.

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25/09/2015, 14:26
Niall

El muchacho irlandés miraba a todos con los ojos como platos. Desde hacía unos pocos días había visto cosas que jamás habría creído... había descubierto que un nuevo mundo existía casi a plena vista de todos y que maravillas como las que el profesor Slytherin le había explicado, no solo eran posibles sino que, de hecho, estaban a la orden del día. Y, sin embargo, aquella mañana estaba sucediendo demasiadas cosas y demasiado rápido para poder asimilar la nueva realidad a la que, según parecía, no solo estaba abocado, sino que, encima, parecía pertenecerle por derecho de nacimiento. Al menos no era el único...

Lo que en un principio podría parecer un sentimientos de consuelo no tranquilizó en absoluto al joven Niall. Otros niños eran sacados de sus casas para llevarlos... ¿al Castillo? ¿Cuál sería el destino final de aquellos chicos que ahora le acompañaban de la mano de Myrddin? Todos tenían la misma cara de susto. Bueno... todos no. Aquellos que habían obtenido aquel curioso palo de madera tallada del que habían emergido preciosas chispas de colores parecían no solo satisfechos y orgullosos... parecían felices. De cualquier modo, en todos los casos parecía que los niños sabían qué se esperaba de ellos. Mientras que Niall no sabía aún por qué estaba allí.

Los chicos se miraban... intentaban consolarse los unos con los otros pero el nerviosismo, la duda y el miedo grabado en sus ojos, solo hacía que contagiar a los demás de mayores temores aún. Y luego estaba aquel señor que ofrecía varitas a los niños... que parecía escrutar en el fondo de su alma y averiguar cómo era cada uno. Algo terrible, sin duda. Niall se preguntaba qué podría ver en su interior. Tal vez descubriese que él realmente no pertenecía a aquel lugar. Tal vez todo había sido una gran confusión y la única constante a la que ahora el muchacho podía otorgarle cierto grado de credibilidad era la de que ser prudente y pasar desapercibido era la única respuesta sensata.

Niall agarró la túnica del viejo Myrddin y se arrebujó tras ella. Tanto le daba si parecía torpe, ignorante o directamente maleducado. Estaba aterrado y quería irse de allí. 

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25/09/2015, 16:59
Rewel Ollivander

La paciencia de Rewel era limitada, sobre todo por la cantidad de cosas que tenía que hacer a lo largo del día. Perder el tiempo con una panda de mocosos indecisos no era lo suyo.

Sin embargo, no debía de enfurecerse. Él también había sido un muchacho inseguro y algo dubitativo hacía muchos años, y aunque la vida ya se encarga de endurecer el carácter de las personas, debía de empatizar con ellos. A fin de cuentas, eran sus clientes.

—¿No? ¿Nadie?— dijo, tratando de animarlos.

Vio a su sobrino animar a la muchacha de Mamá Pig, pero ésta no quiso probar. Chascó la lengua ante ello. Conocía el carácter de la mujer que regentaba la botica como una mujer con mano de hierro, y no debía de ser fácil estar bajo su yugo. Rewel ya tenía la varita pensada para Marshmallow, pero no quería todavía mostrársela. Le dio otra oportunidad para ser ella misma quien diera el paso de pedirla.

Miró a la muchacha de la varita de ébano, e inclinó de manera suave su cabeza para aceptar su agradecimiento.

—De nada— dijo, sonriendo de manera ladeada—. Cuídala. Te lo agradecerá, ya lo verás— le indicó.

Barrió con la mirada de nuevo a los muchachos que tenía delante, y ladeó la cabeza al ver al rubio esconderse tras la túnica del viejo mago. Compartió una mirada con Myrddin, y se preguntó qué era lo que pasaba últimamente para que los muchachos no quisieran su varita.

—De acuerdo, pues, elegiré yo— se puso los brazos en jarras, controlando su impaciencia, y miró hacia la muchacha con la que había hablado su sobrino—. Tú, la chica de Mamá Pig, acércate.

La miró con sus ojos de halcón, y movió un par de cajas alargadas para dar con la varita que sería la compañera perfecta para ella. Lo había estado pensando desde que había visto ahí junto a los demás muchachos, pero se lo había confirmado cuando vio que no se atrevía a dar el primer paso. No importaba. Los niños necesitaban un empujón.

