Partida Rol por web

Connely escuchó con cierta admiración, muy a su pesar, la disertación histórica de la que les hizo partícipes el señor Bruswell, asintiendo con cada una de las afirmaciones que este dejaba deslizarse de entre sus labios.
La historia era una de las aficiones más arraigadas con las que contaba el político, siempre dispuesto para sumergirse en las profundidades de la historia, estudiando y analizando las diferentes sociedades que habían medrado sobre la faz de la tierra para luego decaer más adelante.
Le entusiasmaba el intentar posicionarse en otra época, valorando las decisiones que se tomaron y los motivos que hubiesen podido llevar a ellas.

Pero desde luego que su conocimiento, o al menos su retentiva, no llegaban a los niveles que acababa de escuchar.
Por primera vez se alegró de tener a alguien así dentro del grupo que se había formado, pues sería una inestimable ayuda en cuanto se pusieran en movimiento.
Sin embargo tenían razón, y era mejor dejar Sofía para más adelante, pues no era buena idea caminar pensando en obstáculo existente más adelante si eso te impedía ver el abismo que se abría justo bajo los pies.

Ante la nueva idea de relajarse ante una buena ingesta de alimentos, Connely permaneció en silencio aunque su mente ya comenzaba a centrarse en la ciudad de París y en lo que allí deberían hacer.
Al menos una cosa la tenía clara, aunque esperaría a que terminase la cena para plantearla.

Alexander pasó algunos segundos abstraido en su propia realidad, mientras los bordes de un pasado mantenido al margen de su reorganizada vida deslizaban por las grietas de su tranquilidad difusos recuerdos de una vida de desenfreno en la Ciudad de las Luces, nublados por el insidiosamente delicioso toque del opio. Su solo pensamiento hizo que un escalofrío recorriera la columna vertebral del angloriental. ¿Acaso dejaba algún día un adicto de serlo? Sus ojos buscaron ayuda en las cercanías, aferrándose a la primera frase nítida que atravesó la pantalla de su abstracción:

-No se preocupe, señorita Ivanovna,- contestó Wan, tratando de quitar peso a los motivos de la disculpa de la pintora - al menos por mi parte, una vida de viaje fuera de esta isla a la que llamo hogar me ha enseñado a comer cuando la situación lo permite. Lo cierto es que la intriga de todo este asunto, sin hablar de la preocupación que los acontecimientos previos provocan, está afectando a mi apetito. Aun así, no dudo de que mis sesos agradecerán un pequeño aporte de vitaminas para recuperar empuje.- accedió Bruswell, con una forzada sonrisa de cortesía.

Sus manos habían buscado entre tanto el nacimiento de sus cicatrices. Una disuasión muy eficaz de dejarse arrastrar de nuevo por los pétalos del olvido. No, aquello era un fósil del pasado; uno que sus labios no volverían a probar.

Dimitri asintió:

- Bien. Cenemos pues... pero no me ha quedado claro: ¿partiremos de inmediato mañana para Paris?

¡El ruso estaba desesperado! Sabía que, probablemente, París sería peor... ¡bibliotecas y museos! Aquello sonaba mucho peor que cualquier frente de batalla.

Al escuchar a Irina, examino su reloj de bolsillo y se dio cuenta que se habían extendido mas de lo que se había imaginado. Permítame que remedie eso, avisare al servicio, para que nos sirvan la comida.- Lord Balmister hizo sonar la campanilla del servicio para hacer que se presentaran. Después de dar las oportunas instrucciones para la cena se volvió hacia sus invitados, ahora amigos y compañeros en esta especie búsqueda.

- Con el permiso de ustedes después de cenar deberé ausentarme, pero no se preocupen, ya he dejado instrucciones para que nos les falte de nada

Mia salió de sus pensamientos cuando escuchó a Regi decir que se ausentaría. No sabía si aquello la tranquilizaba o la ponía más nerviosa, lo que sí tenía muy claro es que despertaba su curiosidad. Aún así, consiguió reprimir sus preguntas. No era el momento, tal vez después de la cena udiera preguntarle.

Sin dejar de alisarse la falda Irina caminó hacia el centro de la habitación en espera de que los criados informasen de que la cena ya estaba servida.

-¡Oh, Lord Balmister! No se preocupe, con la maravillosa hospitalidad de la que ha hecho gala estaremos perfectamente a gusto..aunque debe prometerme tener cuidado...-una sombra de preocupación cruzó su exquisito rostro pero luego sonrió cálidamente-Por cierto...¿puedo llamarle Reginald?-le preguntó sin dejar de sonreír-Sinceramente creo que a estas alturas deberíamos de comenzar a llamarnos por el nombre de pila-exclamó volviéndose al resto de sus compañeros, su bello rostro alegre y sus ojos azules chispeando de nuevo por un chiste privado-en mi caso llámenme Irina que señorita Ivanóvna suena demasiado serio...o camarada Irina si así lo prefieren-hizo una mueca divertida mientras miraba a su compatriota significativamente-por cierto que la pregunta de mi compatriota ha dado en el clavo...antes de nada deberíamos de decidir cuándo vamos a partir.

