Partida Rol por web

Salgo de la embarcación mientras termino de bajarme el vestido. He tardado más de lo que pensaba en "pagar" mi viaje. Pobre capitán... por eso estaba tan nervioso, pero nadie como Fabricia para remediar "problemillas".

Me sonrío a mí misma: A mí nadie se me resiste. Una vez estoy lista pongo mi cara de jovencita ingenua, me aseguro que no llevo ni poco ni demasiado cuerpo al descubierto y enrollo uno de mis tirabuzones rubios entre los dedos mientras me adentro en el mercado bullicioso.

Sí, este es mi sitio.

Al terminar el último romance,el anciano recoje sus pocos bártulos y desaparece por un callejón cercano. Yo decido volver a mis quehaceres en aquel mercado y busco a mi alrededor a alguien que pueda orientarme.

Veo junto a una pared a una joven (Felicia)que, con cara de pocos amigos, lee un libro ausente de lo que tiene a su alrededor.

Me acerco a ella y le digo:

-¿Hola, perdona que te moleste, podrías indicarme donde encontrar algún puesto de semillas por aquí cerca?- le digo con la mejor de mis sonrisas. la verdad es que me impone su gesto desafiante

Aburrido veo a una joven entrar en la plaza y rapidamente me acerco a ella.

-Señorita, si si usted, la de la carita de angel.- Digo mirando a Fabricia. Me acerco y hago una media reverencia con una sonrisa burlona-. Seguro que una joven tan bonita necesita un guia de Castronegro. Su bullicioso mercado es facil lugar en el que perderse. Permitame guiarla a cambio de su sonrisa mas radiante.

Lidia observa a Travis corretear entre la gente detrás de Fabricia. Era una escena habitual en aquellos lugares plagados de mercaderes fornidos y marineros barrigones dónde las mujeres bellas escaseaban.

Con un gesto elegante pero rígido se entromete entre la joven y Travis, apartandole a él con el codo y agarrándola a ella por la cintura. Luego, dirige una mirada fulminante al chico y la acompaña de un: -¡Piérdete baboso!

Cuando logra separarse un poco de Travis se vuelve hacia Fabricia y se presenta: -Soy Lidia, mujer de compañía, y guía ocasional. Mis precios varían según que servicio te interese más. - Le guiña un ojo en tono confidencial.

Me aparto mas por sorpresa que por la fuerza de la mujer pero sin perder la sonrisa cojo del brazo con suavidad a la señorita. Tanto tiempo tras las bolsas enseñan a uno a ser delicado.

-Hagale caso señorita, aqui en Castronegro abundan las malas gentes y escasean los hombres buenos y honrados.- Sonrio divertido.- Consideradme vuestro comodin, oh hermosa dama ya que puedo ser bueno o malo segun el trato recibido. Por vuestra sonrisa sere un encanto. Por vuestra atencion un fiel guardian. Mi señora permitidnos a ambos mostraros las maravillas de esta hermosa ciudad. El bueno de Travis ve y oye muchas cosas que os seran utiles cuando lo necesiteis.

Ciguaco, mientras acaba de terminarse el pastelito, observa las escenas que se suceden en la plaza, y le parece harto curioso lo que ocurre con el tipo que antes quería agasajarla, que anda detrás de dos muchachas de lindo rostro, pero que parecen de dudosa profesión. Sin hablarle a nadie en particular, sus pensamientos cobran voz. Andelé, no podían faltar en el pueblito padrotes y ponedoras. Ya sólamente me falta el abuelo del pan y el trapo.

Lidia mira con desdén a Travis, y sin hacerle demasiado caso vuelve a dirigirse a la joven.

-Sin duda usted ya sabrá que una mujer, joven, apuesta, suele enterarse de bastantes más cosas durante sus queraceres que no un vulgar ratero de poca monta que...- Se gira hacia Travis con una sonrisa acompañada de una mueca de menosprecio - ...siquiera tiene dinero para pagarse una puta.

Miro a la mujer sin perder la sonrisa.

-Muy bien señora, la felicito por su deduccion aunque me temo que anda un poco errada. No soy un vulgar ratero. -Inspiro hondo- Soy el hombre con una caricia puedo hacer desaparecer si me lo propongo hasta los años de mas que el maquillaje trata de ocultar en su bello rostro. En cuanto al tema del precio seré franco, hasta ahora no me e planteado ni disfrutar ni pagar por la actividad que me propone, mi querida amiga. 

La miro de arriba abajo y sonrio de nuevo ahora con mas amplitud.

-Ni se me pasa por la cabeza... Ademas con todo el respeto, ¿Que sabra una gaviota de puerto como vos, el valor de un honesto ladron como yo?

Esto se va de manos. No he tenido ni tiempo a decir palabra. Ella no me sirve, y él está claro que ni sin querer ni queriendo tiene dinero. Deslizo mis brazos para liberarlos y, fingiendo que me interesa especialmente el puestecillo de pasteles, me apresuro hacia él, aunque lo cierto es que tengo bastante hambre. Por suerte nunca he guardado el dinero al alcance de cualquiera que pase cerca.

Estaba contento, había probado un te de hierbas o eso le habia dicho el tendero cercano a la entrada al mercado y su sonrisa se amplio tras terminar la taza y dar un paso adelante.
Las tiendas estaban a rebosar de gente, al perecer los pasteles eran tan populares como marcaban algunos turistas que repetían este año lugar de visita. Armas, senseres, utensilios de toda clase, guías, rateros y niños hiperactivos, todo era tal y como se lo habían contado, por suerte también le advirtieron de los robos y guardaba a buen recaudo su libro y monedero. ¿Por donde empezar?