—Ten— dijo, sacando una varita larga, con letras celtas escritas a lo largo de ella—. Sicomoro, veintiocho centímetros, rígida, y con un centro bastante acertado para ti, niña— dijo, no sin un deje de dulzura, raro en él—: tallo de Edelweiss, una flor que sobrevive bajo nevadas heladas y a alturas que, debo reconocer, ya no puedo escalar. Es una superviviente, como tú— ensanchó la sonrisa, mirando a Marshmallow—. Por su lado, el sicomoro produce una varita aventurera, deseosa de nuevas experiencias y que pierde su brillo si se dedica a actividades mundanas. Una singularidad de estas atractivas varitas es que pueden arder si se deja que se “aburran”, y muchos magos y brujas de mediana edad quedan desconcertados al ver que su querida varita empieza a arder en su mano al pedirle una vez más que les traiga el cuchillo para untar la mantequilla. Como se puede deducir el dueño ideal de una varita de sicomoro es curioso, vital y aventurero, y cuando se combina con un dueño así, demuestra una capacidad de aprendizaje y adaptación que la pone entre las maderas para varitas más apreciadas del mundo.

Tras su discurso, la varita, ante el contacto con la suave mano de la muchacha, comenzó a emitir chispas azules y verdes, a vibrar un poco, y casi se podía ver que tiraba de la mano de Marshmallow hacia fuera de la tienda: quería ir a explorar junto a su dueña.

—Cuídala— repitió, mirando tanto la varita como a la chica—. Será muy buena compañera. Y si hechizas a Mamá Pig— añadió, bajando un poco el tono de voz—, creo que hasta yo te lo agradeceré— bromeó, divertido.

Miró de nuevo hacia los que quedaban sin varita: el muchacho rubio y su propio sobrino.

—¿Y bien?— preguntó, ahora algo más severo—. ¿He de decir yo quién será el siguiente voluntario o creceréis de una vez?— dijo, cruzándose de brazos, mirando de manera intermitente a cada uno de ellos. 

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26/09/2015, 11:35
Geert Ollivander "Olli"

  Había buscado una aliada en aquella situación, pero sus palabras al decirlas no consiguieron el efecto deseado, en su lugar una incomodidad creciente se demostraba en la expresión corporal de aquella niña. Olli se encogió de hombros avergonzado de su propia osadía, y se rascó las cervicales y la espalda con aquella única mano funcional, la que no llevaba bajo el peso de un fardo hecho de vendas. No sabía dónde meterse. Habría querido disculparse pero tenía la sensación que solo conseguiría intimidarla más.

  —Claro que sí es para ti, ¿estás aquí no?— dijo con una triste sonrisa tímida, después de que lo hiciese Molly y sin saber encontrar ninguna frase mejor para ofrecerle también algo de aliento.  Luego, se hizo un poco más a un lado temeroso de mostrarse demasiado abierto y que lo rechazaran. No obstante, encontró ayuda donde no había esperado encontrarla, y es que la sonrisa de la joven Blackcap terminó de animarlo y se habría ofrecido voluntario si de golpe no le hubiese vuelto a asustar su tío con su anuncio de ir a elegir él mismo el siguiente. Geert deseó con todas sus fuerzas que lo eligiera, pero no fue así e hizo avanzar a la pequeña ayudante de Mamá Pig. Él, observó la escena con interés y rezó para que no le diese aquella varita con nervio de Cíclope que codiciaba para sí.

  —“Sicomoro”, “veintiocho centímetros” y “rígida”— musitó a su vez, alargando el cuello para ver mejor. La emoción que sentía debió de transmitirse a Albus, quién sacó su diminuta cabeza de entre el enmarañado pelo para observar sin saber que veía. Olli se preguntó qué centro tendría cuando su tío no tardó en desvelar el misterio. —“Tallo de Edelweiss”. — Hizo memoria mientras lo repetía y creyó recordar estar presente el día en que el fabricante terminó esa varita, le había hablado de ella pero ya casi no recordaba aquella valiosa lección. El niño se lamentó amargamente por ello, dado que con avidez intentaba retenerlo todo.