El servicio atendió a la llamada de Reginald y, una vez dado el visto bueno, los preparativos para la cena se ultimaron a una velocidad pasmosa. Mientras todavía seguían hablando junto a la chimenea, la mesa se llenó gradualmente de los ya conocidos platos, copas, cubiertos y demás utensilios. Además, una gran fuente con pastel de carne, la especialidad de la cocinera, humeaba en el centro.

Cuando por fin estuvo listo, el famélico grupo tomó asiento y empezó a degustar la que sería una de las últimas cenas auténticamente británicas antes de embarcarse en su aventura. En otras circunstancias la perspectiva de recorrer Europa en el tren más lujoso jamás construido hubiera sido extremadamente agradable. Sin embargo, los motivos que les empujaban inexorablemente en esa dirección seguían muy presentes en la memoria.

Lord Reginald observo a sus amigos alli presentes y no le paso por alto la sombra que parecía sobrevolarles. La muerte de un amigo es algo que no se olvida jamás, puedes llegar a superar el dolor de la perdida pero eso es todo, pero este asunto era algo mas complicado, por increíble que parezca parecían haber elementos de carácter sobrenatural, y sin que ninguno de los presentes se lo pudiera imaginar hace una semana, ahora estaban juntos en esta especie de búsqueda del tesoro.

-          Quiero que os sintáis como si estuvierais en vuestra casa, si necesitáis lo que sea solo tenéis que pedirlo, yo ahora debo salir por unos a resolver unos asuntos, pero nos veremos mañana a primera hora

Mientras se servía de la fuente de la ensalada Irina sonrió a su anfitrión cálidamente al tiempo que negaba con la cabeza

-No se preocupe, Reginald a todos nostros nos ha demostrado estos días lo buena que es su hospitalidad y no dudo de que no tendremos ningún problema...-comentó mientras posaba la fuente sobre el mantel y se giraba hacia la fuente de la carne-...sin embargo me extraña un poco que quiera dejarnos justo en un momento tan crucial para todos...-añadió enarcando las cejas significativamente-no en vano habíamos concluido que lo mejor era esperar hasta despues de la cena para tomar las últimas decisiones...-terminó antes de llevarse el tenedor a la boca.

Después de que Reginald se marchara de forma un tanto precipitada, los demás invitados terminaron de cenar y se limitaron a charlar de temas intrascendentes durante la breve sobremesa. El ambiente era agradable y la compañía, dadas las circunstancias, no desentonaba. El día había sido largo, no obstante, y para algunos de los presentes mantener los ojos abiertos empezaba a resultar embarazosamente difícil.

Uno a uno fueron retirándose tras desearse buenas noches y buscaron descanso en las ahora menos impersonales habitaciones de la mansión. Desconocían cuantas noches más de sosiego podrían permitirse en la capital del mundo antes de embarcarse en el demencial viaje que les esperaba.

A la mañana siguiente el cielo amaneció igual de plomizo que en días anteriores. Gris... frío... dos adjetivos habituales en la rutina londinense. El servicio hacía rato que había preparado el desayuno y, después de asearse y vestirse, volvieron a encontrarse todos nuevamente en el comedor de los Balmister.

Empezaban a sentirse como en casa, cada uno con sus asientos favoritos y sus lugares habituales en la mesa. Encima de la repisa de la chimenea había un paquete de tabaco de alguno de ellos, junto al periódico de la mañana y un jarrón con flores recién cortadas.

Reginald hizo entrada en el comedor, lucía una encantadora sonrisa a modo de presentación, pero lo que mas destacaba era lo cargado que iba, en su mano derecha tenía un pequeño bulto envuelto en un paño oscuro, y en su mano izquierda llevaba los periódicos del día y lo que parecían unos documentos.

-          Buenos días señoras, caballeros. Espero que hayan descansado bien, por que quizás tengamos un dia movido.  –Dijo mientras apartaba una de las sillas que estaban a la mesa y la apartaba para sentarse a desayunar con sus amigos.

-          Ayer como bien saben tuve que salir a resolver unos asuntos familiares que no podían esperar. Los asuntos se resolvieron correctamente, como era de esperar, pero lo mejor de todo es que cuando volvía para casa me encontré con un viejo amigo con el que había estado hablando sobre el problema que nos atañe , lo mejor de todo es que Jhon vino a verme para darme noticias.

-          Se acuerdan del Sr. Mehmet Makryat, el  marchante de objetos, el que apareció en los periódicos? Pues bien, Jhon me dijo que fue a ver a ese marchante, pero que alguien se había adelantado, y se había dedicado a redecorar la casa, allí había algo, pero alguien se había adelantado.  Pero el viaje de mi amigo no fue en valde, ya que en la casa pudo encontrar esto. – Tras decir esto Reginald desenvolvió el paño e tela que envolvía  el objeto que el había traído.

Al desenvolver el  paño, quedo a la vista una figura de aspecto grotesco. También habían estos documentos –Y dejo sobre la mesa una carpeta con unos documentos.

-          Me gustaría que le echaran un vistazo a ver que opinión les merece y si concuerda con la mía