Partida Rol por web

Si querés achafranar, tendrás que hacerlo algo mejor, baboso.- le dice guiñando un ojo. Sin decir nada más, sigue mezclándose por la plaza a ver si puede averiguar alguna cosilla más de lo que está ocurriendo.

Jimena como todos los días está preparando su puesto de pastelitos, buñuelos y cocas pero hoy está también adornándolo con guirnaldas de flores ya que es un día especial.

Pasteles buñuelos y cocas recién hechas!!!! Señores no pueden disfrutar de la feria sin endulzarse en la pastelería de Jimena.

Vaya... que de gente rara hay hoy, espero vender mucho aunque esta gente rara a lo mejor come cosas extrañas.

Atraida por el olor y la voz de la muchacha, Ciguaco se acercó a la tiendecita de Jimena. ¡Paséle, mi güerita! Que riquitos huelen esos bizcochitos. Tenés algún panqueque riquito que sea bien dulzón, ya tu sabes. ¿Que me recomiendas, guachumina?

Caminando por la aldea, Adán oyó la voz de una mujer que de manera muy efusiva anunciaba sus productos.Se dirigió hacia allí y vio que una hermosa pelirroja llevaba el puesto, también había una clienta en el puesto la cual hablaba de forma extraña para los oídos de Adán.

-Buenos días, me apetece probar la coca, me pone una por favor? Dijo, dirigiéndose a la dependienta.

Desde donde se encontraba, esperando que le sirvieran su pedido, miraba a su alrededor viendo a la gente pasa y los niños divertirse.

Tom saluda a Robert Basil, uno de los pocos aldeanos de este pueblo que le merece su respeto. Después, soliviantado por el olor tan bueno de los pastelillos de Jimena se descuelga de su puesto de observación, y trepando corretea entre la muchedumbre. Después va donde está Jimena y el viajero llamado Adán García que también despierta su atención. 

- Jimena, ¿me das un pastelillo? Si quieres te deshollino la chimenea a cambio, hoy no tengo mucho que hacer, pese a que veo que todo el mundo está demasiado nervioso

Garos, sorprendido por la iniciativa de la joven Vinganna en dirigirle la palabra, dio un pequeño y simulado brinco. No estaba acostumbrado a que alguien le hablase así, tan de imprevisto. ¿Quién será esta joven?, piensa para si.

- Me parece buen material, pero el precio deja bastante que desear. Pero creo que al final conseguiré llevarme algo, y quizás si regateo hasta me salga bien el trato.- dijo un poco descoordinado y exhausto- ¿Usted tampoco es de por aquí, por lo que veo?¿O puede que me equivoque?

Volvió a ojear las pieles, decidiendo por cual iba a intentar ofrecer algo de su valioso dinero, y esperando a que la joven contestase, o por lo menos que dijera algo más.

Mmmm no entiendo que me dice esta señorita morena... Seguro que es extranjera.

No se que son panqueques señorita... pero seguro que los pasteles de miel y almendras le gustarán. Dice sonriente mientras le ofrece uno. 

Apenas ha acabado de darle el pastel a la mujer aparecen un hombre, y como no Tom, de nuevo a pedir pasteles...

Escoja la que quiera señor, la primera es gratis.

Después pellizca a Tom en la mejilla y le da un pastel.

Tom ya he perdido la cuenta de los pasteles que te doy al día. Como comas tantos acabarás más gordo que una vaca.

El hombre entabló conversación. No parecía desagradable, trataba de regatear, lo cual era justo y esperado.

- No, no soy de por aquí. Vivo en una cabaña, en el bosque. Solo traigo aquí mi material para ganarme la vida. Así que hazme un favor y compre algo que necesite y a cambio yo podré comprar otras cosas que necesito. La esencia del comercio...

Aburrida, saco un libro y comienzo a leer ignorando a todos los demás, no tengo hambre para comer nada de eso.

Pocos eran los viajes que el anciano hombre se habia permitido en su vida, principalmente por el profundo amor a su tierra y su oficio que desde antaño su familia habia cuidado y desarrollado con delicadas artes hasta llegar a lo que con orgullo llamaba "el trago perfecto". El licor corria por las venas del anciano como el agua por el rio y sin embargo se habia visto obligado a darle la espalda hacia meses para viajar primero a caballo y luego por barco durante meses desde su natal Italia hasta la renombrada Castonegro; cuna perdida de las leyendas de sus antepasados y en la cual se rumorea que existen brebajes superiores a cualquiera que su paladar pudiese probar en otras partes del globo.

Fue la curiosidad lo que le impulso al viaje aun a pesar de los peligros que puede significar para su ya avanzada edad (sin tomar en cuenta la propia peligrosidad de la aldea).

Sin embargo al desembarcar en los puertos de Castonegro se encontro con algo totalmente distinto a lo que imagino; las calles llenas de vida y color, con un mercado rebosante y alegre que parecia saludar al sol de la mañana. Eran sin duda el sentimiento que sentia en su propia tierra, en sus propios puertos y que lo dejo tan perplejo que apenas si se dio cuenta cuando caminaba deprisa por el mercado apoyandose en su baston.

La gente era sin lugar a dudas deslumbrante y extraña, aun para un anciano acostumbrado a los extranjeros, fue entonces cuando el aire fue cortado por la unica palabra que enternecia y aclaraba la mente del viejo: PASTELES

Caminando todo lo rapido que el baston lo permite se acerco a la joven vendedora que escondia un gesto arisco en su cara tapado con una sonrisa amable que Alfonso sabia reconocer tras años y años de soportar borrachos en la taberna, sin embargo el olor dulzon y embriagante le hacia babear. 