  Volvió a la realidad con aquella pregunta de severidad marcada. Reconocía a su tío en aquella figura de brazos cruzados y no a un extraño, y se censuró a sí mismo por su cobardía y comportamiento al concienciarse de que hasta su hermano pequeño sería más valiente que él. La regañina lo había puesto en su lugar, pero lo que más terror le daba, más que el de ser motivo y blanco de burlas, era la posibilidad de llegar a defraudar a su tío. Concluyó, que al fin y al cabo, nadie se había reído ni de él, ni de nadie, y parecía ser más reprobatorio y vergonzoso seguir oculto que dar un paso al frente. Así que sin darse cuenta reencontró por unos instantes su seguridad largo tiempo perdida al ponerse, inconscientemente, delante de él y preguntar:

  —¿De verdad que puedo tener una, tío? ¿Mi propia varita?— Ese último atisbo de inseguridad no era gratuito, pues el pequeño Ollivander tenía muy presente lo que había ocurrido la última vez que había tocado una varita.

  Tan solo hacía un par meses. La semana anterior habían recibido en la tienda una visita muy especial que había vuelto el joven lisiado de nuevo en un niño ensoñador con la cabeza llena de aventuras. El día que ocurrieron estos hechos, Rewel dormía dado que había trabajado hasta muy tarde con una varita “para un cliente único”, no era la primera vez (tan solo la tercera o la cuarta) que Olli lo oía pero cada vez que su tío lo decía, fuera cierto o no, él se lo creía y su imaginación corría sin nadie que llevase las riendas.

  Había avanzado casi a oscuras en el taller movido por la curiosidad y observó aquella pieza de artesanía cuidadosamente sujeta en el banco de carpintero. En la penumbra no supo ver nada que la hiciese tan distinta al resto pero sintió la poderosa necesidad de tocarla y agitarla, fantasear que era un poderoso mago que iba a la salvación de una princesa alta de piel pálida y pelo oscuro que vestía de ropas coloridas y vaporosas agitadas por el viento y se encontraba encerrada en una torre o en algún bastión del ejército enemigo. Ni Aquiles lo hubiese soñado mejor, pensó. Ya lo hacía hecho decenas de veces, así que con mano trémula y sin darse cuenta de lo que hacía puso su mano sobre aquella varita y de pronto, se disparó una llama de fuego. Aquello era nuevo y Geert tardó unos segundos a salir de su asombro. Nunca le había ocurrido aquello, su abuela por la noche en confidencia bromeó, entre risas suaves, sobre el hecho de que igual había despertado de pronto el mago que había en su sangre, pero en ese instante de no ser por la rápida intervención de su familia para apagar las llamas, aquellos niños no podrían haber estado en la tienda comprando con Myrddin. La suerte hizo que no hubiese que lamentar pérdidas de ninguna clase salvo varios cubos de serrín y una pared ennegrecida que Olli miraba de reojo antes de dar el último paso que lo ponía frente al fabricante sin atreverse a hacerle memoria de la que había pasado pero incapaz de olvidar y advertirse por ello.

  Miró aquellos ojos oscuros que lo juzgaban y brillaban con inteligencia. Apretó los dientes y bajó las cejas, finalmente decidido. Iría a Hogwarts, eso ya era un hecho y “a todo mago le correspondía la varita apropiada” como solía parafrasear el linaje de su familia.

  —¿Puedo elegirla yo?

  Pedía para sus adentros aquella varita de buena longitud, delicadamente trabajada en madera de Carpe y cuyo centro atesoraba uno de los escasos nervios ópticos de Cíclope. Se lo repetía con mucha intensidad como si pudiese hacerla suya y tangible entre sus manos a fuerza de pensamientos.

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26/09/2015, 12:09
Niall

Aquel inquietante hombre... ¡le estaba increpando! Niall no se sentía para nada seguro en aquel lugar. El artesano que se encarba de repartir aquellos curiosos artefactos hechos de madera era un tipo que podría nervioso a cualquiera y con los dos muchachos se estaba ensañando. Al menos eso le parecía al chico irlandés que, cuando Rewel le habló, es encogió aún más apretando la tela de al túnica de Myrddin con más fuerza todavía. Aguantaba la respiración sonoramente mientras rogaba para que el otro muchacho diese un paso al frente y que le dejase a él para el final. O mejor... que se olvidase de él y que le dejasen regresar a su jergón en medio de ninguna parte. Que el mundo entero se olvidase por completo de Niall.