-Perdone señorita, ¿Pero que recomienda visitar primero a un viajero?-Se acerco finalmente al puesto de los famosos pasteles y pregunto a la ultima en la cola.

Esta parada no estaba planeada, pero los tripulantes del barco en el que viajaba nos informaron unas pocas horas antes de que debían hacer escala en este puerto, el puerto de la pequeña aldea de Castronegro, de la que apenas conocía más que el nombre.

Bajo por la pasarela de la embarcación a paso lento, observando con detenimiento el lugar e intentando deducir el sitio al que dirigirme para encontrar algo en lo que entretenerme durante el tiempo que estuviera allí. Normalmente no sería muy aficionada a meterme en aglomeraciones, pero, al ver que tanto las variopintas gentes provenientes de otras embarcaciones como algunos de los habitantes de la aldea se dirigían hacia el mismo sitio, decido proseguir mi marcha hacia la muchedumbre del mercado.

Una vez allí, avanzo lentamente a través de los puestos, comprobando como los vendedores se afanan por demostrar que sus productos son los de mejor calidad y precio. Veo un puesto que vende fruta y decido comprar una manzana, ahora mismo no tendría apetito para nada más. El rojo de la manzana crea un contraste curioso con la tez pálida y los ropajes negros que me caracterizaban. Sin más, me dirijo a una pila de cajas vacías en un lugar algo más apartado aunque dentro de los límites poco definidos del mercado y me siento apaciblemente a observar.

Tras unos mordiscos a la manzana, reparo en el delicioso olor que emana del puesto de pastelitos que, en principio, me pasó desapercibido. Tienen una pinta excelente, creo que cuando me recomponga un poco del viaje y tenga más apetito será visita obligada...

En este pueblucho como que solo piensan en comer.

Digo de manera fastidiosa como lo haria una pre adolescente fastidiada, ¿qué más hacen aquí?. ¿una feria estatal o algo por el estilo?, ¿comen pasteles al por mayor?, ¿tienen un concurso de gordos?. Pienso un poco mientras se da toda la controversia por los pasteles, ciertamente aqui hacen mucho ruido.

Miro el cielo y saco de mi moral un libro, en silencio y haciendo una mueca trato de ignorar a los demás.

Me encontraba al final de la cola de los pastelillos observando disimuladamente a la gente que se encontraba por los alrededores en busca de alguien a quien acercarme, cuando un hombre se acerca a mí preguntando por los lugares a visitar.
No sé en qué momento habrá pensado que soy una habitante, pero aunque no viste ropajes finos porta un artilugio bastante extraño con cristales en los ojos. No derrocha el dinero, pero está claro que tiene bastante y no parece tonto pero sí honesto. Mejor no arriesgarse mucho o me despachará.

Le sonrío con dulzura.

-¡Buenos días, señor! Oh, lo mejor es hacer una buena ruta por el mercado y disfrutar de todos los productos que ofrece.

Le cojo con suavidad del brazo y empiezo a guiarle fuera del puesto. Intentar que me invite a pastelillos ahora sería un fracaso.

-Permítame que le acompañe y así damos un paseo. Es arriesgado caminar solo por aquí si se es extranjero, podría encontrarse con gente indeseada.

Tras un frugal almuerzo, espero en el despacho parroquial la visita de los vecinos, siempre aparece alguno con los típicos problemas, muchas veces el parroco de pueblo debe hacer de consejero matrimonial, psicologo. Recordar que nuestro lugar está con los más desfavorecidos, los sermones deben enseñar que nuestra fé se fundamenta en hechos y que debemos ayudar a mitigar las miserías de esta vida, tenía pendiente el oficio de la tarde y la reunión con diversos vecinos para la recogida de ropa y alimentos para los más necesitados. 

Perdido en su propia mente aparece Don Quijote, montado en un escualido corcel que conocio mejores años; con la imagen de su dulcinea dandole vueltas en la cabeza y buscando un gigante molino de viento para probar la temible fuerza de sus huesudos brazos. 

Ciguaco, al ver al rocín del señor de Quijote, se llevó la mano a la boca, desolada ante el deplorable estado de la criatura. Se acercó a un puesto de fruta cercano, compró unas manzanas y algarrobas, y se dirigió hacia el pobre caballito. Oralé charro. ¿Como dejais que este pobre animalito ande cargando con usted en este estado? - y acariciando el hocico del caballo le da una manzana.

Al ver irse a la señorita rio divertido. Vaya con la mujer... Tiene caracter.

-Parece que ambos nos vamos a quedar con las ganas de disfrutar de su compañia.-Digo mirando con una sonrisa a Lidia. Estaba molesto por que me hubiera apartado de esa manera, pero tampoco tanto como para ser descortes.- Me llamo Travis, encantado.

El viejo caballero intento bajar galantemente de su montura, pero la vieja armadura impedia moverse con soltura y el jinete calló aparatosamente emitiendo un estruendo tal que el caballo se encabrito asustado. 

Bajo la nube de polvo levantada por el cuerpo maltrecho de Don Quijote, se escuchó un quejido. 

Jedebiah, llegó sudoroso y bastante cansado después de una dura jornada de trabajo haciendo leña a la taberna y se sienta en un taburete en la barra. Pongame un vino, Mozo, mi gaznate está mas seco que las migas que he desayunado esta mañana.

Mira a los demás parroquianos. Se ve que no soy el único que lleva un día laborioso

Tal vez esos huesos... mmm... -toqué uno con los dedos, estaban en perfecto estado-. Bien machacados sería un buen condimento para mis pocio... ejem... -no terminé la frase-. Mmm... no sé lo que pide por algunos de las piezas dentales de lo cazado, señorita -a Vinganna-, ¡pero se las compro!

Y esperé a que diera el visto bueno.