De que tiene pasteles jovencita? -pregunto sacando su boina  con voz raspada por la edad mientras miraba a un muchacho encaramarse como un mono sobre el puesto de pasteles

Sin más dilación, Garos se decidió a comenzar las ofertas por un pedazo de piel que le quedaba realmente bien. Y tras terminar convencido el regateo, se sacó unas monedas de un saquito que guardaba en el bolsillo del pantalón, e izo el intercambio.

-Sólo porque una bella dama me lo dijo- y dirigió la mirada hacia la mujer con la que había estado hablando- es un intercambio.

Cuando tenía el nuevo enser de la mano, comenzó a caminar. Tenía que ver que más asuntos tenian entre manos aquellos mercaderes.

Tras charlar con los parroquianos y preguntar por diversos asuntos sin importancia, salgo al exterior, el mercado está animado, se nota la presencia de extraños atraídos por los productos de Castronegro, Jimena tiene concurrido su puesto, los deliciosos productos entran por todos los sentidos, Tom el pillastre local, anda por las cercanías, tranquilamente paseo entre los puestos saludando a los conocidos y haciendo tiempo antes de volver a la parroquía.

"He aquí Castronegro. Famosa por su hospitalidad  y su gran mercado" Pero a Eladius le había traido otra cosa a la ciudad, otro motivo más siniestro. Desde que recogió en un bosque lejano y místico la "vara" había prometido sobre la piedra del concilio de su orden el esquilmar la tontería y tozudez de este mundo. El gran maestro de la vara le había encomendado la misión de vigilar Castronegro, pues había historias y habladurías que debían de ser erradicadas, pues perjudicaban el buen hacer de la comarca.

Se ajustó el pañuelo a la cabeza, tras subirse los pantalones hasta debajo de las tetillas, como era debido en todo hombre de buen hacer. Se dirigió hacia el mercado caminando tranquilamente, sin prisa, acompañando su paso por el cliqueteo de su vara. 

Un puesto de pieles por aquí, se acercó a echar un vistazo a dichas pieles. Ninguna lo suficientemente grande. No conversaba con nadie, tenía un aire de misterio que cubría cada paso que daba. El tenderete de una joven pelirroja preciosa, también tenía pieles, había un tipo extraño regateando un precio ¿o tal vez una cita? pero no había nada ahí que le interesara. Continuó con su paseo, vigilante, expectante, "Ayvááááá, la leche, estos roscos de vino son manjar divino, "dijo mientras empujaba a unos y otros para llegar al alcance de susodicho manjar. "Oye, pillín no hacapares a la mhoza, que hesos rhoscos tienen que rulah" le dice al pequeño Tom. "Reina mora, mi vida por uno de esos roscos". Entrenado en las más altas disciplinas de control  mental y corporal le era absolutamente imposible el retraerse ante tan exquisito bocado.

La joven lidia se despertó un día más en la aldea de castronegro. La cama no era cómoda, el lugar no olía bien, el sol apenas entraba dentro pero era lo más cercano que tenía a un hogar. Aún somnolienta salió a la calle para darle la bienvenida al sol, escuchar los sonidos de la aldea y despertarse del todo mientras se restregaba los brazos sobre los ojos.

Un nuevo día en la aldea de castronegro siempre era algo a celebrar.

Vinganna cogió las monedas y entregó la piel.

- Muchas gracias.

Y, sin querer tal vez, amagó una sonrisa al extranjero cuando recogió sus monedas.

Sorprendido por la respuesta de la joven al comentarle que la primera no debía pagarla, escogió una al azar y como muestra de agradeciemiento quiso comprar otra. En ese mismo instante aparecían en escena un niño, bastante travieso como todos y un anciano apoyado en un bastón.

De nuevo se dirigió hacia la joven.

En ese caso me llevaré dos, ya que me parece injusto llevarme una por nada.

Una vez acabada la transacción, dándole el importe correspondiente, se despidió de la joven y continuó su camino en busca de algo interesante.

Miré el mercado. Estaba muy animado hoy. Era buena señal, eso significaba que iba a pasarle cosas buenas al fin a mi querido pueblo.

Señorita -le dijo a Vinganna para comprobar el material de otros forasteros vendedores-, ¿qué es lo que vende usted? Verá... no he podido evitar oírla... ¿en el bosque vive? ¿vende pieles de animales que caza? ¿algún producto vegetal interesante? Me gustaría llevarme un recuerdo de Castronegro, la verdad.

La mujer todavía miraba al hombre del sombrero cuando se le acercó alguien y le habló. Vinganna dió un respingo. Al mirar al hombre observó unas facciones peculiares que le inspiraban inquietud. El hombre la observaba con sus enormes ojos y le hablaba con una boca apenas visible bajo un frondoso mostacho. Su pelo largo y abundante le caía por ambos lados de la cara.

- Vendo pieles, huesos, dientes, cornamentas y en general todo lo que se obtiene de los animales. La carne se la vendo directamente al carnicero. Si ve algo que le guste...

¡Muchas gracias mi güerita. Seguro que con la mielcita estará chévere.- le dijo mientras empezó a mordisquear el pastelillo con cara de placer. Se sacó unas monedillas del zurrón, entregándoselas a Jimena. Le dió a Jimena algo más de lo que valia y se marchó canturreando mientras mordisqueaba el pastelillo.