Finalmente, aquel muchacho que parecía lisiado de un brazo, habló y el irlandés pudo respirar con cierto alivio. Ese chico, el que antes se había presentado como Olli, preguntaba al artesano si podía tener una... una varita... ¿varita? ¡Y le llamaba tío! Pues si eran familia, lo lógico sería que el chico ya hubiese tenido su chisme ese de hacer chispas. ¿Para qué quería Niall un aparato así? A Niall no le interesaba lo más mínimo hacer chispas de colores por muy bonitas que estas fuesen. Recordó entonces que el Profesor Slytherin poseía una muy parecida a aquellas que el tal Rewel estaba repartiendo entre los muchachos. Y con ella hacía muchas más cosas que echar chispas y humo de colores. Tendría que ser, en esencia, un aparato distinto. Más avanzado... o, de cualquier modo, más interesante. Con esto, sin embargo, Niall se descubrió a sí mismo pensando de una manera muy distinta en todo aquello. Unos emitían unos colores y otros, había quien era capaz de encender luces o incluso de viajar cientos de millas en un abrir y cerrar de ojos. Pero, ¿y si él tuviera una? ¿Qué sería capaz de hacer? Una sensación desconocida le invadió al chico las entrañas por primera vez. Pensaba en las posibilidades que podría albergar tener un aparato así. Tanto incluso que una sonrisa maliciosa se le dibujó en el rostro. ¿Acaso aquellos aparatejos eran capaces de conceder deseos o algo parecido? Alguna vez había escuchado leyendas sobre gnomos o ninfas del bosque que concedían deseos pero... ¿pedazos de madera? De una forma o de otra, la cuestión apremiante era, en caso de tener la posibilidad de formular un deseo, ¿qué pediría?

El recuerdo de su madre llegó de golpe a la mente de Niall borrando toda sonrisa precedente y arrastrando tras de sí una avalancha de tristeza. La tristeza era un sentimiento muy poderoso... tanto que eliminaba también el miedo. Y, con esto y con todo, resultaba curioso darse cuenta de que, en algo más de una semana, sólo había dejado de pensar en su madre cuando había sentido la curiosidad por qué pasaría si Niall pudiese tener un cacharro de aquellos. Definitivamente, la curiosidad también era una emoción realmente potente.

El chico salió de detrás de las faldas de Myrddin y se colocó a un paso de distancia de Olli. Cuando aquel hombre de aspecto intimidante terminase con su supuesto sobrino él extendería su mano y pediría la suya. No iba a ser menos, ¡caray!

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26/09/2015, 15:28
Marshmallow Bowen

La niña de la casa en el valle había intentado animarla con una sonrisa alentadora pero posiblemente el problema se encontraba en que no era aliento lo que a Marshmallow le faltaba, eran motivos, eran respuestas, era sentido. De modo que se proponía seguir allí, aparentando ser invisible para el mundo entero cuando el vendedor buscó lo que en su cabeza parecía una nueva víctima.

Quizás fuera que el azar no era su compañero de viaje o tal vez sólo que el tener un modo de referirse a ella le había hecho sumar papeletas en aquel asunto pero el caso fue que cuando por fin decidió fue a ella a la que instó a dar un paso adelante y a olvidar el anonimato tras el cuál se ocultaba.

Alzó la mirada, con los ojos muy abiertos en una expresión cargada de desazón, queriendo negarse a participar en lo que fuera que era aquello pero sin atreverse. Al fin y al cabo, ¿qué hacía ella allí? De repente se dio cuenta de que lo que le daba miedo era coger la varita, como si aquel simple gesto fuera definitivo de algo que no comprendía.

Tres cortos pasos reticentes la llevaron hasta el mostrador, observando por primera vez algo que no fueran sus zapatos o su pena. Las manos de Rewel, cubiertas del polvo de los cientos de maderas que habían pasado por sus ellas, tenían miles de historias que contar, incluso ella se daba cuenta de aquello, pero en aquel momento incluso algo que podía ser aparentemente tan fascinante escapaba de su curiosidad mientras todo su recelo se centraba en el hermoso palo tallado que le mostraba.

Indecisa, alargó la mano para tomarla pero se detuvo cuando sus dedos estaban a punto de acariciar la madera pulida, paralizada por la poesía que escondían las palabras de Rewel a pesar de no contener rimas ni ritmo, una poesía que de algún modo incomprensible hablaba de ella, de lo que era. ¿Tal vez también incluían lo que sería? Sólo esperaba que ese posible futuro suyo no incluyera una mano quemada por una varita que ardía como una tea.

No supo si fue un amago de osadía por su parte o una extraña atención pero al final se encontró sujetando su varita y sintiendo un extraño calor expandiéndose por su cuerpo a la par que unas hermosas chispas azules y verdes surgían de su punta. Y, aunque ni siquiera se diera cuenta en aquel momento, algo en su interior despertó, quebrando la escarcha del invierno que la había envuelto desde hacía cerca de un año.

Se retiró casi de forma inconsciente, asintiendo mecánicamente ante las palabras sobre hechizar a Mamá Pig, sin poder apartar la mirada fija de la varita que ahora ocultaba la tapa de una caja de madera. No, el miedo no se había ido, seguía ahí pero junto a algo más, tal vez un atisbo de vida interior que antes no había experimentado, tal vez la llama de la curiosidad resurgiendo. Fuera lo que fuera, la llevó hasta Myrddin con expresión ceñuda y concentrada, intentando comprender sus deshilachados pensamientos.

- Disculpe, señor mago - empezó con gravedad y un hilo de voz que apenas reconocía como suyo -. ¿Significa esto que soy bruja y que tengo magia en mí? ¿O la magia viene de la varita? - preguntó, intentando comprender algo de todo aquello. ¿Y qué significaba si era bruja?

 

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26/09/2015, 22:14
Adelaide E. Gleann (Della)

La mirada y el bufido que le dedicó el señor Ollivander hicieron que Della se preguntase qué había hecho para molestarlo, pero no tuvo tiempo de pensar más en ello pues enseguida se puso a buscarle una varita. Por lo que dijo parecía que estaba seguro de saber exactamente cuál era la indicada, pero después de varios intentos no lograba dar con ella. Della comenzó a sentir como sus manos empezaban a sudar, ¿y si en realidad le estaba tomando el pelo y no había varita para ella? -Al fin y al cabo...- Un dedo alzado llamó su atención y el hombre desapareció en la trastienda, volvió enseguida con una tela azul entre las manos y la chica sintió su corazón acelerarse al asomarse para ver lo que traía.

Era una varita de apariencia normal y madera clara, con un fino grabado en la parte por donde se debía sostener para que no resbalarse, la chica extendió la mano siguiendo la petición del vendedor. Apenas su mano rozó la madera, sintió una cálida sensación. Un ligero temblor hizo que la varita se acomodase, casi como por voluntad propia, entre sus dedos y de su punta salió un espectáculo increíble para su portadora. Oyó, como si fuese desde muy lejos, la voz de Ollivander explicando las propiedades de su nueva compañera y elevó la mirada con una pregunta muda en los ojos ante la mención de que ella tenía el tercer pelo -Quién tiene las otras dos...- No se atrevió a interrumpir e introdujo con cuidado y mimo el trozo de madera en la caja que le ofreció.

Le hubiese gustado sostenerla durante más tiempo pero se dió cuenta que hubiese podido parecer que quería presumir de algo. Intentó memorizar todos los datos que le dió sobre la madera -Olmo- le gustó que fuese parte de un árbol centenario, se había subido a más de uno recolectando hojas y corteza de las ramas jóvenes. Las últimas palabras del hombre hicieron que lo mirase con lo que se podría decir sorpresa, o miedo, pero enseguida su rostro adoptó una apariencia distante y devolvió la sonrisa con una ligera inclinación de cabeza.

Cogió el estuche, apretandolo contra el pecho, y volvió con pasos lentos hasta situarse detrás de todos, quería alejarse de las posibles miradas de los otros chicos, de sus posibles preguntas. Por suerte para ella nada de eso sucedió. Se quedó allí detrás viendo la indecisión e incluso el miedo de algunos, al principio no lo entendió pues solo les iban a dar su varita, pero después se dijo que podía ser que no supiesen que eran magos. Ella lo tenía muy asumido, le habían inculcado la responsabilidad y el cuidado que debía tener desde bien pequeña, pero en el mundo que los rodeaba no todos tenían esa suerte. 

El chico moreno se dirigió al vendedor como "tio" y Adelaide se alegró de poder poner apellido a otro más -La chica Molly y el chico Ollivander- memorizó. Esperaba tener tiempo al salir de la tienda para presentarse, pues no había tenido tiempo antes y no quería quedar mal con sus futuros compañeros. La niña pelirroja se dió la vuelta y le hizo una pregunta al mago que los había llevado hasta allí, Della, que estaba detrás, le sonrió y asintió a su primera pregunta mientras con el índice la señaló indicándole que era ella la causante de las chispas de colores.

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30/09/2015, 12:01
Rewel Ollivander

Había muchas cosas que hacer en el taller, y lo que más imperaba en ese momento a Rewel era terminar pronto con aquellos niños, y poder seguir haciendo el encargo que tenía desde hacía semanas. No podía perder tanto tiempo con muchachos indecisos. Hizo memoria, y se dio cuenta de que era el grupo donde más niños tímidos había. Se preguntó a qué se debía tal comportamiento, y terminó encogiéndose de hombros. Él también había sido niño, y también había preferido estar detrás de la túnica de un mago más grande que él, como hacía Niall.

Guardó unas cuantas cajas mientras murmuraba una cantinela para sí mismo, y escuchó la voz conocida de su sobrino. Sonrió para sus adentros, alegrándose de que por fin se decidiera a pedir algo, y se inclinó sobre el mostrador, ladeando la cabeza, al tiempo que negaba.

—Sabes que no— respondió, casi en un susurro—. Es la varita quien escoge al mago, y no al revés. Te lo he dicho muchas veces. Y seguramente tu padre te lo diría antes que yo.

Resopló un momento, y contempló la varita que antes había estado mirando Geert. De manera intermitente, miró al muchacho y a la varita, y negó con la cabeza.

—No, Geert. Esa no es para ti— dijo de manera escueta—. Ya está asignada. Lo siento— añadió de manera sincera, pues podía intuir cómo ansiaba su sobrino tal varita—. Para ti hay otra.

Removió unas cuantas cajas, apilando unas sobre otras, y dejando las más pequeñas bajo el mostrador, y mostró, finalmente, a su sobrino una varita.

—Ven, acércate—sacó una varita discreta, apenas ornamentada, sin ningún tipo de adorno—. Treinta y dos centímetros— comenzó a explicar Rewel a su sobrino, orgulloso de poder darle su primera varita—, semiflexible, con, atención aquí, pequeño, una pluma de un ala del caballo Pegaso. Cuando estudié, hice muy buenas migas con un compañero griego, a quien también le gustaba el arte de las varitas. Tu padre, él y yo pasábamos tardes enteras hablando del mismo tema. Un día, me regaló desde su país la pluma que contiene tu varita. Es excepcional, y asegura que le costó mucho que el caballo soltara una de sus plumas. Consiguió cuatro. Y a mí me dio la de tu varita. Al igual que el caballo, Geert, volarás alto— sonrió de manera casi paternal, y se estiró la espalda con un leve gemido—. La madera, por otro lado, es de nogal. Los magos y brujas de inteligencia superior deberían de ser presentados con una varita de nogal para probarla como primera opción. Los dos, varita y mago, encontrarán en el otro el compañero ideal. Las varitas de nogal pertenecen  a menudo a innovadores e inventores mágicos. Esta atractiva madera posee una versatilidad y adaptabilidad inusual. Un aviso, embargo: mientras que algunas maderas son difíciles de dominar y pueden resistirse a realizar hechizos que son ajenos a su naturaleza, la varita de nogal llevará a cabo, una vez subyugada, cualquiera tarea que desee su dueño, siempre que el dueño sea lo suficientemente brillante. Esto hace que se convierta en un arma verdaderamente letal en las manos de una bruja o mago sin conciencia, ya que la varita y el mago se pueden alimentar el uno del otro de una forma particularmente malsana — explicó, como si se supiera de memoria todas las propiedades de las maderas—. Sé buena con ella, Geert, te lo agradecerá con creces.

Le revolvió el pelo a su sobrino con algo de fuerza, y miró, finalmente, a Niall.

—Bien, quedas tú— dijo, señalándolo sin ningún pudor—. ¿Qué clase de varita puede llegar a tener alguien como tú, muchacho?— preguntó, más para sí mismo que para que lo contestaran el resto de los allí presentes.

Compartió una mirada inquisitiva con Myrddin, y asintió ligeramente, como si hubiera llegado a una conclusión o se le hubieran despejado sus sospechas.

—Ya veo— murmuró, tragando saliva, y notó un ligero escalofrío por su espalda—. Bueno, veamos…— revolvió una última vez las cajas, y sacó una varita corta, de madera oscura, y algo torcida—. Dieciocho centímetros y medio, madera de ébano, cuyo centro es una hebra de plata, poderosa, y rígida. A ver si…

Se cortó al dársela, y en cuanto la varita rozó los dedos de Niall, ésta comenzó a comportarse de una manera incómoda, vibrando, y emitiendo un ligero pitido, como si no estuviera a gusto en la mano del muchacho. Rewel se la quitó de inmediato, y miró la varita por si había sufrido daños.

—Vaya…—musitó el fabricante, y guardó la varita en una caja para después dejarla bajo el mostrador.

Buscó otra caja, algo más desvencijada, y la abrió, tendiéndole la varita a Niall.

—Prueba con esta, seguro que es mejor— aunque no estaba del todo convencido. Desde hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que tenía una varita para aquel chico, pero no creía que jamás la vendería.

De nuevo, la varita que le tendió a Niall falló, y comenzó a quejarse a través del pitido agudo. Llegó, incluso, a calentarse para que Niall la soltara.

—Estúpida varita— murmuró Rewel, envolviéndola con un paño oscuro, y la dejó en un rincón del mostrador.

El fabricante de varitas bufó por la nariz, mirando a Niall, y se agachó para recoger una caja que había dejado casi olvidada, creyendo que no la iba a necesitar.

—Treinta y cuatro centímetros y cuarto— comenzó a relatar, casi de manera monótona—, rígida, madera de sauco con polvo de colmillo de basilisco como centro— se la tendió a Niall para que la probara—. Cógela.

Con mano trémula, Rewel le dio la varita a Niall, y ésta comenzó a emitir volutas de color esmeralda y plata.

—Sí, claro— dijo Rewel, algo cansino, como si hubiera esperado que la varita hiciera aquello—. Cómo no— ladeó la cabeza, y después miró a Niall—. Mira, muchacho, no sé quién eres, pero Salazar Slytherin vino a la tienda hace muchos años asegurando que él era el gran digno poseedor de esta varita— relató—. Y ahora es tuya. El sauco es la madera más rara de todas y con una reputación de traer mala suerte. La madera de saúco es la más difícil de manejar. Contiene una poderosa magia, pero no se digna a quedarse con ningún dueño que no sea el superior de su grupo. Solo un mago muy superior puede guardar la varita de saúco durante mucho tiempo. La vieja superstición que dice «con madera de saúco nunca prosperarás» está basada en el temor a la varita, pero en realidad esta superstición no tiene ninguna base. Aquellos fabricantes lo bastante tontos como para negarse a trabajar con saúco, lo hacen más porque dudan de poder vender sus productos que porque tengan miedo de trabajar con esta madera. La verdad es que solo una persona muy inusual encontrará su compañera perfecta en una varita de saúco, y en la rara ocasión en que ocurre, creo firmemente que la bruja o el mago están marcados por un destino especial. Otra certeza que he descubierto durante mis largos años de estudios es que los dueños de saúco casi siempre sienten una poderosa afinidad con los elegidos por el serbal.

Rewel explicó aquello deprisa, casi las palabras saliendo de manera atropellada de su boca, pero se mantuvo firme. Luego, haría las comprobaciones necesarias. Cuando estuviera más tranquilo.